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Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III

Tomo Quinto

Juan Sempere y Guarinos



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Prólogo

     Una historia literaria de nuestra nación, en la que se tratara filosóficamente, de las causas de los progresos de las Letras en España, en algunos tiempos, y de su decadencia en otros: de su estado actual; de los vigorosos esfuerzos que han hecho nuestros reyes, particularmente los de la Augusta Casa de Borbón, para desterrar la barbarie, y extender la Ilustración; de los obstáculos que han encontrado estos esfuerzos, y que han estorbado que fueran mayores, y más rápidos entre nosotros los adelantamientos en las Ciencias y Artes; de los ocultos y execrables medios con que se ha procurado arruinar a muchos que han trabajado por introducir en su patria el buen gusto y la juiciosa crítica; los que por el contrario han usado otros para acreditarse, y ser reputados por sabios, sin serlo; y en fin, una historia, en la cual se señalaran claramente nuestros errores, nuestras preocupaciones, nuestras luces, y se describiera exactamente la vida literaria de los [2] mejores escritores españoles, sería una obra utilísima, y al mismo tiempo instructiva, curiosa y agradable.

     Entre otros buenos efectos que produciría esta historia, sería el de corregir dos errores muy comunes y dañosos: uno hijo de la ignorancia, y otro de la presunción. El primero es el de los que piensan, y creen que en España se sabe todo, y que en materia de literatura, para nada necesitamos los libros de los extranjeros: error tan perjudicial como ridículo. Perjudicial, porque quien cree que lo sabe todo, es un ignorante, y no puede dejar de serlo, mientras no mude de opinión. Ridículo: porque ¿qué mayor ridiculez puede haber que el despreciar a los extranjeros, cuando en nuestras Universidades, Colegios, y demás escuelas públicas, casi no se estudian otros libros que los suyos, ni se predican otros sermones, ni se leen otras obras, o bien sean de piedad, y devoción, o de diversión, y entretenimiento? ¿Son españoles Goudin, Roselli, Jacquier, Billuart, Gotti, Berti, Vinio, Vallensis, Selvagio, Cullen, Séñeri, Bourdalue, [3] Massillon, Flechier, Croiset, etc.?

     El otro error es de los que creen que no hemos adelantado nada: error no tan general, y propio de los que se tienen, y quieren ser reputados por críticos, a poca costa, y sin más trabajo que el de ir contra la corriente. El mismo efecto que produce en los primeros la ignorancia, engendra en estos la arrogancia, y presunción, esto es, la indocilidad, y la poca aplicación a la lectura, de donde resulta, por una parte el desaliento en los que los oyen; y por otra, que dominados del deseo de singularizarse, y distinguirse, no pudiendo hacerlo, ni por la superioridad de su talento, ni por el trabajo de la continua lectura, y meditación, que se requiere para ser verdaderamente sabios, lo hacen adoptando máximas, proyectos, y pensamientos extravagantes, e impracticables, contrarios a nuestro gobierno, usos, y costumbres, cuya propagación, llamada malamente ilustración, y filosofía, puede causar más daños que la ignorancia misma.

     Pero semejante historia literaria, si se ha de escribir como corresponde, es no solamente [4] muy difícil, por el trabajo de buscar, y coordinar los materiales necesarios, sino mucho más por el riesgo de chocar contra ciertas gentes, que tienen demasiado influjo en la opinión pública, y en el crédito y conveniencias de los particulares.

      ¿Y entre tanto hemos de carecer absolutamente del conocimiento de nuestros sabios? ¿Hemos de dejar sepultadas en el olvido sus obras? ¿Hemos de ser, o tan cobardes, y tímidos, o tan ingratos y orgullosos que neguemos a su mérito, y a sus beneficios, en favor de la humanidad siquiera el pequeño obsequio de la alabanza, y el reconocimiento?

     En otras partes los buenos escritores son celebrados, y extendida su fama rápidamente de mil modos en infinito número de papeles que circulan con los títulos de Diarios, Bibliotecas, Diccionarios, Catálogos, Compendios, Espíritus, y otros de esta clase. Solamente en Francia, veinte años hace, esto es en el de 1769, se contaban ya treinta y ocho Diarios; dos Gacetas; dieciséis Almanaques; once Anales; echo Años; cinco Efemérides; tres Mercurios; [5] siete Espectadores; dos Espectadoras; tres Observadores; un Censor hebdomadario; y otros muchos periódicos, con varios nombres; veintiocho Diccionarios; doscientos cuarenta y seis Ensayos, sin el infinito número de Compendios, Espíritus, Historias, Memorias, Observaciones, Críticas, y otras obras de esta clase (1), por cuyo medio se divulgan y extienden brevemente los nombres de sus escritores, sus producciones, sus inventos, y adelantamientos en las Ciencias, y las Artes. Desde aquel año se ha aumentado el número de ellas con algunas docenas, y se van multiplicando más de cada día.

     ¿Y nosotros? ¿qué Diarios? ¿qué periódicos tenemos? ¿qué Diccionarios? ¿qué Bibliotecas? Sátiras injuriosas, libelos infamatorios contra los sujetos más beneméritos de la literatura, no nos faltan. Pero de elogios de nuestros sabios, de noticias de sus vidas, de extractos de sus obras, y de reflexiones sobre sus [6] adelantamientos y bellezas, estamos ciertamente muy escasos. La única y excelente Biblioteca de D. Nicolás Antonio, que tenemos, solo llega hasta fines del siglo pasado; se imprimió fuera de España, la primera vez, y hemos estado más de cien años sin reimprimirla, ni aumentarla. Un buen Diario de los Literatos, que empezó a publicarse en 1737; no llegó a tres años, por haber prevalecido contra él los tiros de la ignorancia, y de la envidia. Y a mí que he querido suplir de algún modo la falta de noticias acerca de nuestra literatura, en una de sus más brillantes épocas; que he puesto todo el trabajo que me ha sido posible para que mi Biblioteca saliera con la mayor exactitud, gastando para esto no pocos reales en correspondencias, y compras de libros, y teniendo la paciencia de leer muchos de ellos, sin más objeto, ni provecho, que el de poder dar noticias de su contenido; que he cuidado infinito de guardar el decoro debido a la nación, y a los particulares de quienes hablo; cuando en otros reinos ha sido sumamente celebrada; cuando por ella, y por [7] otras obras se me ha colmado de elogios (2); en mi país ha sido aplaudida de bien pocos, despreciada de algunos, y yo insultado con los más bajos dicterios.

     Desde que me puse a escribir esta obra, sabía el riesgo a que me exponía de disgustar a muchos, habiendo de hablar de escritores vivos. Así lo advertí en el prólogo del segundo tomo, diciendo. «Que ha de haber defectos en mi obra, nunca lo he dudado, por los motivos que ya tengo expuestos en el Discurso preliminar. Pero tampoco he dudado que he de tener muchos contrarios: unos, porque [8] lo son de todo lo que no hacen ellos; otros, por que creyéndose que son escritores de mérito, no se verán incluidos en esta Biblioteca; y algunos también, porque siéndolo, y estando en ella, no se verán retratados conforme al original que se tienen formado en su imaginación».

     La experiencia ha manifestado la verdad de esta prevención: aunque puede servirme de algún consuelo el que las sátiras que se han escrito contra mí, han salido de sujetos, en quienes es mayor la vanidad, el amor propio, y la arrogancia, que el juicio y la literatura; y que si han llegado a adquirir alguna reputación, ha sido momentánea, debida más a sus embrollos, a la calidad de los asuntos, y personas sobre que han escrito, y a otras circunstancias, que al verdadero mérito; por lo cual, o ha decaído ya enteramente, o decaerá, al paso que la razón vaya propagando sus luces entre nosotros.

     Si yo hubiera hablado de ciertos sujetos haciendo de ellos elogios desmedidos, y pomposos, cuales ellos los han hecho de sí mismos, [9] bien retratándose en figuras bautizadas con nombres extravagantes, o fingiendo cartas de correspondientes suyos, llamándolos por ejemplo, artífices inteligentes, que muestran las extravagancias y desproporciones, en beneficio del vulgo ignorante; o los primeros de nuestros sabios y azote de la superstición, y apóstoles del buen gusto, y la filosofía en España; etc. me hubiera libertado tal vez de la rabia con que han tirado a despedazar a cuantos no han hablado de ellos con el mismo tono.

     Pero crean otros necios admiradores lo que quieran, yo ni temo a las sátiras, ni me dejo arrastrar fácilmente de los aplausos ganados por el enredo, la protección, y el libertinismo. Alabo tibiamente por lo general, por que hay pocos grandes sabios, y escritores en España; y si llamo a los sujetos contenidos en ella mejores, ya he explicado en otra parte el sentido que doy a esta palabra relativa a lo que añado ahora, que escribo en España, y que si escribiera en otra parte, ni en la clase de buenos, ni de medianos colocara a muchos de ellos.

     Por lo que toca al mérito de mi Biblioteca, [10] conozco, y he confesado en otras partes, que hay en ella defectos y equivocaciones, porque son casi inevitables en una obra de esta clase. Algunas las corregiré, y otras se escaparán tal vez a mi diligencia. Pero no se me habrá visto, ni se me verá jamás alabar el mal gusto: antes bien en cuantas ocasiones se me han presentado de clamar contra los vicios en la enseñanza, contra la barbarie y sofistería, lo he hecho siempre, sino con la dureza y acrimonia que exigen estos males, a lo menos con decoro, y buena intención, y sin cábalas ni parcialidades. Y como quiera que sea, si esta, y las demás obras que he publicado me han granjeado algún crédito, sé que no lo he debido a las malas artes con que han conquistado otros unos aplausos pasajeros, que se desvanecerán por sí mismos, al paso que vaya aumentándose la cultura de la nación, pudiendo decir, como Corneille.

                      Pour me faire admirer, je ne fais point de ligue:
J'ai peu de voix pour moi, mais je les ai sans brigue. [1]


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- R -

REJÓN DU SILVA (Señor D. Diego Antonio) del Consejo de S. M. su Secretario, Oficial de la primera Secretaría de Estado y del Despacho, de la Real Academia de las Artes. Tratado de la Pintura. Por Leonardo de Vinci; y los tres libros que sobre el mismo Arte escribió León Bautista Alberti; traducidos e ilustrados con algunas notas, por... En Madrid, en la Imprenta Real, 1784. En cuarto mayor.

     En ningún ramo son tan notorios y perceptibles los adelantamientos que van teniendo las Ciencias y las Artes en España, como en las que llaman nobles, por su excelencia, por la multitud de conocimientos que exigen para su perfección; y porque sus profesores son en cierto modo criadores de una nueva naturaleza ideal, copiada de la perfectísima que produjo la infinita sabiduría del Todopoderoso.

     Nunca la Pintura, Escultura, y Arquitectura se han cultivado con el ardor y el examen que al presente. Si en otros tiempos se vieron en España célebres profesores, fueron efecto de una protección momentánea, o de las felices circunstancias que los excitaron al estudio y observación de la naturaleza. La fundación [2] del Monasterio del Escorial fue una de las más principales. Pero en ella Felipe II, no tanto cuidó de radicar en su reino las nobles Artes, cuanto de dejar a los siglos un monumento eterno de su grandeza, y de su devoción.

     Mas no se sabe que hubiese escuelas establecidas por el gobierno, pensiones concedidas para perfeccionarse en su ejercicio en Roma, y en las demás partes que pueden contribuir a la más perfecta enseñanza y perfección. Que las mismas Personas Reales no solo hayan manifestado una particular inclinación, y aprecio a las obras de esta clase, sitio que hayan aprehendido a conocer científicamente su mérito y aun a honrarlas con su pericia.

     Finalmente, nunca se han escrito tantas obras en España acerca de ellas, ni se han traducido las que más convenía que se vulgarizasen en cualquiera nación que se precie de honrar las nobles Artes, y de promoverlas.

