Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoActo III


Escena I

 

Monsieur JOURDAIN y criados.

 

JOURDAIN.-  Seguidme. Voy a dar una vuelta por las calles para que me vean mi traje; pero cuidad bien los dos de marchar pisándome los talones, para que no quepa duda de que sois mis criados.

CRIADOS.-  Sí, señor.

JOURDAIN.-  Llamad a Nicolasa, que tengo que darle algunas órdenes. Quietos, que aquí viene.



Escena II

 

NICOLASA, JOURDAIN y criados.

 

JOURDAIN.-  ¡Nicolasa!

NICOLASA.-  ¿Qué manda el señor?

JOURDAIN.-  Oye.

NICOLASA.-   (Sin poder contener la risa.)  ¡Ja, ja, ja, ja!

JOURDAIN.-  ¿De qué te ríes?

NICOLASA.-  ¡Ji, ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¿Qué le sucede a esta bribonaza?

NICOLASA.-  ¡Ji, ji, ji! ¡Qué traje se ha puesto! ¡Ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¿Qué significa esa risa?

NICOLASA.-  ¡Ay, Dios mío! ¡Ji, ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¿Qué desvergüenza es ésta? ¿Te burlas de mí?

NICOLASA.-  No, señor; Dios me libre... ¡Ji, ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Como sigas riendo te voy a dar un soplamocos!

NICOLASA.-  ¡No puedo remediarlo, señor!... ¡Ji, ji, ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Te callas!

NICOLASA.-  Perdóneme el señor; pero es que no puedo contener la risa viéndole tan ridículo. ¡Ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Puede oírse mayor insolencia!

NICOLASA.-  ¡Estáis tan gracioso con ese traje!... ¡Ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Te...!

NICOLASA.-  ¡Os ruego que me perdonéis! ¡Ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Te juro que, como vuelvas nada más que a sonreír, te largo la bofetada más terrible que jamás se haya dado!

NICOLASA.-  No, señor, no; ya no me río más. Ya lo veis, señor, cómo no me río.

JOURDAIN.-  ¡Mucho ojo!... Es preciso que limpies inmediatamente...

NICOLASA.-  ¡Ji, ji!

JOURDAIN.-  Que limpies a conciencia...

NICOLASA.-  ¡Ji, ji!

JOURDAIN.-  Te estoy diciendo que es preciso que limpies la sala y...

NICOLASA.-  ¡Ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Otra vez!

NICOLASA.-  Dadme ahora mismo una paliza, señor; pero dejad que me ría hasta hartarme. ¡Ji, ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Me estás quemando la paciencia!

NICOLASA.-  ¡Dejadme que me ría! ¡Ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¡Como llegue a echarte mano!

NICOLASA.-  See... ñor... Es que, si no me río, revie... ento. ¡Ji, ji, ji!

JOURDAIN.-  ¿Pero se ha visto nunca bellaca semejante, que viene a reírseme insolentemente en mi cara, en lugar de obedecer mis órdenes?

NICOLASA.-  ¿Qué me manda el señor?

JOURDAIN.-  Que cuides, grandísima bribona, de prepararlo todo para recibir las visitas que aguardo y que comenzarán a venir dentro de un instante.

NICOLASA.-  ¡Vaya!... ¡Ahora sí que se me han quitado las ganas de más risa! ¡Esas gentes que vienen a veros arman aquí tal barullo, que sólo con nombrármelas ya me pongo de mal humor!

JOURDAIN.-  Pues para que no te enfades, prohibiré la entrada en mi casa a todo el mundo...

NICOLASA.-  Por lo menos, no deberíais dejar entrar a cierta gente.



Escena III

 

MADAMA JOURDAIN, monsieur JOURDAIN, NICOLASA y criados.

 

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Bah! Ya tenemos una nueva historia. ¿Queréis decirme, señor marido, qué significa ese atalaje? ¿Os burláis vos del mundo, enjaezándoos de ese modo, o es que queréis que todo el mundo se desternille de risa al veros?

JOURDAIN.-  Sólo los tontos y las tontas, señora mía, podrán reírse de mí.

MADAMA JOURDAIN.-  Pues yo debo advertiros de que no han aguardado hasta hoy: hace ya tiempo que vuestras maneras sirven de diversión a todo el mundo.

JOURDAIN.-  Y, ¿queréis decirme quién es todo ese mundo?

MADAMA JOURDAIN.-  Todo ese mundo es el de las personas razonables que tienen más luces que vos. Por mi parte, estoy escandalizada de la vida que lleváis. Mi casa ya no la conozco: podrá decirse, y con razón, que en ella todo el año es carnaval y que, desde muy temprano, por temor de que falte el tiempo en el día, comienzan a oírse músicas, y cantos, y tal zarabanda, que tienen ya indignada a la vecindad.

NICOLASA.-  Tiene razón la señora. No hay manera de ver la casa limpia con esa taifa de pelgares5 que introducís aquí. No parece sino que andan recogiendo en los zapatos todo el barro de la ciudad para venir a dejarlo en estas salas, y que la pobre de Frasquita eche el hígado fregando los suelos.

JOURDAIN.-  Hola, ¡y cómo se le ha soltado la lengua a esta palurda!

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Tiene muchísima razón y más sentido del que vos demostráis! ¡Sería curioso averiguar para qué queréis un maestro de baile a vuestros años!

NICOLASA.-  ¿Y el maestro de armas, que hace retemblar la casa pisando, y que acabará por desenladrillarnos los suelos?

JOURDAIN.-  ¡Chitón el ama y la criada!

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Queréis aprender a bailar para cuando no os sostengan las piernas?

NICOLASA.-  ¿Es que pensáis matar a alguien?

JOURDAIN.-  ¡Silencio, he dicho!... ¡Sois dos ignorantes sin idea de las cosas!

MADAMA JOURDAIN.-  Más valiera que os ocuparais en casar a vuestra hija, que ya tiene edad para ello.

JOURDAIN.-  Me ocuparé el día en que se le presente un buen partido; pero mientras tanto, quiero preocuparme de mí mismo, aprendiendo cuanto me agrade.

NICOLASA.-  Pues para que el guiso tenga más sustancia, he oído decir que hoy mismo ha tomado un maestro de filosofía.

JOURDAIN.-  Precisamente. Quiero aprender a razonar, a tener ingenio, para discutir luego con gentes instruidas.

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Y cómo no se os ocurre iros a la escuela, para que, a vuestros años, os zurren con las disciplinas?

JOURDAIN.-  ¡Quién sabe si no lo haga algún día!... ¡Y ahora mismo me dejaría azotar delante de todo el mundo, con tal de saber lo que se enseña en las escuelas!

NICOLASA.-  Lo creo; eso hace el pie pequeño.

JOURDAIN.-  Puede.

MADAMA JOURDAIN.-  Y, sobre todo, es muy necesario para el gobierno de la casa.

