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[123]

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Silvas

[125]

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En un rompimiento

                                                                                                      ¿Quid non mortalia pectora cogis,
Auri sacra fames?
                Virg. AEneidos.


                                                 ¿A quién no vence con su brillo el oro?       
Vende la madre el néctar de su pecho
al hijo ajeno de oro vil sedienta,
en tanto que, de pajas sobre un lecho,
el suyo apenas de desmayo alienta, 5
el suyo que dio a luz con mil dolores,
que engendró de la sangre de sus venas
entre dulces amores,
y que sería un bálsamo a sus penas.
Al hombre vende el hombre 10
cual una res en público mercado,
y de esclavo ruin, o libre honrado,
también el oro distribuye el nombre.
Más fiero monstruo no hay en el abismo:
por él de la hambre y de la sed forzado, 15
rabioso y despechado,
se vende el hombre mísero a sí mismo.
     El oro.... ¿Pudo en ti, Celina, ahora,
mudar un corazón donde brillaba,
más puro que el aliento de la aurora, 20
el amor que tu lengua me juraba?
Un coche de marfil, un tren brillante,
las armas son de mi rival felice:
su mágico esplendor cegó tus ojos,
llevando por despojos [126] 25
la fe que me ofreciste en otros días.
¡Con qué mentidos tus halagos eran
y tus besos picadas de la abeja,
que su veneno deja
clavando su aguijón en cuanto toca! 30
¡Y cuando me estrechaban tus abrazos
y tus labios se unían a mi boca,
eran aquellos lazos
donde el deleite reimprimió su sello,
los nudos con que ahoga la culebra 35
enroscándose el cuello!
¡Y tal fealdad oculta un rostro bello!
¡Dichoso aquél que, de tu vista lejos,
no vio tus negros ojos rutilantes
con lascivo mirar buscarle amantes 40
ni vivió con la luz de sus reflejos!
¡Desgraciado de aquél que oyó tu acento,
que el ruiseñor más dulce y más canoro,
que observó tu rosada tez atento
y prendido quedó en tus hebras de oro! 45
     Tú me viste encendido, arrebatado,
por la grata ilusión de una mirada,
de deleite temblar todo agitado
al tenerte en mis brazos estrechada.
Yo sentí palpitar tu amable seno 50
blandamente a la par de mis sentidos,
y, de placer y ardor el pecho lleno,
agitarse tus orbes conmovidos.
Entonces, de tus labios nacarados,
que vertían la esencia de la rosa, 55
embelesado oí el nombre de esposa,
más dulce para mí que el son suave
del manso viento dando entre las hojas,
y más que el vuelo rápido del ave [127]
que ufana luce al sol sus plumas rojas. 60
¡Oh Celina! Y cuando amor su copa hermosa
nos daba en una noche silenciosa,
en vez del gozo que beber creía,
¿solamente amarga perdición bebía?
     ¡Infeliz!, que ora por el campo corro, 65
preguntando a los vientos,
al río y a los árboles frondosos
dónde están tus pasados juramentos.
Nada me dicen, y penetro al bosque
que acostumbrabas visitar conmigo, 70
y afligido las huellas mismas sigo
que solías seguir. Aquel castaño
cuyo ramaje a descansar incita,
el sauce aquél que trémulos sus brazos
y lagrimosos sin cesar agita 75
en silencio, me acuerdan las caricias
que me hiciste gozar aquí a su sombra,
siendo la muelle grama nuestra alfombra,
la grata soledad nuestras delicias.
¡Oh, nunca tal placer gozado hubiera 80
huyendo cual la sierpe tus encantos!
¡Nunca mis ojos a mirar volviera
en tu nevada faz hechizos tantos!
Por beldad que no ha visto, ¿quién suspira?
En su pequeño búzaro cerrada 85
es la brillante perla despreciada,
porque escondido su esplendor no admira.
     ¡Y qué! ¿Verá la vid sus dulces uvas
en ajeno árbol, el peral su fruto
sin clamar por venganza a las estrellas, 90
sin llenarse de horror, de triste luto?
¿Veré yo en otros brazos, oh Celina,
las gracias que estuvieron en mis brazos, [128]
sin implorar la cólera divina
contra quien forma tan tiranos lazos? 95
Lo veré, falsa: que el honor injusto
mis labios cerrará con cien candados,
y el mundo adora su execrable busto.
¡Funesto honor! Tus leyes aborrezco,
leyes de maldición en sangre escritas 100
con que engañoso al crimen precipitas
a dorar con palabras la falsía.
Por ti, impostor, con rostro indiferente
tendré ya que mirar desde este día
a mi esposa, mi amor, la gloria mía, 105
la que de mirto ornó mi altiva frente.
     ¡Y todo se acabó! ¡Y el cielo pudo
trocar un pecho de maldad desnudo!
Cubierta de diamante y de perlas,
y en perfumes arábicos bañada, 110
evitarás mi vista y mi presencia
de tu Adonis esposo acompañada.
Una misma Ciudad nos da su asilo
y morada a los dos, de un mismo campo
gozamos el riquísimo tesoro, 115
y, bello, un mismo sol desde su lampo
nos derrama su luz en hilos de oro;
y, eterno, un valladar mi dicha impide
cual de Ocaso a los reinos de la aurora
y cual del negro mar do el indio mora 120
al ruso helado do el horror reside.
     Adiós, corre al altar donde te llama
el esclavo interés, la vil codicia,
pero no esperes encontrar delicia
en unos lazos que el averno trama. 125
Al encender su antorcha el himeneo
verás salir, en vez de luz hermosa, [129]
funesto humo que, en nubes convertido,
cubra el sagrario con su niebla odiosa.
Quédate a Dios, de otro mortal esposa, 130
contigo queden las promesas falsas,
los suspiros mentidos
que estos mares oyeron suspendidos.
Míralos encrespar ora sus ondas
murmurando tu negra alevosía, 135
y darte en rostro la constancia mía
sin que a sus justas réplicas respondas.
     ¡Ay!, que mi corazón en este instante
se rompe de dolor. Tu imagen bella
juzgo tener delante 140
y aun mi esposa reconozco en ella.
Deja que por la vez postrera llore,
que los encantos de tu risa admire,
que en tus ojos del sol la lumbre mire
y que oyéndote hablar tu labio adore. 145
¡Ay!, déjame llorar, ésta es la ofrenda
última que podrá mi pecho darte,
cuando la muerte sobre mí se tienda
y del horror de este lugar me aparte.
Si el polvo frío en el sepulcro siente, 150
todavía amaré bajo su losa
la que agitó mi pecho dulcemente,
la que mil veces se llamó mi esposa. [130]
 
