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Libro III

Ríos, Ramírez, Solano, Rojas

     SOLANO.- Humo, gotera y mujer parlera, dicen que echan al hombre de su casa; pero deseo saber qué nos echa a nosotros tan presto de nuestra tierra; pues ayer acabamos la fiesta del Corpus de ella y hoy nos ponemos en camino para Valladolid.

     RÍOS.- Lo que me saca de Toledo con tanta brevedad son tres cosas: gusto, interés y fuerza; pato, ganso y ansarón, que tres cosas suenan y una son. Gusto de representar en la Corte, por la mucha merced que en ella se me hace: que quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija; e interés por el grande que se me sigue: porque más da el duro que el desnudo; y fuerza porque me han enviado a llamar que esté en la Corte para veinte de éste: y donde hay fuerza, piérdese derecho.

     RAMÍREZ.- Achaques al viernes por no le ayunar. Pues lo que decís de ganancia, de mayor es las octavas de Toledo que todo lo que se puede ganar en Valladolid en este tiempo.

     RÍOS.- Para la Corte no hay ninguno malo y más habiendo un autor solo.

     SOLANO.- Señor, quien gasta y miente, su bolsa lo siente. Ése es vuestro gusto, como habéis dicho, y supuesto eso, yo callo y lo demás remito al tiempo.

     RAMÍREZ.- Muy bien dice Solano; pero dejemos esto, y pues en el viaje pasado tratamos de algunas grandezas de Toledo, no se nos pase en blanco lo que no es de menos consideración que todas que es de este famoso río Tajo.

     ROJAS.- Lo que cerca de él os podré decir es que en cuanto al nombre que tiene de Tajo, le tomó de Tago, que fue rey de España; y Plinio dice de este río ser preferido a otros muchos, ansí por sus aguas como por las arenas de oro que en él encierra, y por estas como por otras muchas causas ha sido ordinariamente tan celebrado de los poetas y escritores antiguos.

     RÍOS.- Luego, ¿de veras decís que son sus arenas de oro?

     ROJAS.- Es sin duda.

     RÍOS.- Yo entendí que era por encarecimiento.

     ROJAS.- De él dice Juvenal, encareciendo su riqueza: «No tengas en tanto todo el oro que se halla en el río Tajo». Y fuera de esto le llama aurífero, porque cría en sus arenas, como he dicho, mucho oro.

     SOLANO.- No sólo me parece a mí que cría oro, pero que todo él es de cristal. Pues vemos pone los rostros más tersos que plata muy fina y acendrada, siendo estimada para esto en toda España su agua cristalina, la cual, si se vendiera, le pudieran con razón llamar río de plata, según el interés que diera y la plata que de él se sacara.

     RAMÍREZ.- ¿De dónde nace este río?

     ROJAS.- De unas montañas muy altas del reino de Aragón, cerca de una ciudad que llaman Albarracín. Aunque a unos he oído decir que nace en las sierras de Molina, y a otros en las sierras de Cuenca, muy cerca de la raya de Aragón; el cual entra en la mar media legua más abajo de la ciudad de Lisboa.

     RÍOS.- Orillas de este río, cerca de la huerta del rey, vi los días pasados una mujer de muy buen talle, buena cara y hermosísimos dientes.

     ROJAS.- Bastaba eso para que fuese hermosa.

     RÍOS.- La cual me dijo que era portuguesa; supe su casa y hame regalado mientras hemos estado en Toledo con muchas cajas de dulce que Ramírez, como enfermo, ha participado de algunas.

     RAMÍREZ.- Y aun después acá me duelen las muelas de manera que no puedo sosegar.

     RÍOS.- Yo os prometo que me duele a mí este diente que reviento de dolor de él.

     SOLANO.- Cualquiera cosa dulce es muy dañosa para la dentadura.

     ROJAS.- Cerca de eso hice yo una loa que tiene hartos remedios para ella.

     RÍOS.- Decilda; podría ser nos aprovechásemos de alguno.

     SOLANO.- ¿No la oiremos?

     ROJAS.- Dice así:

                                                No sé si mi buena suerte,
discretísimo senado,
o el fin de mis desventuras
que ha llegado en breves plazos,
me llevó a misa ha seis días
al monasterio sagrado,
de aquel santo a quien dio Cristo
por armas suyas dos brazos.
Descuidado y venturoso,
que es muy propio en descuidados
venirles de presto el bien,
sin saber por dónde, o cuándo,
yo, que iba a entrar en la iglesia
más que devoto, bizarro,
el pensamiento en Baviera
y mi rosario en la mano,
en ella vi una mujer,
vi un ángel en cuerpo humano,
que por ser ángel del cielo
estaba en lugar tan santo.
Llamóme, llegué y oíla,
Dios sabe si más temblando
que la sentencia de muerte
escucha algún condenado.
Pasé la palabra «alerta»
a mis bienes mal logrados,
y al escarmiento dichoso
puse de posta un soldado.
Toqué al arma al pensamiento
para que saliese armado,
a competir con el cielo
de aquel ángel soberano.
Mis deseos recogí,
mandéles hiciesen alto,
que vi el enemigo al ojo
tocando al arma de falso.
Mandé marchar mi firmeza
y fuela el amor guiando,
que aunque es ceguezuelo el niño,
sabe muy bien los pantanos.
Eché un bando a mis memorias
y, pena de muerte, mando
no pretendan imposibles,
que es fuego de desengaños.
Con aquesta prevención
legó el general Mandando,
y el capitán Obediencia,
que es un soldado gallardo,
el alférez Humildad
con el sargento Cuidado,
y el cabo de escuadras Gusto
que es de mil escuadras cabo.
Llegué al fin, y dijo: «Rey,
ansí viva muchos años,
que me diga cómo tiene
aquesos dientes tan blancos.
Diga con qué se los limpia,
y para que valgan algo,
¿han de ser chicos o grandes,
menudos, juntos o ralos?
Respóndame por su vida,
que estos míos me han loado,
y no acabo de entender
si son buenos o son malos.
-Ansí hiciera Dios los míos
porque pudiera igualarlos
con los de vuesa merced,
que son más que perlas blancos»,
la respondí medio muerto,
y ella, sacando una mano,
se echó el manto sobre el rostro,
y sobre el cielo un nublado.
Levantóse y dijo: «Basta;
pues dicen que es cortesano,
haga lo que le he pedido».
Repliqué: «Obedezco y callo».
Fuese y dejóme, y ayer
me avisó con un criado
que hoy en la farsa estaría
en un aposento bajo;
que en la loa le dijese
lo que me había preguntado,
so pena de su desgracia,
y al fin cumplí su mandato.
Recogíme, escrebí un poco,
y lo más que he alcanzado
cerca de aqueste propósito
diré aquí, si digo algo.
Dientes, colmillos y muelas,
blancura, cuenta y tamaño
que tendrán quiero decir,
con avisos necesarios.
Ha de haber treinta y dos piezas,
diez y seis en cada lado,
cuatro dientes, dos colmillos
y dos muelas que llamamos
colmillares, y ocho simples,
doce arriba y doce abajo,
y por todos treinta y dos,
ansí en bajo como en alto.
El ancho, largo y color
será de un mismo tamaño,
la dentadura por orden,
los dientes algo más largos
que las muelas y colmillos,
muy poca cosa apartados,
blancos, delgados, menudos,
firmes y bien encarnados;
los colmillos puntiagudos,
rollizos, recios y blancos,
y las encías delgadas,
que esté el diente muy pegado
a ellas, y éstas macizas,
enjutas, color rosado;
los dientes serán un poco
más salidos los más altos,
de manera que, cerrada
la boca, cubran los bajos,
y las muelas que parezcan
de una pieza entrambos lados.
Digo, pues, que para ser
buena dentadura, es llano
que tendrán los que aquí he dicho
y es aquesto lo ordinario.
Enseña naturaleza
que estas muelas que tratamos
son para sólo mascar
y ansí las dio asiento llano;
para morder, los colmillos,
recios y agudos un tanto,
y para bien parecer
y bien hablar, dientes blancos.
A aquestos suelen venir
por momentos muchos daños
nacidos de corrimientos,
fístolas, flemón salado,
apostemas, pudrimientos
de algunos dientes gastados,
dolor, movimiento, toba,
limosidad, olor malo,
neguijón, deminución,
y otros males que no trato,
que hay también cruentación,
esponjiosidad y tantos
que fuera nunca acabar
decir de ellos ni tratarlos,
que hay remedios para todos
mas por no enfadar los callo.
Aceites y aguas diversas
os diré algunas de paso,
como es agua llovediza,
rosada, llantén, del palo,
agua de murta, agua ardiente,
agua de lentisco amargo,
agua de piñas, zumaque,
aceite simple y rosado,
aceite de mirto, almástiga,
azúcar candi, alabastro,
cortezas de olmo y ciprés,
de pino y nogal granado;
canela, cuerno de ciervo,
coral blanco y colorado,
cáscaras de huevos, cal,
cardamomo, cera, clavos,
encienso, ladrillo, hollín,
huesos de mirabolanos,
las hojas de hiedra, ruda,
oro, plata, orines, bálsamo,
raíces de nogal, rosas,
romero, sangre de drago,
triaca, torvisco, vidrio,
rasuras, vinagre aguado,
piedra alumbre, porcelana,
salvia y ungüento egipciaco,
sal común, violetas, vino,
piñas, jarabe violado.
De esto se hacen cocimientos,
agua estíptica, y del palo
pebetes, destilaciones,
pólvoras, colirios, bálsamos,
polvos, conservas, opiatas
y otras mil cosas que callo,
por dejar lo que no importa
e ir a lo que hace al caso.
Para que la dentadura
esté limpia todo el año
y se conserve en un ser,
lo siguiente es necesario:
lo primero que han de hacer,
luego que hayan despertado,
es enjugar las encías
con un paño muy delgado;
luego inmediate tras esto,
después de ya levantados,
enjuagarse bien la boca
con agua fría en verano,
y para que temple el frío,
en invierno, de la mano,
porque el agua es santa cosa
y éste un remedio acertado
que refresca las encías,
templa el calor demasiado,
mundifica la inmundicia,
y sobre todo, es muy claro
que repercute la reuma;
y ansimismo el vino aguado,
después de comida o cena,
es bueno para enjuagarlos.
Los mondadientes que se usan
son tan diversos y tantos,
que unos los traen de biznaga,
tea, enebro y otros palos,
de nogal, salce, lentisco,
malvarisco, hinojo, y damos
en traer de plata y oro,
que esto es malo de ordinario;
y lo mejor que es de todo,
y que más fácil hallamos
y podríamos traer,
es una pluma de ganso:
pues no tiene calidad
contraria, es recio y delgado,
y limpia entre diente y diente
mejor, y es mucho más sano
que los demás que aquí he dicho
y de que muchos usamos,
corta la toba mejor
y éste ha de ser romo y blando.
Digo también que a los dientes
es dañosísimo y malo
lavarse con lejías fuertes
los cabellos, ni enrubiarlos,
ponerse afeite en los rostros,
comer dulce, leche, rábanos,
berzas, repollos, cebollas,
queso, cuajada, pescado,
y cualquier cosa flemosa,
esto cuando es de ordinario
y mucho, que, como dicen,
rejalgar poco no es malo.
Comer canteros de pan
muy duros es reprobado;
hacer fuerza con los dientes
es de hombres insensatos.
Roer huesos, comer nervios,
beber tras lo frío cálido
ni tras lo cálido frío
es dañoso, y acertado
comer un poco de pan
antes de esto; y aquí paro
con decir, señora mía,
que no sé más de este caso.
Esto he dicho de experiencia
y de haberlo ejercitado;
vuesa merced me perdone,
que yo holgara saber algo
cerca de aqueste propósito
que es el que se me ha mandado;
mas reciba mi deseo
de servirla, que es tan alto,
que donde yo acabo, empieza,
señores, a suplicaros
perdonéis mi atrevimiento,
que ya conozco que os canso
con necedades prolijas,
con fabulosos engaños,
con disparates forzosos
y con versos mal limados.
Mas todo tiene disculpa
con ser yo vuestro criado
y tan honrado mi celo
de serviros y agradaros.

     RÍOS.- La loa es buena, y para conservar uno la dentadura, no ha menester sino aprenderla y guardar todo lo que dice con puntualidad.

     ROJAS.- Los dientes ni quieren mucho descuido ni demasiado cuidado: que tan malo es lo uno como lo otro.

     SOLANO.- En llegando a Valladolid me habéis de dar un traslado de esta loa, porque, dejado aparte que es de mucho gusto, me quiero aprovechar de algún remedio para limpiarme los dientes, aunque los tengo tan malos que me parece imposible que yo venga a tener en mi vida buena dentadura.

     ROJAS.- De ella se dicen tantas cosas, y tan extrañas, que no fácilmente se puede dar crédito a ellas, aunque de las que vemos cada día, les podremos dar alguno. Yo he oído decir que a una mujer le faltó su regla y se le cayó toda la dentadura, y a los ochenta años le volvió su costumbre y a nacer los dientes. Y ansimismo de otra que en cada año los mudaba, y que otras los han mudado dos veces en la vida.

     RÍOS.- Una persona de mucha autoridad y crédito me dijo que a una abuela y tía suya le habían salido a cada una de estas señoras dos dientes delanteros, de edad de ochenta años, y otros que de treinta años arriba se han sacado dientes y muelas y les han vuelto a nacer.

     RAMÍREZ.- Una cosa harto extraña me dijeron a mí de un hombre que nunca le nacieron dientes ni aun encías donde pudiesen nacer, sino que los labios venían y comenzaban donde habían de nacer los dientes.

     ROJAS.- Pues una persona (de no menos crédito y autoridad que las pasadas) me dijo le había dicho un juez que en un lugar de las Alpujarras, estando él allí en una comisión, vio un hombre y conoció, con cabellos blancos y sin dientes, y que volvió al mismo lugar de ahí a doce años, donde halló aquel hombre con cabellos negros y dientes.

     RAMÍREZ.- Parece que quiso Naturaleza verificar aquel dicho, que los muy viejos son dos veces niño que dice Aristóteles, que a los ochenta años tornan a renacer los dientes.

     SOLANO.- De un caballero me dijeron a mí en Sevilla personas que le vieron en Indias, que los dientes de arriba eran todos una pieza y los de abajo otra, sin hacer división ni señal de dientes.

     RAMÍREZ.- Yo conocí una doncella en Toledo que se metió monja de edad de veinte y cinco años, y de achaque de tener un aposento recién labrado y húmedo, dicen que se le cayó toda la dentadura y después le tornó a nacer.

     RÍOS.- Pues yo vi por mis ojos un colmillo a una mujer, y me dijo la misma que le había mudado cinco veces.

     SOLANO.- En el año de mil y quinientos y sesenta y seis, oí decir a mi padre que trajeron a Madrid una muela que se halló en Argel en una sepultura de un gigante, que pesó más de dos libras y tenía cuatro dedos de ancho; y otros dicen que era pedazo de quijada, y por gran maravilla la llevaron a palacio.

     RAMÍREZ.- Yo conocí un religioso que le nacieron las muelas cordales de edad de más de cincuenta años.

     RÍOS.- Sucesos son que parecen increíbles.

