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Ensayos poéticos

Estanislao de Cosca Vayo

[3]

Advertencia

Nunc satis est dixisse, ego mira poemata pango.

Horat. Art. poet.



     Sin cesar vemos presentarse en público hombres vestidos con el ropaje de sacerdotes de las musas y abrogarse el título de Poetas. Así, envilecido en manos de ignorantes el pincel de Apolo, y mirado con menosprecio tan sagrado y honroso ministerio, se mira como muy fácil la Poesía; y de tanto enjambre de autores que cuenta la España, apenas hay cuatro ingenios superiores, como juiciosamente dice un moderno (1).

     Esto demuestra hasta la evidencia que es muy fácil el escribir malas poesías, [4] y muy difícil el ser Poetas. En nada debe haber medianía: a un vasto y grande talento debe añadirse un cultivo de él muy continuado y trabajoso. Un gusto delicado, una instrucción sólida, el conocimiento de la naturaleza en todas y cada una de sus ramas, la lectura de los autores antiguos y modernos, ya nacionales como extranjero, el estudio del corazón humano, y, sobre todo, el de sí mismo, son los escalones por donde siempre se ha subido y sube al Parnaso. Cualquier circunstancia de éstas que falte se queda el hombre en el camino sin poder llegar al templo de la inmortalidad, blanco de sus ansias. Tan grandes dificultades, capaces de arredrar al más osado, parecen aumentadas en el día por el rápido y elevado vuelo que ha tomado este arte. Las plumas de Meléndez y Quintana la han dado una nueva perfección (séame permitido el decirlo) desconocida hasta ahora y que deja poco que desear. De suerte que el que se dedica [5] a escribir tiene que vencer a dos poetas que han vencido a miles de ellos, pues, de lo contrario, o hará retroceder la Poesía y entonces será despreciado, o, igualándolos, parecerá que los copia y su gloria será efímera.

     Lugar es ya de que se me objete que cómo conociendo estos inconvenientes me atrevo a dar a luz mis producciones. Yo no me presento en público sino como un aficionado que le dedica sus ensayos para cobrar ánimo, y atreverse por el tiempo a empresas que sean más útiles. Soy como un alumno de una academia que trabaja algunas obras, con el fin de preguntar, enseñándolas a sus condiscípulos: «¿Podré pretender que se me admita por miembro?»

     Nadie alegará más motivos que yo para que se use de indulgencia. Veinte y un años es una edad muy corta, y es imposible escribir bien en ella por falta de algunas de las circunstancias que llevo referidas deben asistir a un escritor. [6] Esto no obstante, el tesón con que me he dedicado a la literatura desde niño, me hace esperar que no serán tan indignos del público estos ensayos que merezcan su desprecio, y que se tendrá alguna consideración a mi poca edad, pues los hombres se forman a fuerza de estudio y de años.

     He procurado escoger, de las muchas poesías que tengo escritas, las que me han parecido menos defectuosas, prefiriendo ofrecer a mis compatriotas una pequeña colección a un grande volumen. En ellas se lee con facilidad mi corazón, puesto que no he hecho otra cosa que copiar mis sentimientos. Quisiera poder enumerar los muchos trabajos que me han costado para que saliesen de mis manos algo correctas, y para no engañarme en la elección de las que debía publicar, pero sería traspasar los cortos límites que me he trazado en esta advertencia: me contento con dejarlo a la penetración de los literatos. [7]



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Anacreónticas

[9]

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A mis lectores

                                         No con voces sublimes                                
     en cítara de plata,
     cual ministro de Jove,
     diré sus alabanzas.
No al cielo remontado 5
     contaré las escuadras
     de los bellos luceros
     que preceden al alba.
No tañeré mi lira
     con mano ensangrentada, 10
     cantando del sañudo
     Mavorte las batallas.
En versos muy sencillos
     y sensibles cantatas,
     retrataré mi pecho 15
     y el de mi fiel amada.
Entrambos somos uno,
     tenemos sola una alma,
     y pintando la mía
     la suya está copiada. [11] 20


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Oda 1ª

La Vida



                                         Los días y los meses                                        
     cual humo se disipan,
     y vuelan y no vuelven,
     y mueren y se eclipsan.
Ya raya por el cielo 5
     la aurora de este día,
     y corre sin que basten
     mis ojos a seguirla.
Tras ella se presenta,
     con majestad distinta, 10
     el sol en carro de oro,
     y al cenit se encamina.
Salud, salud que viene
     y rayos mil envía,
     con que la tierra toda 15
     se dora y se ilumina.
¡Qué fuego, qué hermosura
     en el espacio brilla!
     Mil ráfagas coloran
     las nubes encendidas. 20
Pero, ¡ay!, que ya la tarde
     sus sombras avecina,
     y el globo desparece,
     y al mar se precipitan.
Adiós, adiós por siempre, 25
     que ya voló este día,
     por más que lo lloremos
     no volverá en la vida. [12]
Contemos uno menos.
     ¡Qué breves se deslizan 30
     y paso a paso vamos
     hacia la tumba fría!
Y entonces, ¿qué las ciencias,
     que ahora nos fatigan,
     podrán proporcionarnos, 35
     ni la riqueza impía?
Lo mismo que a los ricos,
     al pobre le destinan
     un pedazo de tierra
     do encubierto se olvida; 40
lo mismo que los sabios,
     el ignorante espira:
     todos de ser acaban,
     y al no existir caminan.
Corramos, pues, veloces, 45
     corramos, mi Celina,
     a no perder los años
     que fáciles nos rían.
Gocemos en un punto
     siglos sin fin de vida, 50
     no cuento yo mis años
     sino por mis delicias.
Si gozo en un instante
     más que otro en largos días,
     ¿qué importa que yo muera 55
     y aquél mil años viva? [13]


