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El voluntarismo biográfico

Beatriz Sarlo





«Lo mismo sucede con todos los grandes individuos históricos: sus propósitos particulares contienen la voluntad sustancial del Espíritu Universal». Sarmiento realiza en sus escritos la frase de Hegel: un gran individuo, seguro hasta la obstinación de sus proyectos a los que sólo se oponen los obstáculos de una realidad que es preciso modificar.

En hipótesis, por este mismo convencimiento, Sarmiento insiste en la biografía y la autobiografía como género. No sólo pertenecen a él los textos clásicos, Mi defensa y Recuerdos de provincia, sino que son biografías y retratos dos de las formas narrativas básicas en el Facundo, además de contaminar sus escritos políticos y de costumbres y las cartas de Viajes. Lo autobiográfico como materia le sirve para exponer ideas, propuestas, posiciones. El recuerdo favorito de Sarmiento es a su persona: él es un ejemplo y las vidas de otros se miden contra su vida. Los acontecimientos significativos se iluminan cuando Sarmiento, o el lector de Sarmiento, los coloca en la serie de las vidas, para empezar, de la suya propia, donde todos los detalles son significativos.

¿Quién es Sarmiento para hablar de este modo de sí mismo? Precisamente alguien que no está demasiado seguro de quién es. Basta echar una mirada al cuadro genealógico con el que se abre Recuerdos de provincia, para que las sospechas emerjan: allí hay de todo, notables y gente de pueblo, pobres y ricos, letrados y analfabetos, parientes próximos, lejanos, allegados, familiares políticos y de sangre, ausencias y presencias aparentemente inexplicables. Su árbol genealógico refleja la inseguridad con la que Sarmiento vivía su origen familiar más próximo. De este árbol, Sarmiento había prescindido en Mi defensa, donde sólo se anunciaba como un hijo de sus obras.

Sarmiento no siente el pudor del Yo. En realidad, piensa que la presentación de su vida tiene un carácter demostrativo tan fuerte, por lo menos, como otras vidas que él considera memorables. Cuando el deán Funes tuvo «para vivir, necesidad de vender uno a uno, los libros de su biblioteca»1, el lector no puede menos que colocar este pequeño drama emblemático dentro del paradigma que Sarmiento ha ido armando: construcción y destrucción de la biblioteca, quizás uno de los niveles más ricos de sus textos, que vuelven una y otra vez a la misma historia sobre cómo se consiguen los libros cuando la sociedad no es un espacio favorable a su circulación por muchos motivos. Se trata de una sociedad resistente, por barbarie, a la escritura; una sociedad lejana de los grandes centros intelectuales; una sociedad que habla español, idioma, para Sarmiento, anticultural. El reconocimiento social del hombre de letras es, por una parte, condición para que la sociedad ofrezca el lugar debido a Sarmiento. Además, como Montesquieu, Sarmiento creía que «Europa domina sobre las otras partes del mundo y vive en la prosperidad mientras el resto gime en la esclavitud y la miseria, porque Europa es más esclarecida, en la proporción en que, en otras partes del mundo, las letras están sumidas en una noche infranqueable. Si miramos Europa, descubriremos que los estados donde se cultivan las letras tienen, proporcionalmente, más poder». La dirección deseada por Sarmiento es inversa a la de un país donde el deán Funes se vio obligado a vender su biblioteca.

Sarmiento está convencido de que hay una verdad y una fuerza en lo simbólico. Por eso, ejerce una mirada semiológica. Los detalles, lo superficial, lo aparentemente sin importancia, nunca son casuales para quien sabe leer. Facundo se escribe a partir de este tipo de lectura de lo social: se propone «ilustrar por sus símbolos el carácter de la guerra civil». La semiología de los colores, de los espacios, de los vestidos, del baile y la conversación, de la circulación de mujeres y las costumbres matrimoniales, de la educación formal e informal, de los idiomas extranjeros. En verdad, podrían leerse Facundo, Viajes, La campaña en el Ejército grande, como tratados sobre las costumbres donde todo es significativo, donde la jerarquía social de las prácticas es reorganizada porque, en lo simbólico, se expresa la verdad de una sociedad, se encierra su historia y se define su futuro.

La biografía se convierte en espacio privilegiado de condensación simbólica, si se conoce el arte de elegir no sólo momentos sino niveles narrativos que se organicen en la construcción de un sentido. En Mi defensa, Sarmiento se presenta con el perfil del héroe cultural: un extranjero en Chile, de origen oscuro, que trae la civilización y la cultura sintetizadas en su aptitud para «leer bien»; como todo héroe cultural es víctima de conjuraciones, odiado por quienes no lo conocen, respetado por quienes se le acercan. Y fundamentalmente es un self-made man, un autodidacta que ofrece su modelo en espejo para la nación: aprender de los libros aquello que no puede aprenderse de las tradiciones, porque han sido rotas, o de la realidad, porque ella es profundamente anticultural. Si el autodidacta pudo, su modelo, como expresión del Espíritu Universal, es posible para su patria. Inevitablemente Sarmiento postula una continuidad entre su suerte y la de la Argentina. Construyendo un colectivo que lo incluye como individuo representativo, aunque excepcional, se incorpora al futuro del país como elemento insoslayable. Nunca en la cultura argentina, un escritor, un ideólogo, un político se sintió tan atravesado y tan dependiente del destino colectivo. Que de este destino Sarmiento excluyera lo que él consideraba la barbarie, significa que, por desdicha, no hubo posibilidad histórica de imaginar un todo sin exclusiones. En esa construcción imaginaria de la república futura, Sarmiento se coloca como representante de tres tiempos: del pasado, por su genealogía, del presente por su poder de intervención, del futuro por su capacidad de convertir los discursos en prácticas: así como ha sabido leer un país, podrá alterar su simbología y liquidar consecuentemente esa oscura base de resistencia, fundada en el pasado pero que todavía decide, bajo la forma de Rosas y la montonera, las relaciones presentes. Su biografía le parece ejemplar porque demuestra que es posible torcerles el brazo a las determinaciones. Tal ejercicio de voluntarismo define sus escritos, por lo menos hasta Caseros.





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