Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El Motín de Esquilache y la Compañía de Jesús. Memorias sobre el origen del tumulto de Madrid del año de 1766; sobre la expulsión de los jesuitas y sobre la causa del Marqués de Valdeflores y los abates Gándara y Hermoso

Texto procedente del «Diario» de Manuel Luengo, recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans





La expulsión de los jesuitas de España y de Indias, proyecto consiguiente a las de Francia y Portugal, concebido por ciertos poderosos desde el Reinado de D. Fernando VI, y ayudado por los enemigos de esta Sociedad sorda y lentamente en aquel Reinado, y a cara descubierta desde el principio de éste, vino a verificarse con la ocasión de un alboroto de voces del más pobre y miserable pueblo de Madrid, que por su propio interés gritó contra el Marqués de Esquilache el día 23 de marzo del año de 1766, suplicando a Su Majestad con lágrimas le apartase del Ministerio, y que igualmente separase al Obispo de Cartagena de la Presidencia del Consejo.

Este ruido popular, por sí mismo despreciable, lo hizo grande el terror de tantos Cortesanos Extranjeros y la ausencia nocturna y repentina de Su Majestad en la noche del 24, cuando ya el miserable pueblo, aquietado por sí mismo con la gracia de separar al Marqués del Ministerio de Hacienda, respiraban tranquilos, sumisos y obedientes cada uno en su rincón.

Aprovecharon los enemigos de esta Religión la ocasión, y desde el mismo día 24, fomentando el terror del Rey y de sus más favoritos Extranjeros, le hicieron entender que aquel alboroto era más obra que de la miserable canalla que gritaba; que los jesuitas acostumbrados a tumultos, rebeliones y regicidios tenían a la Nación contaminada de un fanatismo que inspiraban generalmente en sus afectos y devotos, y que de éstos había gran número entre los Cortesanos mismos, astutos, mañosos y osados, capaces de todo; que la misma persona del Rey no estaba segura, si a los jesuitas conducía atentar a todo para trastornar el Gobierno y, disponiéndolo a su modo entre sus afectos, volver a su poder absoluto y arbitrario, recuperar el Confesionario y destruir a sangre y fuego los buenos vasallos, a quienes tenían por enemigos; que importaba inquirir y averiguar sobre ese alboroto y sobre otros que maquinaban, y arrancar la raíz de tantos males.

Esta atroz calumnia con poca reflexión se hacía despreciable. El populacho pidió la remoción del Gobernador del Consejo, como la de Esquilache. Y los jesuitas no debían emprender el desacierto de apartar de la Presidencia al único protector notorio que les había quedado en el Gobierno.

No obstante, Su Majestad no tenía otros conductos para saber la verdad que los enemigos de la Compañía, que eran principalmente el P. Confesor, a quien los otros le hacían temer que se emprendía contra su Ministerio; D. Manuel de Roda, que vino de Roma con papeles para el proyecto de la Expulsión, que en Barcelona y Zaragoza comunicó a sus amigos, y que después intentó introducir, escribiendo como Secretario de Gracia y Justicia a varios Obispos desafectos, haciéndoles entender la buena disposición de Su Majestad para esta empresa, si los Prelados le ayudaban; el Duque de Alba, el de Sotomayor, D. Ricardo Wal, D. Jaime Masones, el Marqués de Grimaldi en el Consejo de Estado, que se juntó en el Sitio de Aranjuez: todos enemigos, pero ninguno comparable con el de Alba; el Abate Beliardi, Cónsul de Francia, que en su Corte y en la de España todo lo movía, y caminaba de acuerdo con el Fiscal de Castilla Campomanes, anti-jesuita esencial; el Fiscal Moñino, a quien se le dio entonces este encargo como criatura de Alba, Esquilache, Roda y el Confesor; muchos Ministros de Castilla y otros Grandes como Arcos, Frías, Marqués de San Leonardo y otros.

