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El regreso del sembrador: Hostos, hacia la feliz cosecha

Roberto Mori



Hostos





«El hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años fue encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años de muerto»1. Con estas impactantes palabras, comienza el prólogo de una de las mejores biografías de Eugenio María de Hostos, escrita por otro antillano preclaro, a quien le tocara -hace ya más 60 años- la gran suerte de supervisar la publicación de la primera edición de las obras completas de Hostos, reconocido escritor por sus propios méritos, luchador incansable por la democracia en su país natal, eventualmente Presidente de la República Dominicana y recientemente fallecido: el Dr. Juan Bosch.

El fortuito encuentro de Bosch con Hostos en San Juan, Puerto Rico en 1938, 35 años después de muerto el segundo, representó para el primero, según su propia confesión, «volver a nacer» y la respuesta a muchas cuestiones existenciales de su vida así como un cambio de dirección en la misma. Para nosotros en Puerto Rico, el feliz encuentro tuvo como resultado sacar del olvido a quien ha sido posiblemente nuestro más grande pensador, aquel a quien Antonio S. Pedreira llamó «el ilustre desconocido», Camila Henríquez Ureña, «el célebre desconocido de América» y José Luis González simplemente «el olvidado». Bosch no se limitó a hacer posible la publicación de las obras completas de Hostos, sino que, después de haberse sumergido en un inmenso mar de papeles, nos regaló un entendimiento cabal de la obra hostosiana: su biografía de Hostos titulada Hostos: El sembrador. Creo que la interpretación que hace Bosch del desarrollo de su obra, enmarcada en las distintas etapas de una vida fecunda, sigue siendo un instrumento útil para ubicarla en los tiempos que le tocó vivir y los que han sucedido después de su muerte hasta hoy y para proyectarla al futuro.

Quisiera compartir con ustedes esta noche un breve intento de hacer precisamente eso con algunos aspectos pertinentes de la obra de Hostos: es decir, ubicarla, con la ayuda de Juan Bosch, en los tiempos que le tocó vivir y los posteriores, incluyendo el momento presente así como una proyección al futuro. Me refiero a qué sucedió en su época con la contribución que hiciera Hostos a la situación puertorriqueña, pero también a qué está pasando hoy y cuál podría ser el futuro de la misma.


El sembrador

En un sentido metafórico, y con un gran sentido poético, Juan Bosch utiliza la imagen del sembrador para enmarcar la obra hostosiana. Hostos es el sembrador que, a lo largo de su vida, prepara la semilla, lleva a cabo la siembra, y luego recoge la cosecha. La semilla corresponde a sus años formativos, en Puerto Rico y en España. El surco y la siembra representan los años en que, después de abandonar a España, Hostos recorre toda América desde los Estados Unidos hasta Chile propagando su obra, escribiendo, construyendo utopías. Finalmente, la cosecha son los últimos años de su vida, en que Hostos ve como se derrumba su sueño. Al final de la cosecha -la triste cosecha, le llama Bosch- sus utopías quedarán inconclusas y Hostos pasará al olvido.

Hay otra metáfora importante en Bosch: el ciclón, el mal viento del Caribe, el que daña las siembras y arrasa con todo. Es el águila que acecha, es el monstruo de Martí, el tiburón de Rubén Blades que se acerca a la orilla y que, finalmente, malogra la cosecha.

Hostos nace bajo el signo del ciclón:

«...aquel día que escogió el destino -dice Bosch- para sumarlo a la vida era tenebroso, cargado de augurios impresionantes. Lluvia y viento sobre la costa doblaban los troncos de los arbustos y desramaban los árboles frondosos»2.



El ciclón marcará su vida. Vive para luchar contra el ciclón, el viejo que nos llega del este, a través del Atlántico, y el nuevo que amenaza por el Norte. Concluye Bosch:

«Buen símbolo: nació entre vientos huracanados, vivió entre ellos, acaso también muera en otro... Pobre sembrador antillano, semilla y flor él mismo, el ciclón no le ha dejado recoger su cosecha»3.