JOURDAIN.-  Absolutamente... Habláis las dos como dos bestias cuya ignorancia produce sonrojo. ¿Queréis que os lo demuestre? A ver: ¿sabe alguna de vosotras qué es lo que está diciendo ahora mismo?

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Claro! Y sé que lo que digo está muy bien dicho, y que vos debierais conduciros de otro modo.

JOURDAIN.-  ¡No me refiero a eso!... Os pregunto qué son las palabras que estáis pronunciando.

MADAMA JOURDAIN.-  Palabras mucho más sensatas que vuestra conducta.

JOURDAIN.-  Repito que no hablo de eso. Yo pregunto esto que hablo con vosotras, lo que estoy diciendo ahora mismo, ¿qué es?

MADAMA JOURDAIN.-  Un cuento tártaro.

JOURDAIN.-  No, no es un cuento. Lo que ambos decimos, lo que platicamos en este instante...

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Qué? Acaba...

JOURDAIN.-  ¿Cómo se llama?

MADAMA JOURDAIN.-  Se llama... ¡como cada uno lo quiera llamar!

JOURDAIN.-  ¡Se llama prosa, ignorante!

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Prosa?

JOURDAIN.-  Sí, prosa. Todo lo que es prosa no es verso, y todo lo que no es verso, no es prosa6. ¡Ea, aquí tienes lo que es estudiar!... Y tú: ¿ Tú sabes lo que hay que hacer para pronunciar la U?

NICOLASA.-  ¿Cómo?

JOURDAIN.-  A ver... ¿Qué es lo que haces cuando dices U?

NICOLASA.-  ¿Qué?

JOURDAIN.-  Dilo, para que lo veas.

NICOLASA.-  U.

JOURDAIN.-  ¿Qué has hecho?

NICOLASA.-  Decir U.

JOURDAIN.-  Sí; pero cuando dices U, ¿qué es lo que haces?

NICOLASA.-  Lo que el señor me manda.

JOURDAIN.-  ¡Oh, es curioso tenérselas que haber con estas idiotas!... Lo que tú haces es sacar el hocico y acercar la mandíbula de arriba a la de abajo. U. ¿Lo estás viendo? U. ¿Ves la mueca que hago? U.

NICOLASA.-  Sí, es verdad.

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Es admirable!

JOURDAIN.-  ¿Y si oyerais aquello de O, y DA, DA, y FA, FA?

MADAMA JOURDAIN.-  Y todo ese galimatías, ¿qué significa?

NICOLASA.-  ¿De qué mal cura?

JOURDAIN.-  ¡Es irritante tropezar con mujeres tan imbéciles!

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Bah! A toda esa gente, con sus boberías, debieras mandarla a paseo.

NICOLASA.-  Sobre todo, a ese trapacero de maestro de armas, que me deja los muebles con un dedo de polvo.

JOURDAIN.-  ¡Hola!... ¡Parece que la has tomado con el maestro de armas! Pero voy a hacerte ver ahora mismo tu impertinencia.  (Hace traer dos floretes y da uno a NICOLASA.)  Toma. Razón demostrativa: posición del cuerpo. Para parar en cuarta no hay más que hacer así... Para parar en tercia, esto... Nada más; y ¡ya puedes estar segura de que no hay en el mundo quien te mate! ¿Qué? ¿No es maravilloso llevar esta seguridad en sí mismo cuando uno va a batirse? Anda..., atácame para que te convenzas.

NICOLASA.-  Vamos a ver... (NICOLASA lo acomete, dándole una zurra.) 

JOURDAIN.-  ¡Bueno está!... ¡Bueno!... ¡Que el diablo te lleve, granuja!

NICOLASA.-  ¿No me dijisteis que atacara?

JOURDAIN.-  Sí, pero me acometes en tercia antes de haber atacado en cuarta; y, además, te impacientas y no aguardas a que yo pare.

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Estas extravagancias os han hecho perder el juicio!... Y todo ello viene desde que os dio por la nobleza.

JOURDAIN.-  Ése fue mi primer momento de lucidez, porque siempre será mejor alternar con nobles que frecuentar relaciones plebeyas.

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Qué duda cabe!... ¡Se gana mucho codeándose con la nobleza! No hay más que ver el negocio que habéis hecho con ese buen mozo de señor Conde, por el que os ha entrado verdadera debilidad.

JOURDAIN.-  ¡Alto ahí, señora mía, y pensad en lo que decís!... No sabéis de quién habláis, cuando habláis de él con ligereza. Se trata de un personaje mucho más importante de lo que podéis imaginar: de un caballero que goza de consideración en la corte, y que habla con el Rey ni más ni menos que como yo hablo con vosotras... ¿Y no es para mí un honor que vean a una persona tan encopetada frecuentar mi casa, llamarme su querido amigo y tratarme como de igual a igual?... ¿Y las distinciones que usa conmigo? Delante de todo el mundo me colma de tales agasajos que yo mismo me avergüenzo.

MADAMA JOURDAIN.-  Sí, Sí; muchas distinciones y agasajos para que aflojéis vuestra bolsa.

JOURDAIN.-  ¿Y qué? ¿No es un honor prestar a un hombre de su rango? ¿Qué menos puedo hacer por un caballero que me llama su querido amigo?

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Y él, qué hace por vos?

JOURDAIN.-  Cosas que asombrarían si se supieran.

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Cuáles?

JOURDAIN.-  ¡Basta, porque no puedo dar explicaciones! Sabed únicamente que si yo le hice algún anticipo, me reembolsará íntegramente mi dinero.

MADAMA JOURDAIN.-  Sí, sí; aguardad un poco.

JOURDAIN.-  ¡Me ha dado su palabra de honor!

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Vaya un romance!

JOURDAIN.-  ¡Por Dios que estáis terca! Os digo que me cumplirá su palabra, estoy seguro.

MADAMA JOURDAIN.-  Y yo estoy persuadida de que no os la cumple, y de que os engaña con sus arrumacos.

JOURDAIN.-  Callaos, que aquí llega.

MADAMA JOURDAIN.-  Es lo único que nos faltaba. Apostaría a que viene por dinero. ¡Me empacha nada más que verle!

JOURDAIN.-  ¡Callad, os repito!



Escena IV

 

DORANTE, monsieur JOURDAIN, MADAMA JOURDAIN, NICOLASA.

 

DORANTE.-  ¡Mi querido amigo! ¿Qué tal?

JOURDAIN.-  Muy bien, señor, para serviros.

DORANTE.-  Y a vos, señora, ¿cómo os va?

MADAMA JOURDAIN.-  Tirando de la vida.

DORANTE.-  Pero ¿qué es esto, amigo mío? Os encuentro hecho un brazo de mar.

JOURDAIN.-  Ya veis...

