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El palco del Real

Juguete cómico en un acto y en prosa

Celso Lucio

Enrique García Álvarez


[Nota preliminar: Edición digital basada en la edición de Madrid, R. Velasco, 1904. Esta edición ha sido cotejada con la que Eduardo Pérez Rasilla ha realizado en Antología del teatro breve español: 1898-1940, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 161-197.]

Portada



PERSONAJES
 

 
BASILISA.
GLORIA.
VIRGINIA.
PEPA.
CÉSAR.
ARTURO.
DON SATURIO.
JACOBITO.
 

Época actual.

 




ArribaActo único

 

Comedor de una casa muy modesta. Mesa en el centro, aparador platero, cuadros, sillas de paja, etcétera. Dos puertas al foro practicables. A la derecha, balcón, también practicable.

 

Escena I

 

Al levantarse el telón, la escena está sola. Poco después, BASILISA, GLORIA y CÉSAR, por la puerta del foro.

 

BASILISA.-    (Dentro.)  Usted lo pase bien, marquesa.

CÉSAR.-  A los pies de usted, marquesa.

GLORIA.-  Adiós, señora marquesa.

 

(Casi simultáneamente los tres. Se oye cerrar una puerta. Dentro.)

 

Adiós, adiós, abríguese. ¡Cuidado con las escaleras!

 

(Entran los tres en escena.)

 

BASILISA.-  ¡Pero, César, has visto!

CÉSAR.-  Hija, un encanto, ¡un verdadero encanto!

GLORIA.-  ¡Ay, mamá, qué alegría!  (Besándola.) 

BASILISA.-  Si ya te lo decía yo siempre... Roce, roce con gente que pueda dar algo.  (A CÉSAR.)  Anda, tú sal al balcón, hombre, y dale el último adiós. No estás en nada.

CÉSAR.-  ¡Ah, sí, tienes razón!

BASILISA.-  Levántate el cuello.

GLORIA.-  Papá, la gorrita.  (Dándosela.)  No te vayas a constipar.

CÉSAR.-  Trae.  (Se pone la gorra.)  Y el pañuelo.

BASILISA  Anda, hombre, déjate de pañuelo.  (Empujándole.) 

CÉSAR.-   (Abre el balcón.)  ¡Uff! ¡Caracoles!  (Vuelve a cerrar.) 

BASILISA.-  ¡Que se va a ir, hombre!

CÉSAR.-  Voy, voy.  (Abre y cierra en seguida, después de haber dicho muy fuerte: «Adiós, señora marquesa».)  ¡Recorcholitos, qué frío hace! Ya os podéis abrigar mucho, porque va a hacer una nochecita de prueba; ¡pero qué demonio!  (Cantando.)  Los peligros no me arredran.  (Transición.)  Bueno, pues ya lo sabéis, esta noche la distinguida familia de don César Menéndez ocupará en el Real un palco platea; creo que es platea, esperarse.  (Registrándose.)  ¿Dónde he puesto yo el palco?

BASILISA.-  ¡César!

GLORIA.-  ¡Papá!

CÉSAR.-  No asustarse, hombre. ¡Ah! Aquí está; efectivamente, un palco platea, propiedad de la señora marquesa viuda de Valdespinazo. ¿Eh?

GLORIA.-  ¡Poquitas envidias que vamos a dar! ¡Ay, qué gusto!

BASILISA.-  ¿Lo ves, lo ves, te convences ahora de lo que es salir los veranos, visitar los balnearios elegantes y codearse con lo mejorcito de la grand monde?

CÉSAR.-  Bueno, pero vamos a ver, el haber ido el verano pasado a Aguas Tibias, ¿a quién se lo debemos?

BASILISA.-  A don Faustino el prestamista.

CÉSAR.-  Eso es, a don Faustino el prestamista y a mi dolor de estómago. ¿De dónde, si no, hubiéramos conocido a esta señora marquesa?

BASILISA.-  Que es de la más rancia aristocracia, no se te olvide.

CÉSAR.-  Ya lo creo.

GLORIA.-  Y tan simpática. ¿Verdad, mamá?

BASILISA  Y tan amable.

CÉSAR.-  Y tan rancia, ¡porque, cuidado que debe ser rancia!

BASILISA.-  Como que a mí me ha dicho que desciende por línea directa de los Lacerdas.

CÉSAR.-  No, no, tú has entendido mal. Ésta es de la rama de los Ruiz-Pérez. Lacerda era su abuela.

GLORIA.-  ¡Pobrecilla, y cómo se ha acordado del ofrecimiento que nos hizo en el balneario!

BASILISA.-  Tú siempre la estabas mareando con el Real.

GLORIA.-  Como que nunca lo he visto. ¡Debe ser bonito!

CÉSAR.-   (A BASILISA.)  ¡Bonito, tú!

BASILISA.-  Hija, eso es de lo que no hay. Recuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo la última vez que estuvimos hace veinte años.

CÉSAR.-

¿Te acuerdas, Basi? Hacían Rigoletto.  (Cantando.) 

La dona es un mueble...

BASILISA.-  Calla, hombre, calla.

GLORIA.-   (Riéndose.)  ¡Por Dios, papá!

CÉSAR.-  ¡Oh! ¡Qué voz, qué voz la de aquel tío! ¡Cómo subía! ¡Y qué conjunto el de la sala! Las luces quebrándose en las aristas múltiples de las piedras preciosas; los rostros angelicales de las damas, en sus movimientos nerviosos que simulaban un oleaje de nácar; las blancas pecheras revoloteando como inocentes mariposillas en derredor de las hermosas que semejan flores colocadas en artístico bouquet; el canto dulce de los artistas; la luz, los colores, la armonía. ¡Ah! Parecía que estábamos en el paraíso.

BASILISA.-  ¿Pues dónde estábamos?

CÉSAR.-  Ya lo sé que estábamos en el paraíso, pero en delantera.

GLORIA.-  Pues figurarse lo lindo que será todo esto visto desde un palco platea, sin molestias de nadie.

CÉSAR.-  La desnivelación, hija, ya verás: todo lo que te digamos resulta pálido ante la fastuosidad del Real. ¿Verdad, tú?

BASILISA.-  Como que yo no me explico el por qué en Madrid no hay dos Reales.

CÉSAR.-  Descuidos del Gobierno. Bueno, pero vosotras no os acordáis de que van a dar las siete y tenemos que hacer una infinidad de cosas.

GLORIA.-  Tienes razón.

CÉSAR.-  Vosotras tenéis que pensar en vuestra toilette.

BASILISA.-  De eso no te preocupes; nosotras estamos arregladas en seguida. Tú eres el que tienes que pensar en quién puede prestarte el frac, porque sin frac no sueñes en acompañarnos. Mira, te lo puede dejar tu primo Gonzalo.

GLORIA.-  Es verdad, porque el año pasado iba de frac en la procesión del Corpus.

BASILISA.-  Como que es hermano mayor de una Congregación.

CÉSAR.-  ¿Y no me estará pequeño?

BASILISA.-  ¿Cómo te va a estar pequeño si es de un hermano mayor?

CÉSAR.-  Bueno, bueno; mandaremos a la criada por él. Pero ahora que caigo, ¡demonche! ¡Yo no puedo ir!

BASILISA.-  ¿Por qué?

CÉSAR.-  Porque no tengo botas de charol.

GLORIA.-  Es verdad, ¡qué fastidio!

CÉSAR.-  ¿Cómo me presento yo en un palco del Real con botas de becerro?

BASILISA.-  ¡Qué barbaridad! Como que será el único becerro que habrá en el teatro. Además, que como no vas a sacar los pies por el antepecho, nadie va a saber de qué llevas las botas.

CÉSAR.-  También tienes razón.

GLORIA.-  Bueno, pues no hay tiempo que perder; mamá, vamos a ir arreglando las cosas, que se hace tarde.

BASILISA.-  Ve sacando el traje malva mío, y el rosa tuyo, que yo los arreglaré en un periquete.  (GLORIA se va dando saltos.) 



Escena II

 

Dichos, menos GLORIA.

