Escena II
|
|
NICOLASA,
JOURDAIN y
criados.
|
JOURDAIN.-
¡Nicolasa!
|
NICOLASA.- ¿Qué manda el
señor?
|
JOURDAIN.- Oye.
|
NICOLASA.- (Sin poder contener la
risa.) ¡Ja, ja, ja, ja!
|
JOURDAIN.-
¿De qué te ríes?
|
NICOLASA.- ¡Ji, ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¿Qué le sucede a esta bribonaza?
|
NICOLASA.- ¡Ji, ji, ji! ¡Qué
traje se ha puesto! ¡Ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¿Qué significa esa risa?
|
NICOLASA.- ¡Ay, Dios mío!
¡Ji, ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¿Qué desvergüenza es ésta? ¿Te
burlas de mí?
|
NICOLASA.- No, señor; Dios me libre...
¡Ji, ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Como sigas riendo te voy a dar un soplamocos!
|
NICOLASA.- ¡No puedo remediarlo,
señor!... ¡Ji, ji, ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Te callas!
|
NICOLASA.- Perdóneme el señor;
pero es que no puedo contener la risa viéndole tan
ridículo. ¡Ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Puede oírse mayor insolencia!
|
NICOLASA.- ¡Estáis tan gracioso con
ese traje!... ¡Ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Te...!
|
NICOLASA.- ¡Os ruego que me
perdonéis! ¡Ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Te juro que, como vuelvas nada más que a
sonreír, te largo la bofetada más terrible que
jamás se haya dado!
|
NICOLASA.- No, señor, no; ya no me
río más. Ya lo veis, señor, cómo no me
río.
|
JOURDAIN.-
¡Mucho ojo!... Es preciso que limpies inmediatamente...
|
NICOLASA.- ¡Ji, ji!
|
JOURDAIN.- Que
limpies a conciencia...
|
NICOLASA.- ¡Ji, ji!
|
JOURDAIN.- Te estoy
diciendo que es preciso que limpies la sala y...
|
NICOLASA.- ¡Ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Otra vez!
|
NICOLASA.- Dadme ahora mismo una paliza,
señor; pero dejad que me ría hasta hartarme.
¡Ji, ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Me estás quemando la paciencia!
|
NICOLASA.- ¡Dejadme que me ría!
¡Ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¡Como llegue a echarte mano!
|
NICOLASA.- See... ñor... Es que, si no me
río, revie... ento. ¡Ji, ji, ji!
|
JOURDAIN.-
¿Pero se ha visto nunca bellaca semejante, que viene a
reírseme insolentemente en mi cara, en lugar de obedecer mis
órdenes?
|
NICOLASA.- ¿Qué me manda el
señor?
|
JOURDAIN.- Que
cuides, grandísima bribona, de prepararlo todo para recibir
las visitas que aguardo y que comenzarán a venir dentro de
un instante.
|
NICOLASA.- ¡Vaya!... ¡Ahora
sí que se me han quitado las ganas de más risa!
¡Esas gentes que vienen a veros arman aquí tal
barullo, que sólo con nombrármelas ya me pongo de mal
humor!
|
JOURDAIN.- Pues
para que no te enfades, prohibiré la entrada en mi casa a
todo el mundo...
|
NICOLASA.- Por lo menos, no deberíais
dejar entrar a cierta gente.
|
Escena III
|
|
MADAMA JOURDAIN, monsieur JOURDAIN, NICOLASA y criados.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Bah! Ya tenemos una nueva historia. ¿Queréis
decirme, señor marido, qué significa ese atalaje?
¿Os burláis vos del mundo, enjaezándoos de ese
modo, o es que queréis que todo el mundo se desternille de
risa al veros?
|
JOURDAIN.-
Sólo los tontos y las tontas, señora mía,
podrán reírse de mí.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Pues yo debo advertiros de que no han aguardado hasta hoy: hace ya
tiempo que vuestras maneras sirven de diversión a todo el
mundo.
|
JOURDAIN.- Y,
¿queréis decirme quién es todo ese mundo?
|
MADAMA JOURDAIN.-
Todo ese mundo es el de las personas razonables que tienen
más luces que vos. Por mi parte, estoy escandalizada de la
vida que lleváis. Mi casa ya no la conozco: podrá
decirse, y con razón, que en ella todo el año es
carnaval y que, desde muy temprano, por temor de que falte el
tiempo en el día, comienzan a oírse músicas, y
cantos, y tal zarabanda, que tienen ya indignada a la vecindad.
|
NICOLASA.- Tiene razón la señora.
No hay manera de ver la casa limpia con esa taifa de
pelgares5
que introducís aquí. No parece sino que andan
recogiendo en los zapatos todo el barro de la ciudad para venir a
dejarlo en estas salas, y que la pobre de Frasquita eche el
hígado fregando los suelos.
|
JOURDAIN.- Hola,
¡y cómo se le ha soltado la lengua a esta palurda!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Tiene muchísima razón y más sentido del
que vos demostráis! ¡Sería curioso averiguar
para qué queréis un maestro de baile a vuestros
años!
|
NICOLASA.- ¿Y el maestro de armas, que
hace retemblar la casa pisando, y que acabará por
desenladrillarnos los suelos?
|
JOURDAIN.-
¡Chitón el ama y la criada!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Queréis aprender a bailar para cuando no os
sostengan las piernas?
|
NICOLASA.- ¿Es que pensáis matar a
alguien?
|
JOURDAIN.-
¡Silencio, he dicho!... ¡Sois dos ignorantes sin idea
de las cosas!
|
MADAMA JOURDAIN.-
Más valiera que os ocuparais en casar a vuestra hija, que ya
tiene edad para ello.
|
JOURDAIN.- Me
ocuparé el día en que se le presente un buen partido;
pero mientras tanto, quiero preocuparme de mí mismo,
aprendiendo cuanto me agrade.
|
NICOLASA.- Pues para que el guiso tenga
más sustancia, he oído decir que hoy mismo ha tomado
un maestro de filosofía.
|
JOURDAIN.-
Precisamente. Quiero aprender a razonar, a tener ingenio, para
discutir luego con gentes instruidas.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Y cómo no se os ocurre iros a la escuela, para que,
a vuestros años, os zurren con las disciplinas?
|
JOURDAIN.-
¡Quién sabe si no lo haga algún día!...
