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El renacer de la égloga en vulgar en los cancioneros del siglo XV. Notas preliminares

Antonio Gargano





No hace mucho que, con su habitual sabiduría, Juan Alcina señalaba una verdad que, con el pasar del tiempo, va tomando cada vez más crédito. Decía que:

«La poesía de cancionero tan fuertemente apegada a sus tradiciones y modelos, oculta y medievaliza sus fuentes, pero en algunos casos creo que la cortina se puede levantar un poco para dejarnos entrever incidencias neolatinas que deberían permitir hablar de cierto humanismo de cancionero».


(Alcina 1993: 7)                


Quizá en pocos géneros se pueda confirmar tanto esta afirmación como en la égloga, especialmente si -buscando las huellas «de un cierto humanismo de cancionero»- nuestra investigación no se limita sólo a las «incidencias neolatinas», sino que incluye también las marcas del humanismo vernacular.

En realidad, en los cancioneros cuatrocentistas españoles -tanto individuales como colectivos- no abundan las églogas; y, sin embargo, considerando el poco tiempo de que dispongo, me parece conveniente delimitar ulteriormente el discurso, circunscribiéndolo -por un lado- al subgénero alegórico de carácter político y satírico, y precisando -por otro lado- su carácter absolutamente preliminar. A esta categoría pertenecen -como es sabido- un escaso pero significativo número de textos que, partiendo de la mitad de los años sesenta, incluye las llamadas Coplas de Mingo Revulgo, las que comienzan «Abre, abre las orejas», la adaptación de las Bucólicas virgilianas por parte de Encina, la Égloga -«curiosísima», según Manuel Cañete- de Francisco de Madrid, así como la Égloga sobre el molino de Vascalón, con la que, con toda certeza, entramos ya en el siglo siguiente1. El hilo que une los mencionados textos, y que les hace proceder del común modelo de la bucólica alegórico-política2, es un hecho ya conocido, al menos por parte de los estudiosos más conscientes de las corrientes poéticas que se entrecruzaron en la Europa unida por la difundida aspiración a una cultura humanística.

Mayores dificultades surgen cuando se intenta determinar la posición que las obras mencionadas ocupan con respecto a la tradición. En efecto, en el plano de las relaciones -por así decir- externas, es decir, de las relaciones que nuestros textos establecen con la tradición eglógica en su conjunto, los estudiosos no han olvidado referirse -con mayor o menor concreción, según los casos- a la bucólica latina medieval y humanística3, así como -al mismo tiempo- tampoco faltan en sus trabajos menciones a la égloga humanística en italiano vulgar, aunque, sin embargo, suelen limitarse en la mayor parte de los casos a alusiones demasiado genéricas al renacimiento del género bajo la influencia de los Médicis, lo cual ocurre en la década de los sesenta4. Por otro lado, en el plano de las relaciones internas entre los textos españoles considerados, creo que se pueda afirmar que entre los estudiosos más atentos existe un consenso unánime sobre la designación de las Coplas de Mingo Revulgo como arquetipo del género en España, que los autores posteriores han tenido de algún modo presente, si bien no siempre las imitaron, en el sentido estricto del término5. Ahora bien, como es sabido, se suele datar las Coplas en la mitad de los años sesenta, por lo que el conjunto de rasgos que presenta el texto (bucolismo, alegorías de tipo político, lenguaje rústico) hacen de él un sorprendente ejemplo -por su precocidad- de égloga alegórico-política en romance. El problema constituye -de algún modo- el núcleo del que es todavía uno de los mejores trabajos sobre las Coplas, prescindiendo de la magnífica edición del texto realizada por la amiga Marcella Ciceri; me refiero, naturalmente, al estudio de Charlotte Stern que, por lo demás, vio la luz casi contemporáneamente a la edición mencionada, hace poco menos de un cuarto de siglo. La estudiosa americana, en efecto, tras recordar oportunamente que los contemporáneos -o, al menos, alguno de ellos- no tuvieron ninguna duda en incluir las Coplas en el género bucólico, añade que «the poem must be examined within the framework of the pastoral in the late Middle Ages» (Stern 1976: 316); y, desde tal perspectiva, se pronuncia a favor de la «influence [en las Coplas] of a tradition, harking back to Vergil and revived in the late Middle Ages by the Italian poets» (317 n. 20), a propósito de los cuales menciona el Bucolicum Carmen de Petrarca y de Boccaccio. No dudo que la perspectiva adoptada sea la justa, simplemente me pregunto si el anónimo poeta español fue capaz de crear la égloga alegórico-política en vulgar sin ningún tipo de precedentes, es decir, sin ninguna mediación vernácula. Evidentemente, la misma pregunta se la debió hacer también Stern cuando, en una nota, tuvo la necesidad de especificar que «there are also vernacular precedents for the Mingo Revulgo» (326 n. 35), y el lector se topa inmediatamente con los títulos de La Pastoralet y de las Pastourelles politiques de Froissart. Pues bien, si es realmente necesario buscar los «precedentes vernaculares» -y creo que vale la pena intentarlo-, me parece más coherente y provechoso seguir la pista italiana de los herederos de Petrarca y Boccaccio que, en el curso del siglo XV, se esforzaron realmente en sus composiciones para dar vida a un código bucólico en lengua vulgar, partiendo de los ejemplos de los dos grandes trecentisti y -huelga decirlo- en concomitancia con la nueva producción pastoril humanística en latín.