 
CÉSAR

 (Cantando.) 

¡Oh, paradiso de londi!

BASILISA.-  Tú, paradiso, bien podías ir limpiando las botas para que disimulen.

CÉSAR.-  Ahora voy; antes permíteme ver la ópera que cantarán esta noche.

BASILISA.-  Aquí tienes La Correspondencia. Míralo.  (Dándosela.) 

CÉSAR.-  Venga, vamos a ver qué ópera vamos a escuchar esta noche desde nuestro palco platea.  (Leyendo.)  «Catástrofe en Chicago». «Venecia en ruinas».

BASILISA.-  Atrás, hombre, atrás.

CÉSAR.-   (Sigue leyendo.)  «La Margarita en Loeches».

BASILISA.-  ¡No tan atrás, hombre!

CÉSAR.-   (Lee.)  «Cura en dos días». ¡Qué carrerita más corta!  (Lee.)  «La Bolsa». «La Vida, sociedad de...». «Espectáculos». Aquí está, aquí está.  (Lee.)  «Real, no hay función». ¡No hay función! ¡¡Caracoles!!

BASILISA.-  ¿Dice eso?

CÉSAR.-  Que no hay función, ya lo oyes.

BASILISA.-  ¡Pero, será posible! Trae aquí.  (Le quita el periódico. Fijándose en la fecha.)  Pero si hoy es sábado y esta Correspondencia es del jueves.

CÉSAR.-  A ver la de anoche; ¿dónde está la de anoche? Que me traigan la de anoche.

BASILISA.-  Toma, calamidad.  (Dándole otro periódico.)  Toma.

CÉSAR.-   (Leyendo.)  A ver. «Hoy sábado, veintiocho». Ésta es, ésta es.  (Cantando.) 

BASILISA.-  Vamos, hombre, déjate de música.

CÉSAR.-  Real.  (Leyendo.)  «No se ha recibido el anuncio». Esta ópera debe ser nueva.

BASILISA.-  Mira, lo de menos es la ópera; lo principal es lucirse. Que nos vean, que nos comenten, que atraigamos las miradas de la distinguida concurrencia; porque las atraemos, no te quepa duda.

CÉSAR.-  ¿Pero tú qué vas a atraer con esa cara de langostino?



Escena III

 

Dichos y GLORIA.

 

GLORIA.-   (Entrando.)  Mamá, aquí está todo.

BASILISA.-  Anda, coge las tijeras y vamos a descotar los cuerpos.

GLORIA.-  Oye, mamá, invitaremos a Arturo.

BASILISA.-  ¡Pues no faltaba más!

GLORIA.-  Al fin se le va a lograr que vayamos una noche con él al teatro. ¡Mira que nos lo ha propuesto veces y nada!

BASILISA.-  Sí, pero nunca nos traía localidades.

GLORIA.-  Es que es muy corto.

BASILISA.-  Corto, corto.

GLORIA.-  Mamá, que estás cortando demasiado.

CÉSAR.-   (Que se habrá sentado a la mesa a escribir.)  Oye, Basilisa.

BASILISA.-  ¿Qué quieres?

CÉSAR.-  Estoy en una duda horrible, porque si digo a mi primo que vamos al teatro, me parece una grosería no invitarle, y si le invito, yo le conozco, y sé que se nos encaja en el palco.

GLORIA.-  Y lo peor no es que se nos encaje, sino que comience a decir haiga, junción, menistro y diferiencia.

BASILISA.-  Dile que vas a ser padrino en un bautizo y que te hace falta.

CÉSAR.-  ¡Quia, yo no le digo eso!

BASILISA.-  ¿Por qué?

CÉSAR.-  Porque puede temer que me lo estropee el niño.  (Como a quien le sugiere una idea de pronto.)  ¡Calla, ya sé lo que le voy a decir!  (Se pone a escribir en seguida.) 

GLORIA.-  Mamita, ¿te parece que descote más?

BASILISA.-  No, así queda perfectamente.

GLORIA.-  ¡Ay, pero qué requetemonísima voy a estar! Aquí dos camelias sujetas coquetonamente en este encaje. Y aquí un puf. ¡Divino, divino!

BASILISA.-  Vamos, niña, déjate ahora de coqueterías.

CÉSAR.-   (Dejando de escribir y dirigiéndose a BASILISA y GLORIA.)  Ya está. Vamos a ver lo que os parece.  (Lee.)  «Querido primo: después de saludarte y ponerme a los pies de tu señora...».

BASILISA.-   (Interrumpiéndole.)  ¡Señora, señora, más valiera que en vez de ir a procesiones, legalizara su situación para no abochornar a su familia!

CÉSAR.-  Calla, que ya le tiro aquí una puntadita.  (Leyendo.)  «Después de saludarte y ponerme a los pies de tu señora, que lo será, Dios mediante, me permito molestarte una vez más abusando de tu infinita bondad para conmigo. Si te es fácil, y no tienes compromiso ninguno, ¿me puedes enviar tu traje de frac con la dadora?, pues mañana tengo precisión de servir de testigo en un juicio de faltas y lo necesito. Afectuosos recuerdos de Basi y Gloria; vuélveme a poner a los pies de tu señora, etcétera, etcétera, y manda a tu primo que te quiere, César». ¿Eh?

BASILISA.-  Está muy bien.

CÉSAR.-  Yo creo que me lo manda.

BASILISA.-  Y a propósito. Ayer nos ha mandado la cuenta.

CÉSAR.-  ¿Y qué importa?

BASILISA.-  Treinta y siete duros.

CÉSAR.-  No, si digo ¡que qué importa! Si por ahora no podemos pagársela. Que espere a que ascienda. Bueno, voy a mandarle la tarjeta. Pepa, Pepa.  (Llamando.) 



Escena IV

 

Dichos y PEPA, criada.

 

PEPA.-   (Desde la puerta.)  ¿Qué?

CÉSAR.-  Si me gusta esta chica es por lo bien educadita que está. Oye, ven acá.

PEPA.-   (Se acerca muy descocada.)  ¿Es pa otro recao?

BASILISA.-  Oiga usted. Tenga usted mejores modales, que no está usted en ningún bodegón, ¿eh? ¡Pues hijo, no faltaba más!

GLORIA.-  Déjala, mamá; si la pobre no da más de sí.

PEPA.-  Bueno, ¿cai que hacer?

CÉSAR.-  Mira, te vas a la tienda de mi primo, le entregas esta tarjeta y le dices...

PEPA.-   (Interrumpiendo.)  Sí, ya lo sé, que lo ponga en la cuenta.

CÉSAR.-  No, hombre, no; le dices que esperas contestación, y traes con mucho cuidado lo que te dé. Procurando no mancharlo, ¿sabes?

PEPA.-  Bueno, bueno; y de paso traeré el aceite.

CÉSAR.-  ¡No, hombre! El aceite lo traerás mañana.  (Suena la campanilla dentro.)  Anda, abre, y ya estás aquí.

 

(Mutis PEPA.)

 

GLORIA.-  ¡Debe ser la vecinita!

BASILISA.-  Pues menuda dentera le va a dar cuando le digamos que vamos al Real, ella que se pirra por exhibirse.



Escena V

 

Dichos y VIRGINIA1.

 

VIRGINIA.-  ¿Se puede?  (Entrando.) 

GLORIA.-  Adelante.

BASILISA.-  Pase usted, Virginia.

CÉSAR.-  ¡Oh, cheleste Aida, oh!

VIRGINIA.-  ¡Caramba, qué contento está usté, don Sésar!

CÉSAR.-  ¡Ah, amiga mía, no es para menos!

VIRGINIA.-  Las veo a ustedes muy trabajadoras.

BASILISA.-  Estamos dando los últimos toques a los trajes que vamos a llevar esta noche.

VIRGINIA.-  Alguna reunionsilla, ¿eh?

BASILISA.-  No, señora.

VIRGINIA.-  ¿Visita de confiansa?

CÉSAR.-  ¡Quia! ¿A que no acierta usted dónde vamos esta noche?

