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     BAILS (Don Benito) Director de Matemáticas de la Real Academia de San Fernando, individuo de las Reales Academias Española y de la Historia, y de las Ciencias Naturales y Artes de Barcelona. Por encargo del Señor Conde de O'Reilly, Inspector General de Infantería, trabajó en compañía de Don Jerónimo de Capmany, y se publicaron en 1772, unos tratados de Matemáticas, en los que se comprenden los elementos de la Aritmética y Geometría para el uso de las Escuelas de Cadetes, que se establecieron en todos los Regimientos de Infantería. En el prólogo se trata de la necesidad de la disciplina militar, y de unir con esta la instrucción y conocimientos del arte de la guerra, desvaneciendo las preocupaciones de muchos que creían poco útiles, y aun difíciles de enlazarse el valor con la disciplina y la instrucción. «Algunos, se dice en él, con descrédito de su propia inteligencia, grave perjuicio del servicio del Rey, y menoscabo del esencial concepto de los Militares, han querido persuadir que la exacta disciplina sería poco útil, y que cansa a todos; que en las funciones de guerra de nada servirán el paso igual, los toques compasados, la celeridad de las maniobras, y la prontitud de los fuegos; [181] que el valor solo decidía; y que los hombres de honor harían siempre su obligación; que sin estas novedades habían ganado los Españoles muchas victorias y triunfos de sus enemigos; y que esta nueva disciplina es sólo propia para Alemanes.

     »Las preocupaciones muy arraigadas, la natural flojedad, algunas veces la emulación, y otras la ignorancia, podrían sólo esparcir tales especies. El orden, la armonía, y la precisión serán siempre esenciales a toda dificultad del cuerpo y del ánimo para asegurar el suceso de sus operaciones. Poco o nada conoce el hombre quien ignora los auxilios que recibe en sus impulsos y direcciones de la frecuente costumbre de obrar por reglas determinadas. La disciplina Griega y Romana, exactísima en todas sus partes, hizo formidable un pequeño número de hombres contra Naciones grandes y valerosas.»

     Por encargo de la Real Academia de San Fernando compuso unos Elementos de Matemáticas en diez tomos en cuarto mayor. En el primero pone un prólogo general, en el que da noticia de algunos Cursos Matemáticos publicados en varios idiomas. Habla de los generales del P. Tosca, Wolffio, la Caille, Emerson y Hennert, y de los dos de Matemática pura del Abate Sauri, y del P. Gherli. Luego da razón de su trabajo, que se reduce a haber entresacado y traducido [182] de los mejores Autores extranjeros, particularmente del Curso de Mr. Bezout, varios tratados, uniéndolos en un cuerpo. «Enterados, dice, más de lo que quisiéramos, de que eran muy extrañas para nuestros hombres las doctrinas que íbamos a publicar, y de lo mucho que importaba saliese al público con toda la posible brevedad nuestro trabajo, nos detuvimos poco en dar a los puntos que nos tocaba tratar un aspecto muy diferente del que tenían en las obras clásicas que nos dedicamos a extractar o copiar; sólo pusimos cuidado en echar mano de las más celebradas, y enlazar con todo esmero los pedazos, que para la formación de un tratado, sacábamos de diferentes.»

     En una nota al prólogo particular se da noticia de las fechas de la impresión de todos los tomos, que se hizo desde el 1772 hasta el de 1776, a excepción del nono, en que se trata de la Arquitectura, del cual se imprimió la primera parte en 1783.

     En el mismo año de 1776 publicó un compendio de los Elementos con este título: Principios de Matemática, donde se enseña la Especulativa, con su aplicación a la Dinámica, Hidronámica, Óptica, Astronomía, Geografía, Gnomónica, Arquitectura, Perspectiva, y al Calendario: tres tomos en cuarto.

     En el tomo de Arquitectura había pensado el Señor Bails poner, después de haber [183] hablado de la forma de las poblaciones, varias advertencias con el título de Policía de la Ciudad, dirigidas a la conservación de la salud. Pero habiendo encontrado un excelente tratado de la Conservación de la salud de los Pueblos, escrito en Portugués por el Doctor Sánchez, Médico de la Czarina, le pareció mejor el traducirlo y publicarlo separadamente, como lo hizo en 1781. En esta obra se trata de la grande influencia que tiene el aire en la salud, de las precauciones que se deben tomar para purificarlo, particularmente en los edificios públicos, como son Iglesias, Cárceles, Hospitales, &c.; de las causas más comunes de las enfermedades de los Soldados, y medios de precaverlas; y últimamente se ponen algunas buenas consideraciones acerca de los terremotos.

     BARCO (Doctor Don Antonio Jacobo del) Vicario de la Villa de Huelva, y Socio correspondiente de la Real Sociedad Patriótica Sevillana: Retrato natural y político de la Bética antigua, o Colección curiosa de los más célebres testimonios y pasajes de los Autores Geógrafos antiguos que hablan de esta Provincia, extractada de orden de la misma Sociedad, e impresa en el tomo segundo de sus Memorias. Se divide en dos partes: en la primera se pone lo perteneciente a la historia natural de la antigua Bética, y se subdivide en cinco parágrafos, que tratan, el primero, [184] de su situación y fertilidad antigua, cotejándola con la actual: en el segundo de los animales terrestres: en el tercero de las aves: en el cuarto de los peces; y en el quinto de los minerales. La segunda parte, o el Retrato político, se divide en seis parágrafos: en el primero habla de la población de la Bética antigua: en el segundo de su agricultura: en el tercero de su industria, comercio y navegación: en el cuarto de las riquezas de los antiguos Béticos: en el quinto de su ciencia; y en el sexto de sus usos y costumbres. Se puede citar en prueba del buen juicio del Autor, entre otros pasajes, aquel en que hablando de las causas de la despoblación, pone por una de ellas al celibato impugnando en esto al Amigo de los hombres pero con una moderación muy propia de su carácter sacerdotal. «El conocimiento, dice, de la Santa Fe Católica, y la observancia de la verdadera Religión trajo al mundo Cristiano el universal y justo aprecio que hoy merece la santa y hermosa virtud de la castidad, tan desconocida y despreciada hasta entonces. En la Iglesia Latina se introdujo bien presto el celibato de los Clérigos, y la guarda de la virginidad en aquellos fervorosos Cristianos, que agradecidos a las inspiraciones del Espíritu Santo, querían observar, o por voto, o por mero propósito una pureza angélica. En España, donde por la misericordia de Dios [185] hizo tan felices progresos su sagrada palabra, encontró esta unos corazones bien inclinados, y tan dóciles a sus persuasiones, que una vez introducido el monacato, se verían despoblarse las casas y ciudades para llenarse de vírgenes los claustros de ambos sexos. A proporción que se extendía la Fe y la Religión, se aumentaban también con ella los Ministros del Santuario. Todo esto no podía ser naturalmente, sin que algún tanto decayese la población, no porque no pueda y deba darse por muy bien empleada, aunque hubiera sido mayor, esta decadencia; pero es cierto que de ella no se puede dudar.» A este modo va discurriendo por todas las demás causas de la despoblación de España, la irrupción de los Godos y de los Árabes, las expulsiones de los Judíos y Moriscos, la navegación a Indias, y la peste.

      Memoria sobre varios ramos de Agricultura. En el mismo tomo segundo de las Memorias de la Real Sociedad Patriótica de Sevilla. Entra hablando de la gran fertilidad de la Andalucía en tiempos antiguos, en los que producía la tierra ciento por uno; y examina las causas de la gran diferencia de los presentes, en los que sólo produce de ocho a diez. Impugna la opinión de los que creen, que la tierra se ha mudado, o envejecido; y atribuye la diferencia a los abusos de la labranza actual. En el parágrafo segundo propone algunos [186] remedios, particularmente el de perfeccionar el arado y su manejo, de suerte que remueva la tierra cuanto sea posible. El tercero trata de los abonos. Es poco inclinado al uso de los estiércoles: persuade la práctica observada en muchas partes de Andalucía de cultivar la tierra a tres hojas: e impugna los prados artificiales. En el cuarto responde a los reparos que proponen algunos contra la reforma de la agricultura, y particularmente a los que dicen que se opone al espíritu de propiedad, y a los que recomiendan el cultivo por pequeñas suertes o terrenos.

     Memoria segunda acerca del cultivo de olivos y viñas: en el mismo tomo. Está dividida en tres parágrafos: en el primero trata de los olivos, duración de su vida, su cultivo, plantío y crianza, y del método de extraer el aceite con más utilidad, notando algunos abusos que suelen cometerse en esto: en el segundo habla de las viñas, del terreno que se ha de destinar para su plantación, del modo de preparar la tierra, y de hacerla vendimia. El Autor esparce muchas observaciones propias y nuevas en todo esto, no fundadas en teorías abstractas, como sucede muy frecuentemente en semejante género de escritos, sino en experiencias propias, repetidas por muchos años. En el parágrafo tercero añade otros experimentos, que comprueban [187] su modo de pensar en los antecedentes.

     BARNADES (Don Miguel) Médico de Cámara de S. M. y primer Profesor de Botánica en el Real Jardín de Madrid. Principios de Botánica sacadas de los mejores Escritores, y puestos en lengua Castellana. Madrid 1767.

     Parece que este tomo había de ser el primero de alguna otra obra mayor, que tendría proyectada el Autor, pues lo publicó como primera parte, y su división es por Preludios. Precede un discurso preliminar sobre el origen y estado actual de la Botánica y sus utilidades. Contiene cinco preludios: en el primero se trata de la Botánica en general: en el segundo de las plantas, y su división: en el tercero se ponen algunas observaciones generales sobre las plantas: en el cuarto se habla de las partes de las plantas en particular; y en el quinto de la faz o traza de las plantas. Al fin se añaden trece láminas bastante bien grabadas para mejor inteligencia de la obra. Aunque ésta se dice en el principio que está sacada de los mejores Escritores, no deja de tener, además de este mérito, el de algunas observaciones propias, que la hacen más recomendable.

     Instrucción sobre lo arriesgado que es en ciertos casos enterrar a las personas sin constar su muerte por otras señales más que las vulgares; y sobre los medios más convenientes para [188] que vuelvan en sí los anegados, ahogados con lazo, sofocados por humo de carbón, vaho de vino, vapor de pozos, u otro semejante; pasmados de frío, tocados del rayo, y las criaturas que nacen amortecidas. Madrid 1775. Es obra póstuma, publicada cuatro años después de la muerte del Autor por su hijo, a expensas del Señor Conde de Torremanzanal.

