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El sepulcro del Doctor Eximio

Antonio Sánchez Moguel





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El descubrimiento de la sepultura de Suárez ha tenido, como no podía menos de suceder, resonancia verdaderamente universal. El nombre del gran doctor, la autoridad de nuestra Academia que dió á luz la fausta nueva1, y el noble celo con que la ha   —431→   y difundido y confirmado en todas sus partes el insigne Instituto de San Ignacio, señaladamente uno de sus hijos más doctos, el R. P. de Scorraille, que la consagró notable artículo en la importante Revista que dirige2, han contribuído sobre manera á tan feliz resultado.

Para el R. P. de Scorraille, más que para ningún otro erudito, había de tener valor más señalado aquel descubrimiento, así por venirse ocupando, há tiempo, en el estudio de la vida y las obras de Suárez, como por la especial circunstancia de haber buscado inútilmente en la Iglesia de San Roque, en compañía del P. Rivière, va para siete años, en Junio de 1887, el sepulcro de nuestro egregio compatriota.

Las nuevas y curiosas noticias que debo á mi estada en Lisboa del 2 al 20 del pasado mes, así como las que he adquirido en los biógrafos de Suárez y en la preciosa carta de D. Antonio de Castro al P. Vitelleschi, General de la Compañía, descubierta y publicada por el P. de Scorraille, me permiten hoy ampliar y robustecer considerablemente mis primeras investigaciones.

Tratemos, ante todo, del primitivo enterramiento de Suárez. Según el P. Dr. Antonio Ignacio Descamps, en su Vida / del venerable Padre / Francisco Svarez /... (Perpiñán, 9671), Suárez fué sepultado «en la Capilla mayor, en un lugar decente y apartado, fuera del ordinario, y común de los demás». En iguales ó parecidos términos se expresaron luego el P. Gioseppe Massei, en su Vita / del venerabil servo di Dio / et eximio teologo P. Francesco / Suarez.... (Roma, 1687); y el P. Bernardo Sartolo, en su libro El eximio Doctor / y venerable Padre / Francisco Svarez... (Salamanca, 1693). El P. Antonio de Arana, en su Vida de Suarez, había tratado de su sepultura, según refiere el P. Descamps, pero no nos ha sido dable hallar el paradero de esta obra, que no llegó á ver la luz pública, y que hemos buscado inútilmente en la Biblioteca de San Isidro, donde dicen existir los PP. Backer en su Bibliothèque des écrivains de la Compagnie de Jésus, edición de 1890. Tampoco hemos logrado encontrar la Vida de Suarez,   —432→   también inédita, que escribió el P. Luís de Valdivia, que existía original en el Noviciado de Villagarcía, con otras Vidas de jesuitas ilustres, del propio autor, y que fué consultada por el P. Descamps. Es éste el primero y, más antiguo biógrafo de Suárez que dió á la estampa la noticia de su primitivo enterramiento. Ahora bien, ni la Vida latina de Suárez, que salió al frente de las primeras ediciones de los tratados De Gratia Dei (Coimbra , 1619) y De Angelis (Idem, 1620), ni los PP. Alegambe (1643), Nieremberg (1644), y Téllez (1647), dicen que Suárez fuese enterrado en la Capilla Mayor de San Roque, y en sitio especial y apartado, como dijo Descamps y repitieron Massei y Sartolo. La Vida latina, primera biografía de Suárez, escrita dos años después de su muerte, dice únicamente que el cadáver fué «conditus in capsula honoraria cum plumbea lamina, quae Suarez nomen, aetatem, obitusque diem notaret», copiado después á la letra. Como tantas otras cosas de esta Vida, por Alegambe, y repetido en castellano por Nieremherg, pero nada dice del lugar en que fué enterrado el Doctor Eximio. Por fortuna, la carta de D. Antonio de Castro al P. Vitelleschi, acredita del modo más claro y terminante que Suárez fué enterrado en sepultura ordinaria, la cual fué abierta más tarde «para se enterrar outrem ella». Entonces «parezeo assi per forza de rezão como per instancia de muitos que seus ossos se devião separar e por na parade do nicho (esto es, capillita) de S. Antonio», que D. Antonio de Castro había pedido al P. Provincial y demás Padres de San Roque, á fin de trasladar allí las reliquias del gran Doctor y de ser enterrado luego á los pies de «quem con grande amor venerei sempre por santo e por meu mesire», como el propio Castro nos dice.