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Oda 2ª

La belleza de Silvia



                                         Dio natura a Celina                                         
     por ojos unos soles,
     que abrasan con sus rayos
     las piedras y los hombres.
Dio a Filis para el canto 5
     las más preciadas voces,
     que en blanda cera tornan
     al pecho más de bronce.
En el hablar mil sales
     a Fany concediole, 10
     y la elocuencia dulce
     que el trato da y la corte.
De timidez y gracia
     las mejillas pintole
     a la niña Dorila, 15
     imán de los pastores.
Mas si queréis, amigos,
     aquestas perfecciones
     en una sola unidas
     cual obra de los dioses, 20
venid, veréis a Silvia,
     de quien admira el orbe
     los ojos, la elocuencia,
     la voz, el rostro y acciones. [14]


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Oda 3ª

La Mañana



                                          Alzad, oh flores bellas,                                    
     vestid las nuevas galas,
     que el crepúsculo ríe
     y va a venir el alba.
Ya su capuz la noche 5
     ligera se levanta,
     y su cendal los cielos
     de desnudarse acaban.
Por medio de él asoma
     un rayo de alba plata 10
     que las sombras disipa
     y el prado todo aclara.
Lo miran los jilgueros,
     y mil himnos le cantan
     con motetes y trinos 15
     saludando sus gracias.
Los cefirillos brincan,
     y bulliciosos saltan
     de fresco salpicando
     las hojas con sus alas. 20
Se desatan las fuentes,
     y a murmurar se bajan
     que el céfiro tan pronto
     a dispertarlas salga.
Los árboles se mecen 25
     y juegan con sus ramas,
     contentos con los besos
     que el viento les estampa. [15]
Mas nada de esto vale
     si un punto se compara 30
     con la gentil belleza
     con que sale mi amada.
Tendidos sus cabellos
     en hebras de oro vagan,
     do se enredan cual yedra 35
     cupidos que los guardan.
Sus ojos soñolientos,
     cual de Febe la cara
     si nubes trasparentes
     la velan apiñadas. 40
Sus elásticos pechos
     a su placer descansan,
     que libres de su cárcel
     al respirar se escapan.
Su risa... ¡pero necio! 45
     ¿Pretendo yo pintarla?
     Ni aunque un pincel divino
     me diese la mañana.




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Oda 4ª

El Bosque en el estío



                                         Al campo, bella Anarda,                                 
     que luce el medio día,
     corramos a la sombra,
     que el bosque nos convida.
Bajo el ramaje denso 5
     que los árboles crían [16]
     tendidos dormiremos
     al son de claras linfas.
Allí las fuentes brotan
     sus aguas cristalinas 10
     y en hilos de alba plata
     se tienden divididas.
Mil céfiros ligeros
     salpican sus alitas
     y, soplando atrevidos, 15
     orean y rocían.
Los rayos calurosos,
     que el alto sol envía,
     el bosque no penetran
     y en su espesura espiran. 20
Entre sus verdes hojas
     ya cuelgan suspendidas
     la purpúrea manzana
     y la pera pajiza.
A cuadros por el suelo 25
     se ven las florecillas
     embalsamando el aire
     y encantando la vista.
Todo es frescura, todo
     la estación solemniza, 30
     y a disfrutar placeres,
     acorde, nos incita.
Corramos a gozarlos,
     corramos, oh mi amiga,
     que si hoy gozar podemos, 35
     mañana, ¿quién lo afirma? [17]


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Oda 5ª

A Celina



                                         Amar es dulce y grato,                                    
     amar es gran deleite,
     mas ser correspondido
     es dicha que le excede.
¡Los dos tener una alma, 5
     en fuego igual arderse,
     pensar de un mismo modo,
     partirse los placeres!
¡Del pecho la cubierta
     levantar libremente, 10
     y las secretas penas
     y gozos de él leerse!
No, amiga, no pretendas
     negarme que me quieres,
     privarme de este gusto 15
     más dulce que las mieles.
Los ojos, si se encuentran,
     ¿no miras cuál se entienden,
     cómo de ardor se tiñen,
     cómo en amor se embeben? 20
¿Y sólo nuestros labios
     son falsos y crueles,
     que mienten frialdades
     cuando el pecho se enciende?
Celina, no sencilla 25
     a disfrutar te niegues
     en tus floridos años
     los únicos placeres. [18]
Benigno, el cielo dionos
     un corazón que puede 30
     gozar cuantas delicias
     natura nos ofrece.
Soy sensible, tú tierna;
     niños los dos y alegres:
     ¿qué ya, pues, esperamos?, 35
     ¡que la vejez nos hiele!




