Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El recurso musical de la «ligadura» como eje estructurador de «Libro de navíos y borrascas» de Daniel Moyano

Eva Barrios Ginés





Daniel Moyano nace en Buenos Aires en 1930, a pesar de lo cual hemos de considerarle un hombre del interior ya que estudió música y desempeñó varios oficios en Córdoba. En 1960 se traslada a La Rioja donde compagina su trabajo de profesor de violín en el conservatorio provincial con el de ejecutante de viola en el cuarteto estable de la misma institución. En 1976 le llega el exilio político y ha de abandonar su país estableciéndose en Madrid.

En 1983 Daniel Moyano publica Libro de navíos y borrascas, novela del exilio escrita desde Madrid. La novela narra cómo se produce el exilio de una serie de conosurenses que son arrancados de sus vidas para ser introducidos en un barco que les llevará a Europa. La acción de la novela transcurre en este barco que surca el océano Atlántico hasta llegar al mar Mediterráneo donde comienzan a bajar sus tripulantes. El exiliado averigua que dos mundos se unen en él, dos tiempos y dos espacios se ligan formando un solo cuerpo que los contenga a ambos, y una vez que se ha aceptado esto, entonces es posible aceptar la palabra volver, ya que volver no se vuelve nunca.

La condición de músico del autor se filtra en esta novela en la que todo huele a música. En el primer capítulo de la novela el narrador nos dice «No sé si me va a salir. Lo mío es la música, antes que las palabras». Toda la novela es una trasposición de la música a las palabras, se intenta «contar como quien canta una vidala». Y como todo es música Daniel Moyano introduce una estructura basada en el recurso musical de la ligadura para sostener su vidala literaria.

La música, por lo tanto, va a jugar un papel muy importante en la novela, desde el armazón que todo lo sostiene, la ligadura, hasta sus personajes, todo ello en el caldo de cultivo creado por una serie de leitmotivs musicales que van formando el ritmo de la novela, para finalizar con una Cadenza seguida de un final también musical. Tenemos la sensación de estar ante una partitura que va siendo interpretada por el narrador, que se va traduciendo mágicamente en una serie de palabras-sonido. Fruto de ello es la constante aparición del narrador en la novela para reflexionar acerca de la génesis de la misma.

Escritura y oralidad fundidas, ligadas en Libro de navíos y borrascas, palabras y sonidos, sonidos y palabras fundiéndose en una unidad que las contiene a ambas pero al mismo tiempo las separa cuando sólo utilizamos una parte de ellas, la escritura, el libro. Con esto Daniel Moyano nos llama para la música, para el sonido olvidado de las palabras cuando leemos y nos induce a olvidar la lectura convencional, a leer en voz alta porque la oralidad también es parte de la novela y sólo así llegaremos a la música escondida en sus relatos. Nos encontramos ante la primera y principal ligadura de todo el libro, la unión de escritura y oralidad, entendiendo ésta última por la música que dimana de la novela. Toda la estructura de Libro de navíos y borrascas gira en torno a esta gran unión de música y literatura, de narración oral y narración escrita. Todas las intervenciones del narrador se explican gracias a la herencia de oralidad que se recoge en el relato, los leitmotivs que vamos a encontrar responden a la necesidad que tenía el narrador oral de atribuir a cada personaje, a cada acción o a cada espacio una característica fija mediante la cual el oyente los reconociera nada más nombrar dicha característica. La oralidad y sus rasgos determinantes se construyen mediante la música y recursos propios de la música, la ligadura, el leitmotiv, la cadenza, el final musical de una partitura, así como la exaltación de las palabras-sonido.

Esta dualidad música-escritura se aloja también en la mente del narrador que duda entre contar algo o escribir mejor una canción.

Salvo que a esta altura final del segundo milenio y la destrucción de casi todo no valga realmente la pena contar nada, para qué. Más práctico y menos duro sería intentar una canción, vidala o baguala qué sé yo, algo que en vez de meterte más en el mundo te saque un poco de él. Una canción como una tregua.



La vidala es una canción criolla muy popular en Argentina que denuncia un sentimiento hondo y trágico a veces, la baguala es una canción norteña que se acompaña con caja y por lo común es dolida y melancólica. Ambas canciones traen historias dolorosas y tristes pero como bien dice el narrador la repetición termina por anular la memoria y vamos cantando tristezas sin reparar en lo que ello supone y en la tragedia que están contando, de ahí que la canción sea como una tregua para olvidar la crueldad del mundo y en conclusión decida nuestro narrador «Contar como quien canta una vidala». Libro de navíos y borrascas será entonces una tregua para olvidar los horrores de la realidad argentina, se articula como un recuerdo melancólico que poco a poco se irá desdibujando en el tiempo sin que la memoria pueda sujetarlo. El narrador no quiere hacer una apología del exilio y de los horrores que sufrieron sus gentes, simplemente desea contar su historia para poder deshacerse un poco de ella.

Nos encontramos en primer lugar frente a un narrador que pide ayuda al lector, le consulta y le interpela para que éste se vea implicado en la novela con él y no sólo en el conjunto del relato sino también en su génesis. Comienza este Libro de navíos y borrascas con un verbo en primera persona del plural que incluye al lector y le implica sin más rodeos:

Hagamos de cuenta que estamos en un viejo caserón de piedra, antiguo refugio de pescadores rodeado por jardines sombríos, en una noche de invierno europeo. [...] Nos hemos reunido aquí para oír la historia de un viaje.



Quiénes son los allí reunidos, el narrador no nos dice que allí haya otras personas, puede haberlas, pero está llamando a gritos al lector, su participación es importante para la historia ya que ésta se completa cuando ambos se implican en la narración, si no ¿para quién contamos?

Con este «nos hemos reunido aquí» el lector se traslada inmediatamente a este caserón de piedra en el que ve llegar a un viajero que va a contar una historia, dicho viajero viene de los mares del sur. Sin embargo el narrador de nuevo irrumpe en la acción para pedir permiso no al lector que ya es su cómplice sino a una audiencia mayor, a los posibles lectores u oidores de su relato:

Permítanme entonces ocupar durante unas horas el lugar de ese viajero nórdico para contar mi propio viaje. Como él, también vengo de los mares del Sur.