La semilla comienza a formarse al amparo de despotismo con sus queridas Antillas -Cuba y Puerto Rico, contra el escolasticismo y la barbarie. Sus nortes son la autonomía de las Antillas, la democracia y, en suma, el afán civilizador. Hay ya un germen verdaderamente revolucionario en el Hostos español donde se combinan sus causas principales. Su activismo revolucionario, que Félix Córdova Iturregui ha denominado como «radicalismo democrático» en la magnífica introducción a la nueva edición de los libros de Hostos sobre Puerto Rico que el Instituto de Estudios Hostosianos acaba de publicar, «tenía con un compromiso de las fuerzas más avanzadas con la transformación de las Antillas»4.

Y en medio de este activismo y de los recelos y traiciones políticas, comienza Hostos a convertirse en soñador, a construir las utopías que luego nos legara. Como la Confederación de las Antillas. Oigamos el relato de Bosch:

«Poco a poco... Hostos se fue convenciendo de la similitud de caracteres entre cubanos, dominicanos y puertorriqueños. Una noche, en que acodado en la baranda, tarde ya, veía la luna menguante rebrillar sobre el agua, se le ocurrió pensar que tal vez fuera posible constituir con los tres pueblos una federación, que quizás los tres podían satisfacer igual destino histórico. Un repentino júbilo, como de quien descubre una ley científica, le embargó de golpe. Sujeto a la baranda, sintió que abría desmesuradamente los ojos y todos los músculos se le hacían tensos. Aquella emoción que encendía su sangre y casi le hacía perder la cabeza fue tan grande que no pudo abandonar el lugar donde la había sentido, y estuvo allí, recibiendo la brisa holgada del mar, hasta que el cielo empezó a perder lentamente el tono oscuro de la noche»5.



«¡La Confederación de las Antillas!: he ahí el gran sueño, he ahí el germen del porvenir... Sus islas no son sino fragmentos de una gran patria futura. Hay que hacerla, hay que unir los pedazos dispersos, y como no es posible rellenar los canales, se atarán con el vínculo político de la federación»6.



Sueña también con unas Antillas civilizadas, libres no sólo del despotismo político sino también el de las ideas, del escolasticismo y todas las doctrinas que habían apresado las mentes de sus isleños durante siglos. Sueña con la liberación de las mentes mediante la educación más amplia posible. Y sueña con un régimen donde los gobernantes sean sólo representantes de lo que él llamó «el poder social».

Bosch nos describe la situación de la gente de la isla que tanto chocaba con el sueño hostosiano:

«...nadie se atrevía a tener una iniciativa, no importaba de qué orden, y cuanto había que hacer debía ser dispuesto desde arriba... En la vida familiar, en la de grupos, en la de población, faltaba ese preciado don de la iniciativa que da la libertad. Todos, desde el joven y la joven, hasta el municipio y el país, eran timoratos, tímidos, miedosos. Reclamar un derecho era algo tan insólito como un crimen; la satisfacción de deseos inocentes se castigaba como una felonía»7.



Y Hostos sueña y alimenta la semilla. Las luchas políticas comienzan por desanimarle, España le falla a las Antillas. Desconfianza de los políticos, «desconfianza de la revolución porque no será una renovación», dice en su Diario. Sin embargo, dice Bosch:

«Sueña, sueña, sueña. He ahí su mal: el sueño, y ese optimismo contumaz que le lleva a echarse en los brazos de todos para desconfiar después y sentirse disgustado consigo mismo y desdeñoso de los hombres si no responden, como sucede siempre, a su esperanza. Pero es bueno soñar»8.



La búsqueda de ese sueño lo lleva a iniciar la siembra, en un peregrinaje que lo llevará a Nueva York, Venezuela, Perú, Argentina, Chile, Colombia, República Dominicana. Dice Bosch:

«Su sino es recorrer todo el surco americano. Y sembrar sin descanso»9.