     El señor D. Diego Rejón ha hecho un servicio muy importante a España con esta traducción, por ser el original una de las obras más útiles y científicas que se han escrito acerca de la Pintura; por las importantes notas con que la ha enriquecido, particularmente acerca de la Anatomía, que en tiempo de Vinci no estaba tan adelantada como ahora, y por lo que ha mejorado las figuras, valiéndose para uno y otro de hábiles profesores. [3]

     En esta obra se trata de las diferentes actitudes que toma el cuerpo humano en los movimientos infinitos que tiene; del modo de pintar una batalla, una borrasca, un horizonte, etc. de la alteración que padecen los sujetos en su figura según la mayor o menor distancia de la vista por la interposición del aire grueso, en todo lo cual da admirables reglas para la perspectiva aérea, parte principal en la perfección de una pintura, como también para las luces y las sombras, y para toda la parte sublime del Arte.

     La Pintura. Poema didáctico en tres cantos. Por don Diego Rejón de Silva, etc. En Segovia, por don Antonio Espinosa de los Monteros, año de 1786. En octavo mayor. No contento el señor Rejón con haber traducido las obras antecedentes, para facilitar más los progresos de las nobles Artes, a las que es sumamente apasionado; ha recogido los preceptos que se encuentran en los mejores autores, y ha escrito este poema, en el cual se explican los elementos de la difícil arte de la Pintura con la mayor sencillez y claridad; y se proponen los mejores modelos que deben imitarse después del estudio del natural, el cual se recomienda como el más principal.

     Se compone de tres cantos, en silva de rigurosos consonantes. En el primero que se intitula el Dibujo, se recomienda esta parte de la Pintura como la más principal, y se [4] explican las diferencias de la figura humana, según la edad, sexo y estado, y según la alteración que recibe el semblante con las pasiones y afectos que agitan el corazón: se explica en lo posible la belleza ideal, que se debe estudiar en las estatuas griegas, y romanas que nos quedan, y en algunas pinturas que sobresalen en esta parte, y se advierte lo unidos que han de ir siempre el estudio del antiguo con el del natural, para que la pintura tenga verdad. En el segundo se explican las reglas de la composición, con algunos ejemplos de imágenes, sacadas de la Historia de España; se habla de la variedad en la expresión; del partido o colocación de los pliegues; de las ropas, de la propiedad, del traje y adornos, del contraste de las actitudes, de los retratos, y de los países. El tercero incluye la parte del colorido, y en él se trata de los colores primitivos, de la mancha, del claro y obscuro, de la división de términos, del contraste de las tintas, y medias tintas, del acuerdo y armonía general de un cuadro, del diferente colorido de los rostros según la edad, sexo o situación, esto es, según los afectos que manifiesten. Se tocan los varios modos de pintar conocidos, y las perfecciones de las varias escuelas de Pintura, inclusa la española, con algunas otras cosas, para mayor amenidad.

     Al fin añade varias notas para la mayor explicación de algunos lugares del poema, y [5] en una de ellas defiende el mérito de los españoles en la Pintura, manifestando las equivocaciones y falta de noticias de algunos extranjeros, al hablar de nuestros pintores.

     Diccionario de las nobles Artes, para instrucción de los aficionados, y uso de los profesores. Contiene todos los términos y frases facultativas de la Pintura, Escultura, Arquitectura y Grabado, y los de la Albañilería, o construcción, Cantería, Carpintería, de obras de fuera, etc. con sus respectivas autoridades, sacadas de autores españoles, según el método del Diccionario de la Lengua Castellana, compuesto por la Real Academia Española. Un tomo en cuarto, en Segovia año de 1788. Por don Antonio Espinosa.

     Algunos motejan a la Literatura moderna, llamándola Ciencia de Diccionarios, por donde indirectamente parece que condenan las obras de esta clase. A la verdad todo aquel que haga alarde de literato con la instrucción que ha recogido en los Diccionarios, y no más, merece con razón esta crítica; pero de aquí no se deduce que sean inútiles los Diccionarios. Los de Artes y Ciencias especialmente son utilísimos, por la comodidad de hallar prontamente la definición de una voz o frase técnica, cuya obscuridad impide tal vez el entender toda una página de un libro; y así todas las naciones cultas han publicado Diccionarios de esta naturaleza. Recopilar y [6] definir en uno solo todos los artículos pertenecientes a las Ciencias, Artes y Oficios, es empresa del todo imposible para las fuerzas de un hombre, por laborioso que sea. Dígalo la escasez, disminución y equivocaciones que se advierten en el del Padre Terreros. Ni esto debe parecer extraño, sino a quien imagine que un hombre puede unir en sí el conocimiento de tantas ideas como encierran las Ciencias, Artes y Oficios, para poder explicar todos sus usos y operaciones. Hará bastante en poder desempeñar esto en aquellas a que se haya dedicado particularmente, pues no es nada fácil hacer una definición clara, breve y sencilla de tanta inmensidad de voces. Para que la nación pueda llegar a tener un Diccionario completo de Artes y Ciencias es menester que muchos sujetos se dediquen a componer varios particulares, y esto es lo que ha movido al señor Rejón de Silva a escribir el presente Diccionario, para cuyo complemento y perfección no ha perdonado trabajo ni fatiga, ya leyendo todos los escritores castellanos, y ya consultando prolijamente a los profesores. Esta obra es absolutamente original: porque aunque en francés, y en italiano hay algunos Diccionarios de Bellas Artes, solo traen las voces más usuales, y en la parte de la Arquitectura no se hallan los términos de la construcción, Cantería, Carpintería, etc. que es en lo que está el mayor [7] trabajo, ni en ninguno de ellos se ven los artículos probados con la autoridad de algún escritor público. Este trabajo puede animar a otros, para que según su estudio y afición coadyuven a la empresa de un Diccionario general de Ciencias, Artes y Oficios.

     REQUENO (el Señor Abate D. Vicente) Ex-jesuita. Saggi sul ristablimento dell' antica arte de Greci, è de Romani Pittori: in Venezia 1784. Apresso Giovanni Gotti. En octavo. Se han hecho varias tentativas para restablecer los antiguos métodos que usaron los griegos y romanos en la Pintura. En Francia se propuso un premio a este fin. Pero no obstante lo que habían trabajado el Señor Conde de Caylus, Mr. Bacchilier, y Cochin, nadie ha adelantado tanto como el Abate Requeno, así en la interpretación de los antiguos, que estaban muy obscuros en esta parte, como los ensayos para el restablecimiento de aquellos métodos: habiendo conseguido el llegar a presentar varias pinturas al encausto, o hechas con ceras desleídas, que se cree tienen muchas ventajas sobre las que se hacen por el estilo común de pintar al olio.

     Su obra está dividida en dos partes. La primera contiene la historia de la Pintura entre los griegos y romanos. La segunda trata del método práctico que estos observaron. Manifiesta en ella los defectos del moderno modo de pintar, llamado al olio, interpreta [8] unos lugares de Plinio, que nadie hasta el señor Requeno había explicado bien; y finalmente propone su método, dando noticias del buen éxito que había tenido, y de varias obras hechas por el autor, y por otros pintores con la cera preparada, o al encausto.

     Ha sido muy aplaudida esta obra en los papeles públicos de Italia. «Possa, concluye uno de ellos, la fática el' eccitamento del nostro valoroso autore produr quel efetto, che egli desidera, è che è in dirito di avere. Noi avremmo una felice rivoluzione nella piu bella, è seducente delle arti, è questa si dobra al nome immortale del sig. Abate Requeno».

     RIBERA (P. M. Fr. Manuel Bernardo de) Dr. Teólogo, y Catedrático de Escoto, de S. Anselmo, y de Filosofía moral en la Universidad de Salamanca, y Cronista general de su Religión de la Santísima Trinidad: Institutionum philosophicarum, duodecim volumina complectentium, Tomus I. Auctore Fr. Emmanuele Bernardo de Ribera, Ordinis SS. Triados, generali ejusdem chronographo, sacrae Theolog. Lectore rude donato, in Salmanticensi Academia Doctore Theolog. atque in eadem post obitam Philosophiae catedram, aliarum candidato. Salmanticae: Ex tipographia Antonii Josephi Villagordo et Alcaraz. An. Dom. 1754. El segundo tomo se imprimió en la misma ciudad en 1756. En cuarto.

     El P. M. Ribera estaba trabajando algunos [9] opúsculos, de germana idea Theologiae; de regulis judicandi, in omni materia; de eruditionis lenociniis; de hispanorum oratorum vitiis, cuando recibió una orden de su Provincial para escribir estas Instituciones de Filosofía, cuyo vasto plan propone él mismo en la prefación.

     Había primero esparcido el P. M. Ribera algunos ejemplares de esta, con el título de Emisario, para explorar de algún modo el juicio que formaba el público de su obra. «Sed non adeo bonis avibus (dice él mismo en una advertencia, que está también al principio del primer tomo) ut etsi multi eximiis dotibus inclarescentes, summas in me, atque in Emisarium meum laudes congesserint; multiplex inventus non fuerit Riberomastix. Difficillimum dictu est, quam furens irruerit in oppellam et ejus autorem scommatum et ineptiarum alluvies».

     Si todos los obstáculos que se oponen a los hombres grandes para la publicación de sus producciones, se redujeran únicamente a meras habladurías, sería corto el mérito que les resulta de oponerse al torrente de las preocupaciones. Suele haber otros mayores, tanto más temibles, cuanto más ocultos y paliados; de cuya naturaleza fueron los que retardaron al padre Ribera la impresión de este tomo, y acaso la conclusión de su obra. Él mismo lo insinúa, diciendo: «Ad haec, ut praesentes elucubrationes publici juris citius fierent, impedimento [10] fuere quaedam eventa, Eleusinae arcanis annumeranda, quae pati quidem cogimur, at perscrutari omnino prohibemur. Heu!»

     Quidquid delirant reges, plectuntur Achivi.

     En la introducción al segundo tomo satisface a algunos reparos que se habían hecho sobre el primero; cuales eran, el haberse manifestado contrario a los peripatéticos, declarándose ecléctico, el haber puesto entre las cuestiones inútiles las de las distinciones formal, y ex natura rei; la preferencia que había dado a la definición del género de los jurisconsultos sobre la de los lógicos; el haber dicho que la Vulgata no corresponde en todo y por todo a su original; el haber puesto por aforismo, Phenomena usquequaque naturalia exquirens, ac de ipsis judicium laturus, heterodoxorum opiniones impune consulat; el haber ponderado demasiado la necesidad de la Geometría, para las demás Ciencias; la dureza y obscuridad de estilo, etc.

     Satisfacción al público. Crisis del cuaderno cuyo título es, Satisfacción pública y cristiana a favor de la inocencia culpada, expuesta por un amador de la justicia. Defiende en ella contra cavilaciones temerarias el recto proceder de la comunidad religiosa de los PP. Franciscos Descalzos de S. Juan Bautista de Zamora. Su autor don Dionisio Buhursio, censor valentino: 1752. Es un papel jocoso sobre [11] cierta quimera que tuvieron en Zamora los PP. Descalzos de S. Francisco, con los PP. Trinitarios, sobre precedencia en las procesiones, con cuyo motivo se trata de la antigüedad y fundación de estas dos órdenes religiosas. Aunque se publicó sin nombre de autor, lo fue el P. Ribera.

     Dictamen de la Universidad de Salamanca al Real Consejo de Castilla, que la consultó sobre una Academia de Latinidad de la Corte. Formole de orden de la misma Universidad el M. Fr. Manuel Bernardo de Ribera, Trinitaria Calzado, etc. 1756. En folio. En este papel se recomienda el estudio de las humanidades, y se declama contra los que persuaden que es mejor estudiar en lengua vulgar.

     Respuesta cortesana a una apología, cuyo título es: La Púrpura sagrada justamente defendida. Discurso histórico apologético, que en obsequio del máximo Dr. y P. de la Iglesia San Gerónimo, escribía su menor hijo Fr. Francisco de San Andrés, Prior que ha sido en su Monasterio de S. Leonardo de Alba, Ex-Definidor, y Cronista general por su sagrada Religión. Su autor D. Tiburcio Zúñiga de las Varillas, opositor que fue a las Cátedras de Cánones en la Universidad de Valladolid. En Sevilla 1757. El P. Ribera en sus Instituciones filosóficas, había puesto en duda el que San Gerónimo hubiese sido Cardenal. Y como las opiniones adoptadas en las Órdenes [12] religiosas, o porque se cree que ceden en honor de ellas, o por otros motivos, se sostienen con el mayor ardor y tesón el Cronista general de la de S. Gerónimo creyendo agraviada a la suya, salió a la defensa del Cardenalato de su Santo fundador. Lo que consiguió con esto fue dar ocasión a que se manifestara mucho más la debilidad de los fundamentos de aquella opinión, por medio de esta respuesta del P. Ribera.