¡Y ahora mismo me dejaría azotar delante de todo el
mundo, con tal de saber lo que se enseña en las
escuelas!
|
NICOLASA.- Lo creo; eso hace el pie
pequeño.
|
JOURDAIN.-
Puede.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Y, sobre todo, es muy necesario para el gobierno de la casa.
|
JOURDAIN.-
Absolutamente... Habláis las dos como dos bestias cuya
ignorancia produce sonrojo. ¿Queréis que os lo
demuestre? A ver: ¿sabe alguna de vosotras qué es lo
que está diciendo ahora mismo?
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Claro! Y sé que lo que digo está muy bien
dicho, y que vos debierais conduciros de otro modo.
|
JOURDAIN.-
¡No me refiero a eso!... Os pregunto qué son las
palabras que estáis pronunciando.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Palabras mucho más sensatas que vuestra conducta.
|
JOURDAIN.- Repito
que no hablo de eso. Yo pregunto esto que hablo con vosotras, lo
que estoy diciendo ahora mismo, ¿qué es?
|
MADAMA JOURDAIN.-
Un cuento tártaro.
|
JOURDAIN.- No, no
es un cuento. Lo que ambos decimos, lo que platicamos en este
instante...
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Qué? Acaba...
|
JOURDAIN.-
¿Cómo se llama?
|
MADAMA JOURDAIN.-
Se llama... ¡como cada uno lo quiera llamar!
|
JOURDAIN.-
¡Se llama prosa, ignorante!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Prosa?
|
JOURDAIN.-
Sí, prosa. Todo lo que es prosa no es verso, y todo lo que
no es verso, no es prosa6.
¡Ea, aquí tienes lo que es estudiar!... Y tú:
¿ Tú sabes lo que hay que hacer para pronunciar la
U?
|
NICOLASA.- ¿Cómo?
|
JOURDAIN.- A ver...
¿Qué es lo que haces cuando dices U?
|
NICOLASA.- ¿Qué?
|
JOURDAIN.- Dilo,
para que lo veas.
|
NICOLASA.- U.
|
JOURDAIN.-
¿Qué has hecho?
|
NICOLASA.- Decir U.
|
JOURDAIN.-
Sí; pero cuando dices U, ¿qué es lo que
haces?
|
NICOLASA.- Lo que el señor me manda.
|
JOURDAIN.-
¡Oh, es curioso tenérselas que haber con estas
idiotas!... Lo que tú haces es sacar el hocico y acercar la
mandíbula de arriba a la de abajo. U. ¿Lo
estás viendo? U. ¿Ves la mueca que hago? U.
|
NICOLASA.- Sí, es verdad.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Es admirable!
|
JOURDAIN.-
¿Y si oyerais aquello de O, y DA, DA, y FA, FA?
|
MADAMA JOURDAIN.- Y
todo ese galimatías, ¿qué significa?
|
NICOLASA.- ¿De qué mal cura?
|
JOURDAIN.-
¡Es irritante tropezar con mujeres tan imbéciles!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Bah! A toda esa gente, con sus boberías, debieras
mandarla a paseo.
|
NICOLASA.- Sobre todo, a ese trapacero de
maestro de armas, que me deja los muebles con un dedo de polvo.
|
JOURDAIN.-
¡Hola!... ¡Parece que la has tomado con el maestro de
armas! Pero voy a hacerte ver ahora mismo tu impertinencia.
(Hace traer dos floretes y da uno a NICOLASA.) Toma.
Razón demostrativa: posición del cuerpo. Para parar
en cuarta no hay más que hacer así... Para parar en
tercia, esto... Nada más; y ¡ya puedes estar segura de
que no hay en el mundo quien te mate! ¿Qué?
¿No es maravilloso llevar esta seguridad en sí mismo
cuando uno va a batirse? Anda..., atácame para que te
convenzas.
|
NICOLASA.- Vamos a
ver... (NICOLASA lo acomete, dándole
una zurra.)
|
JOURDAIN.-
¡Bueno está!... ¡Bueno!... ¡Que el diablo
te lleve, granuja!
|
NICOLASA.- ¿No me dijisteis que
atacara?
|
JOURDAIN.-
Sí, pero me acometes en tercia antes de haber atacado en
cuarta; y, además, te impacientas y no aguardas a que yo
pare.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Estas extravagancias os han hecho perder el juicio!... Y
todo ello viene desde que os dio por la nobleza.
|
JOURDAIN.-
Ése fue mi primer momento de lucidez, porque siempre
será mejor alternar con nobles que frecuentar relaciones
plebeyas.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Qué duda cabe!... ¡Se gana mucho
codeándose con la nobleza! No hay más que ver el
negocio que habéis hecho con ese buen mozo de señor
Conde, por el que os ha entrado verdadera debilidad.
|
JOURDAIN.-
¡Alto ahí, señora mía, y pensad en lo
que decís!... No sabéis de quién
habláis, cuando habláis de él con ligereza. Se
trata de un personaje mucho más importante de lo que
podéis imaginar: de un caballero que goza de
consideración en la corte, y que habla con el Rey ni
más ni menos que como yo hablo con vosotras... ¿Y no
es para mí un honor que vean a una persona tan encopetada
frecuentar mi casa, llamarme su querido amigo y tratarme como de
igual a igual?... ¿Y las distinciones que usa conmigo?
Delante de todo el mundo me colma de tales agasajos que yo mismo me
avergüenzo.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Sí, Sí; muchas distinciones y agasajos para que
aflojéis vuestra bolsa.
|
JOURDAIN.-
¿Y qué? ¿No es un honor prestar a un hombre de
su rango? ¿Qué menos puedo hacer por un caballero que
me llama su querido amigo?