     ROJAS.- Pues escuchad, que no me había acordado: un grande amigo mío (y persona a quien se puede dar mucho crédito) me contó en Salamanca los días pasados un cuento que le sucedió a un villano en un lugar del reino de Valencia, en que se le cayeron, por cierta desgracia, todos los dientes y muelas de la boca, y comía después tan bien con las encías, que decía que no le pesaba sino del tiempo que los había tenido. Y fue el cuento de tanto gusto que compuse de él una loa, que gustaréis de oírla, y dice de esta manera:

                                                En la ciudad más insigne
que hay en Francia, Egipto, España,
ni el sol y las cinco zonas
alumbran con su luz clara;
no la que Baco fundó,
Tebas, ni la gran Dardamia,
Partenope la famosa,
que es la belleza de Italia;
ni del nevado alemán
a la adusta Tingintania,
hay ciudad que sea mejor
que la insigne Salamanca.
Si miráis sus edificios,
asientos, calles y casas,
colegios, templos y escuelas,
muda quedará la fama.
Si advertís en los regalos
de su generosa plaza,
en grandeza y bastimentos,
¿cuál en el mundo la iguala?
Si queréis ver su nobleza,
veréis en ella cifrada
toda la que tiene el suelo
de Europa, Flandes y Francia.
Pues si miráis sus ingenios,
tanta ciencia y letras tantas,
decid todos: «non plus ultra,
aquí es donde el mundo acaba».
Donde acaba y donde empieza,
pues vemos que es cosa clara
que los que el mundo gobiernan
son ramos de aquesta planta.
Los pilotos que en la nave
de Dios gobiernan las almas,
salen de esta gran ciudad:
para saber quién es, basta.
Cardenales, arzobispos,
reyes, príncipes, monarcas,
que tienen al mundo en peso,
ella les dio las tiaras,
las mitras y las coronas;
de ella han salido las plazas
de presidentes, oidores,
dignos de eterna alabanza.
Pues si dejamos las letras
y venimos a las armas
(aunque ha publicado guerra
contra la pluma la lanza),
ya conocemos, y es cierto,
que entre las naciones varias
que tiene el mundo españoles,
entre todas se aventajan;
pues si españoles buscáis
buscaldos en Salamanca,
que allí hallaréis de andaluces
la flor de Córdoba y Málaga;
si de Castilla, también;
si de Aragón, de Navarra,
de Valencia, Cataluña,
de Portugal, de Vizcaya,
de Galicia, de León,
de las Asturias, Montañas,
todo lo mejor de todo,
aquesta ciudad abraza,
porque los siete milagros
del mundo en ella se hallan,
y la que aquel poblador
fundó primero en España.
Digo, pues, que un estudiante
de aquesta ciudad sagrada,
a quien el gran Aristóteles
en ninguna ciencia iguala,
me contó un cuento donoso
que os ha de parecer fábula,
no sucedido en la China,
en la isla Taprobana,
en los montes Pirineos,
de Chipre o de Sierra Caspia,
sí en el reino de Valencia,
que me dijo ser su patria.
Fue el caso que hay de costumbre
celebrar con muchas danzas
mil diversas invenciones,
autos divinos y farsas,
aquel día tan solene
en que Jesucristo baja
desde el cielo hasta la tierra
a darse al hombre en substancia.
Entre todas estas cosas,
me dijo: «Sacan un águila,
donde va metido un hombre
con unas muy grandes alas;
la cual va haciendo camino
cuando la procesión pasa,
y juntamente con esto,
entre otras figuras, sacan
a dos ángeles vestidos,
muchachos de buenas caras,
con cabelleras muy rubias
y con sus alas doradas.
Viendo, pues, un labrador
la fiesta, por su desgracia,
al águila y a los ángeles
y las alas que llevaban,
fabrica en su pensamiento
la más peregrina traza,
la invención más inaudita
que el gran Sertorio inventara,
ni en género de tormentos
Perilo, ni el rey de Tracia,
Progne, Scinis o Medea,
que con ésta todas callan.
Pues pareciéndole a él
que con las alas volara,
procura hacer experiencia
de su imaginación vana.
Y habiendo de ir otro día
al campo que acostumbraba,
a un hijo suyo le dijo
que llevase allá las alas.
Llevólas, y a mediodía,
cuando del trabajo alzan
un rato para comer,
le dijo aquestas palabras:
«Has de saber, hijo mío,
que he pensado una gran traza
para no venir a pie
a la heredad, desde casa.
Y es que, si con gran fuerza
aquestas alas me ataras
a los brazos, pienso yo
que cual las aves volara».
Al hijo le pareció
aquella invención no mala,
y determínase al fin
de hacer lo que el padre manda.
Átaselas fuertemente,
y en una peña muy alta
el pobre viejo se sube
a ejecutar su ignorancia.
Empezó a mover los brazos,
y con las alas trabaja
para levantar el vuelo,
y viendo que no bastaba,
dijo al hijo que entretanto
que sus fuerzas le ayudaban
y estuviese algo más diestro
en el volar, que llegara
y le diera un rempujón;
obedece el hijo y calla,
con el deseo de ver
el fin de invención tan alta.
Llega y dale, y por volar
hacia el cielo, da en el agua,
que era un pequeñuelo arroyo
que al pie de aquel monte estaba.
Quebróse el mísero viejo
los brazos y las quijadas,
una pierna y la cabeza,
y viendo lástima tanta,
el hijo fue a buscar gente:
vienen, llévanle a su casa,
pónenle en cura, y al fin
de más de cinco semanas
que estaba el triste mejor,
dijo a los que le curaban
que le pareció sin duda,
cuando cayó, que volaba,
y que volara sin duda,
si no llevara una falta;
y preguntado qué era
aquello que le faltaba,
le respondió que la cola,
que, a no faltarle, volara;
pero que él se acordaría
para otra vez de llevarla.
Bien podré decir agora
que entre muchos que aquí hablan
hay algunos a quien sobra
lo que al labrador faltaba.
¡Cuántos hay aquí con colas!
A fe que si rebuznaran,
que dijeran que eran bestias
más de cuarenta que callan:
los que dicen mal del verso,
de la comedia y la traza,
si fue propia o si fue impropia,
larga o corta la jornada.
Traer las comedias buenas,
para el autor es ganancia,
que pues le cuestan su hacienda,
no procura que sean malas.
Sucede que compra una,
que leída y ensayada
nos parece milagrosa,
y es mala representada.
¿Quién tiene la culpa de esto?
¿El poeta? no. ¿La farsa?
menos. ¿Los representantes?
tampoco. ¿Será el errarla?
No, por cierto: no es la culpa
sino vuestra, cosa es llana;
a los de las colas digo,
los que emiendan, los que tachan,
los que pretenden volar
sin alas donde no alcanzan,
los que quitan, los que ponen
y no les contenta nada;
que como la presunción
les sobra, que es cola larga,
piensan con ella suplir
lo que no alcanzan sus alas.
De aquestos, pues, es la culpa,
pero nuestra la desgracia
en haber de alas tan pocos
para suplir faltas tantas.
Pero a los pocos que hubiere,
que Pocos pienso que bastan,
suplico que si nosotros
hoy voláremos sin alas,
y desde el monte del yerro
se despeñare la farsa,
con las alas de su ingenio
suplan todas nuestras faltas.

     SOLANO.- Vos tuvistes razón de alabarla, porque verdaderamente es de mucha risa.

     RAMÍREZ.- ¿No es buena la invención de querer volar?

     ROJAS.- Sin duda éste quería ser correo, y como era viejo y le faltaban fuerzas, quiso caminar con alas, y lo que no hizo Pirro (que fue el primero que inventó correos) quiso hacer éste, siendo segundo, que se hiciesen los hombres pájaros.

     RÍOS.- Trujo un correo los días pasados una carta al mozo que me guarda el hato, y decía el sobrescrito: «A Juan Díaz, guarda mayor de la ropa de Ríos y maestro de hacer nubes en los tablados; porte, un cuartillo», y dijo uno: «échele media azumbre».

     SOLANO.- Cuando fuera arroba, yo aseguro que no la huyéramos la cara.

     RAMÍREZ.- ¿No es Madrid aquel que se divisa?

     RÍOS.- ¿Quién puede ser sino el mejor lugar que tiene España?; y cuando dijera el mundo, no hiciera a ninguno agravio.

     SOLANO.- Cierto que me pesa de haber por aquí venido.

     ROJAS.- ¿Por qué?

     SOLANO.- No quisiera verle tan solo.

     ROJAS.- No por eso deja de ser el que siempre ha sido, y quien tiene tantos méritos y ha hecho tan buenos servicios no es posible esté tan olvidado que algún día no le den el gobierno de alguna real Corte a cargo, que es el oficio de que tantos años ha servido. Que para otra cosa sin duda que no es bueno, y ésta asienta en él como sobre azul el oro.

     RAMÍREZ.- Participa Madrid, entre otras muchas cosas, de un cielo muy claro, que así por esto, como por ser los aires que por ella corren muy delgados, es el lugar más sano que conocemos.

     SOLANO.- ¿Sabéis cómo se llamó aquesta villa ti mente?

     ROJAS.- Según dice una corónica, fue su nombre antiguo Mantua Carpetanorum, la cual dicen fundó un hijo de Tiberino (esto toca a la ciudad de Mantua de Italia), rey de los latinos, y la llamó de este nombre de Mantua, por memoria de su madre, que se llamó Manto, y el sobrenombre Carpetana se le dio por estar en los pueblos Carpetanos. Y después dicen algunos que se llamó Ursaria.

     RÍOS.- Querer tratar de su grandeza, templos, suntuosidad y edificios, es cansarnos; sólo digo que no hay rincón en Madrid donde no se puede volver los ojos con extraño gusto, por haber en él tanto que mirar. Fuera de esto, es el lugar más venturoso y de mejor estrella de cuantos cubre el cielo.

     SOLANO.- ¿De qué manera?

     RÍOS.- Porque no hallaréis en el mundo nación, por remota que sea (aunque nunca la haya visto si no es de oídas), que no le quiera bien, desee bien, diga de él bien y le pese entrañablemente de su mal.

     RAMÍREZ.- Verdaderamente que tenéis razón: que hasta hoy no he visto hombre ni mujer, natural ni extraño, que no le alabe.

     RÍOS.- Todo lo merece, y pues nos es tan claro su merecimiento y le viene tan de atrás, quédese su alabanza en silencio mientras estuviere puesto en olvido.

     ROJAS.- Cerca del silencio os quiero decir una loa, que sin duda entiendo que es la mejor que hasta agora he dicho ni hecho.

     SOLANO.- Siendo loa, será para nosotros de mucho gusto.

[ROJAS]     No salgo a pedir que callen,
                                            no a pedir silencio vengo,
que ya no se halla en España,
ni en los más remotos reinos.
Ya en los alcázares sacros,
ya en los cristalinos cielos,
ya en los siete errantes signos,
ya en todos cuatro elementos,
ya en cuanto Telus ocupa
con su manto escuro y negro,
ya en los astros luminosos,
ya en los palacios de Febo,
ya en los campos, ya en los prados,
a en los lugares plebeyos,
ya en los más peinados riscos,
ya en los más desiertos yermos,
ya en las plazas, ya en las calles,
ya en las ventas, ya en los pueblos,
ya en las fuentes, ya en los ríos,
ya en los jardines, ya en huertos,
ya ni en los cerúleos mares,
ya ni en casas, ya ni en templos,
ni en cuanto hay del Gange a Atlante,
ya no se hallará silencio.
¡Ah, omnipotente fortuna,
y cómo es fácil tu crédito!
¡Ay, cielo voluble y móvil!
¡Ay, triste siglo del yerro!
¡Ay, hambre sedienta de oro!
¡A cuántos hidalgos de pechos
tu cruel maldad incita
a hacer negocios bien feos!
¡Ay, vengativas discordias!
¡Ay, pálido y torpe miedo!
¡Ay, trabajos! ¡Ay, desdichas!
¡Ay, amor! ¡Ay, duros celos!
¡Ay, gran máquina del mundo!
Mas ¡ay, licencioso tiempo,
con qué ligereza pasas
y cuán veloz es tu vuelo!
¡Cómo encumbras al humilde
y humillas al altanero,
descasas a los casados
y cautivas los solteros,
quitas mujer, das amiga!
Mas ¿cómo es posible, tiempo,
que olvides discretos pobres
y quieras a ricos necios?
¡Ay, silencio de mi alma,
quédese aquesto en silencio,
que yo callaré verdades
bien a costa de mi pecho!
Murió el silencio, ya en fin;
ya en fin, el silencio es muerto:
envidiosos le mataron;
¿que a quién no matarán ellos?
Crédito, fortuna, amor,
trabajos, desdichas, celos,
oro, bien, necesidad,
discordia, maldades, miedo,
mundo, temor, cielo y tierra,
mujeres, máquinas, tiempo,
envidia, discretos, pobres,
casados, ricos y necios:
todos éstos le mataron,
y aquesto sé por muy cierto,
y si queréis saber cómo
estadme un poquito atentos.
Cuando en descanso apacible,
en grave y profundo sueño,
en el silencio y aplauso
de la muda noche en medio,
los humanos dan reposo
a los miserables cuerpos,
cual si el licor de la Estigia
o el agua del río Leteo,
les hubiera ruciado
ojos, sienes y cerebros;
cuando al fin descansan todos
y yo solo, triste, peno,
por medio de una ancha calle
vi venir un bulto negro,
y entre un susurrar confuso
algunos suspiros tiernos.
Detuve el paso, paréme,
harto temeroso el pecho,
inquieto el corazón,
erizados los cabellos.
Ya que estuvieron más cerca,
vi cuatro enlutados cuerpos
con grillos y con cadenas,
todos cargados de hierro.
Llevaban cuatro mordazas
y al mísero son funesto,
mil tristezas, mil gemidos,
ansias, congoja y lamentos.
Sustentaban en los hombros
una ancha tabla o madero
traída del sacro Gárgano,
sin duda para este efecto.
Iba de diez mil heridas
un hombre pasado el pecho,
y en cada herida una lengua
y a un lado aqueste letrero:
Éstas me dieron la vida
y aquestas lenguas me han muerto.
Era la noche tan clara,
cual si la aurora en el cielo
con su lámpara febea
luz diera a nuestro hemisferio,
de suerte que pude ver
todo lo que iré diciendo.
Iba al otro lado escrito
aqueste epitafio en verso:
Bueno me ha dejado el tiempo,
y para mejor decir,
con tiempo para morir
y para vivir sin tiempo.
Llevaba un purpúreo lustre
y un hermoso rostro bello,
que le juzgara por vivo
a no saber que iba muerto.
No pude saber quién era,
y deseando saberlo
lleguéme más, y en la boca
llevaba escritos dos versos:
Aquí yace mi ventura
y aquí dio fin el silencio.
De una novedad tan grande
quedé admirado y suspenso,
y por saber lo que fuese
quise ver el fin postrero.
Fueron saliendo hacia el campo,
y al fin me salí tras ellos,
y entre unos sombrosos árboles,
de hojosas ramas cubiertos,
cuyas levantadas cimas
competían con los cielos,
a donde nace una fuente
y despeña un arroyuelo,
que con raudo remolino
hace un sonoroso estruendo,
sobre una nativa piedra
pusieron el triste cuerpo,
y encima de él muchos ramos,
colocasia y nardo bello,
sagrado mirto y laurel,
y acanto florido en medio,
y con yesca y pedernal
otros encendiendo fuegos,
donde aplicaban olores
quemando incienso sabeo,
al fin le dieron sepulcro;
y después de todo aquesto,
ocho funerales hachas
sobre el sepulcro pusieron.
No pude esperar a más,
porque ya iba amaneciendo,
y el ánimo no era tanto
que no le venciera el miedo.
Yéndome, pues, a mi casa,
vi llevar algunos presos,
por indicios de esta muerte
condenados a tormento.
Vi que la justicia andaba
grande información haciendo,
por saber quién le mató
y nunca se ha descubierto.
Esto está en aqueste estado;
todos me tengan silencio,
porque al primero que hablare
he de decir que le ha muerto.