     Dictamen que sobre erección de Academias de Matemáticas, expresó primero en Junta particular, y reprodujo después en el claustro pleno de la Universidad de Salamanca el M. Fr. Manuel Bernardo de Ribera, Dr. teólogo de la misma Universidad, y su Catedrático de S. Anselmo. En Salamanca, en la Imprenta de la Santa Cruz, año de 1758. En cuarto. Don Diego de Torres, y algunos otros individuos de la Universidad de Salamanca, deseaban fundar una Academia de Matemáticas; para lo cual representaron a la Universidad la importancia de estas Ciencias, y el atraso que padecían en ella, hasta que aquel catedrático con la Cencerrilla de su pronóstico la había despertado, como él mismo decía, del profundísimo letargo que padecía en esta parte. El P. M. Ribera llevó muy a mal que se satirizara de este modo a la Universidad, y así extendió este informe, al cual va adjunto un índice de los defectos de la traducción del libro de Mr. [13] de Vaugandi, que se había hecho para aquel efecto, trabajada por él mismo, juntamente con el Dr. Francisco Obando, Catedrático de Pronósticos.

     Las circunstancias de ser el P. Ribera natural de aquella ciudad, y educado en su Universidad, lo pueden en algún modo excusar de haberse opuesto a la fundación de aquella Academia, y de haber procurado ocultar o disminuir el atraso que padecía por entonces la Universidad de Salamanca en las Matemáticas. Su papel se mandó recoger; pero no tuvo efecto la Academia, ni se mejoró en la Universidad el estudio de las Matemáticas: porque los vicios de que adolecía, eran obstáculos insuperables para su fomento.

     Dictamen que da la Universidad de Salamanca al Real Consejo de Castilla, sobre la Academia universal de Ciencias y Artes, cuya erección con el título del Buen Gusto, pretenden varios particulares de la ciudad de Zaragoza. Formole, por orden de la misma Universidad, su menor hijo, el Mtro. Fr. Manuel. Bernardo de Ribera, Trinitario Calzado, Catedrático de Teología Moral, año de 1760. En Salamanca, en la imprenta nueva de Nicolás José Villagordo y Alcaraz. En folio. El Señor Conde de Fuentes había pensado en fundar en Zaragoza una Academia general de Ciencias y Artes, con el título del Buen Gusto, cuyo objeto era el mejorar éste, descubriendo con [14] moderada crítica los defectos y abusos que se hallasen en la materia y modo de enseñarlas, y proponer los medios para corregirlos y evitarlos, procurando nuevas luces, y métodos para la perfección de cada Ciencia y Arte en particular. El Memorial del Conde de Fuentes, juntamente con los Estatutos de la Academia proyectada, se pasaron a la Universidad de Salamanca, para que informara lo que le pareciese acerca de aquel establecimiento. Esta nombró a varios Comisarios de todas facultades para extender el informe; y habiendo conferenciado entre sí, y llegado su turno al P. Ribera expuso. «Que se inclinaba poderosamente a que los pretendientes de la Academia se hubiesen engreído con las lecciones que de arrogancia, más que de sabiduría, dan los modernos enciclopedistas, v. gr. el Heineccio, el Muratori, el Orimini, el Rollin, y el Vernei, de los cuales se sospechaba con mucha vehemencia fuese su hombre el segundo, por la coincidencia del título de la Academia con el del libro (3) en que dicho autor da reglas para estudiar con provecho las Ciencias y Artes; y porque el parrafillo en que los aragoneses informan del objeto de su Academia, es traducción literal de uno de aquel escritor en su república literaria. Que este proyecto sería mucho [15] no se dirigiese a desterrar el método de las Universidades, y extinguir estas, pasado algún tiempo. Que los señores de Zaragoza daban principio a sus ideas y pretensiones por donde debían finalizarlas, pidiendo privilegios antes de hacer mérito con trabajos literarios, y sin mostrar alguna producción, que por sí misma fuese el clamor más eficaz para el premio, etc. Estas razones, y más que todas la segunda, movieron a los comisionados a procurar desacreditar la Academia del Buen Gusto, y encargaron al P. M. Ribera la extensión del informe que había de darse al Consejo acerca de aquel establecimiento.

     Empieza éste, hablando en general contra la pretendida reforma de los estudios; y si poniendo que para ella se habrían dirigido los académicos por lo que habrían leído en Launoy, Gataker, Fontenelle, Muratori, y Verney, se hace crítica de estos autores. Sigue luego haciendo elogio a la Universidad de Salamanca, y persuadiendo que no se necesita en ella de nuevos métodos ni reformas, por vivir firmísimamente persuadidos a que observando sus Leyes municipales, se pueden aprender en ella las Ciencias, sin dispendio de tiempo, y sin temor de haberle consumido en cosas inútiles. Y se concluye el informe recapitulando todo lo dicho en cinco artículos.

     Al fin se añaden unos apuntamientos para ilustrar y añadir este papel, y vindicarle si se lo [16] opusiere alguna impugnación o censura.

     Por su lectura se ve evidentemente, que la razón más poderosa de él consistió en que los académicos aragoneses no habían consultado a la Universidad de Salamanca, antes de solicitar la aprobación de su Academia, y los recelos de que hubiese alguna conjuración contra las Universidades. El mismo P. Ribera, aunque llama a la Universidad de Salamanca la Reina de las Universidades, el trono de sabiduría, el asilo del catolicismo, y la gran fortaleza de la cristiandad; y aunque dice que en ella se aprenden bien las Ciencias, y que de allí se deriva a otros estudios la doctrina y el más calificado método de enseñar; en otra parte confiesa «que en todos los cuerpos políticos, militares, literarios, civiles y regulares, se conoce decadencia de su primitivo fervor y rigidez. Que además de los principios inevitables de deterioración, hay otros particulares en la Universidad de Salamanca. Que él mismo escribió a cierto Grande un dictamen sobre su reforma. Y que los desórdenes en el estudio teológico de Salamanca, se ven y lloran también en otras Universidades». Como quiera que sea, este dictamen de la Universidad de Salamanca, o por mejor decir del P. Ribera, fue causa de que se disolviese la Academia del Buen Gusto de Zaragoza.

     Entre sus MSS. se creyó hallar muchas preciosidades: como una Colección de reglas [17] críticas sacadas de Santo Tomás; un tratado de Oratorum vitiis; el tomo tercero de las Instituciones; y los apuntamientos para los nueve restantes, de que había de constar aquella obra, de cuya existencia había informado el mismo P. Ribera a su amigo el P. M. Denche, docto y pío religioso de su misma orden, a quien he debido mucha parte de estas noticias. Pero habiéndose hecho el reconocimiento de sus papeles seis meses después de su muerte, no se encontraron, con mucho dolor de sus amigos, y de todos los que conocían bien el mérito de aquel sabio. Murió en 25 de septiembre de 1765. Predicó sus honras en la Universidad el P. Miguel Ignacio de Ordeñana, y se imprimió el Sermón en Salamanca en 1766, como también varios elogios suyos, en distintos géneros de metro, compuestos por su amigo D. Gabriel García Caballero.

     RÍOS (D. Vicente de los) Coronel graduado, Capitán de la compañía de Caballeros Cadetes del Real Cuerpo de Artillería, de las Reales Academias de la Historia, Española y Buenas Letras de Sevilla; Socio de Erudición de la Real Sociedad Económica de Madrid. Discurso sobre los ilustres autores e inventores de Artillería que han florecido en España, desde los Reyes Católicos hasta el presente. Por... Madrid, por Joaquín Ibarra, calle de la Gorguera, año de 1767. En octavo.

     Observa juiciosamente el seor Ríos, «que [18] regularmente, las Bellas Artes que copian la naturaleza con las gracias que no poseemos, encuentran más grato hospedaje en nuestro espíritu, que las facultades útiles, por cuyo medio aliviamos las pensiones anexas a nuestra misma naturaleza. Preferimos lo brillante a lo sólido, y lo agradable a lo útil. «Con efecto para uno que tiene noticia de los hombres célebres en las matemáticas, y otras ciencias útiles, habrá más de ciento que saben muy por menor la vida y obras de los poetas y pintores. Apenas hay español que ignore los nombres de Garcilaso, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, y Góngora. ¿Cuántos han sido siquiera los de Alaba, Collado, Lechuga, Ufano y Firufino? Sin embargo puede creerse que han sido estos mucho mas útiles a la Patria, tratando y perfeccionando la artillería, arte utilísimo para la defensa de los enemigos que intentan sustentarla.

     El señor Ríos manifiesta el mérito de estos autores, y los progresos que les debió la Artillería, exponiendo al mismo tiempo con una crítica justa e imparcial los defectos en que incurrieron, y lo que han adelantado la misma ciencia otros extranjeros.

     Discurso para la abertura de la escuela de Táctica de Artillería; dicho en el Real Colegio Militar de Segovia, por el Capitán D. Vicente de los Ríos, Teniente de la compañía de Caballeros Cadetes del Real Cuerpo de Artillería: [19] Académico del número, y Revisor de la Real Academia de la Historia, Supernumerario de la Española y de la de Buenas Letras de Sevilla, Socio de erudición de la Regia Sociedad. Madrid 1773, por D. Joaquín Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. En octavo.

     Después de la invención de la pólvora, el cañón, y el uso de los fuegos, son los que deciden principalmente la victoria, y la Artillería es una de las Ciencias más importantes para la Milicia. Así lo demuestra el señor Ríos en este Discurso, insinuando al mismo tiempo la multitud de conocimientos de que debe estar dotado un buen artillero, y exhortando a su estudio a los Caballeros Cadetes del Real Colegio de Segovia.

     A un profundo conocimiento de la ciencia de Artillería, que era su facultad propia, juntaba el señor Ríos una instrucción nada vulgar en las humanidades y un gusto delicado en materia de Bellas Letras, según se ve en las Memorias de la vida y escritos de don Esteban Manuel de Villegas, que preceden a la reimpresión de las obras de este poeta español, hecha por D. Antonio Sancha en 1774, y en la vida de Miguel de Cervantes Saavedra, y análisis del Quijote, puesta al frente de la magnífica edición de esta obra, hecha por la Real Academia Española, en 1780.

     En la Real Academia de Buenas Letras existen manuscritas las obras siguientes: Disertación [20] sobre la preferencia de Lúcano a Virgilio. = Disertación sobre el uso y concernencia de la elocuencia de las Bellas Letras. = Traducción y discurso sobre la Oda IX del lib. 3. de Horacio. También dejó concluida otra obra intitula Táctica de Artillería, en cuyo elogio basta copiar aquí las palabras de la Academia Española, en el prólogo a la citada edición del Quijote. «Esta obra, dice, junta con el mérito anteriormente contraído en la carrera militar, y sus demás circunstancias recomendables, le granjearon a D. Vicente de los Ríos la estimación del soberano, y tuvo la gloria de que S. M. se dignase de manifestarlo, diciendo públicamente, cuando supo el peligroso estado de su salud: Sentiré que se muera, porque perderé un buen oficial. Perdió con efecto el Rey y la Patria un buen soldado, y perdió la Academia un ilustre miembro; pero vivirá eternamente su memoria.

     RISCO (El P. M. F. Manuel) del Orden de S. Agustín, Regente de sagrada Teología, de la Real Academia de la Historia: España sagrada, tomo XXX. Contiene el estado antiguo de la Santa Iglesia de Zaragoza, con algunos documentos concernientes a los puntos que en él se tratan, y una colección de las Epístolas de S. Braulio, y otras escritas al mismo Santo por los sujetos más célebres de su tiempo, nunca publicadas hasta hoy, por la mayor parte. Su autor... En Madrid, en la imprenta de don [21] Antonio de Sancha, año de 1775. En cuarto.

     Muerto el P. Florez, mandó S. M. en 8 de junio de 1773, que la España sagrada se continuase con el objeto de ilustrar la Historia Eclesiástica de sus reinos, y disipar las fábulas que el falso celo había introducido. Y la elección de sujeto para la continuación recayó en el P. M. Risco.