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El Sí

 
     ¿He oído bien, Celina? ¿Ha pronunciado
un delicioso «sí» tu hermosa boca,
y mi pasión el término ya toca
tantas veces y tantas suspirado?
Abre segunda vez tus labios bellos, 5
tus dos graciosos órdenes de perlas,
y recoja yo en ellos
el dulce «sí» que se escapó a tu lengua.
¿Lo has dicho? ¡Oh, qué placer! Mi alegre pecho,
al grato acento de tu voz deshecho, 10
de júbilo palpita y alegría,
sale de su lugar, que vino estrecho
a tanta gloria, y ebrio en este día
de gusto en gusto salta
hasta la cumbre del placer más alta. 15
     ¿Mío su corazón? ¿Celina mía?
¡Oh milagro de amor! ¿Es ésta aquélla
tan altiva cual bella
que a mi doliente suspirar reía?
¿Es ésta aquélla cuyo pecho entonces 20
competía en dureza con los bronces?
Otra, una otra era esa beldad tan dura;
no era, no era Celina,
que fina respondió a mi afecto y pura,
tan pura cual cristal, cual oro fina. 25
¡Venció el amor! ¿Y quién su voz resiste?
Tu dulce languidez, tus muertos ojos,
hoy me ofrecen cariños, y no enojos,
y en sus niñas tu afecto retratando
de tus labios están el «sí» aprobando. [131] 30
     No ya cruel retirarás tus brazos,
huyendo desdeñosa mis abrazos;
los tenderás al cuello
y, buscando tus labios a los míos
cual buscan a la mar los claros ríos, 35
al pecho amor imprimirá su sello.
Tú, afable y cariñosa
cual del viento a los soplos lo es la rosa,
apurarás la copa de delicias
que brindan el deleite y las caricias. 40
     ¿No ves cuál ríe el tiempo venidero
de esperanzas orlado,
de nuestra dicha celestial traslado?
Vendrá la aurora con su luz dorando
de los montes la cumbre, 45
y al primer rayo de su hermosa lumbre
iré a las selvas a mi bien buscando.
No ya triste saldré cual muchas veces
llorando tu esquivez, tu torvo ceño,
que otros placeres con tu amor me ofreces, 50
con tu cariño dulce y halagüeño.
     ¿Sabes, sabes, Celina,
cuánto vale el sentir un noble afecto?
¿Cuántos gustos la suerte nos destina?
Oiré suspirando tus suspiros, 55
feliz te miraré reír riendo,
y, en tus gozos los míos recibiendo,
tú el espejo serás de mis acciones.
     ¿Y esto ha podido un «sí» que veces tantas
rehusaste (10) pronunciar? ¡Que tantas horas 60
y tan bellas auroras
nos robó entre tus labios detenido!
Mira ahora que de ellos ha salido,
cual si vuelvo los ojos, [132]
me llevo tus amores por despojos, 65
y si ríe mi boca, qué sonrisa
la tuya torna a mi amorosa risa.
               Así, rondando el viento
          en torno de las flores,
          le vuelven mil olores 70
          por mil besos que él da.
               Así, colores ciento
          tornan al alba hermosa,
          porque su broche ansiosa
          abriéndolas está. 75
 
