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1

Las consideraciones que vertebran este primer parágrafo proceden de mi estudio «Caro soggiorno. Pedro Napoli Signorelli en la España del XVIII», publicado en Dieciocho en 2003, por lo que las mismas constituyen, en apretada síntesis, una libre reelaboración del citado trabajo.

 

2

Cian, 1896, p. 174.

 

3

Merecen recordarse sobre todo los estudios de Mariutti de Sánchez de Rivero, 1960 y Caldera, 1980, centrados respectivamente en el vínculo literario que el napolitano estrechó con Leandro Moratín y en las traducciones de las piezas moratinianas llevadas a cabo por el crítico italiano, como así también las páginas a él dedicadas por E. Soriano Pérez-Villamil en su monografía (1980, pp. 109-25), aunque por lo que respecta a la crítica a Calderón su comentario resulta bastante escueto. A pesar del tiempo transcurrido, siguen siendo aún válidas las consideraciones que Cian trazó a finales del XIX (1896, pp. 166-208), mientras de gran utilidad resulta todavía la exhaustiva monografía de Mininni, de modo especial por la vastedad de datos y documentos valiosos que allí se recogen, procedentes en su mayoría de la Accademia Pontaniana de Nápoles (hoy lamentablemente en su mayoría extraviados). Por último, merece recordarse la espléndida edición italiana de la comedia moratiniana Il vecchio e la giovane, editada por Tejerina (1996), en la que, además de incluir la traducción llevada a cabo por el autor napolitano, con pertinentes anotaciones, es posible consultar una provechosa introducción (pp. 7-77).

 

4

Bigi, 1960, p. 590.

 

5

Como hemos apuntado en otra ocasión, Leandro Moratín representó sin duda «un punto de referencia insustituible en el mundo de contactos y de amistades personales que el napolitano había logrado establecer a lo largo de su vida; una amistad de ningún modo secundaria o accidental que el mismo literato italiano en reiteradas ocasiones se encargó de reivindicar y exaltar públicamente», Quinziano 2002b, pp. 230-31. Sobre la relación que el italiano entabló con los dos Moratines, ver Mariutti Sánchez de Rivero, 1960, pp. 763-808 y mis dos recientes estudios: Quinziano, 2002a, pp. 177-201 y 2002b, pp. 199-231.

 

6

Sobre la afamada tertulia madrileña pueden consultarse Mininni, 1914, pp. 30-32, Caso González, 1992, pp. 176-84, y Gies, 1979, pp. 30-38, quien se detiene en el rol decisivo que en ella desempeñó su mentor, Nicolás Moratín.

 

7

Para una visión más amplia de las ideas teatrales del autor italiano remito a mi estudio (2002a, pp. 177-200), mientras que para una aproximación a la estética y a la preceptiva neoclásicas ver dos textos fundamentales: el estudio de Carnero, 1997, pp. 7-44 y la monografía de Checa Beltrán, 1999.

 

8

Ver los amplios capítulos que le dedica en su Storia critica de' teatri antichi e moderni (de ahora en adelante SCT), VI, pp. 137-226 (siglos XV y XVI); VII, pp. 3-134 (siglo XVII) y IX, pp. 56-194 (siglo XVIII). Todas las citas proceden de su tercera y última edición (1813) de diez volúmenes; cuando no es así, se especifica el año de las otras ediciones utilizadas.

 

9

Enfatizando este valor precursor de la obra de Napoli Signorelli, Soriano Pérez-Villamil opina que si bien el italiano Quadrio, «en plena mitad del siglo, había dedicado un vasto volumen de su Storia della poesia a la dramática [...] no es comparable la preparación del ex jesuita valtelinés con la sensibilidad teatral y conocimiento de la realidad hispana que tras dieciocho años de permanencia en Madrid poseía el autor» partenopeo (1980, p. 109).

 

10

Sobre las traducciones de las comedías de Leandro Moratín que efectuó Napoli Signorelli, véanse Mariutti Sánchez de Rivero, 1960, pp. 775-94, Caldera, 1980, pp. 149-60 y Quinziano, 2001, pp. 265-87.