El «Viaje a Jerusalén» del Marqués de Tarifa: un nuevo manuscrito y los problemas de composición
Vicenç Beltran Pepió
Universitat de Barcelona
Hace unos años (Beltran, 1995) llamé la atención sobre el manuscrito 17510 de la Biblioteca Nacional, formado por dos secciones bien caracterizadas: la primera contiene el Viaje a Jerusalén del Marqués de Tarifa, don Fadrique Enríquez de Ribera, efectuado entre 1518 y 1520; la segunda, formada por dos cuadernos con obra lírica de Juan del Encina, revela en su factura la mano del escritor y ambas pueden ser consideradas dos Liederblätter u hojas poéticas que remontarían directamente al autor, a cuya mano parece posible atribuir también la copia de gran parte del manuscrito. Del texto mismo del Viaje me ocupé un poco más tarde, en ocasión del coloquio Libros de viaje organizado por don Fernando Carmona y doña Antonia Pérez en la Universidad de Murcia (Beltran, 1996).1
El examen de dicho manuscrito y su colación con el primer impreso conservado de la misma obra, la edición sevillana de Francisco Pérez en 1606, permitió llegar a una serie de conclusiones que hoy parecen todavía vigentes, y que resumo a fin de explicitar las bases de la presente investigación. El manuscrito, procedente de la biblioteca del propio Marqués de Tarifa, contiene la versión primitiva del relato de su Viaje, todavía en forma de borrador, en cuya composición alternaron seis copistas; el principal, autor de al menos parte de las correcciones a las demás secciones, puede ser identificado con Juan del Encina. Incluso en las partes que se pueden atribuir al escritor, el estilo revela una falta de elaboración más propia de la lengua oral que de la composición literaria, como si el Marqués o alguien de su confianza dictara a los copistas; por lo demás, existe una gran diferencia de calidad entre las partes que se le pueden atribuir y las que son obra del resto de los colaboradores. El narrador del viaje es siempre el Marqués, tanto formalmente como por el contenido: la atención que presta a las instalaciones militares y las obras públicas, a las reliquias y, muy especialmente, a la orden militar de Rodas, revela la perspectiva del caballero santiaguista que era el magnate sevillano, comendador de Guadalcanal.
La elaboración del manuscrito hubo de partir de las notas tomadas durante el viaje, pues se estructura según sus jornadas, con indicación expresa de la fecha y de las distancias recorridas cada día. Sin embargo, la presencia de numerosas remisiones a lo que se ha dicho antes y, muy en particular, a lo que se explicaría más adelante, demuestra sin lugar a dudas que no nos hallamos ante un borrador escrito sobre la marcha, como podrían hacer creer diversos aspectos del manuscrito, entre ellos los cambios continuos de letra y la marcada cursividad de muchos folios. Por lo demás, una anotación al paso, dando fe de la caída de Rodas en manos de los turcos, no en el día exacto en que sucedió, sino un mes más tarde, seguramente la fecha en que la noticia llegó a Sevilla, el veinticuatro de enero de 1523, sugiere que ese día se estaba trabajando en la página donde quedó plasmado el trágico suceso.
El manuscrito entero tiene, como decíamos, el aspecto de un borrador; incluso podemos observar la presencia esporádica de adiciones copiadas al margen, con una marca en el lugar donde debe ser interpolado, y espacios en blanco donde se echan a faltar datos para su adición a posteriori. La comparación con el texto impreso revela que éste procede también del autor, pues han sido añadidos multitud de detalles y datos, a veces fragmentos extensos, que sólo él o, cuando menos, algún conocedor y anotador cuidadoso de Tierra Santa podía poseer. Por otra parte, estas interpolaciones usan el mismo estilo telegráfico e inhábil que caracteriza al manuscrito. Los fragmentos de texto a interpolar que allí se observan aparecen en el impreso ya insertados en su lugar, excepto, curiosamente, cuando en el arquetipo falta el signo de inserción y podían dudar sobre cuál era la posición idónea. Los datos pendientes, substituidos por espacios en blanco, unas veces han sido rellenados, otras, cuando no se los pudo localizar, se ha reformulado la frase a fin de conseguir su integridad sintáctica y semántica. El impreso, por otra parte, contiene numerosos errores y modifica a su arbitrio la lengua del original, ya demasiado arcaica.