     RAMÍREZ.- ¡Qué breve aplicación y qué buena!

     SOLANO.- Toda se acabó con una copia.

     RÍOS.- Cierto que me ha contentado con grande extremo el discurso de ella.

     RAMÍREZ.- Ahora venid acá, Solano; decidme qué es cosa y cosa que no es juez y juzga, no es letrado y arma pleitos, no es verdugo y afrenta, no es sastre y corta de vestir, y es todo esto y no es nada de esto, y si no hace nada goza del cielo y si todo lo hace le lleva el diablo.

     SOLANO.- ¿Qué es, en efecto?

     RAMÍREZ.- La mala lengua. Porque sin ser juez juzga las vidas ajenas; sin ser letrado arma pleitos con todos sus vecinos; sin ser inquisidor quema aquél y al otro, y sin ser verdugo afrenta a todos, llamando bellacos a unos y cornudos a otros; y sin ser sastre corta de vestir a todo un lugar; y ya se ve que es todo esto y que no es nada de esto, y que si no lo hace gana el cielo, y si todo lo hace se le lleva el diablo.

     RÍOS.- No es malo este enigma para una loa.

RAM. No sabéis lo que me espanta que haya remedios y defensivos para el rejalgar, de triaca y unicornio, y que el veneno del maldiciente sea sin re. medio y mate sin que se le halle defensivo.

     ROJAS.- Dice Salomón que el callado tiene la lengua en el corazón y el maldiciente el corazón en la lengua.

     SOLANO.- El que a semejantes descubriese su secreto, pa. réceme que en esa hora se vendía por su esclavo.

     RAMÍREZ.- El hombre callado (que es lo mismo que decir discreto) por muchos casos de fortuna siempre está en pie; pero el hablador (que es decir necio), en el menor que tropiece da de ojos.

     ROJAS.- Jenofonte el Filósofo decía que tenía lástima al hablador encumbrado y envidia al callado abatido.

     RÍOS.- Nigidio, Sanocracio, Ovidio y otros escribieron muchos libros del remedio de saber querer pero no de saber callar.

     ROJAS.- Estotro día (por lo que decís de querer) estaban en Toledo no sé cuántos galanes tratando en la comedia quién sería el amor, y uno decía que debía de ser como avestruz, otro como galápago: cada uno, al fin, lo que con su juicio alcanzaba y lo que cerca de esto sabía, Y yo, con aquel pensamiento, estuve algún rato variando, y en efecto, hice aquesta loa acerca de este propósito, que entiendo que es de mucho gusto.

                                                Debajo de una ventana
que mira al sagrado Betis,
cuyas cristalinas aguas
besan sus murallas fuertes,
estaban ciertos amigos
de éstos de manteo y bonete,
tratando ayer del amor,
anochece no anochece.
Llegué y, aunque iba de prisa,
por escucharles paréme,
y oí que el uno decía:
«Éste es pájaro celeste,
pues que vuela más que el viento
y anda vendado siempre,
con arco y flechas al hombro,
hiriendo y matando gentes.
Mas las heridas que da
no son heridas de muerte,
sino heridas con que sangra
las bolsas de los que hiere.
Es amigo que le den,
quiere más mientras más tiene,
y todo aquesto que he dicho
de aqueste verso se infiere:
Crescit amor nummi quantum ipsa pecunia crescit.
Dijo otro: «Dalde a las furias,
que hartas haciendas tiene
usurpadas el avaro
usurero maldiciente,
cuya avaricia profunda
a la de Midas excede,
como se podrá entender
de este verso claramente:
Avaritia caput malarum est omnium.
Dijo otro medio poeta:
«Amor es un accidente,
es un caos, es confusión,
es un no ver, no entenderse,
es en el siglo un infierno,
es rabia, es la misma muerte,
y es la mayor maravilla
de las maravillas siete.
Es en estas mis señoras
cual suele ser un cohete
de una centella encendido
que allá en el cielo se mete,
y en faltando la materia,
que es este dar que apetecen,
cae de la esfera del fuego
en el agua, donde muere,
De la hermosura no nace
este trasgo en quinta especie,
que a ser así no dijera
Virgilio el verso siguiente:
Hic crudelis amor tauri supostaque surto.
Pero nació este nigromante
de lo que el Petrarca quiere,
cuando en su Triunfo de amor
aquestos versos se leen:
Ei nacque d'ozio, e di lascivia umana
nudrito di pensier dolci e soavi,
fatto signor e dio da gente vana.
Dieron todos en reír,
y yo clavado quedéme,
pensando quién pueda ser
aqueste trasgo o juguete,
y con este pensamiento
fuime a mi casa y dejéles
confuso con mi cuidado
y con el buen rato alegre.
Estuve considerando
quién este buen hombre fuese,
qué talle podía tener,
si andaría vendado siempre,
si tendría los ojos grandes,
como otros muchachos suelen,
si hablaría como yo
y todas vuesas mercedes.
Un niño que a todos manda,
rapaz que a nadie obedece,
un ciego que nos gobierna
y un dios que todo lo puede.
Y al cabo de más de una hora
que procuré conocerle,
me pareció que sería
un muchacho regordete,
como aquel moscatelillo
que está jugando allí enfrente;
y estando considerando
las propiedades de aqueste,
acordéme de su padre,
que es dios que todo lo puede,
quiero decir el dios Marte
a quien el mundo obedece,
a quien el cielo respeta
y todos los hombres temen.
Figuré en mi pensamiento
un hombre de extraña suerte:
alto, sufridor, nervioso,
robusto, fiero, valiente,
intrépido, denodado,
animoso, bravo, fuerte,
esforzado, guerreador,
gran comedor de molletes,
de unas narices muy grandes,
como otras (que ya me entienden)
que son trompa de elefante
de un amigo penitente,
un hombre de grande espalda,
de facciones diferentes,
cejijunto, patituerto,
los ojos chicos y alegres,
como aquel que está sentado
vuelta la cara a la gente.
Discurriendo por mis lances,
de lance en lance acordéme
de aquel dios de Monicongo
que andaba tiznado siempre.
Dícenme que fue Vulcano,
de este dios Marte pariente,
no sé sí en el sexto grado,
que este texto no parece.
Pensando en aqueste dios
casi elevado quedéme,
de verle junto a la fragua
ser dios y andando los fuelles.
Considerando entre mí
el talle que tendría de éste,
pinté en mi memoria un hombre
de baja y humilde suerte.
Digo que sería callado,
sufrido, honrado, paciente,
amigo de hacer su oficio
y en lo demás no meterse;
toda la cara tiznada,
narices, orejas, frente,
los brazos arremangados,
dando martilladas siempre,
con un devantal de cuero
y en la cabeza un birrete;
de buen cuerpo, corcovado,
chica boca, grandes dientes,
brazos, piernas, pecho, espaldas,
tan blancos como la nieve,
pero el vello sería tanto
que pusiese espanto verle.
¡Válgate Dios por herrero,
y qué mala cara tienes!
Paréceme que sería
como aquel negro de enfrente.
Pero que casase Venus
con un hombre como aqueste,
una dama tan hermosa,
de tan honrados parientes,
que sería sin duda alguna
una mujer con copete,
con un verdugado grande,
con muchas dueñas y gente,
muy hermosísima y grave,
de un rostro resplandeciente,
sabia, honesta, recatada
y que no se pondría afeite;
con un manto de soplillo,
vestida de blanco y verde,
los ojos zarcos azules,
de aljófar sus blancos dientes.
¡Hideputa bellacona!
¡Cómo tendría buen jarrete,
y sabría amartelar
a los hombres con desdenes!
¡Qué amiga sería de arroz
y de patatas calientes,
como aquella mi señora
que está sentada allí enfrente!
Pero sólo faltó a Venus
que una criada tuviese,
como otra Circe o Medea
que embelecase la gente;
que no importa la hermosura
en las hembras todas veces
que hay feas con mucha dicha
y hermosas con poca suerte.
Pero ya que toqué en Circe,
será acertado que piense
quién sería esta mujer
que tanto embeleco hiciese,
tantos enredos, marañas,
encantamentos, vaivenes,
embustes, hechicerías,
tanto engaño a las gentes.
Digo yo: ¿qué sería ésta?
Moza no es posible fuese,
sino alguna mala vieja
de más de setenta y nueve:
la barbilla arremangada,
arrugada cara y frente,
la boquita con alforjas,
las narices con juanetes,
la frente con pabellón,
los ojos con caballetes,
el rostro con espolones
y las manos con caireles.
¡Válgate el diablo por vieja!
¿Que me haces señal? ¿Qué quieres?
Que no diré que eres tú,
que ya conozco quién eres.
¿Tengo de decir quién es?
No, que basta que me entiende,
y está sentada frontero
entre aquellas dos mujeres.
Señoras, nadie se corra,
y si quién es saber quieren,
es la que fuere más vieja
de todas vuesas mercedes.
Y si alguna confesare,
quiero que me den la muerte,
que no hay vieja que sea vieja
ni moza que serlo piense.
Mas ruego a Dios que si hablaren,
que Dios las dé como puede
mal de madre, romadizo,
calentura, tabardete,
tiña, bubas, pestilencia,
ausencia, celos, desdenes
a ellas, si no callaren,
y a todas vuesas mercedes.

     SOLANO.- La loa es buena, y mejor para representada en el tablado que para dicha por el camino. Porque será de mucho gusto el señalar al niño, al negro y a la vieja.

     RÍOS.- Sin duda será de mucha risa; pero volviendo a lo que tratamos del amor, muchos ejemplos tenemos entre manos de hombres poderosos que han hecho casos muy feos; por donde se puede colegir la gran fuerza que tiene, pues vemos que a Hércules hallaron en regazo de su amiga sacándole aradores, con un zapa     to de ella en su cabeza y ella puesta la corona de él de la suya. Atanarico, rey de los godos y señor de la Europa, mirad lo que hizo por Pincia su amiga. El rey Demetrio estuvo tan enamorado de una cautiva suya que, estando ella enojada, la pidió de rodillas que se fuese a acostar, y no queriendo, la llevó a cuestas hasta la cama. Dionisio, siracusano, siendo tan fiero, estuvo de su amiga Mirta tan vencido, que firmaba ella y despachaba todos los negocios que el rey tenía. Mironides, griego, quiso tanto a Numidia, que la dio de una vez cuanto ganó en la guerra de Boecia.

     RAMÍREZ.- Calígula dio para reparar los muros de Roma seis mil sestercios, y cien mil para forrar la ropa de una amiga suya.

     ROJAS.- Temístocles, capitán, quiso tanto a una su cautiva egipciana que, estando enferma ella, todas las veces que se purgaba y sangraba lo hacía él, y con la sangre de su brazo se lavaba él el rostro.

     SOLANO.- Notable extremo de afición.

     RAMÍREZ.- De ninguna necedad que haga un hombre queriendo me espanto, y así de las muchas que hace aquel nuestro amigo le disculpo.

     RÍOS.- Agora que me acuerdo, ¿no sabríamos en qué paró el cuento de aquel soldado?

     RAMÍREZ.- Muy bien ha dicho Ríos.

     RÍOS.- Cierto que le habemos de acabar de oír mientras llegamos a Segovia, pues que quiere Solano que vamos por ella.

     SOLANO.- No importa nada, que poco es lo que se arrodea.

     ROJAS.- Si no me acuerdo mal, quedamos en que Leonardo mató al fiero oso en presencia de su querida Camila.

     RAMÍREZ.- Muy bien decís, que el cuento quedó en ese punto.

     ROJAS.- Pues haced cuenta que habla el mismo Leonardo, y prosiguiendo el suceso, dice de esta manera a aquel nuevo amigo suyo que os he dicho.

     «Atravesada y muerta la fiera homicida, amigo Montano, a los pies de mi fiera homicida, no te puedo decir quién se turbó más, si ella de ver aquel suceso tan repentino, o yo de ver su divina hermosura. Al fin, después de varios y diversos cumplimientos y cortesías, ofrecida a Floriso y a su noble compañera la mayor parte de la caza, supliqué a mi Camila se sirviese del oso, pues parece que su suerte le había traído a morir a sus pies. Y fingiendo la risa que de mi corazón estaba bien ajena: «No sé, señora, la dije, si tiene igual vuestro rigor, pues ya cualquier cosa que merece veros lo paga con la vida. Pero ¿qué culpa tuvo quien no pudo dejar de miraros, porque vos misma quisistes que os viese».

     Ella no me respondió con la lengua, aunque yo colegí de sus acciones una respuesta no muy contra mí deseo; porque la veía pensativa, mudando varias y diversas veces los colores de su rostro, despidiendo de cuando en cuando un medio suspiro, a quien la virginal vergüenza hacía que se quedase en el camino y se quebrase y deshiciese entre los dientes, destilando de cuando en cuando algunas orientales perlas de sus dos divinos y soberanos soles. Todos estos accidentes, a mi parecer, substanciaban el proceso de mi causa no muy en contra mía: y así, viendo esto, saqué la carta que la llevaba conmigo, y fingiendo sacar un lienzo de narices, descuidadamente hice como que la carta, sin notarlo yo, saliese con él y cayese sobre su regazo, teniendo cuenta con que fuese a tal tiempo y sazón que sus padres en ninguna manera pudiesen notarlo. Ella que vio la carta, casi sin saber por dónde había venido, tomóla, y viendo que el sobrescrito venía para ella, con grandísima presteza la metió en la manga de la ropa. Yo que vi que todo me había sucedido conforme a mi deseo, fingiendo que se me hacía tarde, volví para mi casa, aguardando buen suceso de mi invención, pues hasta entonces me había todo sucedido como deseaba. Y porque entiendo que gustarás de oír las necedades que en la carta iban, te la quiero decir, que como todas éstas eran finezas de amor, me recreo cada vez que de ellas me acuerdo, y así, procurando refrescar con ellas la memoria, se me quedan en ella, la cual decía así:

                                                Si a los humanos ojos mover suele
ver un humano cuerpo maltratado,
y tanto más el mal ajeno duele,
    cuanto es más riguroso y encumbrado;
si les suele mover a los leones
el tímido animal que se ha humillado;
    si suelen los sangrientos corazones
a piedad compasiva provocarse,
movidos de unas lúgubres razones;
    si suelen los valientes aplacarse
por mirar humillado al enemigo
y a lágrimas humanas incitarse,
    ¿por qué a quien se le humilla, a un dulce amigo,
ha de tener el pecho alabastrino
cerrado a la verdad de un fiel testigo?
    ¿Por qué su corazón tan diamantino
le ha de mostrar al animal rendido
un animal tan dulce y tan divino?
    ¿Por qué ha de ser un pobre perseguido,
sin lástima o piedad, de un pecho fuerte,
y si afligido está, más afligido?
    ¿Por qué aquél que está en punto de la muerte
le han de ayudar a despedir el alma
procurando acabar su triste suerte?
    ¿Por qué no llevará de amor la palma
quien tiene por amar su triste vida
en el mar de la muerte puesta en calma?
    ¿Por qué se ha de morir de aquesta herida
quien la tomó por saludable gloria
y trae su alma de ella revestida?
    Muévate, pues, mi lástima notoria,
y piensa, mi Camila, y considera
que te tiene por blanco mi memoria.
    Recibe mi fe pura y verdadera,
salida de un hidalgo y noble pecho,
contra quien eres, sin razón, tan fiera.
    Mira que estoy en lágrimas deshecho,
sírvenme de verdugo mis porfías,
que traen mi alma en tan amargo estrecho.
    Ya el fin de mis humanas alegrías
espera el sin ventura tiempo, cuando
con muerte acaben las desdichas mías.
    Ya está mi triste vida contemplando
que entiendes mi firmeza ser incierta,
y por eso me irás menospreciando.
    Ya mi esperanza está segura y cierta
del temor de la rígida sentencia
que ha de cerrar al bien del bien la puerta.
    Ya entiendo que el amor y la clemencia
están de tu beldad tan apartadas
como está de mi pecho la paciencia.
    Ya entiendo que han de ser enarboladas
contra mi vida rígidas banderas,
n el alcázar del rigor fijadas.
    Ya me acometen las sospechas fieras
de rabias, pesadumbres, penas, celos,
que amenazan mi muerte en mil maneras.
    Ya los dos soles que adoré por cielos
entiendo que mi amor cándido y puro
pisan, huellan y arrastran por los suelos.
    Ya entiendo no hay lugar que esté seguro
para apartarme de tu airada vista
y de los golpes de ese pecho duro.
    Ya entiendo soy en vista y en revista
condenado a morir por tu belleza,
aunque más en amarte siempre insista.
    Entiendo, mas no entiendas mi firmeza
ser de tan vil caudal y poco brío
que resistir no pueda a tu fiereza.
    Sólo pido, señora, lo que es mío,
sólo el premio de amarte y de quererte
de un fuego que encendiera un hielo frío.
    Confieso que he pecado en conocerte;
mas pues tuve la gloria de mirarte,
entiendo la merezco en merecerte.
    Mi corazón se avasalló en amarte,
mi alma se deshizo en amor tierno
luego que pudo verte y contemplarte.
    Confieso que será mi fuego eterno,
si algunas gotas de tu dulce fuente
no me libran de aqueste horrible infierno.
    Siempre mis ojos te tendrán presente,
tu divina belleza contemplando,
aunque estés de mi vista más ausente.
    De tu clemencia sola confiando,
en esta confusión y amarga duda,
acaba quien se queda ya acabando,
si tu beldad divina no le ayuda.

     Hecho esto como has oído, y venida la noche, atormentado de la melancolía ordinaria de mis pensamientos, tomando una vihuela, me salí por una puerta trasera al campo a suspender mis cuidados y gozar del viento fresco que corría. Y enderezando mis pasos hacia la casa de Floriso y hallándome en una alameda bien cerca de ella, sentándome al pie de un alto y derecho álamo, de adonde, con las vislumbres que entre las pobladas ramas los rayos de la hija de Latona hacían, podía ver el sitio que era guarda y depósito de todo mi bien, comencé a cantar de esta suerte:

                                                Pues un amor tan leal
pagas con tanto desdén,
y porque te quiero bien
tú, mi bien, me quieres mal;
pues mi tormento inmortal
tu pecho no ha enternecido,
señora, clemencia pido,
que, en los tormentos de amor,
el que tengo por mayor
es querer sin ser querido.
   
    Para el olvido hay razón;
para el amor, esperanza,
para el desdén hay mudanza,
y a celos, satisfacción;
mas, ¡ay de mi corazón!,
que tan desdichado es,
que ruega un mes y otro mes,
y cuanto más te importuna,
eres como la Fortuna,
que mata al que está a sus pies.
   
    No fuerzo tu libertad,
mi Camila, a que me quieras,
mas sólo que agradecieras
dos años de voluntad.
Ten, gloria, de mí piedad,
y dame, si eres servida,
no más de un hora de vida,
que no es mucho, ingrata amada,
que a dos años de adorada
seas un hora agradecida.
   
    Como el sol de aquese cielo,
yo me consumo y traspaso,
y este fuego en que me abraso
jamás ablanda tu hielo;
pero sin duda recelo
que como tú me aborreces,
con fuego tu hielo creces,
y al sol que me está abrasando,
yo soy cera que me ablando,
tú piedra que te endureces.

     Aquí lo dejé y no de derramar algunas lágrimas con que hice compañía a mi trágica música. Y estando en esto sentí cecear, como que llamaban a alguno para que viniese. Y como yo quisiese saber, algo turbado, quién había sido el testigo de mis quejas, movido de la curiosidad y del enojo, me levanté y fui hacia donde había oído la voz. Y como siempre la fuese oyendo de más cerca, sin perder el tino, a pocos pasos que caminé me hallé junto a la casa de Floriso, pegado casi con una ventana, en donde estaba una menuda reja. Aquí cesaron de llamar y yo de caminar. Y como viese abierta la ventana, estuve un rato aguardando sin atreverme a respirar ni alentar, dándome mil saltos el corazón, cosidos los pies con la tierra, más fuertemente que si fuera una de las hayas de aquel monte. Y al cabo de pequeño rato oí que salía de parte de adentro una voz humilde que preguntaba quién era yo. Y como el eco de ella retumbase en lo más profundo de mi corazón, sentí y reconocí ser de mi querida Camila. Y dándome temblores de muerte, respondí: «Vuestro Leonardo es, señora, si acaso hay quien merezca tener algún ser delante de vuestra divina presencia». Ella, turbada, preguntó que cómo la conocía y sabía que era la que decía. «En mi alma, la dije, en quien no puede caber engaño de vuestro conocimiento, tengo figurada vuestra soberana imagen. Y por lo que esa voz dice con lo que está en ella, echo de ver que sois mi divina señora y su propio original».

     Ella, entonces, haciendo cielo de aquella reja, se puso en ella, desterrando las tinieblas de la noche, alegrando y regocijando el campo e hinchendo mi alma de una súbita y no esperada alegría. Y abriendo aquellos bellísimos corales me dijo:

     «Señor Leonardo, bajad la voz, porque nos pueden oír, y oídme ahora un rato. Las muchas obligaciones que os tengo y las que siento tener para cumplir con lo mucho que sois, me tenían en este punto con alguna duda y suspensión para responderos a un papel que artificiosamente dejastes esta tarde en mi poder. Y aunque me pudiera hacer algo de la ofendida, de la arisca y enojada, y hacer culpado vuestro atrevimiento por no haber procedido, al parecer de algún juicio, con el término y leyes que vuestra discreción prometía, y deciros (como otras suelen) que cuándo vistes cosa en mí que os diese alas y atrevimiento para pretender cosa contra vuestra autoridad y mi honra; con todo eso, como os tengo por tan discreto y cuerdo que sé que no la habréis deseado, y por tan reportado que sé que no la habréis pretendido, conociéndoos en la suavidad de la voz y harmonía de la música, quise llamaros por esta ventana que cae a mi aposento, para saber de vos mismo cuál es vuestro pensamiento. No ignoro que me tenéis afición, ni culpo en esta parte vuestra voluntad, porque conozco que estas cosas no son en nuestra mano. Mas quisiera saber qué es lo que con ella pretendéis estando obligado a saber, por ser quien sois, cómo debéis guardar y mirar por mi propia honra, por la de mis padres y de mi linaje, y por la vuestra misma, que se desdorara y perdiera pretendiendo vos algo contra la mía.

     -Hermosísima señora, la respondí, doy mil gracias al Criador que os hizo tan discreta como bella y os formó la más bella del mundo. Habiendo vos entendido la enfermedad de mi alma, no tengo de ser como el indiscreto enfermo que anda recelándose y recatándose de descubrir su mal al médico que puede darle salud. Sabe el Cielo que nunca tuve pensamiento de ofenderos, porque fuera ofender su divina y soberana grandeza, sino que esta vergüenza y temor, enemigos de la vida y salud de las almas, han cerrado mi boca y atado mi lengua para que aun no fuesen instrumentos muertos de mi remedio. Pero aunque estas potencias no han hecho su oficio, no han faltado los caminos que vos sabéis, por donde os he venido a descubrir mi mal. Lo que pretendo y lo que deseo es solamente quereros y serviros, y esto de la manera que vos quisiéredes, que pues tenéis mi alma desde el primero día que os merecí ver en vuestro poder, es bien que uséis de ella como os diere gusto.

     -¿Cómo queréis, me dijo ella, que pueda creer ésas que, lo uno por ser en mi favor, lo otro siendo al propósito que son, se pueden llamar lisonjas, si son públicos en esta tierra los amores que con Leonida, la hermosa dama de Orense, tenéis?

     -¿Tengo?, la respondí; señora, mejor dijérades que tuve, y esto fue por no haber amanecido ni salido en mi hemisferio el sol de vuestra divina hermosura; que si esto fuera ansí, cualquiera otra se desvaneciera, como con los rayos del sol se deshacen las tinieblas de la noche. El tiempo que yo he gastado en servir a Leonida sólo fue por cortesía, deseándola pagar la merced que en todas ocasiones mostró hacerme. Y no pasó de aquí, aunque envidiosos de mi honra quieran persuadir lo contrario. Mas después que conocí vuestro soberano valor, ya veis que de todas las demás cosas me he privado, cifrando todo mi contento en emplear todos mis sentidos y potencias en contemplaros y mis fuerzas en serviros. Y de esto no pongo otro testigo sino a vos misma, que sabéis los sollozos, los suspiros, las lágrimas que por vos he derramado, las lóbregas y tenebrosas noches en que mi alma se ha visto hasta este punto, todos estos montes tengo llenos de mis quejas; al eco, cansado de responderme; los arroyos y ríos de esta vega han salido de madre con mis lágrimas, y los árboles y plantas han crecido con las continuas lluvias de mis ojos. Y por todos estos trabajos que en servicio vuestro he pasado, sólo os suplico miréis quién soy y, tratándome como quien sois, permitáis que os ame y que os sirva eternamente. Y si, andando el tiempo, mis servicios merecieren que levantéis mi estado y mi ventura en lo alto de vuestra divina hermosura con el ligítimo matrimonio, eso lo dejo a vuestra disposición».

     Todas estas razones y otras que aquella noche entre mi señora y mí pasaron, fueron bien oídas y admitid de los dos; y aunque con la gravedad natural de su soberano semblante quisiera mi Camila disimular el contento que recibió en saber tan a las claras mi amorosa, pasión, para quien padecía el mismo mal era inútil y por demás aquella disimulación: porque el mismo faraute que estaba en su alma estaba en la mía, interpretando sus incógnitas pasiones. Y después de haber pasado otras razones concernientes al propósito de entrambos, concertamos de tener secretos nuestros amores hasta que nos pareciese descubrirlos a sus padres, para que, con contento de todas las partes, ligados en el nudo del santo matrimonio, cogiésemos el fruto de nuestros deseos. Y en aquella misma reja me juró mi Camila de amarme eternamente y no trocarme por otro del mundo. Y después de haber besado su blanca mano y concertado de vernos algunas noches por aquel mismo lugar, tomada su licencia, me volví para mi casa con el contento que puedes imaginar, y ponderar y sentir cualquiera que hubiere navegado por este proceloso mar del amor y la esperanza.

     Ya desde aquel punto comenzó a amanecer otro nuevo sol en mi alma: no se me acordaba de tristeza alguna que por mí hubiese pasado, pareciéndome que el menor rastro de alegría que entonces ocupaba mi alma era mayor, de más aventajados quilates y ventajas que todas cuantas tristezas y pasiones había antes tenido. Ya desde aquel día comenzó a vivir en mí otro nuevo hombre: vestía algo galán, de varias y diferentes libreas, conformando los colores del cuerpo con los del alma; frecuentaba las cazas; era autor de las fiestas, y acudiendo ordinariamente a la casa de Floriso y Claridia, procuraba, haciendo mil muestras de mi persona, aficionarles mucho a ella, para disponer nuestras cosas para adelante. Y como ellos conocían mis honrados pensamientos, y por esto no se recataban de mí, entraba y salía cuando quería en su casa, recreando mi alma con la vista y conversación de mi amada Camila, y acudiendo de noche al puesto acostumbrado, donde si los días pasaba con contento, las noches pasaba en la gloria, porque lo era para mí el verla y oírla; porque, fuera de su divina hermosura, tiene una lengua tan suave y delicada, y unas razones tan vivas y dulces, que bastan para elevar y suspender al más vivo y agudo entendimiento. Y como los dotes de su alma son de tanta perfección y quilates, te puedo jurar y prometer de cierto que nunca mi pensamiento se bajó a pensar cosa contra su divina honestidad. Que esta diferencia hay entre el amor casto y honesto al que no lo es, que como el primero tiene su asiento en el alma, y en solos los gustos, deleites y contentos de ella, y el alma es eterna, pura, y espíritu, también él es eterno y nunca se acaba: antes mientras más el alma ama, con más fuerza y más viveza, con mayor pureza y espíritu va amando y estando siempre satisfecha, siempre está con nueva sed y hambre de amor. Lo cual no acontece en el amor torpe y lascivo, porque, como éste tiene su asiento en el cuerpo y por objeto el de[le]ite carnal, sensual y temporal, y todas estas cosas son vanas, caducas y perecederas, en llegando éste a alcanzar su fin y a tener lo que desea, allí se acaba y perece, embaza el deseo, y la voluntad no sólo se harta, sino hartándose se fastidia. Y ansí los que tienen este amor son comparados a los animales brutos, y los que tienen el primero a los ángeles y bienaventurados, que viendo siempre y gozando de Dios, estando hartos y satisfechos, están con nueva hambre y deseo de Él. Y la causa de esta comparación es porque los que aman con amor casto y honesto las criaturas, ámanlas en cuanto las perfecciones de su Criador resplandecen en ellas. Y por esto, todo este amor se viene a resolver en el Criador como divino y soberano primer principio, causa, fuente y origen de todas las perfecciones. Éste, pues, era el amor que había entre los dos, y por esto nunca nos hartábamos de amarnos y querernos, porque ni nos cansábamos ni dábamos ocasión a aquéllos que con nosotros trataban de cansarse con nosotros. Y aunque Floriso y Claridia echaban de ver algunas muestras, rastros y centellas de amor entre los dos (que éste, por una parte o por otra, es imposible encubrirse), como me tenían por tan honrado y mirado, y a su hija por tan casta y honesta, no nos interrumpían nuestros deseos ni les pesaba de las veras con que servía a su hija, pareciéndoles, como yo no estaba ligado ni impedido por otra parte, que aquéllos serían medios, como lo fueron, para ligar nuestros cuerpos, pues lo estaban las almas, con el nudo del santo matrimonio. Por estas razones tenía entrada franca en su casa, con mucho gusto y contento de todos, y aunque con todos hablaba y conversaba, no dejaba de hurtar mil ratos y guardarlos para mi amada Camila.

