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El sueño de una noche de invierno

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

¿Has venido a festejar, tonto? ¿Así se festeja? Tienes que saltar, jugar, molestar a las máscaras, decir: ¿qué haces, hermosa máscara? Y que te responda: ¡gracias, mosieu! ¿Y usted? Darle el brazo, hacer confesiones y recibirlas, que..., que... ¡o María!... E... no puedo sacármela de la cabeza... Y aún así es una locura... Pues bien, cuando oyes música, cierras tus ojos y te imaginas lo que quieras... Suenan, siempre suenan, los sonidos cuando gotea, cuando cae en olas espumosas como si, y de las olas aquellas salen cabezas coronadas... rubias, morenas... ¡María!... ¡E! ¿Y?... y justo por eso vine aquí, para sacarla de la mente, olvidarla, olvidarla, ¡sí!... Demasiado es hermosa... Los ojos tan infantiles, tan brillantes... tan blandos... para todos. ¿Y qué? ¿No está el mundo lleno de mujeres? Lleno sí, como está lleno de máscaras, como está lleno de tumbas, como está lleno de desilusiones. La danse Macabre... el juego de los Muertos... Miro a todos ellos, cómo ríen, cómo cuchichea con su madre, cómo bromean, cómo susurra con sus cuchicheos cálidos y embriagadores. Y dentro de cien años que serán todos, ¿todos los de esta sala? ¡Oh! Ojos hermosos, oh, cientos de ojos brillantes, oh, cientos de bocas sonrientes, oh, cientos de corazones jóvenes... ¿qué quedará de vosotros?... ¿María? Hay algo penoso en esta mascarada... danzas Macabras... Ah, cuántas virtudes no han muerto aquí, ¡cuántos corazones! Y cada uno de ellos hubiera podido hacer un hombre feliz... uno. ¡Hubiera! ¿Uno? Tú eres una hermosa muerta. María, una muerta hermosa... Tú no tienes corazón... ha muerto también tu corazón en un baile de máscaras... ¿has quedado fría como el mármol? ¿Y? Vamos... olvida... En los cuentos de Hoffman uno se enamora de una figura de cera que está en una ventana... en vano se postra al lucero de su madrugada, en vano a los luceros de la tarde... el lucero era una muñeca... coeur de marbre -María...- ¿Y? Me tiro al remolino de las máscaras...

[...] a aquel castillo... llego al lago... había empezado a atardecer... me subí al bote y empecé a pasar lento, lentamente por los juncos y los caños del lago hacia el medio, la luna había salido de los bosques seculares y llevaba un camino de llamas sobre las olas chispeantes... era verano, una noche de verano embriagador, y en el medio del agua adormecí en el bote... parecía sin embargo que mis párpados estaban abiertas, que no dormían. De repente vi que de la copa de un árbol del horizonte hasta mi bote se había tejido una tela débil y adiamantada y que sobre esta red mojada bajaba, vestida en blanco, una muchacha joven, muy hermosa y muy rubia... como pasaba lentamente, atusaba su pelo suelto con la mano derecha y venía lentamente, parecía estar durmiendo... llegó junto a mí y me dijo:

-Ven mañana a mi casa y pregunta por mí... que sepas que me llamo María...

Ella era mucho más grande que yo, puede que diez años... Mi sueño se oscureció lentamente y dormí hasta el día siguiente de madrugada... al día siguiente me acerqué a la orilla, a los límites del parque, rompí de él y me hice camino, me arrastré por el suelo en el jardín y ¿qué vi? Una hermosura de jardín, con flores, con caminos arenosos limpios, con manzanos grandes señoriales y... nadie allí... empecé a subir la colina... cuando vi que una puerta hacia el jardín se habría y vi una mujer... entonces me quedé allí y me senté en un banco... ella venía lentamente... era ella, a la que había visto por la noche pero mucho más hermosa... Y tenía unos ojos... y tenía una boca con hoyuelos en sus comisuras y tenía un pelo tan rubio y tan suave y unas manos tan blancas y también con hoyuelos y unos piececitos pequeños... ¡Ah! ¡No lo olvidaré nunca! Ella se acercó a mí. Miraba asombrada:

-¿De quién eres tú, muchacho?

-De mi madre -dije-, y no sé cómo se llama mi padre...

-Si eres de tu madre, ven con padre -dijo ella, y me tendió la mano.

Entré en unas habitaciones hermosas con alfombras en el suelo, con divanes alrededor... y un boyardo anciano estaba en un diván y bebía pipa.

-Mira, padre, qué encontré en el jardín -dijo ella.