Dos años después de la publicación de este trabajo, apareció un estudio del viaje del Marqués de Tarifa por el profesor Pedro García Martín (1997), de la Universidad Autónoma de Madrid; el autor ofrecía una excelente reconstrucción del itinerario del Marqués, ilustrado con material historiográfico, documental e iconográfico de primera clase, y una visión de conjunto del mundo mediterráneo de la época. Lo más interesante del caso es que ambas investigaciones habían trabajado en paralelo, sin que ninguno de los dos conociera los trabajos del otro y, sobre todo, que su conocimiento de nuestro relato se basaba en un manuscrito distinto, el 9355 de la Biblioteca Nacional de Madrid. Describir este manuscrito, colacionar su texto, establecer su valor ecdótico y sentar las bases de una edición crítica será el objetivo de la presente exposición.
Se trata de un manuscrito sobrio y lujoso2, en cuyo tejuelo una mano cursiva del siglo XVI escribió el título: «De Don fadrique / enriquez de / Ribera marques»; luego, con una antiqua de la misma época se añadió: «Viaje de / D. Fadri / que / Enrriquez / a Jerusale / n. 13 / C 3». La encuadernación es sencilla, de cuero, seguramente del siglo XVI, en la que se han restaurado las cintas para cerrar el volumen y añadido hojas de guardas nuevas, una pegada a cada cubierta y una más al principio y al final.
Esta misma signatura se puede leer en el que pudo ser el primer folio del manuscrito, que quedó en su momento en blanco; al menos esto parece sugerir la estructura codicológica, que describiremos a continuación, aunque resulta difícil afirmarlo con seguridad: de ser así, en esta hoja debería figurar la filigrana que, hoy, no se aprecia. En la encuadernación actual, ha sido conservada como si se tratara de una antigua hoja de guardas, que se dejó sin numeración. En un fragmento de papel de forma rectangular, recortado y pegado a esta hoja, se lee como decía la antigua signatura, «cc 129», y la palabra «Plasencia» al lado de la signatura actual.
La escritura del folio primero recto empieza aproximadamente hacia la mitad de la página; en este espacio en blanco, una mano del siglo XVII escribió: «Parece estar comprehendido / este libro en el expurgn. nuiss. de 1640 / Fray Pedro de Caruajal / Predor. general». Sigue una rúbrica.
El manuscrito mide hoy 214 x 150, y la caja es de 155 x 102, formada por cuatro dobles líneas a lápiz de plomo, de extremo a extremo, muy visibles, con diecinueve líneas sencillas de pauta en el interior de cada una de ellas que dan lugar a veinte líneas de escritura tomando como referencia el fol. 3r. Presenta hoy una foliación moderna, a lápiz, de las hojas escritas, que va del 1 al 254. Las hojas numeradas van precedidas por una hoja de guardas moderna y una antigua y seguidas al final de una hoja de guardas antigua y otra moderna, todas sin numeración. En la mayor parte del manuscrito conserva una numeración antigua, por cuadernos, visible en los cuadernos undécimo, fols. 79-82=lij-liiij, 87-89=mj-miiij y así sucesivamente (n, o, p, q, r, s, t, v, x, y, z) hasta el folio 177 inclusive, del cuaderno vigésimo tercero; luego sigue en el vigésimo cuarto (206-109=dj-diiij) y siguientes (e, f, g, h, j), hasta el cuaderno trigésimo segundo y último. Estas signaturas parecen trazadas de más de una mano, siempre humanísticas del siglo XVI, quizá incluso posteriores a la de copista, cursivas, que usaban una tinta más clara. Como es costumbre en estos casos, la numeración afecta sólo a la primera parte del cuaderno, siempre en el ángulo inferior externo del recto de cada folio. El fol. 253, último del trigésimo segundo cuaderno, va seguido de un folio suelto, donde termina la obra, con la foliación kj=254. Es de notar que, como queda dicho, falta el primer folio del cuaderno primero, cuya pérdida no ha afectado la integridad del texto; es posible que se hubiera reservado para decoración o, simplemente, para proteger los folios escritos.