     Y ansí, en el discurso de todo este tiempo, viví con el mayor gusto y contento que se puede imaginar. Y acuérdome que una vez, entrando en la huerta de Floriso, hallé a mi Camila sentada al pie de aquel alto laurel, donde primero tuvo noticia de mi amor, conociendo su divino rostro en el limpio, terso y cristalino espejo, y vi que absorta y elevada, tañendo una guitarra y concertando con ella su divina voz, estaba cantando un romance; y luego que me acertó a ver, antes de acabarle, dejando la música, se levantó para mí los brazos abiertos, y coronando mi cuello, nos sentamos un rato junto a la cristalina fuente, renovando las memorias del primer cuento de nuestros amores, que allí nos había acaecido a los dos. Éste y otros alegres días pasamos, reinando en mi alma el más agradable clima que podía hombre constituido en el más felice y venturoso estado desear. Aunque también te digo, amigo Montano, que comimos estos sabrosos y regalados bocados del amor con su salsa, pues aunque hubo contentos, alegrías, descansos y glorias, no faltaron penas, recelos, temores, desasosiegos, ni perdonaron al alcázar y homenaje de mi firmeza y amor los infernales celos, que siempre acompañan al alma que con veras quiere bien.

     Había cerca de mi gobernación un noble y principal caballero, más en oficio que en linaje, que en estos tiempos procuró obscurecer mi gloria y anublar mi contento. Éste dio en servir y visitar a mi Camila, frecuentando la casa de sus padres más de lo que yo quisiera. Y como los amantes, aunque ciegos, ven más que Argos con sus cien ojos veladores, no se me pudieron esconder sus pretensiones. Y aunque me pesaba de verle entrar tantas veces en casa de Floriso, no podía dar muestra de este sentimiento, por no dar a entender de camino mi amor. Mi Camila bien sentía y conocía mis imaginaciones y los pasos mal dados de Persanio (que ansí se llamaba mi injusto competidor), y por esto procuraba haberse de suerte con él que, aunque su mal término de él me diese ocasión para sospechar algo, su recato, recogimiento y limpieza de ella me pudiese librar de cualquier sospecha. Hacíaseme Persanio muy amigo y muy familiar prenda de mi casa, sin ver que me procuraba robar la mejor y más preciada de ella. Entendía que, teniendo mano conmigo, podía entrar y salir con seguridad y sin sospecha en la casa de Floriso, por ser él y su noble amada Claridia cosas tan mías. Ves aquí, Montano, las amistades del mundo, que son tan falsas como aparentes, y siendo todo aparentes, serán todas falsas; son como langostas que hacen asiento en el prado mientras dura la verde hierba, y cuando se van, le dejan todo seco, mustio, marchito, agostado y abrasado; son sol de invierno, que cuando más luce y abrasa, es señal que se ha de cubrir y anublar más presto. Tal era la amistad que Persanio tenía conmigo, porque sabía yo al blanco que tiraba, y ansí te prometo que no podía disimular la variedad de pensamientos que en mi alma estaban. Y era de suerte que mi querida Camila conocía casi con certidumbre mi sentimiento, y por esto con más veras procuraba siempre hurtar el cuerpo a mi enemigo.

     Quiso mi desgracia que una vez fuésemos Persanio y yo a casa de sus padres, la cual, como le viese que iba un poco delante de mí, retiróse colérica a su aposento, de que no poco me alboroté, pensando que yo era la causa de aquella huida, porque nunca entendiera que aunque lo fuera acompañado de leones y basiliscos, mi Camila huyera mi vista, entendiendo que ella sola les pudiera servir de salvoconducto para que ella no lo hiciese. Ella, por otra parte, que veía su enemigo acompañado de mí, entendía que todo aquello era por mi gusto, por tenerle yo ya puesto en otra parte, y ansí gustar que Persanio se acomodase con ella, y que para esto se servía de mi compañía, como de tercero. Ves aquí cuáles andábamos los dos, y considera cuál estaría yo, que no tenía ni esperaba tener otro contento sino el que me podía dar la fe y amor de mi señora. Para sacar en limpio todos mis temores y averiguar todos mis recelos, determiné hablarla una noche por la ventana de la reja que había sido el testigo de nuestras primeras palabras, y yendo allá hice la seña acostumbrada una, dos y tres veces. Ella, que entendió que yo traía la compañía que antes, ni quiso abrir ni responder, lo cual sentí tanto que desde aquel punto se confirmaron mis sospechas. Y ansí, sin aguardar más, desesperado me volví para mi casa, y otro día, muy de mañana, con dos o tres criados, me retiré a una aldea mía que estaba tres leguas de allí, y no lo pude hacer con tanto secreto que no se publicase luego mi ausencia y mi Camila con ella no confirmase la sospecha que de mi poca fe había tenido. Yo, por otra parte, que me era tan imposible vivir sin ella como sin el movimiento del cielo, el calor del sol y la influencia de las estrellas, deshacíame en vivas lágrimas, todo el día le llevaba y pasaba en un suspiro, no hallaba diferencia entre el día y la noche para mí, porque todo me parecía una noche obscura. Y con la fuerza de la desesperación, tomé un día tinta y pluma y determiné de escribirla esta carta:

                                                Leonardo, el triste amador,
el noble que ser solía
vivo retrato de amor,
a quien más que a sí quería,
ésta escribe con temor.
    En otras mil te he enviado
mi amorosa pesadumbre,
y ha sido bien escusado,
pues al fin las han borrado
mis lágrimas y tu lumbre.
    Mas por más que en este estrecho
pretendas gloriosa palma,
no ha de serte de provecho,
que así podrás en el pecho
borrarlas, como en el alma.
    Pero no puedo negarte
que me canso de escribirte,
cansada en aquesta parte
la mano, de porfiarte,
y el alma, no de servirte.
    Y aunque en aquesta labor
mi mano nada descansa,
no es porque me falte amor,
mas porque el pincel se cansa
por más que quiera el pintor.
    Muchas veces dibujé
en papeles excusados
tu bella gracia, y erré:
pues al fin, como tu fe,
quedaron ellos borrados.
    De mi pecho desencierro
muchos ratos esta queja,
porque (y en esto no yerro)
fe jurada en una reja
comienza y acaba en hierro.
    Pero luego que revive
la esperanza con que lucho,
dice al alma en donde vive,
que lo que en hierro se escribe
siempre suele durar mucho.
    Despierta mi desventura
al punto que llego aquí
y dice al alma segura
que la fe en el hierro dura,
pues que dura el hierro en mí.
    El que muestra tu mudanza,
mi Camila, tu desdén,
a ver un milagro alcanza,
ve mi fe sin esperanza,
mi mal juzgado por bien.
    Aunque quien con sufrimiento,
viere mi mal poco a poco,
dirá que yo, en mi tormento,
como estoy muerto no siento,
ni juzgo como estoy loco.
    Mi poco juicio confieso
y mi vida he renunciado,
porque mirando tu exceso
muero porque te has mudado,
y por verte pierdo el seso.
    No sé qué ha sido la causa
de venirme a aborrecer;
pero ¿qué causa ha de haber,
si no es que mi muerte causa
ser hombre y tú ser mujer?
    Soy peña, soy firme roca,
soy fe, soy todo esperanza,
soy do el amor siempre toca;
tú, mujer, que es cosa poca,
fácil confusión, mudanza.
    Perdona que determino
decir quién son las mujeres,
pues quizás si las difino
podré decir de camino,
fiera ingrata, quién tú eres.
    Son las mujeres (si son)
las que nunca tienen ser,
retrato de la opinión,
cifra escrita con carbón
que no se puede entender.
    Son la fábula del Momo,
en maldecir su trasunto,
la fe y belleza sin tomo,
como imágenes de plomo
que se doblan en un punto.
    Es su aviso parlería
y su donaire, malicia,
su silencio bobería,
sus dádivas, granjería
y su granjear, codicia.
    Sus ojos, de basilisco,
su voz, de cruel sirena,
sus suspiros, son de hiena,
su condición, no de risco,
mas de movediza arena.
    Su amor es torpe deleite,
su afición, sensualidad,
su recato, necedad,
sus lágrimas, torpe afeite,
que es solimán la mitad.
    Su esencia es ser variables
y en todo ser repugnables
a aquel sumo inmenso modo;
Dios es inmudable en todo
y ellas en todo mudables.
    En todo su proceder
al hombre contrarias son,
y por no me detener
son, han sido y han de ser
su misma contradición.
    No digo que te he servido,
enemiga injusta mía,
que aunque quise, no has querido;
con amar sí que he excedido
a quien más te serviría.
    Mi don es fe verdadera,
y tu palabra primera
fue, ingrata, que me querrías;
mas todo son burlerías:
fe en la mujer, sello en cera.
    No en conchas de nácar, perlas,
para poder ofrecerte,
tuve ni quise tenerlas,
pensando que merecerlas
bastaba para quererte.
    Los más soberbios despojos
con que enriquecí tu palma
a montones y a manojos,
son suspiros de mi alma
y lágrimas de mis ojos.
    Mas muero habiendo sabido
que las deudas tan estrechas
que en ti sembré, se han perdido,
y de entre ciertas sospechas
mil verdades he cogido.
    Conozco que el más gallardo
es ya de menos valor,
y menos vale el amor
de un noble y leal Leonardo
que el de un Persanio tr[a]idor.

     Estas razones estaba escribiendo, amigo Montano, y de repente oí en el zaguán de mi casa gran ruido de perros, caballos y gente que entraba como de tropel».

     Pero porque parece llegamos ya a la ciudad de Segovia y mi cuento va algo prolijo, dejémoslo para otro día, y trátese de otra cosa esta legua y media que nos queda, pues ya la chirriadora Progne, con sus últimos acentos, se recoge a abrigar sus recién puestos huevos y comienza la lóbrega y obscura noche a cubrir con su manto la tierra.

     RÍOS.- Ya que no pasáis adelante, decidme antes que se me pase de la memoria: ¿hicistes aquella loa que os dije para empezar en Valladolid?

     ROJAS.- Téngola hecha y no me he acordado de decírosla; pero como es entre toda la compañía, hay poco que estudiar en ella.

     RAMÍREZ.- ¿No podremos oírla?

     ROJAS.- Juana Vázquez y yo comenzamos de esta manera:

JUANA No por mucho madrugar
amanece más aína.
ROJAS La ocasión es peregrina.
JUANA ¿Qué hemos de representar?
ROJAS En Valladolid estamos;
ya no hay temer, sino hacer.
JUANA Pues agora quiero ver
la farsa con que empezamos.
    El temor que traigo veo,
porque es tan grande mi amor,
que de este justo temor
se ha engendrado mi deseo.
    Vengo a agradar y dar gusto,
y como me veo venir
sin fuerzas para servir,
tengo el temor que es muy justo.
    Veo la mejor ciudad
que ciñe el mar, cubre el cielo,
veo la discreción del suelo,
del mundo la majestad.
    Veo a Ríos que se fue
después del Corpus de aquí,
veo que me trae a mí,
y lo demás que trae sé
    que aunque es algo, todo es nada,
porque habiendo estado tanto
en esta corte, me espanto
hiciese aquesta jornada.
    Comedias trae, no lo niego;
pero si a Toledo tiene
y a Madrid, ¿cómo se viene
donde ayer salió? ¿Está ciego?
ROJAS     Como el fuego va a su esfera,
el aire a su firmamento
y a su húmedo elemento
el pez, de aquesta manera
    acude Ríos aquí,
como aire, pez, fuego y mar,
que es su centro este lugar
y descansa en él.
JUANA                           Ansí.
ROJAS     Fuera de esto trae estudiadas
seis comedias.
JUANA                      Ya lo sé.
ROJAS Pues si lo sabe, ¿no ve
lo que han sido celebradas
donde se han hecho?
JUANA                                 Ea, acabe.
ROJAS Sin esto por mejoría
yo mi casa dejaría.
JUANA Sí; pero quien poco sabe...
ROJAS     Dirá que presto lo reza.
JUANA Es ansí.
ROJAS            Pues, mi señora,
deje ese temor agora,
que a representar empieza.


QUITERIA y TORRES.

TORRES     ¡Dónde irá el buey que no are!
Si va a decir la verdad,
¡por diez, que es temeridad
lo que hace Ríos!
QUITERIA                           Donaire
    tiene; ¿de qué es el temor?
TORRES De lo que es justo tener:
que es haber salido ayer
y volver hoy, que es rigor.
QUITERIA     Ahora, por lo que dirán,
no venga de mala gana,
que el molino andando gana.
TORRES Bien o mal, casado me han.


BARTOLICO y MARÍA, NIÑOS.

BARTOLICO     A las veces lleva el hombre
a su casa con qué llore.
MARÍA ¿Quién es el hombre?
BARTOLICO                                  No ignore
que lo soy.
MARÍA                 ¿Cómo es su nombre?
BARTOLICO     Bartolillo.
MARÍA                   ¿Y eso solo
es nombre de hombre?
BARTOLICO                                    Señora,
Bartolillo soy agora;
mas ya puedo ser Bartolo.
    Así [me] puedo llamar,
que si sé decir y hacer,
a más me puedo atrever;
y si no, ¿quiere apostar?
MARÍA     No diga más.
BARTOLICO                        Va un doblón
que no hace lo que yo hiciere.
MARÍA ¡Aqueste nonada quiere
que le vuelva un torniscón!
BARTOLICO     Si soy Bartolillo o no
quiero que en esto se vea:
va un ochavo que no mea
a la pared como yo.
    Pero gente veo venir,
y por esto callo, dama,
si no...


CALLENUEVA y ARCE.

CALLENUEVA           Cobra buena fama
y échate luego a dormir.
ARCE     En la Corte estamos ya.
CALLENUEVA Yo espero en Dios que han de ver
letras que sombra han de ser
de cuanto bailado está.
    ¿Qué decís vos?
ARCE                             Que me corro
de no poderla servir.
CALLENUEVA Por vos se podrá decir:
¿bailo bien y echáisme del corro?


RAMÍREZ y ROSALES.

RAMÍREZ      Mal de muchos gozo es.
ROSALES Vive el cielo que me he holgado
de echar cuidados a un lado
estos dos meses o tres.
RAMÍREZ      ¡Qué alegre estáis!
ROSALES                 ¿No he de estar?
RAMÍREZ Por mi vida que me espanta.
ROSALES Señor, cada gallo canta...
RAMÍREZ ¿Adónde?
ROSALES      En su muladar.
RAMÍREZ      Pues vos, ¿sois gallo o capón?
ROSALES En los nidos del otro año
no habrá pájaros hogaño.
RAMÍREZ En eso tenéis razón.
     Que si barbado no habéis
en tanto tiempo como ha,
¿cómo pájaros habrá,
pues vos barbas no traéis?


ANTONIO y SOLANO.

ANTONIO     Díjole la leche al vino:
bien venido seáis, amigo.
SOLANO Yo soy de eso buen testigo.
ANTONIO Sin serio yo lo adivino.
    En Valladolid estamos,
señor Solano.
SOLANO                      Ya veo
cumplido vuestro deseo;
pero no el que deseamos,
    que es de acertar a servirla
como es razón.
ANTONIO                        Bien podéis,
que en su grandeza veréis
una octava maravilla.
SOLANO     Con eso el temor aplazo
y quedo más satisfecho:
mas dicen que honra y provecho
que no caben en un saco.