 
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La Constancia

 
    Ya de verde arrayán la sien ceñida
vuelvo a pulsar la cítara de plata,
cantando de una ingrata
hija de amor la crueldad vencida.
En la cumbre más alta del Pirene, 5
cuando reluzca el sol del medio día
y la mar duerma en calma,
henchido de alegría,
reuniré bajo un árbol mis amigos,
y rosas derramando a manos llenas, 10
«sed -les diré- de mi placer testigos:
premió Celina la constancia mía».
     Yo la vi más hermosa
que una naciente rosa
cuando el abril colora la pradera. 15
La vi la vez primera
bajo el frondoso Plátano sentada [133]
que da sombra a la fuente de Cibeles
con su hojosa y tendida cabellera.
Junto a ella, cien claveles 20
crecían en sus tallos,
cien veces menos rojos que su boca;
de una enyedrada roca
se lanzaba la espuma de otra fuente,
y la vi menos pura y menos blanca 25
que su alma tez y alabastrina frente.
     ¿Qué entonces pude hacer? Cedí rendido
a la brillante luz de aquellos ojos,
que se llevan las almas por despojos
do el vivo sentimiento está esculpido. 30
Mi amor la dije, y ella huyó ligera
al punto de mi lado.
Testigo el río fue, la selva, el prado,
de mi continuo lloro:
yo regué triste sus arenas de oro, 35
yo en su orilla mil veces recostado,
oprimido mi pecho con la pena,
mordía mi cadena.
Corrí, la supliqué, mi justo ruego
en bárbaro despecho 40
y en rabia la encendía,
y aquella cara, afrenta de la rosa,
donde el sacro pudor resplandecía,
por instantes se vía
en vivas llamas encendida y tinta, 45
cual los colores con que Febo pinta
el cielo reluciente
al lanzarse en la mar del Occidente.
     Una vez y otra vez cortado había
el segador por julio las espigas, 50
y, cual la nieve fría, [134]
a mi pasión Celina se mostraba.
Del corazón la llaga se aumentaba
y, contagiando al cuerpo su veneno,
gemía todo de dolores lleno. 55
¡Cuánto sufrí! Las hayas
y los robles más duros,
al oírme llorar, también lloraron,
y escuchando mis males se ablandaron.
Ya, en fin, cedía triste 60
a mi crudo destino,
y abierto mi sepulcro me enseñaba
la desesperación con torvo rostro,
cuando, mi vista al campo revolviendo,
mil objetos pasmado fui advirtiendo. 65
     Yo vi de mármol una fuerte peña
deshecha por el agua que cayendo
gota a gota de lo alto la filtraba.
Yo vi cual se doblaba,
del peso de los años abrumada, 70
una soberbia encina
que se miró del viento atropellada,
y, siempre victoriosa,
sus furores burló verde y pomposa.
Yo vi ceder sus nieves el invierno 75
y, en líquidos arroyos convertidas,
dar a la selva flores,
frutos al árbol y al vergel amores.
Vi también pulular la tierna yerba
del nuevo año en los primeros meses, 80
y la vi en rubias mieses
tornarla junio con sus rayos de oro.
     A tan sagrado aviso de natura
no osó un instante resistir mi pecho,
dos veces incliné en amor deshecho [135] 85
mi frente al suelo con la fe más pura
y, mil flores quemando,
fui sus leyes sagradas venerando.
«¡Oh Celina! -exclamé-, de hoy más la llama
que vive en mis entrañas escondida 90
formará mis placeres
o las amargas penas de mi vida.
Yo siempre te amaré, mi labio amigo
pronunciará tu nombre solamente,
y el corazón ardiente 95
sólo la dicha gozará contigo.
Un día llegará en que tú, rendida
a mi constante afecto,
orles mis sienes de laurel hermoso
y en tus brazos exista venturoso». 100
     Llegó ya, amigos, se juró mi amante;
el río oyó su sacro juramento,
y suspendió al instante
su grave son por escuchar atento.
Ved sacudir los árboles sus ramas 105
mi victoria cantando
y al bello sol lanzando
con mayor majestad sus vivas llamas,
ved reír la pradera,
susurrar los arroyos, 110
y, alegre y placentera,
trepar al alto monte la cordera.
     Así, lloviendo luces,
abre la aurora el nacarado oriente,
y, pintando los cielos 115
de oro y azul y grana,
aparece riendo la mañana.
Sus adornos se visten los rosales,
las fuentes sus cristales, [136]
que antes dormían, desatando juegan, 120
y en todas partes reina la alegría,
imagen celestial de un nuevo día.
¿Qué entonces las tinieblas de la noche
valen ya y sus horrores,
cuando caídos por el suelo estaban 125
los tallos de las flores?
Del alba luz la célica victoria,
al disipar la obscuridad nociva,
destruye su memoria
y hace que sola la alegría viva. 130
 