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Oda 6ª

La Rosa



                                         ¿De dónde esa rosita,                                      
     graciosa Anarda, traes,
     cuando apenas hay una
     en todos los rosales?
No púrpura tan roja 5
     he visto y tal realce
     teñir las otras rosas
     cuando el abril las abre.
¡Cuál su color matiza,
     y en lánguido donaire 10
     un iris de hermosura
     de sus colores hace!
¡Cuál cuelgan de su centro
     tres hojas celestiales,
     do brilla entre desmayos 15
     el verde más brillante!
El céfiro las besa
     y en ellas se complace, [19]
     y más que nunca hermosas
     se inclinan por pillarle; 20
mas él tan bullicioso
     cuál presto se retrae,
     y nuevas flores ansía,
     y en busca de ellas parte.
¡Qué bello olor que exhala! 25
     ¡Qué puro y qué fragante!
     Ya con él se enriquece,
     y aromas vierte el aire.
¿Qué prado de tal rosa
     será el dichoso padre, 30
     o en qué rosal tan lindo
     nacido habrá en el valle?
No producen los campos
     capullos de esta clase,
     ni tintas tan hermosas 35
     unir la tierra sabe.
Cayole a primavera,
     descuidada ayer tarde,
     cuando su mano abría
     las puertas orientales. 40
Que muerto ya el invierno,
     su deidad triunfante
     asoma dando vida
     a plantas y rosales. [20]


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Oda 7ª

Los Destinos



                                        Sentado el niño Alexis                                    
     al lado de Dorila,
     con inocente labio
     riendo la decía:
«A cuanto objeto miro 5
     existir a mi vista
     empleo le dio el cielo
     para que de algo sirva.
Al sol dio que alumbrase
     con sus rayos los días, 10
     y de plantas y flores
     fuese la acción y vida.
Al mar, que con sus aguas,
     en ríos mil partidas,
     regase de la tierra 15
     los llanos y las cimas.
Al campo, que brotase
     las doradas espigas,
     alimento del hombre
     que alegre lo cultiva. 20
Al manzano dio fruto,
     al sauce sombra amiga,
     a la fuente cristales,
     al prado clavelinas.
¿Y a ti, bella pastora, 25
     para qué, di, te haría
     ese cielo que nada
     sin un objeto anima? [21]
¡Ah!, para amar tan sólo
     a tu sexo destina, 30
     para formar del mío
     los gustos y delicias.
Y si todos los seres
     llenan su empleo, niña,
     ¿querrás ser de natura 35
     tú sola la enemiga?
¡Ay, no!, observa cual ellos
     sus leyes, mi Dorila:
     tú a mí me amarás siempre,
     yo a ti mientras exista». 40




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Oda 8ª

La Mudanza



                                         Ayer estaba el prado                                        
     que el oro más pajizo,
     dorado con los rayos
     del sudoroso estío.
El éter azulado, 5
     que un espejo más limpio,
     radiante y luminoso
     cegaba con su brillo.
Mas hoy el prado opaco
     y los cielos sombríos, 10
     encapotados yacen
     y de luto vestidos.
Las rosas desmayadas,
     tronchados los alisos, [22]
     las ramas por el suelo, 15
     los frutos desprendidos.
También Fileno un día,
     hermoso cual el lirio,
     era del pueblo envidia
     y de las bellas mimo. 20
Y ora amarillo y feo,
     con el color marchito,
     busca salud en vano
     y a sus males alivio.
Húyenle las zagalas 25
     y, con desdén maligno,
     convierten en desprecios
     el anterior cariño.
Fiad, mortales necios,
     del mundanal destino, 30
     que todo es inconstancia,
     mudanzas y delirios.




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Oda 9ª

Fileno



                                         A coger bellas flores                                       
     fuese Fileno un día,
     al prado más hermoso
     que riegan estas linfas.
Tal afición tomolas, 5
     tal amistad tan fina,
     que sólo con las flores
     gozaba de alegría. [23]
No sé por fin qué chasco
     le dieron ellas mismas, 10
     que del color de grana
     se hizo su tez pajiza.
Y es que, cogiendo flores
     hermosas a la vista,
     clavose de una rosa 15
     alguna aleve espina.




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Oda 10ª

La Timidez



                                         Las puertas orientales                                     
     abiertas por el alba,
     vi el suelto cefirillo
     que el prado despertaba.
En busca de la esencia 5
     que el rosicler exhala,
     al campo dirigía
     mi presurosa planta.
El ruiseñor alegre
     los himnos entonaba, 10
     con que saluda el mundo
     la luz de la mañana.
Bajo un nogal frondoso,
     Celina recostada,
     la pude oír apenas 15
     aquestas sus palabras.
«Batilo, mi Batilo,
     ¡cuán mal juzgas de mi alma! [24]
     Es tierna cual la cera,
     y bronce tú la llamas. 20
¿Por qué? ¿Por qué en silencio
     el dulce amor la abrasa,
     y el labio no publica
     por do quiera que te ama?
¿Mis ojos son de nieve? 25
     ¿No dicen, no retratan
     mi pasión en sus niñas,
     oh, bien claro no te hablan?
Si es tímida la lengua,
     mi sexo la acobarda, 30
     que mujer que lo dice
     son falsas sus palabras.
Oculto está en mi pecho
     el fuego que me inflama;
     conoce, pues, Batilo, 35
     a quien padece y calla.
No la fluidez te ciegue
     de torpes cortesanas,
     que toman tantas formas
     cuantas Proteo caras. 40
Remedan en su rostro
     pasiones que no alcanzan,
     y cómicas por arte
     son viles mercenarias.
Comercian con los ojos, 45
     se enternecen, se exaltan,
     se alegran y entristecen,
     son unas y son varias.
Pero nosotras simples,
     con sencillez criadas, 50
     amamos de otro modo
     que las señoras aman. [25]
Y en muchas ocasiones,
     cuando el sí no se arranca,
     no esperes que a su grado 55
     de nuestros labios caiga.»