     Para quien solo tenga en sus estudios por objeto la fama, y el aura popular, es muy arriesgado el continuar o adicionar obras de autores que han llegado a tener una reputación extraordinaria en la república de las Letras. La gloria de estos hace desaparecer la de los continuadores, por más mérito que tengan. Así se ve, que habiendo el P. Bolando escrito bien pocos tomos de la colección inmensa de las Actas de los Santos, y habiendo trabajado en ella otros eruditos, acaso de más mérito que aquel P. no obstante su nombre es el que más sobresale, y bajo del cual se cita toda la obra.

     Aunque la modestia del P. Risco se esmera en ponderar el mérito del P. Florez, y en rebajar el de su suficiencia para suplir la falta de aquel docto Agustiniano en la continuación de su España sagrada, con todo, el público ha visto, que ni en la erudición, ni en la crítica, ni en la exactitud ceden los tomos que van impresos hasta ahora a los que había celebrado en el primero. [22]

     La historia de la Santa Iglesia de Zaragoza era una de las más difíciles, como en alguna parte advierte el P. Florez, y antes que él lo habían notado también Zurita, y otros doctos aragoneses. No obstante, el P. M. Risco la ha puesto en la mayor luz posible, refutando varias fábulas que en ella había introducido la credulidad y el espíritu de paisanaje, sin oponerse a las tradiciones comprobadas con buenos documentos. En el apéndice publica por la primera vez treinta y seis cartas de S. Braulio, sacadas de un antiquísimo códice, existente en la Santa Iglesia de León, y reimprime otros instrumentos propios para la comprobación de algunos pasajes de su obra.

     Los autores de la Biblioteca Eclesiástica Friburgense, después de haber dado alguna noticia del contenido de este tomo, y del trabajo que había puesto el P. M. Risco en coordinar los dos que le preceden, dicen lo siguiente. «Quisquis non ignorat, quantis curis, quantaque circunspectione opus sit, in tanta rerum remotissimarum obscuritate, ut ne à semita veritatis ullo loco deflectas nullo pene negotio intelliget, quantae fuerint nostro historiographo superandae difficultates, ut omne ferret punctum. At qua est moderatione animi eruditus Risco, tantum tribuere sibi ausus non est, ut vel sentiret, vel affirmaret, se rem ubivis acu tetigisse. Istud solum aseveravit, quod potuit nulli se pepercisse labori, ut in dubiis rebus [23] atque obscuris seligeret ea proponeretque, quae veritati accedere propius existimasset.

     Tomo XXXI. Contiene las memorias de los varones ilustres Cesaraugustanos, que florecieron en los primeros siglos de la Iglesia: las noticias concernientes a las iglesias mozárabes, literatos, y reyes de Zaragoza, en los cuatro siglos de su cautiverio; y las obras del célebre Obispo Tájon, hasta hoy no publicadas. En Madrid, en la imprenta de D. Antonio de Sancha, año de 1776. Hablando de este tomo los sabios autores de la Biblioteca Eclesiástica Fribugense, dicen lo siguiente.

     Incomparabili labore, multisque vigiliis opus erat auctori, ut omnia quae ad statum antiquum, tum civilem, tum ecclesiasticum laudatae metropoleos attinent, rite adcurateque explicaret. Crucem ei maximam fixit quadringentorum annorum spatium quo Caesaraugusta sub saeva saracenorum tiranide gemuit; ubi omnia aut obscura admodum; aut numquam hactenus ab auctore quoquam alio pertractata reperit. Primus hanc illustrare provinciam aggresus est Hieronimus Blancas; at tam exiguo cum progressu, ut amplissimum ad huc campum reliquerit Risconi exornandum. Quo quidem suo munere egregie defunctus est recentissimus scriptor Augustiniensis: sique non omnium expectationi fecit satis, id monumentorum raritati, rerumque qua involutae jacent obscuritati; non culpae auctoris tribuendum. [24] Sane industria singulari examinavit Risco quae scripsit, gessitque Aurelius Prudentius, cognomento clemens Caesaraugustae, anno 348 in lucem editus, inter Eclesiasticos poetas facile princeps. Omnium tamen maxime commendari meretur auctoris nostri studium, quod Samuelis Tayonis, qui Braulioni in episcopatu succesit, quinque libros sententiarum ex S. Augustini, et Gregorii M. operibus collectos è codice gotico antiquissimo, in scriniis regii monasterii S. Aemiliani aservato, in lucem publicam protraxerit, cum utriusque sancti Doctoris sententiis contulerit; locum, quo quamlibet invenire licet assignarit, atque ad finem paginae notarit quid discriminis edita inter atque inedita intersit. Vidit hos sententiarum, libros Mabillonius in Biblioteca Thuana Parisiis; viderunt alii viri eruditi. Mirandum vehementer, à nullo hactenus fuisse prelo submisos, dum alia antiquorum scripta, saepe multo minoris pretii, summa sollicitudine, studiosissime conquirerent, ut tiporum formulis descripta proferrent in publicum. Quam vere hoc pronuntiem, inficiabitur nemo, quiqumque Mabillonii, Marteni. Muratorii, aliorumque eruditorum collectiones evolverit.

     De Tayonis sententiarum libris haec habet Mabillonius: (Vet analect. pag. 64, edit. Paris 1728) Haec de rebus Theologicis sententiarum collectio, facta ex patribus, prima mihi videtur, ad cujus fere exemplum Petrus Lombardus, [25] aliique alias condiderunt. In primo siquidem libro agit Tayo de Deo, divinisque atributis, in secundo de incarnatione Christi, et praedicatione Evangelii, deque pastoribus et subditis; in tertio de diversis Ecclesiae ordinibus, et de virtutibus; in quarto de divinis judiciis, tentationibus et peccatis; in quinto de reprobis, et de judicio, ac resurrectione. Opus suum, sacrum esse voluit Tayo Barcinonensis Ecclesiae antistiti Quirico; quam epistolam praefationis loco libris sententiarum praemisit. Nec modica ex hac collectione in rempublicam literariam Ecclesiasticam utilitas redundat, ut alias rationes quam plures silentio premam, quod plura fortasse sancti Augustini opera, quae in appendices rejecta jam sunt, facta inter ea et Tayonis sententias comparatione suo vindicari auctori possint. Exstat porro ejusdem Tayonis epistola ad Eugenium III Toletanae urbis Episcopum perscripta, quam ex Baluzii, tomo IV Miscell: rursus pag. 166 edidit Risco; ex qua colligimus, aliud opus ex S. Gregorii libris compilasse laudatum antistitem, tributum in codices sex; quorum primis quatuor vetus, duobus ultimatis novum Testamentum justo ordine explicabatur. Nullus Doctorum hujus collectionis ante Risconem meminit; qui quidem nec ipse exploratum habet, ubinam gentium cum tineis blattisue illa decertet; si non omnino interiit. Putat Baluzius Tayonem anno 640 ad Eugenium eam [26] epistolam exarasse. At fallitur; cum id demuni anno 651 fieri potuerit, quo in sedem caesaraugustanam evectus est Tayo; in epistola enim sua ita loquitur de se; ultimus servorum Dei Caesar augustanus Episcopus, etc. Quod nostrarum est partium, optamus magnopere ut eruditissimus Risco de patria sua, atque adeo universa Ecclesia, et republica literaria bene mereri pergat.

     Tomo XXXII. La Vasconia. Tratado preliminar a las Santas Iglesias de Calahorra, y de Pamplona; en que se establecen todas las antigüedades civiles concernientes a la religión de los vascones, desde los tiempos primitivos hasta los reyes primeros de Navarra. Su autor... En Madrid, en la imprenta de Miguel Escribano, año de 1773. En cuarto. Si la historia antigua en algunos ramos está obscura, por falta de noticias y escasez de documentos, en otras lo está mucho más, por la confusión que han introducido las opiniones varias, dictadas por pasiones, y fines particulares. Esto ha sucedido en el asunto de este tomo. El Arzobispo Pedro de Marca, el P. Moret, Ferreras, y otros, acumulando cada uno toda la erudición que pudo, para fundar sus opiniones, fueron causa de que se obscurecieran mucho más. El P. M. Risco ha impugnado los principales sistemas, y desembarazado de ellos, ha tratado de los verdaderos límites de la antigua Cantabria, con más crítica, y más imparcialidad [27] que ninguno. Merece particularmente leerse su disertación sobre los antiguos límites que dividieron los reinos de España, y de Francia, por la parte que correspondía a Vasconia en la costa, y en el Pirineo, en donde se da razón de lo actuado en los años de 1659, y 1660, acerca de los límites de España y Francia; y se refuta con la mayor solidez y nervio, lo que sobre este asunto escribió el Arzobispo Pedro de Marca, y publicó Balucio.

     Entre otros méritos literarios, tiene el P. Risco en particular el de haber combatido la opinión común entre escritores extranjeros, y regnícolas acerca del origen de los celtas españoles. Todos convenían en que estos habían venido de Francia, y atribuían a esta nación la cultura, usos, y costumbres, dimanados de aquella gente. Algunos solamente habían llegado a sospechar, que aquella opinión no estaba tan fundada, que no hubiese bastantes razones para dudar de ella. Pero los PP. Mohedanos intentaron combatir los motivos de dudar, poniéndola, a su parecer, en el mayor grado de probabilidad posible. El P. Risco, sin dejarse llevar de la corriente, ha examinado por sí mismo aquella cuestión en este tomo, y probado lo primero, que no debe atribuirse a los galos todo lo que se halla escrito de los celtas, como muchos habían hecho. II. Que la expedición de los celtas galos a España no es constante en la [28] Historia. III. Que los celtas más antiguos que se conocen son los españoles. Y que lejos de haber venido nuestros celtas de las Galias, ni traído a estos países sus letras y costumbres, es más cierto que los de España se extendieron hasta la Galia Narbonense, y que por su gloria y fama, los griegos vinieron a llamar celtas a todos los galos. Esta opinión singular la ha fundado el P. Risco en razones sólidas, de suerte que la han adoptado los que han escrito después de él sobre el mismo asunto, cuales son el señor Noguera en sus adiciones al primer tomo de la Historia de España del P. Mariana, y el Abate Masdeu en su Historia Crítica de la misma.

     Estando ya para concluirse la impresión de este tomo, salió una obra intitulada: La Cantabria vindicada, en la cual su autor se quejaba de que el P. Florez en su disertación preliminar a la Provincia Tarraconense había intentado despojar a las Vizcayas de las glorias que les resultaban de ser descendientes sus moradores los antiguos cántabros, nunca vencidos de los romanos, ni de los godos, y por consiguiente oriundos de los primitivos, y originarios españoles. Como el P. M. Risco trata también de este asunto en el tomo de la Vasconia, y adopta la opinión del P. Florez, y de otros que ponen a la Cantabria antigua en límites muy diferentes de los de las Vizcayas, y que sostienen que los vizcaínos [29] fueron dominados por los romanos, por esto, y en honor de la memoria del P. Florez, imprimió a parte la obra intitulada: El R. P. M. Florez vindicado del vindicador de la Cantabria, D. Hipólito de Ozaeta y Gallaiztegui. En Madrid, en la imprenta de D. Pedro Marín, año de 1779, en la cual desvanece los argumentos con que aquel vizcaíno, llevado más del indiscreto amor a su país, que del que debe profesar todo hombre a la verdad, había intentado debilitar las razones del P. M. Florez, y sostener la opinión vulgar.

     Tomo XXXIII. Contiene las antigüedades civiles y eclesiásticas de Calahorra, y las memorias concernientes a los Obispados de Nájera, y Álava. Añádese al fin una breve confutación de la obra publicada por el R. P. Fr. Lamberto de Zaragoza, del Orden de Capuchinos, contra el tomo XXX. En Madrid, en la imprenta de Pedro Marín, año de 1781.