RÍOS

ANTONIO Ríos viene,
SOLANO                 ¿Ríos?
ANTONIO                           Sí.
RÍOS Ahora Dios me dé contienda,
ruego a él, con quien me entienda.
Señores, ¿qué hacen aquí?
JUANA     Estábamos esperando
si se ha de representar.
RÍOS ¿Ya no es hora de empezar?
¿Qué esperan?
JUANA                       Estoy dudando
    si se burla o es de veras
lo que dice, señor Ríos.
RÍOS ¡Qué donosos desvaríos!
JUANA Mas ¡qué gentiles quimeras!
ANTONIO     Hay algunos descontentos
y están con algún temor
de salir aquí.
RÍOS        Señor,
ésos son otros quinientos.
    Pero quisiera saber
de dó el temor ha nacido.
JUANA ¿De dónde? De haber salido
de aquesta ciudad ayer.
    Hacer como hizo la fiesta
y haberse representado
lo más del año pasado
en ella: la causa es ésta.
RÍOS     Señores, no nos matemos;
los que entonces me ampararon,
favorecieron y honraron,
¿no son los mismos que vemos?
    ¿No son estas mis señoras,
las que mercedes me hacían
y entonces favorecían
en mi comedia dos horas?
    Ansí humildes como altas,
¿no gustaban de ampararme,
de verme, oírme y honrarme,
perdonándome mis faltas?
    Los duques, condes, marqueses,
caballeros principales,
nobles, discretos, leales,
generosos y corteses
    que en ese tiempo me honraban,
¿no son los mismos que veo?
Hasta aquestos bancos creo
son los propios que alquilaban.
    ¿No son estos mosqueteros
quien con gozos infinitos
aquí me daban mil gritos
y a la puerta sus dineros?
    Hablad, mosqueteros míos,
respondedme unos a otros;
que, ¡pordiez!, que sois vosotros
los que hacéis la barba a Ríos.
    Son nuestras ollas las cajas
donde cobran los dineros,
y de ellas los mosqueteros
el tocino y zarandajas.
ROSALES     ¿Cómo se han de haber mudado
todos los que están aquí,
si yo con barbas salí
y me he vuelto desbarbado?
    ¿Y que es posible que crece
cabello, uñas, persona,
y esta barba socarrona
contino se esté en sus trece?
BARTOLICO     Todos los santos le valgan;
mi señor, no esté afligido,
porque en todo, largo ha sido,
mas no en que barbas le salgan.
    Él juró, dándole vaya,
antes de Pascua barbar;
pero ya puede cantar:
jura mala en piedra caya.
ROSALES     Niño, téngoos de azotar
con la merced que alcanzamos.
Señores, adentro vamos,
que ya es hora de empezar.
ANTONIO     Eso es andar por las ramas;
señoras, pues son tan bellas,
hablen los galanes ellas,
y Rosales a las damas.
ROSALES     Digo, pues, que yo me fundo
en serviros humillado,
como el hombre más barbado
que tenga España ni el mundo.
 

(Éntrase cada uno como hablando.)

 
JUANA     En tu gran merced fiada
segura me puedo entrar.
QUITERIA Yo también con suplicar
me amparéis como a criada.
MARÍA     Yo para servir nací:
no tengo que me ofrecer,
ARCE Yo, que me holgara de ser
el mejor que viene aquí.
ANTONIO     Yo me ofrezco, que es muy justo,
como un humilde criado.
TORRES Y yo, como esclavo herrado
al banco de vuestro gusto.
SOLANO     Yo os pido, por Dios, también
recibáis mi voluntad.
CALLENUEVA Yo que guarde esta ciudad
por muchos años, amén.
RAMÍREZ     Yo, que es lo más importante,
me perdonéis os suplico.
BARTOLOMÉ Yo quisiera, aunque soy chico,
ser en serviros gigante.
ROJAS     Yo, que me perdonéis vos,
si a serviros no acertare.
RÍOS Y si aquesto no bastare,
baste la gracia de Dios.

     SOLANO.- Buena es la loa y muy breve, para ser entre toda la chusma, y eso de ir a la fin diciendo cada uno sus dos versos y entrándose es muy bueno.

     RÍOS.- Pues será menester que aquí, en este lugar, se saque en papeles, porque se reparta en llegando a Valladolid.

[?].- Bien cerca estamos de la ciudad de Segovia.

     SOLANO.- ¿No es cosa peregrina las muchas rajas y paños que se labran en ella? ¡Y qué buenos todos!

     RÍOS.- Es ansí; pero otras cosas tiene de grandísima alabanza, como son la casa de la moneda, alcázar y fortaleza, que es de las mejores, más vistosas y fuertes que hay en el reino.

     RAMÍREZ.- Y aquel bosque que está metido en aquel valle, con tantas arboledas y aguas, lleno de jabalíes, corzos, gamos y todo género de animales, ansí de aves como fieras, ¿no es cosa que admira?

     ROJAS.- Pues si se trata de su antigüedad, de las más antiguas es de España. Pues según dice una corónica, fue fundada por los celtiberios españoles, y poblada por el rey Hispán, de quien España tomó nombre, aunque hay algunos que quieren que esta ciudad sea la que Ptolomeo llamó Segoncia en los pueblos arevacos. Entre los grandes edificios que hay en ella, así fuertes como principales, hay una puente de piedra por la cual viene el agua a la ciudad, que dicen fue hecha por mandado del emperador Trajano, la cual tiene, como ya habéis visto, muchos arcos sobre arcos, y es sin género de mezcla de cal, yeso, ni otra materia alguna.

     RAMÍREZ.- La sala de las armas, que está en el Alcázar, ¿no es notable? ¿Y aquélla donde están pintados los retratos de todos los reyes y príncipes de España, imitando las efigies, figuras y edad que cada uno tenía cuando murió?

     SOLANO.- Sin eso tiene muchos monasterios, y muy buenos, y entre ellos el del Parral, que es de Jerónimos, y el de Santa Cruz la Real, de Dominicos, y aquella iglesia que se está labrando de Nuestra Señora de la Fuencisla, que hace tantos milagros cada día.

     ROJAS.- Muchas cosas se pudieran decir en alabanza de esta gran ciudad, porque sin duda entiendo que es donde más limosnas se hacen de todas cuantas hay en Castilla ni en mucha parte de España, y esto puedo decir como testigo de vista que lo vi y supe el tiempo que estuve aquí con Ríos, ahora tres años, que fue cuando hice aquella loa en alabanza de la A.

     RÍOS.- Bien me acuerdo de ella.

     SOLANO.- Yo no la he oído y gustaré de oírla.

     ROJAS.- Pues escuchalda.

                                                De la antigua Babilonia,
ciudad insignia y soberbia,
habrá que salí tres años:
¡pluguiera a Dios no saliera!
Surqué el mar de Alejandría,
en Ancona pisé tierra,
vi a Nápoles, a Milán,
Padua, Génova, Florencia,
Sena, Numancia, Sicilia,
Tiro, Cartago, Venecia,
a Tebas, Corinto, Troya,
a Roma la santa y bella;
vi sus alcázares sacros,
murallas, torres, almenas,
pirámides, chapiteles,
bronces, mármores y sierras,
pináculos y obeliscos,
cornisas, efigies, termas,
simulacros, mauseolos,
colosos, láminas, puertas,
monumentos inmortales,
y en los sepulcros de letras
mil epitafios escritos
con caracteres en piedra.
Mas como el hombre se incline
continuo a ver cosas nuevas,
dejé a Roma, vine a España,
que es mi patria y es ajena,
pues ampara a los extraños
y a sus propios hijos niega,
que la virtud al extraño
hace natural por fuerza.
Yéndome, pues, una tarde
acaso a ver la comedia,
entre otras cosas que vi,
vi una novedad, que es ésta:
que en la loa engrandecían
la alabanza de una letra,
de forma que de una cosa
tan mínima y tan pequeña,
con divino entendimiento,
gracia, ser, ingenio y ciencia,
le venían a dar lustre,
forma, virtud y excelencia.
Yo, entendiendo parecerme
a uno de estos que se emplean
en cosas tan levantadas,
quise alabar esta letra,
que es A, por ser de mi nombre,
mejor por ser la primera
que todas las que le siguen,
pues todas vienen tras ésta.
Digo, pues, que Dios se llama
en griego y en lengua hebrea,
Alfa et o y Adonaí,
y Agnus Dei en cielo y tierra.
Los ángeles que crió
son las criaturas primeras;
donde Dios baja es altar
y ara donde se recrea.
El primero signo es Aries,
y Acuario el postrero llega;
también Apolo es el cuarto
de todos siete planetas,
y los ejes de aquel cielo,
que esta máquina sustentan,
llaman Ártico y Antártico,
y astros llaman las estrellas.
De todos cuatro elementos
los tres se nombran con ésta:
aire y agua, y en el texto
se nombra árida a la tierra.
Crió Dios al primer hombre,
que fue Adán, y aqueste peca;
diole ánima, albedrío;
hizo en un árbol la ofensa,
restauróle amor divino,
fue Anunciación medianera,
trájola el ángel, diciendo:
Ave María, gratia plena.
Ancilla Domini, dio
la Virgen por su respuesta;
su madre se llamó Ana,
Aula Virginalis ella.
El primer mártir fue Abel;
patriarca Abrahán era;
primer pontífice Aaron;
Amós y Albacuc profetas.
En un arca salvó Dios
sus escogidos en tierra,
a sus apóstoles hizo
vice dioses en su ausencia.
La primer ciudad cristiana
fue Antioquía la primera;
Ambrosio y Agustino
son doctores de la Iglesia.
Tres partes del mundo son
Asia, África y América;
y si extendemos la vista
por árboles, plantas, hierbas,
veremos almoradux,
alhelíes, azucenas,
achicoria, acelgas, ajos,
ajonjolí, alcaravea,
anís, arrayán, ajenjos,
azahar, alpiste, avena,
amapolas, albahaca,
alfalfas, apio, alhucema,
ambrosía, acanto y amomo,
ajonje, amaro y adelfas;
los árboles, avellanas,
albaricoques, almendras,
aceitunas, alcaparras,
azufaifa, amacenas,
alcarchofas, algarrobas,
sin otras muchas sin éstas.
Es el águila caudal
de todas las aves reina;
la más libre es el azor,
el alcón la más ligera;
de animales, el armiño
más bello y casto en limpieza;
el más fuerte es el abada,
el áspid más en fiereza,
el más pequeño, arador;
el más dulce es el abeja,
el más ponzoñoso, araña
y más el asno en nobleza.
Los primeros navegantes;
Argonautas, y Argo era
la primera nave que hubo,
y lo que la nao gobierna
son aguja, y astrolabio;
tienen árboles por fuerza,
y con áncoras y amarras
aquestas naves se aferran.
Éstas han menester armas,
arcos, astas, y en troneras,
arcabuces, alabardas,
y si faltaran rodelas,
alfanjes, adarga, arnés,
ardid, ánimo y alteza.
Son Atenas y Alcalá
depósito de las ciencias.
Fue Alejandro rey del mundo,
Augusto, señor de Grecia,
Antioco, rey de Egipto,
Ariadna, reina en Creta,
Asaraco, rey de Troya,
Ascanio, el hijo de Eneas,
el mejor pintor, Apeles;
Arquímedes, Avicena,
Anaxágoras y Aristes,
inventores de las ciencias,
de éstos príncipe Aristóteles,
y Ariosto de poetas.
Alpes y Apeninos, montes
son los que ellos más celebran,
y porque se vea más claro
el valor de aquesta letra,
sólo al mudo se le entiende
a, a, a de todas ellas,
y entre todas las demás,
no pronuncian más de aquesta.
Principales instrumentos
que nuestra vida sustentan,
han sido aguijón y azada,
aguijada, arado y reja.
Son los mejores pescados
que el mar en su seno encierra,
albur, acedia y atún,
aguja, arañas y almejas.
De las Indias orientales
vienen alfombras de seda,
ámbar, algalia y almizcle,
anime, algodón, alheña,
alabastros, amatistas,
sin otras preciosas piedras,
aljofares, abanillos,
para estas señoras reinas.
Ellas dicen: alma, amigo,
amor, déme una agujeta,
arivique, argentería,
alfileres y arandelas,
albayalde y alcanfor,
arrebol y arrebolera,
azafrán para la toca,
arina para la artesa,
almidón para las mangas,
azúcar para la lengua,
alcohol para los ojos,
alumbre para las muelas,
anillos para los dedos,
arillos a las orejas.
Lo que ha menester mi autor,
auditorio en la comedia,
ayuntamiento, aparatos,
atención, aplauso, alteza,
auxilio y autoridad,
argentum et aurum etiam.

     RAMÍREZ.- No he visto yo ninguna de alabanza de letra en romance como ésta, sino en prosa o verso castellano.

     SOLANO.- Bien decís, porque también he oído yo otra a Rojas de la R, pero es en prosa, y cierto que es de las mejores que se han hecho de letras.

     RÍOS.- En siendo loa, habéis de perdonar, porque no os excusáis de decirla.

     ROJAS.- Ya sé a lo que me obliga el día que hacemos jornada, y así no replico; dice de esta manera:

     Según la diversidad de tantos y tan buenos entendimientos como hoy en España florecen, y por momentos nuestra amada madre la tierra produce, y el levantado estilo que al presente la composición poética tiene entre la muchedumbre de levantados pensamientos y conceptos humildes y entronizados versos que a mis manos han llegado, así en representación como fuera de ella, me ha parecido ser uno bueno y de mucho entretenimiento la alabanza de las letras, tanto para el ministerio a que es aplicado de la loa, como para grandeza de la misma letra. Deseoso de alcanzar con mi pobre entendimiento el caudal de mayor suma que los de rico alcanzan, la necesidad me hizo pobre de ciencia, y mis nobles deseos rico de conocimiento, según dice Homero en su Iliada: «A los filósofos, condeno lo que supieron y agradezco lo que desearon saber». Y así en la presente obra no se juzgue lo que nos falta, pero estímese lo que nos sobra, que es deseo de saber para serviros, y entendimiento para conoceros, porque como dice el sabio a los veinte y ocho capítulos de sus Proverbios: «Yo soy el más necio de todos los hombres, y no se halla en mí la sabiduría de los hombres, y entiendo lo que saben los santos». Mucho tenía que decir cerca de este particular, pero no quiero enfadaros; sólo diré que lo que un sabio con mucho acuerdo escribe, un simple, sin oírlo, lo menosprecia. Y ansí, Marco Aurelio dice no alcanzó el imperio por la filosofía que aprendió entre los sabios, sino por la paciencia que tuvo entre los necios. No ha de faltar quien murmure mi atrevimiento cerca de la alabanza de esta milagrosa letra R, que es a lo que salgo, habiendo oído la de la F, P y otras; pero el ser ésta de mi nombre me ha animado a engrandecerla, así en divino como humano. Y empiezo probando ser la mejor de todas, y digo:

     Que los hebreos llamaron a Cristo Rabí (Mat. 26).

     Los judíos, Rex Judoeorum (Mat. 15).

     El Apocalipsi, Rex regum et Dominus dominantium, y este letrero traía Nuestro Señor escrito en un muslo, según San Juan, Cap. 19 (Apo. 19).

     La bendita Magdalena, Raboni (Ioan, 20).

     Cristo redimió el mundo, reparó el pecado, rescató al hombre, y digo que no importara que Dios muriera, si no resucitara, según San Pablo: Si Christus non resurrexit, vana est fides nostra (I. Cor., C. 15).

     Erré y remedióme Dios.

     Uno de los grandes milagros que Nuestro Señor hizo, fueron los rostros diferentes de las criaturas.

     El sumo sacerdote en la ley antigua traía escrito en la frente en una lámina de oro: rationale juditii (Exod., c. 28).

     El mejor estado del mundo, la religión, según San Agustín (Epístola 137); escribiendo al pueblo de Lona, dice no haber hallado más buenos en el mundo de los que aprovecharon en la religión, ni peores de los que en ella habían faltado.