DORANTE.-  ¡Y qué porte que os da este traje!... Bien podríais competir en arrogancia con los jóvenes más apuestos de nuestra sociedad.

JOURDAIN.-  ¡Bah!...

MADAMA JOURDAIN.-   (Aparte.)  ¡Ya le rasca donde le pica!...

DORANTE.-  Volveos... ¡Intachable!

MADAMA JOURDAIN.-   (Aparte.)  Tan lerdo por detrás como por delante.

DORANTE.-  Tenía verdadera impaciencia por veros. Sois el hombre a quien más estimo en el mundo, y esta mañana he vuelto a hablar de vos en la cámara de Su Majestad.

JOURDAIN.-  Me hacéis demasiado honor.  (A MADAMA JOURDAIN.)  ¡En la cámara de Su Majestad!

DORANTE.-  Pero cubríos...

JOURDAIN.-  Sé el respeto que os debo, señor.

DORANTE.-  Excusaos de ceremonias conmigo, os lo ruego.

JOURDAIN.-  Señor...

DORANTE.-  Cubríos, porque entre amigos...

JOURDAIN.-  No soy más que un servidor vuestro.

DORANTE.-  Pues no me cubriré si no os cubrís vos.

JOURDAIN.-  Prefiero la incorrección a seros importuno.

DORANTE.-  Soy vuestro deudor, como sabéis.

MADAMA JOURDAIN.-   (Aparte.)  ¡Y tanto como lo sabemos!

DORANTE.-  En varias ocasiones me habéis prestado dinero generosamente, y, en verdad, os estoy reconocido.

JOURDAIN.-  ¿Os burláis de mí, señor?

DORANTE.-  Pero yo sé pagar lo que se me presta y reconocer los favores que se me hacen.

JOURDAIN.-  ¡Quién lo duda!

DORANTE.-  Quiero liquidar con vos, y he venido a que ajustemos nuestras cuentas.

JOURDAIN.-   (Bajo, a su mujer.)  ¿Oís? ¿Comprendéis ahora vuestra impertinencia, señora?

DORANTE.-  Soy hombre que le gusta pagar cuanto antes.

JOURDAIN.-   (Bajo, a MADAMA JOURDAIN.)  ¿Qué os decía yo?

DORANTE.-  Veamos qué es lo que os debo.

JOURDAIN.-   (Bajo, a su mujer.)  ¡Ved vuestras ridículas sospechas!

DORANTE.-  ¿Recordáis bien todas las cantidades que me habéis prestado?

JOURDAIN.-  Creo que sí; pero podemos ver mis anotaciones. Aquí está... Una entrega de doscientos luises.

DORANTE.-  Es verdad.

JOURDAIN.-  Otra entrega de ciento veinte.

DORANTE.-  Sí.

JOURDAIN.-  En otra ocasión, ciento cuarenta.

DORANTE.-  Tenéis razón.

JOURDAIN.-  Estas tres partidas suman cuatrocientos sesenta luises, o sean cinco mil sesenta libras.

DORANTE.-  La cuenta está exacta. Cinco mil sesenta libras.

JOURDAIN.-  Mil ochocientas treinta y dos libras a vuestro plumajero.

DORANTE.-  ¡Justo!

JOURDAIN.-  Dos mil setecientas ochenta libras a vuestro sastre.

DORANTE.-  ¡Cabal!

JOURDAIN.-  Cuatro mil trescientas setenta y nueve libras, doce sueldos y ocho dineros al especiero.

DORANTE.-  Doce sueldos y ocho dineros: ésa es la cuenta justa.

JOURDAIN.-  Por último, a vuestro guarnicionero, mil setecientas cuarenta y ocho libras, seis sueldos y cuatro dineros.

DORANTE.-  Todas las partidas son exactas. ¿Y ascienden a...?

JOURDAIN.-  Suma total, quince mil ochocientas libras.

DORANTE.-  ¡Justo! ¡Justo! ¡Quince mil ochocientas libras!... Agregad ahora doscientos doblones que me vais a dar y tendremos dieciocho mil francos en cuenta redonda, que os pagaré en la primera ocasión.

MADAMA JOURDAIN.-   (Bajo, a su marido.)  ¿Qué?... ¿Me he equivocado?

JOURDAIN.-   (Bajo, a su mujer.)  ¡Dejadme en paz!

DORANTE.-  Si os contraría el entregarme esa suma...

JOURDAIN.-  De ningún modo...

MADAMA JOURDAIN.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  Este hombre te toma por una vaca de leche.

JOURDAIN.-   (Bajo, a su esposa.)  ¡Callad!

DORANTE.-  Repito que si os incomoda iré a buscar ese piquillo a otra parte.

JOURDAIN.-  No, señor.

MADAMA JOURDAIN.-   (Bajo, a su marido.)  ¡No estará satisfecho hasta que os haya arruinado!

JOURDAIN.-   (Bajo, a su mujer.)  ¿No os callaréis?

DORANTE.-  Si os ocasiona la menor dificultad, no tenéis más que decírmelo...

JOURDAIN.-  Nada de eso, señor.

MADAMA JOURDAIN.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  ¡Es un verdadero truhán!

JOURDAIN.-   (Bajo, a su mujer.)  ¡Silencio, os digo!

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Os chupará hasta el último maravedí!

JOURDAIN.-  ¿Pero no os callaréis?

DORANTE.-  Son muchas las personas a quienes podría recurrir y que me anticiparían con gusto cuanto les pidiera; pero, siendo vos mi mejor amigo, he supuesto que me lo llevaríais a mal si me dirigiera a cualquier otro.

JOURDAIN.-  Me hacéis demasiado honor, y ahora mismo voy a complaceros en vuestro deseo.

MADAMA JOURDAIN.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  ¡Cómo! ¿Todavía le vais a dar más?

JOURDAIN.-   (Bajo, a su mujer.)  ¿Qué le he de hacer? ¿Queréis que me niegue a un hombre de su condición, y que ha hablado de mí esta mañana en la cámara del Rey?

MADAMA JOURDAIN.-   (Bajo, a su marido, que sale.)  ¡Anda, que eres un bobo de remate!



Escena V

 

DORANTE, MADAMA JOURDAIN y NICOLASA.

 

DORANTE.-  Parecéis muy triste, señora; ¿qué os pasa?

MADAMA JOURDAIN.-  Que, sin que se me haya hinchado, tengo la cabeza más gorda que el puño.

DORANTE.-  ¿Qué es de vuestra hija, que no se la ve?

MADAMA JOURDAIN.-  Se encuentra tan a gusto donde está...

DORANTE.-  ¿Cómo anda?

MADAMA JOURDAIN.-  Anda con sus pies.

DORANTE.-  ¿Por qué no venís una de estas noches a ver el baile y la representación que dan en palacio?

MADAMA JOURDAIN.-  No es mala idea; ¡porque tenemos unas ganas de reír!... ¡Si supierais las ganas de reír que tenemos!