VIRGINIA.-   (Aparte.)  Como no sea a velar a un enfermo...

CÉSAR.-  ¡Vamos al Real!

VIRGINIA.-  ¡Ah, sí, a ver salir la gente!

BASILISA.-  No, señora, no gustamos de esos espores nocturnos.

GLORIA.-  A un palco platea del Real.

BASILISA.-  Que nos ha cedido nuestra íntima amiga, casi nuestra hermana, la marquesa de Valdespinazo.

VIRGINIA.-  ¿Valdespinazo? ¡Ah! Sí, sí; la oí nombrar mucho a mi difunto. Creo que es un título pontifisio.

BASILISA.-  ¿Cómo pontifisio?

VIRGINIA.-  Sí, de ésos que se compran.

BASILISA.-  Pero, señora, ¿qué ha de ser comprao? ¿No ha oído usted que es de Valdespinazo? Éste es un título heredado y de los más antiguos; no puede usted figurarse los años que lleva usándose el espinazo.

VIRGINIA.-  ¡Ay, hija! Pues la verdad, les envidio a ustedes, porque la música es una de mis debilidades. Me muero yo por la música.

CÉSAR.-  Choque usted. Es usted de los míos.

VIRGINIA.-  ¿También es usted amaterr?

CÉSAR.-  Más que amaterr, disloqueterr.

VIRGINIA.-  Pues si usté hubiera conosío a mi pobresito Teodosio, que su gloria haya... Aquello era el delirio. ¡Qué memoria! ¡Qué voz! ¡Qué oído!

CÉSAR.-  ¡Ah!, ¿pero cantaba?

VIRGINIA.-  En afisionaos. Fue dos años sosio de la «Bambalina Lírica».

BASILISA.-  También a este señorito le engatusaron unos cuantos jóvenes para formar una sociedad, y le llevaron siete duros y medio por sacar un vaso de agua.

CÉSAR.-  Perdona, eso fue en el fin de fiesta, pero en cambio en el Tenorio, recordarás que hice un maldito.

VIRGINIA.-  ¡Uy, un maldito! ¿Qué personaje es ése?

CÉSAR.-  Sí, hija, sí; ¿no recuerda usted cuando en el primer acto exclama don Juan Tenorio: «¡Cuál gritan esos malditos!»? Pues uno era yo. Total, que hice dos papeles.

BASILISA.-  ¡Hiciste tres! Esos dos y el ridículo.

CÉSAR.-  ¿Pero ve usted, Virginia, qué piropitos?

VIRGINIA.-  To eso es cariño, don Sésar, cariño na más.

BASILISA.-  Bueno, esto ya está. Anda, Gloria, llévate esto a tu alcoba y déjalo todo preparado para vestirnos en seguida. Yo voy a ir sacando la sopa, y tú, César, ve poniendo la mesa; Virginia es de confianza.

VIRGINIA.-  Hija, pues no faltaba más. Anden ustedes a lo que tengan que hacer, yo echaré una manita a don César.

 

(Mutis BASILISA y GLORIA.)

 


Escena VI

 

VIRGINIA y CÉSAR.

 

CÉSAR.-   (Cogiéndole una mano.)  «Nunca se vio caballero de damas tan bien servido».

VIRGINIA.-  ¡Ah! ¿Hijo, es usted poeta?

CÉSAR.-  Es que usted me inspira unas cosas que... Voy por el mantel.  (Saca el mantel del aparador cantando.)  «Arenal de Sevilla, mamita, torre del oro». Coja usted de esa punta...  (Cantando también.) 

VIRGINIA.-  Traiga usted.  (Poniendo el mantel.)  ¡Ajajá!

CÉSAR.-  Virginia.  (Llamándola.) 

VIRGINIA.-  ¿Qué?

CÉSAR.-  ¿Quiere usted hacer el favor de quitar esa arruguita?  (VIRGINIA estira el mantel.)  No, si es esa arruguita del entrecejo, que parece que está usted enfadada.

VIRGINIA.-  ¿Enfadá? ¿Pero usted cree que puede haber alguien enfadao a su vera, si es usted más entretenido que un sombrero de jipi-japa?

CÉSAR.-  Tire usted de ahí, so pamela,  (Indicándole el mantel.)  que se ha quedado usted corta.  (Va por los platos.)  Aquí están los platos.  (Trayéndolos y colocándolos sobre la mesa.) 

VIRGINIA.-  Bonita vajilla.

CÉSAR.-  De cuando nos casamos.

VIRGINIA.-  ¿Y está completa?

CÉSAR.-  Completa.

VIRGINIA.-  Josú, qué matrimonio más feliz.

CÉSAR.-  Es decir, completa del todo no; porque, tiente usted aquí.  (Mostrándole un lado de la cabeza.) 

VIRGINIA.-  ¡Qué atrocidad! ¿Qué es esto?

CÉSAR.-  La ensaladera a los quince días.

VIRGINIA.-  Ya decía yo.  (A CÉSAR.)  Tráigase usted los cubiertos.

CÉSAR.-  Ahí van las cucharas, clavelito doble.

VIRGINIA.-  ¿Cuál es la de usted?

CÉSAR.-  La más grande. En cambio usted necesitará una cucharilla de café.

VIRGINIA.-  Adulador.

CÉSAR.-  Voy por los cuchillos.  (Cantando.)  «Tengo dos lunares...».  (Hablado.)  Tenga usted.  (Cantando.)  «El uno junto a la boca y el otro...».  (Transición y mirando un cuchillo.)  Y el otro no tiene mango; pero como usted es de confianza.

VIRGINIA.-  Bueno, ya está todo.

CÉSAR.-  ¡Quia! Falta una cosa.

VIRGINIA.-  ¿Qué?

CÉSAR.-  Falta que saque usted el salero.

VIRGINIA.-  ¿Y dónde está?

CÉSAR.-  ¿Y usted pregunta dónde está el salero? ¿Usted? (Acercándose a ella y haciéndole mimos en la barbilla.)

 

(Sale Doña BASILISA con la sopera echando humo y se queda mirando sorprendida desde la puerta.)

 

VIRGINIA.-  Pues claro, hombre.

CÉSAR.-  ¿Usted pregunta eso?  (Con más mimo.)  Vamos, no gaste usted bromitas y saque usted el salero.  (Vuelve la cabeza y ve a su mujer y dice incomodado.)  ¡Que saque usted el salero, hombre, que está ahí!  (Indicando un lado del aparador.) 



Escena VII

 

Dichos, BASILISA y GLORIA.

 

BASILISA.-   (Entrando y dejando la sopera en medio de la mesa.)  No se incomode usted, Virginia, que yo le sacaré.

CÉSAR.-  Me parece que el salero que tú saques...

BASILISA.-   (Por la puerta del foro.)  ¡Gloria! Anda, niña, vamos a comer.

GLORIA.-   (Dentro.)  Voy.

BASILISA.-  ¿Quiere usted acompañarnos, Virginia?

VIRGINIA.-  Muchas gracias. Como a la española. El cocido por la noche se me resiste.

CÉSAR.-  A mí se me resiste por la noche y por la mañana, pero como ésta dice que es el arreglo de la casa...

GLORIA.-   (Saliendo.)  Ya estoy aquí, mamaíta. Lo he dejado todo preparado.

BASILISA.-  ¡Bueno, anda, siéntate!

 

(Todos arriman sillas a la mesa y se sientan. CÉSAR empieza a remover la sopa con el cucharón.)

 

CÉSAR.-   (A GLORIA.)  Pon el plato.  (A BASILISA.)  Oye, tú, ¿de qué has hecho la sopa?

BASILISA.-  ¿No lo ves? De letras.

CÉSAR.-  Pues para mañana sé más expresiva, porque hoy no has puesto más que cuatro letras.  (Campanilla dentro. CÉSAR se queda con el cucharón en el aire, escuchando.) 

GLORIA.-  ¿Quién será?

BASILISA.-  Será la muchacha. Abre, Gloria.

GLORIA.-  Voy. (Puede que sea Arturo, ¡qué alegría!)