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Oda 11ª

Las Estaciones



                                         A unos gusta, Celina,                                      
     la alegre primavera,
     que el seco campo viste
     de flor y galas nuevas.
Les gusta ver cuál brilla 5
     más diáfana la esfera,
     cuál reverdece el monte,
     cuál las fuentes serpean.
A otros de estío placen
     las tardes más serenas, 10
     y en los limpios remansos
     se bañan y refrescan.
A éste el otoño agrada,
     y ciñe su cabeza
     de racimos dorados 15
     y de pajizas peras.
Y a aquel joven encantan
     las veladas eternas
     del aterido invierno,
     porque las pasa en fiestas. 20
Mas yo prefiero siempre
     a la estación más bella [26]
     la estación en que vivo
     junto a Celina tierna.
¿Qué de abril me sirve 25
     la alegría y belleza,
     si estoy sin ti tan triste
     que da el mirarme pena?
¿De qué las rubias uvas
     de octubre y sus praderas, 30
     si sumido en la choza
     en nada me recrean?
¡Ay, Zagala! Tus ojos
     más que el estío queman,
     y, riendo, en tu risa 35
     se ve la Primavera.
Teniéndote a mi vista
     de golpe se presentan
     las estaciones todas
     que en el éter alternan. 40




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Oda 12ª

La Constancia



                                        ¡Cuál gota a gota filtra                                    
     el agua duras peñas,
     y al fin deshace firme
     las rocas más soberbias!
Al repetido golpe 5
     del azadón se estrella
     la Encina, cuyos bríos
     los siglos no vencieran. [27]
Se parten las montañas,
     se tornan en praderas 10
     los enriscados montes
     que hasta el Cielo se elevan.
Constancia vence todos
     los móviles que cercan
     los humanos empeños, 15
     vence a natura mesma.
Las simples yerbecillas
     que a pulular comienzan,
     serán doradas mieses
     cuando junio descienda. 20
Con el sudor del rostro,
     los riegos, la inclemencia,
     recogerá el colono
     el fruto de sus penas.
Mas si las nubes viendo 25
     medroso desespera,
     no añade a sus fatigas
     otras fatigas nuevas,
el campo descuidado,
     se secará la yerba, 30
     y encontrará inconstante
     perdidas sus faenas.
Tal si nosotros ora,
     que el riesgo nos rodea,
     doblamos, mi Celina, 35
     el cuello a la cadena,
nos romperán por siempre
     los lazos de firmeza
     que anudan nuestras almas,
     y nuestro amor estrechan. 40
Mas si constantes somos,
     ¿podrá la tierra entera [28]
     romper tan fuertes nudos
     de ardor y de terneza?




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Oda 13ª

El Amor beodo



                                         A la sombra del Sauce                                     
     más hermoso del año
     gozaba en esta siesta
     de los sueños más blandos.
A despertarme vino 5
     un muy galán muchacho,
     gota a gota su frente
     con el calor sudando.
«Salud -me dijo-, vengo
     a descansar un rato, 10
     que incierto caminante
     por estos bosques vago.»
Dolime de su cuita,
     y con mis propias manos
     limpié su sien hermosa 15
     y le senté en mis brazos.
Después de clara fuente
     le di en un limpio jarro
     el agua cristalina
     que destilan sus caños. 20
Bebió riendo, y dijo:
     «Probemos si a mis labios
     sabe mejor el vino
     que el agua que me has dado». [29]
Y me largó una copa 25
     que sacó de su manto
     en que alegres bebimos,
     en que alegres brindamos.
¿Y quién, decid, sería
     este rapaz muchacho? 30
     Las señas atestiguan
     que era el alegre Baco.
Pues, no, que amor beodo
     era el niño de que hablo,
     que a amor también le gustan 35
     los brindis y saraos.




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Oda 14ª

Celina



                                         Mirad aquella joven                                        
     que el cierzo más ligera
     triscar por la montaña,
     correr por la floresta.
Mirad sus bellos ojos 5
     cuán vivos centellean,
     y al sol sus rayos roban,
     su luz a las estrellas.
Pues esa tan hermosa
     es la Celina aquélla 10
     que tanto en mis cantares
     osa nombrar la lengua. [30]