La capillita ó nicho, al que fueron trasladados los restos de Suárez y donde yacen también los de su cariñoso y fiel discípulo, es la segunda y última de las Capillas laterales de la mayor, del lado de la Epístola. Descamps no determina concretamente ni la capilla, ni su advocación ó nombre, ni el lugar de la nueva sepultura. Dice sólo, citando á Arana, «que yace el cadaver deste insigne varon en una capilla de la referida Iglesia, à la parte de la Epistola del Altar mayor..., en una Capilla muy rica y lustrosa, en un lado de la pared de la dicha Capilla». Massei añade   —433→   que la Capilla estaba «dedicata alla Regina degli Angeli», y lo propio escribe Sartolo diciendo que la capilla había sido consagrada al culto de María Santisima. El P. Téllez, si no señala con precisión el sitio donde yacen los restos de Suárez, en cambio marca con entera exactitud la capilla, escribiendo que «responde, no lado da Epistola, da Capella das Sanctas Virgens», como sucede en efecto. Precisamente, en el muro que separa una de otra capilla yacen los huesos de Suárez y allí está la lápida sepulcral que lo publica, y que después examinaremos. En el muro de enfrente se halla la de D. Antonio de Castro. No hay otras en toda la capilla.

Según Téllez, tenía ésta por advocación la de Nossa Senhora do Desterro, en castellano La huida á Egipto, á causa de un cuadro, de pincel peregrino, que representaba este asunto, mandado colocar allí por D. Antonio de Castro. Es de advertir que éste no da tal título á su capilla sino el de San Antonio, y que en el único altar que hoy tiene, y en su sola hornacina, se veneraba hasta el día una estatua del glorioso taumaturgo portugués, cuyo nombre es el del fundador de la capilla. Puede que este altar sea más moderno y que en lo antiguo hubiera otro en su lugar, en el que estuviera el cuadro representando La huida á Egipto de que Téllez nos habla. La capillita ó nicho del lado del Evangelio, de igual tamaño y forma se llamaba de la Trinidad, como se lee en las lápidas sepulcrales que allí existen, y, sin embargo, en el altar actual no hay lienzo ni escultura que represente aquel augusto misterio. De todos modos, es lo cierto que hoy no existe cuadro alguno de La huida á Egipto ni en nuestra capilla, ni en otra alguna, así como tampoco entre los muchos que decoran las paredes de la Iglesia, la sacristía y otros lugares del templo y sus dependencias.

Por lo que toca al epitafio de Suárez, comenzaré por decir que de mis investigaciones resalta que el primero que lo dió á luz, fué el P. Massei, no el P. Sartolo, como se ha dicho. La Vida de Suárez, de Massei, salió á luz, en 1687: la de Sartolo, seis años después, en 1693. En ambas publicaciones se da al epitafio forma epigráfica, que no tiene: se omiten palabras como la primera P(atri) y la última dicavit; se añaden otras, como la de professori;   —434→   se deshacen abreviaturas, como las de Lri, Conimb, an(ni) Phia y Septemb, escribiendo Doctori, Conimbricensi, Philosophia, anni, Septembris; se muda un vocablo por otro, ejemplo ac por et y se altera, por último, la forma de algunas palabras, como Suarez por Soares, progresso por prægresso, Antonius por Antonio, como resultará más palpable transcribiendo aquí la inscripción tal y como la he copiado, cotejándola repetidas veces después con el original hasta asegurarme de la exactitud de la copia.

Héla aquí:

Texto_1

Como se ve, la copia que me envió el Sr. Carvalho está más conforme con el original que la publicada por Massei y Sartolo, si bien incurre en siete errores, de los cuales el más grave de todos se refiere al año de la muerte de Suárez, en cambio de los trece á que asciende el número de las de Massei y Sartolo. El relativo al año en que falleció Suárez fué desde luego notado por mí, que conocía el verdadero, y que lo consigné en mi primer   —435→   artículo, por más que no lo advertí al pie de la inscripción por ignorar entonces si el error era del original ó de la copia remitida por el docto Presidente de la Real Academia de Ciencias de Lisboa.

Hé aquí ahora la inscripción sepulcral de D. Antonio de Castro:

Texto_2

Entre este traslado y el que nos remitió el Dr. Carvalho, existen nada menos que dieciseis diferencias, consistentes, en su mayor parte, en cambios ortográficos y reducciones del portugués de la lápida al usual hoy día. La más grave es la omisión de palabras enteras como Bem vivere.