DORANTE.-  Tan bella y con un carácter tan jovial, habréis tenido en vuestra juventud un enjambre de adoradores.

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Recaramba, señor, que aún no estoy en la decrepitud ni chocheando!

DORANTE.-  Perdonadme, señora, que no haya reparado en vuestra frescura. ¡Soy tan distraído! Os ruego excuséis mi impertinencia.



Escena VI

 

Monsieur JOURDAIN, MADAMA JOURDAIN, DORANTE y NICOLASA.

 

JOURDAIN.-  Aquí tenéis cien luises, contantes y sonantes.

DORANTE.-  Señor Jourdain..., os reitero una vez más mi adhesión y ardo en impaciencia por poderos ser útil en la corte.

JOURDAIN.-  Muy reconocido...

DORANTE.-  Si vuestra esposa desea asistir a las diversiones de palacio, tendré el gusto de proporcionarle uno de los mejores sitios en la sala.

MADAMA JOURDAIN.-  Beso a usted la mano, señor mío.

DORANTE.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  Como os lo indicaba en mi carta, nuestra encantadora marquesa vendrá luego para asistir a la comida y al baile. Además, le he arrancado la promesa de que aceptará el agasajo que queréis ofrecerle.

JOURDAIN.-  Retirémonos un poco más allá, por si acaso.

DORANTE.-  Como hace ocho días que no nos vemos, no he podido daros cuenta de lo ocurrido a propósito del diamante que me entregasteis para que se lo regalara de vuestra parte... ¡Me ha costado Dios y ayuda vencer sus escrúpulos, y hasta hoy mismo no he logrado resolverla a que lo acepte!

JOURDAIN.-  ¿Y qué le ha parecido?

DORANTE.-  ¡Maravilloso!... Y, o mucho me equivoco, o la belleza de esa joya ha de influir en vuestro favor de un modo admirable.

JOURDAIN.-  ¡El cielo lo permita!

MADAMA JOURDAIN.-   (A NICOLASA.)  Teniéndole al lado pierde el tino y no acierta a separarse de él.

DORANTE.-  La he ponderado, como se merece, lo rico del regalo y la intensidad de vuestro amor.

JOURDAIN.-  Vuestras bondades me alarman, me confunden y me colocan en el trance más difícil del mundo, viéndoos a vos, una persona de vuestras prendas, descender por mí hasta el extremo que lo hacéis.

DORANTE.-  ¿Queréis chancearos? Entre amigos no rezan los escrúpulos. ¿No haríais vos por mí otro tanto llegada la ocasión?

JOURDAIN.-  ¡Quién lo duda!... ¡De todo corazón os lo fío!

MADAMA JOURDAIN.-   (A NICOLASA.)  ¡No lo puedo aguantar! Su presencia es como una losa que me cayera encima.

DORANTE.-  Tratándose de servir a un amigo, yo no reparo en medios. Por eso, cuando os confiasteis a mí, expresándome el fuego en que os había prendido esta linda marquesa, cuya casa yo frecuentaba, inmediatamente, de buena voluntad, me ofrecí a vos como medianero de vuestras pretensiones.

JOURDAIN.-  Es cierto; y esa solicitud vuestra es la que me agobia.

MADAMA JOURDAIN.-   (A NICOLASA.)  ¡Pero no se irá nunca!

NICOLASA.-  Hacen muy buenas migas.

DORANTE.-  Habéis dado en el flaco, conduciéndoos por la mejor vereda para llegar hasta su corazón. No hay cosa que prive tanto a una mujer como los despilfarros hechos en su obsequio; y vuestras repetidas serenatas, vuestras flores de todos los días, aquellos sorprendentes fuegos de artificio quemados sobre el agua, el diamante que le habéis enviado, y la fiesta que le preparáis, todo le ha hablado más persuasivamente de vuestro amor que las palabras que vos mismo hubierais podido decirle.

JOURDAIN.-  No habrá gastos que yo no haga, si ellos han de ayudarme en mis deseos. No hay para mí mayor atractivo que los encantos de una noble dama, y este honor estoy decidido a adquirirlo al precio de cuanto poseo.

MADAMA JOURDAIN.-   (A NICOLASA.)  ¿Qué se estarán diciendo?... Acércate con suavidad y alarga la oreja.

DORANTE.-  En breve gozaréis del hechizo de su presencia y vuestros ojos tendrán lugar de satisfacerse.

JOURDAIN.-  Para que estemos libres, he dispuesto que mi mujer vaya a almorzar a casa de mi hermana, donde pasará toda la tarde.

DORANTE.-  Es una precaución muy atinada, pues vuestra esposa hubiera podido estorbarnos. Ya he dado en vuestro nombre las órdenes necesarias al cocinero y he dispuesto todo lo conveniente para el baile. Es composición mía, y, si los ejecutantes interpretan la idea, estoy seguro de que lo encontrará...

JOURDAIN.-   (Que echa de ver a NICOLASA escuchando, le da un bofetón.)  ¡Hola!... ¡Sois una impertinente!...  (A DORANTE.)  Salgamos, si queréis.



Escena VII

 

MADAMA JOURDAIN y NICOLASA.

 

NICOLASA.-  La curiosidad me ha costado cara; pero hemos descubierto que hay gato encerrado. Hablaban de un asunto del que no quieren que vos os enteréis.

MADAMA JOURDAIN.-  Mis sospechas no son de ahora; ya hacía tiempo que recelaba de mi marido. Y mucho me engaño, o tenemos amoríos de por medio; pero yo he de descubrir lo que sea... Pensemos en mi hija. Ya sabes que Cleonte la ama: me agrada ese hombre, y estoy decidida a ayudarle en sus pretensiones y a casarle con Lucila, si puedo.

NICOLASA.-  No quepo en mí de gozo oyéndoos hablar así; porque si a vos el amo os agrada, no me agrada a mí menos el criado; y yo pensaba que, a la sombra de la de ellos, podría también celebrarse nuestra boda.

MADAMA JOURDAIN.-  Anda, ve a buscarle de parte mía; dile que venga a verme ahora mismo, para que juntos pidamos a mi marido la mano de Lucila.

NICOLASA.-  ¡Allá me voy, corriendo y más alegre que unas pascuas! No podíais darme una comisión más de mi agrado.  (MADAMA JOURDAIN sale.)  ¡Cómo voy a regocijar a todos!...



Escena VIII

 

CLEONTE, COVIELLE y NICOLASA.

 

NICOLASA.-  ¡Oh y qué a tiempo llegáis!... Soy portadora de júbilos, y vengo...

CLEONTE.-  ¡Aparta, pérfida, no vengas a distraerme con tus engañadoras palabras!

NICOLASA.-  Es así como recibís...