 
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El cuarto de Celia

 
     ¿Es éste el cuarto do mi bien habita?
¿Es éste el tocador donde se adorna?
He aquí el corsé divino que contorna
su talle delicado,
ésta es la gasa donde amor ocultos 5
con arte encierra dos hermosos bultos,
aquéllos son sus guantes,
aquéste su vestido nacarado
con el cual yo la vi la vez primera,
cuando quedé por el amor llagado, 10
cuando ella se juró mi prisionera.
Mas, ¿Celia dónde está? ¿Dónde se encuentra?
En su alcoba reposa mi querida,
en su lecho feliz yace dormida.
Veo su faz con el calor hermosa, 15
cual en abril la rosa,
su pechito inocente palpitando [137]
que poco a poco se levanta y baja,
quizá de alguna pesadilla herido
que de sus sueños el placer ataja. 20
Mas tú duermes, tú robas a la vida
estas horas, en tanto que yo velo
y compro mi consuelo
a costa del reposo que tú gozas.
Aquesa dulce calma, 25
espejo fiel de tu alma,
la frialdad de tu pasión publica.
No, no duerme quien ama,
sólo bebe pesares y tristeza:
el ardor que le inflama, 30
contino abrasa su dañado pecho.
Levanta, mi adorada, de ese lecho,
no perdamos las flores que derrama
el amor este día.
¿Cruel, no me oyes? ¿Y podrá ese sueño 35
robarme mi alegría,
privar mis brazos de su amado dueño?
Oh Celia, que te pierdes, no conoces
los preciosos momentos
que huyen tras juventud cual presto rayo. 40
¿Qué es el mundo? Inocente, entre cadenas,
cual otras, te condenas
al fiero parecer, a mil engaños.
Así pasan los años,
se eclipsa la beldad, y los placeres 45
los convierte un tirano
en precisos deberes,
y en oprobio de amor compra una mano.
No hay más ley que el amor: a amor le agrada
un pecho libre que si da delicias, 50
son sabrosas caricias, [138]
de gustos hermosísima lazada.
Despierta, Celia, el corazón mil vuelcos
dándome está de gozo,
en tu estancia dichosa me alborozo, 55
tú sola faltas al contento mío.
No temas, quien te adora
no es capaz de faltar a su promesa;
no temas, mi señora,
que quebrante mis firmes juramentos. 60
Pero, ¡oh Dios!, la suerte
me separa de ti, ya oigo ruido.
¿Cuándo, objeto querido,
podré sin sustos ni recelos verte?
 
 
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A los expósitos

Con motivo de la subscripción hecha por varios señores de esta ciudad para mantenerlos

 
     «Mi atributo mayor es dar sustento
a cuanto ser mi Omnipotencia cría,
pues que goce el mortal la gloria mía
y de sus venas salte su alimento.»
Dijo natura así, y en dos veneros 5
brotó del pecho femenil el néctar
que, al nacer a la vida,
ansioso busca el tiernecito infante,
que es su único manjar y su bebida.
¡Oh, qué placer! Ver a la hermosa madre 10
cuál de su propia sangre se desprende
y, con aquel aliento que se quita, [139]
al nuevo aliento de su hijo atiende.
Sólo un Dios inspirar al alma pudo
tan noble y generoso sentimiento, 15
haciéndole bajar desde el Olimpo
a dar la vida al mundo y el contento.
     ¡Bien haya aqueste Dios! ¡Bien haya el día
en que, alzado al igual de las estrellas,
en alas del amor y la alegría 20
vieron su tierno corazón las bellas!
La tierra, agradecida
a tan inmenso don, rindió a sus plantas
cuantos tesoros en su seno anida.
En sus labios vertió el olor la rosa 25
y en la alba cara sus colores rojos,
el sol la lumbre trasladó a sus ojos
y dio al cabello el oro de sus rayos.
De entonces se adoró, cual una Diosa,
a la humilde beldad, y ufano el hombre, 30
al incensar su imagen soberana,
«ved, ved -decía-, el misterioso origen
de do la vida y subsistencia mana.
He aquí de la generación humana
el oriente feliz. Venid, mortales, 35
y ante su altar glorioso confesemos,
que a la luz de sus niñas celestiales
nuestro existir dulcísimo debemos».
     Y esta gran obra de la eterna mano,
y este ser tan sensible y virtuoso, 40
¿pudo tornarse en la sangrienta fiera
que hoy es oprobio de la especie entera?
¿No oís, no oís los míseros vagidos,
el triste suspirar y amargo llanto
de tantos inocentes desvalidos 45
al horror entregados y al espanto? [140]
Su impía madre de virtud desnuda
los dio a luz de las nieblas protegida,
y, apenas disfrutaban de la vida,
expuestos los dejó a la muerte cruda. 50
El hambre, la miseria,
el luto, la orfandad (11) y el abandono,
en esas frentes do el dolor se ciñe,
tuvieron siempre su execrable trono.
¡Ay! Que nunca escuchará su oído 55
el dulce nombre de querido hijo,
ni en la madre su tierno rostro fijo
verá el contento a la delicia unido.
Maldición, maldición a la insensible
que los lazos rompió más sacrosantos, 60
que abandonando sus entrañas mismas
a dolor condenó mortales tantos.
La niegue su verdor la fértil tierra,
la hermosa fuente su cristal retire,
do quiera monstruos y tinieblas mire, 65
acerbos lutos y funesta guerra.
¿Dónde huirá? La imagen de su crimen
sus pasos seguirá por todas partes,
en todas partes oirá cuál gimen
los tiernos, infelices angelitos, 70
y cuál sus tristes gritos
su pecho duro y criminal oprimen.
     Confundida verá la tigre hircana
estrechar sus hijitos a su seno,
y, sensible a las leyes de natura, 75
arder su corazón de amores lleno.
Verá la osa sangrienta
y la soberbia, líbica leona
cuál al amor de madre se abandona
y sus pequeños hijos alimenta. [141] 80
Inferior a las fieras en ternura,
execración y escándalo del mundo,
en vano alzarse del horror procura
do le sumió su bárbaro delito.
Sí, que a un niño inocente, 85
cuyos hombros pudieran de la Patria
el templo sostener, lanzó a las puertas,
al borde mismo de la tumba fría,
que a devorar la humanidad abiertas
contempla con pavor el alma mía. 90
     ¿Y bastante no es ya su triste llanto
y la horrible miseria que los cubre
para añadir el hombre a duelo tanto
su cruda indiferencia?
-No, niños, no temáis, que abre sus brazos 95
la tierna compasión en este día,
y, alzando del oprobio vuestras frentes,
derrama por vosotros su ambrosía.
¿No la veis? Sus benéficas miradas
do quiera tornan el amor, la calma, 100
y del placer y el júbilo animadas
el júbilo y placer le dan al alma-.
     -No temáis, si unos monstruos horrorosos
pudieron entregaros a la muerte,
hoy un tropel de seres generosos 105
sobre vos dulces beneficios vierte.
Ya no cruel os ahogará en la cuna
hambre voraz o pálido desmayo,
que ya asoma de amor hermoso un rayo,
nuncio feliz de celestial consuelo. 110
¿Pudiera sordo el cielo
no atender vuestras lágrimas amargas,
vuestros clamores desoír injusto?
Él inspiró los nobles corazones, [142]
y, bañados en llanto de ternura, 115
a obedecer corrieron de natura
las dulces y halagüeñas sensaciones-.
 