De ninguna de estas inexactitudes es responsable el Dr. Carvalho, sino el empleado de la Misericordia que hizo la copia por encargo del sabio portugués, mi respetable amigo, á quien tanto deben el descubrimiento del sepulcro de Suárez y la restauración que se está hoy llevando á cabo de la iglesia de San Roque, bajo la acertada dirección del joven arquitecto D. Antonio   —436→   César Mena Junior. A uno y otro me confieso reconocido con gratitud verdadera.

Réstame, para concluir, el examen de dos solos puntos de interés, relativos á las inscripciones que dejo transcritas. Las palabras aquí yace, con que comienza la de D. Antonio de Castro ¿se han de entender en esta capilla ó en este mismo sitio? Si lo primero, puede creerse que Castro yace a los pies de su maestro, como deseba, aunque esté su epitafio en el muro opuesto: si lo segundo, la postrera voluntad del fundador de la capilla no fué cumplida. Castro falleció, como en la misma lápida se declara, el 8 de Septiembre de 1632, treinta y seis días después de la carta al Padre Vitelleschi, en que solicitaba ser enterrado á los pies de su maestro, la cual está fechada el 3 de Agosto de aquel año. Según Téllez, D. Juan de Castro, padre de D. Antonio, cumplió fielmente los deseos de su hijo. De ser esto cierto ¿cómo no está su epitafio debajo del de su maestro, diciendo aquí yace? Como está en el muro opuesto de la capilla, y no dice Esta capilla es de D. Antonio de Castro, que yace á los pies de su maestro Suárez, en vez de aquí yace ¿esto es, en este muro? Nótese, también, que en la misma lápida de Castro, se dice que teniendo otra sepultura pidió á la Compañía de Jesús este capilla y la mandó fabricar solo para enterrarse y poner en ella los huesos del P. D.r Fr.co Suarez su maestro, sin especificar si está ó no á sus pies, dando lugar á que se crea, interpretando literalmente las palabras aquí yace que está en el muro de enfrente y no debajo de Suárez. El medio de disipar esta duda sería el de levantar la lápida y ver si bajo ella está ó no Castro sepultado.

En cuanto á Suárez, que está en el muro de enfrente, lo patentiza la lápida y lo comprueba la afirmación clara y precisa del propio Castro en la carta tantas veces citada de que los huesos de su maestro fueron puestos en una pared de la capilla, la cual no debe ser otra que la indicada, desde el momento mismo que allí está la lápida, y ser aquel lado el del Evangelio y como tal de preferencia.

Descamps, hablando del epitafio de Suárez, que ni copia ni vió siquiera, dice, refiriéndose á carta que había recibido, en 1671, del P. Jorge de Acosta, rector del Colegio de la Compañía en   —437→   Setúbal, el cual había estado el año anterior en Lisboa, que dicho epitafio estaba abierto con letras de oro. Massei y Sartolo repitieron después, al publicarlo, la mima especie. Sobre este particular, lo único que por mi parte puedo decir, es que las letras del epitafio tal y como hoy se halla, no son de oro ni doradas, sino negras, semejantes en un todo á las del epitafio de Castro; que el mármol blanco de una y otra lápida por su clase y color se asemeja en un todo al de otras lápidas del siglo XVII existentes en diversas capillas de la iglesia, como la Mayor y las de la Trinidad y las Santas Vírgenes; que ni la de Suárez ni la de Castro presentan el más leve vestigio de otras letras, y que así el Dr. Carvalho, como el arquitecto Sr. Mena, me aseguraron repetidamente y del modo más terminante y categórico que los letreros ó leyendas son los mismos que encontraron al levantar el órgano que ocultaba la capilla, sin que ni entonces ni después notaran huellas ni indicios de haber reemplazado á letras anteriores.

De todos modos, fueran ó no de oro ó doradas, las primitivas del epitafio de Suárez, sean las actuales las primeras y únicas, la inscripción es la antigua que publicaron Massei y Sartolo, la lápida de aquel tiempo, y el lugar donde está el muro en que fué Suárez sepultado.

Tentados estuvimos de solicitar la exhumación de los restos del gran Doctor, pero comprendimos que acto de tal índole debe reservarse para cuando estén terminadas las obras de reparación de San Roque ó más bien para el día venturoso en que puedan ser colocadas en monumento más digno de tan venerandas reliquias. El providencial hallazgo del sepulcro que las encierra ¿servirá de estímulo para suscitar con entusiasmo la causa de beatificación del Doctor Eximio?





Madrid, 20 de Abril de 1801.



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