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Rápida ojeada sobre la naturaleza y el origen de la poesía

I. R. Gondra





No es tan fácil, como se cree a primera vista, dar una definición exacta de esta parte de la literatura. Platón creyó encontrar su esencia en el entusiasmo, y Martínez de la Rosa opina que el fundamento de la diferencia entre el lenguaje poético y el prosaico consiste en que al poeta se le supone inspirado, arrebatado de entusiasmo, y deseoso de pintar los objetos de la imaginación, mientras que el prosador discurre y sólo intenta convencer; pero es constante que no hay pintura de mérito, ni animada escultura, ni arte liberal alguno que no contenga también esa especie de furor divino, aunque pasajero, que produce tan maravillosos efectos, y que el orador puede elevar su tono a fuer de poeta sin semejarse a un delirante. Si un moralista puede decir con gravedad (como se expresa Martínez de la Rosa), que los ambiciosos desprecian la muerte, no podría tenerse por delirio el que un orador tomase la expresión con que vierte el mismo concepto el célebre Rioja en su Epístola moral a Fabio,


y la ambición se ríe de la muerte

Idea grande, terrible, y expresada con una sola pincelada; pero que en manera alguna desdice del lenguaje elocuente del orador.

Las imágenes, las figuras y las metáforas en las que algunos literatos han querido reconocer todo el carácter de la poesía, forman el adorno, pero no el lenguaje de los dioses; y la prosa también reclama el brillo de esos coloridos, de los que saca a veces la elocuencia una gran parte de su varonil y mágico poder. Las ficciones tampoco son el constitutivo de la poesía; porque los romances, escritos por lo común en prosa, viven y se nutren de estos mismos elementos: cuando por otra parte la verdadera poesía rechaza la falsedad, o si la admite es en detrimento suyo, cuando se ocupa de los acontecimientos contemporáneos, de los objetos filosóficos, de los rasgos históricos. Además, la ficción, las fábulas de la mitología, o el uso de seres sobrenaturales tomados de una religión cualquiera, no pueden permitirse en la comedia o en la sátira, las que en ese caso se verían excluidas del dominio del poeta.

Un sano juicio finalmente no puede confundir la versificación con la poesía. Aquella es una mera forma exterior, un vestido o follaje que puede realzar pero no constituir a la segunda. Así vemos que la prosa sin el socorro de la medida y la cadencia, rivaliza en sentimientos, en imágenes, en fuego y armonía con la poesía más sublime, más elevada y más encantadora: y la rima o la medida es el lenguaje que da a conocer, pero que no constituye la música sonora de la poesía, ni los ecos celestiales de las musas. El mismo Martínez de la Rosa hablando de la versificación, se expresa de este modo:


Cual con mármol precioso o duro bronce,
no con plebeyo barro o blanda cera,
       a la bella natura
imita el escultor, dándole gloria
los obstáculos mismos que supera;
tal con habla elevada, rica y pura,
       imítala el poeta,
y las voces indóciles sujeta
del rigoroso verso a la mensura:
de do nace la música sonora
del habla de las Musas soberana,
y la interna dulzura encantadora
que colma de deleite a los mortales
al escuchar sus ecos celestiales.

Pero aún más claramente confiesa en otra parte que aunque es muy distinto el lenguaje poético del de la prosa, también es cierto que no han llegado a señalarse con exactitud los límites respectivos de uno y otro, cuál hubiera acontecido si otros ingenios hubiesen continuado el propósito en que tanto se esmeraron Garcilaso y Herrera. En efecto, difícilmente podría tirarse una línea divisora entre el lenguaje poético y el prosaico, especialmente de algunos autores latinos: Tito Livio excede muchas veces a Virgilio, si se ponen en paralelo algunas de sus felices comparaciones y de sus animadas pinturas; y entre los modernos el Telémaco de Fenelón y Las Mártires de Chateaubriand no ceden la ventaja a la poesía más sublime en lenguaje rimado.

¿No podría por lo mismo decirse que la poesía es la imitación creadora de la naturaleza que se hace más comúnmente por medio de discursos elevados divididos en porciones medidas o simétricas? Sin atreverme a sostener la exactitud de esta definición, me contentaré para explicarla, con marcar el distinto modo de imitar a la naturaleza que observan el orador, el historiador y el poeta. Los dos primeros reciben su asunto completo y ya formado; encadenados por él y obligados a seguir paso a paso el orden de los acontecimientos, a excepción de algunas hábiles trasposiciones, de algunos felices artificios para renovar la trama interrumpida por un momento, no pueden crear en su obra sino los movimientos, las formas, las reflexiones y el estilo; el poeta por el contrario, inventa o escoge su asunto, fija una idea en grande, traza el plan en que domina este modelo ideal, cría una acción, la fecunda por medio de los pormenores que le proporcionan la verdad o la imaginación, pinta los caracteres de las pasiones, produce los contrastes, adapta las comparaciones, y no cesa por último de crear imitando a la naturaleza ya en lo físico, ya en lo moral.


Así el habla poética hace alarde
de libertad, de gala, de grandeza;
y a la prosa humillando, el sobrenombre
mereció de divina cual si fuese
inspirada del cielo al débil hombre.