 
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Segundos días de doña Concha...

 
¿Es el sol, es el sol que abre de Oriente
las puertas de cristal resplandeciente?
¿Son sus rayos que doran la montaña,
su luz la que la baña?
     Él es que sube el cielo proclamando 5
de ti, Conchita, el venturoso día,
el instante feliz en que naciste
a formar mi ventura y mi alegría.
¡Oh!, nunca tan hermoso y placentero
le he visto yo salir del Océano, 10
ni cuando agosta rosas en verano,
ni cuando hielos rompe en el invierno.
Hoy es más bello su color dorado,
su cara más graciosa,
más fúlgido su rayo y nacarado, 15
y su luz más preciosa.
Así celebra tu natal felice
sus tesoros más ricos ostentando,
y al mundo dichas y placer predice
de oro y nácar su manto desplegando. 20
     ¿Hoy es tu día? ¡Oh, qué de gustos siento
poblar mi corazón en este instante!
Hoy naciste, y contigo mi contento
nació a la par, nació mi dulce amante. [143]
En tanto que tendido en mi cunita 25
mis primeros vagidos exhalaba,
¡quién me dijera que a la luz Conchita,
oh Dios, su madre afortunada daba!
La daba a luz, y en mi niñez posando
la aurora celestial no bendecía, 30
la aurora de este día
que tantos bienes para mí criaba.
               Si hubiera de mi cuna
          visto tu cara bella,
          desde la aurora aquella 35
          te amara el corazón.
               Mi alma y mis ojos a una
          te hubieran proclamado
          su único dueño amado,
          su norte y su razón. 40
     Una misma ciudad nos encerraba,
un mismo sol su resplandor nos daba,
¡y vivían extraños nuestros pechos
para ser uno por los cielos hechos!
     ¡Cuántas y cuántas veces, 45
en los brazos ajenos recostado,
en mis tiernas niñeces
por tu lado, mi bien, me habrán pasado!
Y no habrá palpitado
mi pechito inocente 50
que tanto y tanto amor ahora siente.
Si hubiera entonces mi razón tenido,
si hablar mi lengua conseguido hubiera,
tu amor tan sólo mi lenguaje fuera;
levantando mi tierna manecita 55
hubiera señalado a mi Conchita
diciendo que te amaba,
que en ti mi dicha y mi placer cifraba. [144]
               De la niñez el llanto
          desparecido hubiera, 60
          propicio a mí riera
          el niño, ciego Dios.
               Y nosotros en tanto,
          para mayor fortuna,
          en una misma cuna 65
          viviéramos los dos.
     Aquellos días de niñez perdidos
hoy sean por nosotros redimidos,
celebremos, dichoso, de tu vida
el momento más bello, oh mi querida. 70
     ¿No ves, no ves cuál brinco de contento,
cuál se espacia en mi pecho la alegría?
Mi Conchita, mi amor, delicia mía,
instante más feliz nunca he gozado,
tu blanca mano al corazón me aplica, 75
sentirás presurosos sus latidos,
su agitación de mi placer indica
el torrente, el gran gozo que me inunda.
¡Oh!, si pudiese, mi tirana hermosa,
cual un reloj deshecho, 80
pieza por pieza descubrir mi pecho,
¡cuántos amores para ti hallarías!,
¡en él cuántos cariños leerías!
               Cada hoja de la rosa
          exhala un nuevo olor. 85
          Cada parte del pecho
          tiene escrito un amor.
               Mi corazón es tuyo,
          mi placer y mi bien,
          y el aire que respiro 90
          lo debo a ti también.
     ¿Oyes el himno que las aves cantan [145]
formando un celestial, divino coro,
con su piar canoro?
Las alabanzas son de tu hermosura, 95
elogios son debidos a tus gracias
y a tus dotes, de tu alma a la ternura.
¿Los oyes, oh Conchita? Pues uniendo
con ellas la voz mía,
mil años te deseo, mil placeres, 100
una eterna ventura y alegría.
Siempre fresca y lozana
existas cual la flor de la mañana.
               Del amor en los brazos,
          al año venidero 105
          nos ría placentera
          aqueste mismo sol.
               Yo goce tus abrazos,
          tú en juventud eterna
          vivas siempre más tierna 110
          que el bello girasol.
 
