Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

En torno a una posible intencionalidad política en el «Tirant lo Blanc» y en la «Història de Jacob Xalabín»

Julia Butinyà Jiménez


UNED




ArribaAbajoTirant lo Blanc

El Tirant lleva una dedicatoria dirigida «al sereníssimo príncep Don Ferrando de Portogal», que comienza con estas palabras: «Molt excel·lent, virtuós e gloriós príncep, rey spectant»1.

A esta dedicatoria le dedica Martín de Riquer el V excurso de su libro Aproximació al Tirant lo Blanc2, donde vemos el cuadro genealógico del infante, el cual explica la situación de posible expectación hacia la corona catalano-aragonesa, y donde se recogen datos acerca de su biografía, procedentes principalmente de la crónica portuguesa de Rui de Pina (Chrónica do senhor rey D. Alfonso V).

Recoge allí el doctor Riquer dos rumores que explican el alejamiento de Don Fernando de la corte portuguesa a los diecisiete años, esto es en 1450: o bien «perquè volia anar a lluitar contra els moros d'Àfrica (que és el que realment va fer), o bé per anar a visitar Alfons el Magnànim amb esperances que el fes el seu hereu (cosa que no consta que vagi fer)»3. A finales de aquel mismo año se sabe que estaba en Ceuta; las campañas por el norte de África se siguen a través de la crónica citada hasta febrero de 1453.

De nuevo lo encontramos, en noviembre de 1462, acompañando a su padre, el rey Duarte __casado con Leonor de Aragón, hija de Fernando de Antequera__, en una expedición africana. En 1469 reseña Rui de Pina otras campañas del infante Fernando en el norte de África. Aparte de una breve estancia en Cataluña, entre 1464 y 1465, el resto del tiempo consta en Portugal4, donde murió, en Setúbal, el año 1470. En resumen, a lo largo de su corta vida se desprende un fuerte componente de las estancias en África, así como un alto índice de participación en gestas guerreras, de corte evidentemente religioso; cota en ambos casos de alta proporción considerando que sólo vivió treinta y siete años.

Por otro lado, de Tirant lo Blanc, el protagonista de la obra que Joanot Martorell dedica al infante expectante de reinar, comprobamos a través de sus gestas en Berbería que «no tan sólo es un portentoso caudillo militar, que se apodera de tan extensa zona del norte de África, sino también un extraordinario misionero. Sus conquistas van siempre acompañadas de bautizos de moros en masa, después de una leve catequización»5. Ello es congruente con el hecho de que en las décadas de los 40 a los 60 se mantiene vivo el ideal de cruzada6. Especialmente, después de la caída de Constantinopla, en mayo de 1453, el dominio territorial turco suponía un grave riesgo para el Occidente, a causa de la posibilidad de verse atenazada la cristiandad al estar expuesta a ser envuelta por el nordeste.

Así las cosas me pregunto cómo dejar de dar un sesgo político al siguiente tajante parlamento de Plaerdemavida, doncella de la princesa Carmesina, la esposa del protagonista. No creo que estas palabras que dirige a Tirant, precisamente antes de que el heroico caballero girara sus destinos y, dirigiéndose al objetivo apuntado, triunfara en la conquista de la tan simbólica ciudad, que se cernía como un peligro inminente para la civilización occidental, puedan dejar de relacionarse con las líneas de la dedicatoria de la obra que vimos al principio:

«O Tirant! E com est restat despullat de tota bondat! Car no ignores comu los turchs han subjugada tota la Grècia, que no·ls fall sinó la ciutat de Contestinoble e pendre l'emperador e sa muller e la dolorosa princessa, muller tua que has promesa ab paraules de present? Què faràs, desaventurat de cavaller? (...). Si bé vols fer, mostra aquella excellència que los teus bons antecessors han fet, dexant lo poch per lo molt, la singular honor per lo poch profit. Aquella honor amaven més los antichs que tots los béns del món. Gira tu les banderes de Àfrica envers orient e veuràs la tua benaventurança quanta és. E si savi est, offerràs, davant los teus ulls de la tua consideració, la adversitat que pot venir mudant la fortuna de alegria en tristor, e de delit en dolor, e de honor e glòria en confusió. E no fas res sinó per la sperança que tens en conquistar aquesta desaventurada terra per a possehir altri, car lo teu cor és tan alt que no·s contestaria de tant petit bocí. E si per ventura la fortuna en pendre aquesta ciutat7 te dóna victòria, ¿quina lahor tan gran te'n seguirà? Que seràs vencedor de gent vençuda. (...) Vés, trau de captivitat a tants parents com en la presó tan adolorits stan, delliura ton sogre e la mísera de Carmesina en la dolor e fam e misèria en què stan posats»8.