BASILISA.-   (A CÉSAR.)  Oye, tú, que no has dejado sopa para la criada.

CÉSAR.-  Que se haga un huevo.

 

(Dentro se oyen voces como de tres o cuatro personas que hablan a la vez.)

 

BASILISA.-  ¡Chiss!  (Imponiéndoles silencio.)  Cállate. ¿Quién es?

VIRGINIA.-  No sé, parece visita.

BASILISA.-  Pues vaya unas horas. Anda, tú, despacha por si acaso.

CÉSAR.-  Voy.  (Toma una cucharada de sopa y se quema.)  ¡Ay!

VIRGINIA.-  ¿Se ha quemado usted?

CÉSAR.-  ¡Hasta la campanilla!

GLORIA.-   (Saliendo.)  ¡Mamá, papá!

BASILISA.-  ¿Qué?

GLORIA.-  Las sobrinas del casero con el niño.

BASILISA.-  ¡Sopla!  (Lo hace. A CÉSAR.)  No soples, hombre.

CÉSAR.-  ¡Vaya un compromiso!

BASILISA.-  ¿Y cómo las echamos ahora?

VIRGINIA.-  ¡Son las de Garrido! ¿Las der niño?

BASILISA.-  Ellas. Y no las podemos echar.

CÉSAR.-  Por su tío. Porque como le debemos...

BASILISA.-   (Interrumpiendo.)  Porque como le debemos muchas atenciones. Bueno, hombre, sal tú.

CÉSAR.-  ¿Y qué digo?

BASILISA.-  Que ahora vamos.

 

(Mutis CÉSAR con la servilleta puesta.)

 


Escena VIII

 

Dichos menos CÉSAR, que vuelve al poco rato.

 

BASILISA.-  ¡Mire usted que ocurrírseles venir hoy!

VIRGINIA.-  ¡Y que no son fastidiosas ni na las tales Garridos! Y con el niño ese que parece un rayaor por lo áspero.

CÉSAR.-   (Entrando.)  ¡Basi! ¡Basi! Sal tú; yo les he dicho que me estaba afeitando, porque como he salido así.  (Indicando la servilleta.) 

BASILISA.-  Pero hombre...  (Mutis.)  Voy, voy.



Escena IX

 

Dichos menos BASILISA, que vuelve al indicarlo el diálogo.

 

VIRGINIA.-   (A CÉSAR, que cojea al sentarse de nuevo a la mesa.)  ¿Pero qué le pasa a usted, don César?

CÉSAR.-  Nada. El niño ese, que al ir a darle un beso, me ha dado una patada en la espinilla.

VIRGINIA.-   (Irónicamente.)  ¡Josú, qué gracioso!

CÉSAR.-  ¡Muy gracioso, muy gracioso! ¿Dónde está mi sopa?

GLORIA.-  Aquí la tienes, papá. Pero, señor, ¿qué haríamos para echarlos?

BASILISA.-   (Dentro.)  ¡Glorita!

GLORIA.-  Voy, mamá.  (Mutis.) 

VIRGINIA.-  Me parece que no les dejan a ustedes cenar.

CÉSAR.-  No importa, cenaremos después del teatro, ¡qué se le va a hacer! Pero lo que es la sopa ya ha caído.

VIRGINIA.-  ¿Quiere usted que le saque lo otro?

CÉSAR.-  ¿Por qué se va usted a incomodar? Yo lo sacaré.  (Mutis.) 

VIRGINIA.-  Estoy viendo que no llegan al teatro.

BASILISA.-   (Saliendo.)  ¡César! ¡César! ¿Dónde está ése?

VIRGINIA.-  Ha ido por el cocido.

BASILISA.-  ¡Por el cocido! ¡Pero quién le mete a ese zampatortas en donde no le llaman!  (Sentándose a comer.)  ¡Esta sopa es una estalactita! Verá usted, milagro será que no haga algún desaguisado.

CÉSAR.-   (Que aparece con la fuente del cocido.)  ¡Bonito he puesto el fogón!

BASILISA.-  Anda, hombre, anda, que está la niña sola con esa gente.

CÉSAR.-  ¡Ah! ¡Es verdad! Voy, voy.  (Azorado hace medio mutis con fuente y todo.) 

BASILISA.-   (Deteniéndole.)  ¿Pero dónde vas con la fuente, avestruz?

 

(VIRGINIA ríe.)

 

CÉSAR.-  ¡Ah, sí! Esa familia me ha trastornado el juicio.

VIRGINIA.-   (Quitándole la fuente.)  Traiga usté, hombre.

CÉSAR.-   (A BASILISA.)  ¡Ah, tú! Que se está quemando el aceite de los huevos.  (Mutis.) 

BASILISA.-  Y se quemará la casa. ¡Le digo a usted que hay días que tienen una patita!

VIRGINIA.-  Ahora verá usted cómo se marchan. Doña Basilia, hágame usted el favor de la escoba. Voy.  (Medio mutis, y entra con la escoba que le da a VIRGINIA. Ésta la coge y la pone con las palmas para arriba al lado de la puerta del foro.)  Éste es un remedio infalible. Verá usted. ¡Ajajá!

CÉSAR.-   (Desde el pasillo.)  ¡Basilisa! ¡Basilisa! Que se van estas señoras. Sal a despedirlas.  (Entra en escena.) 

BASILISA.-  ¿Y por qué se van?

CÉSAR.-  Gracias a mi habilidad.

VIRGINIA.-  A su habilidad y a que he puesto la escoba a la funerala. Mire usted.  (Indicándosela.) 

CÉSAR.-  Pero, ¡qué traviesa!  (Dándole en la cara.) 

BASILISA.-   (A CÉSAR.)  ¿Pero qué haces?

CÉSAR.-  Que se van, que se van: vamos a despedirlas.

 

(Mutis los dos.)

 


Escena X

 

VIRGINIA, poco después CÉSAR, BASILISA y GLORIA.

 

VIRGINIA.-  La verdad es que este don César tiene un carácter envidiable.  (Entra a dejar la escoba. Sale JACOBITO por el foro derecha y se dirige cantando a la primera izquierda.) 

VOCES.-   (Dentro.)  ¡Jacobito! ¡Jacobito!

VIRGINIA.-   (Saliendo.)  ¿A quién llaman?

CÉSAR.-  Virginia, ¿ha entrado por aquí un niño?

VIRGINIA.-  Yo no he visto a nadie.

BASILISA.-   (Saliendo.)  ¡Ay, qué condenación! Virginia, ¿ha visto usted por casualidad a Jacobito?

VIRGINIA.-  No.

BASILISA.-  ¡Pues esto nos faltaba! ¡Jacobito!

 

(Se oye dentro un gran estrépito.)

 

CÉSAR.-  ¡Atiza! Jacobito, que ha hecho alguna monería.  (Se mete dentro.) 

BASILISA.-  ¿Qué ha sido eso?

GLORIA.-  ¿Qué ha pasado?

VIRGINIA.-  No sé.

CÉSAR.-   (Saliendo con el niño.)  No te asustes, monín. No ha roto más que dos jarrones y un florero de china.  (Le pega un capón.)  Rico, si no ha sido nada.  (Le pega otro.) 

BASILISA.-  ¿Pero qué ha hecho?

CÉSAR.-  Romper el florero de china de tu padre.

BASILISA.-  Pues pégale.

CÉSAR.-  No, si ya le estoy pegando. Nada, nada, no se asusten ustedes. No han sido más que dos capones, digo, dos jarrones.

BASILISA.-   (Desde la puerta del foro.)  Que vengan ustedes por aquí cuando gusten. Y mándenos un día al niño.

CÉSAR.-  ¿Pero qué dice ésa? ¿Que manden al niño? Supongo que eso es una bromita.

BASILISA.-   (Entrando.)  César, que te dice adiós doña Edmunda.

CÉSAR.-  Dile que la emplumen.

BASILISA.-  Sal, hombre.

CÉSAR.-   (Saliendo.)  Ustedes lo pasen bien. Muchísimos recuerdos a todos. Adiós, galán.

