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El naturalismo en un ámbito provinciano: Alicante, 1875-1900

Juan Antonio Ríos Carratalá


Universidad de Alicante



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El naturalismo y su consiguiente polémica fueron unos protagonistas esenciales de la literatura española de la Restauración. Una ya relativamente amplia bibliografía sobre los mismos nos permite conocer su significación, importancia y ramificaciones dentro de la vida literaria y cultural de aquella época. Por lo tanto, no voy a reincidir en aspectos más o menos conocidos y analizados. El objetivo de la presente comunicación es la búsqueda de las huellas de la polémica sobre el citado movimiento, en un ámbito provinciano. Las líneas básicas de las distintas posturas enfrentadas acerca del naturalismo no tienen, por supuesto, ninguna particularidad especial en relación con un determinado ámbito geográfico. Pero también debemos reconocer que las cuestiones literarias y culturales se veían con una diferente perspectiva en Madrid y en una pequeña ciudad de provincias. Por razones lógicas, hasta el presente, la bibliografía crítica se ha centrado en los grandes autores que, a través de publicaciones aparecidas mayoritariamente en Madrid o Barcelona, participaron en la polémica sobre la «cuestión palpitante». Sus textos nos permiten conocerla con fiabilidad, pero recordemos que durante el siglo XIX la vida literaria tuvo bastante intensidad en las provincias. Por lo tanto, es lógico que los ecos de la polémica llegaran al ámbito provinciano y que muchos autores, hoy ya olvidados, participaran en la misma. Debemos reconocer   —170→   que su participación fue generalmente poco brillante y a remolque de lo ya dicho. En el estado actual de los estudios sobre la historia literaria del siglo XIX, apenas podemos pretender encontrar grandes hallazgos, pero sí construir una imagen completa de la misma que no se conseguirá hasta la incorporación adecuada de los distintos ámbitos provincianos.

Con el fin de colaborar en dicho objetivo, publiqué mi libro Románticos y provincianos. La literatura en Alicante, 1839-18861, que ha tenido su continuación en otro en prensa sobre la narrativa de dicha provincia durante la Restauración. Ambos trabajos me permiten conocer una creación literaria que, en sus líneas generales, es capaz de matizar algunas afirmaciones demasiado comunes sobre la literatura española del siglo XIX, en especial las relacionadas con la periodización y cronología de la misma. Estos estudios previos han motivado mi elección, aunque tal vez lo sucedido en Alicante se asemeje a lo ocurrido en otras muchas provincias españolas de la época.

La llegada de la Restauración y la aparición de las primeras novelas de la Generación de 1868 apenas tienen incidencia en la narrativa publicada en Alicante. La progresiva implantación del realismo entre los grandes autores nacionales no es obstáculo para que en dicha ciudad se sigan publicando novelas históricas y folletines lacrimógenos. Habría que añadir alguna novela anticlerical, como El sochantre de mi pueblo (1890) de Ginés Alberola, o algún panfleto con tintes novelísticos como Los vencidos (1892), de Ernesto Bark, el futuro Basilio Soulinake de Luces de Bohemia. Pero todo ello dentro de las fórmulas narrativas heredadas del romanticismo, que perduraron sin apenas variaciones hasta el siglo XX. La evolución de la narrativa se estancó al no ser admitidos los elementos renovadores que conllevaba el realismo. No se trata de un desconocimiento, pues a través de la prensa local comprobamos que se leía a Pérez Galdós y sus correligionarios. Pero esa recepción no se plasmó casi nunca en la creación novelística alicantina. Las razones son varias y ya las he comentado en los citados trabajos, aunque aquí cabría subrayar las dificultades ambientales que sufriría un autor de provincias para asumir la estética realista. Hacerlo supondría una marginación dentro de su propio ámbito. Si perseveraba, las opciones se reducían a marcharse a una gran capital o permanecer en su ciudad como un personaje extraordinario en el sentido más literal de la palabra. Entre los autores alicantinos,   —171→   por el contrario, hubo un conformismo general que les llevó a seguir fieles a una narrativa ya anacrónica, pero vigente para aquellos escritores provincianos que frecuentaban los Juegos Florales, los certámenes de la Diputación y el Casino, el álbum de alguna señorita casadera o los folletines de la prensa local.