ArribaHistòria de Jacob Xalabín

«La Història de Jacob Xalabín és una breu novel·la d'aventures, bastida sobre un real fonament històric i que té com a protagonistes importants personatges de l'imperi Otomà dels darrers anys del segle XIV, escrita amb agilitat i bon sentit narratiu per un anònim que revela coneixement, i fins i tot simpatia, pels turcs, exceptuant Bajazet.»9

Así nos introduce el dr. Riquer a esta tan atractiva y original novelita del umbral del siglo XV. Esta obra, de tema sentimental y escrita en catalán, es especialmente curiosa por pertenecer su asunto a la historia turca, «com si això fos la cosa més natural del món. I, en canvi, la perplexitat general que el fet ha desvetllat sempre demostra palmàriament que la cosa de natural no ho és gens: és més, diria que resulta exòtica, per no dir pintoresca o extravagant».10

Vamos a ir desbrozando el camino a fin de acercarnos a la intencionalidad de obra tan peculiar. Está claro que no es una obra didáctica, si bien hallamos algún comentario semi-ético semi-religioso desperdigado entre los tres relatos amorosos que configuran la obra.11 No pretendamos tampoco identificar los personajes cuando «es innecessària la identificació perquè l'obra no busca la historicitat»12. (En el polo opuesto, pues, de la actitud del autor del Curial e Güelfa, obra en la que tradicionalmente se han buscado identificaciones).

Sin embargo, sí que se ha buscado la explicación por vía de la intencionalidad política, a raíz de los acontecimientos que allí se explican: la muerte del soberano de Turquía, Murat I, y de su hijo Jacob, a manos del hermano de éste, Bajazet, quien lo sucedió y reinó entre 1389 y 1402. Según Rubió: «Diríase que la intención principal del cuento es explicar cómo Bayaceto llegó al trono de los turcos»13. Se ha pensado, pues, que podía encerrar «el pamflet d'un enemic jurat de Bajazet, partidari del germà mort, ex-aspirant al tron de Turquia»14. La Dra. Badía añade lógicamente, aunque entre paréntesis: «Quins interessos haurien pogut lligar un català a aquest partit turc?». Aún más, ¿qué interés podían ofrecer tales avatares acerca de la sucesión dinástica turca para un público catalán?

Y __me pregunto yo__, ¿por qué no se ha pensado que en Cataluña, a comienzos del siglo en que se escribió esta obra, se estaba viviendo trágicamente un conflicto gravísimo, que presenta puntos claves de parangón? Cuando había una cuestión dinástica abierta y sangrante, la cual cerró el compromiso de Caspe. No sería éste el único eco del problema dinástico en las letras catalanas. Recordemos las profecías de Turmeda de la Disputa de l'ase, en que Margarita de Monferrato, madre del conde de Urgel, uno de los aspirantes al trono, anima a su hijo por medio de vaticinios.

Más que buscar calcos, por tanto, hay que reflexionar acerca de las dos situaciones a fin de observar si presentan conexiones; esto es, si la gestación de la obra de tema turco se ilumina de alguna manera con la problemática de la realidad histórica catalana.

Pensemos también que el hecho de ilustrar a los cristianos con ejemplos de paganos no es insólito. En la novela caballeresca __aproximadamente medio siglo posterior__, tanto en el Curial e Güelfa como el Tirant lo Blanc, hallamos casos de moros claramente ejemplares desde el punto de vista sentimental. Como espejo de comportamiento, sea paralelo o de escarmiento, ¿por qué no podría ser esta novela un antecedente de las caballerescas? Parece haber incluso manifiesto un deseo voluntario de paralelismo cuando de los enemigos paganos se dice que también se encomiendan o alegan a Dios en asuntos guerreros o antes de entrar en batalla15. Los turcos se nos muestran muy próximos a los cristianos en hechos bélicos, en la vida sentimental e incluso en la vida caballeresca, como el autor bien se encarga de registrar16.