     En este tomo da el P. M. Risco una prueba muy evidente de la imparcialidad de su crítica. Es muy común a todos los hombres, el que el amor a su país los deslumbre, e incline a creer fácilmente cuanto parece que puede contribuir a sus glorias, así por lo que toca a sus antigüedades, como por lo que respecta a los hombres ilustres en santidad, en armas, o en letras. No obstante que el P. Risco es natural de la Villa de Haro, perteneciente al Obispado de Calahorra, examina con muy severa [30] crítica sus antigüedades, y cuando por una parte manifiesta el mérito de Quintiliano, y defiende que nació en ella, contra la opinión de algunos críticos, por encontrar este hecho más conforme a la verdad, guiado por el amor a la misma, manifiesta la incertidumbre de algunos milagros, y otros hechos pertenecientes a las vidas, y martirios de algunos santos calagurritanos, no obstante que algunos de ellos han sido creídos por otros autores modernos de mucho crédito.

     No ha guardado la misma moderación el R. P. Fr. Lamberto de Zaragoza del Orden de Capuchinos, quien creyendo agraviada a la Santa Iglesia de aquella ciudad, su patria, por haber quitado el P. Risco en el tomo XXX algunos obispos del catálogo impreso en las constituciones sinodales de aquel Arzobispado, y negado algunos hechos relativos a la historia eclesiástica de Aragón, en el tomo primero preliminar al teatro histórico de las iglesias de aquel reino, se quejó por esto del P. Risco, y procuró refutar las sólidas razones, sobre que este se había fundado; y movido del calor que excita generalmente el paisanaje, contra los que cree contrarios a las glorias de su nación; arroja contra él algunas expresiones nada propias de la indiferencia conque debe escribir un historiador que busca la verdad, y no glorias fingidas, e imaginarias de los pueblos que describe. El P. Risco [31] correspondió en su juicio a todos los argumentos del P. Fr. Lamberto, demostrando al mismo tiempo, que no se opone a la verdadera y sólida piedad, ni al honor de los pueblos, el limpiar la historia eclesiástica, o civil, de fábulas, o hechos inciertos, y destituidos de sólidos fundamentos.

     Tomo XXXIV. Contiene el estado antiguo de la Santa Iglesia exenta de León, con varios documentos, y escrituras concernientes a los puntos que en él se tratan, sacadas en la mayor parte de su archivo. Madrid, en la imprenta de D. Pedro Marín, año de 1784.

     Tomo XXXV. Memorias de la Santa Iglesia, exenta de León, concernientes a los siglos XI, XII y XIII fundadas en escrituras, y documentos originales, desconocidos en la mayor parte hasta ahora, y muy útiles para la historia de esta ciudad, del reino de León, y de la España en general. En Madrid, en la oficina de Pedro Marín, año de 1736. No obstante que el P. M. Risco había ofrecido continuar, escribiendo la historia de las iglesias, situadas en la Provincia Tarraconense, las particulares circunstancias de habérsele franqueado el precioso Archivo de la Santa Iglesia de León, y la mayor utilidad, le han movido a escribir antes esta. Para hacerlo con más acierto, ha emprendido dos viajes a aquella ciudad, registrado por sí mismo el Archivo de la Santa Iglesia, y sacado copias de Escrituras, y otros instrumentos importantísimos [32] para su objeto, mucha parte de ellos, no solamente inéditos, sino desconocidos, como es la vida de S. Froilán, impresa en el tomo XXXIV. Por medio de ellos corrige muchas veces la cronología de los reyes, obispos, y santos; aclara hechos que hasta ahora habían sido muy obscuros; refuta algunas fábulas, no siendo menos digno de alabanza, por la apreciable colección de instrumentos antiguos que acompañan a estos tres tomos, muy útiles para el mayor conocimiento de nuestra historia eclesiástica y civil.

     En el año de 1774, había publicado él mismo otra obra, intitulada: La profesión cristiana según la doctrina evangélica, y apostólica, y los ejemplos santísimos de nuestro Señor Jesucristo, y de los primeros cristianos. Madrid, en la imprenta de D. Antonio Sancha. En cuarto, obra llena de la más pura doctrina, y propia para fomentar la más sólida piedad, por estar fundada toda ella sobre las sagradas Escrituras, y Santos Padres, y escrita con muy buen método.

     Informado S. M. del mérito del P. M. Risco, no solamente le ha concedido la misma pensión que disfrutaba el P. Florez, sino que ha pedido a S. S. le dispensara también los honores, privilegios, y exenciones de los Ex-Provinciales, y Ex-Asistentes generales de su orden, cuya gracia le concedió el Sumo [33] Pontífice, por Breve de 7 de agosto del año de 1787.

     ROBLE S VIVES (Señor D. Antonio) Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III del Consejo de S. M. en el de Hacienda. Representación contra el pretendido Voto de Santiago, que hace al rey nuestro Señor, D. Carlos III el Duque de Arcos. Madrid, 1771. Por D. Joaquín Ibarra. En folio.

     Una de las pruebas más convincentes de lo difíciles que son de desarraigar los abusos introducidos con pretexto de piedad y devoción, es la historia del voto de Santiago.

     Por los años de 1204, se dejaron ver por la primera vez, copias de cierto privilegio dado, según se decía, por D. Ramiro I, en la Era de 1182, en el cual, haciéndose relación de la batalla de Clavijo, y atribuyendo la victoria al apóstol Santiago, en reconocimiento de ella, el rey, de acuerdo con los Grandes, y el Pueblo, ofrecieron darle perpetuamente en cada año, por cada yunta las medidas de grano, y vino, al modo que las Primicias, en toda España, para el sustento de los Canónigos de Santiago, en donde se venera su santo Cuerpo. No obstante que aquel privilegio se confirmó después por algunos reyes, estuvo sin observancia por cerca de setecientos años, hasta que los Reyes Católicos D. Fernando, y Doña Isabel lo renovaron en el [34] reino de Granada, en 1492, y en virtud de este nuevo privilegio, y de varias ejecutorias, dadas por diferentes tribunales, se puso en práctica su cobranza. Los pueblos reclamaron esta novedad; pero inútilmente, siendo condenados por varias sentencias, expedidas a favor de la Santa Iglesia, desde el año de 1513. No obstante, los de los Obispados de Tajo a esta parte, viendo que no habían sido suficientes las razones alegadas por los otros contra el Voto, en la Chancillería de Granada, y Audiencia, de la Coruña, opusieron al privilegio en la de Valladolid, la excepción de falsedad, con tales pruebas, que aquella Chancillería, en sentencia de Vista del año de 1592, declaró por bien probadas estas excepciones, y los absolvió del pago del Voto. Suplicó la Iglesia de esta sentencia; y para esforzar su justicia, presentó la ejecutoria, obtenida a su favor en Granada. Logró con esto, que en Valladolid se reformara aquella sentencia, por la de Revista, dada en 1612. Los pueblos suplicaron segunda vez ante la Real persona, bajo cuya suplicación fueron amparados, y acogidos todos los que no habían suplicado.

     Antes de determinarse este recurso, se publicaron varios escritos, unos en favor, y otros en contra del Voto. Escribieron a su favor Ambrosio de Morales, y D. Mauro de Castella. Y lo impugnaron D. Lázaro González de Acevedo, y el docto [35] cronista don Fr. Prudencio de Sandoval.

     Ilustrado el Consejo con estos escritos, vio el recurso el año de 1628, y por su sentencia revocó la de Revista de la Chancillería de Valladolid, imponiendo a la Santa Iglesia perpetuo silencio sobre aquel pleito.

     Como con esta solemne decisión se derribó la opinión favorable al Privilegio, se contentaron los Agentes de la Santa Iglesia con pedir el Voto en muchos de los pueblos de Galicia, y de Tajo allá, a los que voluntariamente quisieran pagarlo, por modo de limosna: política que les mantuvo, con el pretexto de piedad, en la posesión de cobrar; para hacer de aquella posesión un uso muy diferente en los tiempos posteriores.

     Con efecto, reducida otra vez a exacción forzosa la cobranza precaria que habían retenido en algunos pueblos de Galicia, y León, y provincias de Tajo allá, la extendieron a otros muchos pueblos de Castilla, no inclusos en los obispados que quedaron libres por la Ejecutoria del Consejo, cuyo documento ocultaron para ganar, como ganaron, Ejecutorias favorables a su intento, y diferentes competencias, a favor de su jurisdicción privativa; volviéndose con esto a exigir el Voto, con tanto rigor, que en algunos pueblos importaba tanto, como todas las contribuciones reales juntas.

     Muchos de los pueblos gravados con aquella [36] carga, pertenecían a los Estados del Excmo. Señor Duque de Arcos, quien se creyó obligado a reclamarla, y pedir su reforma, para lo cual hizo esta representación, la que se dice trabajó, y extendió el señor Robles Vives.

     En ella se demuestra la nulidad del Privilegio del Voto, atribuido a Ramiro I por el anacronismo de su fecha; por las fábulas sobre que estriba la donación particular; la del infame tributo de las cien doncellas y la aparición de Santiago, de las que no hay memoria en los autores contemporáneos, ni en los Privilegios, Bulas, Historias Lápidas, Medallas, Testamentos, Escrituras y demás instrumentos de aquella edad. Y se desbaratan los argumentos con que se intenta sostener: manifestando con juiciosa, y delicada crítica, la ineficacia de los que se toman de las confirmaciones de otros reyes posteriores; de las Bulas, Ejecutorias tradición, y rezo de la Aparición del Santo; manifestando finalmente la injusticia del Privilegio, aun cuando fuera cierto.

     El estilo es vivo, nervioso, y animado, cual correspondía a un escrito presentado al monarca por una de las primeras personas del reino, para desarraigar generalmente, o a lo menos en sus estados, un gravamen muy pesado para sus vasallos. Para muestra de él puede leerse lo que escribe en la página 63, [37] hablando de las pinturas en que se representa la Aparición de Santiago.

     «Cuando el interés, dice, y la libertad hicieron su irrupción en los espíritus débiles, nacieron infinitas representaciones quiméricas, con que los pintores, y otros artífices (hechos a obedecer las ideas de aquellos cuyo favor han menester) propagaron en piedras, tablas, y planchas, los errores que les sugerían. Dejando aparte las fábulas de los paganos, que ejecutaron las manos de los más grandes hombres de Grecia, y Roma, en los siglos cristianos se ven otros monstruos perpetuados por los pintores, y poetas, cuya suerte es igual en este punto, como decía el grande Horacio. De aquí vino una araña de S. Jorge; un S. Pedro con tiara, báculo y guantes; unos ángeles como muchachos con alas; un duelo de S. Miguel contra Satanás, en que se ve el vencedor con morrión y cota, y el vencido con astas en la frente, cola de sierpe, y empuñado el tridente de Neptuno. De semejante calor de imaginativa, nació el retrato de la fama, el de los vientos, el de los sentidos, el de las estaciones, y el de otro millón de cosas, cuyo bulto nos han ofrecido los artífices por meras alegorías. Como asimismo nos ofrecen un S. Cristóbal gigante, un Júpiter por Jesucristo, como lo figuró Miguel Ángel; y un Santiago a caballo, como han inventado los compostelanos. [38]

     »¿Pero cuándo, señor (dice en otra parte, hablando de cierta Bula de Celestino III) los Papas han dado leyes a España, fuera de los puntos de creencia, y de dogma? Las leyes que reglan el dominio y posesión de las cosas, y la potestad de señalar los límites entre lo tuyo y mío, solo pueden derivarse del Imperio, no del Sacerdocio. La preocupación de los siglos de la restauración, hizo respetable una Bula, sacada sin duda con engaños contra la intención del Papa. ¿Qué admiración puede causar esta Bula, al ver las de Alejandro III, Gregorio IX, y Clemente V, para que solo en Santiago se labrasen las conchas o veneras de plata, bronce, estaño, y plomo, de que usaban los peregrinos, mandando a su Arzobispo, excomulgase a los que las comprasen de fuera, por estar S. S. informado de que algunas personas las hacían en otras partes, con poco temor de Dios? ¿Quién tiene arte para obtener Bulas semejantes, que mucho la tuviese para obtener la de Celestino III, contra la prescripción en que tanto se interesaba?