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Oda 15ª

El campo en otoño



                                         Si el tedio y la tristeza,                                    
     amigo, te aniquilan,
     al campo ven y goza
     de octubre las delicias.
Al campo ven, que ríe 5
     y, por doquier, lo animan
     del placer las señales,
     los gustos y la risa.
Verás cuán atrás queda
     la grana más subida, 10
     si a competir se atreve
     con la manzana altiva.
Verás la pera de oro,
     que hermosa nos convida
     a cortarla del árbol 15
     que sus ramas inclina.
Verás las ricas vides,
     maduras ya y caídas,
     mostrar las rojas uvas
     de pámpanos vestidas. 20
El monte da su sombra,
     las fuentes dan sus linfas,
     los cierzos dan frescura
     y el cielo da alegría.
De verdes galas cubre 25
     el prado sus colinas,
     que el sol con grande pompa
     del cenit ilumina. [31]
El desrollado espacio,
     que tornasola el día 30
     cual un cristal hermoso,
     puro y tranquilo brilla.
O si la noche tiende
     sus sombras de delicias,
     la luna al punto sale 35
     plateando las cimas.
Su silencio es augusto,
     y a meditar incita
     el ánimo apacible
     que dulce paz respira. 40
¿Y tú encerrado vives
     entre verjas indignas,
     que de placeres tantos
     con sus hierros te privan?
Más vale, más, ser pobre, 45
     tener una chocilla
     y disfrutar los bienes
     que Natura prodiga.




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Oda 16ª

Las ciudades



                                         El fuego tiene llamas                                       
     que incendian los palacios,
     y con el polvo igualan
     los techos elevados.
Monstruos tienen los mares 5
     que tragan al osado [32]
     que en una débil tabla
     sus aguas va surcando.
Tienen los montes lobos
     hambrientos e inhumanos, 10
     que devoran los hombres
     y los corderos mansos.
Plantas los bosques tienen
     cuyo veneno aciago
     al necio que las come 15
     consume de contado.
Y las ciudades tienen
     hombres y amigos falsos
     que abrasan, tragan, matan,
     y venden con halagos. 20




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Oda 17ª

Los Dichos



                                         Que digan que soy loco                                   
     porque pulso mi lira
     y a las grandes tertulias
     prefiero mis odillas;
que digan que, escribiendo, 5
     malgasto yo mis días
     en versos y en cantares
     que el niño amor me inspira;
que digan que es de necios
     la dulce poesía, 10
     y obscura y sin aprecio
     me hagan pasar la vida; [33]
que aquestos desaciertos,
     y muchos más, me digan
     los topos o los sabios 15
     que las ciencias cultivan,
¿podrán quitarme nunca
     la calma y alegría
     en que feliz se duermen
     mis años, bella amiga? 20
La cítara me trae,
     y déjalos, querida,
     que digan cuanto quieran
     con tal que suene activa.
Entonaré los himnos 25
     que al baile solemnizan,
     y danzarás en tanto,
     y brincarás festiva.
Y cuando tú te canses,
     sentada en mis rodillas, 30
     de Málaga bebamos
     la botella más rica.
El hombre de negocios
     y la señora altiva
     estense bostezando, 35
     o alcázares se finjan,
y presos en el coche
     el viento no perciban,
     que aleja humores malos,
     y engendra la alegría. 40
Que quiero más ser loco
     contento con mi dicha,
     que cuerdo en las prisiones
     del tedio que respiran. [34]




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Oda 18ª

De unos Labios



                                         ¡Qué bien que sabe el vino!                             
     ¿Celina, lo has probado?
     Tomó sin duda alguna
     el sabor de tus labios.
Segunda vez lo prueba: 5
     verás, mi dueño amado,
     qué dulce que se torna
     y al paladar qué grato.
¿Qué tiene, di, tu boca,
     que el vino ha variado, 10
     y licor de los dioses
     volviose entre tus labios?
Tiene un panal de mieles,
     de ambrosía dos caños,
     y está de almíbar hecha, 15
     y es del gusto dechado.
Dame, mi hermosa, dame
     un beso y un abrazo,
     y verás cual con ellos
     quedo yo demudado; 20
que tu boca de rosas
     y tus nevados brazos
     cuanto tocan, mejoran
     y lo vuelven sagrado. [35]




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Oda 19ª

El Convite



                                        Corre, muchacho, corre,                                  
     una botella trae,
     que al son de la cascada
     los brindis me complacen.
Dile a Celina, dile, 5
     que venga a refrescarse,
     que en esta replazuela
     el viento sopla afable.
Dile que haré si viene,
     de rosas y azahares, 10
     una corona hermosa
     que embalsame los aires.
Sobre la muelle grama,
     que es trono de zagales,
     coronaré sus sienes 15
     y adoraré su imagen.
Y en vez de los inciensos
     que ofrecen los mortales
     para aplacar de Jove
     la diestra fulminante, 20
la ofreceré con gusto
     mi botella, que a nadie
     sino a Celina bella
     debiera regalarse.
Que Baco es mi querido, 25
     y tanto me distrae,
     que sólo le pospongo
     a tan hermosa amante. [36]
Mas no, muchacho, escucha:
     si el convite aceptare, 30
     traerás dos botellas
     del vino más suave.
Y beberá Celina,
     y beberá su amante,
     y entrambos más contentos 35
     pasaremos la tarde.
Que Venus con Lieo
     se torna más amable,
     y sin él desdeñosa
     se presenta y cobarde. 40