CLEONTE.-  ¡Aparta, te repito, y ve a decirle a la infiel de tu ama que nunca más podrá abusar de la extremada candidez de Cleonte!

NICOLASA.-  ¿Qué mala hierba habéis pisado?... Explícame tú, mi Covielle, lo que significa todo esto.

COVIELLE.-  ¿Tu Covielle, malvada?... Vamos, quítate pronto de mi vista, esperpento, y déjame en paz.

NICOLASA.-  ¿Cómo?... ¿Tú a mí con ésas?...

COVIELLE.-  ¡Que te quites de mi vista te digo, y no vuelvas a hablarme en tu vida!

NICOLASA.-  ¡Diantre! ¿Qué mosca les ha picado?... Vamos a informar del hecho a mi ama. (Vase.) 



Escena IX

 

CLEONTE y COVIELLE.

 

CLEONTE.-  ¿Se puede tratar de este modo a un amante?... ¡A un amante, el más fiel y el más apasionado de los amantes!

COVIELLE.-  ¡Es espantoso lo que nos ha hecho!

CLEONTE.-  Mostrar por una persona todo el ardor y toda la ternura imaginables; no amar otra cosa en el mundo sino a ella y hacerla dueña de su albedrío; consagrarle todas las atenciones, todos los deseos, todas las alegrías; no hablar más que de ella, no pensar más que en ella, soñar con ella, respirar por ella, alentar el corazón sólo por ella... ¡Y he aquí la justa recompensa a mi entera adhesión! Tras de dos días de no verla -que han sido para mí como dos espantosos siglos- la encuentro casualmente: a su vista, mi corazón se siente transportado, el júbilo brilla en mi rostro y, con arrobamiento, vuelo hacia ella; pero la infiel aparta de la mía su mirada, y pasa bruscamente como si jamás en su vida me hubiera visto.

COVIELLE.-  ¡Yo digo otro tanto!

CLEONTE.-  ¿Puede darse, Covielle, perfidia semejante a la de esa ingrata de Lucila?

COVIELLE.-  ¿Y a la de esa truhana de Nicolasa, señor?

CLEONTE.-  ¡Después de tan ardientes sacrificios, de tanto suspirar y de los votos hechos a su belleza!

COVIELLE.-  ¡Después de tan asiduos homenajes, de tantos cuidados y servicios como la tributé en la cocina!

CLEONTE.-  ¡Tantas lágrimas derramadas a sus pies!

COVIELLE.-  ¡Tantos cubos de agua que saqué del pozo por ella!

CLEONTE.-  ¡Tanto ardor como la he demostrado, queriéndola más que a mí mismo!

COVIELLE.-  ¡Los calores que yo he pasado dando vueltas al asador en lugar suyo!

CLEONTE.-  ¡Y huye de mí con desprecio!

COVIELLE.-  ¡Y me vuelve las espaldas descaradamente!

CLEONTE.-  ¡Es una perfidia digna del más duro castigo!

COVIELLE.-  ¡Es una traición que merece mil soplamocos!

CLEONTE.-  ¡Que no se te ocurra en la vida venirme a hablar de ella, te lo ruego!

COVIELLE.-  ¿Yo?... ¡Dios me libre!

CLEONTE.-  No me vengas queriendo disculpar su inconstancia.

COVIELLE.-  No temáis tal cosa.

CLEONTE.-  Porque te advierto que todas las razones que encuentres para disculparla serán inútiles.

COVIELLE.-  Pero ¿quién piensa en eso?

CLEONTE.-  Quiero mantener mi resentimiento y romper relaciones con ella.

COVIELLE.-  Me parece muy bien.

CLEONTE.-  Probablemente, ese señor Conde que visita la casa la ha entrado por el ojo, y, como si lo viera, su presunción se deja deslumbrar por el brillo de los cuarteles... Pero le juro por mi honor que sabré prevenirme contra el desbordamiento de su inconstancia; que he de seguir sus pasos por el camino de mudanzas a que la veo correr, para que no le quepa la satisfacción de haberme desdeñado.

COVIELLE.-  Bien pensado; y, por mi parte, meto baza con vos en el juego.

CLEONTE.-  Alienta mi despecho y apoya mi resolución contra todos los residuos de amor que aún pudieran hablarme de ella. Te ruego encarecidamente que me digas lo más malo que se te ocurra de su persona, pintándomela de tal modo que me parezca despreciable. Indícame, haciéndomelos resaltar, todos los defectos que hayas podido advertir en ella para que sienta hastío.

COVIELLE.-  ¿Qué os diré yo, señor, de esa doña Melindres, presuntuosa y ridícula, demasiado burda para inspiraros un amor semejante?... No encuentro en ella nada que no sea mediocre, y os tropezaréis con otras cien que sean más dignas de vos. Si la miramos a los ojos, tiene unos ojillos pequeñines...

CLEONTE.-  Es verdad: los ojos son pequeños; pero tan llenos de fuego, con tanto brillo, tan penetrantes y con tal atractivo, que en el mundo no se podrán ver otros iguales.

COVIELLE.-  Tiene la boca grande.

CLEONTE.-  Sí; pero con una gracia que no hallarás en las demás; y esa boca, en viéndola, inspira tales deseos, que es la más atrayente y amorosa del mundo.

COVIELLE.-  En cuanto a la estatura, no es alta.

CLEONTE.-  Ni alta ni baja: lo que se dice un talle cómodo.

COVIELLE.-  ¿Y aquel afectado abandono en sus palabras y en sus ademanes?

CLEONTE.-  También es verdad; pero todo ello la agracia. Sus maneras tienen un no sé qué tan atrayente..., un hechizo que se insinúa y penetra hasta lo íntimo del corazón.

COVIELLE.-  En lo que toca a su ingenio...

CLEONTE.-  ¡Oh, Covielle! Su ingenio es el más fino y el más delicado.

COVIELLE.-  Su conversación...

CLEONTE.-  ¡Encantadora conversación!

COVIELLE.-  ¿Y por qué ha de estar siempre seria?

CLEONTE.-  ¿Preferirías una de esas mujeres, siempre de buen humor y a todas horas con la sonrisa en los labios? ¿Hay nada más impertinente que la risa cuando no viene a cuento?

COVIELLE.-  ¡No me negaréis que es la mujer más caprichosa de la tierra!

CLEONTE.-  De acuerdo con que es caprichosa; pero a las mujeres bonitas todo les sienta bien y todo se les soporta.

COVIELLE.-  Por ese camino, señor, lo único que saco en claro son las ganas que tenéis de amarla para siempre.

CLEONTE.-  ¿Yo?... ¡Antes la muerte! Y bien quisiera odiarla tanto como la he amado.

COVIELLE.-  ¿Cómo es posible, hallándola tan repleta de perfecciones?

CLEONTE.-  Eso mismo hará que mi venganza sea más ruidosa y pondrá bien de manifiesto la entereza de mi corazón; aborrecerla, despreciarla, encontrándola llena de belleza, de atractivos y de dulzura... Hela aquí.