El anciano me acarició y me preguntó si sabía cantar. Sabía cantar, pero me daba vergüenza... Al final, sé que me dio naranjas, que me descalcé y empecé a correr alrededor del diván... El boyardo dijo en broma:

-Mira, hija, qué valiente mozo ha venido a pedir tu mano... ¿Quieres casarte con María?

-Me caso -dije-, la tomo como mujer seguro...

Después de esto regresé a casa, pero no dije a nadie nada de mi aventura. Y todos los días iba allí y todos los días me volvía de la chica con el jardín hermoso y nunca dije a nadie a dónde había ido...

Pero llegó el invierno y ya no pude ir... Empecé a presagiar la nostalgia y enfermé. Estuve acurrucado en una piel sobre el horno y dormía para morir... cuando de repente oí el cascabelito de trineo. Madre entró en casa a escondidas; llevaba un vestido moaré negro y tenía puestos guantes en sus manos muy pequeñas:

-¿A dónde vas, madre? -Pregunté yo-. Me dejas morir solo...

-No, querido de madre, no morirás -dijo ella sonriendo-. Voy con los vecinos de boda...

-¿Quién se casa? -Dije.

-María, pero tú no la conoces...

-María se casa... Madre, querida madre. María es mía, me la ha prometido su padre y tengo que morir si no será mía.

La madre sacó su mano y la puso en mi frente... después se agachó y me miró largo, largamente a mí, con una mirada que tranquiliza a los niños.

-¿De dónde la conoces tú? Me pregunto...

-La conozco desde hace mucho, desde hace mucho -dije encogiéndome-. ¿No vive allí donde el hueco brilla por los robles, en el jardín hermoso?...

Su madre se santiguó. Ella era religiosa y creía que tengo una visión...

-Madre, ¿dónde dormiré yo cuando muera? -Le preguntó.

-¿Dónde, querido de madre? Donde dormiremos todos... en el cementerio.

El cementerio y nuestra iglesia estaban al lado del jardín. Cuando marchó madre, cogí una manta y me fui al cementerio... Era mucha y clara la luz de la luna... las ramas de los sauces eran negros, la verja de nuestra capilla con las puntas doradas brillaban y el viento alcanza toca la campana... la campana apenas tocada suena dulce, muy dulce y melodiosa...

-El viento tira mi campana -dije.

Me envolví bien, abrí la puertecita de la verja y me tumbé sobre la piedra grande de encima... A lo lejos vi desde el ángulo del árbol deshojado el castillo con las ventanas iluminadas... oía como la música y lloré, lloré tenue, hasta que adormecí... Al día siguiente me desperté en una cama cubierta con almohadas y me dolía la cabeza... Madre volviéndose a casa y no encontrándome se acordó de lo que había dicho y me buscó en seguida en el cementerio, donde me encontró. Semanas enteras yací en sin sentido, hasta que me dieron a la escuela...

-Hermosa historia... pero no tiene final...

-Pues tiene, señora, un final insoportable...

-¿Y bien?

-Pues bien, pasaron diez años desde entonces, pasaron veinte... Vine a esta gran ciudad... ¡Cuánto pasó desde entonces por mi cabeza!... Cuando, una noche, también de verano, pasé por una calle desierta... y... oigo de repente de una ventana la voz de paloma de María... Quedé asombrado... asomé la cara por el muro de aquella casa... pensé que enloquecía... Todo el espectáculo de la noche del lago, todo el dolor de la infancia, se presentaba de repente ante mí... Estaba borracho, estaba loco... estaba petrificado por aquella voz...

-Y te presentaste a ella...

-¿Si me presenté?... Se entiende... Era alta, de otra forma, pero tenía la misma voz imitada de palomita, tenía los ojos de corza del amor, era alta y sin embargo era ella. Ella, que me había imaginado que había muerto, que no puede existir otra en el mundo parecida.

-¿Y no te contestó?

-¡Ah! Es una necedad imaginarte que una mujer tan delicada, no tenga ya su amante. Y además... La juventud y la pobreza son dos enemigos irreconciliables... Las maneras, el arte de hablar y el encantar, todas estas son extrañas al hombre que ha vivido entre hombres comunes y que ha sido pobre. De qué le sirve amar... De qué sirve dar el alma por un beso, cuando no te quiere... ¿Y por qué quererte? Es loca si mira a un hombre que no tiene fortuna, ni hermosura, ni espíritu... ¿Amor? Amor se encuentra por todas las callejuelas... Y soy celoso, celoso del pasado de esta mujer, celoso de los hombres con los que habla, celoso de todo lo que la rodea.

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