Si el realismo apenas cuajó en la narrativa publicada en Alicante, ya imaginaremos que el naturalismo fue una rareza foránea. No hay ningún texto de creación que se pueda relacionar con dicho movimiento, el cual no obstante sí estuvo presente en las preocupaciones de los autores alicantinos. Ninguno de ellos mantuvo una actitud favorable a un naturalismo, que se solía equiparar a casi todos los males imaginables. La consecuencia es la formación de un auténtico frente antinaturalista que reaccionó con especial virulencia contra un movimiento que en su propio ámbito jamás existió. Estamos, pues, ante un eco de la polémica nacional. La gran diferencia es que en este caso la polémica se convirtió en una unánime condena. Si fueron escasas las voces que en España defendieron abiertamente todo lo que suponía el naturalismo, es lógico pensar que en un ambiente más cerrado y restrictivo esas voces quedaran ahogadas.

Al observar esta unanimidad y al recordar que, en palabras de Walter T. Pattison, «La división entre naturalismo e idealismo en literatura reflejaba una escisión más profunda y radical, la del liberalismo y tradicionalismo»2, podríamos pensar que todos los autores alicantinos fueron tradicionalistas. Esta conclusión sólo es parcialmente cierta. La razón básica de dicha unanimidad no reside en la ideología, sino en la función que se otorgaba a un autor en una sociedad provinciana de entonces. Éste podría expresarse como un individuo liberal o conservador, pero dentro de los límites del decoro de dicha función que, en lo literario, suponían un rechazo de todo el materialismo, positivismo, realismo, escepticismo, naturalismo... Tal y como en repetidas ocasiones expresan los autores alicantinos, el literato está destinado a embellecer la realidad, a mostrar el ideal de Belleza, Verdad y Bondad -presentadas como inseparables- y en el caso de ejercer la crítica hacerlo elegantemente, generalizando y sin descender a lo real o inmediato. Esta actitud, claro está, tiene una significación ideológica, pero en lo esencial es asumida por todos. Habrá algunas matizaciones, perceptibles en las diferencias entre los apocalípticos neocatólicos y los simplemente   —172→   defensores del ideal arriba citado, pero todos juntos forman un frente que es un rasgo de identidad para aquellos autores de provincias.

Son relativamente numerosos los textos encontrados donde se ataca al naturalismo. Sus fechas oscilan entre finales de los ochenta y la década siguiente, comprobándose así que la polémica se prolongó más de lo habitualmente señalado. Si en nuestro título hemos puesto como fecha inicial la de 1875 es porque la actitud que reflejan es inseparable de la mentalidad provinciana de la Restauración, pero los ecos del naturalismo llegaron más tarde. Los autores alicantinos no son originales en cuanto a los peligros que para ellos supone este movimiento. No entran nunca en cuestiones estrictamente literarias y su objetivo es siempre sus supuestos ataques a la moral y su gusto por lo obsceno o desagradable3. Jamás se citan los principios de observación, análisis y experimentación, como tampoco se comenta la influencia del medio ambiente o la relación entre ciencia y literatura. Todo ello queda al margen de una condena repetitiva obsesionada por la moral y el respeto al ideal de Belleza, Verdad y Bondad. En consecuencia, no es preciso hacer un repaso exhaustivo y podemos comentar algunos textos seleccionados.

Fray Canelles es un clérigo que publicó en 1892 una curiosa novela titulada Los cazadores de fábulas y la víctima inocente4, cuyo subtítulo es muy definitorio: «Peligros a que se hallan expuestas las jóvenes sirvientas y veneno que destila el maldito árbol de la concupiscencia». Ya nos podemos imaginar el carácter de la novela sin necesidad de comentarios. En su Prólogo leemos el siguiente aviso:

Huid jóvenes incautas de la novela hoy en moda, de esa llamada naturalista, estilo Zola, cuyas hojas destilan ponzoñoso veneno, que extingue la fe en el alma y envenena el corazón corrompiendo los sentimientos.