«Pasará toda su vida en eso: prédica, lucha, indignación...»10.



Lucha por las independencias de Cuba y Puerto Rico, impulsa la Confederación Antillana, combate las dictaduras y las desigualdades, se enajena de los políticos y finalmente concluye que lo que podía realizar era «la única revolución que no se había hecho en América: la de la educación». Y ese fue su gran genio, su gran utopía: la educación sería la verdadera revolución, el medio para llegar a la realización de sus metas más preciadas. Hostos no deja ser revolucionario, como han afirmado algunos; sólo cambia sus armas y sus métodos. Sigue siendo radical, con la transformación como norte. Las independencias de Cuba y Puerto Rico siguen siendo su más alta prioridad. La unión antillana y la redención de la América Hispana por medio de la educación son pasos hacia el ideal bolivariano de una América nuestra unida.

Mientras tanto, sigue recibiendo los embates del ciclón que daña toda siembra. Las dictaduras lo hacen moverse de lado a lado, convirtiéndose en un exiliado permanente, en un peregrino sin descanso. Deja un sembrado y corre a comenzar otro. Hasta que el ciclón amenaza con acabar con su más preciada siembra. Los eventos del 98: la amenaza contra la independencia cubana y la anexión de Puerto Rico hacen que Hostos regrese por fin a su punto de partida. Pero le toca comenzar a vivir, al igual que a Betances, la triste cosecha en su propia patria. Dice el biógrafo:

«Cuando la frutaba maduraba, el sembrador vio el aciclonado viento del trópico arrancarla del tronco y lanzarla lejos. Pero el sembrador no se rinde, porque adivina el germen de otra fruta que pagará su esfuerzo»11.



«La patria se me escapa de las manos -dice lleno de dolor- Siendo vanos mis esfuerzos de un año entero por detenerla, el mejor modo de seguir amándola y sirviéndola es seguir trabajando por el ideal...»12.



Y en la continuación del trabajo por el ideal, lanza entonces su último gran proyecto para la salvación de Puerto Rico: la Liga de Patriotas Puertorriqueños. Busca, en primer lugar, resolver la cuestión política mediante un mecanismo que ponga a Puerto Rico en una «situación de derecho», un plebiscito donde conste «la voluntad de Puerto Rico». Lo revolucionario del proyecto no es, sin embargo, su fin político, sino su fin social. Lo describe de la siguiente manera:

«...poner en actividad los medios que se necesitan para educar a un pueblo en la práctica de las libertades que han de servir a su vida, privada y pública, industrial y colectiva, económica y política, moral y material»13.



Introduce así un nuevo modelo político, que anticipándose a Paulo Freire, se monta sobre la educación de la gente común y no busca simplemente la búsqueda del poder político:

«Es una política al revés de la enseñada por el coloniaje. En vez de encaminarla al poder político, se encamina al poder social, en vez de buscar el dominio de todos para uno, busca el dominio de cada uno por sí mismo; en vez de afanarse por fabricar partidos en el aire, se desvive por cimentar en la conciencia de la triste patria la noción de sus derechos, el conocimiento de sus deberes y el reconocimiento de sus responsabilidades»14.



Es una «política sin poder», dice. Es decir, que no busca el poder político. Podríamos incluso decir que «despolitiza» sus gestiones y se «refugia» en el «poder social». Yo veo, sin embargo, que lo que realmente Hostos busca es culminar su proyecto por medio de «otro tipo de política» que se ancla, no en el Estado, no en los partidos políticos, sino en el origen del poder: en la sociedad misma. Es «alta política», es «política sin poder», es «poder social». Dice específicamente:

«Como eso no suele ser el propósito de mucha gente, claro está que la Liga de Patriotas no es un partido ni puede ser partido, ni quiere ser partido. No por eso deja de tener una política; pero absolutamente subordinada a su propósito social, que es el de formar un pueblo. Maldito, si a quien tiene tal propósito, se le pueda ocurrir hacer política»15.