 

(Se oye cerrar la puerta y despedirse.)

 


Escena XI

 

VIRGINIA, BASILISA, GLORIA y CÉSAR.

 

BASILISA.-  ¡Ay, gracias a Dios! Creí que no se iban nunca.

CÉSAR.-  ¡Qué pesadez!

VIRGINIA.-  Sabe usted que es una familia para ir un día de campo.

CÉSAR.-  Y para dejarla atada a un chopo.

BASILISA.-  El cocido debe estar frappé.

CÉSAR.-  Mira, lo mejor será que cenemos después del teatro.

GLORIA.-  No está mal pensado, porque tendremos un apetito horrible.

CÉSAR.-  Y además que a esa hora ya estarán abiertas todas las buñolerías.

VIRGINIA.-  Sí, porque Lhardy estará cerrao.

BASILISA.-  Bueno, pues no hay tiempo que perder.

CÉSAR.-  ¿Lo tenéis preparado todo?

BASILISA.-  Todo.

GLORIA.-  ¡Ah! Mamá, ¿qué vamos a llevar en la cabeza?

BASILISA.-  ¿En la cabeza? Tú el sombrero verde con amapolas y yo la gorrita con golpes de azabache.

CÉSAR.-  Tú, cuidado con los golpes. ¿No sabes que las señoras que van a palco no llevan nada en la cabeza?

VIRGINIA.-  ¿No tienen ustedes sprit?

CÉSAR.-  Ni idea.

VIRGINIA.-  Calle usted. Yo tengo uno de una vez que me llevó mi esposo, que su gloria haya, al baile del Círculo de la Unión.

GLORIA.-  ¡Ah, sí! Vaya usted por él.

VIRGINIA.-  Es una luciérnaga con dos esmeraldas rodeada de espigas de trigo.

BASILISA.-  Pero, ¿por qué se va usted a molestar?

VIRGINIA.-  Quia, no es molestia. Hasta ahora.  (Mutis.) 

CÉSAR.-  ¡Caramba! Parece que tarda la muchacha con el frac.

BASILISA.-  Lo debe estar planchando, porque desde el Corpus que no le dará el aire...

GLORIA.-  La verdad es que esta Virginia es muy simpática.

CÉSAR.-  Y muy sicalíptica.

BASILISA.-  ¿Muy sica... qué?...

CÉSAR.-  Muy... vamos... muy...  (Transición.)  Voy a limpiarme las botas.  (Vase tarareando.) 

BASILISA.-  ¡Ya estás tú buen pez, ya! Niña, quita la mesa, que yo me voy a ir vistiendo.  (Mutis.) 

GLORIA.-  ¡Pero, señor, qué le habrá pasado a Arturo! ¡Las siete y media y sin venir! Debe haber cenado, porque él a las seis ya está aquí para quedarse a cenar.  (Suena la campanilla.)  ¡Ay! ¡Ése debe ser! Lo conozco en el tirón.

BASILISA.-   (Desde dentro.)  Niña, abre.



Escena XII

 

GLORIA y ARTURO, que es miope.

 

ARTURO.-  Muy buenas noches, pero que muy buenas noches. ¿Cómo están ustedes? ¿Y usted en particular, mi querida doña Basi, eso... mi querida doña Basi...? ¿Y usted, mi respetable don...?  (Dirigiéndose simultáneamente a ambos lados.) 

GLORIA.-  Pero, hombre, ¿a quién saludas si no hay nadie?

ARTURO.-  ¿Estás sola?

GLORIA.-  Sola, sí.

ARTURO.-   (Cantando.)  Sol, la, sí...

GLORIA.-  Déjate de músicas ahora. ¿Cómo no has venido a la hora de todas las noches?

ARTURO.-  Pues, verás, verás: porque esta tarde nos hemos reunido parte de los de cuarto de farmacia, cuarto de farmacia, para celebrar la apertura del gran laboratorio químico, químico, que ha establecido nuestro compañero y condiscípulo Luis Cañete, Tribulete, diecisiete, con un banquete de rechupete.

GLORIA.-  ¿Servido por quién?

ARTURO.-  Por el propio laboratorio. Todo producto de la casa. Te he traído, como curiosidad para que lo conserves, el menú.

GLORIA.-  ¿A ver?

ARTURO.-   (Leyendo.)  «Banquete farmacéutico culinario modernista, en honor del Licenciado don Luis Cañete. Menú. Ardubres. Rábano yodado, sopa de harina lacteada, hígado de bacalao, carne de Liebig, somatose y carne líquida. Postres: Pastillas de goma, almendras dulces y regaliz. Vinos: ferruginoso de quina y de peptona. Licores: del Polo y aguardiente alcanforado. Cafeína y cigarros de brea». ¿Qué te parece?

GLORIA.-  Me parece que a los de cuarto de farmacia os falta un tornillo.

ARTURO.-   (Abrazándola.)  Verás, verás...

GLORIA.-  Hijo, qué pegajoso vienes.

ARTURO.-  Quizás sean las pastillas de goma.

GLORIA.-  Bueno, mira: te tengo preparada una sorpresa. ¿Dónde dirás que voy a ir esta noche con mis padres?

ARTURO.-  A ver un fuego.

GLORIA.-  Si empiezas con esas tonterías, me marcho.

ARTURO.-  ¡Gloria de mi vida..., de mi vida!

GLORIA.-  Pues, formalidad, ¿eh? Vamos a ir al Teatro Real a un palco platea. ¿Supongo que vendrás?

ARTURO.-  Verás... verás... El caso es que necesito ir de frac.

GLORIA.-  Te lo pones.

ARTURO.-  Pero como hace un mes se lo mandé a un amigo para un entierro...

GLORIA.-  ¿Pero a los entierros se va de etiqueta?

ARTURO.-  No, si el que iba de frac era el difunto, que era mi amigo.

GLORIA.-  Pues entonces cuéntale con los muertos.

ARTURO.-  Verás... verás... Me lo puede prestar Rodríguez.

CÉSAR.-   (Desde dentro, cantando.)  «Morir puedo ya...».

ARTURO.-  ¿Quién canta?

GLORIA.-  Es mi padre, que está loco de contento.



Escena XIII

 

Dichos y BASILISA.

 

BASILISA.-  Pero, Gloria, ¿no vas a vestirte?

GLORIA.-  Voy en seguida.

BASILISA.-   (A ARTURO.)  Hola, pollo, ¿qué tal?

ARTURO.-  ¡Mi querida doña Basi!

BASILISA.-  ¿Ya sabrá usted la novedad?

ARTURO.-  ¿Que van ustedes al teatro? Me lo acaba de decir Glorita.

BASILISA.-  ¿Supongo que nos acompañará?

ARTURO.-  Sí, señora. Ahora mismo me voy a vestir.

BASILISA.-  Pues ande usted, hombre, que el tiempo pasa.

ARTURO.-  Voy, voy.  (Reflexionando.)  ¡Ah! ¿Dónde vive Rodríguez?... Nada, nada. Hasta ahora, doña Basi.  (Dirigiéndose a GLORIA.)  Adiós, vida mía.  (Dirigiéndose a BASILISA.)  Luz de mis ojos..., estrella polar..., lucero matutino...

BASILISA.-  Al otro lado.

ARTURO.-  ¿Eh?

BASILISA.-  Que eso supongo será para mi hija.

ARTURO.-   (Haciendo mutis.)  ¡Ah! Soy con ustedes.

GLORIA.-  El pobrecito es tan corto...

BASILISA.-  No, pues no te creas que es tan corto como parece.  (Después de sentirse cerrar la puerta, suena la campanilla. A GLORIA.)  Ve a abrir.

GLORIA.-   (Desde dentro.)  ¡Mamá, mamá!

BASILISA.-  ¿Qué quieres?

GLORIA.-    (Saliendo.)  Un caballero que desea ver a papá.

BASILISA.-  ¡Un caballero!

GLORIA.-  Me ha dado su tarjeta.  (Leyendo.)  «Saturio Olmedilla, Infantas, tres». ¡Olmedilla!