 
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La Mañana

 
     ¿Y no despiertas, mi Celina amada,
al himno universal con que a la aurora
saludos da la tórtola canora,
el céfiro, la fuente y la cascada?
Deja el lecho, fugaces se deslizan 5
las horas del placer que amor señala,
y el vaho del vivir veloz se exhala
sin nunca ya tornar después de huirse.
¿No ves ardiente al céfiro besando [146]
con su soplillo blando 10
los hermosos cogollos de los sauces,
y su librea nacarada, hermosa,
la simple mariposa
al aire poco a poco desplegando?
¿Oyes la abeja con su dulce trompa 15
que, enantes que la flor su broche rompa,
con continuo vagar la ronda alegre,
y robando su esencia más preciosa
la lleva a su panal y allí reposa?
     Todo ser en acción sus miembros pone 20
adorando la luz del claro día,
ponlos, pues, tú también, pastora mía,
y embellezcan tus ojos la mañana.
Mira el vivo matiz que los tapetes
de flores engalana, 25
el rico tulipán su cerco hermoso
abriendo vanidoso,
y el nevado jazmín entre sus ramas
de verde desmayado reluciendo
y su aroma subido despidiendo. 30
¡Qué olor tan bello la nariz regala!
Ya la azucena, afrenta de la plata,
copos de nieve al vivo nos retrata,
y sobre el tallo tierno
se mece con los besos que en sus hojas 35
imprime el cefirillo.
Con noble majestad sus frentes rojas
levantan a los cielos los claveles,
y el ambiente embalsaman
perfumando los campos y vergeles. 40
     ¿No ves, no ves la reina de las flores,
de Gnido gloria, la purpúrea rosa
rodeada de amores, [147]
que codician su olor para una hermosa?
Ella dio su color cuando natura 45
tiñó tus labios con su grana pura.
Dale un beso no más, que bien merece
su belleza besar tu dulce boca
y, entre las gracias que el amor convoca,
la primera beber tu hermoso aliento. 50
Dale un beso no más, y luego el cielo
de su existencia doblará los soles,
y esta parte de ti su firme apoyo
y su escudo será, y el cierzo leve,
que travieso y fugaz sus hojas mueve, 55
humilde encogerá sus tiernas alas
el sol ardiendo sin ajar sus galas.
     Brota el agua del centro de una roca
y a otra roca enyedrada se despeña,
y así, de peña en peña, 60
saltando va espumosa a la enramada.
Bajar la escucha la dormida fuente,
y sus caños de plata desatando,
desliza retratando
cuanto encuentra al pasar en su corriente. 65
Su espejo fiel, purísimo convida
y brinda al labio sus cristales bellos,
y, mirándose en ellos,
las zagalas sus gracias aderezan
con una flor que cortan por su mano, 70
con un rizo que tienden por su frente,
y entre el mirto escondidos sus amantes
una dulce emoción su pecho siente.
     ¿De do tan bella, celestial mañana,
abriendo vienes a la luz las puertas? 75
¿De do tanto placer tu dedo mana,
belleza tanta y esplendor tan puro? [148]
Yo te amo, que probando está mi pecho
mil dulces sentimientos y recuerdos.
¿Y pudo haber un día 80
en que, sumido entre letargo y sueño,
mis sentidos negase a los placeres,
a la viva expresión y gratas ansias,
que imprimen tus bellezas en los seres?
Salve, salve, del día primavera, 85
dulce imán que despiertas las pasiones
y, encendiendo de amor los corazones,
tal los derrites cual al fuego cera;
mil veces salve, eternas horas vive,
y de mi amor la admiración recibe. 90
     ¿Y tardas, oh Celina? ¿Y embotada
tu mente por el sueño no contempla
la soberbia llegada
del rubicundo sol del mar saliendo?
¡Qué ráfagas preceden a su vista! 95
¡Qué desgarrada lista
de colores se esparce por el éter!
¡Cuál huyen las tinieblas, apremiadas
unas de otras, y en humo desparecen!
Cantad, alondras, que su imagen veo, 100
a una hostia símil de centellas llena,
purísima y serena,
subir la esfera con su luz ardiendo.
¡Qué tren, qué gala tan soberbia ostenta!
Los próceres se doblen humillados, 105
suenen los ríos, suene la cascada,
y en debida oblación de su llegada
sus perfumes destilen estos prados.
     ¿Qué la vista admirar en tanto objeto
que de golpe se ofrece por do quiera? 110
Este hervor general, este secreto [149]
bullir del alma, y el delirio ciego
que, inflamado de fuego,
en gozo universal enciende el pecho,
el labio anudan y de pasmo llenan; 115
y desde el cedro más altivo y bello
hasta la humilde y despreciable malva,
con su mecer continuo le hacen salva
adorando el influjo que los cría;
y de la garza que los cielos toca 120
hasta la torpe boca
del grillo, despacible le saluda.
     ¿Y sólo el hombre desconoce el precio
de la incesante luz, del aura hermosa,
que respira la aurora deliciosa? 125
Mísero aquél que, el corazón loando
a la expresión del vivo sentimiento,
nunca probó el placer ardiente y puro
que pruebo este momento.
Su alma inflexible y cual la nieve fría, 130
el llanto hermoso, el llanto de ternura
jamás probó, que el hijo de natura
sensible prueba al vislumbrar el día.
Tú que sabes amar, tú, cuyo pecho
de cera fácil hecho, 135
de placer en placer llevar se deja
cual del prado al vergel la hermosa abeja,
sal al campo, que vuela la mañana,
y mil flores se agostan y mil rosas.
Vendrá la tarde y llegará tras ella 140
los campos a enerar la noche triste.
¡Ay!, que su imagen bella
no es la imagen risueña de la aurora
que afectos acalora
y la copa nos brinda de delicias. [150] 145
Y pasarán; y nunca ya tornando,
y este día a otro día eslabonando,
compondrán la cadena
que el fuerte brazo romperá del hado,
término a que la suerte nos condena. 150





