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4. Carta de Nueva York

Hechos, juicios, tributos y noticias varias a propósito de Garfield.-Comparaciones, recuerdos, singularidades, accidentes memorables



Nueva York, 1 de octubre de 1881

Señor Director de La Opinión Nacional:

     Es en vano buscar hoy en los periódicos extranjeros cosa que no se refiera a la vida, muerte y funerales del Presidente de los Estados Unidos. Los de Inglaterra están tan llenos de detalles como los de Nueva York, Washington y Cleveland. Se ha recogido toda frase, todo pequeño suceso, toda memoria olvidada que hiciera directa o indirecta relación a cualquiera de las agitadas épocas de la trabajosa y admirable vida del gran muerto. París, durante una semana no ha leído más que detalles de aquella existencia sana y ejemplar. Es uno de los triunfos de esta época, el modo de vivir y el modo de morir de este humilde hombre. Nosotros recogeremos, como quien tala en mies rica, todo lo que en estos periódicos, a medida que leamos, vayamos hallando de curioso o de notable. Y lo agruparemos en la misma confusión pintoresca con que viene a nuestras manos. Helo aquí:

     De Garfield-dice el Herald del día posterior al de sus funerales-puede decirse lo que dijo Hume del sajón Alfred:-«Él supo unir el más osado espíritu a la más fría moderación; la más obstinada perseverancia a la más fácil flexibilidad; la más severa justicia a la más grande lenidad; el mayor rigor en el mundo con la mayor afabilidad en el trato común; la más alta capacidad para la ciencia con los más brillantes talentos para la acción. Por igual eran admirables sus virtudes civiles y militares, pero aquéllas, por ser más raras entre príncipes, y mas útiles, merecen mayor aplauso. La naturaleza, como deseosa de presentar cumplidamente tan buena obra suya, le había dotado de encantos corporales-vigor de músculos, dignidad de aspecto y forma; y aquel continente franco, amable y seductor». Y no es sólo el Herald: íntimos amigos suyos, y un periódico inglés lo comparan también a Alfredo el Grande.

     Entre los poetas modernos ingleses, Tennyson, el bardo laureado, el feliz renovador de la vieja y gráfica lengua inglesa, el autor de afamadas elegías y de delicados y profundos retratos de mujer,-era el poeta favorito de Garfield, que recitaba sus versos de memoria, y citó unas estrofas de él en su elegantísima oración fúnebre de Lincoln.

     «Cuando pronunció su discurso de entrada en la Presidencia,-dice uno de sus compañeros en el Congreso,-me pareció que con el esfuerzo nervioso de los últimos meses, su rostro estaba en cierto modo transfigurado, no por una luz radiosa, sino por una mirada visionaria y soñadora, propia de uno que se hallase en ocasión mayor que en la de una mera instalación en un puesto político:-¡tal vez era la instalación en aquel reino más vasto en que ha desaparecido!»

     Cuando estaba triste, rara vez abría sus labios, y parecía, como si se hubiese vuelto más femenil y dócil.

     Su influencia, que era vasta en todos y singular en los hombres jóvenes, venía de su fácil y osado dominio de todas las formas, del conocimiento humano, su espléndido modo de aplicar y hablar lo que sabía; y su ardiente y afectuosa naturaleza, que le llevaba a echar familiarmente sus brazos sobre la espalda de los niños y las niñas, y a veces de hombres crecidos, y de llamar a los pequeñuelos por sus primeros nombres, como si fuese a la escuela con ellos. Se le veía gozar, con cierto ingenuo gozo infantil, cuando adquiría algún nuevo conocimiento.

     «He hallado-decía Garfield-un notable tesoro en mi mujer. En su extraordinaria prudencia y su valor no igualado,-ha hecho a mi lado una maravillosa mujer para hombre público. Ella fue mi discípula de latín, y ahora enseña latín a sus hijos. Nunca me ha dejado sentir las pesadumbres de la casa,-y a ella debo haber podido adelantar con energía en mi anhelosa carrera de hombre de Congreso, y en todas las difíciles empresas que he intentado en mi vida. Nada la ofusca ni la asusta: entonces es cuando está más serena. Cuando la veo especialmente tranquila, y cumpliendo con sus oficios de casa como si gozase particularmente con ello, es cuando algún infortunio me amenaza, o alguna injusticia ha caído sobre mí.»