Diose la Presidencia al Conde de Aranda, que, aunque no era enemigo de los jesuitas, entró en el proyecto para volar a gran fortuna y arrastró consigo a los Consejeros Nava, Rich, Colón, Escandón y otros, que después compusieron el Extraordinario. Nava y Rich le acompañaron al Sitio como amigos, a las primeras conferencias, y Escandón, que, aunque estaba en el Consejo de Indias, pasó al Sitio a conferenciar con el P. Confesor.

Pidióse por el mes de abril a Su Majestad una Orden para pesquisar y para que no se manifestasen los nombre de los testigos en ningún caso a los Inquiridos, ni para defenderse. Concedióse así. Pidiósele por el mes de mayo la erección de cinco plazas más en el Consejo para sacar de él ciertos Ministros y componer con ellos y con los Fiscales un Tribunal Extraordinario para la Expulsión. Concedióse también.

Diéronse dos de estas plazas a Escandón, del Consejo de Indias, y al Marqués de San Juan de Tasó, de Hacienda, y éstos con Rich, Nava y Colón compusieron el Extraordinario.

Nombróse el Alcalde Codallos para pesquisar en Madrid a los jesuitas. A los Alcaldes Leiza y Ávila para pesquisar a otros particulares. Y en Zaragoza, Cuenca, Toledo y otros pueblos del Reino se dieron iguales Comisiones con el mayor secreto.

El Confesor y los cercanos a Su Majestad obraban en la Corte, todos de acuerdo con el Presidente y Ministros togados. Y entre éstos Campomanes todo lo movía y lo emprendía. Se sembró España de espías secretos. Se promovían quejas, denuncias, testigos falsos. Se abrigaba a todo maldiciente de jesuitas. Y cuantos empleos vacaban, servían para premiar amigos y aumentar el partido. El Obispado de Ávila se dio a prevención después del Motín, y el de Manila igualmente, a dos acérrimos enemigos de los jesuitas para que sirviesen a su tempo, según se había meditado y aquí se dirá.

Sin embargo de denuncias calumniosas y testigos falsos, nada resultaba contra los jesuitas sobre el Motín de Madrid. Los testigos todos eran de aquellos más maldicientes enemigos que, no pudiendo deponer sobre hechos relativos al delito, se contentaban con credulidades temerarias de oídas vagas y con calumniar a los jesuitas de difamadores, malévolos, sediciosos, relajados, ambiciosos, dominadores, perjudiciales y cuanto dicterios y falsas imposturas prorrumpen los enemigos de esta Compañía; y algunos de éstos, afectando devoción y celo al Venerable Palafox, mezclaron sus asuntos en sus maldicientes conjeturas.

Por lo que toca al Motín, todos declaraban especies inútiles y despreciables de oídas vagas, y nada substancial. Unos decían que los jesuitas en los púlpitos vertían especies sediciosas; que en sus discursos y conversaciones hablaban contra las personas del Gobierno; que en el Colegio Imperial mostraban alegría durante el Motín; que de este Colegio salieron voces, que después se oyeron en la plaza, pidiendo el pueblo por Ministro al Marqués de la Ensenada. Y no faltaron otros que dijesen de oídas que en la noche del Motín andaba un hombre disfrazado entre los sediciosos, que se parecía al P. Isidro López.

Además de los jesuitas se inquiría contra sus amigos y cómplices, y tales se reputaban a D. Miguel de la Gándara, al Marqués de Valdeflores y a D. Lorenzo Hermoso. Nada resultaba contra ellos, ni en su particular ni aun respecto a los jesuitas. Y con todo eso, resolvió el Consejo Extraordinario a pedimento de los Fiscales el primer golpe ruidoso de la escena. En la noche del 20 de octubre de 1766, a una misma hora, se aprehendieron en Madrid las personas y papeles de estos tres y del P. Isidro López. No fue la salida de éste de Madrid en fuerza de arresto o de prisión, sino de insinuación del Conde de Aranda. Éste enviado a Galicia, Valdeflores preso a encerrar en el Castillo de Alicante, Hermoso al de Pamplona, y Gándara desterrado cuarenta leguas y, no bien llegado a Cáceres en Extremadura, siguió orden para traerle preso al Castillo de Batres, donde fue encerrado.