     Una de las mejores armas que trae el cristiano es el rosario.

     Rebeca fue una mujer famosa.

     Por quien Jacob sirvió catorce años de pastor fue por la hermosísima Raquel (Gén., c. 29).

     Ahogado de la pestilencia, el bienaventurado San Roque.

     Llamamos medicina de Dios a San Rafael.



     Lo que más hermosea los campos y los sustenta faltando el agua es el rocío, y en Rocío dio Nuestro Señor dos veces la señal a Gedeón de que vencería la batalla.

     Con lo que la Virgen sahumó las mantillas de su precioso hijo, fue con romero.

     Y dejando cosas tan levantadas y hablando de otras más humildes, vemos que en los campos hay rosales y éstos producen rosas; de rosas hacemos ramilletes, con éstos se adornan los retablos, las iglesias con ramas; éstos tienen raíces y ellas racioneros.

     La fruta que estimamos en más a su tiempo, el agraz y las uvas, éstas llamamos racimos.

     Con lo que se gobierna la gente es el reloj.

     En las costas de mar tocan rebato, responde la atalaya, repican las iglesias, los moros roban, y en robando se recogen y aquesto lo reparten, y lo más precioso, que tiene el mundo es la libertad y ésta se alcanza con el rescate.

     A las damas servimos con regocijos, regalos y requiebros; mas todo es viento si no hay reales; para sus cabellos son buenas rasuras, y lo que más estiman estas mis señoras es el resplandor para la cara, y lo que más temen los hombres es el remo para las manos.

     Lo que más se teme y más se desea es la respuesta.

     Quien gobierna nuestra España es el Rey, que Dios guarde.

     Las leyes con que nos gobierna, reglas; para esto hay en ella república, regidores, y en Sevilla regente.

     Lo que más ordinariamente nos vestimos, raso y raja; en ella caben recamados, randados y en ligas rapacejos.

     Lo que más usan los ricos y más necesidad tienen los pobres, es ropa en casa y no falte en la cama.

     El Cid se llamó Ruy Díaz de Vivar.

     Uno de los reyes más cristianos de España, Ramiro.

     Quien más hecho hizo con los moros fue Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera.

     La mejor ciudad del mundo, Roma, porque en ella tiene asiento la cabeza de la cristiandad. Sus fundadores, Rómulo y Remo. En ella hay reliquias de santos, remisión de pecados, remedio de almas, restitución de bienes, relevación de culpas, revelación a santos.

     El mejor puerto de mar del mundo y ciudad de Bretaña, la Rochela.

     La más antigua, Rosternan.

     La mejor de Francia, Ruan.

     El árbol donde cría el ave Fénix se llama rasín.

     Los ríos tienen riberas, sus corrientes llamamos raudales. Y el mejor que hoy se conoce en diversos reinos Y naciones es el Rhin, en Francia, y montes los Rifeos, y por fama los robledos de Corpes y Roncesvalles, y allí murió el más famoso francés que hubo, que fue Roldán.

     Todos los caballeros tienen recámaras y retretes, y éstos se adornan con reposteros.

     Lo primero que enseñan los maestros de esgrima es el reparo.

     El mundo es redondo.

     El mayor animal de él, el rinoceronte.

     El más astuto, la raposa.

     El más suave, el ruiseñor.

     Lo que más teme la tierra del cielo son rayos y relámpagos, y a la justicia, como ruines, los rufianes. Ellos riñen, hacen resistencias, echan retos, retráense en sagrado y paran en el rollo.

     El más bajo de los ladrones es el ratero.

     Con lo que Su Majestad sustenta la gente de guerra, es con sus rentas reales; sobre ellas hay requerimientos, respuestas, sentencias en revista, remates de bienes, registros de escribanos.

     En lo que bate la mar y se pierden bajeles, riscos y rocas.

     Al juego de los naipes, a la primera hay restos, a los cientos repiques, a la cartera reparos, y lo que acostumbran más a jugar bebedores, es al rentoy.

     La Fortuna tiene rueda.

     Los judíos, ritos.

     Los prados, reses.

     Los caminos, recuas y recueros.

     Los honrados, respeto.

     Los estudios y academias, rótulos, rectores y retóricos.

     Los sacristanes, por Todos Santos, roscas.

     Un entretenimiento sabroso es el rascar cuando hay sarna.

     Lo mejor de las ciudades, villas y lugares, rastro.

     Lo peor de los españoles, rabia con razón.

     Lo mejor de los poetas, romances, rimas y redondillas. El autor de esta compañía se llama Ríos, el que hace los galanes, Ramírez, el que hace los reyes, Rosales, y el que dice las loas, Rojas. Procediera en infinito en la alabanza de esta preciosa letra; pero sólo diré que con lo que a un hombre pagan después de muchos servicios, es con un requiescat in pace.

     SOLANO.- No sé cuál de las dos juzgue por mejor, porque entrambas son tan buenas que no hallo diferencia en ninguna.

     RAMÍREZ.- ¿Y son éstas nuevas en Valladolid?

     ROJAS.- Y todas las que hasta aquí habéis oído.

     RÍOS.- Mucho me holgara, si no lleváramos esta loa, que dijérades una en alabanza de Valladolid.

     ROJAS.- Es tan ordinario esto de empezar alabando los lugares, que tengo por mejor la que llevamos. Lo uno por ser novedad, y lo otro por huir de lo que dicen todos.

     SOLANO.- Harto había que decir en su alabanza, porque es la ciudad más noble y principal de toda Castilla. La cual, según he oído, se llamó en otro tiempo Pincia, y Ptolomeo la pone en la región de los pueblos Vaceos, de donde se colige, si así es, su mucha antigüedad.

     RÍOS.- ¿Pues cómo se vino a llamar Valladolid?

     SOLANO.- De un moro, que fue señor de ella, que se llamó Olith, y por estar fundada en un valle que antes había, se llamó Valladolid.

     RAMÍREZ.- Mañana pienso ver su plaza con el favor de Dios.

     RÍOS.- Ésa es la mejor que yo he visto en España.

     ROJAS.- ¿Pues qué tiene? Que yo, como no he estado en ella, no la he visto.

     RAMÍREZ.- Es tan grande, y está hecha con tanto nivel, que no discrepa una cosa de otra cosa ninguna.

     ROJAS.- No viniera mal para esa ciudad una loa que yo hice muchos días ha.

     RÍOS.- Decilda; podrá ser que la estudie y empiece con ella.

     ROJAS.- No sé si será a propósito; pero si os contentare, fácil será de enmendar.

                                                No en alcázares reales,
no en sus chapiteles altos,
no en los bronces y obeliscos
del transparente alabastro,
no en la gran arquitectura,
no en los relevados casos
de historias acontecidas
en bellos mármores parios;
no de Dédalo en las obras,
labradas a lo mosaico,
no en las pinturas de Apeles
ni de Arquímedes retratos,
no en los portales ebúrneos
del sacro templo de Jano,
no en el mauseolo sepulcro,
no en los palacios troyanos,
no en el diamantino Hemo,
no en el nevado Moncayo,
no en el Mongibelo ardiente,
no en el sublime Cáucaso,
no en las lóbregas cavernas,
no en los inhiestos peñascos,
con cuyas cumbres compite
el elemento salado;
no en las cristalinas fuentes,
no en los borbollones raudos,
no en los frondosos olivos,
no en los cerúleos lagos,
no en las corrientes de Ebro,
no en el amoroso Tajo,
no en donde el Gange y el Tibre
dan tributo al mar hinchado;
no donde Eolo gobierna
sus tremebundos vasallos,
con ser la región más fría
que tiene el cóncavo santo;
no donde el árabe habita,
no donde reposa el mauro,
no donde come el francés,
no donde ayuna el pagano;
no en las efigies supremas
que están en el zodíaco,
no en todas las cinco zonas,
no en el trópico de Cancro;
no en el lugar más sublime
de estrellas, signos y astros,
luceros mobles y quietos,
así fijos como erráticos,
puede haber gusto si el ausencia es llanto,
pena la gloria y muerte los regalos;
pero al fin vuela el tiempo
. y con sus mismas alas mis deseos
Alcázares, chapiteles,
obeliscos, alabastros,
arquitecturas, historias,
Dédalo, mármores parios,
Apeles, Jano, Arquímedes,
retratos, obras, mosaico,
Cáucaso y Mongibelo,
Hemo, Mausolo, Moncayo,
portales, palacios, templo,
cavernas, cumbres, peñascos,
elemento, olivos, fuentes,
Ebro, Gange, Tíber, Tajo,
árabe, mauro, Eolo,
franceses, región, pagano,
efigies, zonas, estrellas,
signos, luceros, zodíaco,
todo lo hubiera solo caminado
por veros, por serviros y agradaros,
porque a mi gran deseo,
sierras, montes y mares fueran viento.
No de aquel famoso Ajax
el suceso desgraciado;
el de Agenor y su Europa
ni el valiente Belisario;
de Curcio el insigne hecho
ni el de aquel famoso Claudio,
Leonides ni Marco Sceva,
Milciades ni Torcato;
no el heroico fundador
de aquel pueblo veneciano,
ni del gigante Briareo
las cien espadas y manos;
no la crueldad de Busiris
ni los cicones ismarios,
de Erine la gran discordia,
ni de Cigne el llanto amargo;
no de Jacinto Amieleo
el bellísimo retrato,
la desgracia de Orión,
de Ino el intento falso;
no de aquel valiente Minias
el pecho animoso y bravo,
de Onfale reina el rigor,
la transformación de Glauco;
no la dulzura celeste
de aquellos Orfeos gallardos,
Yopas y Demodoco,
grandes músicos entrambos;
no la hermosísima Andrómeda
ni Asteria, retrato amado
del ojo del cielo hermoso
que alumbra su luz a tantos;
no los caballos del sol,
de Canacé el pecho osado,
la cabeza de Quimera
ni los arúspices sabios;
no de Nubis la figura,
de Canícula el cuidado,
fábula de las palomas,
ni de Policena el llanto,
de Palinuro la suerte,
de Ramnusia los abrazos,
de Libitina las roscas,
del grande Jerjes el campo;
no de Saturno el asiento
ni de Cipris los regalos,
del gran Faetón la caída,
ni la muerte del Troyano,
pudieran impedir deseos honrados,
yendo a vuestro servicio dedicados.
Que Ajax, Agenor, Europa,
Belisario, Curcio, Claudio,
Leonides y Marco Sceva,
Milciades y Torcato,
Antenor y Briareo,
Busiris, Erine, Ismarios,
Cigne, Jacinto, Amicleo,
Minias, Ino, Orión, Glauco,
Onfale, Yopas, Demodoco,
Andrómeda, sol, retrato,
Canacé, Quimera, arúspices,
Nubis, Canícula, llanto,
Policena, Palinuro,
fábula, Ramnusia, abrazos,
Libitina, Jerjes, Cipris,
Saturno, Faetón, Troyano,
nos trajeran a todos en sus brazos
por llegar a gozar vuestros abrazos,
que a los hombres discretos,
cielo, fortuna y tiempo están sujetos.
No el contento de serviros,
no el gusto de contentaros,
no la alegría de veros,
que nada aquesta ha igualado;
no los caminos ni penas,
no los pasados trabajos,
no los cielos rigurosos
ni el tiempo cruel y airado;
no la vida que vivimos,
no la muerte que esperamos,
no el regalo que hoy tenemos,
ni nuestra gloria y descanso;
no el amor que todos traen,
no el deseo de agradaros,
ni fortuna que le impide,
haciendo mares los campos;
no las peñascosas sierras,
los montes de nieve canos,
contra quien el cielo inmenso
despide furiosos rayos;
no aquesta ciudad famosa,
no sus templos sacrosantos,
no su río y alameda,
sus fuentes, casas y prados;
no la prudencia, que encierra
el mundo y sus partes cuatro,
cifrada en sus bellas damas
de hermosura, ingenio y trato;
no los caballeros nobles,
oficiales hijosdalgo,
no el título que nos dais,
ni el favor de que hoy gozamos,
no el estado en que nos vemos,
la humildad que profesamos,
no la honra y no el provecho,
que aquí caben juntos ambos;
no vuestra gran discreción,
no su nobleza y aplauso,
que a nuestra gran voluntad,
sirve de escudo y amparo;
no la razón que tenéis
de oírnos y de ampararnos,
ni la ventura que de esto
seguimos si lo alcanzamos.
No el ser, señores, quien sois,
que aunque esto os obliga tanto,
no os obligue, que no es justo
ni el ser yo vuestro criado,
sino el amor inmenso y celo honrado,
que a vuestros pies, humilde, me ha arrojado;
que si humildad levanta,
hoy la mía en los cielos me trasplanta.
Contento, gusto, alegría,
caminos, penas, trabajos,
cielos, tiempo, vida, muerte,
regalo, gloria, descanso,
amor, deseo, fortuna,
campos, sierras, montes, rayos,
ciudad, templos, alameda,
río, fuentes, casas, prados,
prudencia, damas y mundo,
hermosura, ingenio, trato,
caballeros, oficiales,
título, favor, estado,
humildad, honra, provecho,
discreción, nobleza, aplauso,
voluntad, amparo, escudo,
razón, ventura y criado,
todo a vuestra grandeza lo consagro,
si hiciésedes conmigo este milagro,
pues no es de hidalgos tratos
a tan nobles deseos ser ingratos,
y si obliga el buen trato hasta los robles,
¿por qué no ha de obligar pechos tan nobles?

     SOLANO.- La loa y estilo me ha agradado mucho; pero ya llevamos ésta, y fuera de esto es poco el tiempo que hay para estudiarla, pues empezaremos dentro de tres días.

     RÍOS.- Lo que tendremos bueno en Valladolid es que gozaremos de muchos y muy buenos pescados, ansí frescos como salados, y vino por todo extremo bueno, aunque algo caro; pero lo que es pan, carne, caza, fruta y todo género de bastimentos, muy bueno y a precios muy moderados. Y también a las tardes, en acabando la comedia, podréis gozar algunos ratos de Pisuerga, que es un famoso río, aunque sin éste hay otro riachuelo que se llama Esgueva, que es el que tiene a su cargo la limpieza de toda esta ciudad. Y sin esto, veréis el prado que llaman de la Magdalena, el cual es de mucha recreación, y toda Valladolid la tiene, ansí de riberas, heredades, huertas, granjas, arboledas y casas de placer como de templos suntuosísimos, y entre ellos el que llaman de San Benito el Real, y otro de San Pablo, que son los mejores que habréis visto.

     RAMÍREZ.- Acuérdome que representando yo, agora ha dos años, al Rey el día del Corpus, cerca de ese monasterio de San Pablo que decís, dije aquella loa vuestra del Santísimo Sacramento, hecha por el mismo estilo que la que acabastes de decir agora, que pareció notablemente.

     ROJAS.- ¿No es una de unos bailes?

     RÍOS.- La misma, y si la supiera toda, la dijera, por. que la oyera Solano, que no la ha oído. Pero ya sabéis que es vuestra y vuestro el oficio el decirlas, y ansí lo podéis hacer, mientras llegamos a Valladolid.