A lo largo del manuscrito alternan dos filigranas. En los primeros setenta folios está formada por un semicírculo, con otro semicírculo secante que lo corta por su interior formando una media luna que, a su vez, es coronada por una cruz simple de dos trazos perpendiculares (claramente visible, por ejemplo, en el fol. 226); en su interior lleva inscritas las letras PM. Luego, hasta el folio 84, alterna con otra filigrana que contiene las mismas letras, encima de las cuales se sitúan los dos extremos de la cola de una sirena que se prolongan curvadas hacia afuera, con doble curvatura semejante a la de un cuello de cisne; en su centro aparece el cuerpo de la sirena, con los pechos desnudos, cabellera larga sobre los hombros y brazos abiertos para coger con sus manos los extremos de la cola (especialmente visible en el fol. 76). Resulta muy parecida la filigrana de Briquet (1907) n.º 13.878, que, sin embargo, lleva letras distintas (MT). Luego vuelve la primera filigrana hasta el fol. 142, si bien la segunda reaparece en los fols. 143-152, 156-182 y 199-204 ocupando la primera el resto del manuscrito.
La colación revela en su mayor parte una estructura fascicular por cuaterniones, con un solo ternión, según la fórmula 44+13+ 274, plegados en cuarto. Todos contienen reclamo excepto el cuaderno decimoquinto (fol. 117); en general, fueron trazados en posición paralela al lomo, en el margen inferior interno, acompañados de adornos a pluma en forma de cuatro conjuntos de tres puntos, con líneas quebradas que divergen desde el centro de cada grupo de puntos y con una pequeña orla también a pluma para cada uno de ellos. En un caso carece de estos rasgos a pluma sobre y entre los puntos, situado en posición horizontal (fol. 173v.), en otros dos, sin ornato alguno y en posición horizontal (fols. 69v., 181v.) y, otra, dentro de un pequeño recuadro (fol. 61v.).
La letra es gótica de muy entrado el siglo XVI, muy redonda, de trazo grande, cuidado y extraordinariamente regular, con astiles muy marcados, altamente legible, separando cuidadosamente las letras y con pocas abreviaturas. Adornado con rúbricas a tinta roja, entre las que destaca la inicial del libro, de grandes dimensiones, que ocupa la parte baja de todo el fol. 1r. La obra empieza por una M de seis líneas de pauta, que combina azules y rojos, sobre un fondo que en su interior contiene filigranas a pluma de color rojo y en el exterior filigranas también a pluma de color azul. Unos lazos y trazos rectilíneos, con hojas, de tinta azul, parten del borde de la capital y ocupan todo el margen interior (fol. 1v.) de la página.3
El texto va dividido en secciones, cada de las cuales empieza por una capital de tres alturas de pauta (fols. 14r., 20r., 22r., 23r. y 26v.) que alterna el rojo y el azul, inscrita en el interior de un recuadro a pluma con filigranas del color complementario. Una capital de tres alturas de pauta abre los capítulos firmados con el patrón de la nave veneciana que los condujo a Tierra Santa (fol. 50r.); es más compleja, pues combina los colores azul y rojo en el dibujo de la letra con un fondo semejante a la inicial de la obra, con decoración vegetal a pluma a lo largo de todo el margen que parte del extremo de una filacteria, muy adornada, donde se encierra la leyenda «LOS CAPITVULOS», en capitales humanísticas, encabezada por tres calderones (primero uno rojo, después dos azules superpuestos, sobre fondo rojo a pluma) y terminada por un corazón en azul vivo, distinto del sepia que suele emplearse para las orlas.4 Al final (fol. 254v.) una filacteria del mismo tipo, con la misma tinta sepia que decora siempre los márgenes, encierra la lectura DEO GRATIAS, y debajo se dibuja a pluma, con la misma tinta, un romero, con su bordón y calabaza colgada de la parte superior, con una venera en la copa del sombrero, con capa, esclavina y botas, simple pero de gran belleza.
A lo largo de todo el texto, alternan calderones rojos y azules, con un fondo del color complementario formado por trazos verticales que dibujan un pequeño recuadro cuyos extremos derecho e izquierdo aparecen cerrados por columnas de semicírculos de dimensiones reducidas. El interior de estos adornos forma un cuadrado donde la forma redondeada del calderón deja dos espacios que se rellenan con pequeños bucles del mismo color del fondo. En las páginas formadas por párrafos breves, que son muchas,5 la acumulación de calderones produce un gran efecto decorativo, dando la impresión de un códice muy lujoso, más de lo que en realidad es.
