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Antonio RIVERO TARAVILLO, Vilanos por el aire

La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017, 95 págs.

En los aforismos y en ciertas frases afines, cuando se pregunta a alguien qué es lo que quiere decir se le está pidiendo que escoja, arrancada, solo una de las ramas del árbol.


Escribir aforismos es tomar apuntes de un maestro interior cuya lección nunca aprendemos, aunque los pasemos a limpio publicándolos.


Habrá un día en que el único lector que quede estará firmando libros a sus autores, puestos en larguísima cola.


La poesía no está reñida con la locura, pero es incompatible con la tontería.


La poesía no es ciencia. Cuando creas que has encontrado una fórmula, abandónala.


La novela, por más larga que sea, es limitada. El poema, hasta el más breve, es infinito.


Cómo lo que nos extasía nos engaña. Qué cerca están, casi la misma cosa, el embeleso y el embeleco.


Hay libros que nos llevan tan, tan lejos, que son, más que volúmenes, velámenes.


Cuando un tonto te retira la amistad no arranca, sino que añade, un pétalo a la rosa del mundo.


Cada vez que haces un viejo guiso, enciendes el primer fuego.


Todo reloj marca horas ajenas. Ninguna nos pertenece.


Quien solo lee aquello con lo que comulga, se está leyendo a sí mismo en el espejo. Y, claro, carece de sentido eso que ve del revés.


Los relojes antiguos marcan horas más lentas.


Un chovinismo invertido, es decir, doblemente perverso: pensar que el país de uno es el peor del mundo.


Los pecados que menos perdonamos a los demás son aquellos a los que no nos hemos atrevido nosotros mismos.