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Oda 20ª

Celina escondida



                                         Tras un rosal muy grande                                
     que tiene mi Celina,
     escondiose una siesta
     al ver que yo venía.
En su verde ramaje 5
     la cabeza metida,
     de modo que cubierta
     quedó su tez divina.
Mas el viento, soplando,
     separó una ramita 10
     y descubrió su boca
     entre las hojas lindas.
Yo, del color guiado,
     creíme que sería [37]
     una rosa cual otras 15
     en el rosal nacida,
y, por gozar su esencia,
     me bajaba, ¡qué risa!,
     a olerla, cuando sale
     de repente Celina. 20




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Oda 21ª

La humildad de mi Lira



                                         Si yo, cual otro Orfeo,                                     
     pudiese, con mi lira,
     los seres insensibles
     colgar de su armonía;
si los ríos y fuentes, 5
     suspensos por oírla,
     callasen el murmullo
     que el viento les inspira;
¡cuál yo cantara entonces
     con voces atractivas 10
     las lides más sangrientas
     que el fiero Marte anima!
Pero mi lira humilde,
     vezada desde niña
     a amores y cantares, 15
     que esparzan alegría;
tan altos no consiente
     sus tonos y letrillas,
     y sólo cantar quiere
     placeres y delicias, [38] 20
que guerras y batallas
     el ánimo contristan,
     y el mío distracciones
     y gozos necesita.
Otros ensalcen lides 25
     y de laurel se ciñan,
     que yo ensalzar pretendo
     mis bellas zagalillas.
Y aquélla cuyos ojos
     más brillen y más rindan, 30
     tendrá de mí alabanzas
     ingenuas y sencillas.




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Oda 22ª

El Amor Rosa



                                         Conociendo Cupido                                        
     que sólo le adoraban
     cubierto de oro y perlas
     o con la tez rosada,
«yo haré -dijo- que el mundo, 5
     que el exterior sólo ama,
     desengañado aprecie
     las bellezas del alma».
En rosa transformose,
     los bracitos en ramas, 10
     su hermoso cuerpo en tallo
     y en hojitas sus plantas.
Viendo una flor tan linda,
     zagales y zagalas, [39]
     de su hermosura avaros, 15
     corrieron a cortarla.
Mas cuantos, con su mano,
     al llegar la tocaban,
     heridos de una espina,
     huían sin cortarla. 20
Entonces él, mostrando
     de repente su cara,
     «fiad -decía-, necios,
     de mi color de grana;
y sin mirar si tengo 25
     espinas que se clavan,
     enamoraos sin seso
     de mi aparente gala.
Así, vuestros amores
     un solo sol los aja, 30
     porque el tacto reprueba
     lo que la vista alaba».




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Oda 23ª

A una Fuente



                                         ¡Cuál, derramando perlas,                               
     oh dulce fuentecilla,
     corres con pies de plata
     entre menudas guijas!
¡Cuán bien tu arena de oro 5
     aparece a mi vista
     al lado de tu espuma,
     que cual aljófar brilla! [40]
¿Dónde tu curso riges?
     ¡Ay! Derecho te encaminas 10
     por la floresta hermosa
     donde mi bien habita.
¿Acaso la conoces?
     ¿Has visto tú a Celina,
     la de los ojos grandes 15
     y rosadas mejillas?
Pues si al oír que pasas
     regando clavelinas
     saliere de su choza,
     del susurro movida, 20
píntale mis pesares,
     píntale, oh fuentecilla,
     el dolor que me causa
     con su ausencia la esquiva.
Compárame a un cordero 25
     entre las garras mismas
     del lobo más hambriento
     que en los bosques se cría,
a una yedra que arrancan
     del olmo do vivía, 30
     a una vid sin la palma
     que la estrechaba amiga,
a una paloma hermosa
     que en medio sus delicias
     despedaza un milano 35
     con sus uñas impías.
Pero no, dulce fuente,
     mi dolor no le digas,
     que un dolor cual el mío
     palabras no le pintan. [41] 40




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Oda 24ª

La Aldea



                                         Ciudades huyo y Cortes,                                 
     porque en ellas no encuentro
     las delicias que busco,
     ni dan un buen momento.
En centinela eterna, 5
     la envidia y el despecho
     rondan de noche y día
     hasta el alcázar regio.
La insaciable sed de oro
     enardece los pechos 10
     al vicio cual la cera,
     y a la virtud cual hierro.
Sin cesar, la codicia,
     en tráficos diversos,
     las amistades rompe, 15
     trastorna los deseos.
Vende al hijo su padre,
     el amigo a su deudo,
     y al que mejor engaña
     le da la palma el pueblo. 20
Pero en mi pobre aldea,
     en la humildad contentos,
     se quieren y se aprecian
     los simples lugareños.
Trabajando en la reja 25
     y entre chistes sinceros,
     se les huyen las horas
     en las garras del tiempo. [42]
Y mueren, y sus hijos
     heredan no dinero, 30
     sino honradez, virtudes
     y el general aprecio.