Este marco narrativo en el que el narrador va a contar una historia nos traslada a la literatura oral y a los contadores de cuentos que pedían permiso a su audiencia antes de comenzar su historia. No podemos olvidar este sustrato oral de todo el libro ya que de él parte también la importancia concedida al sonido y a la música. Una narración oral que se va ayudando del sonido de las palabras para crear un ritmo adecuado con una estructura idónea que desencadene una narración como una canción, vidala o baguala.

El primer problema que se le plantea al narrador es el del comienzo de la narración: «Tengo que hablar de un barco que zarpó del Cono Sur», pero no sabe cómo hacerlo, cómo romper el silencio de una cuartilla en blanco para dar comienzo a la salida de dicho barco. Entonces apela al juego para ir entrando paulatinamente en el ambiente que desencadene el inicio del relato, con un juego se pierden los miedos, se introduce uno poco a poco y cuando quieres darte cuenta estás metido hasta el cuello en el relato. Las palabras irán moviendo a los personajes en un juego constante con el lenguaje.

Para llegar al barco es necesario enredarse antes con las palabras, jugar con ellas, iniciarse en la historia de Rolando, el violinista que estaba en la viña cuando vinieron a buscarlo, que no es otro que el propio narrador contando su propia historia en el caserón de piedra enredándose al mismo tiempo con las palabras que se agolpan en su mente y que hay que ordenar hasta llegar al barco que inicie el relato.

Como en un juego vamos enredándonos con historias pertenecientes a Rolando, envolviéndonos en su mundo, el cual se ve quebrado una mañana cuando tres hombres se lo llevan de casa sin darle tiempo si quiera a guardar su violín y «Ahora estamos en mejores condiciones para hablar del barco que saca del país a los setecientos indeseables». Sin embargo el narrador necesita explicarse a sí mismo y a su oyente-lector los mecanismos que está utilizando para hacer zarpar el barco que les llevará fuera del país, y es en esta necesidad de explicación donde nos enfrentamos por primera vez a una ligadura, ésta se produce en el momento en que los hombres que vienen a buscarlo pronuncian su nombre ya que este hecho «desataba otros hechos, los engendraba en un hágase la luz, en ese mismo momento empezaba a balancearse en el puerto el barco que me sacaría del país, en ese mismo momento ya estaba en Buenos Aires a mil doscientos kilómetros del Gryga [...], en ese mismo momento yo estaba pidiendo prestado un viejo caserón de piedras y un invierno europeo...». Rolando es el fruto de una serie de hechos que se desencadenan a partir de su captura en La Rioja y todos ellos están unidos a través de la ligadura que los identifica y los realiza como un todo simultáneo. A continuación el narrador nos cuenta su viaje en un furgón con otros presos, uno de los cuales va expresando sus recuerdos en forma de imágenes pertenecientes a su pasado y de nuevo se produce una ligadura:

Viajando a la vez en el furgón y en el nacer de las pampas con maizales de las palabras del preso, al otro lado de la oscuridad.



Rolando viaja en los dos lugares, en uno con el cuerpo y en el otro con el pensamiento, pero ambos son el mismo viaje gracias a la ligadura. El narrador aún introduce una ligadura más antes de explicar a su cómplice oyente-lector qué es lo que está haciendo con sus personajes y su relato. En principio nos desorientan estas ligaduras porque no es posible que hechos pertenecientes a tiempos distintos sucedan de un modo simultáneo en un espacio real y cotidiano como es el espacio donde vivimos. El narrador sabe que no puede sostener más este juego de simultaneidades sin antes explicarse o de lo contrario perdería su auditorio y su lector. Para ello decide crear otra ligadura que aún nos sorprende más que las anteriores puesto que descubrimos cómo el barco en que llegó su abuelo es el mismo que va a zarpar ahora hacia Europa y que hace sonar su sirena en el puerto. El abuelo nunca se acordó del barco que lo trajo desde España, sería un perol o un cacharro... pero siempre lo mantuvo comunicado con su familia ya que le llevaba las cartas y el dinero que fielmente les enviaba todos los meses. Cuando Rolando se encuentra frente al Cristóforo que lo va a sacar del país se siente frente al cacharro de su abuelo, «el cacharro que ahora hacía sonar su sirena mitológica». A partir de ahora ya se ha producido la ligadura entre los dos barcos hasta tal punto que el resultado obtenido ha sido una identificación plena entre ambos barcos, y por eso el narrador a partir de ahora se referirá al barco que va a zarpar como «el cacharro Cristóforo». Y como si aún quedase algo más que explicar el narrador nos dice:

El Cristóforo y el Cacharro del abuelo tenían en la sirena el mismo sonido con distintos nombres, sólo había que poner una ligadura de prolongación entre ellos. En cuanto saliera del furgón, con sólo poner el primer pie en el cacharrito que me tocara, quedaría trazada la ligadura, por fin podría ver el barco que imaginaba cuando iba a poner los óvalos con algún dinerillo en el buzón del pueblo.

Y bueno, abrieron la puerta del furgón y no estaba lloviendo en Buenos Aires. Las lluvias se habían ido para el norte y allá llovía sobre el violincito. Circunstancia favorable para la reconstrucción, si se tiene en cuenta que el sonido del aguacero allá sobre la viña y el de la lluvia furiosa sobre la casa europea junto al mar es el mismo, sólo hay que poner la ligadura.



El narrador incluye una partitura en el libro con el fin de explicar a los no músicos lo que es una ligadura. Ésta consiste en la realización de dos notas distintas como una sola, para lo cual se suman los tiempos de ambas notas. Joaquín Zamacois en su libro Teoría de la música define la ligadura como «una línea curva que, si está colocada entre dos notas consecutivas del mismo sonido, expresa que debe unirse el valor de las dos en una sola duración».

A partir de aquí todo el relato se construye a partir de ligaduras, entre hechos presentes y pasados, entre la infancia y el presente, entre objetos y hechos, etc. La ligadura le permite al narrador la identificación de las partes, ambas se realizan como un sola, como un todo independiente que nunca deja de contener a las partes que produjeron su unión. De este modo cuando Rolando se encuentre frente al barco aunque es uno solo, éste contiene a los que lo formaron y sus partes, las dos partes de la ligadura se distinguen claramente a pesar de su unión:

Puse los ojos bizcos para ver doble el barco. Estaba claro que al desdoblarse, por un lado era el Cristóforo y por el otro el Cacharro. La ligadura de prolongación.