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Y él, qué hace por vos?
|
JOURDAIN.- Cosas
que asombrarían si se supieran.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Cuáles?
|
JOURDAIN.-
¡Basta, porque no puedo dar explicaciones! Sabed
únicamente que si yo le hice algún anticipo, me
reembolsará íntegramente mi dinero.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Sí, sí; aguardad un poco.
|
JOURDAIN.-
¡Me ha dado su palabra de honor!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Vaya un romance!
|
JOURDAIN.-
¡Por Dios que estáis terca! Os digo que me
cumplirá su palabra, estoy seguro.
|
MADAMA JOURDAIN.- Y
yo estoy persuadida de que no os la cumple, y de que os
engaña con sus arrumacos.
|
JOURDAIN.- Callaos,
que aquí llega.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Es lo único que nos faltaba. Apostaría a que viene
por dinero. ¡Me empacha nada más que verle!
|
JOURDAIN.-
¡Callad, os repito!
|
Escena IV
|
|
DORANTE,
monsieur JOURDAIN, MADAMA JOURDAIN,
NICOLASA.
|
DORANTE.- ¡Mi querido amigo!
¿Qué tal?
|
JOURDAIN.- Muy
bien, señor, para serviros.
|
DORANTE.- Y a vos, señora,
¿cómo os va?
|
MADAMA JOURDAIN.-
Tirando de la vida.
|
DORANTE.- Pero ¿qué es esto, amigo
mío? Os encuentro hecho un brazo de mar.
|
JOURDAIN.- Ya
veis...
|
DORANTE.- ¡Y qué porte que os da
este traje!... Bien podríais competir en arrogancia con los
jóvenes más apuestos de nuestra sociedad.
|
JOURDAIN.-
¡Bah!...
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Aparte.) ¡Ya le rasca donde le
pica!...
|
DORANTE.- Volveos... ¡Intachable!
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Aparte.) Tan lerdo por detrás
como por delante.
|
DORANTE.- Tenía verdadera impaciencia por
veros. Sois el hombre a quien más estimo en el mundo, y esta
mañana he vuelto a hablar de vos en la cámara de Su
Majestad.
|
JOURDAIN.- Me
hacéis demasiado honor. (A MADAMA
JOURDAIN.) ¡En la
cámara de Su Majestad!
|
DORANTE.- Pero cubríos...
|
JOURDAIN.-
Sé el respeto que os debo, señor.
|
DORANTE.- Excusaos de ceremonias conmigo, os lo
ruego.
|
JOURDAIN.-
Señor...
|
DORANTE.- Cubríos, porque entre
amigos...
|
JOURDAIN.- No soy
más que un servidor vuestro.
|
DORANTE.- Pues no me cubriré si no os
cubrís vos.
|
JOURDAIN.- Prefiero
la incorrección a seros importuno.
|
DORANTE.- Soy vuestro deudor, como
sabéis.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Aparte.) ¡Y tanto como lo
sabemos!
|
DORANTE.- En varias ocasiones me habéis
prestado dinero generosamente, y, en verdad, os estoy
reconocido.
|
JOURDAIN.-
¿Os burláis de mí, señor?
|
DORANTE.- Pero yo sé pagar lo que se me
presta y reconocer los favores que se me hacen.
|
JOURDAIN.-
¡Quién lo duda!
|
DORANTE.- Quiero liquidar con vos, y he venido a
que ajustemos nuestras cuentas.
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su mujer.)
¿Oís? ¿Comprendéis ahora vuestra
impertinencia, señora?
|
DORANTE.- Soy hombre que le gusta pagar cuanto
antes.
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a MADAMA
JOURDAIN.) ¿Qué os
decía yo?
|
DORANTE.- Veamos qué es lo que os
debo.
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su mujer.) ¡Ved
vuestras ridículas sospechas!
|
DORANTE.- ¿Recordáis bien todas
las cantidades que me habéis prestado?
|
JOURDAIN.- Creo que
sí; pero podemos ver mis anotaciones. Aquí
está... Una entrega de doscientos luises.
|
DORANTE.- Es verdad.
|
JOURDAIN.- Otra
entrega de ciento veinte.
|
DORANTE.- Sí.
|
JOURDAIN.- En otra
ocasión, ciento cuarenta.
|
DORANTE.- Tenéis razón.
|
JOURDAIN.- Estas
tres partidas suman cuatrocientos sesenta luises, o sean cinco mil
sesenta libras.
|
DORANTE.- La cuenta está exacta. Cinco
mil sesenta libras.
|
JOURDAIN.- Mil
ochocientas treinta y dos libras a vuestro plumajero.
|
DORANTE.- ¡Justo!
|
JOURDAIN.- Dos mil
setecientas ochenta libras a vuestro sastre.
|
DORANTE.- ¡Cabal!
|
JOURDAIN.- Cuatro
mil trescientas setenta y nueve libras, doce sueldos y ocho dineros
al especiero.
|
DORANTE.- Doce sueldos y ocho dineros:
ésa es la cuenta justa.
|
JOURDAIN.- Por
último, a vuestro guarnicionero, mil setecientas cuarenta y
ocho libras, seis sueldos y cuatro dineros.
|
DORANTE.- Todas las partidas son exactas.
¿Y ascienden a...?
|
JOURDAIN.- Suma
total, quince mil ochocientas libras.
|
DORANTE.- ¡Justo! ¡Justo!
¡Quince mil ochocientas libras!... Agregad ahora doscientos
doblones que me vais a dar y tendremos dieciocho mil francos en
cuenta redonda, que os pagaré en la primera
ocasión.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Bajo, a su marido.)
¿Qué?... ¿Me he equivocado?
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su mujer.) ¡Dejadme en
paz!
|
DORANTE.- Si os contraría el entregarme
esa suma...
|
JOURDAIN.- De
ningún modo...
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Bajo, a JOURDAIN.)
Este hombre te toma por una vaca de leche.
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su esposa.)
¡Callad!
|
DORANTE.- Repito que si os incomoda iré a
buscar ese piquillo a otra parte.
|
JOURDAIN.- No,
señor.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Bajo, a su marido.) ¡No
estará satisfecho hasta que os haya arruinado!
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su mujer.) ¿No os
callaréis?
|
DORANTE.- Si os ocasiona la menor dificultad, no
tenéis más que decírmelo...
|
JOURDAIN.- Nada de
eso, señor.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Bajo, a JOURDAIN.)
¡Es un verdadero truhán!