     Me he detenido algo en la noticia de esta obra, por su excelente mérito, y porque entre otras preocupaciones que reinan en nosotros, es una la de no contar comúnmente entre las piezas literarias las que se trabajan para el foto. Es verdad, que atendiendo al infinito número de Alegaciones, Memoriales, y papeles en Derecho, que en él se escriben, destituidos absolutamente [39] de crítica, y sin estilo, y llenos de citas inoportunas, y molestas repeticiones, de doctrinas vulgarísimas, y erudición pedantesca, y farraginosa, poco pueden servir para nuestro crédito literario. Mas también hay abogados sabios, y doctos magistrados, como se puede colegir de algunas obras insinuadas en esta Biblioteca, y particularmente de la Representación del señor Robles.

     Memorias que recogía el Fiscal de S. M. en esta Chancillería (de Valladolid) para formar la alegación por el Patrimonio Real, y el Concejo, y vecinos de la villa de Dueñas, contra el Conde de Buendía, Duque de Medinaceli, sobre la restitución a la Corona, de dicha villa, su señorío, jurisdicción, rentas, pechos, y derechos, alcabalas, tercias, y demás que socolor de dueños de ella, han llevado dichos Condes. Con motivo de impugnar el valor de la merced de Dueñas, expedida en 1440, a la casa de los Condes de Buendía, trata el señor Robles Vives en estas memorias del derecho feudal de España, materia la más obscura, y poco examinada por nuestros jurisconsultos, no obstante, que es la más importante de la jurisprudencia española, por haber tenido en el origen la forma de nuestra constitución civil, varios modos de adquirir desconocidos entre los romanos, y las principales regalías de la Majestad, y la Grandeza. Este asunto pedía una obra más completa, aunque muy difícil, por [40] las tinieblas en que está generalmente sumergida la historia de aquellos tiempos.

     «El mundo, dice el señor Robles, se ha envejecido, y a proporción la literatura se ha cargado y hecho demasiadamente pesada. Cada día se aumenta la historia del género humano, y se van multiplicando las revoluciones de los Imperios, las variaciones de las costumbres, y las alteraciones de las leyes. El hombre, al paso que se retira de los primeros tiempos, va perdiendo de vista los sucesos que pasan, los monumentos que perecen, las tradiciones que se vician, y todo cuanto cede a la fuerza irresistible del tiempo. Su impericia fatal va retirando de la memoria las leyes de nuestro antiguo gobierno feudal: ya solo nos conserva algunos vestigios, tan dispersos, que para reunirlos, y combinarlos, se necesita de la lectura de inmenso número de libros áridos, de códigos bárbaros, de historias antiquísimas, y de una diplomática, cuya falta lloramos. La escasez de estos monumentos, hace cuasi insuperable la dificultad.»

     Por lo mismo es muy apreciable el ensayo de la historia feudal que da en estas Memorias el señor Robles, quien prueba en ella, que por el pacto nacional del establecimiento de la monarquía goda, se destinaron ciertos bienes, para dote del Estado, con prohibición de separarse en propiedad del señorío del reino. Que de esta clase de bienes son las [41] ciudades, villas, castillos, jurisdicción, y tributos. Que por lo mismo, nunca pasaron en propiedad, sino en feudo a los vasallos singulares; y la jurisdicción de ningún modo. Que de estos señoríos feudales, hubo unos de la Corona, consistentes en regalías, y casi propios de los príncipes, o ricos hombres, llamados tierra, y honor, y otros de dominios particulares, llamado solariego, divisa, y behetría, cuya naturaleza explica. Que en los pueblos de estos señoríos, ejercieron la jurisdicción los Magistrados Reales, hasta los tiempos de D. Sancho el Bravo. Y que este derecho público, no se alteró por las leyes del Ordenamiento de Alcalá, ni de la Recopilación.

     RODRÍGUEZ (el Rmo. P. M. D. Antonio José), monje cisterciense, graduado en Artes, y (4) Dr. de Sagrada Teología; Examinador Sinodal del Arzobispado de Toledo, y Obispados de Tarazona, y Jaca, teólogo, y Examinador de la Nunciatura, Consultor de Cámara del Serenísimo Señor Infante D. Luis, Académico de las Reales, Matritense, y Petropolitana; Socio de la de las Ciencias de Sevilla. Palestra crítico médica, en que se trata de introducir la verdadera Medicina, y desalojar la tirana intrusa, del Reino de la naturaleza. Escrita por... Seis tomos en cuarto; impresos, y reimpresos en varias imprentas y años, desde el de 1735. Cuando el P. M. Rodríguez emprendió esta obra, no tenía más [42] de 30 años. Pero su gran talento, sobre haberle allanado ya, en tan corta edad, las dificultades que ofrecen los estudios monásticos, le hizo extender su estudio a la Medicina, y emprender el vasto proyecto de persuadir, que todos los sistemas médico-especulativos son falsos; y que de todo punto se ignora la más mínima causa morbosa, y el modo de obrar los medicamentos; siéndonos solamente concedido el uso de estos, por observación propia, o extraña; y un discernimiento, harto confuso, de las enfermedades, por los caracteres, y signos que se nos presentan.

     El empeño era gravísimo, tanto por la calidad de la persona, de cuya profesión se creía muy ajeno el estudio de la Medicina, cuanto por que en España dominaba por entonces en toda su fuerza la Medicina sistemática, y eran muy pocos los buenos médicos, que se dirigían en su ejercicio, por la observación atenta de la naturaleza. Nada de esto atemorizó al P. M. Rodríguez, quien si no persuadió a todos sus opiniones, a lo menos contribuyó muchísimo para ilustrar al público, para disminuir el crédito de los sistemáticos; y preparar la feliz revolución hacia el recto estudio de aquella facultad, tan útil al género humano.

     El estilo de esta obra tiene todavía el vicio, que dominaba generalmente en aquel tiempo, de hinchado, cadencioso, y metafórico, [43] como puede verse por el principio de la dedicatoria al abad, y monjes del Real Monasterio de nuestra Señora de Beruela, que dice así: «Común ha sido alentar la obligación, o el amor a los autores, para buscar patrocinio a sus desvelos; pero hallarse tan soberano, es felicidad, que franqueo a pocos la fortuna. El amor de hijos, y la obligación de esclavo, son dos máquinas de muelle tan activo, que ni el peso de mi insuficiencia, ni la inmensa distancia entre la ofrenda y el simulacro, fueron bastante para estorbar, que ejerciendo su elástico movimiento, nos arrojen a la obra, y a mí a las plantas de V. S.»

     El ingenio no siempre está hermanado con el gusto, y delicadeza de estilo. Pero aun en este se advierte mucha diferencia entre las primeras obras que escribió el P. Rodríguez, y las que trabajó en edad más adelantada; resplandeciendo por otra parte en todas ellas cierto fuego, que solamente se encuentra en las originales, y no en las traducidas, o copiadas.

     Nuevo aspecto de Teología Moral, y ambos Derechos, o Paradojas físico-teológico-legales. Obra crítica, provechosa a párrocos, confesores, y profesores de ambos Derechos, y útil a médicos, filósofos, y eruditos. Escrito por... Cuatro tomos en cuarto, impresos, y reimpresos en varios años, y por última vez en el de 1788. Ocurren frecuentemente [44] varias dudas, y causas en la Teología Moral, y en la Jurisprudencia civil, y canónica, que no pueden resolverse bien sin la física, y conocimiento de la naturaleza. Y como la mayor parte de los autores más acreditados en aquellas facultades, no han hecho por sí mismos un estudio fundado de esta parte de la Filosofía, se han introducido en ellas cuestiones importantísimas y opiniones peligrosas. Cuanto se ha disputado sobre el bautismo del feto dentro del útero materno; sobre la operación cesárea; sobre la impotencia para la generación; sobre las pruebas de la virginidad; sobre los maleficios; íncubos, y súcubos; brujas; apariciones, milagros: ¿y cuánto no se ha errado en muchas de estas cosas, por no conocerse bien las fuerzas de la naturaleza?

     El P. Rodríguez, con las luces que le suministró el estudio de esta, manifiesta los yerros que pueden cometerse en tan importantes, y delicadas materias, y da las luces necesarias para precaverlos.

     Pero en lo que puso mayor cuidado fue en combatir, y disminuir el gran concepto, que se tiene formado vulgarmente, acerca del poder del demonio. Es muy bueno que se tema a este, como instrumento que es de la justicia de Dios, y enemigo de la eterna felicidad de los hombres. Mas este temor, lejos de servir para mejorar la conducta de la vida, muchas veces sirve para buscar, y alegar excusas [45] a la malicia humana.

     «Tan antiguo es en la naturaleza, dice el P. Rodríguez, afectar, y presentar disculpas al pecado, como el pecado mismo... Apenas se oye voz más frecuente en el trato humano, y aun en lo sagrado de la confesión, que la del diablo me tentó para esto, el diablo tuvo la culpa de aquello. Mostrando el que lo presenta, que lo tiene por adecuada disculpa de su delito; y como que tiene cierto derecho a que se le admita la disculpa; como si su libre albedrío, no fuese más poderoso con la gracia, que todo el poder del diablo; y como si ya S. Agustín no hubiese advertido que hay hombres que de todo cuanto pecan, culpan al demonio», lib. de Contin. Cap. 4.

     Luego explica más por menor, los daños que resultan de semejante opinión, diciendo: «Todos los hombres abundan en sus juicios; y en sus modos de pensar, por lo común son muy diferentes. Se han escrito muchos tratados, y libros, para convencer de heréticas aquellas doctrinas (de los molinistas) y apartar el juicio humano de semejantes obscenidades; pero por la verdad, se ha ganado poca tierra en cuanto a los efectos. ¿Pero cómo se ha de adelantar el partido, si al mismo tiempo que los teólogos trabajan oportunamente, en persuadir que las violencias molinísticas, son fundamentalmente heréticas, y [46] que se oponen a la ley, y a toda virtud; al mismo tiempo, se hallan millares de libros, escritos también por teólogos, canonistas, y filósofos, en que se persuade, se cree, y se pretende probar, que el diablo puede incubar, y sucubar; que puede por su propia naturaleza forcejar contra una mujer, y violentarla; y que esta puede concebir, quedando virgen? No solo esto: ¿qué puede el diablo, por su propio natural poder, hacer con la naturaleza corpórea cuanto quiera? Esto se halla en autores de la recomendación más alta, y de todas clases...

     »Todo el vulgo, y se pueden contar dentro de él muchos que no debieran serlo, está en la preocupación de duendes, multitud de brujerías, de hechicerías, y de otras maniobras diabólicas. Hoy día en el país, que vivo, se creen atentados brujescos, se oyen duendes, se acumulan ligaciones matrimoniales, y se aseguran con certeza a cada paso maleficios. Sobre esto último, es una lástima lo que pasa. De tal modo está esparramado este poder diabólico, que apenas una enfermedad se resiste algo a los remedios comunes, y muchas veces sin llegar a este estado, al instante se proclama por maleficio. Al instante los parientes, o interesados, recurren a tal, o tal parte, en donde hay un eclesiástico que los cura.

     »Es materia de reír, si no fuese el punto [47] tan serio, oír los engaños, y embustes que forjan, o la malicia, o la preocupación de los que van con los trapos, pelo, o vestidos del enfermo, a buscar el remedio al santuario, o al eclesiástico. No encuentran en el camino cuervo, u otro pájaro lúgubre, que no crean, y después publiquen que eran diablos, o los mismos hechiceros, que salían al camino, para impedir que llegase al lugar del remedio. Lo mismo si les salen perros ladrando al paso, cosa tan común por todas partes. Lo mismo cualesquiera ruido nocturno, que se oiga por el emisario, en el lugar del médico antihechicero, o por el mismo enfermo, domésticos en su casa. A todas estas ocurrencias naturalísimas, eleva la preocupación bien arraigada, o tropiezos puestos por el hechicero, para que la curación no se logre.»

     Estas razones movieron al P. Rodríguez a combatir las ideas, que vulgarmente se tienen sobre el poder natural del diablo, por ser el desmedido, que se le atribuye, la causa principal de aquellas supersticiones, y de muchos vicios, que se tienen por flaquezas, para excusarlos, siendo en la realidad efectos de la malicia mas arraigada, y endurecida.

     Además de estas dos obras, publicó el P. Rodríguez, las Reflexiones teológico-canónico-médicas, sobre el ayuno eclesiástico. = El Filoteo, o demostración crítica de los [48] fundamentos de la religión cristiana. = Y varios tratados, sobre la antigüedad de la Regla de S. Benito: sobre el gran problema de la respiración; sobre el origen, disciplina, y gobierno antiguo del Orden Monástico; sobre el feto monstruoso de una cabra.