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Oda 25ª

La Abeja



                                         De rosa en rosa dando                                     
     con su punzante trompa,
     corre el vergel la abeja
     y un punto no reposa.
La miel a una le quita, 5
     a otra destruye una hoja,
     a ésta por mustia deja,
     a aquélla alegre ronda.
¿Qué buscará la necia
     que las desprecia todas, 10
     y, en tantas que le brindan,
     en ninguna se goza?
Es que, teniendo muchas,
     no sabe cuál escoja,
     que la abundancia cierra 15
     al deseo la boca.
Si tan sólo encontrase
     en el prado una rosa,
     ¡oh, cuánto la amaría
     aun no siendo hermosa! [43] 20




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Oda 26ª

Silvia



                                         Me gustan, sí, de Silvia,                                  
     los negros ojos grandes,
     y las pobladas cejas
     del Iris fiel imagen,
sus purpúreas mejillas, 5
     afrenta de rosales,
     do mezclados se miran
     claveles y azahares,
aquellos labios rojos
     más rubios que corales, 10
     su cuerpo tan gracioso,
     su pelo de azabache,
sus pies, sus lindos brazos,
     sus manos celestiales,
     su cabeza pequeña, 15
     su garganta tornátil.
¿Qué encuentro, pues, en ella
     que a mi pecho no agrade?
     Que es mujer solamente,
     y ni el nombre me place. [44] 20




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Oda 27ª

La Elocuencia de Amor



                                         Huyendo el sol, Celina                                    
     se tendió bajo un roble
     que al lado hay de un mirto
     en lo espeso del bosque.
A sus espaldas, lento, 5
     un arroyuelo corre,
     que dando en una piedra
     en perlas mil se rompe.
Del murmullo al ruido
     dulcemente durmiose, 10
     y amor, que la observaba,
     de un brinco allí se pone.
Sacó un aguijón de oro
     de allá de sus arpones
     y de sus labios rosas 15
     toda la miel libole.
A todos embelesa
     hablando desde entonces,
     ¿y qué gracia que sean
     tan dulces sus razones? [45] 20




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Oda 28ª

De qué se compone Amor



                                        «¿De qué el amor, Batilo,                                
     -me preguntó Dorila-
     se compone, que siempre
     tan bello me lo pintas?»
«De la esencia más pura 5
     -le respondí-, mi amiga,
     que el jazmín y la rosa
     de sus hojas destilan.
Es todo dulce néctar,
     es todo miel y almíbar, 10
     cuando acordes las almas
     se corresponden finas.
Mas si el negro desprecio
     corrompe su ambrosía,
     al punto amor se torna 15
     más amargo que acíbar».
«Yo quiero, pues, Batilo
     -siguió la inocentilla-,
     probar de amor lo dulce
     sin lo amargo que cría. 20
Vayamos a buscarle
     los dos en compañía
     y, si viene el desprecio,
     tú al punto me lo avisa».
«No te muevas -la dije-, 25
     no es menester, Dorila,
     para beber su néctar
     ámame sólo fina». [47]


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Gracias del Bello Sexo

A Celina

[49]

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Celina en el Tocador

                                                ¡Cuál apuras, Celina,                            
los primores del arte
al tocador sentada!
¡Cuán bien vestirte sabes!
     Esos graciosos bucles, 5
más negros que azabache,
a tu frente de nieve
dan un mayor realce.
     ¡Qué hermosos se presenta!
¡Qué derechos y qué iguales, 10
de tu cabeza bella,
adornan ambas partes!
     ¡Cuál tu corsé adelgaza
tu esbelto y lindo talle!
Parece que las gracias 15
su ceñidor te abracen.
     Parece que tu cuerpo,
delgado más que el aire,
en molde se convierta
de gustos y beldades. 20
     Las hermosas lo miren
y aprendan a adiestrarse,
verán lo más perfecto
que el amor crear sabe.
     Verán de tus caderas, 25
que tanto sobresalen,
la proporción y gracia
que elásticas las parte.
     Ese vestido airoso
que ni una ruga te hace, 30
que a la moda sujeto [50]
la sencillez no abate;
     esa elección de cintas
de colores y estambres;
ese sello del gusto 35
que tiene tu ropaje,
     todo concurre, todo,
a hacer de ti la imagen
de la Ciprina diosa
enamorando a Marte. 40
     ¡Con qué desden cruzada
la linda gasa traes
trasparente, ocultando
tus globos celestiales!
     A par que tú respiras, 45
concita amor su cárcel
y asoman un momento
para luego ocultarse.
     No los cubre el pañuelo,
si sólo con donaire 50
la hora de descubrirlos
parece que dilate,
     o bien que en su abandono
pretende el homenaje,
y que nos dice a voces: 55
«Miradme ojos, miradme».
     Las rosas y los lirios
mezclados se complacen
en teñir, de tus brazos,
las delicadas partes, 60
     do caído a su grado,
de plata un terso guante
hace saltar la grana
de las desnudas carnes.
     ¡Qué bien el oro brilla [51] 65
en manos virginales!
En las tuyas aumenta
su brillantez y esmalte.
     Las sortijas que visten
tus dedos de diamantes 70
precio mayor ostentan
en ellos del que valen.
     ¡Cuán lindo, cuán pequeño
tu hermoso pie, con arte,
juegas vivaz, andando 75
sin perder los compases!
     Su pequeñez, Celina,
¡cuánto a mi amor complace!
Es señal de que fría
no serás con tu amante. 80
     Sigue estudiando, sigue,
al tocador las sales,
la gracia y los adornos
que a las diosas te igualen.
     Estudia de qué modo 85
se prende con donaire
un pañuelo sencillo,
un sencillo ropaje.
     Cuánto puede el buen gusto,
cuántos tu sexo añade 90
encantos poseyendo
de vestirse la clave.
     ¿Y a qué fin, dulce amiga,
en estudios cansarte,
si tienes de las gracias 95
las formas más amables?
     ¿Si un alfiler tan sólo
no sabes tú clavarte,
sin que en él se descubran [52]
del gusto las señales? 100
     Rompe el espejo, rompe,
no esclavices al arte
la perfección que abunda
en tu divina imagen.
     Otras, no tan perfectas, 105
en sus lecciones hallen
aumento a su hermosura,
que a la tuya no es dable.
 