Y en sus anotaciones a la poética, el citado Martínez de la Rosa se expresa de este modo: «La cualidad característica del poeta, y la que le distingue del versista, es que el primero inventa, crea, pinta; el segundo expone meramente pensamientos comunes, ensartando palabras arregladas a cierta medida.»

«La poesía, así como las demás artes imitadoras, se propone por modelo a la naturaleza; y del mismo modo que la escultura no malgasta el mármol, ni la pintura sus colores para representar cualquier objeto innoble o defectuoso; la poesía que se vale para sus imitaciones del discurso elevado y armonioso, no copia a este o aquel individuo particular cual existe realmente, sino que escoge las cualidades repartidas en muchos, y forma con su conjunto un modelo ideal, hermoseando de este modo a la misma naturaleza.»

Podría decirse que la poesía didáctica, la descriptiva y la filosófica forman una excepción de la regla general, o que al menos no suponen todas las condiciones que exigen las otras especies de poesías; pero yo me atrevería a responder; que el poema didáctico, por su naturaleza misma, tiene necesidad de un modelo ideal y de una invención singular en su orden y su forma: las que, si por desgracia le faltan, será preciso buscar la falta en el genio estéril del poeta: el gran secreto de dar valor a un poema de esta clase, sólo consiste en proporcionarle todo lo posible el interés del drama.

En la poesía descriptiva el poeta inventa también, porque escoge, aproxima y crea las oposiciones mezclando hábilmente seres animados, o tiernos recuerdos de la vida en medio de las brillantes descripciones de la naturaleza.


……………….. sin que del arte
el duro anhelo ni el afán se vea:
desdeñando sacar una vil copia
con baja esclavitud, libre campea
el genio creador; compara, elige,
forma de mil objetos una idea;
y ornando a su placer su propia hechura,
       émulo de natura
la iguala, la corrige, la hermosea.

Más si fríamente el poeta se limita a copiar sus cuadros áridos, y a pintar con mezquina fidelidad sus paisajes sin adelantar ni producir por sí mismo un nuevo interés, su obra no será la de un poeta.


El público, cual yo, pide a las Musas
sentir, gozar, ver vivos los objetos;
no asistir a la triste anatomía
de fríos y desnudos esqueletos.

Valiente expresión de Martínez, porque en efecto, alrededor del poeta todo debe disfrutar de vida, los fósiles lo mismo que los metales, las montañas al par que las flores, y los pequeños insectos al lado de los globos celestes. Jamás mueren aquellos objetos que han sufrido o que van a sufrir la descomposición para proporcionar sus elementos a otros cuerpos que aguardan el instante de salir de la nada para venir a ocupar su lugar en el universo. Pero, ¿cuántos poemas descriptivos dejan entrever la ausencia de una creación y cuán pocos presentan un plan hábilmente concebido dentro de límites tan grandiosos como inviolables? Tal es en breve la sublime naturaleza de la poesía, cuyo origen por lo mismo acaso data desde la existencia de la imaginación primera que pudo imitar a la naturaleza recién nacida.

El instinto, la facultad y el gusto de la música han sido presentes que sabia naturaleza prodigó al hombre; pero este instinto, aquella facultad, y el gusto armónico dormían en ellos como sus otros atributos, y podría asegurarse que esa multitud de cantores del aire que la creación ha extendido por todas partes encantando al universo con sus conciertos, fueron los primeros que lo despertaron de su dueño. Los armoniosos pájaros han sido sin duda los primeros maestros de música del hombre: la vocación de este, si así puede llamarse, unida a la inclinación de imitar inherente a su existencia, lo excitaron a producir sonidos armónicos, expresiones medidas, y bien pronto se vio impulsado a aplicar al canto las palabras que observaban alguna cadencia. Tradiciones constantes nos confirman este hecho, así como la rapidez de sus progresos; porque todos los pueblos, y aun los salvajes mismos, dice Marmotel, cantan y danzan con medida, y arreglan sus movimientos a cierta especie de armonía. Pero la medida y la cadencia no constituyen, como he manifestado, sino una sola parte de la poesía; los demás elementos que la componen, las valientes figuras, las metáforas adecuadas, las diferentes imágenes, los movimientos apasionados saltan de la imaginación conmovida por grandes y admirables espectáculos, brotan de un corazón enardecido por toda la energía de las pasiones, y se precipitan del fondo de un genio atrevido que no encuentra dique bastante a contener sus sublimes concepciones.

Todas las ciencias humanas parece fueron depositadas en el tesoro de las musas de donde cada nación ha tomado a su vez su primera instrucción positiva; y ellas marcan la edad segunda de la civilización en la época en que los oráculos, los sacerdotes, los legisladores y los jefes de tribus hablaban en verso con aquella enérgica precisión que distaba ya tanto del tono figurado de la primitiva poesía; y cuando los primeros elementos de la existencia de los pueblos grabados en sus corazones por medio de un armónico lenguaje llegó a hacer más severa esta enseñanza y más propia para los pensamientos graves, dieron principio a formar su historia nacional los persas y los árabes, los griegos y los romanos, los escitas y los godos, los celtas y los galos. El metro con su precisión y su cadencia conserva fielmente las cosas que marca con su sello; así nos lo acreditan esos cantos populares que no mueren jamás, y que repiten las generaciones unas tras otras sin alteración.