El narrador utilizará un método uniforme para llegar a la ligadura, eje estructurador de todo el libro. Todo tiene sentido y todo tiene cabida mediante la ligadura; a lo largo del relato el narrador produce multitud de imágenes creadas a partir de pequeños relatos sobre algún personaje o tema concreto. Dichas imágenes quedarán a veces abandonadas y retomadas capítulos más tarde para ligarse entre sí. La repetición de dichas imágenes puebla los capítulos de la novela de tal modo que éstas llegan a convertirse en leitmotivs. Por lo tanto la novela se construye a partir de ligaduras entre leitmotiv aunque a veces también encontremos ligaduras que debido a su repetición se convierten igualmente en leitmotiv del relato. La repetición de las imágenes y de las ligaduras va a desembocar en la creación de un universo mítico que se materializa en el espacio del barco siendo éste la ligadura entre dos mundos, el océano que separa a Europa de América, la línea que une las dos notas de la partitura y de este modo contar la historia no como una apología del exilio sino como una canción, como una tregua, es decir «Contar como quien canta una vidala». No podemos olvidar que todo el libro es una gran ligadura entre música y literatura. Podríamos entonces afirmar al modo de Daniel Moyano que el sonido de las notas de una partitura y el sonido de las palabras de una novela es el mismo, sólo hay que poner la ligadura y la ligadura en Libro de navíos y borrascas es ese barquito que viaja de una realidad a otra, de la música a la literatura.

Desde el primer capítulo, el narrador va estableciendo las pautas necesarias en torno a las cuales va a ir creciendo dos realidades distintas que se van a convertir en una a través de la ligadura.

Mediante la figura de Rolando y la de su abuelo, llegamos a descubrir que cada uno de ellos representa una realidad diferente. Rolando es el riojanito atrapado por la realidad argentina que decide expulsarlo de sus entrañas introduciéndolo en un barco que le lleva a España, de aquí precisamente, de un pueblo extremeño llamado Villanueva de la Serena procede el abuelo que un buen día llegó a América. La ligadura entre dos mundos la inició el abuelo y la mantuvo durante años gracias a las cartas y al dinero que enviaba a la familia dejada en España. Rolando fue testigo de aquellas cartas que él llevaba al buzón, de aquel viaje eterno entre España y Argentina. Al cabo de los años el viaje se repite llevando a Rolando a encontrarse con el mundo de su abuelo, a reunirse con sus orígenes y de este modo el exilio apenas existe sino como una vuelta a sus raíces.

Entendido de este modo el exilio, no es más que una vuelta al lugar del que partieron hace muchos años sus antepasados. Se produce entonces la repetición de un viaje eternamente, lo cual otorgará un carácter mítico a la migración, al exilio y dará cabida a la palabra «volver» que revolotea en la mente de los exiliados hiriéndoles con su sonido punzante. «Volver es ir volviendo, un movimiento» y los exiliados vuelven ante sus amos, ante el Conde que era su dueño y señor, iniciando un movimiento migratorio en sentido inverso al de sus antepasados y de este modo vuelven sin saber que están volviendo.

Gracias a la ligadura se unen no sólo dos realidades, la argentina y la española, sino que también se unen tiempos distintos, pasado y presente, porque la ligadura los ha hecho iguales identificándolos, no diferencia entre uno y otro, Rolando y el abuelo, La Rioja y Villanueva de la Serena, el Cacharro y el Cristóforo, no se confunden ni se difuminan unos en otros, «son la misma cosa».

Producto de esta identificación o ligadura entre dos mundos es una frase que se va a ir filtrando a lo largo del relato en múltiples ocasiones para indicar el carácter mitológico del exilio o migración de los argentinos, «En fin, que ya estamos de vuelta, señor Conde», se convierte en uno de los leitmotiv que circulan libremente por el relato para recordar al oyente lector la concepción del exilio, algo trágico y horroroso, que adquiere un nuevo significado, una vuelta, la repetición de una migración en sentido contrario. Y al igual que el abuelo llegó sin nada a Argentina, es necesario que Rolando también llegue sin nada, solo una valija y un papelito con la dirección de Nieves, posible futuro, esperanza nunca perdida de que al otro lado del océano haya alguien esperándote.

Rolando realiza el viaje-ligadura en el Cristóforo-Cacharro, barco que va surcando el océano, que se va repitiendo hasta la saciedad construyendo un universo redondo donde todo origen encuentra un final que vuelve a convertirse en origen de otro final y así sucesivamente en cada migración, uniendo realidades.

La realidad del barco en que viaja Rolando se convierte en el presente del protagonista, durante unos días éste será su espacio y su tiempo en espera de algo nuevo, desconocido y olvidado que hay que intentar reconocer a su llegada a España. Pero a pesar de la ligadura que forma su esencia, Rolando es el fruto de dicha migración eterna, descubre que el conde de Castilla ha desaparecido y que él ya no posee la condición de criado a sus servicios. Esta idea ronda en el subconsciente de Rolando y es entonces cuando surge una nueva realidad, una realidad paralela a la del barco, a la que pueda acceder para evadirse del presente, del barco que cruza el Atlántico gritando su exilio. Pero una realidad no puede crearse de la nada e inventársela sin más no parece muy convincente, necesita asirse de algo, encontrar el punto de unión a partir del cual comenzar a construir. Rolando encuentra ese punto cuando mantiene una conversación con el cocinero del barco.

En el capítulo II titulado «Petunias», tres personajes interaccionan con la mente de Rolando dándole las pautas necesarias para crear la realidad paralela. Son tres los diálogos que mantendrá y cada uno supone una forma de ver la realidad nueva. De su entrevista con el cocinero obtendrá el papelito con la dirección de Nieves, punto de apoyo real sobre el que crear su realidad virtual, ayudado por las ensoñaciones de Contardi que éste le transmite en sus palabras y enfrentándose por último a la voz de la razón encarnada en Bidoglio.