[p. 4]                


Probablemente, sus lectoras no conocían las «nauseabundas» obras del autor francés, pero les avisa por si llegara la tentación. Aviso que se extiende al género novelístico en general, pues, según él, «la experiencia de la vida [le] ha confirmado que la joven aficionada a la lectura de novelas sueña en un mundo de ilusiones, que la hace infeliz, llegando hasta aborrecer la realidad de la vida» (p. 47). Sobre todo, si un

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[...] escritor sentimentalista pretende reformar la sociedad, la familia y la mujer, olvidándose de que Dios nuestro Señor al crear el Universo y dictarle leyes, formando ese código inmutable llamado Naturaleza, fijó a cada cosa sus límites, y a la mujer asignó el lugar que debía ocupar como compañera del hombre: «Parirás los hijos con dolor y estarás sujeta a la potestad de tu marido».


[p. 48]                


Fray Canelles tampoco acepta las novelas que para alcanzar un fin moralizador llegan a presentar los vicios combatidos:

Se alega [...] que conviene presentar la sociedad cual es para hacer más visible el contraste que ofrece la virtud y el vicio. No tiene justificación posible esta excusa, ni se puede sostener bajo ningún concepto que para moralizar y corregir las costumbres sea necesario, además de apuntar los vicios, seguir al vicioso paso a paso y acompañarle en sus desórdenes como le acompaña su conciencia.


[p. 42]                


Estas citas no dejan dudas sobre la actitud de Fray Canelles, y de otros muchos eclesiásticos, ante la novela y, en particular, ante el naturalismo. Aquella siempre es un potencial peligro, pero las novelas «pornográficas», es decir, las naturalistas son demoniacas. Nuestro fraile no distinguiría entre las de Clarín, Zola o López Bago a la hora de dar dicho calificativo, pues su condena se extiende a toda obra permeable a la realidad. Fray Canelles representa, tal vez, un caso extremo, pero no aislado dentro del frente antinaturalista que estudiamos.

Otro caso similar es el del propagandista católico José Pons Samper, médico oculista que escribía y publicaba libros para curar también el espíritu de sus lectores. En 1895 saca un folleto titulado Interview con un manco5, donde se realiza una entrevista a Cervantes sobre multitud de temas. José Pons aprovecha la oportunidad de ser entrevistador y portavoz del «manco» para atacar al naturalismo, cuya polémica todavía preocupaba a tan ilustre personaje:

P.- De modo que esta literatura llamada naturalista, que se ocupa en remover y presentar las más torpes hediondeces, no será de tu agrado.

R.- Ni serlo puede de ningún modo que bien quiera a su alma y a su cuerpo; pues, fijándote un poco, observarás que   —174→   a entrambos acomete esa liviana escritura en su grosera misión de excitar concupiscencias y amortecer los puros sentimientos. ¿Qué importa la galanura del lenguaje si las ideas que en él se acumulan bajas y deformes son? [...]

P.- Tempestad pasajera, al fin, que solamente atrae a los que gustan de espasmos y horrores.

R.- Además que eso no es naturalismo ni realismo, sino simplemente obscenismo que se indigesta y produce picores y náuseas. Sustentan, los que en él militan o le son devotos, que es verdad, y como tal reproducirse debe en el libro, para enseñarla al que la ignora y dotarle con esto de experiencia. A lo que me opongo y digo que hay verdades tan sucias, que más vale no tocarles.


[pp. 32 y 33]                


No hacía falta evocar a Cervantes para llegar a esta conclusión ni para calificar a Zola como «portaestandarte francés del obscenismo literario»6. La ingenuidad del interview nos hace sonreír, pero indica la persistencia en 1895 de una polémica donde todavía encontramos actitudes de «combate». Un combate en el que se seguían confundiendo los molinos de viento con los gigantes, por lo menos en relación con una narrativa alicantina donde el naturalismo no aparece.

Un trabajo crítico publicado en Alicante sobre el naturalismo que tiene una cierta entidad es el de Juan Bautista Pastor Aicart, titulado La novela moderna7. Se trata de una recopilación de cartas dirigidas a J. Barcia Caballero durante los meses de la «cuestión palpitante». El autor adopta una postura radical frente a las tesis de la Pardo Bazán y, en general, frente a todos los partidarios del naturalismo. La grandilocuencia y el apasionamiento mostrados rebajan el nivel crítico del ensayo y su interés. Pero queda clara la postura de quien en nombre de la «Belleza y la Verdad», el tradicionalismo estético y, sobre todo, el cristianismo ataca al citado movimiento. El cual es definido así: «Una evolución oportunista del realismo, pesimista e inmoral en el fondo, antiestética en la forma y tendenciosa en sus fines» (p. 17). Los ataques contra la «procaz osadía pornográfica de Emilio Zola» y sus seguidores son tremendistas, pero comprensibles si atendemos a la siguiente declaración de principios de Pastor Aicart:

Idealista soy hasta los huesos, y por ende, enemigo encarnizado e irreconciliable de esa subversiva y provocadora bandería literaria, que, obligada a no respirar sino al lado de la materia y a explicar el drama de la vida humana por   —175→   medio del instinto ciego y la desenfrenada concupiscencia, quiere forzarnos en el último tercio de este siglo -no tan enclenque, tubercolósico y anémico como le pinta el más desconsolante pesimismo- a formar en la numerosa reata de enfermos y alienados de la simbólica familia de los Rongon [sic] Macquart, sin conceder a nadie mens sana in corpore sano.


[pp. 12 y 13]                


Los artículos de Francisco Figueras Bushell, periodista granadino afincado en Alicante, sobre Zola, Pardo Bazán y el naturalismo8 representan lo más sobresaliente del material aquí reunido. No estamos ante un crítico pintoresco como Fray Canelles, sino ante un conocedor de la novelística de su época y de la crítica sobre la misma. Sin embargo, no hemos encontrado referencias a sus textos en la bibliografía especializada, a pesar de la atención que dedicó a la Pardo Bazán y que el mismo Zola le contestara personalmente en 1884 con una carta que fue publicada tres veces en Alicante9.

A pesar de estas circunstancias, Figueras Bushell en nombre de «los derechos del buen gusto, de la decencia y de la moral», y desde la militancia en el liberalismo de la época rechaza radicalmente el naturalismo, centrándose en los autores citados. Acusa a Pardo Bazán por haber olvidado el arte de la cocina y de las cosas propias de su sexo para dedicarse a «las liviandades del naturalismo ruso o las repugnantes escenas del realismo francés», así como de ignorancia y falta de competencia crítica.

Zola no tenía la obligación de ser ante todo madre y esposa, pero no por ello se libra de las duras palabras de Figueras Bushell. Éste reconoce la fama y el mérito del novelista, pero le acusa de haber traicionado al verdadero naturalismo. Siguiendo una idea común en la crítica de la época, identifica a éste con el realismo, el cual es considerado como una escuela en la que entrarían desde Cervantes hasta Echegaray. Zola, según él, se ha apropiado de la misma aplicándole un criterio diametralmente opuesto, pues

[... ] relega el arte al último término, imprimiendo al realismo de sus producciones un carácter tan desnudo, y tan ceñido en todas sus obras a un mismo género, que rayando en la exageración y traspasando sin el menor reparo los límites del buen gusto, presenta el naturalismo bajo un nuevo prisma, pero falseando el verdadero carácter de esta escuela.


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También le acusa de no retratar fielmente la realidad global, limitándose «a poner de relieve los vicios más repulsivos y las llagas sociales más repugnantes». Por eso, Figueras no encuentra «en ninguna de sus obras el consolador espectáculo que tan fácil le sería proporcionarnos, presentándonos el cuadro de la honradez y del trabajo, del decoro y de la dignidad», lo que causa que sus novelas sean inútiles para la regeneración del país. Objetivo fundamental para una sociedad francesa que, a diferencia de la española, está desmoralizada y sin «religión en las escuelas». Esta razón explicaría, en definitiva, que el naturalismo zolesco triunfante en Francia fracasara en España.

Figueras Bushell termina sus trabajos dirigiéndose a las bellas lectoras, a las que invita a evitar todo contacto con las novelas de Zola, pues es necesario defender el candor, la inocencia, el pudor y la santa ignorancia:

Dejemos, dejemos a la mujer española que lea novelas insustanciales, sí, pero inofensivas; dejémoslas ignorantes de los abismos del vicio y de los detalles repugnantes de la crápula, dejémosla que sea el ángel del hogar, y evitemos con todas nuestras fuerzas que el perfume envenenado y caliginoso que emana en abundantísimos efluvios de las brillantes páginas de Emilio Zola, marchite la pureza de su alma, y lastime las fibras delicadas de la dignidad y del pudor.