El manuscrito está muy bien conservado, sin roturas ni notas de lectores ni de posesión; sin embargo, la suciedad de los folios revela que al menos en algún momento hubo de sufrir de un uso intenso.
Abre el manuscrito una rúbrica de color rojo con el texto «Este libro es del uiaje que yo don fadrique enriquez de ribera marques de tarifa hize a jerusalen de todo y quantas cosas en el me pasaron desde que sali de mi casa de bornos miercoles veyntiquatro de nouiembre de quinientos y diez y ocho, hasta veynte de otubre de quinientos y veynte que entre en seuilla»
(fol. 1r.); la obra empieza «M(6)yercoles veynte e quatro dias del mes de nouiembre año de mill e quinientos e diez e ocho años, después de comer que en llegando al monesterio de bornos dio las doze»
(fol. 1v.). El explicit reza así: «y de alli me vine por junto a valladolid y despues a guadalupe camino derecho y de ay a seuilla»
(fol. 253r.). Sigue una enumeración de distancias entre puntos de la peregrinación, incipit: «Son tres millas vna legua, // de venecia a parenço ay ciento y diez millas»
(fol. 253v.), explicit: «De la velona a micina que es en cicilia quatrozientas y treynta // DEO GRATIAS»
(fol. 254v.).
Por lo cuidado de su técnica y su regularidad, este manuscrito debe proceder de un taller especializado; por otra parte, este tipo de letra y decoración son frecuentes durante todo el siglo XVI,6 y se encuentran a menudo en documentos de especial interés en el entorno de la administración real y nobiliaria, por ejemplo, en ejecutorias de hidalguía y en instituciones de mayorazgos; nos hallamos, pues, ante un manuscrito de gran calidad, muy cuidado, lujoso incluso a pesar de la ausencia de miniaturas, destinado a algún personaje poderoso y aficionado a los libros bellos. La dificultad en la identificación de la filigrana nos priva de una vía para su datación pero, a juzgar por la letra, puede ser de mediados del siglo XVI.
Los datos contenidos en sus primeras hojas resultan muy valiosos para reconstruir una parte de la historia del códice, por desgracia sólo la más reciente. Recordemos la existencia de un fragmento de papel con una signatura y una referencia a Plasencia; «entre las muchas procedencias que es posible reconocer hoy día en los fondos de libros y de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid, es acaso una de las más citadas y, en algún aspecto, una de las más importantes la constituida por los libros y manuscritos que pertenecieron en otro tiempo al convento de dominicos de San Vicente Ferrer de la ciudad de Plasencia»
(Fernández Pomar, 1965: 33). Esta colección procede de la que había reunido Francisco de Mendoza Bobadilla, cardenal de Burgos, adquirida en parte, tras su muerte, por García de Loaisa Girón, arzobispo electo de Toledo, de quien la heredó su sobrino Pedro de Carvajal, ilustre placentino y obispo de Coria desde 1604 hasta su muerte en 1621 (Fernández Pomar, 1965: 33 y 63); otro debió ser Pedro de Carvajal, Predicador general de los dominicos, que firmó la nota referente a la posible inclusión de este libro en el índice de 1640,7 cuando había ingresado ya en el convento.
La importancia del fondo griego de Plasencia llamó la atención de Juan de Iriarte,8 que negoció una permuta con la Real Biblioteca, efectuada en 1739 y limitada a estos libros. La segunda, la que ahora nos interesa, fue gestionada por el bibliotecario mayor Juan de Santander;9 primero, en 1753, a través de Andrés Burriel, fue acordado el préstamo de aquellos manuscritos para su uso en la composición de una Historia eclesiástica de España, luego, se decidió retenerlos y compensar al convento de San Vicente.10 Al parecer, fue durante su ingreso en la Real Biblioteca cuando se les etiquetó con la palabra Plasencia que hoy todavía conserva. Existe todavía una relación de estos fondos, realizada por José Santander en 1755, donde se nos describe con cierta precisión nuestro manuscrito:
Viage de Dn. Fadrique Enríquez de Rivera, marqués de Tarifa, a Jerusalén: de todo lo que pasó desde que salió de su casa de Bornos, miércoles 24 de novre. de 518 hasta 20 de Octre. de 520, que entró en Sevilla. Escrito con bastante primor; es el mismo que anda impreso; 1 vol. 4.º11 |
El manuscrito debió permanecer en la biblioteca de los dominicos de Plasencia desde 1621 hasta 1753; no sabemos quién fue su destinatario original, ni cómo fue a parar a la biblioteca de Carvajal, ni si lo hizo a través de fondos que éste recibió de García de Loaisa Girón o si siguió otras vías.