Los sujetos de esta nueva forma de hacer política son la gente misma, es un proyecto de «ayuda de sí mismo a nuestro pueblo». Y ese -dice- «es el procedimiento ideado por la Liga para restablecer la salud de nuestra sociedad, porque, individuo o pueblo, sólo el que se ayuda a sí mismo será salvo»16.

El proyecto de Hostos cayó básicamente en oídos sordos. Comenta Juan Bosch: «Su voz apenas flota sobre la algarada de los políticos. La oyen, entre sonrisas escépticas, y la dejan perderse en un agobiador vacío. El no es político: no lo es...»17. El modelo partidista arropó al país que se dividió en bandos irreconciliables a las órdenes de lideres caudillistas. Y la búsqueda de la solución del problema del status nubló la verdadera naturaleza de nuestro sistema partidista, que es la búsqueda del recortado poder y las prebendas del régimen colonial.

Entonces -dice Bosch- «el luchador recoge sus armas y abandona el amado lar de los mayores»18. Inicia su último exilio y peregrinaje hacia la continuación de viejas siembras. No sabe, aunque lo intuye, que «la triste cosecha» lo persigue por todas partes.

«...el huracán del trópico acecha en su desconocida madriguera... Está entregado a la amorosa fe, y de improviso el viento llega, con un atronador bramido; se revuelve, se sacude, y cuando pasa deja al aire la raíz del ceibo potente, en el lodo la fruta del cafeto, en tierra los tiernos tallos y los espeques del bohío»19.



Hostos muere no sólo en el «agobiador vacío» sino en la desilusión y la frustración de «la triste cosecha». Su pueblo -aquéllos a los que llamó los «sencillos campesinos»- vive enredado en la lucha partidaria y la dependencia de sus líderes, de esos «los insensatísimos jefes de partidos», los «aprovechadores de ignorancia humana», incapaces de ayudarse a sí mismos, de tener iniciativa para nada, tan faltos de una educación liberadora que los convierta en los dueños de su propio destino.

El sembrador cae finalmente ante el viento aciclonado. Así narra su biógrafo el triste final:

«El huracán ruge afuera. Deshoja los mangos; hace silbar las pencas de los cocoteros. Es el mal viento, de saña implacable; el que malogra la cosecha esperada, el que desarraiga los troncos y vuelca los bohíos, el castigo de las islas. Se le siente enfurecer. Busca, colérico, una ventana mal cerrada, una rendija. Logra paso, al fin, y entra de golpe, en danza frenética. La tenue luz que brilla en el fondo de los grises ojos, tiembla, disminuye, vacila y se apaga... Son las once y treinta y cinco minutos. El viento sigue bramando entre los cocoteros y sobre el mar»20.






Hacia la feliz cosecha

Esta historia, por supuesto, no acaba aquí. ¿Qué ha pasado con Hostos y sus utopías inconclusas hasta el día de hoy? ¿Qué le depara el futuro? ¿Podemos predecir que algún día habrá una feliz cosecha de la siembra hostosiana?

Es mi intención esta noche señalar, sin duda alguna, que sí. El espíritu hostosiano es fuerte y persistente. Es cuestión de vida o muerte. Dice Bosch sobre los últimos pensamientos de Hostos sobre Puerto Rico:

«Cree firmemente que Borinquen no se perderá. Tardará acaso muchos años, más de los que él espera; pero un día la isla será libre, y aunque él esté ya confundido con la tierra que reciba sus despojos, su sueño de la Confederación Antillana será un hecho. No puede abandonar la fe de ese día, porque el día que la perdiera dejaría de vivir»21.