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La Guerra

(12)                                                       
                                                Al hermoso dormirse de la tarde               
del héspero en los brazos reclinada,
cuando llena de aromas la enramada
con los rayos de luz postreros arde,
cuando ráfagas mil puras y varias 5
tiñen el cielo de colores bellos
y goza una emoción el alma en ellos
que la extasían y elevan sus ideas,
iba yo revolviendo en mi memoria,
por un bosque cerrado de altos pinos, 10
los grandes nombres que escribió la historia
en el libro inmortal de los destinos.
La ilustración que les debió la tierra,
las luces y virtudes que sembraron, [151]
compensaban los males que en la guerra 15
con sangre escritos y con hiel dejaron.
     «¡Oh destino feliz de héroes! -decía-,
¡qué importa que os encubra ya la tumba,
si el eco de la gloria en torno zumba
y se estrellan los siglos en sus ecos! 20
De esos mármoles huecos,
inmortal vuestra voz al mundo clama,
el mundo la oye y, al valor alzando
altares sobre altares,
os invoca sus Dioses tutelares. 25
Sombra del Macedón, tú, cuyo acero
hermoso cual el sol brillaba un día,
en tanto que en tu grande pecho hervía
la insaciable ambición de noble gloria,
tú que ataste con rosas la victoria 30
detrás del carro vencedor de Marte,
¡salud mil veces! ¡Quién cortar pudiese
una rama tan sólo a tus laureles
y con ella de honor su sien vistiese!
Mísero a mí, en la obscuridad nacido, 35
no me es dado trepar al alto templo
do tu nombre ha subido
ni seguir tus hazañas y tu ejemplo».
     En tales pensamientos embebido
senteme de un castaño sobre el tronco, 40
apoyando en la palma de mi mano
mi rostro triste a su placer caído.
Silencio eterno dominaba el prado,
sólo la yerba se mecía a trechos,
y, juguete de amor los sauces hechos, 45
formaban un susurro compasado.
Cuando me hirió el oído
de un ropaje flotante el movimiento, [152]
semejante al ruido
de una nube de polvo que alza el viento. 50
Vuelvo los ojos y, azorado, veo
un joven cuya cara deslucía
la cara de la luz del medio día.
Airosa su estatura y, cual la nieve,
su vestidura leve 55
por el aire ondeaba desplegada.
Mi lengua a mover voy y encadenada
pronunciar las palabras no podía.
No era temor, veneración tan sólo
manaba de su rostro refulgente. 60
Ya, por fin, más osada,
andar lograba la indecisa planta,
y él, dándome su mano,
«tente -gritó-, no soy ningún tirano.
     Oh vates, oh vosotros, cuya lira 65
de siglo en siglo en Helicón sonando,
cantar consigue con su plectro blando
los grandes hechos que la tierra admira,
vosotros que de oliva circundada
mostráis al orbe vuestra altiva frente, 70
tomad la lira; vuestro ejemplo aliente
el son humilde de mi voz cansada,
y cantando el destino de aquel día
hienda los aires hoy la musa mía.
     El genio soy del bien y de la vida, 75
no tiembles. Tiembla que el Averno aborte
esa raza de horror aborrecida,
los héroes que invocabas de su corte.
Hombre de maldición, ¿será que osado
tu labio invoque resplandor del mundo 80
al hombre cuyo brazo furibundo
cubrió de luto el universo entero? [153]
¿A aquél que hundió en el Polvo de la nada
una generación y mil tras ella,
y ahogó en su cuna la esperanza bella 85
de ver la tierra por la paz poblada?
Sed de sangre enardece a los humanos,
la paz, la dulce paz, los tiernos lazos
de tenderse unos brazos a otros brazos
y vivir disfrutando cual hermanos, 90
no son dones que precien los tiranos.
     ¿Qué bienes reportó a la triste tierra
ese enjambre de nombres sanguinarios
que el mármol en sus cóncavos encierra
y perfuman mil viles incensarios? 95
Ya sin ellos, con lazos fraternales
unidas las naciones reirían,
la vida y el amor poblando irían
el campo alegre con su aliento hermoso.
Mas la peste soplaron y el veneno 100
por el mundo infeliz sus fieras bocas,
la peste y el veneno respiraron
los hombres, los sembrados y las rocas.
Ni los tiernos vagidos de los niños,
ni los blancos cabellos del anciano 105
pudieron contener su impía mano
regando en sangre los hogares santos.
Cayó la virgen a su amor llamando,
murió el infante en el materno pecho
sus palmas a los cielos levantando, 110
sus ojos rutilantes de despecho.
     ¿Y éstos los héroes son que tú apellidas
honor del orbe? Responded, naciones».
Y al momento dos hembras parecieron
que en su noble ademán y sus acciones 115
el respeto a mis ojos impusieron. [154]
Un «ay» hermoso cual de labio amante
la más joven vertió, y su voz alzando
 