Parece lógico que intentemos explicarnos el por qué de esta tan buena relación cristianos-paganos, francamente chocante en un momento de luchas religiosas y cruzadas, y cuando el pueblo para el que se escribía esta obra era el heroico pueblo de las grandes Crónicas. ¿No debía ser algo muy sensible tras las pérdidas recientemente padecidas por la Corona de Aragón?17

Por otro lado, no existe ninguna conciencia del problema lingüístico en una obra que se prestaba para ello; o sea que lenguas en contacto y distintas culturas conviven en la novela sin objeción alguna18. Sólo observamos explicación de algunas costumbres cuando se emplea el vocablo correspondiente, como sucede con los instrumentos musicales: anafil, atzemara. Aquel mundo tan distante y contra el que había luchado secularmente la cristiandad resulta que se presenta como muy próximo en las cuestiones esenciales y se adapta lingüística y literariamente sin mayor problema. ¿Dónde yace, pues, la explicación que aclare por qué un autor utilizara aquel contexto lejano y adverso como un reflejo en un recurso estético?

No habría que insistir en los puntos que no presentan problemas, como pueden serlo los relatos amorosos que siguen más o menos fuentes orientales o de la narrativa medieval.

Pero observemos atentamente las distorsiones. Una, y grave, ya se había advertido en lo fulminante de los dos últimos dramáticos capítulos, hasta el punto que se había llegado a pensar que fueran un añadido. Después de tres historias de amor, con sus aventuras correspondientes, a lo largo de quince capítulos, todo aquel universo se deshace en dos muy cortos. Como bien indica la Dra. Badía, tales capítulos «són, en canvi, una cosa que ha d'estar prevista des del començament tal com es reflecteix en la fórmula d'encapçalament»19:

«Ací comença la Història de Jacob Xalabín, fill de l'Amorat, senyor de Turquia, on se conté quines aventures li vengueren en la sua vida, ne con ne en qual manera finà sos dies per mans de Beseit Bei, son frare bastard».



Analicemos ahora este par de capítulos distorsionadores.

En ellos se da un combate con los cristianos20, la real batalla de Kosovo, cuya descripción no parece encajar del todo en ninguna de las versiones históricas21, y que fue trascendental para el destino de Serbia, puesto que supuso el fin de su independencia, al pasar a depender desde entonces (y hasta finales del siglo XVIII) del Imperio Otomano. Sin embargo, la muerte de Murat y la retirada de las tropas turcas del campo de batalla provocaron que en un principio llegara a Occidente como una victoria nacionalista22.

Paradójicamente, esta batalla, en sí, no afecta a la novela ni en su desarrollo ni en el final de la misma, cuando sin embargo ha tenido mucha importancia en el planteamiento y es un elemento tan esencial que mueren allí los dos caudillos23. O sea que cuando toda la obra está dirigida hacia ella y ahí se da el desenlace, el hecho de la batalla es marginal, ya que los dos bandos la abandonan sin escrúpulo alguno:

«E, en aço la nit vénc, e neguna de les parts no hac cura de llevar lo camp, sinó cascú de tornar-se'n en llur terra.»24



El único concepto que se repite y queda claro es que los dos nuevos jefes del ejército, que suceden a los fallecidos, lo que querían era reinar, motivo por el cual se apresuran a volver a sus países. De la batalla no se plantea ni el recuerdo. Como bien aclara el complemento de finalidad que completa la cita anterior, pues sólo se ocuparon:

«de tornar-se'n en llur terra e per ésser senyor».



Ya se había dejado constancia de la misma desidia en el capítulo anterior, igualmente y con la misma expresión, acerca del nuevo jefe cristiano __el yerno de Lázaro, muerto en el combate__, pues «quan sabé que son sogre era mort, no hac cura de ferir ne de proceir en la batalla, ans manà que null hom no es mogués, e de present féu sa pugna de tornar-se'n en sa terra, per ésser senyor25.