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su mujer.) ¡Silencio,
os digo!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Os chupará hasta el último
maravedí!
|
JOURDAIN.-
¿Pero no os callaréis?
|
DORANTE.- Son muchas las personas a quienes
podría recurrir y que me anticiparían con gusto
cuanto les pidiera; pero, siendo vos mi mejor amigo, he supuesto
que me lo llevaríais a mal si me dirigiera a cualquier
otro.
|
JOURDAIN.- Me
hacéis demasiado honor, y ahora mismo voy a complaceros en
vuestro deseo.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Bajo, a JOURDAIN.)
¡Cómo! ¿Todavía le vais a dar
más?
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a su mujer.) ¿Qué
le he de hacer? ¿Queréis que me niegue a un hombre de
su condición, y que ha hablado de mí esta
mañana en la cámara del Rey?
|
MADAMA JOURDAIN.-
(Bajo, a su marido, que sale.)
¡Anda, que eres un bobo de remate!
|
Escena VI
|
|
Monsieur JOURDAIN, MADAMA JOURDAIN,
DORANTE y NICOLASA.
|
JOURDAIN.-
Aquí tenéis cien luises, contantes y sonantes.
|
DORANTE.- Señor Jourdain..., os reitero una vez
más mi adhesión y ardo en impaciencia por poderos ser
útil en la corte.
|
JOURDAIN.- Muy
reconocido...
|
DORANTE.- Si vuestra esposa desea asistir a las
diversiones de palacio, tendré el gusto de proporcionarle
uno de los mejores sitios en la sala.
|
MADAMA JOURDAIN.-
Beso a usted la mano, señor mío.
|
DORANTE.- (Bajo, a JOURDAIN.)
Como os lo indicaba en mi carta, nuestra encantadora marquesa
vendrá luego para asistir a la comida y al baile.
Además, le he arrancado la promesa de que aceptará el
agasajo que queréis ofrecerle.
|
JOURDAIN.-
Retirémonos un poco más allá, por si
acaso.
|
DORANTE.- Como hace ocho días que no nos
vemos, no he podido daros cuenta de lo ocurrido a propósito
del diamante que me entregasteis para que se lo regalara de vuestra
parte... ¡Me ha costado Dios y ayuda vencer sus
escrúpulos, y hasta hoy mismo no he logrado resolverla a que
lo acepte!
|
JOURDAIN.-
¿Y qué le ha parecido?
|
DORANTE.- ¡Maravilloso!... Y, o mucho me
equivoco, o la belleza de esa joya ha de influir en vuestro favor
de un modo admirable.
|
JOURDAIN.-
¡El cielo lo permita!
|
MADAMA JOURDAIN.-
(A NICOLASA.)
Teniéndole al lado pierde el tino y no acierta a separarse
de él.
|
DORANTE.- La he ponderado, como se merece, lo
rico del regalo y la intensidad de vuestro amor.
|
JOURDAIN.- Vuestras
bondades me alarman, me confunden y me colocan en el trance
más difícil del mundo, viéndoos a vos, una
persona de vuestras prendas, descender por mí hasta el
extremo que lo hacéis.
|
DORANTE.- ¿Queréis chancearos?
Entre amigos no rezan los escrúpulos. ¿No
haríais vos por mí otro tanto llegada la
ocasión?
|
JOURDAIN.-
¡Quién lo duda!... ¡De todo corazón os lo
fío!
|
MADAMA JOURDAIN.-
(A NICOLASA.) ¡No lo
puedo aguantar! Su presencia es como una losa que me cayera
encima.
|
DORANTE.- Tratándose de servir a un
amigo, yo no reparo en medios. Por eso, cuando os confiasteis a
mí, expresándome el fuego en que os había
prendido esta linda marquesa, cuya casa yo frecuentaba,
inmediatamente, de buena voluntad, me ofrecí a vos como
medianero de vuestras pretensiones.
|
JOURDAIN.- Es
cierto; y esa solicitud vuestra es la que me agobia.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(A NICOLASA.) ¡Pero
no se irá nunca!
|
NICOLASA.- Hacen muy buenas migas.
|
DORANTE.- Habéis dado en el flaco,
conduciéndoos por la mejor vereda para llegar hasta su
corazón. No hay cosa que prive tanto a una mujer como los
despilfarros hechos en su obsequio; y vuestras repetidas serenatas,
vuestras flores de todos los días, aquellos sorprendentes
fuegos de artificio quemados sobre el agua, el diamante que le
habéis enviado, y la fiesta que le preparáis, todo le
ha hablado más persuasivamente de vuestro amor que las
palabras que vos mismo hubierais podido decirle.
|
JOURDAIN.- No
habrá gastos que yo no haga, si ellos han de ayudarme en mis
deseos. No hay para mí mayor atractivo que los encantos de
una noble dama, y este honor estoy decidido a adquirirlo al precio
de cuanto poseo.
|
MADAMA JOURDAIN.-
(A NICOLASA.)
¿Qué se estarán diciendo?... Acércate
con suavidad y alarga la oreja.
|
DORANTE.- En breve gozaréis del hechizo
de su presencia y vuestros ojos tendrán lugar de
satisfacerse.
|
JOURDAIN.- Para que
estemos libres, he dispuesto que mi mujer vaya a almorzar a casa de
mi hermana, donde pasará toda la tarde.
|
DORANTE.- Es una precaución muy atinada,
pues vuestra esposa hubiera podido estorbarnos. Ya he dado en
vuestro nombre las órdenes necesarias al cocinero y he
dispuesto todo lo conveniente para el baile. Es composición
mía, y, si los ejecutantes interpretan la idea, estoy seguro
de que lo encontrará...
|
JOURDAIN.-
(Que echa de ver a NICOLASA escuchando, le da un
bofetón.) ¡Hola!... ¡Sois una
impertinente!... (A DORANTE.) Salgamos, si
queréis.
|
Escena IX
|
|
CLEONTE y
COVIELLE.
|
CLEONTE.- ¿Se puede tratar de este modo a
un amante?... ¡A un amante, el más fiel y el
más apasionado de los amantes!
|
COVIELLE.-
¡Es espantoso lo que nos ha hecho!