De los papeles de los presos no sólo no resultó la menor sospecha, sino evidencias de su inocencia y de los jesuitas en los alborotos de Madrid. A Gándara, Hermoso y al Marqués se les tomó luego una sola declaración y fue preciso parar en sus procesos por no haber sobre qué hacerlos, como adelante se verá.

Puestos ya en el empeño, y el Rey y la Corte en expectación, se resolvió el Consejo Extraordinario, a pedimento de los Fiscales, a consultar la expulsión de los jesuitas sin conocimiento ordinario de las causas y sin manifestarlas al público, procediendo con la autoridad soberana, política, tuitiva y absoluta, con que pueden los Soberanos obrar arbitrariamente sobre las leyes y reglas, sin injusticia ni agravio en faltar a todas con los Vasallos Eclesiásticos y Seculares, que se juzga no convenirles en sus Reinos por altas y secretas causas, que no es lícito indagar, ni hay obligación de manifestar. Y con fecha de 20 de enero de 1767 se pasó a las manos de Su Majestad, con una relación, la más prudente y justificada, en que se interesaba el servicio de Dios, la seguridad de la Real Persona y de sus Reinos, y el bien universal de todos sus vasallos.

Para asegurar la conciencia de Su Majestad pasó el P. Confesor esta consulta a los Obispos de Ávila y de Manila, que estaban en la Corte, y al P. Maestro Pinillos, Agustiniano, bien conocido por su vida escandalosa y por su enemistad contra los jesuitas. Estos tres dijeron que Su Majestad estaba obligado en conciencia a la Expulsión de los jesuitas, y con esto la decretó Su Majestad el 28 de febrero y se ejecutó el 2 de abril del mismo año.

Como el Santo Padre Clemente XIII suplicó a Su Majestad Católica, por su breve de 16 de abril de 1767, para que se oyese a los jesuitas en justicia, y Su Majestad mandó que el Consejo informase para responder al Santo Padre, respondieron los Ministros breve y tumultuariamente negándolo y repitiendo a Su Majestad todas las mentiras y calumnias de la consulta, y prometiendo hacer ver con el castigo de los cómplices presos, que se juzgarían ordinariamente por el mismo Consejo, que fueron éstos y los jesuitas los autores del Motín y demás delitos, de que eran reos.

Con esto era ya empeño juzgar a Gándara, a Hermoso y a Valdeflores. Pero no había con qué hacerles el menor cargo, y entonces fue cuando se emprendieron las mayores falsedades. Pero la Providencia de Dios permitió que se hiciese tan mal que nada aprovecharon. Véase la substancia de los cargos contra estos tres inocentes.


Hermoso

Se comienza por éste, porque así como contra él hubo más esfuerzo por sacarle reo, fue éste el que más confundió las calumnias por medio de sus vigorosas defensas. Encerráronle en Pamplona por octubre de 1766, como se ha dicho, y le tomaron una declaración, en que le preguntaron qué jesuitas trataba. Respondió que a ninguno y que antes eran éstos sus desafectos. No se siguió adelante en su proceso y se procedió a la Expulsión, y por setiembre de 1767, empeñados en probar que los jesuitas eran reos del Motín, probando que Hermoso y Gándara habían sido sus cómplices, se buscaron testigos que dijesen que Hermoso era íntimo amigo del P. López, en cuyo aposento entraba, previamente al Motín, a conferencias secretas. Cuatro fueron estos testigos de propia ciencia y oculares, que se decían ser el uno criado del P. López y los otros tres asistentes en el mismo Colegio.

Con este indicio, que era transcendental a Gándara por amigo de Hermoso y del P. López, se trató de remover a Hermoso del Castillo de Pamplona, y se continuaron las pesquisas de los dos y del Marqués de Valdeflores. Y cuando ya pareció haber los suficientes cargos, se hizo traer a Hermoso a la Cárcel de Corte por el mes de diciembre de 1768 y se le hicieron por el mes de marzo de 1769 los cargos siguientes.