Podríamos seguir citando textos contra el naturalismo publicados en Alicante, pero sería repetir lo que básicamente ya hemos leído10. El caso de Rafael Altamira, cuyos trabajos críticos aparecieron fuera de su ciudad natal, no es más que una excepción que supera los límites del ambiente literario provinciano. Sería absurdo estudiar la obra del insigne polígrafo como consecuencia o en relación con dicho ambiente. Éste producía actitudes como las ya vistas u otras más matizadas donde un idealismo de base moral y religiosa no daba paso a los tonos apocalípticos. Pero en ningún caso hay un interés por lo estrictamente literario, pues se seguía considerando la obra como vehículo de adoctrinamiento, de propaganda o de incitación al lloriqueo femenino. Esta subordinación de lo literario puede provocar actitudes de rechazo ante un nuevo movimiento, pero nunca el mínimo debate capaz no ya sólo de propiciar la entrada del naturalismo, sino casi de cualquier corriente que contuviera elementos innovadores.

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Esta ausencia de debate es, por otra parte, propia de unos autores aficionados cuyos objetivos son a menudo más dignos de un estudio sociológico que literario. Para cumplir dichos objetivos podían valerse de formas narrativas anacrónicas para la época, pero vigentes dentro del mundo pequeño y cerrado donde se desenvolvían. La literatura local se convirtió por entonces en un ritual donde no cabían las innovaciones, sin atender al carácter peculiar de las mismas. El naturalismo no sólo suponía una innovación, sino una ruptura con la función otorgada al literato. Y de ahí en parte lo visceral de las respuestas negativas.

Por otro lado, la influencia de la prensa y, en última instancia, de la opinión pública, contribuiría también en el rechazo al naturalismo. Clarín y Pérez Galdós publicaron sus obras maestras en los folletines de los periódicos, pero la prensa de las grandes ciudades difería notablemente de la de provincias. El caso de la novela titulada ¡Una mártir!11, de Manuel Casal, resulta significativo. A pesar de ser una ortodoxa y folletinesca apología del cristianismo, los lectores de La Monarquía de Alicante consiguieron que no se terminara su publicación porque el joven autor había introducido como protagonista a un cura con una hija. De hecho se perdieron el edificante final, pero esta negativa a introducir el «vicio», aunque sea para moralizar, ejemplifica la mentalidad de la época. Ésta también queda reflejada en los temas propuestos para los múltiples certámenes literarios auspiciados por instituciones oficiales o privadas. En los mismos, dedicados siempre a ensalzar la belleza de la mujer local como esposa y madre, o a rememorar a los héroes locales, cualquier atisbo de naturalismo hubiera resultado insólito. Tengamos en cuenta que la prensa y estas celebraciones eran casi los únicos medios de aquellos literatos para darse a conocer y comprenderemos mejor su postura. No pensemos que fueran cínicos en su rechazo, ni mucho menos, pero tampoco tenían otra posibilidad salvo que salieran de Alicante para publicar.

Por otra parte, el rechazo del naturalismo no se extiende explícitamente al realismo. En ocasiones, incluso se hace una distinción contraponiendo lo foráneo del primero frente a lo tradicional del segundo. Pero esta postura nos puede conducir a engaños, pues resulta más aparente que real. Si examinamos los comentarios, veremos que no se rechaza lo peculiar de la estética naturalista. Sólo se cita negativamente la incorporación de unas parcelas de la realidad que no se ajustan   —178→   a los intereses de los autores alicantinos. Para ellos, la verdadera cuestión no es el cómo de esa incorporación, sino el qué. Una cuestión que, en última instancia, afecta por igual a ambos movimientos literarios. La consecuencia es que el realismo queda implícitamente incluido en esta actitud negativa, lo cual contribuye a que comprendamos la ausencia simultánea de ambos movimientos en la narrativa alicantina.

Sabemos que este frente antinaturalista, en conjunción con el ambiente provinciano, ahogó cualquier intento de crear una narrativa naturalista o realista. Recordemos el caso de Clarín12 y comprenderemos hasta qué punto las presiones serían ciertas. Pero nos queda la duda de saber hasta qué punto influyeron en las lecturas de los alicantinos. Esta cuestión, no obstante, sería objeto de un trabajo específico que se debería engarzar con otros de parecida índole y que espero ver realizados próx imamente.





 
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