El cocinero del barco, un exiliado que lleva cuarenta años flotando en el Cristóforo, adquiere el papel de narrador para explicar a Rolando y a los ragazzi su concepción del mundo. El mundo en que vivimos se ha convertido en un mundo ficticio debido a que la razón puesta al servicio de los poderosos les ha permitido transformar la verdad en una falsedad que se impone por la fuerza de las armas. Esta nueva realidad que ofrece el Estado permite sacrificios e inmolaciones en su nombre y si alguien se atreve a intentar demostrar su propia realidad, se le imponen castigos como el exilio que padece el cocinero. Éste no puede salvar a Rolando con sus palabras porque ambos son iguales, dos exiliados que viajan eternamente en el barco que liga continentes, que une exiliados y los identifica, ya que ambos llegan a ser lo mismo. Sin embargo, a pesar de la ligadura, Rolando es diferente y el cocinero lo descubre en su mirada:

Y lo tuyo [...], es soñar la realidad en un mundo ficticio que dura o se mantiene sobre la impaciencia de la pólvora.



El mundo ficticio es la realidad en que vivían y que los expulsó de su seno, para Rolando es Argentina y España para el cocinero, itinerario eterno que realiza el barco gracias a la ligadura identificando no sólo sus realidades sino sus gentes, sus lacras, su mundo ficticio creado a base de la violencia y de la injusticia. Como en este mundo ficticio no se puede vivir si se es inocente, Rolando puede soñar otra realidad, su propia realidad virtual y para ello necesita un asidero. El cocinero se lo proporciona dándole un papel con la dirección de su sobrina Nieves en Madrid.

Una realidad ficticia creada por el sistema basándose en la violencia, se convierte en una imagen compartida por ambos personajes, la ligadura entre sus ideas los identifica aún más, los fusiona de tal modo en la eternidad que el cocinero puede ser el futuro de Rolando, un exiliado mítico que ha convertido las migraciones en su hogar. Sin embargo a pesar de la fuerte unión, cada personaje, cada nota de la ligadura sigue manteniendo su independencia, la fusión no es total y Rolando puede escapar del mundo ficticio creando otra realidad gracias a un punto de apoyo, alguien que le esté esperando a su llegada y le otorgue un sentido a su migración. La imagen de Nieves plasmada en un papelito donde el cocinero ha anotado su dirección se convierte en el punto de apoyo para crear una realidad ficticia y hacerse la ilusión de que hay allí alguien esperándole.

Rolando sigue su camino hacia el camarote de Contardi llevándole su sopa, pero una vez que ha empezado a vislumbrar la realidad virtual no puede abandonarla tan bruscamente y va moviéndose por el barco saltando de una realidad a otra mediante la ligadura, sólo hay que colocar la línea curva que las une para pasar de una a otra.

Nieves es real debido al papelito donde está anotada su dirección; Nieves aparece fijada a una realidad, la del papel que la une con la realidad de Madrid donde ella vive y esa unión se produce gracias al papelito-ligadura que permite su existencia. Rolando reflexiona sobre esta manera de imaginar a Nieves y llega a la conclusión de que es algo lógico en su situación, ya que viniendo de una realidad que no entiende es necesario crear otra realidad hecha a su medida.

Mientras Contardi consume el plato de sopa que le ha traído Rolando le cuenta en qué se basan sus cuadros, desechos que nadie quiere, él los ordena y los coloca armónicamente sobre un marco, va modificando cada objeto uniéndolo a otros hasta encontrar el lugar que dignamente les corresponde. Rolando necesita ser un poco pintor Contardi, unir los desechos de su realidad para crear dentro de un marco otra realidad que los dignifique. Hasta ahora ha ido levantando una realidad paralela a base de soñar en el papelito y sus implicaciones, sin embargo Rolando se deja mecer en este crear realidades y «apoyado por el discurso del cocinero y ayudado por las ensoñaciones de Contardi, dejé crecer un barco paralelo como para ir llenando el hueco donde caímos al salir de los furgones. Un barquito que se pareciese más al de mi abuelo para poder vincularme a un tiempo verdadero. Surgido del deseo, no de la mecánica migratoria».

Con Nieves, Rolando crea un espacio para él, pero qué sucede con todos los sueños y las ilusiones de los demás, con todas aquellas cosas que van buscando una definición exacta de su esencia, que necesitan ser nombradas o deseadas y así salvarse del olvido. De este deseo surge un barco virtual, paralelo al Cristóforo, quizá más cercano al del abuelo para poder acercarse a un tiempo verdadero y no a uno ficticio como es el que ahora envuelve al mundo ficticio también. Un barco que se concibe como un gran arcón «repleto de objetos invisibilizados por la razón que se sostiene en la impaciencia de la pólvora». Este barco-arca lleva objetos que la razón ha borrado, los ha desechado mandándolos al olvido. La violencia que crea el mundo ficticio ha extirpado de su seno todos esos objetos que vagan ahora por el mundo, es necesario por lo tanto un barco virtual que los recoja, que los reordene a la manera de los cuadros de Contardi, que los haga crecer y los fortalezca para llegado el momento inevitable devolverlos de nuevo a la ficción. El barco virtual empieza a crecer ocupando todo el Cristóforo, borrándolo, es como si el mundo ficticio del exilio estuviese siendo arrasado por la ficción de una barco nuevo, nacido de la necesidad y del deseo.

«Ficción contra ficción» dice Rolando mientras se le va nublando la vista de tanto crear realidades, su mente está confusa y el miedo se aloja en ella haciéndole caer o gritar, no pudiendo recordar más tarde lo que le sucedió. Se encuentra ante Bidoglio, pasajero que le presta su atención y se interesa por lo que le sucede. Rolando vuelve en sí tras su caída dándose cuenta de que el único problema es que «confundo realidades». Bidoglio encarna la razón, no le da más importancia a las fantasías que la que éstas ya tienen, son necesarias en las circunstancias que viven aunque las alucinaciones escapan de su racionalización y lo único que dice es que son peligrosas. Se produce de nuevo un cambio de voz narrativa, Rolando que era quien narraba sus fantasías, sus realidades nuevas, decide ayudarse un poco de la razón para no caer en la locura, necesita a Bidoglio, que desde su punto de vista racionaliza su historia o de lo contrario su auditorio quizá le abandone. Bidoglio encama al oyente-lector que no puede olvidar la razón y la lógica que le bombardean constantemente con sus mensajes mientras oye a Rolando. Nieves no es más que una fantasía erótica aunque tiene un fundamento real, un papelito que asegura su existencia. Bidoglio nos informa de que las crisis de Rolando se sucedían después de hablar con Contardi, hombre alucinatorio que mecía a Rolando en sus redes. Por lo tanto «La mujer de la que estaba enamorado Rolando no tenía más consistencia que el papel donde estaba anotada su dirección. Sin embargo él andaba muy feliz con Nieves y el hijo que se inventó, porque las cosas llegaron lejos, llamando realidad virtual a un metejón erótico de consistencia muy dudosa».