BASILISA.-  Sí, mujer, el jefe de la oficina de tu padre. ¿Qué le has dicho?

GLORIA.-  Nada. He abierto la puerta y se ha colado de rondón diciéndome: «Dígale usted a su papá que deseo verle con urgencia».

BASILISA.-  ¡Mujer, dile que pase, no le tengas a la puerta! ¿Qué ocurrirá?

GLORIA.-   (Desde el foro.)  Caballero, pase usted.



Escena XIV

 

BASILISA, GLORIA y DON SATURIO.

 

DON SATURIO.-  Le doy a usted un millón de gracias, señorita. Señora...  (Entra y saluda.) 

BASILISA.-  Caballero...

DON SATURIO.-  Usted me perdonará que a hora tan molesta..., tan intempestiva...

BASILISA.-  No faltaba más; viene usted a su casa... Pero siéntese.

DON SATURIO.-  Le doy a usted un millón de gracias...  (Sentándose.) 

BASILISA.-  ¡Qué señor tan espléndido!

DON SATURIO.-  Señora, vuelvo a repetirle perdone si a hora tan intempestiva..., pero un trabajo urgente, que requiere una suficiencia extremada y que ha de ser presentado mañana sin falta a la firma del señor ministro, decidiome a venir en busca de su esposo por tratarse de una persona apta y propicia en absoluto. Me consta que el amigo Menéndez, bondadoso de suyo, no me negará tan señalado favor. Es cuestión de cuatro o cinco horas, que entre sorbo y sorbo de café pasaremos trabajando en mi casa, que al propio tiempo es la de ustedes. Menéndez estará aquí de vuelta de doce y media a una menos cuarto, minuto más o menos.  (Sacando un cigarro.)  ¿Molesta a ustedes el tabaco?

BASILISA.-  No, señor, de ninguna manera. (Este hombre nos ha reventado.) Caballero, agradecemos en el alma la honra que se ha dignado dispensarnos.

DON SATURIO.-  Señoras, no merece la pena. La constancia, el amor al trabajo y la pericia que adornan a su esposo han hecho que le haya preferido a todos los empleados que están bajo mis órdenes.

BASILISA.-  Muchísimas gracias, pero esa pericia que dice usted que le adorna es la que le está matando. ¡Ay, señor Olmedilla! Trabaja demasiado, y hay día que vuelve de la oficina completamente loco de las muelas. ¡Todo puramente nervioso! Hoy, sin ir más lejos, ha venido desesperado. Ahí le tiene usted revolcándose materialmente por el suelo. Crea usted que da compasión verle. Y luego, nada le sirve; créame usted, ni la creosota...

DON SATURIO.-  La creo...

BASILISA.-  Sí, sí, créame usted.

DON SATURIO.-  Digo, que la creo... sota.

GLORIA.-   (Aparte.)  Mamá, ¿pongo la escoba al revés?

BASILISA.-  Eso. Ni los paños de almidón, ni el láudano, ni nada.

DON SATURIO.-  ¡Caramba, hombre, caramba! Pues hoy ha estado en la oficina tan alegre como siempre; tan oportuno, tarareándonos sus canciones favoritas, porque eso sí, ¡cuando le da por cantar!...

BASILISA.-  Pues si le viera usted ahora... ¿Verdad, Glorita?

GLORIA.-  Sí, señor, tiene un dolor de muelas horrible.

BASILISA.-  ¡Y qué gritos, señor Olmedilla! ¡Qué gritos tan desgarradores!...

 

(Se oye dentro cantar a CÉSAR, que dice:)

 

CÉSAR.-  ¡Alons anfant de la patria!

GLORIA.-  ¡María Santísima!

BASILISA.-  ¡Ay, tu padre!

DON SATURIO.-  Parece Menéndez.

BASILISA.-   (A GLORIA.)  (¡Anda, mujer, ve a tu padre y dile lo que ocurre!)

CÉSAR.-   (Cantando desde dentro.)  «¡Morir puedo ya! ¡Morir puedo ya!».

GLORIA.-  Voy.  (Mutis.) 

DON SATURIO.-  Se conoce que se le han calmado los dolores y canta de alegría.

BASILISA.-  No sé, parece extraño, porque cuando le dan estos dolores suelen durarle dos o tres horas.

CÉSAR.-   (Da gritos de dolor dentro y canta.)  «Yo soy el pato. Yo soy la pata».

DON SATURIO.-  Pues decididamente le han desaparecido los dolores.

BASILISA.-  (¡Pero qué hace ese alcornoque!)

CÉSAR.-   (Canta dentro.)  «¡La de los claveles dobles! ¡La del mantón de Manila!».  (Sale.) 



Escena XV

 

Dichos y CÉSAR.

 

DON SATURIO.-  ¡Caramba, amigo Menéndez!

CÉSAR.-   (Quejándose de las muelas.)  ¡Don Saturio de mi alma! ¡Estoy loco!

DON SATURIO.-  Pero, hombre, ¿qué es eso?

CÉSAR.-  ¡Lo más horrible! ¡Lo más doloroso! ¡La desesperación! ¡El suicidio!...  (Quejándose.)  ¡Ay, ay!... ¡Dadme una pistola!... ¡Dadme una pistola!...

DON SATURIO.-  Vamos, Menéndez, vamos.

BASILISA.-  ¡Pero, hijo, por Dios, ten calma!

CÉSAR.-  ¡No puedo, no puedo! He agotado todo, don Saturio: el almidón, el láudano, el yodo, ponerme una plancha en el carrillo, y nada. ¡Únicamente cantando, dando gritos, muchos gritos, parece que se me alivia algo! ¡Ay, ay, ay!  (Canta muy fuerte.)  «¡Porque ella fuese mía, crucé yo el ancho mar!» ¡¡Dadme una pistola!!

DON SATURIO.-  Pues, hombre, está usted divertido.

BASILISA.-  Cesarito, hijo, enjuágate con un poquito de vinagre.

CÉSAR.-  ¡No, dejadme, dejadme por Dios!  (Canta.)  «¡No cantes más la Africana, vente conmigo a Aragón!»

DON SATURIO.-  Oiga usted, ¿ha probado usted el aguardiente?

CÉSAR.-  Sí, señor, pero no me gusta. ¡Ay, ay! ¡Yo me vuelvo loco!

DON SATURIO.-  Pues nada: en vista de su estado, desisto de llevármelo. ¡Qué se le va a hacer! Iré a buscar a Carrascosa.  (Se despide.)  Señora.  (Dirigiéndose a CÉSAR.)  Y a usted, nada le digo. Lamento su situación. ¿Usted sabe si hay alguien en la oficina que pudiera ayudarme en mi trabajo?

CÉSAR.-  ¡Ay, ay!

DON SATURIO.-  ¿Quién hay?

CÉSAR.-  ¡Ay, ay! ¡Madre mía!

BASILISA.-  El pobre está desesperado.

DON SATURIO.-  Pues, señora...  (Se despide otra vez.) 

BASILISA.-  Caballero...

DON SATURIO.-  Paciencia.

BASILISA.-  Sí, señor.

DON SATURIO.-  Saturio Olmedilla, Infantas, tres.

BASILISA.-  Usted ya sabe...

DON SATURIO.-   (A CÉSAR.)  Amigo Menéndez...

CÉSAR.-

¡Ay, ay! Dispense usted, señor Olmedilla.

 (Cantando muy fuerte.) 

Me dijiste que era fea,
me pusiste una corona.

¡Dadme una pistola!

 (Grita más al cantar.) 

Me pusiste una corona.
Que note quería,
que no te quería...

DON SATURIO.-  ¡Señora! ¡Por Dios! ¡Dele usted la pistola!  (Haciendo mutis.) 



Escena XVI

 

Dichos, a poco DON SATURIO, que vuelve, y GLORIA, que entra.

 

CÉSAR.-   (Muy incomodado.)  ¡Tengo una familia de lo más bruto que se conoce! ¡Mire usted que no avisar!

GLORIA.-  Papá, ¿se ha ido ese señor?

CÉSAR.-  Sí, se ha ido. Y ya podíais haber avisado que había venido.