Ya he recordado como, al referirse a los precedentes italianos, los estudiosos de la égloga española suelen aludir, si bien genéricamente, al rebrote que el género pastoral gozó en la Florencia de los Médicis, en un lapso de tiempo: los años sesenta, en el centro de los cuales se situaría también la composición de nuestras Coplas, siempre que se acepte -como suele hacerse- la indicación que Fernando de Pulgar incluyó en su glosa a la estrofa XXIII del poema6. El hecho es que estudios cada vez más numerosos y puntuales sobre el tema han logrado restituirnos un cuadro mucho más complejo y articulado del desarrollo de la égloga en italiano vulgar, hasta el punto de que una atenta estudiosa del género como Paola Vecchi Galli ha podido afirmar recientemente que «a poco a poco i poeti bucolici del Quattrocento sono così divenuti una schiera, ordinata nei testi, nelle diverse scansioni cronologiche e nelle rispettive designazioni geografiche (da Firenze e Siena a Napoli, Ferrara e Venezia)» (1998: 151). Como consecuencia de ello, el redescubrimiento de algunos autores, así como la relectura crítica de los ya conocidos nos obliga a abandonar la idée reçue, según la cual los primeros testimonios del renacimiento de la égloga en vulgar se remontarían a la «accademia dei buccoici», reunidos en torno a la figura de Lorenzo en la primera mitad de los años sesenta. Las cosas no son exactamente así; y -aunque los años sesenta del siglo XV evidentemente son cruciales en el desarrollo de la égloga en vulgar- para localizar los primeros ejemplos del género es necesario retroceder algunos años, e incluso algún decenio, y alejarse de Florencia, aunque -quizá- no sea indispensable abandonar totalmente Toscana.

Debemos, en efecto, remontarnos a los primeros treinta años del siglo XV si queremos encontrar los primeros ejemplos de égloga en romance, cuyo autor, el senes Francesco Arzocchi, está considerado el «inventore del genere volgare». Y como tal también lo consideraron sus contemporáneos, como demuestra con absoluta evidencia un episodio que contribuyó notablemente al resurgimiento del género en la segunda mitad del siglo: la edición Miscomini de las Egloghe elegantissime, que vieron la luz en Florencia en 1482. De los cuatro autores allí recogidos, las églogas de Arzocchi se situaban inmediatamente después de la traducción de las Bucólicas virgilianas por Bernardo Pulci, y antes de la producción original de Benivieni y Boninsegni; la organización de la recolección, por tanto, en lugar de basarse en el «ordine cronologico di composizione», privilegiaba el «disegno di storicizzazione dello sviluppo del genere pastorale in volgare». Los recopiladores intentaron, de este modo, «stabilire la continuità ideale fra la produzione virgiliana e quella volgare» (Battera 1990: 182), asignando a Arzocchi el papel de precursor del resurgimiento en romance del género clásico.