Que fue uno de los autores y cabezas visibles del Motín de Madrid con los jesuitas y conspiró contra el Rey y el Estado con ellos y con Gándara, su amigo. Negó el cargo y el fundamento de él, diciendo: que el alboroto de Madrid del 23 de marzo fue un delito casual, repentino y subitáneo, sin propósito deliberado en intervalo ni maquinación ni disposición de autores algunos, ni otros delincuentes que los primeros plebeyos que gritaron de repente la tarde del Domingo de Ramos contra un solo Ministro, porque les cortaban las capas, les prendían y les exigían multas, y a cuyas voces se unieron las del resto de los irritados por la misma causa; y que los verdaderos autores ocasionales del alboroto fueron los imprudentes y codiciosos Alguaciles y algunos Alcaldes de Corte que, excediendo en la ejecución del bando, corrían por calles y plazas y paseos en aquel día y en los antecedentes contra estos miserables, que huían en confusos pelotones, y que del mismo, como con red, los traían a las cárceles de 30 en 30 para castigarlos.

Que Hermoso se admiraba de que, olvidando la notoriedad de estos hechos contestes a toda la Nación, hubiese valor de buscar por autores de un tal delito del menudo pueblo, en que él sólo se interesaba por sus capas, a otros que a los mismos populares que comenzaron la pública vociferación, y mucho menos a Hermoso que, sobre su ilustre nacimiento, jamás había usado capa parda ni tenía motivo de disgusto con el Marqués de Esquilache, contra quien se vociferó.

Que el delito fue «repentino y casual» en aquel día, como lo había sido en los antecedentes, en que el pueblo había hecho resistencia a la Justicia Ejecutiva del Bando de las Capas, amotinándose de repente; que el Viernes de Dolores, tres días antes del gran tumulto, había precedido otro en la Calle de Atocha a las 4 de la tarde, que dio bastante cuidado; y que el Alcalde Peñaredonda y la Comunidad de Padres Trinitarios Calzados, junto a cuyo Convento sucedió, y trabajaron mucho en apaciguarlo; y que el pueblo hirió y maltrató al Alguacil Juan de León y lo hubiera degollado si no acuden los dichos Padres, y que Peñaredonda para apaciguarles aprobó lo hecho con su Alguacil y lo llevó preso por satisfacer al pueblo. Que sobre este hecho y otros repetidos «casualmente» en los mismos días se echó tierra, no se avisó a la Corte, no se usaron precauciones, siguieron los Alguaciles su imprudente y violenta persecución de cortar capas, prender y multar, y el Domingo de Ramos la ociosidad, el paseo y la mucha confluencia de gentes por las calles, fue causa de que pretendiendo el Centinela del Cuartel de la Plazuela de Antón Martín detener a unos plebeyos como incursos en el Bando, pasaron de las palabras a las voces y, propagándose de unos en otros, se consumó el tumulto, que se debió temer y precaver desde el principio de la semana.

Que los alborotos de esta naturaleza siempre se estiman por delitos «casuales» y «populares», sin deliberación «ex intervallo» ni otros autores que los mismos que tenían interés en la vociferación; que las personas, la materia, el objeto, las circunstancias, el mismo desorden y la repentina quietud del pueblo, conseguido lo que pretendía, convencía que ésta era la naturaleza del delito y la clase de sus autores.

Que en esta inteligencia se hacía agravio a la verdad, a la Nación y a la misma gloria del Rey, en desconocer el verdadero delito, que fue una asonada popular y fingir en su lugar un delito de rebelión, conspiración y tumulto contra el Rey y contra el Estado, dispuesto y maquinado por personas de clase distinguida, que no hubo ni podía temerse que lo hubiese. Que finalmente Hermoso ni los que se decían sus cómplices ni gritaron ni asistieron al desorden personalmente; y no pudiéndose delinquir sino por mandato, consejo o auxilio a los públicos delincuentes que vociferaron, sólo se le podía hacer cargo probándole el mandato, la ayuda o el consejo.