     ROMÁ Y ROSELL (Señor D. Francisco), abogado de pobres por S. M. del Principado de Cataluña, académico de la Real Conferencia de Física Experimental, y Agricultura de Barcelona, y últimamente, Regente de la Real Audiencia de México. Disertación histórico-político-legal por los Colegios, y Gremios de la ciudad de Barcelona, y sus privativas. Barcelona: por Tomás Piferrer, impresor del rey nuestro Señor. Año 1766. Varios comerciantes alemanes, y napolitanos, establecidos en Barcelona, no contentos con la venta, por mayor, que se permite en aquella ciudad, a todo nacional y extranjero, querían vender por menor, todo género de manufacturas, en perjuicio de los privilegios, que acerca de esto tienen los gremios de ella, por los estatutos municipales. Se siguió un pleito ruidoso, con cuyo motivo el señor Romá escribió esta Disertación, en la que trata de los Colegios, y Gremios de artesanos, particularmente en Cataluña. Prueba su utilidad, por la mayor perfección, que con ellos adquieren las manufacturas, y porque por ellos se asegura mejor el orden público, [49] y las buenas costumbres de los artesanos. Que las privativas no introducen el monopolio en las ciudades muy populosas, cual lo es la de Barcelona. Que no se oponen al derecho natural, y de gentes, por excluirse en ellas a extranjeros. Y finalmente, que no se impide por ellas el establecimiento de extranjeros útiles, y se evita la ruina de muchas familias nacionales.

     Señales de la felicidad de España, y medios de hacerlas eficaces. En Madrid, en la imprenta de D. Antonio Muñoz del Valle, año de 1768. En octavo. Se dice, que este librito le valió la toga al señor Romá. ¡Afortunado autor! También el mérito depende de la opinión, y varía, como esta, según los tiempos. Pocos años antes del 68 se habría castigado severamente a quien hablara como el señor Romá, acerca de algunos puntos, y señaladamente sobre el lujo. Veáse cómo se explica en la pág. 43.

     «En la monarquía, dice, de grandes proporciones, como España, es el lujo, no solo útil sino necesario. En el estado de decadencia para restablecerla: en el de mediocridad, para conservarla, y aumentarla; y en el de opulencia para preservarla de ruina en un país apto para sustentar una grande población, decaído, y despoblado por causas accidentales, no se puede imaginar un medio más pronto, y eficaz, para reintegrarle, que [50] dar ocupación a las familias. El lujo va aumentando, a proporción de sus caprichos, las de los artífices, y estas contribuyen con el consumo al aumento de labradores. Restablecida medianamente la población, el lujo, y la agricultura, redoblan sus esfuerzos, animados, aquel del mayor despacho de sus manufacturas, y esta del consumo de los simples, y alimentos; y resultando, cuanto más asegurado esté el despacho interior, un sobrante de géneros, para extraerlos; se forma un comercio activo, que encamina a la mayor opulencia. Verificada esta, peligra el estado de ser agobiado del pelo de los metales, y solamente el lujo puede sostenerlo. Todas las malas consecuencias de la abundancia del dinero nacen de que este pase los límites de su proporción relativa, no solo a las necesidades del reino, y al número de sus consumidores, sino también a la estimación que tenga en los países extranjeros, proporcionada igualmente en estos por el número de sus necesidades, y de sus consumidores. Más claro: si en España, por ejemplo, dieciséis millones de personas, necesitasen doscientos millones de pesos, que circulasen para acudir a sus urgencias, con unos precios que imposibilitasen la mayor baratura de las manufacturas extranjeras, atendidas la igual estimación, que tuviese la moneda en los demás países, desde luego que se introdujesen repentinamente [51] otros doscientos millones, sin aumentar el número de necesidades, ni la población, duplicaría naturalmente el precio de todos los géneros, y manufacturas nacionales, y lograrían la preferencia los extranjeros mucho más baratos. El remedio, en tal caso, sería duplicar por medio del lujo, el número de necesidades, a cuyo aumento sería consecuente indefectible el de la población... No es el lujo, por sí solo, sino el conjunto de ocio, lujo, y otras causas, lo que produce las enfermedades que padece el reino, y que el gobierno desea remediar, como lo expresa un calificado español, escritor moderno. Tan equivocado es el concepto, de que el lujo por sí solo aniquilé el estado, como el que sea autor de una multitud de vicios, que nacen de la impunidad, y otras causas.»

     ROSELL (D. Antonio Gregorio) Catedrático de Matemáticas en los Estudios Reales de Madrid, y Comisario de Guerra honorario. Demostración de las causas que concurrieron a los daños y ruinas de las obras del Prado nuevo de Madrid, en la tarde del 23 de septiembre de 1775, y modo de precaverlas en adelante. Por D. Antonio Rosell Urciano, catedrático de Matemáticas en los Estudios Reales de la Corte. En Madrid: 1775. Por D. Joaquín Ibarra.

     Se da primeramente noticia de les estragos ocurridos en el Prado de Madrid, con motivo [52] de la grande lluvia del día 23 de septiembre del año de 1775; y para mayor claridad se halla en una estampa el plan de dicho paseo, donde están señalados los parajes de las ruinas que se experimentaron. El autor declara después las diligencias que practicó, para averiguar las causas que las ocasionaron, y deseando hacer más útil su trabajo, pasa a manifestarlas, dando demostraciones científicas, apoyadas en la experiencia, y en principios de cálculo, y Dinámica; exponiendo el modo con que le parece, se pueden precaver en adelante semejantes ruinas.

     La Geometría de los niños. P. D. A. R. C. D. M. En Madrid: en la Imprenta Real, año 1784. En octavo.

     Aquí se propuso el autor, enseñar brevemente, por preguntas, y respuestas, con ejemplos claros, y orden natural, las nociones, y prácticas más comunes de la Geometría, con ánimo de aficionar a los niños al estudio de las Matemáticas, y disponerlos para él de otras facultades, y particularmente para el ejercicio de las Artes.

     Instituciones Matemáticas. Por D... tomo I. Contiene la Aritmética común, y principios de Álgebra. Madrid, en la Imprenta Real, año de 1785. En cuarto regular.

     No hay obras más importantes para la enseñanza pública, que las buenas instituciones, o elementos de las Ciencias. Mas tampoco las [53] hay más difíciles, y que exijan tanta inteligencia, estudio, y meditación en sus autores. La república literaria está llena de cursos en todas facultades, por la mayor parte áridos, sin método, y tan llenos de superfluidades, como destituidos de los principios fecundos, por los cuales el entendimiento pueda hacer en adelante grandes progresos por sí mismo. No son de esta clase las Instituciones matemáticas del señor Rosell, en el juicio de muchos sabios. Véase lo que dicen de ellas las Efemérides de Roma, en el Artículo de Madrid, de 13 de mayo de 1786.

     «Gli scrittori degli elementi di matematiche si copian per lo più l'uno dietro l'altro, è niente perciò comunemente contribuiscono al più facile, ed utile apprendimento delle scienze, che prendono ad insegnare. Non sará compreso certamente in questa schiera di vulgari scrittori il sig. Rosell, il quale possedendo à fondo le scienze che prende à trattare, ed essendo allo stesso tempo gran metafisico, ha felicemente intrapreso di rifondere i stuoi elementi in una nuova forma, ed in un nuovo ordine, che possa riuscire più naturale, è più luminoso, è sia capace non che di preparare, ma sibene ancora di invoglari gli studenti ad andar oltre, è à penetrare facilmente ne più reconditi misteri di queste scienze, le quali se hanno avuto sinora un picciol numero di seguaci, se ne deè forse soltanto rifonder la colpa nel cativo metodo, con [54] cui sono state insegnate. L'antico metodo poteva forse esser buono, allorche queste scienze erano peranche bambine, cho si rimanevano isolate, è niun uso facevasene ancora nella fisica. Ma ora che tanto si sono allargate, che tante felici applicazioni se ne son fatte à tutta la scienza della natura, bisogna assolutamente appigliarsi ad un nuovo metodo più adattato al loro nuovo stato. Il signor Rosell renda buon conto del nuovo suo metodo in un buon ragionato prologo, ch' ci premette à queste sue instituzioni. La sostanza di questo suo metodo si è di riunire insieme, siccome diffatti son di loro natura unite, l'Aritmetica è l'Algebra, comprendendo tutte due queste scienze, come già fece il Newton, sotto il nome di aritmetica universale; è far conoscere la connessione che ha con tutte due la geometria, è quella che ha la geometria trascendente coll' elementare. Egli prepara i suoi discepoli al questo studio con un' istruzione proemiale sopra il metodo matematico, ed il modo di studiare queste scienze; con un introduzione in cui si presenta è l'idea, l'oggetto generale di queste scienze, è l'enumerazione delle loro principali parti. Questo primo volume non comprehende che le regole dell'algoritmo aritmetico, ed algebraico, è i primi principii dell' analisi algebraica, applicati ai problemi del primo è del secondo grado. Il metodo di cui si serve l'A. è veramente analitico, cioè quello che non [55] solamente insegna al studenti le cose che loro si vogliono insegnare, ma insieme capir loro, come sia nato il pensiero, ò il bisogno di cercarle, è per quali vie siensi potute ritrovare. Per l'amore che portiamo à queste scienze, noi auguríamo ozio è salute al degnissimo A., perchè possa felicemente condurre à termine questo suo corso matematico, cosi ben ideato ed incominciato; è col quale si numentera certamente in Ispagna il numero dei coltivatori di queste utilissime discipline.

     Disertación sobre la causa de las Auroras Boreales, por D. Antonio Rosell, en 1770. MS.

     ROSELL (el R. P. M. F. Basilio Tomás), doctor en Sagrada Teología, y Prior del Real Convento de nuestra Señora de Aguas Vivas de Agustinos Calzados, de la Provincia de Aragón, y Parcialidad de Valencia. El Monacato, o tardes monásticas, en que hablándose en general, de las obligaciones y costumbres de los monjes, se desciende en particular, a las de los Agustinianos. En Valencia, en la imprenta de Salvador Faulí, año de 1787. En cuarto.