Cronología y circulación de los textos de Arzocchi son por ello factores importantes en la constitución del género. Ahora bien, la tendencia a otorgar una nueva cronología para su poesía pastoril, durante mucho tiempo considerada de la segunda mitad del siglo, se ha ido reafirmando cada vez más en el curso de las últimas investigaciones sobre el autor, hasta llegar a la muy reciente edición de Fornasiero quien, basándose en el testimonio de un manuscrito misceláneo de finales del siglo XIV o -como mucho- de los primeros años del XV, «sposta indietro di un quarantennio l'attività del poeta» (1995: IX)7, situando prudencialmente sus cuatro églogas en las primeras décadas del siglo, digamos antes de 1440. Hay más. Porque, si antes de esta fecha -y con el antecedente de Arzocchi- fueron compuestos también el Tyrsis de Alberti y el capítulo La notte torna, e l'aria e il ciel s'annera de Giusto de' Conti8, entonces se puede afirmar que, antes del definitivo florecimiento del género en los años sesenta, es en las primeras décadas del siglo donde nos conviene situar efectivamente el nacimiento de la bucólica en vulgar, con el trío de autores mencionados, y -está claro- sobre todo con Arzocchi, quien contribuyó de una manera decisiva a la formación del canon bucólico, que, con el paso al romance, se abrió no sólo a «materiali poetici eterogenei», sino también a «escursioni stilistiche anche molto vistose» (Fornasiero 1995: XX), por medio del recurso al plurilinguismo y a la introducción del lenguaje rústico9.

Las églogas de Arzocchi no constituyeron un fenómeno aislado en el espacio ni circunscrito en el tiempo, como lo demuestran algunos episodios que se remontan a un período anterior a los años sesenta y que apuntaré muy brevemente. A la circulación y la difusión de su poesía bucólica no fue ajena la diáspora a la que los intelectuales seneses se vieron obligados durante un largo período a partir de finales del siglo XIV y durante todo el siglo XV, como ya señaló en su tiempo Carlo Dionisotti en uno de sus estudios clásicos (Dionisotti 1963). «Se considerato alla luce della tradizione manoscritta delle sue egloghe -ha escrito la máxima experta de Arzocchi- si presenta [...] come un poeta che ebbe nell'ambiente feltresco una tempestiva diffusione e, in generale, una prima fortuna in area padana e poco più tardi fiorentina» (Fornasiero 1998: 65). A Montefeltro, en efecto, nos remite una miscelánea, anterior con toda probabilidad a 1446, en cuyas páginas su recolector, el médico de Urbino Battista Felici, transcribió las primeras dos églogas de Arzocchi10. En Rímini, por lo demás, y en la corte de Malatesta, transcurrió sus últimos años Giusto de' Conti, que había compuesto el ya mencionado polímetro pastoril, La notte torna, incluido en su cancionero de carácter petrarquista, conocido con el título de La bella mano. Su indudable temática amorosa y la dominante tonalidad petrarquista, que indican la adscripción del género a un plan general de recuperación de la lección de Petrarca, no han impedido a un estudioso proponer recientemente una lectura del texto en clave alegórico-política (Biancardi 1992); lectura que ha sido aceptada también por quien, aun afirmando la naturaleza esencialmente amorosa del texto, no ha excluido que «un sovrasenso in chiave politica sarebbe [...] ugualmente recuperabile», precisando, sin embargo, que se trataría de «un sovrasenso allegorico ad apparizione intermittente» (Pantani 1998: 42 y 41). De Giusto ha sido subrayada la deuda contraída con Arzocchi, sobre todo con su primera égloga (Fornasiero 1995: XXXIX-XL), de la que también se ha dicho que su argumento es «politico-morale» (Battera 1990: 179 n. 62), como por lo demás indica la acotación de uno de los códices que la copia11. Parecido razonamiento al realizado para Giusto podría hacerse para otra égloga, «Pastori, o voi che havete in man la verga», del poeta marquesano Francesco Palmario que, por lo demás, fue amigo de Giusto, con el que coincidió en Padua durante sus estudios. Los dos textos -el de Giusto y el de Palmario-, además de resultar coetáneos, muestran más de un punto de contacto, por lo que se ha hipotizado que, debajo del velo amoroso y pastoril, ambos constituyen «un dialogo poetico ravvicinato d'argomento politico» (Biancardi 1992: 661). Un último episodio nos lleva otra vez a las églogas de Arzocchi. Se trata, en efecto, de una precoz imitación y continuación de su primera égloga realizada por el bergamasco Giovan Francesco Suardi, quien tuvo ocasión de conocer el texto del senés bien cuando estuvo en Siena, como regidor, entre el 1458 y el 1459, bien un par de años antes, en Montefeltro12.