Escena X

 

CLEONTE, LUCILA, COVIELLE y NICOLASA.

 

NICOLASA.-   (A LUCILA.)  A mí me han echado la escandalosa.

LUCILA.-  Tiene que ser lo que te he dicho. Pero aquí está.

CLEONTE.-  No quiero ni hablarle.

COVIELLE.-  Y yo os he de imitar.

LUCILA.-  ¿Qué es esto, Cleonte?... ¿Qué tenéis?

NICOLASA.-  ¿Qué tenéis, Covielle?

LUCILA.-  ¿Por qué estáis enojado?

NICOLASA.-  ¿De qué viene tan mal humor?

LUCILA.-  ¿Estáis mudo, Cleonte?

NICOLASA.-  ¿Has perdido el habla, Covielle?

CLEONTE.-  ¡Se necesita ser malvada!

COVIELLE.-  ¡Hace falta ser Judas!

LUCILA.-  Ya veo que nuestro último encuentro os ha turbado el juicio.

CLEONTE.-  Cada cual reconoce su obra.

NICOLASA.-  El recibimiento de esta mañana te ha amoscado.

COVIELLE.-  Es fácil descubrir la hilaza.

LUCILA.-  ¿No es verdad, Cleonte, que éste es el motivo de vuestro despecho?

CLEONTE.-  Sí, pérfida; ¡ya que me obligáis a decíroslo, ése es!... Pero os advierto que no triunfaréis en vuestra infidelidad, como habéis pensado; que he de ser yo el primero en romper con vos, para que no os toméis la ventaja de despedirme... Muchas penas me costará arrancar el amor que os tengo; me causará una gran pesadumbre y sufriré algún tiempo; pero, al fin, todo habrá terminado, y antes me partiré el corazón que dejarme vencer por la debilidad de tornar a vuestros amoríos.

COVIELLE.-  Idem per idem7.

LUCILA.-  Mucho ruido por bien poca cosa. Voy a deciros, Cleonte, el motivo que me obligó a apartarme de vos esta mañana.

CLEONTE.-  No, no quiero escuchar.

NICOLASA.-  Quiero que te enteres de por qué pasamos tan de prisa.

COVIELLE.-  No me da la gana de enterarme.

LUCILA.-  Sabed que esta mañana...

CLEONTE.-  Os digo que no...

NICOLASA.-  Has de saber que...

COVIELLE.-  No, traidora.

LUCILA.-  Escucha.

CLEONTE.-  Hemos acabado.

NICOLASA.-  Déjame que te diga.

COVIELLE.-  Estoy sordo.

LUCILA.-  ¡Cleonte!

CLEONTE.-  ¡No!

NICOLASA.-  ¡Covielle!

COVIELLE.-  ¡Nada!

LUCILA.-  ¡Aguarda!

CLEONTE.-  ¡Cuentos!

NICOLASA.-  ¡Escúchame!

COVIELLE.-  ¡Patrañas!

LUCILA.-  ¡Un momento!

CLEONTE.-  ¡No, por cierto!

NICOLASA.-  Un poco de paciencia.

COVIELLE.-  ¡Tarará!

LUCILA.-  ¡Dos palabras!

CLEONTE.-  No; esto acabó.

NICOLASA.-  ¡Una palabra!

COVIELLE.-  Ya está cerrado el trato.

LUCILA.-  Pues bien; ya que no queréis escucharme, manteneos en vuestra obstinación y haced lo que os acomode.

NICOLASA.-  ¡Ya que te pones de ese modo, tómalo como quieras!...

CLEONTE.-  ¡Sepamos de una vez el motivo de tan galante recibimiento!

LUCILA.-  No tengo ganas de dar explicaciones.

COVIELLE.-  Cuéntame esa historia.

NICOLASA.-  No estoy para regalarte el oído.

CLEONTE.-  Dime...

LUCILA.-  No digo nada.

COVIELLE.-  Cuéntame...

NICOLASA.-  No tengo qué contar.

CLEONTE.-  Por favor...

LUCILA.-  Os digo que no.

COVIELLE.-  Por caridad...

NICOLASA.-  Perdone, hermano.

CLEONTE.-  Os lo ruego.

LUCILA.-  Dejadme.

COVIELLE.-  ¡Por éstas!...

NICOLASA.-  ¡Aparta de ahí!

CLEONTE.-  ¡Lucila!

LUCILA.-  No.

COVIELLE.-  ¡Nicolasa!

NICOLASA.-  ¡Punto en boca!

CLEONTE.-  ¡Por Dios bendito!...

LUCILA.-  No quiero.

COVIELLE.-  Háblame.

NICOLASA.-  Ni palabra.

CLEONTE.-  Desvaneced mis dudas.

LUCILA.-  No me tomaré la molestia.

COVIELLE.-  Cura mis males.

NICOLASA.-  No me da la gana.

CLEONTE.-  Pues bien; ya que os es indiferente libertarme o no de mis penas y justificaros del trato indigno que habéis dado a mis ansias, me veis ahora por última vez; huyo de vos, ingrata, y voy lejos de aquí a morir de aflicción y de amor.

COVIELLE.-  Yo seguiré sus pasos.

LUCILA.-  ¡Cleonte!

NICOLASA.-  ¡Covielle!

CLEONTE.-  ¿Eh?

COVIELLE.-  ¿Llamáis?

LUCILA.-  ¿Adónde vas?

CLEONTE.-  ¡Adonde he dicho!

COVIELLE.-  ¡A morirnos!

LUCILA.-  ¿Vas a morir, Cleonte?

CLEONTE.-  ¡Sí, cruel, puesto que tú lo quieres!

LUCILA.-  ¿Yo desear tu muerte?

CLEONTE.-  Sí.

LUCILA.-  ¿Quién os lo ha dicho?

CLEONTE.-  ¿No es desear mi muerte negaros a aclarar mis sospechas?

LUCILA.-  ¿Y es culpa mía? Si os hubierais dignado escucharme, ¿no os habría yo explicado que la aventura de esta mañana, de que tanto os quejáis, ha sido motivada por la presencia de una anciana tía, que a todo trance quiere persuadirnos de que la sola proximidad de un hombre basta para deshonrar a una doncella?... ¿Que continuamente nos sermonea sobre este tema y nos pinta a los hombres como demonios, de los que hay que huir?...

NICOLASA.-  ¡Ya tenéis aclarado el secreto!

CLEONTE.-  ¿No me engañáis, Lucila?

COVIELLE.-  ¿No querrás darme la castaña?

LUCILA.-  Nada más cierto que lo que acabo de deciros.

NICOLASA.-  Tal y como ocurrió.

COVIELLE.-  ¿Nos damos por vencidos?