GLORIA.-  Papá..., yo...

CÉSAR.-  Tú y tu madre, que es una calamidad.

DON SATURIO.-   (Entrando de nuevo en escena.)  Debo haberme dejado aquí mi sombrero.

CÉSAR

  (Al verle, vuelve a quejarse, y dando gritos canta.) 

En el cementerio entré
y dije al sepulturero...

DON SATURIO.-   (Cogiendo el sombrero.)  Aquí está. Muchas gracias.

CÉSAR.-  ... y dije al sepulturero...

DON SATURIO.-   (Dirigiéndose a BASILISA.)  Hágame usted caso a mí y dele la pistola.  (Mutis.) 



Escena XVII

 

Dichos, poco después PEPA.

 

GLORIA.-  Vaya, ya se ha ido.

CÉSAR.-  ¡Gracias a Dios!

BASILISA.-  En menudo compromiso nos has puesto por tu manía de estar siempre dando gritos.

CÉSAR.-  ¿Y quién tiene la culpa?

BASILISA.-  Tú: si hubierais avisado...

 

(Campanilla dentro.)

 

GLORIA.-  ¿Quién será?

BASILISA.-  Debe ser la chica; abre, Gloria.

CÉSAR.-

No, pues por si acaso.

 (Canta.) 

Costas las de Levante,
playas...

BASILISA.-  Pero, ¿quieres callarte?

CÉSAR.-  A ver si es don Saturio, que se le ha olvidado algo.

PEPA.-   (Entrando.)  ¡Hija, vaya una caminata!

CÉSAR.-  ¿Le han dado a usted eso?

PEPA.-  Sí, señor, aquí está. Man tenío esperando un año y vengo atontá con un olor alcanfor que tira de espaldas.

BASILISA.-  Anda, niña, vamos a vestirnos.

PEPA.-  ¡Ah! Me encontrao a doña Virginia, la vecina de abajo, y me ha dao esto y me ha dicho que ahora subirá, que tiene vesita.

BASILISA.-  Traiga usted.

GLORIA.-  ¿A ver? ¡Ay! Precioso... Mira, papá.

CÉSAR.-  Pero, hija, si eso es un pompón.

BASILISA.-  Pon, pon, pon...

CÉSAR.-  Pareces un tren en marcha.

BASILISA.-  Anda, niña.

 

(Mutis las dos.)

 


Escena XVIII

 

CÉSAR y PEPA.

 

CÉSAR.-  Pues, señor, vamos a llegar al teatro cuando estén bajando el telón. ¡Caracoles! Vaya un olor que despide este fraquecito. Tráeme el sombrero de copa. A ver si se orea...  (Le sacude y cuelga en una silla.)  Sí, porque si me da la ocurrencia de ir en los intermedios al foyer, me van a tomar por un droguero... Ajajá, parece que algo se marcha.

PEPA.-  Señorito, ¿está usted toreando?  (Entra con el sombrero.) 

CÉSAR.-  No, hija, estoy desinfectando el frac.

PEPA.-  Me ha dicho su primo que cuándo quiere usted que le mande la cuenta.

CÉSAR.-  ¿Que me mande la cuenta? ¡Mire usted que es afán de hacerse antipático!

PEPA.-  ¡Ah! Me he encontrao también al chico del sastre, que estaba hablando con la portera.

CÉSAR.-  ¿Y qué decía?

PEPA.-  Decía no sé qué de tramposos y de sinvergüenzas.

CÉSAR.-  ¿Hablaría del principal?

PEPA.-  No, hablaba del segundo, de éste. Y decía, además, que lo que es hoy cobraba, y que si hacía falta vendría treinta veces.

CÉSAR.-  ¡También es ganas de estropear calzado en balde! Bueno, bueno, vete a cenar, que hoy te puedes dar un banquete... ¡Ah! Oye.

PEPA.-  ¿Qué quiere usté?

CÉSAR.-  Mira, vas a subir al tercero y le vas a decir al señor de Fresneda que haga el favor de prestarte los gemelos. Fíjate bien, es una cosa para mirar de lejos, ¿sabes?

PEPA.-  Pa mirar de lejos, sí, señor.  (Mutis PEPA.) 

CÉSAR.-  Sí, porque ir a un palco del Real sin gemelos no está bien, y si los alquilo en el teatro, qué menos voy a dar al acomodador que quince o veinte céntimos.



Escena XIX

 

CÉSAR, BASILISA y GLORIA, que salen descotadas, pero muy cursis2.

 

BASILISA.-  Ea, ya estamos.

GLORIA.-  ¿Qué tal, papá?

CÉSAR.-   (Mirándolas.)  ¡María Santísima! ¿Pero va a ir así tu madre?

BASILISA.-  Naturalmente. ¿Qué hay?

CÉSAR.-  ¡Por Dios, Basilisa, no salgas así, que van a acuartelar las tropas!

BASILISA.-  Anda, anda. Más valiera que te hubieras vestido, so... mamarracho.

CÉSAR.-  Bueno, tú verás, yo ya te lo aviso. Ahora, que sea lo que Dios quiera.

BASILISA.-  ¿Pero tú qué entiendes de modas, calabacín?

GLORIA.-  Anda, papá, yo te ayudaré a poner el frac.

CÉSAR.-  Gracias, hija; sí, porque parece que no huele tanto.  (Cogiendo el frac.) 

GLORIA.-  Ahí va el chaleco.

CÉSAR.-  Venga... Pero, oye, oye... ¿Qué me has puesto?

GLORIA.-  El chaleco.

CÉSAR.-  Pero, ¿dónde está?  (Mirando el descote del chaleco.) 

GLORIA.-  ¡Si es así!

BASILISA.-  Pero, ¿qué querías ponerte? ¡Una guerrera! ¡Mira que eres bruto!

CÉSAR.-  Bueno, bueno. Ahora ponme el frac.

GLORIA.-  Toma.

CÉSAR.-  Trae el sombrero de copa.

GLORIA.-  Ahí va.  (Se pone el sombrero y adopta una postura cómica.) 

CÉSAR.-  Basilisa.

BASILISA.-  ¿Qué?

CÉSAR.-  ¿Quieres que vayamos a casa de Compañy?

BASILISA.-  ¿Para qué?

CÉSAR.-  Para hacernos un grupo para Vida Galante.

PEPA.-   (Entrando con un inmenso telescopio.)  Me ha dicho el señor de Fresneda que lo limpien antes, que está algo osidao.

BASILISA.-  ¿Pero qué es eso?

GLORIA.-  ¿Qué traes ahí?

CÉSAR.-  ¡Pero chica, qué has pedido!

PEPA.-  Lo que usted me ha dicho: una cosa para mirar de lejos.

BASILISA.-  Claro, y le han dado un telescopio.

CÉSAR.-  Pues, mira, mira: se verá muy bien.

BASILISA.-  ¿Pero vas a llevar eso?

CÉSAR.-  Toma, si no hay otra cosa. ¡O te parece poco!

GLORIA.-  Papá, que nos vas a poner en ridículo.

CÉSAR.-  No tengáis cuidado, miraré desde el antepalco.

BASILISA.-  Vamos, quita, quita.  (Le quita el telescopio y se dirige a la criada.)  Tome usted. Luego sube usted eso al señor Fresneda y dígale que se lo envíe al vicario de Zarauz. ¡Nos ha fastidiado el hombre!

GLORIA.-  ¿Nos vamos, papá?

CÉSAR.-  Sí, hija. ¿Estáis listas?

BASILISA.-  Espérate. Gloria, mira a ver si llevo algún fraile.

GLORIA.-  No, no llevas nada.

BASILISA.-  Pues andando.

PEPA.-  Aquí están las capas.

BASILISA.-  Vengan.

CÉSAR.-  El brazo.

BASILISA.-  Niña, agárrate. Y si viene alguien, ya lo sabe usted, que estamos en el teatro.

CÉSAR.-  Y si no nos encuentran en el teatro, que vayan a la prevención.  (Mutis.) 



Escena XX

 

PEPA. Después VIRGINIA.