     Precede una noticia preliminar de los funerales de varias Naciones antiguas y modernas, en que se refiere el tratamiento que han dado a los cadáveres, y el tiempo que han aguardado para darles sepultura. La obra está dividida en dos partes. En la primera se trata de la falibilidad de las señales vulgares de la muerte; la que se comprueba con una gran multitud de ejemplos de personas, que se han tenido por muertas, y luego se ha visto que no lo estaban. En la segunda se exponen los medios más oportunos para remediar el abuso de abandonarlas, abrirlas y enterrarlas antes de constar debidamente que están difuntas. Distingue las señales ciertas de muerte verdadera de las que no lo son: propone algunas que pueden inclinar a sospechar la oculta vida; y últimamente da una instrucción sobre los medios más convenientes para que vuelvan en sí las personas amortecidas, especialmente para los casos que suceden con mayor frecuencia de anegados, ahogados, sofocados, asombrados, y tocados [189] del rayo, pasmados de frío, y criaturas que nacen con algunas señales de muerte.

     También dejó escrita una noticia de las plantas de España, que tuvo proporción de examinar en muchos viajes que hizo por diferentes Provincias del Reino, y en el Real Jardín Botánico mientras fue Catedrático en él. Allí se encuentra la descripción de muchas plantas nuevas aun en el día, según me ha asegurado su hijo Don Miguel Barnades, Médico en esta Corte, quien parece que está en ánimo de publicarla, juntamente con una historia de las aves más raras que se encuentran en España, del mismo Autor.

     BAYER (Ilustrísimo Señor Don Francisco Pérez) Preceptor de los Serenísimos Señores Infantes de España, del Consejo y Cámara de S. M. Canónigo Dignidad de la Santa Iglesia de Valencia, y Bibliotecario mayor de S. M.

     Conocido ya bastantemente, y muy acreditado por su pericia en las lenguas Orientales, de las que era Catedrático en la Universidad de Salamanca, fue uno de los tres que se destinaron en 1750 para el viaje literario que se mandó hacer de orden y a expensas de Fernando VI. Su comisión particular fue el copiar y poner en buen orden las inscripciones y demás documentos Hebreos, en lo que estuvo trabajando en Toledo hasta el año de 1752, en que se le dio una Canongía [190] de Barcelona, y nueva comisión para otro viaje en Italia con el encargo de recoger manuscritos, monedas, y otros monumentos antiguos.

     Este viaje proporcionó al Señor Bayer las mayores satisfacciones que puede desear un sabio. En él visitó todas las Bibliotecas principales de Italia, y trabó amistad y correspondencia con los literatos más acreditados de aquellas Provincias, particularmente en Turín con los Señores Berta, Bibliotecario; Passini, Catedrático de Lengua Hebrea; y Vitaliano Donati, Profesor de Botánica; en Brescia con el Conde Roncaglia Parolini; en Bolonia con los Padres Trombelli y Mingarelli con el Señor Bianconi, Profesor de Hebreo y otros; en Venecia con el Señor Zaneti, Bibliotecario de la de San Marcos; y con los Padres Calogera y Anselmo Costadoni; en Milán con el Padre Porta, Catedrático de Hebrea en Pavía; y con el Señor Oltrochi, Bibliotecario de la Ambrosiana; y en Roma con el Cardenal Quirini, y otros muchísimos. En todo su viaje recogió muchas monedas rarísimas, y otras preciosidades literarias: y establecido ya en Roma, formó una colección muy completa de inscripciones, epitafios y memorias de los muchos Españoles que ha habido en aquella Corte en todos tiempos. Habiéndosele franqueado la entrada en la Biblioteca Vaticana, tuvo ocasión [191] de disfrutar muchos códices preciosísimos, y tomar de ellos todo cuanto pudiera conducir para el fin de su comisión, y pensamientos particulares.

     Como uno de estos fue el recoger y ordenar las memorias de los Españoles que habían estado en Roma, y uno de ellos era San Dámaso, y otro San Lorenzo, los que algunos Críticos se habían esforzado por aquel tiempo en probar, que no fueron Españoles, sino Romanos, tuvo ocasión para darse más a conocer, publicando la disertación intitulada: Damasus et Laurentius Hispanis asserti et vindicati. Romae 1756.

     La pureza del estilo, la exquisita erudición y manejo de las lenguas, y la novedad y solidez de las reflexiones que resaltan en esta obra, extendieron mucho más el crédito del Autor. Véase el elogio que hace de ella el P. Mamachi, uno de los mayores sabios de Italia: «Est cur Hispanis maximopere gratuler, quod Ferdinandum Catholicum Regem id nunc summa sua cura, diligentia, liberalitate videam esse consequutum, quod cum olim fieri apud Italos ab Augusto coepisset, causa certe fuit quamobrem oestro quodam percitus in hunc modum Horatius caneret. Lib. IV. Carm. Ode XV. v. 12. seqq.

                                       Veteres revocavit arteis:  
Per quas Latinum nomen et Italae
Crevere vires; famaque et imperi [192]
Porrecta majestas ad ortum
     Solis ab Hesperio cubili.

     »Quum enim plerosque in amplissimo Regno splendidissimis ingeniis praeditos studiosissimosque optimarum rerum esse perspexisset, qui ut liberales quasque artes, ac disciplinas, musasque elegantiores patriae restituere, sic historiam latissime patentium Regionum naturalem, civilem, atque etiam Ecclesiasticam hispanicis, latinisque litteris illustrare cuperent et vero possent; Philippi V. Patris ac Ludovici M. Proavi, exempla imitatus, publica pecunia quos aptos rei bene feliciterque gerendae esse cognorat; non modo in proxima quaeque loca, vetera numismata, inscriptiones, signa quaesitum; sed in Gallias, in Italiam, in Europam reliquam, Asiam, atque Africam, vel monumenta quae ad institutam rationem conferrent pervestigatum, vel de linguis cognitum missit, quarum aliquando usus in permultis Hispaniarum partibus invaluisset, quibusque haud pauca volumina, diplomata, epigrammata perscripta essent, quae aut in bibliothecis, tabulariisque Regni asservarentur, aut in publicis privatisve locis posita viserentur. Atque in his quidem tam egregiis viris merito numeratur Franciscus Perezius, Valentinus civis, et S. Ecclesiae Barcinonensis Canonicus, Latine, Graece, atque Hebraice doctus, non dignoscendorum modo veterum omnis aetatis characterum facultate, sed totius [193] etiam historiae, et antiquitatis scientia excellens; qui ubi codices tabulasque patrias diligentissime et excussit et magnam descripsit partem, demum itinere italico suscepto, Romam venit; qua in Urbe tanta est usus in addiscenda arabica lingua celeritate, ut non tam subsequi docentem magistrum, quam praecurrere videretur. Post id studium, cum se ad evolvenda monumenta vetera, sive nondum publicata, sive edita contulisset, multaque in iis legisset quibus facile refelli novorum quorumdam criticorum De Roma SS. Damasi et Laurentii patria, opinionem posse arbitraretur, librum singularem Hispanis Sanctos eosdem restituturus perscripsit, cujus haec est epigraphe: Damasus et Laurentius Hispanis asserti et vindicati. Hunc ego librum jussus a Reverendissimo P. Fr. Josepho Augustino Orsio S. P. A. M. legi, tantumque abfuit ut in eo quidquam offenderem, quod cum orthodoxae religionis decretis rectaque morum institutione pugnaret, ut potius admiratus sim eruditissimi viri in re alioqui impedita explicanda atque expedienda excellentem non ingenii facultatem solum, sed etiam rei antiquariae comprehensionem, exquisitamque doctrinam. Tot enim antiquorum testimoniis, tot conjecturis ex actis Sanctorum, ex libris Liturgicis, ex carminibus Poetarum Christianorum veterum ductis, totque exemplis ex historia petitis quemadmodum suam confirmavit sic adversariorum [194] depulit opinionem, ut vix cuiquam locum resistendi ullum reliquisse videatur. Id vero candide a me, neque eo quod gratificari clarissimo Auctori velim, sed quod ita res ipsa postulet dici, facile ii quidem intelligent, qui animum a praejudicatis opinionibus liberum ad id opus legendum contulerint.»

     Con motivo de la traducción del Salustio, publicada por el Serenísimo Señor Infante Don Gabriel, mandó S. A. al Señor Bayer su Maestro, que ilustrara aquel pasaje en que se dice: «Ejus civitatis (Leptis) lingua modo conversa connubio Numidarum»: con cuyo motivo escribió una disertación del alfabeto y lengua de los Fenices y sus Colonias. En ella prueba, que el lenguaje Fenicio era un dialecto de la lengua Hebrea, particularmente el de Sidón, y el de su Colonia Leptis. Refiere la controversia entre Mrs. Barthelemy y Swinthon sobre el alfabeto de los Fenices. Pone una moneda de Mr. Pellerin; y después de haber referido las conjeturas de aquel sabio sobre su lectura, propone las suyas, haciendo una análisis muy exacta de todas sus letras, las que comprueba con otras monedas existentes en el Museo del Señor Infante Don Gabriel, en el de la Academia de la Historia, que antes fue del Conde de Saceda, y con otra de Don Joaquín Ibáñez, Dignidad de Chantre de Teruel. Luego declara varias monedas pertenecientes [195] a las Colonias de los Fenices en Sicilia, Malta, Cosura, Cartago, la Numidia y la Mauritania; con lo cual se introduce a tratar de las Españolas, Bástulo y Bético-Fenicias. De esta obra se dice en las Efemérides de Roma, que su Autor hizo ver con ella no tener igual, especialmente en este género de literatura.

     Convencido de que el idioma y alfabeto de los Fenicios y el de los Griegos descienden del Hebreo, su grande pericia en esta lengua le franqueó el camino para la inteligencia de las monedas antiquísimas de España, las que se tenían y llamaban desconocidas, por no haberse atrevido nadie a llegar a su interpretación, hasta que Don Luis José Velázquez escribió su Ensayo. Estando bien asegurado en su pensamiento, desde luego creyó que para tratar sólidamente de los monumentos antiguos Hispano Griegos e Hispano-Fenicios, y particularmente de estos últimos, era preciso el tratar antes de las monedas Hebreo-Samaritanas: asunto sumamente difícil, por no haber sido tratado por los Rabinos, ni por los Escritores modernos, hasta que después del año de 1500 se empezaron a esparcir con mucha lentitud algunas ideas.