No es éste el único testimonio conservado de la difusión manuscrita del viaje del Marqués; debo a doña Isabel Hernández, de la Universidad de Salamanca, la noticia y diversos extractos del manuscrito 10883 de la Biblioteca Nacional, una recopilación de informaciones sobre Tierra Santa efectuada en el Monasterio de Guadalupe. Según la introducción, contenida en los fols. 1v.-2v., comienza con el texto de una relación de fray Antonio de Lisboa, que efectuó el viaje en 1507; a partir del capítulo catorce, contiene la relación de Diego de Mérida, firmada en Candía en 1512. Por fin, completó su libro con extractos de un relato de fray Antonio Cruzado, cuyo viaje data de 1483 y del deán de Maguncia, o sea, Bernhard von Breydenbach, que data en 1483. Por fin, añade:
Como dije antes, el libro, tal y como nos ha llegado, fue compuesto después del viaje, como demuestran las continuas referencias a cosas que se referirán más adelante, y se trabajaba en el fol. xciijr. del ms. 17.510 el 4 de enero de 1523, cuando llegó a Sevilla la noticia de la caída de Rodas en poder de los turcos; las anotaciones del monje jerónimo no pueden proceder de la redacción que conocemos, sino del diario del Marqués sobre el que éste fue compuesto, y serán útiles para comprender mejor los mecanismos de la compilación. Pero no es éste el objetivo que hoy nos ocupa. Por otra parte, el itinerario del Marqués indica que, efectivamente, pasó por Guadalupe en el viaje de vuelta.
Estas notas fueron añadidas antes de la redacción de la versión hoy conservada; si ésta se hace eco de la caída de Rodas, el monje jerónimo observa: «dize el Marques que estan agora concertados el Turco y el gran maestre de Rodas que no se haga mal el uno al otro»
(fol. 51r.). Por otra parte, a veces se queja el compilador de no haber tenido el tiempo necesario para aprovechar debidamente los materiales del Marqués: los capítulos que juran respetar los que son armados caballeros del Santo Sepulcro «por ser cosa larga, no tuve lugar de sacar»
y «tambien traia escripto el marques en su libro la manera y orden de como las naciones de christianos que ai en Jherusalen dizen los divinos officios y sus setas, mas no tube lugar de lo trasladar»
(fol. 89v.). El Marqués pudo descansar unos días en Guadalupe: según el itinerario, estaba en Burgos en 25 de septiembre y en Sevilla el 20 de octubre; no detalla en absoluto estas etapas, sólo dice que «de alli me vine por junto a valladolid y despues a guadalupe camino derecho y de ay a seuilla»
, explicit de su relato. A la velocidad habitual de aquellos tiempos, los seiscientos kilómetros que separan Valladolid y Sevilla pudieron ser cubiertos en unos veinte días, y ningún punto más apropiado que Guadalupe para un breve descanso, demasiado breve para que el buen jerónimo pudiera aprovechar a fondo el manuscrito del Marqués y las explicaciones de su séquito, entre las que precisa la ayuda de «el secretario del dicho Marques que se llama Figueroa»
(fol. 90r.).
Vayamos ahora a la colación con el resto de nuestras fuentes y al estudio de su filiación. Partimos de la existencia de tres testimonios:
- A, Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 17.510, antes estudiado.
- B, Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 9.355, que nos ha ocupado hoy.
- C, ESTE LIBRO ES DE / el viaje que hize a Ierusalen /de todas las cosas que en el / me pasaron, desde que sali de / mi casa de Bornos miercoles / 24 de Nouiembre de 518 hasta / 20 de Otubre de 520 que / entre en Seuilla / YO DON FADRIQVE / ENRRIQUEZ DE RIVERA / MARQUES DE TARIFA, Sevilla, Francisco Pérez, 1606, ejemplar de la Biblioteca Nacional, R-12740.