     Garfield escribió en noviembre del año pasado, después de su elección:-«Hay un tono de tristeza a través de este triunfo que apenas puedo explicar».

     Uno de los hijos pequeños del Presidente, dijo hace pocos días:- «La gloria no paga».

     Cuando los médicos se acercaron a su cama, con prisa y espanto, poco después de haber recibido el balazo, Garfield les dijo:-¡Todo va bien: todo va bien!» Y volviéndose luego a Rockwell, el fidelísimo amigo, este modelo de militares respetadores de la ley civil, le dijo con una mirada poderosa y penetrante:-«Rockwell, sé perfectamente lo que me pasa».

     Sólo una vez, durante toda su enfermedad, salió una frase amarga de sus labios. Le preguntó su esposa:-«¿Qué es lo que te duele, Jaime?» Y él detuvo un momento su mirada en la de ella, y dijo:-«¡Vivir es lo único que duele!»

     Cuando llegaron a Long Branch, le dijo Rockwell:-«Has hecho tan bien este viaje que bien pudieras emprender otro mayor».-«¡Sí, dijo Garfield, bien puede terminar en el largo, el largo viaje a casa!»

     «Es una noble cosa morir con la armadura encima, y estando en el trabajo a que la vocación nos ha llamado», dice un periódico de Nueva York.

     Qué no dice en favor del carácter brioso y tenaz de Garfield, esta exclamación de su esposa, cuando le preguntaron si tenía fe en la curación de su marido:-«¡Jaime quiere curarse!-¡Jaime ha conseguido siempre lo que ha querido conseguir!»

     Durante la estancia del enfermo en Long Branch, una niña de 10 años, desconocida de la familia del Presidente, entró en la casa, logró con su insistencia ver a la señora de Garfield, y le dijo:-«Quiero rezar por Mr. Garfield: Dios siempre responde a mis oraciones: quiero rezar por él.»-Otro niño,-en la noche en que se colocaba el tramo de vía férrea provisional que llevó al enfermo desde la estación hasta la casa en que murió, en su-afán de «hacer algo por el Presidente», cargó con una pesada espiga de las que sirvieron para el tramo.-Y otro niño preguntaba a su madre en Broadway al ver la inmensa calle colgada de negro:-«¡Mamá! ¿se ha muerto todo el- mundo?»

     «El que empieza la vida sin fortuna, sin educación, sin el auxilio de amigos influyentes, y hace su camino victoriosamente 'contra esos carceleros gemelos del bravo corazón-el bajo nacimiento y la fortuna de hierro', prueba su propio sobresaliente mérito, y prueba también cuán sólida es la tierra americana que asienta que de las masas del pueblo se levantarán siempre hombres tan competentes para guiar al Estado, como los gobernantes que surgen del mecanismo monárquico en los países aristocráticos.»

     Cuando estudiaba en Chester, pagaba a un carpintero $1.06 a la semana por posada y lavado de ropa, cuya suma ganaba ayudando a su hotelero en trabajos sueltos. Entre otros, éste: el carpintero estaba fabricando una casa de dos pisos cerca del Seminario, y el primer trabajo de Garfield fue cepillar las tablas a dos centavos cada una: así ganó el primer sábado $1.02.-En ese mismo tiempo empezó el estudio del griego.

     En un discurso notable, en defensa de unos acusados, decía Garfield, al terminar:-«¡Oh, jueces, en vuestro poder está erigir en esta ciudadela de las libertades, un monumento más duradero que el bronce; invisible en verdad a los ojos de la carne, pero visible a los del espíritu, como la imponente figura de la Justicia, alzándose sobre las tormentas de la batalla política, sobre las sombras del combate, sobre el choque de terremoto de la rebelión; visto desde lejos y saludado como protector por los oprimidos de todas las naciones; dispensando iguales beneficios, y amparando con el ancho escudo de la ley, a los más débiles, los más humildes, los más miserables, y-hasta que la ley los declare solemnemente indignos de protección-los más culpables de los ciudadanos!»

     Era sumamente benévolo, y blando a la mayor súplica: debió casi todos sus embarazos a su repugnancia a decir: no.-Tenía fuerte el cerebro, y estaba lleno de vida física. Era como de seis pies de alto, con levantado pecho, y ancha espalda, y con una libre y fácil apostura que eran fieles reveladores de su abierta y jovial naturaleza.