     Como llevaba el ánimo mucho tiempo hace de tratar de este asunto, no perdió ocasión alguna de adquirir cuantas monedas [196] podían hacerle al caso. En Venecia habiendo conocido a Don Antonio Savorgniani, en cuyo Museo había doce monedas Hebreo-Samaritanas, al instante le ofreció darle en cambio cuantas gustase de las rarísimas que el Autor tenía. Pero la generosidad de aquel Caballero se las regaló francamente, con sola la condición de que había de publicar su explicación. Con esta y otras diligencias pudo recoger hasta treinta y una; cuyo cotejo, añadidas las luces de su vasta lectura, y profunda meditación, le dio materia muy bastante para escribir la excelente obra que publicó en 1781 intitulada: Francisci Perezii Bayerii Archidiaconi Valentini, Ser. Hisp. Infantum Caroli III. Regis filiorum Institutoris primarii de Nummis Hebraeo-Samaritanis. Valentiae Edetanorum, ex Officina Benedicti Monfort. MDCCLXXXI. Cuarto mayor.

     De esta obra se hizo un extracto bastante puntual en las Efemérides literarias de Roma de 30 de junio, 7, 14 y 23 de julio de 1781, el cual corre también impreso en Castellano. «La obra, se dice en él, es digna del mayor aprecio: la edición, que es en cuarto mayor, no sólo por la limpieza, primor, y buen arreglo de los caracteres, por la rectitud de las líneas, por lo igual y uniforme de la tinta, por lo blanco, terso y consistente del papel, por lo ancho de las márgenes, y en suma por todo el conjunto [197] es tan bella, que entre las ediciones que hasta el presente han llegado a nuestras manos (que han sido muchísimas, y las mejores), confesamos ingenuamente no haber visto alguna que la iguale. A tal perfección llegan las buenas artes bajo los auspicios de un grande Monarca, que puede y quiere eficazmente promoverlas. La obra por lo importante del argumento, por el estilo latino, puro y uniforme, por el buen orden y método, por lo sólido y robusto de los raciocinios del Ilustrísimo Autor, por su juiciosa crítica, profunda, vasta y admirable erudición, que en todas partes resplandece, es superior a toda alabanza.»

     El Señor Bayer no contento con las luces y adelantamientos que le había proporcionado su gran diligencia, estudio y penetración, para asegurarse más bien de la exactitud de sus observaciones, las consultó con los más célebres anticuarios de Inglaterra y Francia, de quienes recibió con esta ocasión los mayores elogios: «Quis te non magnifaceret, dice el Señor Woide en su respuesta, vir reverendissime, qui cum eruditione consummata tantam modestiam, morumque mansuetudinem conjungis, ut ab iis velis discere, quos docere, et eruditionis tuae thesauris potes ditare? Sed haec humanae mentis est natura, ut levi paucarum rerum cognitione inflari soleat, solida autem scientarum tractatione [198] emolliatur, et modestior evadat ac benevolentior».

     Mr. Barthelemy le respondió en términos igualmente honoríficos. Omitiremos estos para poner las quejas de aquel sabio sobre el poco aprecio que se hace en Francia del estudio de las antigüedades, y la superficialidad de los pocos Franceses que se dedican a él.

     «Yo, dice (30), había hecho grandes averiguaciones, así sobre las monedas Samaritanas, como sobre todas las especies de monumentos Fenicios; pero no haré uso de ellas. Además de que mi salud está muy quebrantada, hay pocas gentes de letras que se interesen en estos conocimientos; y aun los mismos que tienen algunas nociones, juzgan con mucha superficialidad. Yo no presumo que mis producciones valgan mucho, por estar bien persuadido de que con el mismo estudio [199] hubieran otros adelantado mucho más. Pero no puedo dejar de confesaros, que cuando he visto confundir mis trabajos con los de MM. N. y N. que no han hecho más que retocar lo mismo que yo había hecho; que lejos de explicar de una manera probable un solo monumento, ni una sola palabra, no han llegado a fijar siquiera el valor de una letra esencial; he abandonado esta literatura, para dedicarme a otros estudios más agradables.» Esto se escribía en París en 29 de agosto de 1780 por uno de los mejores Anticuarios de la Francia; y en opinión de los Franceses, de toda Europa. Estas cartas están al fin de la obra de que acabamos de hablar.

     Se echaba a menos un exacto Índice de los preciosos manuscritos de la Biblioteca del Escorial; y habiéndosele encargado al Señor Casiri la colección de los Árabes, se comisionó al Señor Bayer para la de los Castellanos, Latinos y Griegos, el que acabó enteramente en tres tomos de a folio, ilustrando las noticias con muchas notas y observaciones propias, y con una muestra del carácter de letra en que están escritos los más antiguos.

     Razón del juicio seguido en la Ciudad de Granada ante los Ilustrísimos Señores Don Manuel Doz, Presidente de su Real Cancillería, Don Pedro Antonio Barroeta, Arzobispo que fue [200] de esta Diócesis, y Don Antonio Jorge Galbán, actual sucesor en la Mitra, todos del Consejo de S. M contra varios falsificadores de escrituras públicas, monumentos sagrados y profanos, caracteres, tradiciones, reliquias y libros de supuesta antigüedad. Madrid 1781 por Don Joaquín Ibarra.

     La demostración de la falsedad de los fingidos monumentos de Granada, se le debe en gran parte al Señor Bayer. Don Cristóbal de Medina Conde, uno de los principales impostores, había querido autorizar sus ficciones con la aprobación de algunos sabios, para que su crédito las hiciera más recomendables. Con esta mira en 1765 pasó a Toledo y se hospedó en casa del Señor Bayer, Canónigo entonces de aquella Iglesia, en donde tuvo varias conferencias privadas y públicas, en las que procuró con su verbosidad acreditar a un mismo tiempo su instrucción, y la causa que patrocinaba. Pero le salieron mal sus tentativas. El Señor Bayer le puso tales argumentos y reparos, que si no llegó a convencerse enteramente, se volvió más humillado.

     El mismo Medina Conde, insistiendo en su pensamiento de ganar aprobantes, que con su crédito dieran alguna fuerza a su causa, había escrito al P. Tassin, Abad de la Congregación de San Mauro, y muy versado en la Diplomática, pidiéndole su parecer sobre [201] los monumentos de Granada. Aquel Anticuario dio aviso al Señor Bayer por medio de un amigo de la consulta que se le había hecho, pidiéndole al mismo tiempo la colección de estampas, por no haber llegado todavía a sus manos las que Conde lo había remitido. Envióselas Don Francisco Pérez Bayer acompañas de una minuta de algunos de los reparos que le inclinaban a creer su falsedad y suposición, y pidiéndole al mismo tiempo que dijera francamente el juicio que él había formado. El P. Tassin le respondió confirmando su dictamen, y diciéndole que eran del mismo parecer la Real Academia de Inscripciones y Mr. Barthelemy: «Je ai fait voir d'abord à Messieurs de l'Academie Royal des Inscriptions vos remarques sur les monumens de Grenade. Elles leur ont parù tres-judicieuses, et ils ont inferé que l'Espagne, comme la France, avoit de excellens Antiquaires.» Algunas de estas reflexiones se incluyeron en esta causa desde la pág. 202.

     Además de las obras publicadas, y de lo que tiene recogido para su grande obra de las Antigüedades Españolas, para la que sirve de introducción la De Nummis Hebraeo-Samaritanis, tiene el Señor Bayer otras muchas que merecen serlo, y que acreditarán mucho más el sublime concepto que se ha granjeado en toda Europa, particularmente [202] en el ramo de antigüedades y lenguas Orientales. Entre ellas tiene acabadas una disertación De Auctore Sacramentaii Veronensis, y otra De Toletano Hebraeorum Templo: el Índice de los manuscritos Castellanos, Griegos y Latinos de la Biblioteca del Escorial en tres tomos de a folio: los Orígenes de las voces Españolas en tres en cuarto; y la Respuesta a la apología de Medina Conde, sin un gran número de cartas a los mayores sabios de Europa, y sin contar lo mucho que trabajó en una de las causas más importantes de este reinado.

     BERTRÁN (Excelentísimo Señor Don Felipe) Obispo de Salamanca, Inquisidor General, Caballero Prelado Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos Tercero, del Consejo de S. M.

     Un Viajero Francés, que en otras cosas hace muy poco favor a España, hablando de sus Obispos dice así: «La conducta de los religiosos Españoles me ha sorprendido siempre, cuando he examinado el ejemplar modo de vivir de sus Obispos. Estos casi no salen de sus palacios, y jamás ven a las mujeres. Las rentas considerables de que gozan, no las consumen en el servicio de la mesa, no teniendo más convidados que a sus Vicarios Generales, y algunos Sacerdotes. La grande riqueza de los Obispos no se conoce aquí sino por las continuas limosnas [203] que reparten a los pobres. Si no fuera por las señales respetables de su empleo, apenas se distinguirían por lo que toca al trato, del resto del Clero. Los Obispados no se dan siempre por el nacimiento. Un mérito distinguido basta para pretenderlos, sin que cuando se provee alguno, se pregunte si los abuelos del que va propuesto mandaban una coluna en la batalla de Pavía, o en la de Rocroy, o si está emparentado con algún Grande de España. De lo que se toman muy exactos informes es de si el tal Eclesiástico es pío, si sus costumbres son irreprensibles, y si se unen en él las cualidades del corazón y del espíritu. Por este medio los pueblos tienen en sus Obispos un Pastor a quien aman, y un Padre de quien reciben con respeto las lecciones que siempre son análogas a su ministerio (31)

     Aunque esta Biblioteca sólo comprende los sabios que más se han distinguido en la literatura, y de estos no tanto la historia de sus personas, como la de sus escritos, no dejaran de verse en ella algunos ejemplares de Obispos, que comprueban la exactitud de aquella pintura.

     Los que trataron al Señor Bertrán conocieron muy bien la extensión de su literatura, [204] la solidez de su doctrina, y cuantos útiles pensamientos apagó la muerte, que su ilustrado celo no tuvo la satisfacción de ver cumplidos; porque aun los hombres grandes estando a la frente de los negocios, no pueden siempre conseguir todo lo que desean, y les dicta su prudencia.

     Si se publicara una historia exacta de su vida, se vería en ella lo que ya advirtió otro Autor (32), que el Señor Bertrán es tenido con razón por uno de aquellos doctos Prelados, que el Señor envía de tiempo en tiempo a su Iglesia, para que sirvan de modelo y ejemplo a sus sucesores en el Apostolado.

     Entre tanto puede formarse algún juicio del mérito del Señor Bertrán por las obras que se han publicado. La principal de estas es la Colección de sus Cartas Pastorales y Edictos, impresa en Madrid por Don Antonio Sancha en 1783, dos tomos en octavo mayor.

