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11

Véase por ejemplo Vuolo (1940: 27).

 

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Por lo que respecta a la traducción italiana, es interesante destacar que, aunque Franciosini había tomado como base la edición de Bruselas de 1607, en su versión puede percibirse el influjo de la transcripción francesa del profesor Oudin, por lo que en cierto modo puede decirse que, al menos parcialmente, el Quijote llegó a la península por vía indirecta. Ello ha llevado a Meregalli a poner de relieve la importancia de la cultura francesa como mediadora en esta primera fase del proceso recepción de la obra cervantina en la Italia del XVII, no sólo del Quijote, insistiendo sobre la primacía gala por sobre la italiana en dicho proceso (1993: 35). Sobre la traducción del profesor florentino, véanse Rius (1895: 1, 300-303), y los estudios de Bernardi (1995: 93-104) y Quinziano (2005: 478-481).

 

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En tal sentido, basta recordar, por citar dos ejemplos significativos y bien conocidos por todos, las ediciones a cargo de John Bowle (1781), y la de Vicente de los Ríos, principal responsable de la edición de la Real Academia que veía la luz un año antes, en 1780. Si el estudioso escocés redacta la primera versión española impresa en Inglaterra con un aparato erudito completo, inaugurando de este modo el campo de la «filología cervantina» (Meregalli, 1989: 85), la edición de la Real Academia, al igual que la sucesiva de A. Pellicer (1797-1798), ofrece no pocas novedades en pos de una aproximación más científica a la novela, entre las que destacan una estimable introducción crítica y un estudio cronológico-histórico de las aventuras del hidalgo manchego.

 

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A pesar de que en el XIX es posible detectar un mayor interés hacia la obra cervantina, puesto que las ediciones se quintuplican, pasando de 4 a más de 20, con una clara preponderancia de ediciones milanesas -en razón de la creciente importancia que va adquiriendo la ciudad lombarda como centro de irradiación del romanticismo en la península-, lo cierto es que aún Italia se halla muy lejos de la fiebre traductora que ostentan España, Francia, Inglaterra y Alemania a lo largo de la centuria.

 

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El dramaturgo de Asti recuerda que durante su obligada permanencia en Barcelona se había empeñado en estudiar 'la hermosísima lengua española', explicando que se había entretenido en leer el Don Quijote, «e bastantemente lo intendeva e gustava», si bien enseguida aclaraba que «in ciò molto mi riusciva di aiuto l'averlo già altre volte letto in francese» (1983: 126).

 

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Véase Cherchi (1986: 44, nota 9), quien recuerda la escasa estimación de la traducción de Franciosini en los primeros decenios del XVIII, apoyándose en las consideraciones de una carta que Calopi le envía al autor y crítico suizo-alemán Bodmer (Bergamo, 29 mayo de 1730).

 

17

Véase su Storia critica dei teatri antichi e moderni (1813: VI, 180-183; X, 129-130).

 

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En su larga carta a Fra Valenti Gonzaga, aludiendo a la famosa polémica antiespañola, Andrés recuerda la «misera fatalità della Spagna destinata sempre a depravare la Letteratura Italiana! Se gli Spagnoli vengono in Italia col comando la depravano, e la depravano pure se vengono sotto il comando degl'Italiani...» (1788: 7).

 

19

Della storia e della ragione (1739-1752: IV, 406).

 

20

«Tutti costoro mi paiono Don Chisciotti. Anche Ciro è tra questi pazzi innamorati?», le dice Amore a Melpone en el Diálogo XIII de los Dialoghi d'Amore (Bettinelli, 1969: 1156).