     Un hombre robusto, amoroso, franco, modesto, de hermosos ojos, de amplio rostro, confiado siempre, siempre alerta, ha estado constantemente a la cabecera de Garfield:-su amigo Rockwell, un simple oficial al servicio del Jefe del Estado Mayor. Fueron amigos toda la vida: en el colegio primero y en todas partes luego. Cuando el Presidente cayó herido su primera pregunta fue: «¿Dónde está Rockwell?»-En todos esos días de ansia y de prueba, en la puerta de la habitación, al pie del lecho, o con la mano del herido entre las suyas, allí estaba Rockwell: se entendían sin hablarse o con medias palabras. Nada agradaba tanto a Garfield como recordar en largas pláticas sus horas de colegio y sus dificultades de hombre joven: en su enfermedad, gozaba aún más con esto. Hablaban un día Rockwell y él, a quien estaba prohibido hablar mucho, de unas reuniones de colegiales, señaladas por la buena voluntad, hábitos virtuosos y fe en lo porvenir de los reunidos:-«¿Ternura?» preguntó Garfield, con sus claros, límpidos ojos en los de su amigo.-«¡Sin medida!» contestó Rockwell: y sonrió dulcemente el enfermo.

     ¿Cuál es el verdadero apogeo de una vida humana, su punto de cenit y madurez?-se pregunta un escritor a propósito de Garfield: es la vida de un patriota, es segura mente el punto de su mayor utilidad a la nación».

     El día 16 de abril de 1865, los periódicos de la mañana publicaron la noticia de la muerte de Lincoln. La ciudad fue un motín. Nueva York, como ebria de ira, se desbordaba y rugía. Parecía que el alba había surgido, en vez de sonreír envuelta en sus gasas rosadas, vestida de negros crespones. La multitud llenaba las calles del comercio, Wall Street. Del sombrío y poderoso edificio de la aduana, de entre las gruesas columnas, de entre los obscuros y grandes pedestales, salió un hombre. Su palabra, como río encendido, o serpiente de fuego, enardecía a los oyentes: los inundaba de pasión, se deslizaba como para abrazarlos y dominarlos a todos, por entre ellos. En su cara resplandecía una ira grandiosa: Lincoln era el mártir del día: aquel hombre fue el héroe: aquel hombre era Garfield.

     Ninguno entre los que lo han llorado, fue tan elocuente como él fue llorando a Lincoln.

     En una ventana de la compañía de Seguros de Lorillard, se leían en grandes letras estas frases de Antonio en él «Julio César» de Shakespeare: «Los elementos se mezclaron en él de tal manera, que la naturaleza pudo detenerse, y decir al mundo todo:-¡Este fue un hombre!»

     Cuatro han sido los vicepresidentes que han venido a la Presidencia por muerte de los Presidentes electos: John Tyler sucedió al activo y cortés Harrison; a Zacarías Taylor, el caudillo de la guerra contra México, sustituyóle Fillmore; al admirado Lincoln sucedió Andrew Jackson, acusado y desdeñado luego;-a Garfield sucede Arthur.

     En Garfield la impresión de los sucesos notables de su vida se producía en una especie de piadosa superstición. Creía en presentimientos y fechas, y gustaba en conversación de familia, o amigos de deducir consecuencias de este género de acontecimientos en que estaba él mezclado. Creía en el mundo invisible, pero luchaba a la vez con toda bravura, energía y claridad de mente en el mundo visible. Su romanticismo no se producía en desaliento ni en quejas. Reprimía el elemento poético de su naturaleza y fortalecía el elemento práctico. Su muerte fue la fortificación de sus vagas creencias en la virtud de ciertas fechas, murió en el aniversario de una batalla que él tenía como el hecho culminante de su vida:-la batalla de Chi Kamanga, en que vencida ya el ala derecha del ejército federal, y a punto de ser la batalla total y desastrosamente perdida,-Garfield atravesó, con gran serenidad y riesgo, la distancia hasta el extremo del ejército comprometido, y lo salvó con sus órdenes.-Su presencia, seguridad y bravura en aquel día se recuerdan en la historia de la guerra como hechos poéticos. El general Rosecranz decía en su informe oficial: «Estoy especialmente agradecido al Brigadier Garfield, por la clara y rápida manera con que descubría los puntos de acción y movimiento, y expresaba en excelentes órdenes las ideas del general director. Los soldados observaron su presencia con mucha satisfacción, y tenían visible placer en que él fuese testigo de su espléndido modo de combatir». Por esta batalla fue hecho Mayor General.