Esta realidad virtual ordenada ahora por Bidoglio es el fruto de las ligaduras que se han ido formando entre las imágenes creadas por Rolando: el papelito con la dirección de Nieves, el hijo, su casa... A continuación se suceden imágenes dentro de la realidad virtual que pertenecen a la realidad del barco, su ligadura asegura el paso eterno de la una a la otra.

Para finalizar este estudio sobre la ligadura no podemos dejar pasar por alto la ligadura que da origen a Libro de navíos y borrascas, nos referimos a la unión de música y literatura, de la cual ya hemos dado unas breves pinceladas cuando vimos cómo el narrador decide «contar como quien canta una vidala». Desde el momento en que decide que contar y cantar van a ir unidas en su relato, se desata la ligadura entre música y literatura, entre sonidos y palabras.

Al comienzo del estudio dimos unas breves pinceladas en torno a un narrador que se dirigía en tiempos verbales distintos a dos entidades diferentes, por un lado pedía permiso a un auditorio y por otro apelaba a la complicidad del lector. De este modo literatura oral y escrita se funden en esta obra de Daniel Moyano. Pero esta concepción del narrador que tiene entidad en el papel del libro y que se presenta como cuentacuentos o narrador de historias, es fruto de la ligadura entre música y literatura que el autor reunía en su propia persona.

Vamos a centrarnos en la asociación de las palabras al sonido que éstas producen, motivo ampliamente desarrollado en el relato. Una de las primeras palabras-sonido es la palabra inocencia. Todos los personajes del barco han vivido un momento crítico en el que la palabra inocencia salió de sus bocas, pero ¿por qué fracasaron?, ¿por qué el interrogador no les creyó?:

Decir que se es inocente en ese tono destemplado es como arruinar la palabra inocencia para siempre [...]. Para decir soy inocente no hay que salirse del registro, la voz se aflauta o termina en un falsete muy desagradable. Es lo que pasa en los interrogatorios. Nunca se puede decir bien. Creyendo que se va a ganar en poder de convicción, uno imposta la voz, fuera de su registro natural, y fatalmente va a parar a un falsete que ni siquiera acaba porque la voz no alcanza. La inocencia se enuncia, no se grita.



Para que la palabra inocencia adquiera su significado ante los demás es muy importante el sonido que se produzca al pronunciarla. Hay que tener siempre presente el tono con que se pronuncia o de lo contrario se separa de su significado y el interrogador no cree en la inocencia. Además del tono adecuado que nos permita introducirnos en la irrealidad del interrogador y desde ahí poder decir la palabra inocencia, que entonces se presenta como obvia, hay que tener en cuenta algo más relacionado con el sonido producido al emitir la palabra inocencia. ¿Cómo se alcanza el tono adecuado que convierta a la inocencia en algo obvio? El narrador nos contesta:

Se trata de un sonido que hay que crear en el acto, inmediatamente después de la pregunta o de la orden, sin vacilar, a la altura exacta de la pregunta, eligiendo con cuidado sus tres condiciones de intensidad, altura y timbre, cuidando su correspondencia, de lo contrario nuestro sonido será un ruido o un grito.



La experiencia del narrador Rolando y el conocimiento de la de los demás le lleva a admitir que para que la palabra inocencia adquiera su significado ha de estar bien ligada a su sonido, al sonido exacto con que ha de pronunciarse, ya que de lo contrario el interrogador no se cree que uno es inocente. Por lo tanto la unión del sonido y de la palabra es algo vital para nuestros personajes, los cuales van en un barco exiliados porque no encontraron el tono adecuado para expresar su inocencia: Rolando nos dice que la solución sería practicar estas palabras a diario como las escalas que hacen los músicos.

En el capítulo «El colibrí», el ombudsman se entrevista con Contardi, toda la escena se desarrolla en la cubierta del barco a los ojos del resto de los pasajeros. Pero la escena desde lejos adquiere la noción de cuadro:

Con esos dos palos o mástiles o lo que sea, tenemos las líneas verticales del marco; y con la línea horizontal del puente, arriba, y de la cubierta, ya tenemos el cuadro encerrado en un marco. Clavadito.



La noción de cuadro está ratificada por Bidoglio cuando nos informa que desde su posición no se puede oír lo que sucede, con lo cual la escena es como un cuadro y habrá que fijarla en la memoria mediante las imágenes. Lo único que podemos traducir en palabras de un cuadro es su título, cada vez que se pronuncie el título vendrán a la mente las imágenes que forman el cuadro. De este modo se establece una nueva ligadura entre la imagen, la palabra y el sonido. El cuadro traducido en imagen es recordado en la mente a través del sonido que emiten las palabras cuando se pronuncia su título. Volviendo al cuadro anterior, surge entre los personajes la necesidad de inventarle un título o de lo contrario el cuadro se perderá para siempre fuera de las correspondencias establecidas por la ligadura. En principio se le otorga «El colibrí y el guardafaro», pero el sonido de las palabras adquiere de nuevo un papel relevante cuando Bidoglio se enreda en la musicalidad de ellas:

Todas las palabras llanas, al final de una expresión, se quedan cortas. La última sílaba siempre sobra. Decir faro es exactamente igual que decir fa. Las palabras agudas, en cambio, siempre están pidiendo más sonido, o sea que de alguna manera quedan sonando y se prolongan.