Comoquiera que sea, con la égloga de Suardi, nos hemos aproximado a esos años sesenta que se revelan cruciales para el desarrollo de la bucólica vulgar en Toscana, entre Florencia y, de nuevo, Siena. En Florencia, ya en la primera mitad de la década, actuó la «accademia dei buccoici», en la que destacaron los tres hermanos Pulci, cada uno de los cuales contribuyó a su manera al desarrollo de la poesía pastoril: Bernardo con la traducción de las églogas virgilianas; Luca contaminando la epístola ovidiana con el género bucólico, y con las inserciones igualmente bucólicas en el Driadeo; el mismo Luigi -el más famoso de los tres- copiando de su mano las églogas de Arzocchi, como testimonio de una presencia nunca interrumpida, y que preludia el reconocimiento como «inventor del género» que le otorgó la edición de Miscomini13. En Siena, en cambio, habrá que esperar a la segunda mitad del decenio para hallar las cuatro églogas de Boninsegni14, con las que traspasamos por poco la fecha fijada para la redacción de las Coplas de Mingo Revulgo.

Soy consciente de que, en el excesivo esquematismo de estas notas, es como si hubiera yuxtapuesto los dos paneles de un díptico, dejando en la sombra las conexiones que justifican su acercamiento. No es sólo que la falta de tiempo me impida iluminarlas, sino también que la misma existencia de tales conexiones podría ponerse en duda. Señalaba al principio la naturaleza absolutamente preliminar del breve discurso que me disponía a exponer, y decía la verdad, en el sentido de que, debiendo buscar algo, es necesario saber preliminarmente donde empezar a buscar. Pues bien, no es una novedad que, entre los que se han interesado por la égloga cuatrocentista española, quienes se han referido a la tradición en italiano vulgar no han ido más allá de la experiencia florentina de los años sesenta, cuando -en cambio- la formación de un código bucólico en vulgar ya había sido sustancialmente encauzada en las primeras seis décadas del siglo. En mis notas, por tanto, no he pretendido otra cosa sino llamar la atención de los estudiosos sobre esta originaria producción, la cual -creo- deberá tenerse en cuenta cuando se reconsidere la génesis de la égloga española, en sus relaciones con la tradición latina y vulgar. Que todo ello pueda conducir a una diferente y más exacta valoración del problema, es un veredicto que deberá remitirse a los estudios, mucho más puntuales y pacientes, de los que consideren digna de atención la invitación que he procurado hacer con estas breves y preliminares notas.






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