En la primera fase de esta investigación habíamos estudiado la relación de A y c, que desciende del primero, aunque con adiciones y enmiendas que deben proceder del autor. Pasemos ahora a estudiar la inserción de B en esta secuencia.
En primer lugar, resulta indudable la pertenencia de los tres testimonios a una misma tradición. En nuestro trabajo anterior, señalábamos la presencia de tres errores comunes a A y c; en los tres casos, el nuevo testimonio, B, coincide con los otros dos:12
El presente estudio ha exigido ampliar la muestra colacionada, por lo que podemos añadir ahora otros dos errores comunes a los tres testimonios:
El último caso es quizá el más interesante, en cuanto más difícil de identificar y de restituir. Resulta, pues, obvio que los tres testimonios forman parte de la misma tradición textual y que B, el manuscrito que ahora incorporamos, debe remontar al mismo arquetipo que los otros dos.
Señalábamos también en su momento los numerosos errores particulares de c, a juzgar por los cuales éste no podía remontar a una tradición anterior a A. En estos mismos casos, B lee siempre con A y ambos contra c:
A esta relación puedo añadir ahora algunas más:
A la luz de esta relación, de la que me parecen extremadamente significativos los errores 8 y 11, no sólo hemos de ratificarnos en la conclusión anterior de que el impreso desciende del manuscrito, sino que hemos de afirmar que el nuevo manuscrito, B, a la luz de estas lecturas, no depende de ningún antecedente de c, sino que está al mismo nivel estemático que A.
El primer problema que obliga a plantear la aparición del nuevo testimonio es la posibilidad de que el impreso dependa de él; las faltas particulares de B son tan numerosas, y a menudo tan graves, que impiden siquiera plantear la verosimilitud de esta hipótesis:
Una parte de esta relación de errores puede ser corregida mediante conjetura (error 15) o mediante el cotejo con otros pasajes del manuscrito donde se da el dato preciso (el error 17 es un caso ejemplar al respecto); no se puede decir lo mismo de los errores 12, 16, 18, y 22, donde la lectura correcta no podría ser reconstruida sin la consulta del original. A la luz de cuanto venimos diciendo, no se encuentra ningún indicio de que B pudiera depender de un arquetipo de c. De la misma manera, no es posible que A descienda de B, y no sólo por estas faltas particulares, sino por su misma constitución de borrador, en parte enmendado e interpolado por B y c, como ya sabemos y como veremos a continuación.
En su momento, señalábamos también que el impreso c mostraba correcciones y adiciones atribuibles al editor (al del impreso que conocemos o al de su arquetipo) y que prueban hasta la saciedad que A no puede derivar de alguna edición o copia primitiva del texto que conocemos a través de la imprenta. En general se trata de errores evidentes, corregibles por mera conjetura, o de incorrecciones sintácticas que no siempre se ha sabido resolver. El nuevo manuscrito, B, comparte muchas veces las lecturas erróneas de A. Señalaremos en primer lugar numerosos errores del manuscrito, la mayoría de detección fácil y a menudo de carácter estilístico, aunque a veces se haya producido la introducción de un error nuevo:
Como vemos, en todos estos casos B se inserta en la misma posición estemática que A, sin participar de ninguna de las enmiendas de c. Lo mismo sucede con la relación siguiente, procedente de la nueva colación de los testimonios.
Nótese, en todos estos casos, la fidelidad de B respecto a las incongruencias de A; si siempre sucediera así, deberíamos concluir la total independencia entre B y c. Existen sin embargo otros muchos casos, muy semejantes morfológicamente a estos, en que c implica la lectura de B:
Las variantes enumeradas son de calificación difícil; se trata de enmiendas no sabemos si ciertas o erróneas, que separan siempre Bc de A. En cualquier caso, esté el error en la primera versión o en la segunda, es imposible que tantas coincidencias sean fruto del azar o de la intuición de los copistas; Bc implican una revisión del arquetipo de la que los dos se beneficiaron. Es lo mismo que sucede con las variantes siguientes:
En general, podemos afirmar también que Bc revelan un proceso de revisión del arquetipo del que los dos se beneficiaron; nótese el caso 47, en el que queda de manifiesto el caráct er de original del borrador A, donde este tipo de adiciones son frecuentes y resultaron por lo general incorporadas a B y c.