 
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Celina en el Piano

     Detén, amable maga,
el giro de tus dedos,
del piano sofocando
el armónico estruendo.
     ¿No sientes los latidos 5
que, al percibir tu acento,
al corazón oprimen,
en éxtasis oyendo?
     La música principia,
en ti los ojos puestos 10
el concurso se agita,
movido con tus ecos.
     Vagan tus albas manos
más ligeras que el cierzo,
tu voz acompañando 15
con delicioso anhelo.
     Tú, muda cual estatua,
las teclas recorriendo,
te embebes en sus sones
y enciendes más mi pecho. 20
     Cantas, un «ay» despides; [53]
hielas la sangre al cuerpo
y al momento, inflamada,
te va el nácar tiñendo.
     Nos pintas a Nineta 25
dando el adiós postrero
en los caídos brazos
de su adorado dueño.
     Al ver tu dolor mudo,
Nineta te creemos 30
sobre sí demandando
el rayo de los cielos.
     Lloras, callas, te mueves,
y en cada movimiento
bebe el alma afligida 35
un dolor y un afecto.
     Las lágrimas que caen
tu rostro humedeciendo,
muy más bella te tornan
y a nosotros más tiernos. 40
     ¡Y cuál entonces hierven,
en dulce amor ardiendo,
cuantos tu canto escuchan
y se juran tus siervos!
     Tu sin par hermosura, 45
el entusiasmo ciego
que la música excita
y aumenta el embeleso,
     tus gracias, tus hechizos,
tus célicos afectos, 50
en tu favor nos hablan
y tuyo es nuestro pecho.
     Los hombres te proclaman
la Reina de tu sexo,
cual la rosa es de flores [54] 55
por sus colores bellos.
     Tus amigas se encantan
y, tan superior viendo
a su gracia la tuya,
admiran tus talentos. 60
     Así, del canto Diosa
y Reina de tu sexo,
del arte y de Natura,
eres lo más perfecto.
 
 
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Celina sensible

     ¡Oh, cómo resplandecen
la virtud y las gracias
en tus ardientes ojos
y en tu divina cara!
     Ya si modesta miras, 5
parece que retratas,
del sol, la hermosa hoguera,
saliendo en pos del Alba.
     Ya si los vuelves luego,
o tímida los bajas, 10
remedas a la luna
de nubes mil velada.
     A un relámpago símil
se cruzan tus miradas,
que nacen y ya espiran, 15
se dejan ver y pasan.
     Por su inocencia amable,
encantan tus palabras,
tus pláticas tan dulces
que al mismo amor agradan. [55] 20
     Ese heroísmo noble,
esa noble confianza
que grata inexperiencia
dicta a las grandes almas,
     retrato son de un pecho 25
do la virtud se espacia
y que los otros pechos
juzga que al suyo igualan.
     Y como en él es grande
cuanto piensa y cuanto habla, 30
extático se entrega
a la amistad sagrada.
     Tú pruebas sus dulzuras,
tú en su regazo calmas
el entusiasmo ardiente 35
del amor que te inflama.
     Su noble antorcha enciendes
y a su templo arrebatas
el ánimo de cuantos
te ven y te idolatran. 40
     Cuando el pudor matiza
tus mejillas de grana,
el colorido impone
que tu virtud declara.
     Nuevo atractivo añade 45
tu risa, si la exhalas
cual perlas que destila
la aurora cuando pasa.
     Al verla me enajeno
y bien te declarara 50
lo mucho que te adoro
y el fuego que me abrasa;
     pero tu rostro tiñes
segunda vez de nácar, [56]
quizás adivinando 55
las voces que ya saltan.
     Y yo me sobrecojo,
y la expresión me falta,
y sólo sé decirte
mi afecto en mis miradas. 60
     Mil veces, cuando lees
de Clara las desgracias,
y acalorada lloras,
y sensible te embriagas,
     cuando desplegas toda 65
la grandeza de tu alma,
y tanto me conmueves,
y tanto me anonadas,
     yo creo ser verdades
los males que relatas, 70
y desgracias presentes,
no fábulas pasadas.
     O bien cuando, contando
de un infeliz las ansias,
tus ojos centellean 75
y en lágrimas te arrasas,
     dulce llanto que sólo
los sensibles derraman,
un ser que yo más grande
mi corazón te llama. 80
     Estas dotes, Celina,
al cielo te levantan,
y más que tu belleza
se precian y tus gracias.
     Ellas te harán eterna 85
en la memoria humana,
tu nombre conservando
y tus virtudes tantas.

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