Los héroes, pues, aparecen vulgares al fin, excepto uno __un príncipe turco__ que es la víctima. Se hace patente que lo único que les importaba era el poder, al precio que fuera. La lucha por el poder y el ejercicio del mismo. ¿No deberíamos establecer aquí el móvil para la chocante relación cristianos-paganos? ¿No lo podríamos traducir hoy como una crítica acerba contra el poder establecido, que en aquel entonces detentaba Fernando de Antequera, cuyo reinado era resultado de un agrio proceso sucesorio y en el que una dinastía castellana se había introducido en la línea catalano-aragonesa?

Aquí podría radicar el verdadero núcleo trágico de la novela. A pesar del amor incestuoso inicial que sirve de punto de arranque, y que, de tono mítico e inspirado en un cuento oriental, fácilmente se revela como secundario. El autor, no gran experto en lides literarias __toda la crítica ha coincidido en ello__, no ha sido más hábil para adecuar a un lenguaje ficticio lo que quería expresar26. Pero quizás podamos descubrir su intencionalidad en su misma torpeza: estos dos capítulos finales son, tanto desde el punto de vista literario como el moral, un auténtico desacorde melódico. Hay una crasa desproporción entre el afortunado engranaje de las narraciones-amorosas y el contenido, brusco e inconexo, del desenlace. No pueden dejar, consecuentemente, de indagarse los motivos, ya que puede resultar más fácil elaborar un ejercicio artístico que lograr que un texto ejerza una función.

Observemos que el comportamiento es, también en el desenlace, idéntico en turcos y cristianos; en cuanto a la lucha por el poder la conducta de ambos es igual de reprobable. ¿No se habría tomado, pues, como insinuábamos, modélicamente y por escarnio, la temática oriental, la de los antagonistas tradicionales?

¿Por qué, pues, ir a buscar la explicación en Turquía cuando aquí se había vivido una terrible lucha por el poder? Bajo esta perspectiva los datos nimios podrían cobrar un valor muy grande. Así, el que se reuniesen diferentes ejércitos contra los protagonistas podría enfrentarse a ciertos sucesos del interregno sucesorio de la Corona de Aragón. Como el que los partidarios de Jaime II de Urgel recorrieran a la ayuda de tropas extranjeras, inglesas y gasconas y de Antón de Luna. Si bien éste es un dato ambivalente, pues también Fernando de Antequera había invadido Valencia, en febrero de 1412, con tropas aragonesas y castellanas.

La obra data, según el colofón del manuscrito, de los primeros años del siglo XV. Si es posterior a 1410, como parece27, fecha en que comienza la cuestión dinástica, ¿a qué poderosos se podía estar fustigando? ¿Quienes serían los faltos de toda ética y culpables de no atender a los intereses de su país? Es decir, si esto es así, ¿nos encontramos ante un urgellista, un antiurgellista o un partidario de Luis de Calabria para el trono aragonés?28

Podríamos ver razones para todas las soluciones: la causa de los urgellistas, exaltando y justificando la dramática causa del perdedor, de Jaime el Desafortunado, con una trágica historia, que condena los hechos; o también, si atendemos a que en el relato los asuntos extranjeros son lo que menos importa (no hay favoritismos propiamente frente a los combatientes), podría dibujarse un antiurgellista, ya que Jaime II de Urgel para atacar a Fernando I de Antequera se alió con los otros países, como hemos dicho: o bien, podría ser un partidario de Luis de Calabria puesto que su defensor, el obispo de Zaragoza, García Fernández de Heredia, que impidió en Calatayud el acuerdo de 1411 oponiéndose con violencia, fue asesinado por los Luna, crimen que anuló las posibilidades de aquel pretendiente (al igual que el crimen de Murat).

Hay además un desprecio generalizado que nos podría llevar a pensar __en un juicio crítico propio de mente moderna__ en un rechazo global de la situación derivada de aquellos años nefastos del interregno. Pensemos que después de haber ahogado Bayaceto al heredero y héroe de la novela, Jacob Xalabín, «los altres barons no es gosaren res dir ni moure's, ans de present l'obeïren per senyor»29. ¿Se puede leer estas líneas, aunque sea detrás de un cuento amoroso oriental y de estar en un contexto medieval, sin interpretarlas como una dura crítica al inmovilismo de la nobleza? No olvidemos que ésta, si bien era en un principio plenamente urgellista, acató disciplinadamente el veredicto.30

Y fijemos ahora la atención en el tan revulsivo final, que no puede dejar de yuxtaponerse al Tirant lo Blanc, donde el desaprensivo Hipólito se comportará como un nuevo Alí Pachá. Los altos mandatarios, cargos, la nobleza han seguido fieles a la causa del traidor. Y dice, cerrando la obrita y cual si tal cosa, con talante de ser espectadores impasibles del descrédito, al igual que en el Tirant31:

«E lo major hom que ell haja ne sia en la Turquía, qui vui reig per aquest, sí és Alí Paixà; e encara és viva la sua muller, germana del senyor de Setalia.