Se le reconvino a Hermoso cómo negaba el delito, cuando constaba por testigos que el Martes Santo por la mañana pudo salir con el Cardenal Patriarca al Sitio de Aranjuez por la puerta y puente de Toledo, sin embargo que a todos detenían y que sólo al Cardenal dejaron pasar, porque iba con él Hermoso, a quien los sediciosos de aquella puerta y puente franquearon el paso, diciendo que pasase el Abate Hermoso, que era el que podía mandarlos. Y que esto lo vieron y oyeron los testigos que se encontraban en el mismo puente. Respondió que era falso todo el hecho, pues no salió por tal puerta ni puente, sino por la de San Vicente y puente de Segovia, y de allí por el Camino alto de Carabanchel a los lugares de Getafe y Pinto, donde a tres leguas de Madrid tomó el camino del Sitio; que en el puente de Segovia, queriéndoles detener, se les respondió ya con dulzura ya con aspereza, se les dieron por el Cardenal algunas pesetas y pasaron libremente.

Fuéronse a evacuar las citas, que hizo a la familia del Cardenal que le acompañó, y dijeron que era cierto todo lo expresado por Hermoso.

Se le reconvino cómo negaba el delito, cuando constaba de sus juntas secretas previas al Motín en el aposento del P. Isidro López, otro de los autores de él, por cuatro testigos presenciales. Respondió que ni al P. López ni a ningún jesuita visitaba, ni tuvo jamás motivo para entrar en el aposento de éste ni de otro alguno; ni ninguno de ellos iba a casa de Hermoso. Fuéronse a ratificar estos testigos, y el que se suponía criado del P. López dijo que por descargo de su conciencia debía decir que, cuando por setiembre de 1767 había declarado que el Abate Hermoso entraba a hablar de secreto en el aposento, lo hizo equivocado con el Abate Suárez, que vivía a la calle de la Inquisición. Que a Hermoso no le conocía ni por consiguiente sabía que entrase en el aposento ni en el Colegio. Los otros testigos, como eran diferentes de este criado, quedaban disculpados con esta equivocación.

Pero como Hermoso no era Abate de traje y Suárez sí, era inverosímil la equivocación y se ocurrió a ella para escapar a los testigos del castigo. Sin embargo, Hermoso les convenció de falsos y dolosos, buscados e instruidos para declarar por setiembre de 1767 con el fin sólo de mudar a Gándara y a Hermoso de prisiones con el nuevo indicio.

Ésta es la substancia de la causa de Hermoso, pues el resto de lo escrito en ella era tal fútil y pueril que los mismos Ministros del Extraordinario, enemigos como eran, y deseando, como deseaban, sacrificarle, se avergonzaban de que se hubiese escrito.

De la complicidad con Gándara y Valdeflores no hubo con qué hacer cargo. Con Valdeflores, porque ni de vista se conocían. Con Gándara, porque el ser amigos él y Hermoso, que fue todo el cargo, no es ninguno.




Gándara

Contra éste hubo menos. El Consejo le había de hacer los autos sobre el nudo hecho, pasarlos al Eclesiástico con los cargos y que éste los hiciese. Así se ejecutó, remitiéndolos al Arzobispo de Burgos, Juez por su domicilio, y éste delegó en el Sr. Olivan, Juez de la Real Capilla. Y los cargos que le pasaron los Fiscales se redujeron a que se estaba en la Corte sin residir su Arcedianato de Murcia; que no había querido salir de la Corte, mandándoselo el Presidente, después del Motín. A esto respondió, refiriéndose al Rey, por cuya voluntad, agrado y orden expresa estaba en la Corte y le acompañaba a los Sitios Reales, añadiendo los grandes empleos y ministerios de que Su Majestad le había querido honrar y que él no había admitido.

Se le hizo cargo de que en sus papeles se había encontrado un apunte de las gracias que hizo el Rey al pueblo alborotado y se le argüía por autor de ellas, y como tal cabeza del Motín. Respondió que el día del Motín, estando en el cuarto del Sr. Infante D. Luis, después que Su Majestad concedió las gracias, entró uno del cuarto con el apunte de ellas, le pidió una copia y se la dio, y que ésta era la que se presentaba. Fuese a examinar la cita y era verdadera.

Se le hizo cargo de que era amigo del P. López y de otros jesuitas. Dijo que era verdad.