CLEONTE.-  ¡Ah, Lucila..., una sola palabra de tu boca vuelve el sosiego a mi corazón; es tan fácil dejarse persuadir por quien se ama!

COVIELLE.-  ¡Qué fácilmente nos dejamos acariciar por estos endiablados animalitos!



Escena XI

 

MADAMA JOURDAIN, CLEONTE, LUCILA, COVIELLE, NICOLASA.

 

MADAMA JOURDAIN.-  Celebro el encontraros, Cleonte, porque venís a tiempo. Mi marido llega: disponeos a pedirle la mano de Lucila.

CLEONTE.-  ¡Oh, señora, qué dulces me son sus palabras y cómo halagan mis deseos! ¿Podría yo recibir una orden más grata ni un favor más preciado?



Escena XII

 

JOURDAIN, MADAMA JOURDAIN, CLEONTE, LUCILA, COVIELLE, NICOLASA.

 

CLEONTE.-  Señor: no he querido valerme de nadie para haceros una demanda que medito hace tiempo, y que, por lo mucho que me afecta, debo ser yo mismo quien la haga. Así, pues, sin más rodeos, os suplico me concedáis el honor de ser vuestro yerno.

JOURDAIN.-  Antes de responderos os suplico me digáis si sois noble.

CLEONTE.-  Señor: la generalidad no vacilaría en contestar a vuestra pregunta. El sentido de las palabras se tergiversa fácilmente, y en el día de hoy, en que las costumbres parecen autorizar el robo, cada cual se aplica ese título sin escrúpulo alguno. Por mi parte, os lo confieso, tengo sobre este punto un concepto algo más delicado. Creo que toda impostura es indigna de un hombre probo, y que es una bajeza disfrazar la condición en que hemos nacido para presentarse al mundo con un nombre usurpado y queriendo hacerse pasar por lo que no se es. Ciertamente que mis antecesores ocuparon cargos distinguidos, y que yo mismo, después de seis años de servicios en el ejército, he conseguido colocarme en una posición bastante honrosa; pero con todo ello, y no queriendo adjudicarme una condición que otros en mi lugar creerían poder aplicarse, os digo francamente que no soy noble.

JOURDAIN.-  Dadme la mano... Mi hija no es para vos.

CLEONTE.-  ¿Cómo?

JOURDAIN.-  No sois noble, no seréis ya mi yerno.

MADAMA JOURDAIN.-  ¿Y qué queréis decirnos con vuestra nobleza? ¿Acaso pertenecemos nosotros a la casta de San Luis?

JOURDAIN.-  ¡Callaos, que ya os veo venir, señora!

MADAMA JOURDAIN.-  ¿De quién descendemos los dos, sino de padres muy decentes, pero plebeyos?

JOURDAIN.-  ¡Puf, qué lenguaje!

MADAMA JOURDAIN.-  Vuestro padre, ¿no fue mercader como el mío?

JOURDAIN.-  ¡Malditas sean todas las mujeres! ¡No han de callar jamás, y cuando abren la boca es para echarlo todo a perder!... Si vuestro padre fue tendero, peor para él; del mío sólo las malas lenguas lo podrán decir. Y basta ya: lo único que he de manifestaros es que quiero tener un yerno noble.

MADAMA JOURDAIN.-  A vuestra hija lo que habéis de buscarle es un marido que le convenga; y vale más un hombre honrado, rico y buen mozo que un noble pobretón y contrahecho.

NICOLASA.-  ¡Ésa es la verdad! Y si no, acordaos del hijo de aquel señor de nuestro pueblo, tan empingorotado; más bobo y más patizambo no lo hay.

JOURDAIN.-  ¡Calla tú, impertinente; que te has de entremeter a cada paso en la conversación! Mi hija es bastante rica, y lo único que ha de procurar son honores; por eso quiero que sea marquesa.

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Marquesa!

JOURDAIN.-  Sí, marquesa.

MADAMA JOURDAIN.-  ¡Dios me libre!

JOURDAIN.-  ¡Es cosa decidida!

MADAMA JOURDAIN.-  Pues ¡no he de consentirlo!... ¿Cómo he de consentir que un yerno pueda echar en cara a mi hija la condición de sus padres, y que el día de mañana mis nietos se avergüencen de llamarme abuela?... ¡Jamás consentiré en uno de esos matrimonios, que no traen más que un semillero de disgustos! Todo son habladurías y comentarios: si no la ven, porque no la ven; y si se le ocurrió venir a visitarme en tren de gran señora, y al pasar, distraída, dejó de saludar a algún vecino..., ¿para qué quieres más? «¿Habéis visto -dirán- qué tono se va dando la señora marquesa? Pues es la hija de los Jourdain. Todavía, hace algunos años, se daba por muy satisfecha viniendo a jugar con nosotras; ¡quién le había de decir que iba a verse tan emperejilada y pavoneándose de este modo! Los abuelos, que tenían tienda de paños en la Puerta de los Inocentes, amasaron un buen caudal para sus hijos; ahora están pagándolo, Dios sabe cómo, en el otro mundo, por que no se hacen fortunas por medios honrados...». No, no quiero dar que cotorrear a nadie. Mi hija se casará con un hombre, hombre y nada más, que le esté a ella obligado, y al que yo pueda decirle: «Siéntate ahí y almuerza conmigo».

JOURDAIN.-  ¡Sentimientos de espíritus mezquinos, apegados a su insignificancia! ¡No replicarme una palabra más! Mi hija será marquesa, a despecho de todo el mundo; y si me apretáis hasta hacerme montar en cólera, la hago duquesa.

MADAMA JOURDAIN.-  No perdáis las esperanzas, Cleonte. Ven aquí, hija mía; ven a decirle a tu padre resueltamente que o te casas con él o no te casas.



Escena XIII

 

CLEONTE y COVIELLE.

 

COVIELLE.-  ¡Buena la habéis hecho con vuestros sentimientos delicados!

CLEONTE.-  ¿Qué queréis? Mis escrúpulos están por encima de mi conveniencia.

COVIELLE.-  Pero ¿estáis en vuestros cabales, tomando en serio a un hombre como éste? ¿No veis que está rematado? ¿Qué trabajo os costaba seguirle la corriente en su chifladura?

CLEONTE.-  Tienes razón; pero no pensé nunca que fuera necesario acreditar limpieza de sangre para casarse con la hija del señor Jourdain.

COVIELLE.-  ¡Ja, ja, ja!

CLEONTE.-  ¿De qué te ríes?

COVIELLE.-  De una idea que acaba de ocurrírseme para darle un bromazo a ese loco y haceros conseguir lo que deseáis.

CLEONTE.-  ¿Cómo?

COVIELLE.-  La ocurrencia es graciosa.

CLEONTE.-  ¿Qué es?