El cambio de título viene motivado por el sonido, lo cual ratifica más nuestra teoría sobre la música ligada a la literatura. Las palabras por sí solas no bastan para hablar de un mundo tan complejo como el nuestro, han de ayudarse del sonido, el cual permite que se desarrollen plenamente porque ya desde los orígenes de la escritura, ésta aparece unida al sonido. Los petroglifos que dejaron los indios desaparecidos de La Rioja consistían en grabados sobre roca obtenidos por descascaramiento o percusión. Debido a la percusión se produce un sonido, un ritmo en la escritura primitiva. Mientras el petroglifo se forma trabajando, golpeando la piedra para obtener un grabado, se crea una serie de sonidos unidos a las palabras. Daniel Moyano recoge esta unión de música y literatura o mejor deberíamos decir de sonido y palabra, de este modo la frase «Y anoche empezaron a cambiar las estrellas» que inicia el diario y se repite constantemente para hacer alusión al diario de a bordo que va a escribir Rolando, se convierte en un petroglifo que se graba en el oído del oyente-lector debido a su repetición y el sonido reiterado de estas palabras mediante la percusión necesaria que hay que imprimir, dará lugar a una serie de ritmos en el diario:

Dejar un diario de a bordo como los indios de mi provincia, ya desaparecidos, dejaron petroglifos. Dejar sobrevivencias, para eso sirven las palabras. Y anoche empezaron a cambiar las estrellas me parecía un petroglifo perfecto [...]. Y a mí la estilográfica me temblaba en el bolsillo, y el cuaderno se me calentaba en las manos, y la frase anoche comenzaron a cambiar las estrellas me invitaba a unos ritmos que no tardarían en desatarse, páginas y páginas en el ritmo abierto por mi petroglifo.



La novela o el diario de a bordo se convierte en un petroglifo que a medida que se va construyendo va desatando ritmos. Ritmos que provienen de la percusión necesaria para crear las palabras. La novela es entonces un ritmo desatado por sus petroglifos. No podemos olvidar que el narrador concibe su manera de contar esta historia como si fuera una vidala o baguala. Ésta se acompaña con caja, es decir la percusión forma parte de su ejecución. Por lo tanto si nos encontramos frente a una vidala o baguala literaria, la percusión que acompaña a las palabras no es otra cosa que los petroglifos de los indios desaparecidos.

Esta asociación de palabras al sonido es fruto de la condición de músico que el autor reúne en torno a su persona. Daniel Moyano es profesor y ejecutante de viola y violín, es un músico que juega a crear sonidos mediante las palabras. Su condición de músico se filtra en el relato no sólo en su proyección en el narrador sino en detalles tan nimios como orientarse en un barco mediante el oído o ponerle un nombre al hijo imaginario. Cuando este hijo salta de un barco a otro reiterando la ligadura entre realidades, Rolando necesita nombrarle para otorgarle existencia, pero desea un nombre difícil de nombrar, sobre todo por aquellos que van sacando a las gentes de sus vidas con sólo nombrarles ante la puerta de la casa. Por eso decide Rolando esconderlo «en un sonido que ninguna voz humana pueda cantar y sólo algunos instrumentos ejecutar». La necesidad de esconderse en la música, en los sonidos a los cuales el interrogador y la policía no pueden llegar, le lleva a nombrar a su hijo mediante un acorde que sólo puede ser ejecutado con un instrumento, e incluso con éste prácticamente es imposible alargar tanto la mano para realizar dicho acorde. Además en el caso de que pudiese realizarse dicho acorde, quién va a ir a detener a alguien con una guitarra en la mano. Entonces no es necesario complicar tanto las cosas y con un simple acorde bastará para llamarlo porque es imposible ejecutarlo con la voz. De este modo le protege del mundo de las palabras al que cualquiera tiene acceso. Y las personas que él desee podrán llamarlo deshaciendo instantáneamente el acorde silbando las tres notas que lo forman.

Para llevar a cabo esta ligadura entre música y literatura, el narrador se va a apoyar en una serie de recursos musicales que se desarrollan en la escritura de la novela. Uno de estos recursos es la cadenza que da título a un capítulo y la estructura. Este recurso musical se emplea en los conciertos y consiste en una culminación especial poco antes del final, un episodio solista sin orquesta en el cual el solista ejecuta una fantasía sobre temas del movimiento y al mismo tiempo puede exhibir sus conocimientos técnicos. Y esto es precisamente lo que va a llevar a cabo el narrador-Rolando, una recapitulación o culminación de lo que ha sido su historia, poco antes de llegar al final. Rolando aparece en la casona de piedra del invierno europeo para indicar a su auditorio que llegado a este punto de la narración ha decidido mandar muchas cosas al carajo porque ha descubierto que los que van en el barco no se metieron con nadie, son peones, actores, músicos, poetas, titiriteros, «boluditos alegres más bien, haciendo puzzles con sonidos o palabras o colores, crucigramistas de la vida». Siempre anduvieron por la vida con sordina, es decir aplacando su sonido para pasar desapercibidos, para no molestar con su sonido y de este modo refugiarse en la inocencia para no reconocerse idiotas en un mundo que está siendo transformado por la violencia, cayendo en la ficción, en la irrealidad. A medida que Rolando va cayendo en estas conclusiones sobre los setecientos exiliados se da cuenta de que ya no puede evitar la cadenza:

Estoy entrando poco a poco en la cadenza, la orquesta se va apagando y me quedo solo ante el público con mi violincito, tengo que lucirme, y esta cadenza tiene unas terceras descendentes directamente escabrosas, no sé si me saldrán, las estudié poco, la doble cuerda nunca fue mi fuerte. Además yo no quería entrar en ella. La salteaba y listo. [...] No quería meterme en esas honduras técnicas, era mejor seguir con el relato de mi barquito paralelo, mis amores imaginarios con Nieves y el hijo misterioso que tenemos. Sin olvidarme de mis profundas meditaciones (inútiles) sobre el destino de los hombres y los pueblos mientras otros se pudren en las cárceles del Cono Sur o llevan su exilio interno como pueden. Hubiera preferido seguir tocando con sordina.