|
CLEONTE.- Mostrar por una persona todo el ardor
y toda la ternura imaginables; no amar otra cosa en el mundo sino a
ella y hacerla dueña de su albedrío; consagrarle
todas las atenciones, todos los deseos, todas las alegrías;
no hablar más que de ella, no pensar más que en ella,
soñar con ella, respirar por ella, alentar el corazón
sólo por ella... ¡Y he aquí la justa recompensa
a mi entera adhesión! Tras de dos días de no verla
-que han sido para mí como dos espantosos siglos- la
encuentro casualmente: a su vista, mi corazón se siente
transportado, el júbilo brilla en mi rostro y, con
arrobamiento, vuelo hacia ella; pero la infiel aparta de la
mía su mirada, y pasa bruscamente como si jamás en su
vida me hubiera visto.
|
COVIELLE.-
¡Yo digo otro tanto!
|
CLEONTE.- ¿Puede darse, Covielle, perfidia semejante a
la de esa ingrata de Lucila?
|
COVIELLE.-
¿Y a la de esa truhana de Nicolasa, señor?
|
CLEONTE.- ¡Después de tan ardientes
sacrificios, de tanto suspirar y de los votos hechos a su
belleza!
|
COVIELLE.-
¡Después de tan asiduos homenajes, de tantos cuidados
y servicios como la tributé en la cocina!
|
CLEONTE.- ¡Tantas lágrimas
derramadas a sus pies!
|
COVIELLE.-
¡Tantos cubos de agua que saqué del pozo por ella!
|
CLEONTE.- ¡Tanto ardor como la he
demostrado, queriéndola más que a mí
mismo!
|
COVIELLE.-
¡Los calores que yo he pasado dando vueltas al asador en
lugar suyo!
|
CLEONTE.- ¡Y huye de mí con
desprecio!
|
COVIELLE.- ¡Y
me vuelve las espaldas descaradamente!
|
CLEONTE.- ¡Es una perfidia digna del
más duro castigo!
|
COVIELLE.-
¡Es una traición que merece mil soplamocos!
|
CLEONTE.- ¡Que no se te ocurra en la vida
venirme a hablar de ella, te lo ruego!
|
COVIELLE.-
¿Yo?... ¡Dios me libre!
|
CLEONTE.- No me vengas queriendo disculpar su
inconstancia.
|
COVIELLE.- No
temáis tal cosa.
|
CLEONTE.- Porque te advierto que todas las
razones que encuentres para disculparla serán
inútiles.
|
COVIELLE.- Pero
¿quién piensa en eso?
|
CLEONTE.- Quiero mantener mi resentimiento y
romper relaciones con ella.
|
COVIELLE.- Me
parece muy bien.
|
CLEONTE.- Probablemente, ese señor Conde
que visita la casa la ha entrado por el ojo, y, como si lo viera,
su presunción se deja deslumbrar por el brillo de los
cuarteles... Pero le juro por mi honor que sabré prevenirme
contra el desbordamiento de su inconstancia; que he de seguir sus
pasos por el camino de mudanzas a que la veo correr, para que no le
quepa la satisfacción de haberme desdeñado.
|
COVIELLE.- Bien
pensado; y, por mi parte, meto baza con vos en el juego.
|
CLEONTE.- Alienta mi despecho y apoya mi
resolución contra todos los residuos de amor que aún
pudieran hablarme de ella. Te ruego encarecidamente que me digas lo
más malo que se te ocurra de su persona, pintándomela
de tal modo que me parezca despreciable. Indícame,
haciéndomelos resaltar, todos los defectos que hayas podido
advertir en ella para que sienta hastío.
|
COVIELLE.-
¿Qué os diré yo, señor, de esa
doña Melindres, presuntuosa y ridícula, demasiado
burda para inspiraros un amor semejante?... No encuentro en ella
nada que no sea mediocre, y os tropezaréis con otras cien
que sean más dignas de vos. Si la miramos a los ojos, tiene
unos ojillos pequeñines...
|
CLEONTE.- Es verdad: los ojos son
pequeños; pero tan llenos de fuego, con tanto brillo, tan
penetrantes y con tal atractivo, que en el mundo no se
podrán ver otros iguales.
|
COVIELLE.- Tiene la
boca grande.
|
CLEONTE.- Sí; pero con una gracia que no
hallarás en las demás; y esa boca, en
viéndola, inspira tales deseos, que es la más
atrayente y amorosa del mundo.
|
COVIELLE.- En
cuanto a la estatura, no es alta.
|
CLEONTE.- Ni alta ni baja: lo que se dice un
talle cómodo.
|
COVIELLE.-
¿Y aquel afectado abandono en sus palabras y en sus
ademanes?
|
CLEONTE.- También es verdad; pero todo
ello la agracia. Sus maneras tienen un no sé qué tan
atrayente..., un hechizo que se insinúa y penetra hasta lo
íntimo del corazón.
|
COVIELLE.- En lo
que toca a su ingenio...
|
CLEONTE.- ¡Oh, Covielle! Su ingenio es el
más fino y el más delicado.
|
COVIELLE.- Su
conversación...
|
CLEONTE.- ¡Encantadora
conversación!
|
COVIELLE.-
¿Y por qué ha de estar siempre seria?
|
CLEONTE.- ¿Preferirías una de esas
mujeres, siempre de buen humor y a todas horas con la sonrisa en
los labios? ¿Hay nada más impertinente que la risa
cuando no viene a cuento?
|
COVIELLE.-
¡No me negaréis que es la mujer más caprichosa
de la tierra!
|
CLEONTE.- De acuerdo con que es caprichosa; pero
a las mujeres bonitas todo les sienta bien y todo se les
soporta.
|
COVIELLE.- Por ese
camino, señor, lo único que saco en claro son las
ganas que tenéis de amarla para siempre.
|
CLEONTE.- ¿Yo?... ¡Antes la muerte!