Quisiera compartir -para terminar- las razones por las cuales creo que nos encaminamos hacia una feliz cosecha de la siembra hostosiana. Quisiera señalar precisamente que dos de las principales utopías hostosianas han cobrado una actualidad y una relevancia impresionantes y que hay promesa en su futuro porque han resultado ser verdades prematuras, dignas de un visionario. Me refiero, en primer lugar, a la que he denominado la utopía caribeña, proyecto que parece seguirle los pasos a aquella vieja utopía de la Confederación Antillana y que hoy subsiste como parte de la solución de nuestro problema nacional. En segundo lugar, me refiero a la que he llamado la utopía democrática que, como eco de aquel último proyecto político de Hostos para Puerto Rico, presagia una nueva forma de hacer política.




La utopía caribeña

En cuanto al primer punto, el de la utopía caribeña, ésta parece estar muy a tono con dos hechos presentes relativos a nuestro país y al destino de la región caribeña: (1) el creciente debate en Puerto Rico relativo al fenómeno nacional en momentos en que los campos se deslindan entre la anexión definitiva a los Estados Unidos y la constitución (¡por fin!) de algún tipo de república; y (2) la redefinición del papel del Caribe en el nuevo estado de cosas a nivel mundial que hoy llamamos la globalización. Ambas, en última instancia, son sólo dos manifestaciones de lo que sucesivamente hemos llamado colonialismo, neocolonialismo, imperialismo, hegemonía norteamericana y -hoy- globalización.

Parto de la premisa de que la anexión formal de Puerto Rico a los Estados Unidos por vía de la estadidad no es una opción abierta al país y de que cualquier otra solución que pretenda algún tipo de «asociación» con los Estados Unidos será inevitablemente transitoria. Parto de la premisa de que el país se encaminará, tarde o temprano, por sí mismo o empujado por los Estados Unidos, a un status independiente. Por lo tanto, el problema es qué pasará con un Puerto Rico independiente. ¿Cómo evitar que nos convirtamos en una república neocolonial en el Caribe junto a muchas otras bajo el dominio norteamericano? Este ha sido el dilema de la región caribeña desde 1898: es decir, como romper con la hegemonía norteamericana que se ha manifestado durante un siglo bajo la rúbrica conocida como neo-colonialismo y que hoy comienza a manifestarse bajo la égida de la llamada globalización. Se perfila el surgimiento de economías-mundo regionales, dentro del ámbito de la economía global, pero dominadas por determinados centros. El Caribe y la América Latina se constituyen en periferias del centro industrializado norteamericano. Lo que en el 1898 era el comienzo de la hegemonía norteamericana en el Caribe y América Latina, hoy es la economía-mundo regional donde los Estados Unidos son el centro y los demás periferia.

Es en este contexto que la propuesta hostosiana de hace más de 130 años de una Confederación Antillana vuelve a cobrar significado o, mejor dicho, demuestra que no ha perdido vigencia. La Confederación Antillana constituye una solución que catalogo como «postnacional», tanto en el caso colonial puertorriqueño como en el caso del neocolonialismo en el Caribe. La integración caribeña y la formación eventual de la nación latinoamericana serían movimientos anti-sistémicos, es decir, anti-globalizadores, que van orientados al desarrollo de regiones y serían la única manera de: (1) evitar el dominio de los centros (especialmente los Estados Unidos) y (2) comenzar a desarrollar un proyecto humanista alternativo que convierta a la América Latina en el continente de la esperanza. Para Puerto Rico, la respuesta que nos da Hostos es una «solución post-nacional», en el sentido de que la constitución de la nación puertorriqueña como república independiente no es el objetivo final. La patria-nación no es, para Hostos, sino un punto de partida; el viaje es hacia una patria más grande, que muchos ya sentimos en una identidad caribeña en construcción, que Hostos y otros vislumbraron hace mucho tiempo, y también hacia la «patria inmensa» que ya había vislumbrado Bolívar mucho antes. Pero no es sólo una identidad caribeña en construcción lo que hemos estado presenciando durante los últimos 100 años. Es el nacimiento de una verdadera comunidad transnacional, gracias a las migraciones intrarregionales y hacia los Estados Unidos, los procesos de integración económica regional, la creación de la Asociación de Estados del Caribe, y hasta el desarrollo de foros de la sociedad civil del Gran Caribe. Se avanza en la dirección de la utopía inconclusa.