La culminación como recapitulación de lo que son los exiliados es algo que duele a Rolando, quiere apartarse de ello pero no puede. Desearía seguir con su realidad virtual y su barquito paralelo donde ha dado cabida a todas las cuestiones metafísicas que su mente contenía. Es decir todo contado con la sordina del músico que la utiliza para paliar el sonido, para que no se oiga y no molestar a los vecinos. Contar con sordina es contar sin comprometerse con nada, desde afuera, contar la realidad del barquito virtual y de Nieves. Sin embargo no siempre se puede refugiar uno porque hay hechos que nos arrancan de la realidad virtual y nos hacen plantearnos nuestra condición, como las violaciones de Sandra en la celda. Entonces lo que tiene que hacer Rolando es seguir llevando su barquito imaginario como contrapeso de las cosas horribles que les sucedieron y la ligadura será la que le permita pasar de uno a otro, siempre ayudado claro por el alcohol y la curda buscada bien para la evasión bien para poder seguir contando.

Es la fiesta del cruce del ecuador, hecho que permite a Rolando arrinconarse con una botella en el barco y esperar a que llegue la curda buscada para dar comienzo a su culminación o cadenza.

Rolando hace alusión a la cadenza musical que ejecutará con su violín en las páginas del relato. El violín es el propio Rolando y está demasiado sorprendido con lo que le ha sucedido a Sandra y a otros como a ella para poder ejecutar una cadenza tan comprometida y difícil.

Nos encontramos frente a un Rolando arrinconado en el barco, esperando la curda en la cual el cuerpo y la cabeza se le llene de Nieves. Mientras tanto empieza a recapitular y a unir todo lo que ha sucedido en su vida desde que vinieron a buscarlo a la viña, comienza a sacar sus propias conclusiones, llega a la esencia misma de lo que es él y sus compañeros y por qué los echaron de su tierra, pasando así la parte más difícil de la cadenza.

El narrador, desde el caserón de piedra avisa a su auditorio de que ya pueden volver los que no desearon oír esta parte con miedo a impresionarse:

Y ya pueden volver los de corazón débil que se retiraron a la otra sala, ya hemos pasado la parte más tremendista de la cadenza y ahora seguiremos hablando tranquilamente del barquito.



A continuación el narrador Rolando va a ejecutar los últimos acordes de su cadenza, «Un par de capítulos más y esto se acaba, estoy harto del tema del exilio y de los setecientos imbéciles que viajamos en este barco. Estos no son temas para mí». Rolando no quiere hablar del país, de su violencia y de su situación, quizá sería mejor escribir una novela pastoril o ser un poeta como Arturo Capdevilla preocupado por problemas orientalistas o seguir con su barco virtual y las disquisiciones metafísicas que en él se desarrollan. Rolando se siente lejos de esos problemas porque éstos se producen en «esa Europa que es Buenos Aires». En cambio Rolando es de La Rioja, posee otras características, otros rasgos personales que le alejan de esa Europa que es Buenos Aires, los riojanos son medio pastoriles, les gusta la guitarra y el vino, llevan dentro una herencia arraigada, la raza de sus antepasados, indios que poblaron la Rioja y les proporcionaron todo su folklore y su forma de vida, ellos no son soldados ni creen en la guerra, sólo desean vivir en sus campos y ser felices sin perder sus raíces.

Libro de navíos y borrascas termina con un capítulo titulado «¿Fin?» donde el narrador se plantea el modo de terminar la historia. Ésta ha de finalizar al modo de una partitura porque así se concibe esta historia, una partitura que el oyente-lector ve pasar ante sus ojos ejecutando su música a través de las palabras. Sin embargo existen muchos modos de terminar una partitura y el narrador se los va proponiendo al oyente-lector, haciéndole partícipe de algo tan comprometido como un final y mostrándole que la ligadura entre música y literatura es completa en su novela.

La modulación consiste en ir cambiando de tono y así hasta la eternidad, hasta que se consiga una manera de acabar con la modulación. El narrador-Rolando hace muchas veces referencia al hecho de modular con palabras. De este hecho surgen historias distintas que se van sucediendo a lo largo de la historia hasta que se impone la necesidad de encontrar el final y es ahí donde radica el problema.

A mí los finales nunca me han convencido mucho. Siempre me parecieron arbitrarios. En música sobre todo, los finales casi siempre resultan rebuscados. En general, casi todos tienen algo de tonto como el chan chan final de los tangos. [...] Y lo peor de todo, que al final siempre se termina con algo que viene a ser una manera de decir chan chan.



Es necesario evitar el «chan chan» final, algo facilón que surge tras darle muchas vueltas a la historia y que resulta demasiado conclusivo, no da pie a que el oyente-lector participe de ese final sacando sus propias conclusiones. El «Chan Chan» no te permite ni un ápice de duda sobre lo que sucederá después del final, es la única conclusión posible, rimbombante y por ello algo rebuscado y tonto. Existen otras posibilidades musicales que proporcionarán a la historia un final mejor para todos, una de ellas es el difuminado o diminuendo consistente en ir modulando el sonido proporcionalmente hasta que se pierde, se difumina hasta perderse por completo. Es un final más tranquilo, que te va introduciendo en los últimos sonidos de la partitura, meciéndote en sus brazos hasta que todo acaba muy lentamente. El difuminado es un alargamiento del sonido que se traduce en la historia como la imagen del barco llegando a Barcelona, perdiéndose en la neblina del puerto.

A continuación el narrador incluye una partitura en el libro de lo que es un difuminado, pero esto tampoco le convence porque «Pareciera que se tratara de un final escamoteado del cual el autor estuviera arrepentido. A mí, por lo burdo, un final así me parece un equivalente con sordina del chan chan que se trata evitar. Para eso, mejor ponerle el chan chan y listo. Lo ideal entonces sería que la historia se acabara de un apagón». Nos encontramos frente a otra técnica musical aunque el narrador no indique su nombre técnico, lo cual nos hace pensar en ese acercamiento que él desea desde el principio establecer con su oyente-lector. El apagón consiste en cortar la historia de cuajo, como cuando se produce un apagón de luz y nos quedamos así, sin más, sin saber qué hacer. Pero en una historia no puede uno cortar de cuajo por cualquier palabra o caeríamos en un sinsentido, entonces es necesario recurrir a las palabras agudas utilizadas por Paredes que si terminan en ele prolongan el sonido de su última vocal «como una gran arcada de violín», es decir utilizando todo el arco en ese último sonido que se prolonga por el papel, y de este modo la historia finalizaría con el barco llegando a la ciudad condal, dejando que la palabra condal flotara libremente, hasta encontrarnos con la palabra siguiente que es el tan conocido fin.