     El primer tomo contiene nueve Cartas Pastorales sobre el digno ejercicio de la predicación; sobre la moderación del sentimiento de las Religiosas por la ausencia de sus Directores; sobre la concurrencia de los Eclesiásticos a las diversiones profanas; sobre el jubileo del año Santo; sobre el hábito Clerical; [205] sobre los Seminarios Clericales; sobre los medios de socorrer a los verdaderos pobres; sobre el carácter de la verdadera penitencia, y sobre los desórdenes del carnaval.

     En todas ellas se deja ver una elocuencia majestuosa, gran nervio, y mucha pureza en el estilo. Particularmente la primera sobre el ejercicio de la predicación, la del socorro de los verdaderos poderes, y la del carácter de la verdadera penitencia, pueden tenerse por modelos de la elocuencia sagrada.

      En el segundo tomo se contienen los Edictos de aquel Prelado venerable. Son todos ellos veinte y tres, en los que se advierte el mismo celo y espíritu que en las Pastorales. El sexto es sobre desterrar de los pueblos varios abusos, vanas creencias, y todo género de supersticiones. El Consejo de Castilla a representación del Cardenal Arzobispo de Toledo dirigió en 6 de octubre de 1767 una circular a todos los Obispos de España, en que haciéndoles presentes varios abusos supersticiosos, y falsas creencias que había en algunos pueblos, y que estos nunca podrían desarraigarse enteramente, si los Prelados no concurrían con sus Cartas Pastorales instruyendo al pueblo, les previene encarguen a los Párrocos y demás Eclesiásticos de sus Diócesis que en los pueblos [206] donde notaren algunos abusos supersticiosos, o falsas creencias, tomen a su cuidado con actividad y celo el instruir y hacer conocer a los fieles dónde está la superstición, para que salgan de ella, y se arranquen de sus ánimos unas impresiones tan perjudiciales y opuestas a la santa sencillez del Evangelio. El Señor Bertrán manda a los Párrocos de su Obispado le den noticias de las falsas creencias, cultos superfluos, o perniciosos, vanas observancias, divinaciones, y otras especies de supersticiones, que supieren estar admitidas, para poder dirigir a los fieles las instrucciones que les parecieren necesarias, y expedir al mismo tiempo las órdenes convenientes, a fin de vencer la resistencia de los mal instruidos en la sinceridad y pureza de la Religión que profesan, y en las máximas del verdadero culto de Dios y de sus Santos, y superar la tenacidad con que suelen empeñarse en sostener los abusos autorizados con la depravada costumbre de muchos años. «Y mientras no lo ejecutamos, añade, con el fin de hacerlo con más acierto, después de informados, exhortamos a los Beneficiados, Curas Párrocos y Tenientes, y en cuanto sea necesario, les mandamos que con el más ardiente celo se dediquen a desterrar de sus Parroquias todos los abusos opuestos al verdadero culto de Dios y de sus Santos, y a la sinceridad de la piedad Cristiana, todos [207] los ritos vanos, supersticiosos y gentílicos, y las preocupaciones de falsas creencias, instruyendo a sus fieles en las sólidas verdades de la fe, y en la simplicidad y pureza de la Religión Cristiana, declarándoles qué es superstición, en qué consiste, y cuando se comete; y extinguiendo desde luego todas aquellas mayordomías que con motivo de las depravadas costumbres introducidas, los ponen en ocasión de cometer varios desacatos, y de solicitar el culto de los Santos por caminos indecentes, y que no conducen para su veneración, sino que antes se oponen a ella; para lo cual en cuanto sea menester, les damos nuestras facultades.»

     En 1764 había publicado otro sobre la decencia, respeto, gravedad y devoción con que deben asistir los Fieles en la solemnidad del día, procesión y octava del Corpus. En el mismo año otro sobre las calidades que habían de tener los Ordenandos para recibir las Órdenes sagradas.

     En 1765 escribió a los Párrocos de la Ciudad de Salamanca, diciéndoles, que en cumplimiento de su ministerio, había pensado en explicar personalmente todos los Domingos de aquella Cuaresma la Doctrina Cristiana al pueblo; y les remitió una lista de las preguntas que pensaba hacer a los niños, encargándoles que les enseñaran las respuesta.

     En 1769 con motivo de una Carta circular [208] de la Real Cámara, en la que se avisaba el acuerdo que se había hecho en ella, para que se suprimieran todos los Beneficios incongruos del Reino, escribió a todos los Párrocos de su Obispado, pidiéndoles una lista puntual de los que había en sus Feligresías, con expresión de sus rentas.

     Historia de los Seminarios Clericales, escrita en Italiano por Don Juan de Giovanni, Canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Palermo, traducida por el M. Fr. Bernardo Agustín de Zamora, Carmelita Calzado, del Gremio y Claustro de la Universidad de Salamanca, y su Catedrático de Lengua Griega, de orden del Ilustrísimo Señor Don Felipe Bertrán, del Consejo de S. M. Obispo de la Santa Iglesia de Salamanca, Inquisidor General en todos los Reinos de España. En Salamanca en la Imprenta de Francisco Rico año de 1778: un tomo en cuarto mayor.

     Desde el año de 1759 se han estado dando varias órdenes por el Consejo, y por la Vía Reservada a los Obispos para que propongan los medios de establecer Seminarios Clericales en sus Obispados. Últimamente en 31 de enero de 1778 se les dirigió la circular siguiente:

     «Ilustrísimo Señor. Por la circular que expidió el Consejo en 5 de mayo de 1766, y se comunicó a los muy Reverendos Arzobispos, y demás Diocesanos del Reino, [209] para el cumplimiento de las órdenes expedidas por S. M. en 23 de diciembre de 1759, y 26 de abril de 1766, se les recomendó (entre otros particulares) la erección de Seminarios Clericales, al cargo de Clérigos ancianos y doctos; y que tomando todas aquellas medidas que pide el espíritu de la iglesia, el bien del Estado, y el decoro del mismo Clero, que fácilmente decae cuando llega a ser excesivo el número de los Ministros del altar; acudiendo los Reverendos Obispos y Ordinarios al Consejo para cualquiera auxilio que dependiese de él, el cual subministraría, como protector que es en nombre de S. M. de la puntual observancia del Concilio. Enterado el Rey nuestro Señor de no haber tenido esta providencia el puntual cumplimiento que exigía la importancia del asunto, y deseando S. M. que se verifiquen sus religiosos deseos en el establecimiento de los Seminarios, que quiso y previno el santo Concilio de Trento, cuya protección es inseparable de su Real vigilancia, por los grandes beneficios que de ellos resultan a las Iglesias y al bien del Estado, se ha servido comunicar nueva orden al Consejo, mandando que a su Real nombre se repitan cartas a los Prelados del Reino, manifestándoles sus soberanos y eficaces deseos sobre que procedan eficazmente a la creación de los mismos Seminarios Clericales; y que [210] a este fin proponga cada uno a S. M. por medio del Consejo los que advierta más propios en su Diócesis, para que auxiliados y protegidos de su soberana autoridad, puedan tener mejor efecto del que han tenido hasta aquí. Publicada en el Consejo esta Real resolución, acordó su cumplimiento; y para que lo tenga por lo respectivo a la Diócesis de V. S. I. se lo participo de su orden esperando del acreditado y pastoral celo de V. S. I. que promoverá este asunto hasta que se verifiquen las Reales intenciones de S. M. y del Consejo. Y del recibo de ésta se servirá darme aviso para pasarlo a su superior noticia. Dios guarde a V. S. I. muchos años. Madrid 31 de enero de 1778.»

     El Señor Bertrán luego que recibió la orden del Consejo en 1766, pensó seriamente en el establecimiento del Seminario de San Carlos; para lo cual hizo las más vivas diligencias, una de las cuales fue la publicación de la Historia de los Seminarios, para instruir al público de su grande utilidad.

     Es muy digna de leerse la Pastoral que puso al principio de aquella Historia, y particularmente las siguientes palabras: «Aunque es cierto que ya nuestra edad nos promete pocas esperanzas de ver todos los frutos de este santo establecimiento; sin embargo de que el conocimiento propio nos obliga a confesar ingenuamente, que ningún otro [211] Prelado hubiera necesitado más que Nos dé este importantísimo socorro, por nuestra demasiada flaqueza, y grandes faltas: como quiera, protestamos con toda la sinceridad de nuestro corazón, que si el Señor se digna, por lo mucho que ama su Iglesia, bendecir nuestros buenos deseos, y nos deja ver establecido el Seminario, nos será de mayor consuelo que cuantas ventajas y bienes podemos esperar ver en este mundo, y saldremos gustosos de él, y complaciéndonos sobre manera de esta felicidad; cuyo precio conocemos a costa de nuestras experiencias cuan estimable deberá ser a nuestros sucesores.» Dios colmó los buenos deseos de este Prelado venerable, y le concedió el consuelo, no sólo de firmar su fundación, sino de ver los buenos efectos de aquel establecimiento en el corto tiempo de cuatro años que sobrevivió.

     En este tiempo, no obstante las tareas, y el trabajo indispensable de su empleo de Inquisidor General, formó con la más seria reflexión las Constituciones, que se publicaron en 1783, las que pueden servir de modelo para los demás Seminarios; pues sin omitirse en ellas las menudencias precisas de la economía y gobierno doméstico, se ven sólidos principios de educación y de enseñanza. Para ésta propone un plan corto, pero muy juicioso; y aunque para la Filosofía [212] y Teología no nombra Autores determinados, sé que mandó se enseñaran por las Instituciones del P. Jacquier y de Juenin.

     BLASCO (Don Vicente) de la Real y Militar Orden de Montesa, Sub-Preceptor de los Serenísimos Señores Infantes de España, y actualmente Canónigo de Valencia. Se dice que es el Autor del Prólogo sobre la necesidad de buenos libros para la instrucción del pueblo, que precede a la obra De los Nombres de Cristo del M. Fr. Luis de León, reimpresa en Valencia en 1770.

