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30. La cuestión arancelaria



     La importantísima cuestión sobre aranceles está aún pendiente. Las discusiones prolongadas en ambas Cámaras hasta el fastidio, sólo han dado por resultado hasta hoy, último día de febrero, en que entran en formas nuestras columnas, el nombramiento de una Comisión de Conferencias para atender a este asunto que mantiene en suspenso todo el movimiento industrial y comercial del país. Inútil sería que comunicáramos a nuestros lectores el mismo cansancio que hoy experimenta el pueblo americano, tratando de seguir paso a paso los acalorados debates, las sordas maquinaciones, las tergiversaciones y trabajos de zapa, en la lucha incesante en que están empeñados los dos principios económicos rivales: el proteccionismo y el librecambio; lucha que hace aún más agria el elemento político, que sin presentarse francamente en la arena del debate, dirige desde la sombra las opiniones. Bastará, pues, manifestar que el Congreso cierra sus sesiones el cuatro del entrante marzo y que las horas de que puede disponer para resolver cuestión tan importante, están contadas.

     Parece que los intereses del hierro de la Pennsylvania y los de la lana de Ohio son las causas principales de los trastornos y dilaciones hasta hoy ocurridos; pero puede asegurarse que el elemento proteccionista en general ha dominado, domina y dominará la situación. Los partidarios de este sistema pretenden con soñada supremacía,-que si no fuera perjudicial a la par que ridícula, podría ser soportable,-representar la voluntad, en mayoría inmensa, de los cincuenta millones de habitantes que componen el pueblo americano. Este sacrificio, sin embargo. de las grandes masas populares al egoísmo de contadas clases privilegiadas, no es la voluntad de la nación; de lo que suceda no tendrá el pueblo nada que reprocharse. Además de estar proclamado el sentimiento general por casi todos los órganos de la opinión pública, citaremos la reunión que tuvo lugar hace poco en Cooper Institute, para protestar enérgicamente contra el espíritu ultraproteccionista que se cierne hoy, como el genio de la devastación, sobre las Cámaras americanas.

     Varios y expresivos fueron los discursos pronunciados en esta reunión popular, compuesta de gran número de industriales, comerciantes y personas pertenecientes a todos los ramos del tráfico y a todas las clases sociales. Allí se pidieron en coro materias primas baratas para poder luchar contra las manufacturas extranjeras; mejora en que está interesado el obrero como el que lo emplea; allí se hizo ver que no se ignora que el carecer hoy de estas ventajas se debe a que las industrias más antiguas que las de fundación reciente, obtienen con su influencia y su fortuna, derechos protectores exorbitantes sobre los artículos que justamente necesitan como materias primas para sus trabajos las industrias americanas. Allí se hizo oír la voz de la verdad, desnuda de adornos retóricos, concisa, franca y leal, para manifestar que el pueblo sabe que se le obliga a pagar $50 por un vestido que podría venderse por $25 ó $30 si no existiera un derecho ruinoso sobre el paño.

     Por último, se adoptaron resoluciones, tales como la de no pretender nada que fuera opresivo para una clase cualquiera; pedir una escala de derechos que hiciera justicia a todos los intereses; oponerse a la prohibición en un sentido cualquiera; protestar contra toda legislación que tienda a impedir que las materias primas empleadas en las fábricas americanas, puedan adquirirse ventajosamente, único medio de poder competir con Europa en el comercio del mundo.

     Más podríamos decir, para demostrar palpablemente la verdadera opinión del pueblo americano, y los pocos prosélitos con que ya, por fortuna, cuenta el proteccionismo; pero debemos utilizar el espacio de que podemos disponer para bosquejar, aunque a grandes rasgos, la situación a que hoy puede quedar reducido el industrioso pueblo americano, gracias a este ruinoso sistema.

     Dijimos que queda a las Cámaras americanas, o mejor dicho a la Comisión de Conferencia nombrada, horas contadas para resolver; y de esta premura de tiempo, resultado de la pérdida de largos días lastimosamente empleados en estériles debates, pueden resultar dos cosas a cual más perjudiciales para la industria y para el comercio de los Estados Unidos, y por consecuencia de todas partes, por ese encadenamiento de intereses que cada vez es más general entre este inmenso mercado y los del resto del mundo. O bien deja la Comisión de Conferencia nombrada las cosas tal como hoy están hasta la próxima reunión del Congreso, a fines del año; o bien resuelve, tratando de equilibrar las opiniones del Senado y de la Cámara, y por tanto, desatendiendo a los intereses del país en general. En uno u otro caso, sería necesario someterse a una situación que en poco tiempo vendría a ser insostenible.

     Si nada se resuelve, continuará la enorme presión que hoy paraliza todos los elementos de producción, hasta la reunión del nuevo Congreso, y el movimiento del año actual, que aún podría ser de prosperidad para todos, quedaría estacionario.

     Además, no será posible prolongar con buenos resultados, la incertidumbre en que están todos. La paralización de ramos de importancia de la industria, la desanimación y desconfianza que reina en los círculos comerciales; las quiebras consiguientes a este estado de cosas, indican claramente que la ansiedad general no podría tolerarse mucho tiempo. Lo que pase exige pronto y eficaz remedio; esta situación de espera, no podría prolongarse un año más. Lo que hoy puede pasar como un simple resultado del descontento general, podría mañana tomar un carácter más crítico y amenazador, y producir una de esas crisis económicas de las más serias proporciones.

     En muchas partes del país, varias manufacturas han reducido sus trabajos, y a éstas seguirán otras. Estimulados los fabricantes por un arancel ciegamente proteccionista, han multiplicado enormemente la producción, y en la actualidad el consumo del país no será bastante, a menos que una confianza general vuelva a equilibrar todos los intereses. Con el aumento de exportación sólo podría contarse a condición de que el fabricante disminuyera sus precios; de otro modo, los mercados extranjeros no abrirán con más franqueza sus puertos a las producciones que en el país rebosan.

     No querríamos recargar de sombras el cuadro que presentamos, pero la situación es tal como la indicamos. Para formar idea de los resultados que da la incertidumbre por que atraviesan todos, baste saber que las transacciones comerciales hechas en una de las pasadas semanas en Nueva York, han tenido una disminución de más $500.000,000 comparadas con las de igual semana en febrero de 1882.

     Si, por el contrario, se adopta un nuevo arancel, resolviendo precipitadamente, sin tener en cuenta lo que exige la opinión pública y sólo atendiendo a los intereses privados de clases privilegiadas, que son las que hoy dominan la mayoría del Congreso, el descontento será tal, y tan tirante la situación, que al fin será necesario anular lo acordado para emprender nuevos trabajos al fin del año, o convocar el Congreso a sesión extraordinaria. En uno y otro caso, sin embargo, la situación será la misma, y el estado de incertidumbre quedará prolongado.

     Mucho nos alegraría equivocarnos, pero de no resolverse la cuestión de aranceles satisfactoriamente, lo que dudamos, por las razones que llevamos expuestas, el comercio y la industria norteamericanos recibirán un rudo golpe, del que sólo podrán reponerse en el transcurso de muchos años.



La América, Nueva York, marzo de 1883

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