Por lo tanto el narrador llega a la conclusión de que sólo existen dos soluciones, o cortar el discurso o alargarlo que viene a ser lo mismo porque siempre se termina cayendo en el chan chan del tango o en cualquiera de sus equivalentes como ya hemos visto. A pesar de todo todavía existe una posibilidad más,

[...] esas fórmulas verbales que usaban las viejas contadoras de cuentos folklóricos de La Rioja, que usaban repetidamente y sin ningún problema aunque se parezca a nuestro socorrido FIN.


Y entré por un zapato roto
Para que usté me cuente otro.



Y si acaso fuera imposible conseguir el apagón perfecto, lo que se puede hacer es «modular y modular tratando de llegar al final sin caer en el remanido chan chan o en cualquiera de sus equivalentes». De nuevo nos encontramos con otra dificultad ya que no se puede modular haciendo navegar al barco hasta llegar a Barcelona porque existen una serie de interferencias musicales que lo impiden. Estas interferencias son olvidos, historias que el narrador omitió y que vuelven a su mente impidiéndole modular. Para poder escuchar estas interferencias se va a producir un apagón en la narración, el barco no llega al puerto y se escuchan las interferencias, tres historias sucedidas en Lisboa y cuyo peso no le dejan avanzar en la modulación. Una vez narradas las historias del «Guardador de Rebaños», la «Mini historia de Sandra» y el «Flash del tranvía lleno de cerezas» continúa el narrador modulando y navegando entre las palabras de los exiliados que ven tan cerca su llegada.

De nuevo el narrador hace referencia al tiempo que se le acaba, al día que está llegando al caserón de piedra y que va exterminando la magia de la noche, el despertar del día produce la pérdida de consistencia del barco el cual se va desguazando en la luz y afuera los pescadores comienzan su jornada ignorantes de lo que ha sucedido. Puede ser este un buen momento para colocar el final, la tentación le confunde y de nuevo siente que no ha llegado el momento ni ha encontrado la forma de colocar el final:

Pero desgraciadamente quedan todavía unas pocas cosas más que también esperan sus palabras, y no queda otro remedio que seguir modulando como se pueda.



A Rolando narrador le sucede lo que a Fede, el constructor de la guitarra del vidalero, que no quiere llegar al final, por eso va intentar demorar el final con palabras que viene a ser lo mismo que acabar la guitarra, ya que todo final supone una violencia, un asesinato. Cuando se va llegando hacia el final del relato el narrador tiene ante sus manos una serie de posibilidades con las que acabar la historia y elegir una de ellas equivale a desechar el resto, a matar los otros finales posibles. A Rolando le gustaría acabar con la imagen del barco desguazándose en la niebla y los pescadores que vuelven a su tarea en la casona de piedra, pero esto sería hacer desaparecer a sus personajes de un apagón. Mientras llega el momento crucial en que Fede corta las maderas para construir una guitarra matando así los posibles violines o cellos, Rolando se ve incapaz de salvar a una de sus posibilidades y asesinar al resto como hizo Fede, por eso decide seguir modulando, añadiendo palabras al relato, dirigiéndolas hacia un final inminente, siendo entonces ellas mismas las que decidan de acuerdo a sus propias necesidades el final que más les convenga. Este seguir arrimando palabras al momento en que el barco está llegando a Barcelona nos proporciona dos relatos titulados «Boceto de un vidalero» y «Arabesco para Fede», los cuales no son más que los dibujos que Fede realiza alrededor de la boca de la guitarra con la intención de demorar el final del instrumento y del mismo modo el narrador Rolando los emplea en su relato para seguir demorando la toma de decisiones.

El narrador sigue añadiendo palabras, modulando con el barquito que cada vez se acerca más al puerto hasta que las palabras le llevan al momento crucial en que se produce el desembarco. Seguimos modulando y modulando ya muy cerca del desembarco de los tripulantes cuando al vidalero se le cae la guitarra al agua y nuestro narrador decide darle un título a este relato. Las palabras se van agotando una vez que han descendido los pasajeros y se ha hecho alusión a otros bajadas de sudamericanos en España, van encontrando el momento de finalizar cuando descubren que ya no queda nada, sólo unos cuantos cafés y unas despedidas, los cuales se convierten en «los últimos compases, repetitivos, y con el rabo del ojo ya podemos ver a la derecha las barras de conclusión, afortunadamente sin Ritornello». Se produce entonces una identificación, una ligadura entre el final musical y el final de la novela, ésta como ya hemos dicho con anterioridad se ejecuta como una gran partitura que va ligando palabras-sonido y cuyo final se percibe visualmente en las barras de conclusión de la partitura. El hecho de observar las barras con el rabillo del ojo hace alusión al músico que tocando su instrumento alcanza a ver los últimos compases de reojo en un vistazo rápido a su partitura. La novela no cuenta con el recurso musical del Ritornello, que como su nombre indica supone una repetición y una vuelta a los últimos compases. Éstos nos traen el viaje de Rolando y Contardi en un tren camino de Madrid, las palabras se van envolviendo en el sueño de Rolando que imagina de nuevo su viña sin podar, un último intento de ligar sus dos realidades mientras su entrada en España se produce como si fuera montado en un gran caballo blanco que no es otro que Contardi durmiendo a su lado. Por fin las palabras encontraron el final, fueron modulando todas las posibilidades hasta dar con la despedida del relato, porque como ha dicho el narrador en repetidas ocasiones «aquí más que la historia, importan las palabras, esas olas que nos transportan». Y no podemos olvidar que las palabras no son más que sonidos, petroglifos, sobrevivencias en la memoria a falta de un diario de a bordo que las contenga.






Bibliografía

  • Barthes, Roland, Lo obvio y lo obtuso, Barcelona, Paidós Comunicación, 1982.
  • Coluccio, Félix, Diccionario folklórico argentino, Buenos Aires, Plus Ultra, 1981.
  • Eliade, Mircea, Lo sagrado y lo profano, Barcelona, Paidós, 1957.
  • ——, Imágenes y símbolos, Madrid, Taurus, 1983.
  • Zamacois, Joaquín, Teoría de la música, Barcelona, Labor, 1981.
  • ——, Curso deformas musicales, Barcelona, Labor, 1987.


Indice