     Fr. Luis de León se lamentaba en su tiempo del estado infeliz del Pueblo Cristiano, que estaba destituido por justas causas de la lección de las Sagradas Escrituras, y entregado a fábulas y genealogías. El Autor de este prólogo advierte que es mucho más deplorable nuestro tiempo: lo primero, porque todavía no se ha tenido por conveniente el leer las Sagradas Escrituras en lengua vulgar: lo segundo, porque aunque ya no se aprecian los libros de Caballerías, se ha introducido en su lugar la lectura y representación de las Comedias, que son mucho peores. «Pero tenemos, dice, otro mal aun más extremado, fuente de inexplicables daños, que distingue a nuestra edad de las pasadas, y la hace desventurada sobre todas. Hablo de las falsas doctrinas de la Moral, que algunos, usurpándose el título de maestros [213] de ella, han derramado en medio de la iglesia, dándolas nombres de suaves y benignas, siendo en la verdad una ponzoña tanto más cruel, cuanto más adormece al hombre, para que no sienta su mal, y así camine con mentida paz a la muerte eterna.» Pinta muy al vivo los daños que han resultado de esta nueva Moral, contraria a las Sagradas Escrituras, y desconocida de los Padres de la Iglesia. Habla de su origen, el que encuentra en el descuido e ignorancia de las Sagradas Escrituras; pero más particularmente en la opinión que empezó a introducirse en el siglo diez y seis, de que el dolor del pecado, que llamamos atrición, sin principio alguno de caridad, basta para justificar al hombre en el Sacramento de la Penitencia; la cual refuta con mucha solidez.

     Habiendo sido uno de los medios de que se han valido los nuevos Doctores para extender y acreditar sus opiniones, la impresión y repetición de varias obras en todos los idiomas, juzga que otro de los mejores para desterrarlas será la publicación de buenos libros, que muestren el verdadero camino de la justicia y de la vida. «Reinarán, dice, las vanidades, el amor a los placeres, el lujo inmenso, la inmisericordia, las costumbres corrompidas juntamente con la falsa paz, falsa devoción, y temeraria confianza que inspiran los nuevos maestros, si no se les [214] combate de todos modos, demostrando sus falsedades, y su espíritu enemigo de la Cruz de Jesucristo: como ellos han procurado deslumbrar con sus escritos a todo estado, a toda clase, y a todo sexo; así es necesario iluminar y desengañar a todos con otros escritos que puedan leerlos todos.» Para esto recomienda la obra de los Nombres de Cristo del Maestro León, exhortando al mismo tiempo a que otros sabios le imiten en la publicación de buenos libros.

     Entre tanto, para que todos puedan conocer si los llevan sus directores por el camino de la verdad y de la justicia, o por el de las peligrosas probabilidades, propone tres reglas o máximas muy Cristianas. I. Que la vida Cristiana consiste en aplicarse con todo cuidado a desarraigar las pasiones, y a cumplir el precepto de la caridad, por el cual estamos obligados a amar a Dios con toda el alma, con todo el corazón, con todas las fuerzas, y a ofrecerle como en obsequio todas nuestras acciones, haciéndolas en nombre de Jesucristo, y en reconocimiento de lo que debemos a Dios nuestro Criador, Salvador, y fin último. II. Que no cumple este precepto, ni es posible permanezca en la gracia y amistad de Dios quien ame al mundo, y a las cosas mundanas. III. Que la renovación de un corazón dañado, y el volver a la entereza de la salud [215] Cristiana, no es cosa fácil, y de lágrimas pasajeras, sino muy ardua, y que no se alcanza (como dice el Concilio de Trento) sin grandes lloros y trabajos, por pedirlo así la Divina Justicia, aun en el Sacramento de la Penitencia.

     Se alaba el estilo y buen juicio del Autor de este prólogo; pero aunque no han pasado más de catorce años desde su publicación, es muy diferente el estado en que ahora se encuentra el estudio de la Moral en España; y en cuanto a la lectura de los Libros Sagrados, la Santa Inquisición ha levantado la prohibición, y permitido su uso con algunas prevenciones en un edicto publicado en el año de 1783, en el que se dice: «Que habiéndose meditado y reflexionado mucho el contenido de la regla quinta del Índice expurgatorio de España, por la que con justísimas causas que ocurrían al tiempo de su formación, se prohibió la impresión y lectura de versiones a lengua vulgar de los Libros Sagrados, con más extensión que la que comprende la regla cuarta del Índice del Concilio; cuyas causas han cesado ya por la variedad de los tiempos: y considerando por otra parte la utilidad que puede seguirse a los Fieles de la instrucción que ofrecen muchas obras y versiones del Texto Sagrado, que hasta ahora se han mirado como comprendidas en dicha regla [216] quinta; se declara deberse entender ésta reducida a los términos precisos de la cuarta del Índice del Concilio, con la declaración que dio a ella la Sagrada Congregación en 13 de junio de 1757, aprobada por la Santidad de Benedicto XIV. de feliz recordación, y prácticamente autorizada por nuestro Santísimo Padre Pío VI. en el elogio y recomendación que hace en Breve de 17 de marzo de 1778 de la traducción hecha en lengua Toscana por el sabio Autor Antonio Martini. Y en esta conformidad se permiten las versiones de la Biblia en lengua vulgar, con tal que sean aprobadas por la Silla Apostólica, o dadas a luz por Autores Católicos, con anotaciones de los Santos Padres de la Iglesia, o Doctores Católicos, que remuevan todo peligro de mala inteligencia; pero sin que se entienda levantada dicha prohibición respecto de aquellas traducciones en que falten las sobredichas circunstancias.»

     BOCANEGRA Y GIBAJA (Ilustrísimo Señor Don Francisco) Obispo de Guadix y Baza, y después Arzobispo de Santiago. Sermones: dos tomos en octavo: Madrid 1775, y segunda edición en 1783.

     Entre los Sermones del Señor Bocanegra se celebra particularmente el de la Dominica cuarta de Cuaresma sobre la obligación que tienen los ricos a dar limosna, y los Oradores Evangélicos a predicar bien la santa [217] doctrina. Hace en él una pintura del estado lamentable en que estaba la Oratoria Sagrada por aquel tiempo, esto es, por los años de 1755: pondera la necesidad de predicar bien la divina palabra, y los daños que se siguen a la salud espiritual de los Fieles de los abusos de los Predicadores.

     Tuvo el consuelo aquel Prelado de ver corregidos muchos de los defectos que había reprendido en su Sermón. Y así dice en la Carta Pastoral que está al principio del primer tomo. «No puedo pasar en silencio una advertencia que me parece muy precisa, y es, que lo que digo en el Sermón de la Dominica cuarta de Cuaresma en orden a los que ejercen el ministerio de la predicación, no se debe entender ya en el día con la generalidad que allí suena. Entonces había muchos Predicadores en quien se notaba aquel abominable carácter que allí se pinta. Hoy está muy reformado en nuestra Nación el sagrado ministerio del púlpito.»

     En otros artículos hablaremos de los progresos de la Oratoria Sagrada de España en este siglo.

     EL SERENÍSIMO SEÑOR INFANTE DON GABRIEL DE BORBÓN la Conjuración de Catilina, y la Guerra de Yugurta, por Gayo Salustio Crispo.

     La Familia Real en todos los Estados, y particularmente en las Monarquías, tiene [218] un influjo imponderable sobre el modo de pensar y de vivir del resto de la Nación. Las clases inmediatas observan atentamente sus inclinaciones, sus gustos, usos y costumbres, y procuran imitarlas en cuanto pueden, a proporción de sus facultades respectivas: y de estas se comunica insensiblemente a las subalternas; de suerte que quien conozca a fondo el modo de vivir y de pensar de la Casa Real, se puede decir que está en disposición de poder juzgar del genio y carácter de la Nación entera.

     Esta regla es mucho más segura que la simple inspección ocular de los edificios públicos, el trato superficial y pasajero de los viajantes, los libros, y otros monumentos de la industria y de la civilización; los cuales muchas veces son efecto puramente de la casualidad, o de una protección momentánea, que no prueba más que el que hubo algún Ministro que quiso distinguirse, y señalar su nombre.

     Si hubieran tenido presente esta observación los Escritores de viajes, y demás Autores al hablar de los progresos de la industria y la civilización de varios pueblos, no hubieran sido tantas las equivocaciones, hechos contradictorios, e impertinencias con que han dado a conocer más su frivolidad, y poco juicio, que los asuntos que se propusieron. Y si por esta misma regla se juzgara, como [219] se debe, de la cultura actual de España, ¡qué aspecto tan diferente mostrarían las descripciones que se suelen hacer de ella!

     Uno de los cuidados que más han ocupado en todo tiempo la atención de Carlos III. ha sido el dar a sus Augustos Hijos y Nietos Maestros sabios, e ilustrados, no por pura ceremonia y razón de estado, como se acostumbra muchas veces en las casas de otros Reyes, sino con ánimo declarado de que se les dé la más sólida enseñanza, no sólo de la Religión y de la Moral, sino también de las ciencias y artes útiles y proporcionadas a su clase. S. M. ha tenido la dulce satisfacción de ver que el aprovechamiento de sus amados Hijos y Nietos ha correspondido a sus deseos. No hay en toda la Familia Real una Persona que no esté adornada competentemente de los más bellos conocimientos de las humanidades, historia general y particular de la Nación, de Física, Geografía, y otras partes de las Matemáticas, y que no se precie de tener un buen estudio de los mejores libros y preciosidades literarias, con un conocimiento muy exacto de todas ellas. El público ha admirado en los repetidos ejercicios literarios de la Serenísima Señora Infanta Doña Carlota Joaquina el hechizo de sus gracias, y los adelantamientos extraordinarios y superiores a su edad. Y la república literaria se honrará eternamente [220] con la obra del Serenísimo Señor Infante Don Gabriel, intitulada la Conjuración de Catilina, y la Guerra de Yugurta, por Gayo Salustio Crispo.