Se le hizo cargo de que el P. López, después del Motín, iba muchas mañana en el coche de Gándara a la casa de éste, y se encerraban reservadamente a tratar sin duda contra el Estado y la pública tranquilidad. Respondió que era falso; que, el que iba en su coche por las mañanas, era el P. Ferrer, Religioso Agustino y Médico suyo. Fuese a examinar al P. Ferrer y dijo que era cierto.

Con esto el Juez Eclesiástico informó al Consejo que de los Autos nada resultaba y que Gándara era inocente agraviado. El Consejo dio vista a los Fiscales y al Comisionado Ávila, que instruyó los Autos, y éstos pidieron que no se le debía dar libertad a tal hombre ni dejarle salir del encierro por perjudicial; que se le condenase en costas y se le dejase estar encerrado. Así lo ejecutó y consultó el Consejo y aprobó Su Majestad, y se le notificó a Gándara, dejándole en su estrecha prisión sin comunicación ni trato humano, con el mayor rigor e indecencia, y así sigue hasta hoy.

Esta misteriosa y notoria injusticia tiene por principio el que a Su Majestad se le hizo entender desde poco después del Motín que, siendo esta obra de jesuitas, corría peligro la seguridad del Rey mismo, y esto mismo se empezó a divulgar mañosamente desde aquel tiempo en las públicas conversaciones. Cuando prendieron a Gándara, se hizo correr la voz de que había atentado a la vida del Rey. Cuando se le removió de Batres a Pamplona, se hicieron correr las mismas voces por los Fiscales, Ministros y sus criaturas. El terrible Arzobispo de Burgos, en su escandalosa Pastoral del año de 1768, en que blasfemó y calumnió como órgano del Tribunal y de la facción, se atrevió a estampar esta calumnia, suprimiendo sólo el nombre de Gándara, al fol. 215, núm. 616.

De suerte que para con Su Majestad Gándara es castigado por inobediente en no haber salido de Madrid, y por perjudicial en la Corte; y para con el público se dice que está sentenciado a cárcel perpetua por atentador a la vida del Rey, como Asesino de los jesuitas. Esta impiedad se puede sostener únicamente por el secreto riguroso de su proceso; por tenerle encerrado donde con nadie pueda hablar y con prohibición que ningún vasallo pueda hablar de estos asuntos; y a Hermoso tenerle desterrado con prohibición estrecha para que a nadie manifieste sus escritos.




Valdeflores

Se le hizo cargo de amigo de los jesuitas, frecuencia en sus aposentos a tratar contra el Gobierno. Respondió que trataba con los Literatos y sobre asuntos de Literatura pura. Se le reconvino de haber estado en el Motín. Lo negó, probando la coartada.

Se le hizo cargo de autor de un papel anónimo satírico contra el Gobierno, que salió después del Motín, del cual se encontró una copia entre sus papeles. Respondió haciendo ver concluyentemente que ni era suyo ni lo podía ser.




Sentencias

De la de Gándara ya se ha dicho que no la hubo definitiva. En cuanto a Valdeflores y Hermoso, pidieron los Fiscales su muerte y que antes se les diese tormento tamquam in cadáver, para que declarasen los cómplices. El Consejo sentenció a Valdeflores en 10 años de presidio.

No era tan fácil hacer otro tanto con Hermoso, porque éste probó tan concluyentemente la naturaleza del delito casual y repentino sin autores, y la inocencia suya, de Gándara, de Valdeflores, de los jesuitas y de todo hombre que no fuese un plebeyo de los que vociferaron, y desentrañó tanto las nulidades, falsedades e iniquidades de su proceso y de los ajenos, que pidió instantemente se escribiese en derecho por los Fiscales, y que él lo haría por su parte, y se diesen manifiestos legales al público conforme a la ley, costumbre y a las circunstancias del ruido, de la infamia y de los perjuicios y pérdidas que se le ocasionaba con cuatro años de encierro y unas calumnias tan atroces.