El resultado de esta colación, por tanto, está lejos de haber resultado inútil. B es una copia muy cercana al borrador A, tanto que, como él, reproduce a menudo los espacios en blanco que éste había dejado a fin de completar datos entonces inasequibles. Estos espacios en blanco, por diversos procedimientos que hemos revisado, fueron totalmente suprimidos en c. Por otra parte, B y c revelan intervenciones comunes en el arquetipo, que unas veces implican correcciones o adiciones de datos, otras, interpolaciones de diversa extensión; B y c deben proceder, pues, de un subarquetipo dependiente de A, pero ya corregido. En nuestro estudio inicial sobre las relaciones entre A y c proponíamos que el primero, por su indudable calidad de autógrafo,13 su procedencia de la biblioteca del propio Marqués de Tarifa y su aspecto de borrador, debió dar lugar a una copia mejor presentada que sería la versión oficial del autor, y de la que procedería la impresión.
El cotejo con B permite confirmar en parte esta hipótesis. Que debió existir una copia oficial del Marqués parece indudable, por el relieve social del personaje (que no podía conformarse con un mero borrador como A) y por la común dependencia de B y c respecto a un arquetipo más evolucionado que A. Sin embargo, entre A y B por una parte, y entre B y c por otra, el texto va sufriendo añadidos que contienen a menudo datos topográficos sobre la ciudad de Jerusalén, presentados de la misma forma telegráfica y con el mismo descuido estilístico que definen la mano del Marqués y sus secretarios; estas características permiten suponer que el autor intervendría progresivamente sobre aquella copia con adiciones y enmiendas, del tipo de las que se observan en los márgenes o los interlineados de A, que reharían continuamente el detalle del manuscrito original. B habría incorporado las más antiguas de estas enmiendas y adiciones, el resto habrían llegado hasta c; éste (y quién sabe si también B) pudo beneficiarse también de revisiones posteriores a la muerte del Marqués, evidentes, por ejemplo, en lo que se refiere a la modernización de la lengua.
Por todo ello, concluimos que el stemma codicum más probable es como sigue:
Mientras no estemos en condiciones de demostrar que B procede directamente del Marqués, como sucede con A, toda edición deberá partir forzosamente de este testimonio, a pesar de que B sea, por sus cualidades paleográficas, infinitamente más legible. A es el único ejemplar salido de su casa, bajo su dirección, con unos hábitos escriturarios que, si no le pertenecen directamente, eran al menos los habituales en su entorno, a los que él estaba acostumbrado y quién sabe si él mismo había promovido o, al menos, condicionado. Y éste es un factor que no debe ser menospreciado, en particular en un momento de ebullición del castellano como fue el siglo XVI.
Sin embargo, una edición no puede dejar de expurgar A de sus errores evidentes, enmendados conjuntamente en B y c por iniciativa, seguramente, del subarquetipo A' y, por tanto, probablemente al menos, del propio Marqués o de sus letrados, a los que habría correspondido la confección del ejemplar. Otra suerte deben correr las enmiendas y adiciones comunes a B y c, procedentes seguramente de mano del Marqués; deberán ser incorporadas, relegando al aparato crítico los pasajes de A objeto de enmienda y precisando, mediante los signos diacríticos apropiados, el segmento de texto incorporado desde B. Estos pasajes son más bien escasos, con lo que evitamos el grave riesgo de crear un ejemplar artificial y compuesto, sin las suficientes garantías de su consistencia material y lingüística. Por su procedencia directa y próxima de un ejemplar del Marqués, y la conservación de un estado de lengua muy próximo al de A, es conveniente que sus variantes sean anotadas en el aparato.
Por último, será necesario incorporar las interpolaciones de c, asimismo atribuibles con notable probabilidad a la casa del Marqués, pero revestidas de una veste lingüística que es ajena a su persona y a su tiempo. En este caso, la solución más idónea es su adición a pie de página, en un aparato de variantes paralelo. La propia naturaleza de esta edición ahorrará la anotación cuidadosa de sus frecuentes variantes, siempre irrelevantes y debidas seguramente a los impresores.
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