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José Luis MORANTE, Motivos personales

La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 104 págs.

Ante las rocas los argumentos piden cara o cruz: escalar o pasar de largo.


Cualquier soledad está repleta de encuentros.


Los aforismos marcan la piel del agua, como la huella frágil de una verdad.


Para la confidencia íntima, personal, directa, un tono de voz sombrío alejado del aspaviento.


Cada día el desconcierto, la indagación en el misterio de una realidad cambiante y fragmentaria.


Dudas: lugares de encuentro.


En el trueque de frases los sentimientos son puentes de luz entre dos oscuridades.


Con los años, el escepticismo muda en benevolencia.


Cavo. Rompo el muro. Tras el muro hay otro muro. Sigo cavando.


Entre el antes y el después nunca hubo una simetría cronológica.


Los temperamentos nihilistas renuncian por principio al consuelo menor de la incertidumbre.


La madurez convierte el deseo en un ratón asustado.


Las virtudes se gastan; solo los defectos tienen virtud de permanencia.


No desmayes; en cada esquina roza la brisa del asombro.


Prefiero una realidad difusa, entrevista desde un párpado a medio cerrar.


Certeza insoportable: sé que tengo un precio.


Disposición amistosa de la tradición: permite dormir bajo techo.


Muerte. Oscuridad diáfana.


Su amistad: una puerta entornada. Nunca se sabe si entra o sale.


La escritura mide el tiempo con hábito de presidiario.


En la penumbra del cajón, esa conmovedora quietud de los textos inéditos.


Hablar con el libro y hablar sobre el libro. No es lo mismo.


Forcejeó con la adversidad, hasta que intimaron.


El optimista define el caos como una narración abierta.


Cuando se le pide imaginación a la rutina, balbucea.


La falta de ambición secundó sus avances. Consiguió todo aquello que no deseaba.


Los textos literarios deben transmitir la fortaleza de una cristalización repentina.


¿Quién crea los itinerarios hacia lugares adonde nunca se llega?


Cuando regresas, nunca vienes.


Somos una versión del humo, espirales en tránsito.


Hay espacios etéreos, entre la realidad y lo imaginario, donde los espejismos adquieren consistencia.


De madrugada, un vitalismo insomne me pregunta qué hacer para empezar de nuevo.