     Esta obra está dispuesta en forma de diálogo, esto es, distribuida en varias conversaciones, hablando principalmente en ellas el P. Alipio, que tiene el carácter de un religioso proyecto; Desiderio, que se ve ser un sacerdote mozo; y profuturo Corista, o estudiante. [56] Aquel dispuesto a enseñar, y estos ansiosos de oír sus instrucciones, van hablando en muchas tardes, en estilo familiar, y natural de todo lo que pertenece al estado religioso, y de los puntos más importantes de la disciplina monástica. Dan principio, aclarando lo que son ascetas, anacoretas, y monjes. Descubre Alipio el origen de estos, dando una breve idea de las costumbres de los primitivos. Se establece, y prueba haber introducido S. Agustín el monacato en África, en donde fundó ciertamente dos Monasterios de Siervos de Dios, antes que el de los Clérigos. Se da noticia de tres reglas, que se intitulan de S. Agustín, haciendo conocer la verdadera, que es la que en el día profesan muchos religiosos, y especialmente la de sus ermitaños, cuyo primitivo instituto se insinúa, como también, que era lo que se tenía entonces por sustancial entre los monjes. Se habla en particular, de cada uno de los votos, y con más extensión del de la estrecha pobreza, que prescriben todos los demás fundadores de Institutos regulares. A continuación da la materia la exacta vida común a tres conversaciones, en las que se evidencia con muchos argumentos, que están obligados a ella los religiosos, en virtud del voto de la pobreza: se demuestra que es incompatible con este el uso de los peculios; se responde a las objeciones; se resuelven diferentes dudas acerca de lo mencionado; [57] se desvanecen algunos escrúpulos; y finalmente, se habla del único caso en que puede ser lícito el uso del peculio, poniendo ciertas condiciones que se explican, aunque no se ve cumplirlas; y se hace patente a lo que quedan obligados en este caso, tanto prelados, como súbditos. Luego se pasa a discurrir en lo tocante al trabajo corporal de los antiguos monjes, sobre sus obligaciones, y si aun hoy duran, y por qué razones; y mencionando el desperdicio del tiempo, en varias cosas, combate el abuso de jugar los religiosos a naipes. Se declaran los que están exentos del trabajo corporal, fundándose en tres causas, que para ello indica S. Agustín; a que sigue el señalar el modo de trabajar de manos, y varias labores en que pueden emplearse dignamente los religiosos. Hace tránsito a la varia disciplina de los primitivos monjes, en orden a otros ejercicios, dándose razón de cómo y por qué se introdujo el canto en la Iglesia; se establece que todas las prácticas, y observancias regulares se encaminan a adquirir la perfección cristiana, a la cual, todo el Cristianismo, que constituye una sola república, está obligado; y que esta perfección no es otra cosa, que la caridad, por la cual se exhorta eficazmente la unión de los corazones de todos los que profesan diversos institutos entre sí; dándose reglas para conocer si se anda dentro o fuera del camino de la perfección. [58] Concluido esto, se declara y prueba, cuál era la forma y color del hábito de los monjes antiguos, hablando también de los agustinos, hasta este tiempo; y se pasa a hacer ver, cuán antiguo es el haber monjes, clérigos, y presbíteros, con especialidad en los Monasterios Agustinos, y lo demás tocante a este particular; después de lo cual se habla de las fundaciones, en tiempo de S. Agustín; de lo que acerca de su instituto hay indubitable, hasta la unión general de la orden, y de su estado posterior; de lo concerniente a las constituciones, explicando el modo, y términos en que obligan, y declarando algunas dificultades, que sobre ello pueden ocurrir. Inmediatamente se trata de varias reformas que ha habido en el cuerpo de la religión, y en algunas de sus provincias; mencionándose, las que en el presente reinado, mandó S. M. hacer en las de las Indias. Se exhorta a huir la vana ostentación de los varones santos, y doctos que ha habido en el instituto. Comiénzase después a hablar de los estudios, desde la primera institución de los Monasterios Agustinos, y de cómo se han ido formalizando sus escuelas; del fin que deben proponerse todos en los estudios, y de los que deben evitar; y luego se declara cuál es el espíritu de las constituciones agustinianas, en orden a los grados, y que el que no se emplea en la enseñanza, no tiene derecho [59] a las exenciones, que por respeto de ella se conceden; y juntamente se insinúa por mayor la materia de los estudios monásticos. En la conversación antepenúltima, se introduce, como por casualidad, el Maestro Licencio, quien después de haber tratado Alipio, del fin y modo que se ha de tener en las disputas; habla en particular de nueve leyes observadas en la primitiva escuela agustiniana; hace ver que la ignorancia es la causa que induce la necesidad de los estudios; indaga cual es el objeto de ellos, observando que era lo que por su medio buscaban los filósofos; establece, que al cristiano a quien se le ha dado la verdadera sabiduría, toca juzgar de aquellos; aunque no por eso ha cesado en este la necesidad de los estudios; manifiesta, cuán irregulares, que se imponga la privación de estos como pena; señala cuáles son las causas, por qué algunos adelantan poco, mientras están sujetos al Maestro; da un método para la enseñanza, que haciendo observaciones, halló en los escritos de S. Agustín; y reflexiona sobre lo que hoy se desea en los libros de Artes y Ciencias; lo que este Santo Padre hacía inflamar los corazones hacia el sumo bien; aconseja que los estudiantes busquen, y lean en las fuentes, las autoridades de los Santos Padres, que se hallan citadas en los libros que estudian, particularmente las de S. Agustín, y vindicándole de la obscuridad, que algunos [60] teólogos le atribuyen, da una idea de los frutos, que produce su lectura; y finalmente manifiesta los deseos que ha tenido siempre, de que haya quien promueva, para los que han concluido la carrera ordinaria de los estudios, el de la disciplina antigua de la Iglesia, de los Santos PP., y de la Escritura Sagrada, de cuya utilidad habla consecutivamente. La última conversación se reduce a hacer un resumen de toda la obra, por preguntas, y respuestas que Profuturo iba escribiendo; y concluye Alipio con algunas reflexiones sobre el honor.

     ROSELL (Dr. D. Manuel) Capellán de S. M. en la Real Iglesia, y Capilla de S. Isidro de esta Corte. Aurora Boreal, observada en Valencia, en la noche del día 5 de marzo, del año de 1764. Por el Dr. D. Manuel Rosell, presbítero. En Valencia, por Benito Monfort, año de 1764.

     Uno de los servicios, que ha hecho al público la filosofía moderna, ha sido examinar, y declarar las verdaderas causas de ciertas apariencias celestes, que los antiguos miraron con admiración, y espanto. Tal es la que al presente se llama Aurora Boreal. En las relaciones de los antiguos filósofos, se ve caracterizada, bajo los terribles nombres de incendio del hemisferio boreal: agitación de las esferas; y luchas sangrientas en el aire. Al presente no solo está desterrado este lenguaje de la Europa [61] culta, sino que se observan por diversión, los varios movimientos, y apariencias con que las auroras boreales aterraban a los filósofos antiguos. La disertación del señor Rosell está dividida en tres partes. En la primera se introduce, propone, y divide el adjunto de ella, con mucha brevedad. La segunda contiene una observación más circunstanciada del meteoro, y su duración. En la tercera, haciendo memoria de lo que han discurrido los filósofos, en orden a la naturaleza de este fenómeno, expone su modo de pensar, y conforme a él, explica todas las apariencias, o variaciones de la aurora boreal, y los efectos que produce. Al escrito acompaña una estampa, con cinco figuras, que representan las varias posiciones, y movimientos de la que dio motivo a la disertación.

     Tratado de la humildad cristiana, carta de S. León el Grande, a la Virgen de Nutria, traducida del latín. Madrid 1778. Por D. Joaquín Ibarra. Precede un discurso del traductor, en que despues de dar noticia del sujeto, a quien se dirigió esta carta, o tratado, que algún tiempo se atribuyó a S. Ambrosio, o S. Próspero, establece con sólidas razones, que su verdadero autor es S. León el Grande. Pasa despues a examinar la ocasión que hubo para escribirse, y declara la razón que le ha movido a traducirla, y publicarla.

     Sermones de S. Agustín, en que se explican [62] los Salmos, que diariamente se cantan en las horas menores, y completas, traducidos del latín. Dos tomos en octavo, en la imprenta de Ibarra, año de 1780.

     No hay cosa más útil, para mantener la sólida piedad en el pueblo, que poner en sus manos las Obras de los Santos Padres que la enseñaron. Esta fue la práctica de muchos sabios españoles del siglo 16, abandonada en los últimos tiempos, en que se han hecho innumerables traducciones del francés, y de otras lenguas vulgares; no sé si por la mayor facilidad que hay para estas, o con el fin de promover las particulares ideas, que cada uno de los traductores tenía adoptadas. El señor Rosell, no contento con haber notado este extravío del camino real, ha renovado la práctica antigua, con la presente obra, y la que a ella precede. Entrambas acreditan, que para la elección ha atendido principalmente a la necesidad, o mayor utilidad del público. Porque si las porfiadas disputas, que en el siglo pasado se suscitaron, sobre las importantes materias de la divina gracia, enajenaron los ánimos, de modo, que insensiblemente se introducía, aun en los libros de piedad, un lenguaje poco conforme con la sencillez, y verdad con que se explicaron los SS. PP. en orden a este punto fundamental de la religión; no hay medio más oportuno, para que esto se advierta, y se corrija, que poner a la vista ejemplares de cómo [63] se ha explicado la Iglesia en todos tiempos, o como se explicaron los SS. PP. que en los antiguos la ilustraron. Esto se echa de ver muy por menor en el tratado de la humildad cristiana de S. León. El mismo efecto producen los Sermones de S. Agustín, tanto más seguro, cuanto no siendo este su principal objeto, se explica en ellos con el pueblo, usando de aquel lenguaje, a que estaba acostumbrado; pero todavía se sigue de estos, otro efecto no menos apreciable. Como no se permitían traducciones en lengua vulgar, de los Libros de la Sagrada Escritura, o de parte alguna de ellos, el pueblo, y aun muchas personas destinadas a cantar las divinas alabanzas en el coro, carecía del mayor fruto espiritual, que consiguieran, entendiendo la expresión de los Salmos más frecuentes, y los Misterios que en ella se encierran. Uno, y otro ha facilitado el señor Rosell, con la traducción presente, en la cual no solo se da el texto de los Salmos en castellano, sino que la acompaña en el mismo idioma, la especial declaración que de ellos va haciendo S. Agustín. Cuán apreciable sea la doctrina que se encuentra en esta obra su variedad, los grandes bienes que de ella pueden resultar al común de los fieles, lo persuade plenamente el señor Rosell, en un prólogo, con que la ha adornado. Ha acomodado también la exposición de S. Agustín, guardando el orden con que se distribuyen [64] los Salmos en el Breviario; y ha añadido algunas notas juiciosas; no muchas, pero muy oportunas, en los lugares que ha tenido por conveniente.

     La educación, conforme a los principios de la religión, cristiana, leyes, y costumbres de la nación española. En tres libros, dirigidos a los padres de familia. En la Imprenta Real, año de 1787. Dos tomos en octavo.

     La importancia de la buena educación, para la felicidad de un Estado, y para la de todos los hombres en común, y en particular, es bien notoria; debiéndose atribuir a la falta de ella, la mayor parte de los males morales, y muchísimos de los físicos que afligen a la humanidad, en casi todas partes. Fuera de España se han publicado varios tratados, acerca de la educación, ya en general, ya determinada a diferentes clases. Nosotros, después de los Leones, Ribadeneyras, Saavedras, Gracianes, Marqués, y otros buenos autores que nos dejaron abierto el camino, descuidamos de este ramo de literatura, contentándonos con traducir algunas obras extranjeras, y no las mejores.

     En el primer libro de esta obra, hace conocer el señor Rosell la necesidad, naturaleza, y fines de la educación, subiendo al origen del género humano, y descendiendo al actual estado de los hombres. Convence que la razón natural no es bastante para dirigirla, [65] y que es preciso valerse de la revelación. Poniéndola a cargo de los padres, y repartiendo entre ellos sus oficios, les presenta una idea general de la que deben dar a sus hijos. Pasa después a declarar particularmente, cómo debe ser tratado el cuerpo, y el ánimo de los niños, desde su nacimiento, hasta el uso de la razón. A este fin explica su régimen de vida; el porte de los padres para con ellos, y para con la familia; la elección de esta, y el orden de la casa; los principios de religión, de moralidad, de las Ciencias, y del trato humano, que les han de ir inspirando; y el modo con que esto debe practicarse por medio de la conversación, juegos, y entretenimientos. El segundo se emplea todo en dar ideas escogidas, nada vulgares, de religión, y costumbres; y en explicar los medios de imponer a los educandos en el conocimiento, y práctica de ellas; concertando por medio de sus máximas, todas las acciones propias, y el porte, trato, y conversación con los demás. El tercero entra estableciendo la máxima, de que todo hombre debe evitar la ociosidad, por medio de ocupaciones honestas. Luego explica los varios destinos, y carreras, que pueden darlos padres a sus hijos: los conocimientos que requiere cada una de las profesiones; la disposición de sujeto, que piden las Artes, y Ciencias; el modo de conjeturar la aptitud de los niños, por su temperamento, disposición [66] de cuerpo, y otras señales; y hace aplicación a las niñas, de toda la doctrina precedente. Trata igualmente, de las calidades que han de tener los ayos, y maestros: del cuidado que han de poner en estudiar el carácter, e inclinaciones de los educandos; de su porte con ellos; y del uso que se ha de hacer en la educación, de los premios, castigos, juegos, y entretenimientos. Prescribe después el método de corregir la educación, caso que hubiere sido defectuosa, y trata en común, y en particular, de los estudios a que se deben aplicar los nobles; y por último de los viajes, de lo relativo a la elección de estado; y del tiempo en que puede cesar el cuidado de la educación. Los referidos, y otros muchos particulares, se tratan, y resuelven por razón, y respectivamente se apoyan, e ilustran con la autoridad de la Sagrada Escritura, de la Iglesia, de los Concilios, de los SS. PP. de las leyes del reino, y de los filósofos antiguos, y modernos.

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