     ROJAS.- No sé si me tengo de acordar; pero si no me acordare, diré lo que supiere:

                                                Hoy, que es día de alegría,
de fiestas y convidados,
y tan gran huésped tenemos,
¿cómo no nos alegramos?
Alégrese el sol hermoso,
den gloriosa luz sus rayos,
pues tienen de mirar hoy
aquel sol divino y claro.
Alégrense las estrellas,
y bájenle acompañando
luna, signos y planetas
a sus pies vengan postrados.
Hoy los ángeles se alegren,
también se alegren los santos,
querubines, serafines
le canten: Te Deum laudamus.
Alégrese el denso velo
del pabellón turquesado;
hoy las vírgenes se alegren,
santas, bienaventurados.
Alégrense los del cielo,
los confesores sagrados;
hoy los mártires se alegren
en premio de sus trabajos.
Alégrese nuestra vida,
pues hoy la eterna alcanzamos;
también la muerte se alegre,
pues goza del que ha triunfado.
Alégrense cielo y gloria,
pues se acaba nuestro llanto;
alégrense las ofensas,
las culpas y los pecados,
que a perdonar baja Dios,
y no sólo a perdonarlos,
pero a darnos a sí mismo,
sólo con que le digamos:
Domine mi, non sum dignus
que entres en mi cuerpo flaco,
mas por tu santa palabra
espero ser perdonado.
Sol, estrellas, luna, signos,
planetas, ángeles, santos,
querubines, serafines,
velo, bienaventurados,
santas, confesores, vírgines,
cielo, mártires sagrados,
vida, muerte, gloria, pena,
hombres, culpas y pecados,
todos se alegren con un bien tan alto,
panderos y sonajas repicando;
salgan pastores, toquen instrumentos,
y aquí bailando canten estos versos.
   
(Salen los músicos con panderos, sonajas y guitarras y cantan y bailan todos.)
   
Que no me los ame nadie
a los pecadores he,
que yo que morí por ellos
cuerpo y sangre les daré.
Alégrese el purgatorio,
digan las almas cantando:
in te Domine speravi,
aunque sea su plazo largo.
Alégrense los infiernos,
mas no pueden, que su llanto
es sin fin, y pues lo es,
nulla est redemptio, digamos.
Alégrense el aire y fuego,
alégrese el mar hinchado,
también la tierra se alegre,
de tanta gloria gozando.
Alégrese el gran Pontífice,
pues hoy viene a visitarlo,
aquel Dios, que es trino y uno,
Padre eterno y consagrado.
Hagan fiestas y alegrías,
alégrense sus perlados,
pues baja Dios a la tierra
a ser hoy su convidado.
Alégrense Rey y Reina,
que guarde el cielo mil años,
pues es Dios quien les convida
a sí mismo viene a darlos.
Hoy Valladolid se alegre,
pues goza del bien más alto,
que gozó ciudad ninguna
en presentes ni pasados.
Alégrense sus consejos,
su cabildo y comisarios,
pues esta fiesta celebran
con ánimos tan cristianos.
Hasta la Virgen se alegre,
pues su hijo soberano,
llena de racimos de ángeles
la trae a su diestro lado.
Y como a señora, reina
e intercesora, digamos:
Mater Dei, memento mei,
pues sois todo nuestro amparo.
Purgatorio, llanto, infierno,
tormento, padre, descanso,
aire, fuego, tierra, mar,
fin, Pontífice, perlados,
Reina, Rey, Valladolid,
consejos y comisarios,
Virgen, hijo, intercesora,
ángeles, reina y amparo,
todos se alegren y hoy nos alegremos,
con el divino huésped que tenemos.
 
(Y bailando contentos, vuelvan luego a tañer los instrumentos.)
 
Que en viernes murió el rey de tierra y cielo,
y en jueves se da al hombre en sangre y cuerpo.
Alégrese aquesta corte,
que hoy en ella está encerrado
de todo el cielo el poder,
de toda la tierra el mando.
Sus santos templos se alegren,
y su gloria publicando,
con himnos y dulces voces,
y al son de instrumentos varios,
digan: Benedictus Dominus,
Deus Israel, cantando,
pues el Señor de los cielos
hoy su pueblo ha visitado.
Casas y calles se alegren,
pues con sedas y brocados
se ven hoy, y hasta sus suelos,
con espadaña y mastranzos.
Alégrense los jardines,
alégrense huertas, campos,
pues hoy dan flores y rosas
a este santo relicario.
Alégrese el río Pisuerga,
detenga su raudo manso;
también las aves se alegren
nuestra gloria publicando.
Alégrese la alameda,
produzcan maná sus ramos,
todas las viejas se alegren,
pues que de este día han gozado.
Alégrense ricos, pobres,
alguaciles y escribanos,
y hasta las ninas se alegren,
pues hoy las compran zapatos.
Alégrense sacristanes,
pues llevan hoy en sus brazos
la cruz donde murió Aquél
que hoy viene a alegrar a tantos.
Los monacillos se alegren,
alégrense los notarios,
y nosotros, ¿por qué no?
recitantes, alegraos.
Corte, templos, pueblo, cielos,
casas, calles y brocados,
río, aves, alameda,
jardines, huertas y campos,
viejas, ricos, pobres, niñas,
alguaciles, escribanos,
sacristanes, monacillos,
recitantes y notarios,
salgan, canten y bailen un villano,
pues ninguna a esta gloria se ha igualado.
Y pidiendo perdón de nuestros yerros
acaben con cantar aquestos versos:
«Hoy al hombre se le dan
a Dios vivo en cuerpo y pan».

     ROJAS.- Y cantando y bailando aquestos versos, se entraban.

     SOLANO.- Buena es, por cierto, y la novedad muy peregrina.

     RAMÍREZ.- Con el buen trato no sentimos el camino, principalmente como paramos en las posadas poco, y eso es de día, por el gran calor que hace, y de noche con el entretenimiento no se duerme, camínase mucho y sin cansancio.

     RÍOS.- ¿Negoció ya Solano lo que tenía en Segovia?

     SOLANO.- No era más de dar allí una carta y cobrar respuesta, y ansí lo hice en poco más de una hora.

     ROJAS.- ¿Qué? ¿Luego no fue a más la venida que por ella?

     SOLANO.- Era para cierta dama, e importaba mucho que se diera en mano propia.

     RAMÍREZ.- Yo traigo otra para un colegial, y en llegando que llegue, es fuerza que vaya a darla.

     ROJAS.- ¿Pues hay colegios en Valladolid?

     RAMÍREZ.- Y Universidad de las más graves y honradas de España, con los mismos privilegios que tiene la de Salamanca, donde se leen muchas lecciones de Teología, Cánones, Leyes, Medicina, Artes, Hebreo y Griego, y de donde han salido grandísimos escritores y muy conocidos.

     ROJAS.- Despacio tengo de verlo todo.

     RAMÍREZ.- Pues hay que ver mucho.

     SOLANO.- Acuérdome que agora siete años, viniendo a Valladolid (en la compañía de Cisneros) en este mesmo arroyo que agora llegamos, se atolló un carro hasta el cubo, y no pudiendo sacarle, dijo un compañero nuestro: «¿Cómo ha de salir si no valen nada las mulas? A fe que, si fueran las de Frutos, que él saliera». Y respondió el carretero: «¿Cómo las mulas de Frutos? Juro a Dios no le sacaran ni aun las de Ventris tui».

     RÍOS.- Una mujer de mi compañía, no cabiendo un carro, de lo alto, por un mesón, dijo: «Quítenle las reatas y cabrá luego».

     RAMÍREZ.- Dicho fue como suyo.

     SOLANO.- Venid acá, Rojas (agora que me acuerdo): ¿por qué os llamaron el Caballero del Milagro

     ROJAS.- Es muy largo este cuento y estamos ya muy cerca de Valladolid, y por esta causa no os lo digo. Una loa que yo hice a ese propósito os diré mientras llegamos, que no es de pequeño gusto para quien sabe el suceso; pero lo demás se dirá cuando Dios fuere servido y tengamos más tiempo.

     SOLANO.- Pues ya que no sea lo uno, decidnos lo otro.

     ROJAS.- Lo que es la loa, mientras llegamos a Valladolid (pues ya estamos tan cerca), podéis oírla:

                                                Después que de mis desdichas
vi mi suerte mala o buena,
y de quien llaman Fortuna
tuve un pie sobre su rueda;
después que pasé a Bretaña
y sulqué el mar con galeras,
anduve en corso dos años
y vi la cara a la Inglesa,
trabajé un año en un fuerte,
marché otros cuatro por fuerza,
a ley de soldado viejo,
armado de todas piezas,
a pie, descalzo y desnudo
de vestidos y paciencia,
que ésta muchas veces falta
a los de más fortaleza;
después de muchos trabajos,
después de muchas miserias,
después de algunas bonanzas,
después de muchas tormentas,
después de algunas batallas
y después de algunas fuerzas
que tomaron y rindieron
todos juntos y yo a vueltas;
después de otras muchas cosas
que agora en silencio quedan,
que para más larga historia
este discurso se deja;
y después de estar cautivo
algún tiempo en la Rochela,
vine a dar, por mi ventura,
en las manos de una vieja.
Después que por agradarla,
por no sé qué que vi en ella,
la serví, la regalé,
hice versos, canté endechas,
dije mentiras al uno,
formé del otro querellas,
engañé con la verdad,
libréla de una tormenta,
vestíme al uso de Corte,
capa corta, calza entera,
y, confieso mi pecado,
que la prometí mi hacienda.
No diera en dársela mucho
cuando toda se la diera,
que bastaba ser mujer,
y si no díganlo ellas.
Al fin la buena señora
echó en burla mi promesa,
como no merecedora
de tan voluntaria oferta.
En aquestos tristes días
que seguí esta mala seta,
dejé el cielo por infierno,
la amada paz por la guerra,
la señora por la esclava,
la discreta por la necia,
la agua clara por la turbia
y la hermosa por la fea.
Burlándonos muchas veces,
que es muy burlona la hembra,
entre ellas me dijo un día:
«Las mujeres que son necias,
ya vuesa merced sabrá,
rey mío, por experiencia,
que se mueren por saber,
ansí yo soy una de ellas.
¿No me dirá, señor Rojas,
un enigma que quisiera
saber mucho por mi gusto
al cabo de una cuaresma?:
¿Por qué le llaman los hombres,
ansí en plazas como en ventas,
«Caballero del Milagro?»
Pues es milagro sin rentas,
diga qué son sus milagros,
que tengo un dolor de muelas
y no puedo sosegar
de un mal de madre y jaqueca».
Como yo vi la mujer
vuelta en burlona de necia,
no buena para burlar
y mala para discreta,
respondíle: «Reina mía,
vuesa merced esté atenta».
Y ella, dando grato oído,
la dije de esta manera:
    «Son mis milagros, señora,
milagros acá en la tierra,
que aboban a las mujeres
y a los bobos embelecan.
A las mujeres taimadas
las digo razones necias,
y no hablo en un mes palabra
fundado siempre en cautela.
Si me piden, oigo y callo,
y allá, entre burlas y veras,
digo que soy insensato
y hágome tonto con ellas.
Y cuando están en más fuga
de cumplimiento y ternezas,
suelo prometer el alma,
y tras del alma, el hacienda.
Cuento luego un cuentecito
y una cosita risueña,
y cuando están con más gusto,
me salgo la puerta afuera.
Si es hermosa, rica y tonta,
la digo que es muy discreta,
y que quise a una mujer
que era tan linda como ella.
Cuéntola al fin mil mentiras
envueltas entre mil quejas,
enójome y pido celos,
y si veo que le pesa,
como ella demuda el rostro,
voy yo mudando la lengua
y digo: «Ya sé, mi bien,
que eres honrada y honesta;
mas no te espantes de mí,
que si celos me atormentan,
no puedo más, que te adoro,
no te dé mi gloria pena».
Llévola con humildad,
porque a las mujeres necias
procuro hablar con crianza
y engañarlas con vergüenza.
Y si es más fea que el diablo,
la digo luego que es fea,
pero que tiene unos ojos
más lindos que las estrellas,
y que su olfato de boca
no le tienen todas hembras;
y poco a poco la alabo
hasta que la hago Lucrecia.
Y si es vieja endemoniada
y tiene más de setenta,
la digo yo que es mujer
de hasta veinte y seis o treinta;
y a ésta martirizo a celos,
y por no dormir con ella,
en cenando que he cenado,
armo luego una pendencia:
y sobre si fue o no fue,
si era ella o no lo era,
si miraba o no miró,
la doy con toda la mesa.
Todo esto es si yo no quiero;
pero si quiero, no hay tretas,
no hay cautelas que aprovechen,
pues milagros no aprovechan.
Soy con damas Alejandro,
con los sabios, trato veras,
con los arrogantes, grave,
con los humildes, oveja;
con los avaros soy Midas,
con los magnánimos, César,
con los galanes, Narciso,
con los soldados, la guerra,
con los oradores, Tulio,
con los poetas, poeta,
con los músicos, Jusquín,
con históricos, Illescas,
con los arriscados, Casio,
con los gramáticos, etiam,
templum, sermo quis vel qui,
ego, sensus, biblioteca.
Mas sobre todo, señora,
cautiva el alma en Ginebra,
vine a dar, por mi desdicha,
en las manos de una vieja».
    Atenta estuvo escuchando,
y revolviendo en su idea
quién esta vieja sería,
echó de ver que era ella.
Disimulando calló,
y pidióme una receta
para el mal de necedad,
que es incurable dolencia.
Tomé papel, tinta y pluma,
y ella, corrida y suspensa,
me rogó que le escribiese,
y dije de esta manera:
Stultus tacendo, judicabitur sapiens.
Que quiere decir, señoras,
para que todas me entiendan,
que la que es necia,
callando es tenida por discreta.
Con este récipe mío
se fue muy triste la hembra,
maldiciendo ella sus años,
yo culpando mi inocencia.
Al fin, para concluir,
con sus gracias y mi afrenta
ella es fea y nada hermosa,
ella es necia y no discreta.
Ella es sucia y nada limpia,
ella engaña y amartela,
y al fin es vieja, que basta,
más pobre que seis poetas.
Es Lucrecia en castidad,
y pasando de cincuenta,
me dijo al cabo de un año:
«Señor Rojas, soy doncella».
Y vive Dios que lo creo,
que habló la vieja de veras,
porque una mujer tan mala
no es milagro que sea buena.
A vuesas mercedes ruego
y suplico a todas ellas,
ansí Dios les dé salud
y muchas Pascuas como éstas,
que a nadie digan mi error,
que a mi ceguedad no atiendan,
que no descubran mis faltas,
que en los hombres hay flaquezas;
que callen como discretos,
que como amantes aprendan,
que las damas me disculpen
y me perdonen las viejas.
Que yo, como pecador,
queriendo hacer penitencia,
vine a dar, por mi desdicha,
en las manos de una vieja.

     RAMÍREZ.- ¿No sabéis lo que he notado? Que el viaje pasado (cuando entramos en Toledo) se acabó con un cuento de una vieja de Solano, y agora que llegamos a Valladolid, con otro vuestro.

     ROJAS.- Lo que es el mío, bien os podré jurar que escapó esta vieja tan virgen de mis manos como la mujer de Focio de las de Dionisio, y la del Rey Darío de las de Alejandro.

     SOLANO.- También puedo yo decir que salió la de Toledo de las mías como la dama de Cartago de las manos de Scipión, y Cleopatra de las de Augusto.

     RÍOS.- Ahora, señores, dejemos eso, que en esto del sexto y séptimo, pocos hombres hay cuerdos a caballo, porque son treinta y nueve ligítimas con que el diablo envida el resto. Y no digo más, porque entramos ya por la puerta del Campo.

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