Esplegada és la dita història. A déus gràcies».



Recordemos que Alí Pachá fue el que salvó la vida de Jacob Xalabín con una ingeniosa estratagema y que lo acompañó y siguió fielmente a lo largo de su ventura y desventura. Como hemos dicho más arriba, la misma historia que hace de plataforma de arranque, el amor de Issa Xalabina y su furor asesino, parece una vez más ser subsidiaria32, ahora a fin de hacer más inmoral y repugnante el comportamiento del tan conservador Alí Pachá.

Y observemos el último párrafo, que a mi entender, dentro de la múltiple perspectiva interpretativa que hemos insinuado, nos haría decantar la obra hacía la nostalgia urgellista:

«E per ço vui en dia reig tota la terra aquest Beseit Bei, així com a senyor, qui és lo bastard.»



Hasta ahora no había explicación tampoco para la misteriosa y falsa bastardía de Bajazet, tan rara cuando el conjunto es exasperantemente riguroso33. El Bayaceto histórico, inexplicablemente para con la obra catalana, era legal e hijo de una princesa. Además, el dr. Riquer nos proporciona un hecho definitivo para considerar ilógico aquel apelativo: «el concepte de bastardia no és aplicable en una societat on només compta la línia paterna».34 Según Pacheco, el calificativo de bastardo «dóna a entendre la seva il·legítima ascensió al tron. (...) el propòsit de l'autor és, fonamentalment, d'afirmar el dret de Jacob per raó de la legitimitat i de la primogenitura, valors que a Occident haurien decidit la seva primacia en la successió.»35

Llego, por tanto, a esta posible lectura: que se nos estuviese diciendo con ello que quien reinaba era un bastardo, que no tenía ningún derecho a ser el monarca y que había llegado al poder de una manera ignominiosa.36 ¿Nos hallamos ante uno de los rebeldes nostálgicos y desfasados?

El autor no se nos habría revelado como un profesional de la literatura __ya se sabía que no lo era, dijimos__ sino como un hombre emocionalmente politizado, que conoce textos literarios diversos37 y se aprovecha de unos sucesos orientales. Apropiados quizás por la misma lejanía para ser aplicados de un modo político-didáctico a su sociedad y situación histórica.

Quizás la actitud más propicia para esta interpretación sea la del profesor Juan Ribera, a quien no convence la división de los tres niveles compositivos __folklórico, histórico y novelesco__ y cree que se aventajaría pensado en un a interrelación entre ellos, «en la seva funcionalització literària, que crea un tot retòricament compacte amb una clara voluntat d'estil.38

Esta interpretación sería además congruente con el anonimato, si bien éste no necesita necesariamente explicación, ya que estas narraciones breves medievales se han conservado tradicionalmente anónimas. Y no podemos despreciar las posibles alusiones onomásticas: Jacob equivale a Jaime y con la denominación Xalabín se designaba en Turquía a las altas dignidades. En esta línea, Pacheco plantea la hipótesis de identificar a Iss Xalabina, madrastra de Jacob y de origen griego, con la hija de Juan el Paleólogo, que casó con Murat I.39 (No olvidemos aquí, además, que la madre de Jaime de Urgel era Margarita Paleólogo).

Tengamos presente, por último, el gran peso que tiene en la Edad Media catalana el nexo monarquía-literatura, mostrado luminosamente por Riquer40; así como el lógico y consiguiente lazo nobleza-literatura. Si los hechos históricos, en relación con la casa real, nos han hecho entender el Viatge al Purgatori de Ramón de Perellós, o Lo Somni de Bernat Metge41, ¿no podría también el Compromiso de Caspe darnos razón de la tan extraña Història de Jacob Xalabín?





 
Indice