     Precede a la traducción un prólogo en el que se habla del estilo de Salustio y de la dificultad de traducirlo bien en las lenguas vulgares. Si alguna hay en que se pueda conservar el nervio y la fuerza de la expresión del original, es la Española. «A la verdad, nuestra lengua por su gravedad y nervio, es capaz de explicar con decoro y energía los más grandes pensamientos. Es rica, armoniosa y dulce: se acomoda sin violencia al giro de frases y palabras de la Latina: admite su gravedad y concisión, y se acerca más a ella que otra alguna de las vulgares.» Este juicio se comprueba con el testimonio imparcial de algunos buenos Autores extranjeros. A esta prueba se añade la observación particular de que por ser el carácter de nuestra lengua la sublimidad, los mejores maestros de ella se propusieron imitar a Salustio, con preferencia a César, Nepote, Livio, y demás Historiadores Latinos, como se echa de ver en Don Diego de Mendoza, Juan de Mariana, Don Carlos Coloma, Don Antonio Solís, y otros. Pedro Chacón y Jerónimo de Zurita le ilustraron con eruditas notas, que se guardan manuscritas en la Biblioteca del Escorial. Cuando los Griegos no [221] habían renovado todavía en el Occidente el buen gusto de la literatura, ya entre nosotros Vasco de Guzmán, a ruego del célebre Fernán Pérez de Guzmán, Señor de Batres, había hecho la traducción Española de este Autor, que se cita algunas veces en las notas de esta, y se halla manuscrita en la Real Biblioteca del Escorial. De esta desciende la que publicó en 1529 el Maestro Francisco Vidal y Noya, que se imprimió tres veces en el espacio de treinta años; y la de Manuel Sueyro, que se publicó en Amberes en 1615. Por no haberse hecho aquellas traducciones en los mejores tiempos de nuestra lengua, aunque tienen mucho mérito, ninguna de ellas se acerca al original. El Autor de ésta, siguiendo en el estilo a nuestros mejores Escritores del siglo diez y seis, guarda exactamente el carácter y pureza de nuestra lengua, evitando escrupulosamente el uso de voces y frases extranjeras. «Ojalá, dice, que con esto abriera yo camino a nuestros Escritores, amantes de la riqueza y propiedad de su lengua, para que hiciesen lo mismo, y poco a poco le restituyesen aquella su nobleza y majestad que tuvo en sus mejores tiempos.» No puede verse sin dolor que se dejen cada día de usar en España muchas palabras propias, enérgicas, sonoras, y de una gravedad inimitable; y que se admitan en su lugar otras, que ni por su origen, ni por la analogía, [222] ni por la fuerza, ni por el sonido, ni por el número son recomendables, ni tienen más gracia que la novedad.

     Se ha seguido en la edición Latina que acompaña a la traducción la de los Elzevirios hecha en Leyden el año 1634; pero mejorada en algunos lugares en que aquella está manifiestamente viciada, para cuya corrección se han tenido presentes dos Códices de la Real Biblioteca del Escorial, otro del Estudio de S. A. y varias ediciones antiguas, particularmente una del año 1475, sin nombre de Impresor, ni de lugar.

     Al fin se han añadido varias notas eruditas y oportunas, y una disertación que mandó escribir S. A. a su Preceptor Don Francisco Pérez Bayer del Alfabeto y lengua de los Fenicios y sus Colonias, para ilustrar más bien aquel pasaje de Salustio, en que dice: «Ejus civitatis (Leptis) lingua modo conversa connubio Numidarum.»

     El mérito de esta traducción hecha por S. A. sus eruditas notas, corrección del texto original, belleza de los caracteres y láminas, excelente calidad del papel, y exquisito gusto en la impresión, honrará eternamente a Gayo Salustio Crispo, y a España en la época feliz del reinado de Carlos III.

                               Perita gentis et morare, Celtiber,
Sepulta tardus excitare nomina?
Quid aut remora fingis antra Pierî, [222]
Quid, aut petenda sedulis laboribus,
Suumve nomen haud inesse literis,
Nec esse honore Regis aestimabiles?
Vocat capacis ingenî sagacitas,
Amorque laudis haud quietus incitat:
Secunda Phoebus el retexit omina:
Procul facessat otium: facessite,
Pudende languor, et pudenda tarditas;
Ephoebus ecce regius molestias,
Et alta montis appetit cacumina;
Tuamque, Crispe, victor insolentiam
Disertus in paterna verba transferens,
Superstes ille cingit alma tempora
Comâ virentis implicata laureae.
Quid o! morare jam perita, Celtiber.
Sepulta gentis excitare nomina? (33)

     BOWLES (Don Guillermo): Introducción a la Historia Natural, y a la Geografía física de España. Madrid en la Imprenta de Don Francisco Manuel de Mena, año 1775. Un tomo en cuarto.

     Don Guillermo Bowles no fue Español; pero su introducción debe reputarse por obra Española, no solamente por haberse publicado la primera vez en esta lengua, sino por haberse hecho sobre memorias adquiridas a expensas de nuestra Nación. Como quiera que sea, su grande mérito y observaciones [224] importantes que contiene, merece que se dé alguna noticia más particular.

     Precede un discurso Preliminar, en el que se explican algunas voces de que se ha de hacer uso en la obra; se da una idea general de las varias clases de piedras y de minas que hay en España, comparándolas con las de Otros Reinos, y propone el Autor el método y conducta que ha observado en sus escritos.

     La obra se compone de las relaciones de muchos Viajes hechos por el Autor dentro de la península, interpolados con algunas descripciones y disertaciones, sobre varios puntos de Historia Natural.

     El primer Viaje es el de Madrid a Almadén. Refiere en el principio la causa de su venida a España; y fue que estando en París en 1752, conoció a Don Antonio Ulloa, quien habiéndole dado a conocer a nuestro Ministerio, logró que este le ofreciera un buen partido, con el cual se vino a España, en donde se le señalaron por discípulos y compañeros para sus Viajes, a Don José Solano, Don Salvador de Medina, que murió en California, a donde le envió la Corte para observar el último paso de Venus por el disco del sol, y a Don Pedro Saura, Abogado, que murió en Madrid.

     Después de ir notando las calidades de tierras, y varias particularidades naturales que [225] advirtieron en el camino, habla de la antiquísima y muy famosa mina de Cinabrio de Almadén. Pone la historia de esta mina, cuyo asiento, juntamente con el de la de plata de Guadalcanal, produjo en el siglo pasado tantas ganancias a dos hermanos llamados Fuggars, y en España Fucares, que dejaron a sus sucesores medios con que vivir en la clase de Príncipes en Alemania.

     Desvanece luego la opinión común, que tiene por venenosas las exhalaciones mercuriales, y la falsa persuasión en que se está de lo que padecen los forzados que se destinan a aquellas minas. «Los forzados, dice, que allí se envían, no padecen nada en la mina, ni hacen más que acarrear piedra en los carretoncillos; pero muchos de ellos son tan bribones, que se fingen paralíticos para mover a piedad, y estafar algo a los que van a ver aquello. Cada forzado de estos cuesta al Rey ocho reales al día; se regalan y ponen mejor que ningún labrador; venden la mitad de su ración, y gozan de robustísima salud. Por una infundada compasión no se les hace trabajar más que ligeramente tres horas al día, y no obstante esto, el mundo cree que su pena es intolerable, y poco menos terrible que la muerte. Los mismos Jueces lo deben creer así de buena fe, según la especie de delincuentes atroces que envían allá. Pero en verdad que se engañan, y pueden estar seguros [226] de que cualquiera vecino de Almadén trabaja voluntariamente más del doble para ganar menos de la mitad de lo que cuesta un forzado.»

     Sigue luego la descripción de la mina y de todas sus maniobras, particularmente de los hornos inventados por Don Juan Alfonso de Bustamante, los cuales son tan excelentes, que el célebre Bernardo Jussieu presentó en 1719 una memoria sobre ellos a la Academia de las Ciencias de París, y se ha adoptado su uso en las minas de Hungría con mucho ahorro de obreros que tenían que emplear en su método antiguo.

     Del azogue que se saca de Almadén, se envían cinco o seis mil quintales a México para el beneficio de aquellas minas. «Es preciso confesar, dice el Señor Bowles, que los Españoles han sido los inventores de esta especie de beneficio, descubierto por el año de 1566, y a ellos se debe esta invención, de que otras naciones harían mucho ruido, si alguna de ellas la hubiera hallado»

     Habla luego de la mina de plata llamada Voladora en México, la que se supone haberse acabado a muy poco tiempo después que se empezó, y da algunas razones para probar, que si se ha perdido, no ha sido tanto por haberse acabado la veta, como por falta de inteligencia en el beneficiarla.

     En lo que dice del salitre de España se [227] conoce la gran proporción de nuestro terreno para hacer un comercio activo con la pólvora. Los Ingleses y Holandeses tienen que traerlo de las Indias Orientales; en Francia para su perfección se necesitan tres o cuatro maniobras más que en España; y la superioridad del nuestro está comprobada con el mayor alcance de nuestros cañones en la última guerra. Por de contado con la Fábrica de Madrid, se nos ha quitado ya la necesidad de comprar la pólvora a los Holandeses; y si se continúa el fomento de este ramo, no será extraño que los extranjeros vengan a comprarla a España, pues en todo el mundo el mayor cebo para que haya compradores es la bondad del género, junta con la conveniencia en el precio.

     En 1753, de orden del Ministerio, hizo algunas experiencias sobre la Plantina, con cuyo motivo escribió la disertación que se inserta en esta obra, en la que propone muy fuertes argumentos para probar contra el Conde de Buffon, que la Plantina es un metal nuevo y de distintas propiedades de los que hasta ahora se conocían, con otras observaciones importantes acerca del uso que puede hacerse de ella.

     Trata de las plantas en general y en particular de algunas de España, en donde asegura que hay tantas y tan exquisitas, que ni Bellonio, ni Vauwolfio mencionan ninguna de las cercanías de Jerusalén que él no hubiese [228] visto en España insinuando al mismo tiempo el uso ventajoso que podría hacerse de muchas de ellas, de las cuales se saca ahora muy poca utilidad.

     Con motivo de la langosta que desoló a España en los años de 1754, 55, 56 y 57, incluye una disertación en que se pone la Historia Natural de aquel insecto, con varias observaciones sobre su naturaleza y propagación, y medios de destruirla.

     El Consejo envió en 1755 una carta circular a todas las Justicias, acompañada de una instrucción que debían tener presente para la extinción de aquella plaga, y deseando precaver en cuanto sea posible los estragos de ella, pisó un oficio a la Real Sociedad Económica para que propusiera un premio al que mejor escriba sobre este asunto.

     En el viaje a Bayona hace una descripción admirable de la Vizcaya. Celebra la sencillez de las costumbres de los Vizcaínos, su Agricultura, su industria y actividad para el comercio, la aplicación de las mujeres al trabajo, en cuyas propiedades y otras encuentra tanta conformidad con las de los Irlandeses, que conjetura vienen unos y otros de un mismo origen.

     Sería muy largo el referir todas las observaciones del Señor Bowles acerca de la Historia Natural, no sólo de las minas y piedras, que es el objeto principal de su obra, sino [229] también de las plantas y animales, clima y genio del país, costumbres, y cuanto puede ser conducente para el conocimiento de la Geografía física de España.

