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Emilio LÓPEZ MEDINA, El dolor

Octaedro, Jaén, 2013, 187 págs.

Ningún acto es trivial, ninguna omisión es trivial. Ninguna palabra es trivial, ningún silencio es trivial.


De esta manera, quien proyecta su futuro es alguien que se empeña en dominar la vida... Un proyecto de vida niega el azar.


Seguramente, una persona (casi) feliz sería aquella que se mete en una buena «zona» de interconexiones y, sobre todo -si es un estoico moderno- la que toca solo los puntos imprescindibles para no hacer otras conexiones/vínculos superfluos y, por mera ley de probabilidades, peligrosos.


Vivir es, pues, el arte más versátil.


El hombre que no haya llorado de pequeño llorará de mayor.


Se es más ignorante en la época de la vida en que más se necesita no ser ignorante: la juventud.


Los jóvenes son gente extraña; es decir, son extraños a la vida, acaban de llegar. Por eso, joven es y todo lo humano le es desconocido.


Descubrirán, en efecto, que la vida es una fiesta, pero una fiesta triste.


Aguardar y reservarse para la felicidad que ha de venir es una suerte de consuelo que en su vertiente terrenal iguala a la vertiente teológica (es decir, a aquella virtud teologal).


La felicidad es tan difícil, que nos conformamos con su esperanza. La felicidad es la promesa de la felicidad.


El hombre es un niño toda su vida -caprichoso, voluble, egoísta, juguetón (sus juguetes: los coches; sus juegos: la política y los negocios, le gusta también jugar a las guerras)-. Hay un momento en que parece entrar en la madurez, pero enseguida se hace viejo: es decir, más niño.


Decía Séneca que «hay que aprender a vivir mientras se vive». Estos tiempos tan modernos con tantos cambios tecnoaxiológicos, imponen además que haya que escribir el guion de la vida mientras se vive.


Dejar la infancia es empezar a morir, pues es empezar una lucha a muerte con la vida, en la que, obviamente, al final saldrás perdiendo.


Una persona bella nos parece bella cuanto más alejada de la enfermedad nos parece. Por eso los jóvenes son bellos.


Incluso en su génesis, la Belleza aparece de manera subitánea. Como la propia inspiración del artista, surge de pronto -de pronto una niña se hace muchacha-, frente a la fealdad y la degradación, que es lenta y se va gestando muy pausadamente a lo largo de muchos años, en cada uno de los momentos de la vida recorrida.


La única soberbia, y la mayor soberbia, deriva de sentirse uno bien de salud. Dicho a la inversa: la enfermedad acaba con toda soberbia en un pispás.


Todos somos de un mundo único, en el que cada cual se cree único.


La alegría del hombre feliz recuerda la felicidad del cervatillo ante el día radiante de la apertura de la veda.


La felicidad, como la verdad respecto del error, es una sola posibilidad entre infinitas posibilidades (de desgracia). Por ese carácter excepcional precisamente es felicidad.


Si supieran a cuánta gente que se burlaba de la vejez he visto envejecer...


Dios está al principio de toda alegría. El Diablo, al final.