Los Fiscales se opusieron porque las defensas de Hermoso instruían al público en favor de la inocencia de los jesuitas. El Consejo le mandó por dos Decretos que no manifestase sus escritos bajo de graves penas. Él estaba encerrado y era fuerza obedecer, y entre tanto se le intimó un Decreto de Su Majestad, desterrándole 40 leguas de la Corte por 10 años. Obedeció, pero introduciendo a la Real Persona el recurso de que se le diesen los nombres de los testigos, y que se le oyese por modo de súplica de la sentencia, y después de dos años de destierro no ha habido resolución sobre su instancia de los nombres de los testigos. Su mujer ha muerto en su ausencia. Su casa se ha destruido. Ha instado, y siempre inútilmente.

Valdeflores pidió desde su presidio poder pasar a su casa en el Reino de Granada y se le ha concedido.

Ni Hermoso les conviene en Madrid ni Gándara en libertad. Ambos son buenos vasallos del Rey, incapaces de sufrir la calumnia pública en perjuicio de la reputación y virtud, equidad y justificación del Rey, de cuya autoridad y nombre se sirven los Ministros, con escandaloso abuso en el largo espacio de 6 años.

Por bien que vayan los negocios en Roma, contando con la virtud y Religión del Rey, aun son temibles el Confesor, Roda, el Presidente, los Fiscales y Ministros del Extraordinario, y tantas criaturas como han hecho y van subrogando por los que Dios se va llevando. Para todo hay razón, testigos, parecer, resolución y consulta. Todo conspira a que el Rey no se ilustre, porque de otra suerte quedarían por verdaderos reos los mismos Jueces y acusadores. Roma decidirá, suplicará, rogará, y ellos desharán, impedirán y despreciarán. La iniquidad es obra de todos, y todos se unen para sostenerla. El bien no se puede afirmar sin desarraigar el mal. Sin el Confesor y Roda y sin el Presidente todo será fácil a Su Santidad; y los esfuerzos contrarios de los Fiscales y demás Ministros serán entonces ineficaces.

El Cuerpo de los Prelados ha llenado el Partido a su deseo. Los Lorenzanas, Rodríguez, Merinos, Tormos, Climents, Buruagas, Fueros, Illanas y otros en España, con sus Pastorales y sus dictámenes tienen escandalizada la humanidad y la Religión. La mayor parte de los Cabildos Eclesiásticos todos son mercenarios de los que tienen el poder. Los Tribunales, Secretarías, Oficinas en la Corte y Provincias están sembradas de esta clase de gentes serviles, idólatras de su delincuente fortuna, que hacen profesión de la detracción, calumnia y falsedad.

Horror causa hoy ver en la lista de los Caballeros pensionados de la nueva Orden de Carlos III muchos de estos detractores y testigos falsos en los procesos de los jesuitas y demás inocentes, por la impunidad que se les dio, mandando que no se publicasen sus nombres, premiados con las insignias de la virtud y del mérito. Y todo esto lo ignora el Rey. ¡Qué mucho que se hayan visto tantas precauciones, castigos y destierros de personas inocentes, Seculares y Eclesiásticos, sin reservar el interior retiro de las Monjas más edificativas! En el día vuelve a encender este fuego el Obispo de Barcelona con las virtuosas Monjas de la Enseñanza.

Seis años pasados después de los alborotos del populacho de Madrid y cinco después de la Expulsión de los jesuitas, en que nada han probado los Tribunales y Ministros de cuanto pretextaron para ella y para la persecución de los vasallos del Rey, en que no han omitido registros ni examen de papeles, pesquisa de hechos y de acciones en España ni en Indias, son una ejecutoria de su inocencia la más justificada. Su Majestad, cuyas virtudes son notorias y cuyo amor a la Justicia y a la equidad es incontestable, podía conocerlo así, si no descansase enteramente su conciencia sobre los mismos autores de esta obra de tinieblas.