     Aunque esta obra no es más que una introducción a la Historia Natural de nuestra península, por ella sólo puede formarse un concepto más seguro de nuestro país, que por las infinitas relaciones equivocadas con que varios Viajeros y Autores de Geografía han obscurecido esta parte de la Historia general. «Aun los hombres de juicio, advierte el Señor Bowles, que si dicen algo es con mezcla de cien equivocaciones y disparates, creyendo a Escritores que sin examinar cosa alguna han forjado y publicado novelas para divertir al público y sacarle el dinero, cual es entre otros la que se cita en una nota sacada de la Enciclopedia, y del Diccionario de Historia Natural, en donde se dice, que las damas Españolas están continuamente mascando búcaro, y que la penitencia más severa que los Confesores las pueden dar, es privarlas de este regalo por sólo un día.»

     En el artículo Pons tendremos ocasión de hablar de los principales Viajeros y Escritores extranjeros que han tratado de España, y de notar muchas de sus equivocaciones.

     BRUNA (Don Francisco de) del Consejo de S. M. en el de Hacienda, y Decano de la Real Audiencia de Sevilla. Reflexiones sobre [230] las Artes mecánicas. Están en el tom. 3. del Apéndice a la Educación Popular: y aunque son cortas, contienen grandes principios. En su opinión la época del abatimiento de las Artes en España es posterior al tiempo de San Fernando, quien hizo el mayor aprecio de ellas, repartiendo a sus maestros y oficiales heredamientos igualmente que a los caballeros en el repartimiento de Sevilla. Manifiesta la necesidad de desarraigar la preocupación que envilece a las Artes. Es muy importante la máxima siguiente: «En el aumento de las Artes tienen más parte las costumbres, que las leyes: porque éstas no pueden descender a tanta particularidad, ni ser eficaces sin las costumbres. Todo el oficio de las leyes en esta materia bastará que sea remover impedimentos, y corroborar la seguridad y libertad del artesano: lo demás es obra de los magistrados más que de las leyes. En las que pertenezcan a esta materia considero tres puntos: primero el horror al ocio y holgazanería: segundo, la extirpación de los vagos, corrigiéndolos por medio de pocos hospicios, en que no sean perpetuos: tercero, el honor, el interés y la emulación. No creo que las leyes fabriles deban pasar de aquí, perderían su natural majestad.»

     Inauguración a la Junta General de la Sociedad Patriótica de Sevilla. Con motivo de celebrarse en el Real Alcázar la Junta General [231] para la distribución de premios de aquella Sociedad, trae a la memoria cómo desde tiempos muy antiguos había servido aquel edificio de albergue a los sabios y a las Academias. Celebra la importante unión de los compatriotas para los fines que son el objeto de las Sociedades Económicas. «Los siglos, dice, padecen sus enfermedades en las costumbres y es menester curarlos de cuando en cuando: cada nación tiene su manía, y el mayor mal de los hombres es no confesar jamás que se han engañado. Hace un justo elogio de las artes y los artesanos, alabando los esfuerzos de nuestro Gobierno para sacarlas del desprecio y del abandono en que han estado mucho tiempo, el que atribuye no a culpa de los mismos artesanos, sino a la falta que han tenido de dirección y apoyo. «Es injusta, dice, la nota que se da a los Españoles de perezosos, y que padecen el común achaque de flojedad de los Reinos pingües: lo que les ha faltado es dirección y apoyo; en cualquiera de nuestras provincias sobran muchos brazos que desean ocupación y tarea para ganar el sustento.» Recuerda algunas de las providencias dadas últimamente a favor de la industria, y declama contra el lujo, particularmente de géneros extranjeros, celebrando particularmente uno de los estatutos de aquella Sociedad, que dice así: «Esta clase (la de industria) deberá [232] clamar contra la introducción de géneros de puro lujo, que es una pérdida verdadera para el Estado.» Pondera las muchas fábricas que hubo en Sevilla antiguamente, y concluye exhortando a los artesanos a la continuación de sus tareas, y a los Socios a la de sus loables ejercicios.

     Noticia y explicación de un monumento antiguo Romano descubierto en la Villa de las Cabezas de San Juan del Arzobispado de Sevilla, por Don Francisco de Bruna, en la Academia de 16 de octubre de 1767. Este monumento se descubrió en el año 1762, y se conserva en el gabinete del mismo Señor Bruna. Es una estatua en ademán de sostener un globo, con la inscripción siguiente:

                               I. CLAVDIO. CAESARI. AVG. GER
MANICO. PONT. MAX. TR. POT. VIII.
IMP. XVI. COS. IIII. P. P. CENSORI
TERPVLIA. SAVNI. FIL. EX. TESTAMENTO
      ALBANI. SVNNAE. F. VIRI SVI.

     Este escrito juntamente con una lámina en que se representa aquel monumento, está en las Memorias Literarias de la Real Academia de Sevilla.

     También tiene el Señor Bruna algunos informes en el expediente sobre la Ley Agraria, del que acaso se dará noticia en algún artículo de esta obra. [233]

     BUENO (Don Desiderio): De orden superior se imprimió en 1764 un papel intitulado: El trigo considerado como efecto comerciable, traducido del Francés, acompañado de las Reflexiones de Don Desiderio Bueno sobre el mismo papel. El nombre del Autor parece supuesto: pero las reflexiones son muy buenas. Se divide en tres puntos. En el primero se conoce el estado de la cuestión en Francia. En el segundo se consideran los provechos y perjuicios del sistema de los Ingleses; esto es, de la utilidad o daño de la gratificación que conceden por la extracción, y de los tributos que cargan a la importación. Y en el tercero se contrae el proyecto del comercio de granos libre universalmente a nuestra particular y actual situación, comparando nuestra policía de granos con la de los Ingleses.

     En el artículo Campomanes tendremos ocasión de hablar con más extensión de las mejoras que ha tenido en nuestro tiempo este ramo de policía y gobierno.

     BURRIEL (P. Andrés Marcos) de la extinguida Compañía de Jesús. Ya se ha hablado en otras partes del Viaje Literario que se mandó hacer a principios del reinado de Don Fernando VI. para recoger todos los Documentos y Memorias conducentes a la Historia Eclesiástica y Civil de España. El P. Burriel empezó su comisión en compañía [234] del Señor Bayer, por el reconocimiento del Archivo de Toledo, en donde estuvo desde el año de 1750, hasta el de 1755.

     No se debe olvidar el mérito de los que con este mismo motivo trabajaron en otros Archivos del Reino. A Madrid fue destinado Don Carlos de Simón Pontero: a Coria, Don Andrés Santos: a Sigüenza, Don Antonio Carrillo: a Oviedo, Don Atanasio de Torres: a Gerona el P. Antonio Codorniu: a Barcelona, Don Andrés de Simón Pontero: a Zaragoza, Don Fernando de Velasco: a Valencia, Don Miguel Eugenio Muñoz: a Cuenca, Murcia, Badajoz y Plasencia, Don Antonio Morales: y a Córdoba Don Marcos Domínguez, y Don José Vázquez, sujetos distinguidos y recomendables por sus empleos, y por su literatura. Los trabajos de éstos pasaban al P. Burriel, quien estaba encargado de la combinación de todos ellos, y daba cuenta al Ministerio de lo que se iba adelantando.

     Su designio era formar una colección general de todos los documentos antiguos pertenecientes a la Historia Eclesiástica de España, y señaladamente la de los Concilios, y de la Liturgia. En la carta que escribió el P. Rábago en 1752, y anda en manos de los eruditos, se ve lo que había ya adelantado en este año, que era todavía el segundo de su comisión. Tenía ya sacados cerca de dos [235] mil documentos auténticos pertenecientes a la Historia Eclesiástica y Civil, desde la conquista de Toledo. Da noticias muy exactas acerca de la colección Canónica que usaba la Iglesia de España en tiempo de los Godos, probando que en España nunca fue, no solamente fraguada, pero ni recibida la de Isidoro Mercator, hasta la invención de la Imprenta. Habla de otras colecciones que se hicieron en España de las que dice tenía formada la Historia y sacadas copias muy correctas, y da noticia del paradero de algunos originales existentes fuera de España. La copia del Código Gótico en cuatro tomos de a folio, la cotejó con todos los M. SS. existentes de ella. Además de esta preciosa colección, no conocida de Loaysa, ni de Aguirre, había encontrado y mandado copiar algunos Concilios, actas, y varios documentos inéditos.

     Aunque el ramo de lo Civil no era lo principal de su comisión, con todo recogió también bastantes documentos, de los cuales hablaremos en otros artículos, por haberse encontrado posteriormente algunos que el Autor no pudo hallar.

     Es muy extraño que habiéndose impreso en París esta carta traducida al Francés, no se haya publicado todavía en España en su idioma original. Para que el público disfrute alguna parte de ella, pondré a la letra lo que [236] dice de su trabajo sobre las Liturgias. «La atención a esta obra secular no me ha quitado la que debo tener a otras ideas que deben serme más propias. Cáusame vergüenza que los extranjeros nos hayan ilustrado de tantas maneras nuestras Liturgias Gótica, y Muzárabe; el ruido hecho con un Código hallado en Verona, y la reimpresión que del Misal y Breviario Muzárabe han hecho en Roma, y la que de nuevo entrara en los XV. tomos de la colección de todas las Liturgias del orbe que prometen los Asemanis Bibliotecarios Romanos. Por esto me he resuelto a recoger aquí cuanto pueda para la ilustración de nuestras Liturgias Españolas en todos sus ramos. Once tomos Góticos en pergamino hay aquí que contienen diversos pedazos de Liturgia Goda o Muzárabe. De ellos se compuso para uso de las Iglesias, el Misal o Breviario que imprimió el Cardenal Jiménez; pero los manuscritos tienen mucha diferencia en substancia y orden, y si en ello se hace alguna cosa de provecho es imprimirlos todos prout stant, como se ha hecho con los Misales Galicanos, Sacramentarios, Gregorianos y Leonianos, Ordo Romanus, &c. He emprendido pues la copia entera de ellos... se acabó la copia.