     El Evening Standard de Londres, dice de la muerte de Garfield:-«Desde la muerte del Príncipe consorte, y la terrible enfermedad del Príncipe de Gales, el corazón de la nación inglesa nunca se ha conmovido tanto como hoy».

     El Post de Londres dice: «El Presidente Garfield intentaba la destrucción de un sistema que hace el patronato dependiente de consideraciones de partido, y que evidentemente crea una de las más graves dificultades a la obra-generosa y amplia de la Constitución de los Estados Unidos».

     El Tagblatt, alemán, dice: «El nombre de Garfield brillará en la historia al lado de los de Washington y Lincoln».

     Uno de los más elocuentes y sentidos tributos a Garfield, fue el vehemente y hermoso discurso con que Torres Cacatúa, que preside el Congreso Internacional Literario en Viena, anunció la noticia dolorosa, y suspendió en honor del difunto los trabajos del Congreso. «No es nuestra obra política, dijo, pero la muerte de caballero, de orador, de apóstol, de soldado semejante, imponen a todo honrado corazón humano esta muestra de tierna simpatía.»

     La muerte del Presidente de los Estados Unidos sorprendió las fiestas de la corte de Alemania, en que se celebraban las bodas del príncipe de Suecia y la hija del gran duque de Badén. Nobles y llenas de enseñanza son estas frases de un periódico:

     «¿De nada vale, acaso, que por cerca de tres meses haya estado la Nación faz a faz de ese sagrado ejemplo de noble sufrimiento? Cuando un hombre mira en el corazón de su vecino, y ve el oculto y no sospechado bien que yace allí,-es mejor por un nuevo conocimiento y por una nueva y más profunda veneración. Aquí han sido revelados a un gran pueblo el valor espléndido, la paciencia, la gallardía de una noble alma. ¿No somos mejores por esto que hemos visto? Nos hemos sentado junto al lecho de este pobre héroe, que ha sufrido, sin afectación y sin temor, los tormentos de la duda, del temor y del martirio físico. Tan hermosa era la naturaleza que vimos en su mortal agonía que no es maravilla que rehusemos pensar en el hombre en relación con los negocios ordinarios de la vida. Entre los hombres de todos los lugares y de todos los partidos, se creó un cariño casi infantil por el enfermo, que en su adoración del santo canonizado por el sufrimiento se negaba a tomar acta de los errores posibles, grandezas o desfallecimientos del hombre de Estado.»-Cuando Garfield, luego de su herida, cobró conocimiento, su primera pregunta fue por su mujer.-«¿Y Cree?-que así llamaba él a su esposa, Lucrecia, que convalecía en Ling Branca:-¿cómo ha recibido la noticia?»-«Como la mujer de un buen soldado.» «¡Querida mujercita! ¡Antes hubiera querido morir, que causarte con esto algún pesar!» Otro día, uno de los negros días de su enfermedad, empeñado en que su esposa saliera, le decía:-«Ve, ve a tomar un paseo, antes que el sol caliente mucho: si yo pudiera, te acompañaría, ¡pero tengo tantos negocios a que atender!» ¡Y en aquel momento, agonizaba! Cuando pudo tener una pluma, escribió con ella una carta a su madre. Cuando le hablaron los médicos del riesgo que en la operación iba a correr, dijo: «He afrontado la muerte antes de ahora, y no he tenido miedo: puedo volverla a afrontar: aún tengo fuerzas bastantes para vencerla.» «Puede venir la muerte cuando quiera: yo estoy listo.»

     Un americano pregunta al Sun de Nueva York:-«Al señor editor del Sun.-Señor.-Este es un gran país, y sin embargo, es un hecho que dentro de los últimos 16 años dos Presidentes han muerto asesinados; otro Presidente fue procesado, y a poco se le echa indignamente de su puesto; y otro Presidente ocupó su puesto por abominable fraude. ¿No es éste un interesante estado de cosas? ¿Qué viene ahora?»

M. DE Z.

La Opinión Nacional. Caracas, 19 de octubre de 1881

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