Así es preciso confesar que la poesía es tan antigua como el mundo. En vano Marmontel en un artículo de sus Elementos de literatura, lleno por otra parte de observaciones juiciosas, deducidas de un conocimiento profundo de las cosas, se empeña en colocar en la Grecia la cuna de la poesía; los esfuerzos de su imaginación brillante sólo penetran una hipótesis desmentida por testimonios intachables. Nacida con el hombre la poesía, siempre ha sido cosmopolita, y ninguna nación puede reclamar su nacimiento. La Biblia demuestra con muchos ejemplos, que la poesía hebrea que parecía tener un carácter exclusivo y particular, ni debe su creación a Moisés, ni pertenece por entero al pueblo de Israel. Bastaría para probar esta verdad recordar las memorias del Egipto cuya lengua jeroglífica presenta tanta semejanza con la poesía oriental; un trozo de estos jeroglíficos acaba de leerse por los sabios anticuarios de la expedición a Egipto en el templo de Tebas. Esa misma poesía primitiva con todo su calor y sus hipérboles se conservó por muchos siglos entre los antiguos mexicanos cuya escritura jeroglífica, no hablando sino por imágenes, parecía la más adecuada a esa especie de poesía, y los primeros poetas finalmente, han sido en todos los países los cantores del heroísmo, los preceptores de la moral, los historiadores de lo presente y lo pasado, así como los profetas de lo futuro.

Todo lo que ha llegado hasta nosotros sobre el origen de la civilización de las naciones, atestigua también que la poesía precedió siempre a la prosa. Ocho siglos después de Orfeo, y cuatro después de Homero, apareció por primera vez la prosa en las pequeñas composiciones llamadas fábulas.

El canto hizo nacer los versos: la poesía lírica o las cantatas reconocen los mismos caracteres. Los tipos esenciales de la poesía oriental pertenecen a las composiciones más antiguas de todos los países, y la diferencia del clima no ha producido ciertamente su suavidad o su dulzura, y el aspecto salvaje o risueño de las campiñas, la proximidad o distancia del sol, la pobreza o pródiga fecundidad de la tierra no han sido bastantes para modificar la poesía o para imprimir en ella diferencias características. La alegre y florida Italia, y la triste y sombría Inglaterra, han producido poetas de una imaginación igualmente exaltada y terrible. Dante debió su genio a las desgracias del destierro, a los resentimientos profundos, a los éxtasis tormentosos de una primera pasión, a las calamidades de la Italia, al choque de los vicios, al huracán de la guerra civil que destrozaba sus repúblicas, y al imperio de las ideas religiosas en un siglo persuadido de la proximidad del fin del mundo. La revolución y las discordias intestinas de Inglaterra, un furor de libertad y de abandono, los puritanos y los caballeros, Carlos I y Cromwell, el entusiasmo religioso y el político, la memoria de las delicias conyugales, y la Biblia y Homero, consuelos sublimes para un genio que se extasiaba con aquella, y que se elevaba con este a las más altas regiones, produjeron a Milton, y la Italia y la Inglaterra presentaron al mundo el poema del Infierno, el Paraíso perdido.

La música y la poesía caminaron a la par en un principio, formando la época de la omnipotencia del corazón humano tan fecunda en bellezas y prodigios. Se las veía en el oriente, en la Caldea, en el Egipto y en la Grecia, siendo intérpretes del cielo y de la tierra, sirviendo de instrumentos y custodios del gobierno, y desempeñando fielmente el encargo de conservar todos los sentimientos generosos, y de multiplicar las acciones heroicas.

Muy pronto la poesía adquirió el carácter de sentenciosa, y logró comprender en términos concisos aquellos proverbios en que se mira comprendida la sabiduría de las naciones, formando aquel lenguaje común que reproduce entre ellas, casi bajo la misma forma grave y sonora, las máximas eternas de la moral, y los preceptos de la justicia que grabó sabia naturaleza en el corazón de todos los hombres para formar la conciencia del género humano.

La poesía oriental, la de los hebreos y la griega, se dedicaron a dar a conocer la vida, las costumbres, las virtudes y vicios de los hombres, a dirigirse a la deidad, a sobreponerse a la fortuna, y a hacer oír el grito vencedor de la verdad a través del tumulto de las pasiones. Ellas en fin, aplicaron la encantadora fuerza del ingenio a los estudios y a los objetos útiles, explanaron los sistemas del universo remontándose al origen y a la causa de los seres, examinándolas minuciosamente por medio de investigaciones profundas, sin sujetarse a la autoridad humana, sin respetar preocupación alguna, y sin separarse jamás del grandioso y sublime objeto de disipar las tinieblas de la ignorancia, descorriendo el oscuro y denso velo de la superstición y el despotismo.

Tal es el bello, el sublime origen, la antigua cuna del idioma de los dioses, de la inmortal poesía.





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