Se ha creído por muchos que la secreta intención de algunos Ministros ha sido introducir en España un cisma o reforma en la Religión. Pero esto es falso, porque el Rey es demasiado religioso para permitir igual atentado, y porque los Ministros, de quienes se sospecha, no aspiran a tanto ni tienen talento para emprenderlo. Estos Ministros y sus Teólogos imitan la novedad de estos tiempos en ensanchar la autoridad del Rey contra la Iglesia sin discernimiento ni límites. Se gobiernan con espíritu de venganza contra los jesuitas y Colegios Mayores, que antes gozaban el valimiento, y forman hoy contra ellos un partido de Abogados y gentes ínfimas, que vivían despreciadas. Otros hay, cuyo objeto es un libertinaje de costumbres sin designio contra el Dogma. Es verdad que todo esto pudiera disponer insensiblemente para un Cisma en otra Nación que la Española, y en otro Ministerio que el presente. Los Ministros Letrados y los pocos Teólogos, que han tenido voz y manejo en estos negocios, no son (como se pintan fuera de España) unos depósitos de la ciencia y de la prudencia. Son unos pobres hombres ignorantes y pedantescos, de muy poca instrucción y de infelices talentos. A Roda le conoció Roma por un mero Abogado Español, y éste es el más ilustrado de la facción. Los Fiscales Campomanes y Moñino, que desde malos Abogados pasaron a ser Magistrados Superiores, hacen sus retratos con sus propios escritos. Estos tres hombres, a quienes sólo puede acreditar su fortuna, se han distinguido solamente porque sin crítica, sin discernimiento ni precaución, han usado de las especies calumniosas que sembró en Francia el espíritu del Jansenismo y cultivó la Irreligión contra el Estado de la Iglesia Romana. La adoptan y difunden maliciosamente con sólo el fin de vengarse de los jesuitas, de los Colegiales Mayores y demás hombres de mérito y de nacimiento, y mantenerse en un privativo valimiento. Los sabios, políticos y peligrosos franceses los alaban y elogian a lo sumo, porque los ven como unos instrumentos ciegos de sus máximas; y estos infatuados españoles se erigen en maestros de la Ley y de la Doctrina, creyendo que es honor lo que es oprobio y burla.

Por más que el alto favor y confianza que los autores del trastorno de España gozan con un Soberano clemente y religioso, digno de ser bien servido por sus Ministros, les aliente para sostener una expatriación poco humana de tantos millares de vasallos, que por tales pueden reclamar las leyes patrias para ser juzgados, y que por Religiosos no han de ser desposeídos de los derechos que la humanidad conserva a la inocencia por aquellas dos máximas de «No castigar sin oír. Ni castigar al inocente por el culpado», por más (vuelvo a decir) que su extraordinario favor les dé los arbitrios de cerrar los caminos a la verdad para que no se dejen oír sus voces bajo del Solio servirán de eterna confusión a sus designios tantos insignes testimonios de la Justicia de su causa, como han hecho en favor de la inocencia las mismas manos que se levantaron para destruirla.

Estas mentidas riquezas de la Compañía en sus Casas y Colegios antes de la expulsión han sido pobreza y miseria en las manos ejecutoras después de ella. Estos Ejércitos y Monarquías del Paraguay antes de la expulsión han sido después de ella Misiones Santas, Reducciones evangélicas, Vasallos del Rey donde abundaba la fidelidad, Rebaño de Jesucristo donde se respiraba la dulce paz del Evangelio. Ese Imperio de la California y Principados de Sonora etc. antes de la expulsión, riquísimos, populosos y abundantes, son hoy para el Sr. Comisario D. José Gálvez desiertos incultos, pobres, solitarios, inhabitables.

Esta corrupción de la juventud, esta perversión de costumbres, esta ignorancia de las artes y de las ciencias, esta relajación de las Leyes, este abandono de las máximas del Evangelio, esta profanación del Santuario, este fanatismo cruel y sanguinario, tantos otros males que sembraba y nutría en el Reino de España la Compañía antes de su expulsión, todos, todos se extirparon de raíz después de ella, y una Nación feliz y renovada será para la futura edad el testimonio ilustre del acierto de sus Magistrados.

Pero si el amable Rey Católico diese libertad a las humildes lenguas de sus afligidos españoles, encontraría que entre las verdades y el Regio Trono se ha levantado una muralla inconstrable.







Indice