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Mario PÉREZ ANTOLÍN, Crudeza

Trea, Gijón, 2018, 133 págs.

Mis aforismos son como miniaturas en un cajón inmenso.


La sombra une lo que la luz separa y el viento aprieta lo que la calma afloja.


Las cosas importantes que nos suceden siempre termina en risa o en llanto; las trivialidades, en mueca o en charla.


Por mucho que abomine de mis innumerables abominaciones, ellas me enderezaron tanto como mi intermitente rectitud.


¿Qué somos? Tentativas fallidas que se empeñan en recomenzar hasta conseguir resultados transitorios y precarios.


La notoriedad actual nos hace relevantes incluso aunque seamos claramente insignificantes.


Me importa más hacer huecos dentro de mí para rellenarlos de saberes que los saberes en sí.


La autoexigencia y el rigor, al margen de los resultados, deberían ser la única vara social de medir.


Hay paisajes que no se miden en metros, sino en minutos. El tiempo colosal los dejó sin extensión.


Mis días son cristales de sal común sobre una capa de hielo cada vez más fina.


El escritor minoritario se conforma con el aprecio de un público selecto. Quiere admiradores admirables.


Para mí, el abismo está en las alturas. Me precipito ascendiendo.