Y bien quisiera odiarla tanto como la he amado.
|
COVIELLE.-
¿Cómo es posible, hallándola tan repleta de
perfecciones?
|
CLEONTE.- Eso mismo hará que mi venganza
sea más ruidosa y pondrá bien de manifiesto la
entereza de mi corazón; aborrecerla, despreciarla,
encontrándola llena de belleza, de atractivos y de
dulzura... Hela aquí.
|
Escena X
|
|
CLEONTE,
LUCILA, COVIELLE y NICOLASA.
|
NICOLASA.- (A LUCILA.) A mí me
han echado la escandalosa.
|
LUCILA.- Tiene que ser lo que te he dicho. Pero
aquí está.
|
CLEONTE.- No quiero ni hablarle.
|
COVIELLE.- Y yo os
he de imitar.
|
LUCILA.- ¿Qué es esto, Cleonte?...
¿Qué tenéis?
|
NICOLASA.- ¿Qué tenéis,
Covielle?
|
LUCILA.- ¿Por qué estáis
enojado?
|
NICOLASA.- ¿De qué viene tan mal
humor?
|
LUCILA.- ¿Estáis mudo,
Cleonte?
|
NICOLASA.- ¿Has perdido el habla,
Covielle?
|
CLEONTE.- ¡Se necesita ser malvada!
|
COVIELLE.-
¡Hace falta ser Judas!
|
LUCILA.- Ya veo que nuestro último
encuentro os ha turbado el juicio.
|
CLEONTE.- Cada cual reconoce su obra.
|
NICOLASA.- El recibimiento de esta mañana
te ha amoscado.
|
COVIELLE.- Es
fácil descubrir la hilaza.
|
LUCILA.- ¿No es verdad, Cleonte, que
éste es el motivo de vuestro despecho?
|
CLEONTE.- Sí, pérfida; ¡ya
que me obligáis a decíroslo, ése es!... Pero
os advierto que no triunfaréis en vuestra infidelidad, como
habéis pensado; que he de ser yo el primero en romper con
vos, para que no os toméis la ventaja de despedirme...
Muchas penas me costará arrancar el amor que os tengo; me
causará una gran pesadumbre y sufriré algún
tiempo; pero, al fin, todo habrá terminado, y antes me
partiré el corazón que dejarme vencer por la
debilidad de tornar a vuestros amoríos.
|
COVIELLE.-
Idem per
idem7.
|
LUCILA.- Mucho ruido por bien poca cosa. Voy a
deciros, Cleonte, el motivo que me obligó a apartarme de vos
esta mañana.
|
CLEONTE.- No, no quiero escuchar.
|
NICOLASA.- Quiero que te enteres de por
qué pasamos tan de prisa.
|
COVIELLE.- No me da
la gana de enterarme.
|
LUCILA.- Sabed que esta mañana...
|
CLEONTE.- Os digo que no...
|
NICOLASA.- Has de saber que...
|
COVIELLE.- No,
traidora.
|
LUCILA.- Escucha.
|
CLEONTE.- Hemos acabado.
|
NICOLASA.- Déjame que te diga.
|
COVIELLE.- Estoy
sordo.
|
LUCILA.- ¡Cleonte!
|
CLEONTE.- ¡No!
|
NICOLASA.- ¡Covielle!
|
COVIELLE.-
¡Nada!
|
LUCILA.- ¡Aguarda!
|
CLEONTE.- ¡Cuentos!
|
NICOLASA.- ¡Escúchame!
|
COVIELLE.-
¡Patrañas!
|
LUCILA.- ¡Un momento!
|
CLEONTE.- ¡No, por cierto!
|
NICOLASA.- Un poco de paciencia.
|
COVIELLE.-
¡Tarará!
|
LUCILA.- ¡Dos palabras!
|
CLEONTE.- No; esto acabó.
|
NICOLASA.- ¡Una palabra!
|
COVIELLE.- Ya
está cerrado el trato.
|
LUCILA.- Pues bien; ya que no queréis
escucharme, manteneos en vuestra obstinación y haced lo que
os acomode.
|
NICOLASA.- ¡Ya que te pones de ese modo,
tómalo como quieras!...
|
CLEONTE.- ¡Sepamos de una vez el motivo de
tan galante recibimiento!
|
LUCILA.- No tengo ganas de dar
explicaciones.
|
COVIELLE.-
Cuéntame esa historia.
|
NICOLASA.- No estoy para regalarte el
oído.
|
CLEONTE.- Dime...
|
LUCILA.- No digo nada.
|
COVIELLE.-
Cuéntame...
|
NICOLASA.- No tengo qué contar.
|
CLEONTE.- Por favor...
|
LUCILA.- Os digo que no.
|
COVIELLE.- Por
caridad...
|
NICOLASA.- Perdone, hermano.
|
CLEONTE.- Os lo ruego.
|
LUCILA.- Dejadme.
|
COVIELLE.-
¡Por éstas!...
|
NICOLASA.- ¡Aparta de ahí!
|
CLEONTE.- ¡Lucila!
|
LUCILA.- No.
|
COVIELLE.-
¡Nicolasa!
|
NICOLASA.- ¡Punto en boca!
|
CLEONTE.- ¡Por Dios bendito!...
|
LUCILA.- No quiero.
|
COVIELLE.-
Háblame.
|
NICOLASA.- Ni palabra.
|
CLEONTE.- Desvaneced mis dudas.
|
LUCILA.- No me tomaré la molestia.
|
COVIELLE.- Cura mis
males.
|
NICOLASA.- No me da la gana.
|
CLEONTE.- Pues bien; ya que os es indiferente
libertarme o no de mis penas y justificaros del trato indigno que
habéis dado a mis ansias, me veis ahora por última
vez; huyo de vos, ingrata, y voy lejos de aquí a morir de
aflicción y de amor.
|
COVIELLE.- Yo
seguiré sus pasos.
|
LUCILA.- ¡Cleonte!
|
NICOLASA.- ¡Covielle!
|
CLEONTE.- ¿Eh?
|
COVIELLE.-
¿Llamáis?
|
LUCILA.- ¿Adónde vas?
|
CLEONTE.- ¡Adonde he dicho!
|
COVIELLE.- ¡A
morirnos!
|
LUCILA.- ¿Vas a morir, Cleonte?
|
CLEONTE.- ¡Sí, cruel, puesto que
tú lo quieres!
|
LUCILA.- ¿Yo desear tu muerte?
|
CLEONTE.- Sí.
|
LUCILA.- ¿Quién os lo ha
dicho?
|
CLEONTE.- ¿No es desear mi muerte negaros
a aclarar mis sospechas?
|
LUCILA.- ¿Y es culpa mía? Si os
hubierais dignado escucharme, ¿no os habría yo
explicado que la aventura de esta mañana, de que tanto os
quejáis, ha sido motivada por la presencia de una anciana
tía, que a todo trance quiere persuadirnos de que la sola
proximidad de un hombre basta para deshonrar a una doncella?...
