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Felix TRULL, Líneas de flotación

Libros al Albur, Sevilla, 2018, 50 págs.

Siento un persistente aliento en el cogote. Y no es humano, animal ni vegetal.


Me gustan las mujeres a las que no entiendo. En general, yo, el gran analista, adoro no entender.


Prepararse para el placer ya es la mitad del placer. O, incluso, las tres cuartas partes.


Contra el vicio de cerrar, la virtud de reabrir.


Todo está en los libros... menos tú.


Yo soy de los que tiran la caña y esconden el anzuelo.


Prefiero acariciar fugazmente el rabo de un gato callejero que me rehúye, antes que permitir que me lama la mano un infame perrito faldero.


Tanto fluir, tanto fluir, acaba yéndose todo por el sumidero.


Plebiscito lo es todo. Ya pisar la calle es jugársela a cara o cruz.


Sal de tu zona de confort: a mi huerto.


Dios da besos a quien no tiene labios.


En un mundo lleno de buscones, es normal que nadie encuentre a nadie.


Las cosas buenas de la vida siempre se encuentran al final de una escalera. Y cuanto mejores son, más peldaños nos separan de ellas.


El mundo nos ha agitado tanto, que ya solo sabemos ir y venir, nunca quedarnos.


«Solo son nuestras las mujeres que nos abandonaron», escribió un tal Jorge Luis. Yo añado: también aquellas que, antes incluso de abrir distancia entre ambos, nos dieron la espalda o se pusieron de perfil...


Estoy tan pasado de moda, que pronto seré vintage.


Tu calma, mi euforia.


Ser diferente no te garantiza estar en lo cierto. Tampoco todo el catálogo de virtudes modernas: original, raro, único, rebelde, insumiso o transgresor. A menudo, la certeza viste ropas viejas.