COVIELLE.-  Hace algún tiempo se hizo una mascarada que viene como anillo al dedo para introducirla en la burla que le vamos a jugar a este tipo ridículo. Es una farsa que huele a vaya desde una legua; pero con él podemos arriesgarnos a todo sin recelo, porque es hombre dispuesto a posesionarse de su papel y representar a maravilla cuantos disparates se nos ocurran. Tengo actores y trajes; dejadme a mí conducir la trama.

CLEONTE.-  Pero dime...

COVIELLE.-  Ahora os lo explicaré todo, pero retirémonos, porque vuelve.



Escena XIV

 

JOURDAIN y el CRIADO.

 

JOURDAIN.-  ¿Qué diablos es esto?... No tienen otra cosa que echarme en cara más que mi predilección por la grandeza, y para mí no hay nada tan agradable como alternar con ellos. Todo es nobleza y cortesía en el trato... ¡De buena gana diera yo dos dedos de la mano por haber nacido marqués o conde!

CRIADO.-  Señor... El señor Conde y una dama, a la que conduce de la mano.

JOURDAIN.-  ¡Vaya por Dios! Aún tenía que dar algunas órdenes... Diles que entren, que vendré al momento.



Escena XV

 

DORIMENA, DORANTE y el CRIADO.

 

CRIADO.-  El señor me encargó deciros que estará aquí inmediatamente.

DORANTE.-  Está bien.

DORIMENA.-  No sé; pero me parece que no obro bien dejándome conducir por vos a una casa en la que no conozco a nadie.

DORANTE.-  ¿Y qué lugar he de elegir para que mi amor os agasaje, ya que, por huir de la divulgación, habéis descartado vuestra casa y la mía?

DORIMENA.-  ¿Pero por qué no decís que, insensiblemente, un día y otro me obligáis a recibir testimonios de amor, cada vez más insinuantes? Yo he hecho cuanto he podido para defenderme, pero vuestra cortés insistencia, venciendo todos mis reparos, me ha obligado a acceder poco a poco a vuestros deseos. Han menudeado las visitas, y tras ellas las declaraciones aparejadas de serenatas y finezas; después han seguido los presentes... He querido resistirme a todo esto; pero vos, siempre lleno de ánimo y paso a paso, habéis ido ganando mi voluntad, hasta el punto de que, ahora mismo, no respondo de mí; y hasta creo que me conduciréis al matrimonio, del que tanto me había distanciado.

DORANTE.-  Ya debierais estar en él, señora. Sois viuda y sólo dependéis de vos; yo soy dueño de mí, y os amo más que a mi vida. ¿Qué es lo que se opone a que me hagáis feliz desde hoy mismo?

DORIMENA.-  ¡Por Dios!... ¡Es necesario que uno y otro reúnan tantas cualidades para llegar a conseguir una mutua felicidad! Los dos seres más razonables del mundo dudarían siempre de llegar a constituir una unión de la que se hallaran plenamente satisfechos.

DORANTE.-  Hacéis mal imaginando tantas dificultades; y tened en cuenta que la experiencia que vos habéis hecho no quiere decir nada para los demás.

DORIMENA.-  Mis reflexiones giran siempre alrededor del mismo punto. Los gastos que os he visto hacer me inquietan por dos motivos: uno, porque me obligan a más de lo que quisiera; otro, porque estoy segura, y no os molestéis, de que os cuestan un sacrificio, que yo no debo tolerar.

DORANTE.-  ¡Callaos, señora, que no merece la pena hablar de tales pequeñeces, y no es por ahí!...

DORIMENA.-  Yo sé bien lo que digo. Entre otras cosas, el diamante que me habéis obligado a aceptar es de un precio...

DORANTE.-  Vamos, os lo ruego; no deis tanta importancia a una cosa que mi amor juzga indigna de vos, y sufrid... Aquí viene el amo de la casa.



Escena XVI

 

JOURDAIN, DORIMENA, DORANTE y el CRIADO.

 

JOURDAIN.-   (Después de hacer dos reverencias se encuentra demasiado próximo a DORIMENA.)  Un poco más atrás, señora.

DORIMENA.-  ¿Cómo?

JOURDAIN.-  Un paso, si me hacéis el favor.

DORIMENA.-  ¿Para qué?

JOURDAIN.-  Reculad un poco para que pueda hacer la tercera.

DORANTE.-  Mi amigo, señora, es un hombre galante, y sabe dar a cada uno lo que merece.

JOURDAIN.-  Señora: es una gloria para mí el verme tan afortunado y tan dichoso, al tener el honor que vos habéis tenido la bondad de concederme, haciéndome el honor de honrarme con el favor de vuestra presencia; y si yo tuviera igualmente méritos para merecer un mérito como el que me concedéis, y que el cielo..., envidioso de mi suerte..., me hubiese concedido... el privilegio de verme digno... de...

DORANTE.-  ¡Basta! La señora, que ya sabe que sois hombre de ingenio, no gusta de cumplidas ceremonias.  (Bajo, a DORIMENA.)  Es un burgués ridículo.

DORIMENA.-   (Lo mismo.)  Ya lo veo.

DORANTE.-   (Alto.)  Jourdain es mi mejor amigo.

JOURDAIN.-  Me hacéis demasiado favor.

DORANTE.-  De una galantería exquisita.

DORIMENA.-  Lo tengo en una gran estimación.

JOURDAIN.-  Aún no hice nada para merecer su gracia, señora.

DORANTE.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  ¡Cuidado con hablarle del diamante que le habéis ofrecido!

JOURDAIN.-   (Bajo, a DORANTE.)  ¿Ni siquiera preguntarle si le ha gustado?

DORANTE.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  Guardaos bien de hacerlo. Sería una falta de corrección; y si queréis comportaros como un verdadero hombre de mundo, haced como si no fuerais vos quien se lo ha regalado.  (Alto.)  Mi amigo Jourdain dice que está encantado de veros en su casa.

DORIMENA.-  Me hace un gran honor.

JOURDAIN.-   (Bajo, a DORANTE.)  ¡Cuánto os agradezco el que habléis por mí de este modo!

DORANTE.-   (Bajo, a JOURDAIN.)  ¡Me ha costado un trabajo ímprobo hacerla venir!

JOURDAIN.-   (Bajo, a DORANTE.)  No sé cómo pagaros tantos favores.

DORANTE.-  Dice, señora, que le parecéis la criatura más bella del mundo.

DORIMENA.-  Favor que me hace...

JOURDAIN.-  Sois vos la que hacéis los favores, señora, y...

DORANTE.-  ¿Comemos?

CRIADOS.-   (A JOURDAIN.)  Todo está dispuesto, señor.

DORANTE.-  Pues a la mesa, y que entren los músicos.

 

(Los seis cocineros que han preparado el festín, bailan. Esta danza forma el tercer intermedio, terminado el cual entran una mesa servida de manjares.)

 



Anterior Indice Siguiente