¿Que continuamente nos sermonea sobre este tema y nos pinta
a los hombres como demonios, de los que hay que huir?...
|
NICOLASA.- ¡Ya tenéis aclarado el
secreto!
|
CLEONTE.- ¿No me engañáis,
Lucila?
|
COVIELLE.-
¿No querrás darme la castaña?
|
LUCILA.- Nada más cierto que lo que acabo
de deciros.
|
NICOLASA.- Tal y como ocurrió.
|
COVIELLE.-
¿Nos damos por vencidos?
|
CLEONTE.- ¡Ah, Lucila..., una sola palabra
de tu boca vuelve el sosiego a mi corazón; es tan
fácil dejarse persuadir por quien se ama!
|
COVIELLE.-
¡Qué fácilmente nos dejamos acariciar por estos
endiablados animalitos!
|
Escena XII
|
|
JOURDAIN, MADAMA JOURDAIN,
CLEONTE, LUCILA, COVIELLE, NICOLASA.
|
CLEONTE.- Señor: no he querido valerme de
nadie para haceros una demanda que medito hace tiempo, y que, por
lo mucho que me afecta, debo ser yo mismo quien la haga.
Así, pues, sin más rodeos, os suplico me
concedáis el honor de ser vuestro yerno.
|
JOURDAIN.- Antes de
responderos os suplico me digáis si sois noble.
|
CLEONTE.- Señor: la generalidad no
vacilaría en contestar a vuestra pregunta. El sentido de las
palabras se tergiversa fácilmente, y en el día de
hoy, en que las costumbres parecen autorizar el robo, cada cual se
aplica ese título sin escrúpulo alguno. Por mi parte,
os lo confieso, tengo sobre este punto un concepto algo más
delicado. Creo que toda impostura es indigna de un hombre probo, y
que es una bajeza disfrazar la condición en que hemos nacido
para presentarse al mundo con un nombre usurpado y queriendo
hacerse pasar por lo que no se es. Ciertamente que mis antecesores
ocuparon cargos distinguidos, y que yo mismo, después de
seis años de servicios en el ejército, he conseguido
colocarme en una posición bastante honrosa; pero con todo
ello, y no queriendo adjudicarme una condición que otros en
mi lugar creerían poder aplicarse, os digo francamente que
no soy noble.
|
JOURDAIN.- Dadme la
mano... Mi hija no es para vos.
|
CLEONTE.- ¿Cómo?
|
JOURDAIN.- No sois
noble, no seréis ya mi yerno.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿Y qué queréis decirnos con vuestra nobleza?
¿Acaso pertenecemos nosotros a la casta de San Luis?
|
JOURDAIN.-
¡Callaos, que ya os veo venir, señora!
|
MADAMA JOURDAIN.-
¿De quién descendemos los dos, sino de padres muy
decentes, pero plebeyos?
|
JOURDAIN.-
¡Puf, qué lenguaje!
|
MADAMA JOURDAIN.-
Vuestro padre, ¿no fue mercader como el mío?
|
JOURDAIN.-
¡Malditas sean todas las mujeres! ¡No han de callar
jamás, y cuando abren la boca es para echarlo todo a
perder!... Si vuestro padre fue tendero, peor para él; del
mío sólo las malas lenguas lo podrán decir. Y
basta ya: lo único que he de manifestaros es que quiero
tener un yerno noble.
|
MADAMA JOURDAIN.- A
vuestra hija lo que habéis de buscarle es un marido que le
convenga; y vale más un hombre honrado, rico y buen mozo que
un noble pobretón y contrahecho.
|
NICOLASA.- ¡Ésa es la verdad! Y si
no, acordaos del hijo de aquel señor de nuestro pueblo, tan
empingorotado; más bobo y más patizambo no lo
hay.
|
JOURDAIN.-
¡Calla tú, impertinente; que te has de entremeter a
cada paso en la conversación! Mi hija es bastante rica, y lo
único que ha de procurar son honores; por eso quiero que sea
marquesa.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Marquesa!
|
JOURDAIN.-
Sí, marquesa.
|
MADAMA JOURDAIN.-
¡Dios me libre!
|
JOURDAIN.-
¡Es cosa decidida!
|
MADAMA JOURDAIN.-
Pues ¡no he de consentirlo!... ¿Cómo he de
consentir que un yerno pueda echar en cara a mi hija la
condición de sus padres, y que el día de
mañana mis nietos se avergüencen de llamarme abuela?...
¡Jamás consentiré en uno de esos matrimonios,
que no traen más que un semillero de disgustos! Todo son
habladurías y comentarios: si no la ven, porque no la ven; y
si se le ocurrió venir a visitarme en tren de gran
señora, y al pasar, distraída, dejó de saludar
a algún vecino..., ¿para qué quieres
más? «¿Habéis visto -dirán-
qué tono se va dando la señora marquesa? Pues es la
hija de los Jourdain.