     »Después del rito Muzárabe, se sigue el Romano antiguo, que en su lugar se introdujo en España, muy diferente, ya que no [237] en la substancia, en accidentes notables del Romano antiguo. Tiene dos temporadas: primera, desde su introducción hasta el tiempo de los Reyes Católicos. Segunda, desde estos hasta el Concilio de Trento, o San Pío V. y su extensión. En lo antiguo era el Oficio en Misa y Rezo muy largo, y las Pasiones y Actas de los Santos se leían en el Coro a lo menos enteras. De ahí nace hallarse en las iglesias Pasionarios, Legendarios y Santorales antiguos que contienen dichas Actas, Pasiones e Historias, y estos libros son las fuentes verdaderas de la Historia de los Santos: como también los Martirologios que se leían en Prima. Hay también Misales, Pontificales, Antifonarios, y Breviarios de este tiempo: a lo menos aquí hay muchos manuscritos de estas cosas, y otras tales. He reconocido un Misal del tiempo del Arzobispo primero Don Bernardo, y otros tomos litúrgicos de aquella edad: copiado un Calendario ritual de D. Gonzalo Palomeque, y notado lo demás que me ha parecido conducir, aunque todavía falta mucho que hacer. Pero en lo que este último tiempo se ha trabajado más, es en saber de estas fuentes cuanto se puede para las Actas e Historias legítimas de los Santos, singularmente Españoles. Es notoria la afrentosa mezcla de verdades y mentiras de que está lleno el Martirologio Español de Tamayo Salazar en seis tomos en folio. Para que esto [238] pueda en parte enmendarse, he hecho un índice al famoso Santoral Smaragdim, bien conocido por la célebre carta de Resende al Racionero Quevedo, cotejando las ciento y trece Pasiones, o Actas de los Santos que contiene con los tomos de Surio y Tamayo (porque en toda esta Ciudad no hay un solo ejemplar de los Bollandos, ni de las Actas selectas de Ruynart, y otros modernos) y notando lo que vi que estaban muy desconformes, o que no se hallan en ellos, para que se copiasen a la letra; y las que concuerdan para cotejarlas yo después de espacio, notando las variantes; de manera que pueda publicarse luego todo el Código, prout jacet, con las noticias convenientes. Se copió enteramente. Otras cosas he hecho copiar de los antiguos Leccionarios del Coro, en que todavía se trabaja y trabajará, porque el material es mucho. Copiose también el Martirologio del siglo XIII. que tiene al margen noticias de personas ilustres. Reconocí otro de San Jerónimo, pero no lo he cotejado. Otro hay aquí de Ripoll, que es el de Adón, con adiciones y notas de muertes, &c. que tampoco he podido disfrutar aún. En fin de esta primera temporada del rito Romano en España hay aquí tantos monumentos, que no será posible recojerlo todo; pero se hará cuanto se pudiere en lo más especial, a lo menos en España.

     »Segunda temporada llamo yo, cuando casi [239] todas las Iglesias de España, movidas del ejemplo de Roma, hicieron más breves sus Breviarios, y los imprimieron. Tengo probado que la Corte Romana, después de habernos obligado a decir el Oficio Gótico, y recibir el que ella usaba en el siglo XI. empezó a usar en el XIII. y XIV. una abreviación de Oficio llamado por eso Breviario. En la librería manuscrita que los Reyes Católicos dejaron al Convento Franciscano de San Juan de los Reyes, se halla este Breviario ad usum Curiae Romanae; y por él se ve que los Franciscanos fueron los Autores de esta abreviación. Es manuscrito antiguo. En España a este tiempo cada Iglesia había ido acomodando los Rezos de los Santos de su devoción, según el rito Romano largo. Así se ven, pongo por ejemplo, en Toledo en los Leccionarios y demás Litúrgicos, los Rezos de la primera traslación de S. Eugenio, de San Ildefonso, batallas de Benamarín por Don Alonso XI. y otros; porque unos se mandaban celebrar por los Concilios, como el Concilio de Peñafiel mandó en tiempo de Don Gonzalo Palomeque rezar de San Ildefonso en toda su Provincia; otros en Sinodos, como el Cardenal Jiménez mandó rezar en el Sinodo de Talavera de San Juan de Tales, San José, y la Presentación, y otros a devoción de Prelados e Iglesias por Patronos, naturales, reliquias, &c. Sin embargo la nueva moda de la Corte [240] Romana se fue introduciendo a lo menos para uso de particulares, y en cada Diócesi se fueron formando Breviarios al uso de ella, acortando las Lecciones Salmodia, y demás partes, variando, tomando de otra Iglesia, y formándose cada una sus Rúbricas y estilo de Rezo. Con la renovación de las letras desde el feliz reinado de Don Fernando y Doña Isabel, cada Iglesia trató de reformar y componer su Breviario lo mejor que pudo, o formarle de nuevo, como la de Granada, e imprimirlo. Como las Iglesias no convenían unas con otras en los Rezos de Santos, ni aun en el Oficio de tempore, salió en estos Breviarios una diversidad maravillosa y extraña que se ve en ellos. En esta librería hay veinte y cuatro Breviarios de diversas Iglesias y Órdenes, que pueden ser de la herencia del Doctor Salazar de Mendoza, que juntó muchos más, según escribe; todos entre sí son diferentes. De Salamanca hay dos diversos impresos, uno que dice ser reforma del manuscrito: otro que es nueva reforma del mismo impreso. A este mismo tiempo el Cardenal Quiñones inventó otro Breviario Romano más breve que quiso introducir en la Iglesia, y contra el cual hay una declamación manuscrita de Don Antonio Agustín, hecha al Concilio de Trento, que con otros papeles suyos he visto en el Colegio Imperial. Pero muchos le usaban en España, huyendo de sus Breviarios Diocesanos, [241] como se dice en el prólogo del segundo reformado de Salamanca, y yo tengo un ejemplar: bien que los más ajustados no se atrevían a usarle sin licencia particular; y así San Francisco Javier deseaba privilegio pontificio que poder comunicar a sus Clérigos para usar de este nuevo Breviario, como se lee en sus Cartas tom. I. pág. 46. porque esto atraería a algunos a ir con el Santo a la India.

     »En estos Breviarios Diocesanos hay algunos yerros... Sin embargo son utilísimos para mil memorias, así litúrgicas como históricas, y están compuestos de las mejores Memorias que entonces tuvo cada Iglesia, y con mucho acuerdo, como el de Burgos con consejo de los Sufragáneos y Clero: el de Evora que se encomendó a Resende; y todos por orden de los Prelados más sabios de aquel siglo feliz. Yo he revuelto todos los que hay en gran número: deseo copiar los Calendarios y Rúbricas del Rezo de todos, hacer un extracto de la Salmodia y Oficio de tempore (como el que hace Grancolas del Breviario de París en su libro Breviario Romano) y después copiar los Santorales, o lecciones de Santos, e himnos propios; porque creo que de este modo deberán entrar al fin de la colección de Liturgias de España. Así se hizo. En fin, de lo Muzárabe, que es lo más importante a España, y aun a toda la Iglesia, [242] queda ya poco que hacer. De lo Romano primitivo en España, se barrerá cuanto se pueda, y de esto último Romano, antes de la reforma, lo que Dios diere lugar y posibilidad.»

     Luego sigue hablando de otro pensamiento que tenía de recoger cuanto no estuviera publicado, tocante a Historia Eclesiástica y escritos de Santos Españoles, y cotejar los impresos con sus originales, haciendo mención de lo que llevaba adelantado en este ramo.

     Tenía formado el índice de la Librería de la Santa Iglesia de Toledo, que pensaba publicar juntamente con la Historia de ésta.

     También había sacado algunas copias de varias poesías y documentos pertenecientes a las bellas Letras.

     Últimamente da cuenta de una Biblia que había encontrado muy rara, y que se cree con mucho fundamento escrita antes de la invasión de los Mahometanos, con cuyo motivo propone algunas conjeturas acerca de la obra de obitu & interitu Patrum atribuida a San Isidoro, la que pensaba en cotejar con la impresa, examinando al mismo tiempo las variantes de ella que había impreso en Roma el P. Blanchini.

     También tengo en mi poder copias de otras dos Cartas del P. Burriel. La una es respuesta a Don Pedro de Castro, quien le había pedido noticias acerca de San Isidoro, para [243] remitirlas al P. Zacarías, Bibliotecario del Duque de Módena, que pensaba en reimprimir las obras de aquel Santo Doctor Español: con cuyo motivo trata con mucha puntualidad del Codex veterum Canonum Eclesiae Hispaniae, en que trabajó muchísimo San Isidoro, notando las equivocaciones del Cardenal Aguirre, y de Cenni. Habla de nuestras Liturgias antiguas, en cuya composición tuvo mucha parte el mismo Santo Doctor: de varios ejemplares antiguos de la Biblia, a cuyos libros hizo prefaciones; de otros ejemplares del Fuero Juzgo, y últimamente de los Códices manuscritos existentes en España de las obras del mismo Santo.

     En 2 de octubre de 1755, Don Simón Carlos Pontero escribió al P. Burriel, remitiéndole un proyecto sobre la navegación del Tajo, para que le dijera su parecer, y al mismo tiempo le informara de las noticias que tuviera acerca de otras navegaciones proyectadas en varios tiempos en este río, y en otros dentro y fuera del Reino. Con este motivo escribió el Autor otra Carta, en la que después de insinuar las grandes utilidades de los canales de riego y navegación, pone la Historia de las tentativas que se han hecho en España en varios tiempos para la navegación del Tajo, y para otros muchos canales y acequias a beneficio de la agricultura y del comercio. [244]

     En el tercer tomo del Hebdomadario de los Sabios, número 23, se lee el extracto de otra Carta del P. Burriel, escrita al Doctor Amaya sobre el hallazgo de un Concilio Nacional celebrado en Sevilla en tiempo de los Reyes Católicos.

     Todas las obras impresas del P. Burriel se publicaron con nombre ajeno. Pero consta que son suyas las siguientes: (34)

     El prólogo que precede a la relación del Viaje de Don Jorge Juan y Don Antonio Ulloa al Ecuador.

     La Paleografía Española, publicada la primera vez por el P. Terreros al fin del tomo XIII. de la traducción Española del Espectáculo de la Naturaleza en 1755. Y la segunda vez junta y separadamente con algunas interpolaciones de ajena mano en 1758. 4.º.

     Informe de la Imperial Ciudad de Toledo al Real y Supremo Consejo de Castilla, sobre igualación de pesos y medidas en todos los Reinos y Señoríos de S. M. según las Leyes. Madrid 1758. 4.º. Esta obra es muy apreciable, no solamente por las excelentes noticias y documentos que en ella se citan para el asunto principal del Informe, sino también por las que se vierten por incidencia acerca del Derecho antiguo de España, gobierno particular, [245] y policía de Toledo, equivalencia de los metales en los siglos pasados respecto del nuestro, y otros puntos muy importantes de nuestra legislación.

     Noticia de la California sacada de la Historia manuscrita que en 1739 formó en México el P. Miguel Benegas, y de otras relaciones antiguas y modernas publicada en Madrid en 1757, tres volúmenes en 4.º.

     Murió el P. Burriel en 19 de junio de 1762, a los 42 años de edad.

NOTA.

     Aunque se ha procurado que este tomo saliera sin erratas, no se ha podido evitar enteramente. Las que haya, tendrá el lector la bondad de corregirlas por sí mismo. Arriba