La utopía democrática

En cuanto al segundo punto, el de la utopía democrática, la propuesta hostosiana parece estar muy a tono con el déficit democrático de nuestra sociedad. La realidad política del país es una de excesiva politización partidista, donde los mecanismos decisionales electorales no deciden asuntos, donde la búsqueda del poder político se convierte en el norte inescapable de los partidos, donde los partidos deciden lo que la gente debería estar decidiendo en una democracia, o sea, lo que algunos llaman una partidocracia, y donde el único mecanismo disponible pero ineficiente que tienen los ciudadanos para controlar al gobierno son las elecciones. Vivimos en una sociedad que lo espera todo de los gobiernos (del de aquí y del de allá) y de los líderes de los partidos políticos y que históricamente ha tenido muy poca iniciativa para nada. La sociedad civil ha jugado un papel muy pobre en los mecanismos de acción colectiva. Mucha gente ni siquiera puede pensar en la posibilidad de que haya otra forma de resolver nuestros problemas (sea el del status o cualquier otro) que no sea a través de las estructuras partidistas.

La verdad es que Hostos dio una solución a esto hace más de 100 años. Su concepto de poder social es verdaderamente revolucionario. Nos recuerda que poder social son las capacidades naturales que tiene cada municipio, provincia o nación para resolver sus cosas. Y que el Estado no es más que un aparato creado artificialmente para cumplir las encomiendas del poder social. Rechaza a los partidos políticos por su tendencia a sólo buscar el poder y conmina a los ciudadanos a desarrollar iniciativas desde abajo, a desligarse de las contiendas partidistas y a buscar el consenso. Nos da el ejemplo de una organización no partidista dirigida a educar al hombre sencillo en el ejercicio de sus derechos y a fomentar el desarrollo de iniciativas que reduzcan su dependencia de los líderes de los partidos políticos y del gobierno. Nos da el ejemplo de un mecanismo no partidista pero compuesto por personas de todas las tendencias políticas para intentar resolver el problema del status político. Nos sugiere un largo periodo de educación en los asuntos pertinentes antes de embarcarnos en un plebiscito, algo que todavía no hemos hecho en Puerto Rico, sino que nos contentamos con los carnavales audiovisuales que nos atosigan los partidos políticos en cada plebiscito. Nos sugiere un método de resolver asuntos llamado el compromiso o consenso: «esa política de acuerdo, de convenio, de pacto de transacción, en que cediendo un poco uno, se abandona por el momento un propósito irrealizable, para realizar otro más al alcance»22.

Hostos en realidad se adelanta a nociones que responden hoy a la crisis de gobernabilidad del Estado moderno y a la llamada «democracia delegativa». Al contrario, el modelo hostosiano apunta más al modelo de «democracia participativa» que plantea precisamente una nueva forma de hacer política, que aspira a «superar el abismo hoy existente entre sociedad civil y sociedad política estableciendo dentro del mismo sector público la relación Estado-ciudadanía»23. Se trata de que sea la sociedad, la nación, como soberana, la que realmente decida las pautas a seguir a través de un proyecto nacional; el Estado y los partidos políticos no deben establecer pautas; son simplemente gestores, encargados de darle concreción y poner en marcha ese proyecto. Se trata también de armar canales y mecanismos para hacer posible la participación de los más diversos sectores de la sociedad, fuera del cauce político. Estos -de nuevo en la onda hostosiana- han de ser mecanismos de concertación o consenso, fuera de la red partidista y de las instituciones estatales y donde la participación de ciudadanos informados y «educados», en el sentido de ser conscientes de su realidad, sea una «sin exclusiones», donde todo el mundo esté incluido. Se trata de un proceso que se inicia de abajo para arriba, desde la fuente misma del poder que, según Hostos, es el individuo y que, pasando por todas las instancias de naturaleza local y provincial, culmine en un proyecto nacional.