Todavía, hace algunos años, se daba por muy
satisfecha viniendo a jugar con nosotras; ¡quién le
había de decir que iba a verse tan emperejilada y
pavoneándose de este modo! Los abuelos, que tenían
tienda de paños en la Puerta de los Inocentes, amasaron un
buen caudal para sus hijos; ahora están pagándolo,
Dios sabe cómo, en el otro mundo, por que no se hacen
fortunas por medios honrados...». No, no quiero dar que
cotorrear a nadie. Mi hija se casará con un hombre, hombre y
nada más, que le esté a ella obligado, y al que yo
pueda decirle: «Siéntate ahí y almuerza
conmigo».
|
JOURDAIN.-
¡Sentimientos de espíritus mezquinos, apegados a su
insignificancia! ¡No replicarme una palabra más! Mi
hija será marquesa, a despecho de todo el mundo; y si me
apretáis hasta hacerme montar en cólera, la hago
duquesa.
|
MADAMA JOURDAIN.-
No perdáis las esperanzas, Cleonte. Ven aquí, hija
mía; ven a decirle a tu padre resueltamente que o te casas
con él o no te casas.
|
Escena XV
|
|
DORIMENA,
DORANTE y el CRIADO.
|
CRIADO.- El señor me encargó
deciros que estará aquí inmediatamente.
|
DORANTE.- Está bien.
|
DORIMENA.- No sé; pero me parece que no
obro bien dejándome conducir por vos a una casa en la que no
conozco a nadie.
|
DORANTE.- ¿Y qué lugar he de
elegir para que mi amor os agasaje, ya que, por huir de la
divulgación, habéis descartado vuestra casa y la
mía?
|
DORIMENA.- ¿Pero por qué no
decís que, insensiblemente, un día y otro me
obligáis a recibir testimonios de amor, cada vez más
insinuantes? Yo he hecho cuanto he podido para defenderme, pero
vuestra cortés insistencia, venciendo todos mis reparos, me
ha obligado a acceder poco a poco a vuestros deseos. Han menudeado
las visitas, y tras ellas las declaraciones aparejadas de serenatas
y finezas; después han seguido los presentes... He querido
resistirme a todo esto; pero vos, siempre lleno de ánimo y
paso a paso, habéis ido ganando mi voluntad, hasta el punto
de que, ahora mismo, no respondo de mí; y hasta creo que me
conduciréis al matrimonio, del que tanto me había
distanciado.
|
DORANTE.- Ya debierais estar en él,
señora. Sois viuda y sólo dependéis de vos; yo
soy dueño de mí, y os amo más que a mi vida.
¿Qué es lo que se opone a que me hagáis feliz
desde hoy mismo?
|
DORIMENA.- ¡Por Dios!... ¡Es
necesario que uno y otro reúnan tantas cualidades para
llegar a conseguir una mutua felicidad! Los dos seres más
razonables del mundo dudarían siempre de llegar a constituir
una unión de la que se hallaran plenamente satisfechos.
|
DORANTE.- Hacéis mal imaginando tantas
dificultades; y tened en cuenta que la experiencia que vos
habéis hecho no quiere decir nada para los demás.
|
DORIMENA.- Mis reflexiones giran siempre
alrededor del mismo punto. Los gastos que os he visto hacer me
inquietan por dos motivos: uno, porque me obligan a más de
lo que quisiera; otro, porque estoy segura, y no os
molestéis, de que os cuestan un sacrificio, que yo no debo
tolerar.
|
DORANTE.- ¡Callaos, señora, que no
merece la pena hablar de tales pequeñeces, y no es por
ahí!...
|
DORIMENA.- Yo sé bien lo que digo. Entre
otras cosas, el diamante que me habéis obligado a aceptar es
de un precio...
|
DORANTE.- Vamos, os lo ruego; no deis tanta
importancia a una cosa que mi amor juzga indigna de vos, y
sufrid... Aquí viene el amo de la casa.
|
Escena XVI
|
|
JOURDAIN, DORIMENA, DORANTE y el CRIADO.
|
JOURDAIN.-
(Después de hacer dos reverencias se encuentra
demasiado próximo a DORIMENA.) Un poco
más atrás, señora.
|
DORIMENA.- ¿Cómo?
|
JOURDAIN.- Un paso,
si me hacéis el favor.
|
DORIMENA.- ¿Para qué?
|
JOURDAIN.- Reculad
un poco para que pueda hacer la tercera.
|
DORANTE.- Mi amigo, señora, es un hombre
galante, y sabe dar a cada uno lo que merece.
|
JOURDAIN.-
Señora: es una gloria para mí el verme tan afortunado
y tan dichoso, al tener el honor que vos habéis tenido la
bondad de concederme, haciéndome el honor de honrarme con el
favor de vuestra presencia; y si yo tuviera igualmente
méritos para merecer un mérito como el que me
concedéis, y que el cielo..., envidioso de mi suerte..., me
hubiese concedido... el privilegio de verme digno... de...
|
DORANTE.- ¡Basta! La señora, que ya
sabe que sois hombre de ingenio, no gusta de cumplidas ceremonias.
(Bajo, a DORIMENA.) Es un
burgués ridículo.
|
DORIMENA.- (Lo
mismo.) Ya lo veo.
|
DORANTE.- (Alto.)
Jourdain es mi mejor amigo.
|
JOURDAIN.- Me
hacéis demasiado favor.
|
DORANTE.- De una galantería
exquisita.
|
DORIMENA.- Lo tengo en una gran
estimación.
|
JOURDAIN.-
Aún no hice nada para merecer su gracia, señora.
|
DORANTE.- (Bajo, a JOURDAIN.)
¡Cuidado con hablarle del diamante que le habéis
ofrecido!
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a DORANTE.) ¿Ni
siquiera preguntarle si le ha gustado?
|
DORANTE.- (Bajo, a JOURDAIN.)
Guardaos bien de hacerlo. Sería una falta de
corrección; y si queréis comportaros como un
verdadero hombre de mundo, haced como si no fuerais vos quien se lo
ha regalado. (Alto.) Mi amigo
Jourdain dice que está
encantado de veros en su casa.
|
DORIMENA.- Me hace un gran honor.
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a DORANTE.)
¡Cuánto os agradezco el que habléis por
mí de este modo!
|
DORANTE.- (Bajo, a JOURDAIN.)
¡Me ha costado un trabajo ímprobo hacerla venir!
|
JOURDAIN.-
(Bajo, a DORANTE.) No sé
cómo pagaros tantos favores.
|
DORANTE.- Dice, señora, que le
parecéis la criatura más bella del mundo.
|
DORIMENA.- Favor que me hace...
|
JOURDAIN.- Sois vos
la que hacéis los favores, señora, y...
|
DORANTE.- ¿Comemos?
|
CRIADOS.- (A JOURDAIN.)
Todo está dispuesto, señor.
|
DORANTE.- Pues a la mesa, y que entren los
músicos.
(Los seis cocineros que han preparado el festín,
bailan. Esta danza forma el tercer intermedio, terminado el cual
entran una mesa servida de manjares.)
|