 

PEPA.-  ¡Uff! Gracias a Dios que han arrancao. ¡Y que no se han puesto na pa dir a ver una junción del teatro! ¡Hija, y qué de perifollos! Éstos de Madrid son más desajeraos...  (Campanilla.)  Anda, ¿qué tripa se les habrá descosío?  (Medio mutis.) 

VIRGINIA.-  ¿Qué, ya se han marchado los señores?

PEPA.-  Sí, señorita, ahora mesmo. No sé cómo no se ha topao usté con ellos en la escalera.

VIRGINIA.-  ¡Sabe Dios lo que habrán dicho de mí! Pero, hija, he tenido una visita, un amigo de mi difunto, que es mu pesadísimo.

PEPA.-  Pues allá se han ido los tres como locos.  (Campanilla.)  ¡Arrea!  (Mutis.) 

VIRGINIA.-  ¡Qué barbaridad! ¡Pue a poco más rompen la campanilla!



Escena XXI

 

VIRGINIA, BASILISA, GLORIA y CÉSAR, que entran regañando.

 

CÉSAR.-  ¡Anda y que te maten!

BASILISA.-  ¡Que te maten a ti, so avestruz!

CÉSAR.-   (Incomodado.)  ¡¡Basilisa!!

GLORIA.-  Vamos, no regañar.

VIRGINIA.-  Pero, ¿qué les ha sucedío?

CÉSAR.-  ¿Dónde he puesto yo eso, señor?  (Dando vueltas.) 

BASILISA.-  Nada, que se ha dejado olvidado el palco y ahora no sabe dónde lo ha puesto.

VIRGINIA.-  ¡Pues tiene gracia!  (Ríe.) 

BASILISA.-  Pues a mí maldito si me la hace, porque después de estar vestidas...

GLORIA.-  ¡Y el pobre Arturo llevará ya dos horas esperándonos!

VIRGINIA.-  Vaya, doña Basilisa, no se desespere usté.

CÉSAR.-  ¡Eureka! Ya sé dónde lo he puesto: aquí, en el aparador.  (Se dirige al aparador y lo saca de debajo de un vaso.)  ¡María Santísima! ¡Está chorreando!

VIRGINIA.-  Vamos, ¿lo ven ustedes? Ya ha aparecido.

BASILISA.-  Lo que es si no estuviera convencida de que íbamos a llamar la atención, te juro que me quedaba en casa.

CÉSAR.-   (Sacudiendo el papel.)  A ver si se seca.  (Se da golpes sobre una y otra mano.) 

GLORIA.-  Bueno, mamá, una vez que ha parecido, ¿qué hacemos aquí?

BASILISA.-  ¿Pero no ves que ahora tu padre se va a arrancar por tientos?

CÉSAR.-  Por el camino se seca. ¿Nos vamos?

BASILISA.-  Sí, vámonos.

CÉSAR.-  Hasta ahora, Virginia.

VIRGINIA.-  Vaya usted con Dios.

CÉSAR.-  Ea, ahora sí que va de veras.  (Campanilla dentro.)  ¡Cristo!... ¡Chist!... Pepa, di que no hay nadie. No se ría usted, Virginia.

VIRGINIA.-  Pero, hijo, si es que me hace mucha grasia.

PEPA.-  ¿Digo que están ustedes en la prevención?

CÉSAR.-  No, todavía no. Di que no estamos. Chist... No meter ruido.

VOCES.-   (Dentro.)  ¡Sinvergüenzas!, ¡canallas!, ¡tramposos!

BASILISA.-  Virginia, no haga usted caso, es un inglés.

VIRGINIA.-  Pue debe llevar muchísimo tiempo en Madrid.

BASILISA.-  ¿Por qué?

VIRGINIA.-  Porque habla muy claro el castellano.

PEPA.-   (Desde la puerta.)  Es el de antes.

CÉSAR.-  ¿Y no le has dicho que no estábamos?

PEPA.-  Sí, señor, pero le ha dicho la portera que les ha visto subir y dice que no se mueve de la puerta.

BASILISA.-  ¡Dios mío! ¡Y todo por ti!  (Le da un puñetazo a CÉSAR.) 

CÉSAR.-  ¡Pero, Basilisco, digo, Basilisa!

BASILISA.-  ¿Y qué hacemos?

CÉSAR.-  Esperar; voy a ver si se ha ido.

VIRGINIA.-  ¡La verdad es que van ustedes a llegar a una horita!...

BASILISA.-  No, pues yo voy, aunque sea a oír el gorgorito final.

CÉSAR.-   (Que ha hecho medio mutis y vuelve.)  Está sentado en el descansillo.  (Entrando.) 

BASILISA.-  ¡María Santísima! ¿Y cómo salimos?

GLORIA.-  Vaya, está de Dios que no vayamos al teatro.

CÉSAR.-   (Incomodado cómicamente.)  Ahora veréis, ese tío no juega conmigo.

BASILISA.-  No te pierdas.

CÉSAR.-  No tengas cuidado.  (Vase foro.) 

BASILISA.-  Ahora verás, lo va a poner verde.

VIRGINIA.-  Bien empleado le estará.

BASILISA.-  No, si digo a mi marido.

VOCES.-   (Dentro.)  ¡Sinvergüenza, canalla, tramposo!

BASILISA.-   (A VIRGINIA.)  ¿Lo oye usted?

CÉSAR.-   (Entrando.)  Ya, ya se ha marchado.

BASILISA.-  ¿Qué le has dicho?

CÉSAR.-  Que le diga a su amo que por ser tan exigente, no me vuelvo a hacer ropa en su casa. El chico se ha atemorizado al ver que perdía un parroquiano como yo y me ha dicho que mañana iría al juzgado.

BASILISA.-  ¿Pero se ha ido?

CÉSAR.-  Como una fiera.

VIRGINIA.-  Pues váyanse ustedes, que pasa el tiempo.

CÉSAR.-  Vaya, agárrate.

GLORIA.-  ¡Por fin! ¡Gracias, Dios mío!  (Dentro, campanilla muy fuerte.) 

CÉSAR.-   (Muy incomodado.)  ¡Vaya! ¡¡A desnudarse todo el mundo!!

PEPA.-  ¿Abro?

CÉSAR.-  Sí, abre, y que entre el que sea. Yo ya no puedo más.

BASILISA.-  ¡Dichoso teatro!

GLORIA.-  ¡Dios mío, qué noche!

VIRGINIA.-  Sí que tienen ustedes una sombrilla...



Escena XXII

 

Dichos y ARTURO, que entra con el cuello del gabán subido.

 

ARTURO.-   (Entrando.)  Muy buenas noches... Pero que muy buenas noches.

GLORIA.-  ¡Arturo!

BASILISA.-  ¿Pero cómo usted aquí?

GLORIA.-  ¿Vienes del teatro?

ARTURO.-  Verás, verás... Después de buscar a Rodríguez..., sí, a Rodríguez, y de no encontrarle, me vestí y tomé un coche, llegando poco después al teatro, jadeante, encontrándome con un aviso en el cartel que decía, palabra más o menos..., o menos: «Por indisposición de la señora Bosquetti, se suspende la función anunciada para hoy. Mañana, turno primero, darán Dinora».

CÉSAR.-  ¿De modo que no hay función?

ARTURO.-  Por indisposición.

BASILISA.-  Y diga usted, ¿sirve la localidad para mañana?

ARTURO.-  Sí, señora.

CÉSAR.-  Hombre, menos mal.

BASILISA.-  ¿Y dice usted que darán dinero?

ARTURO.-  No, señora, darán Dinora.

BASILISA.-  ¡Qué lástima! ¡Tan bien vestidas como estábamos!

VIRGINIA.-  Pues no se desnuden ustedes.

CÉSAR.-

Después de todo, no se ha perdido el palco; vamos mañana, y en paz.  (Al público.) 

Y si hoy lo has pasado mal,
no des un fallo fatal,
que en justa compensación
aquí, a tu disposición,
tienes El Palco del Real.





 
 
TELÓN
 
 


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