Hostos

Veo en el reciente resurgimiento de la sociedad civil puertorriqueña en general y en el caso de Vieques en particular, «ecos hostosianos» (como diría Don Pepe Ferrer Canales). El caso de Vieques -quizás todos coincidamos- es un caso especial. Significa no sólo el rechazo del modelo partidista -a quien culpan precisamente de la situación viequense- sino un verdadero apoderamiento -en una demostración de democracia radical-participativa- de una situación por un liderato colectivo. Se trata también de demostrar que el verdadero poder es de abajo -y no en forma simbólica dando un voto cada cuatro años, algo que sólo perpetúa el dominio (y empleo) de algunos líderes- y que se ejerce tomando parte en los procesos decisionales de una comunidad que se ha informado y educado a sí misma, en un proceso de auto-ayuda. «Individuo o pueblo -sentenció Hostos- sólo el que se ayuda a sí mismo, será salvo». Vieques significa que no son los «líderes» de los partidos los que provocan la transformación social, sino la gente misma tomando directamente la dirección del proceso en sus manos y educándose en el proceso. Vieques es el vivo ejemplo de una «política sin poder». La desobediencia civil es «política sin poder». No es necesario «tener» el poder para detener el bombardeo de la Marina. Basta con decidir colectivamente, en consenso, «ni un tiro más» para que, por lo menos a la larga, se produzca. Vieques es prueba de que el poder, definitivamente, se construye. O como afirmara Hostos: «Cuando la masa se pone en movimiento, la revolución es un hecho incontrastable»24.

¿Qué lección aprendemos de todo esto? ¿Qué significa Hostos en el contexto viequense de nuestros días? Tengo dos respuestas a esta pregunta:

1. Vieques podría significar el comienzo de una sociedad civil activa, con iniciativas para ejercer el poder social;

2. Vieques podría significar el comienzo de un consenso nacional puertorriqueño.

Esta es la única cara de un futuro alternativo que Puerto Rico nos presenta hoy. Se trata de educar y apoyar a la sociedad civil para que reasuma el papel y el poder que le han quitado, de que recobre su iniciativa y de que pierda su dependencia de los que están en el poder, para que se apodere de sus comunidades y de todas las instancias de las que sea capaz (como pedía literalmente Hostos: «que las generaciones posteriores se apoderen de todos los recursos que la libertad pone en manos del país»25), de que «construya» un poder social ante el cual los partidos políticos y el gobierno sólo puedan, en verdadera actitud democrática, rendirse, no retar e imponer; para que la participación y el consenso sean la norma en todas las instancias de nuestra vida social; que sea posible definir un proyecto nacional que nos lance al futuro; que, en última instancia, sea posible un renacer de la sociedad y la democracia puertorriqueñas. «De ese modo... -concluye Hostos- [habremos] hecho por el renacimiento de la vida en Puerto Rico, más que todos los partidos políticos y que todos juntos, los llamados hombres políticos de acá, de allá y acullá»26.




Sueños en realidades

En definitiva, Hostos no sólo es un pensador para la realidad de nuestros días, sino que ha demostrado su carácter combativo y persistente. Es como si, aún en el momento presente, permaneciera insepulto, cual Cid Campeador, en el fragor de la batalla. O como el buen sembrador que regresa para recoger su feliz cosecha.

El tiempo que haya pasado y el que falte por pasar, no importa. Lo importante es caminar hacia la utopía. Dijo el mismo Hostos:

«Los momentos pasan; pasan por ellos los hombres: pero siempre llega el día de la victoria para la justicia. Que no lo vea el que por ella ha sucumbido, eso ¿qué importa? El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue ese día»27.



El día de la victoria para la justicia está cerca. Y la contribución de nuestro Hostos debe estar hoy más clara que nunca.

Hostos







 
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