América

 
«¡Infeliz! -exclamó-. La paz mandaba
sobre un trono de rosas en mi suelo, 120
y en él llovía la abundancia el cielo
y de oro y esplendor mi sien orlaba.
Ante el altar de la igualdad postrados,
mis hijos me ofrecían oblaciones
y, a ritos inocentes avezados, 125
respiraban virtud sus corazones.
El oro en los mineros escondido
sus ojos no cegaba,
la sencillez sus cunas igualaba
y en brazos de la paz su amor crecía. 130
Se alzó la mar un día
y, de sangre entre tumbos y de espuma,
vomitaron sus olas
de su seno unas naves españolas
de crímenes preñadas y de muerte. 135
Aprestan sin piedad sus huecos bronces
y sale rechinando por el viento,
mortífero y sangriento,
un plomo destructor por mí no visto.
Allí cayeron con horror mis hijos 140
y, llenando los aires de alaridos,
en las cuevas y grutas se escondían,
y en las cuevas y grutas perecían.
Salta a mi playa el español tirano,
y corre a desolar mis campos bellos 145
afilando el puñal entre su mano,
reteñidos de sangre sus cabellos. [155]
La ley de la invasión le erige en dueño,
es virtud la matanza y el pillaje
que montes de cadáveres levanta 150
donde toca su planta,
sentándose cual déspota a su sombra,
y nuevo Rey de América se nombra.
     Vuélvense abrojos las doradas mieses,
en desiertos se mudan los poblados, 155
y al son de mis cadenas
me mandan bendecir tan crudos hados.
Claman ilustración, «te ilustraremos
-los malvados me dicen-,
nuestras ciencias y luces te daremos, 160
que mil días de gloria te predicen».
Y al momento, sacuden en su mano
un látigo, inclemente y acerado,
conduciendo cual bestias al arado
al triste y oprimido americano. 165
Sí, gloria al español que ató el primero
con fuertes nudos mi oprimido cuello,
sus sienes adornad de lauro bello,
resuenen himnos a su triunfo fiero».
 

Asia

 
     «Del Oriente a los montes del Ocaso, 170
de polo a polo gigantesco alcanza
el gran nombre del héroe cuya lanza
convirtió la ciudad en campo laso.
Nace, y, apenas los acentos forma,
arden en sed de sangre sus entrañas 175
y, al oír de Filipo las hazañas,
llorando pide le reserve triunfos.
Nada refrena su ambición de gloria, [156]
bebe a raudales la vertida sangre
y más se inflama; vence, y la victoria 180
el fuego atiza que su pecho abrasa.
Los ríos se mezclaron con los ríos
teñido su cristal de roja grana,
y, hacinando los muertos en su curso,
patente hicieron su victoria insana. 185
Mis flotas perecieron y mis gentes
al hierro y a las llamas entregadas,
entre escombros y polvo sepultadas,
su tumba hallaron do su hogar estaba.
De par en par abiertas 190
al ronco son de su clarín mis puertas
entra, tala, devora
y me muda en sepulcros en una hora.
Y fue mi juventud, y fue mi orgullo,
que rodando cayó a los pies sangrientos 195
del tirano cruel, a su barbarie
temblaron agitados mis cimientos.
     Esta ansia de matar, esta crudeza
elevada en virtud, corrió clamando
la gloria de Alejandro y su grandeza. 200
Grande le apellidó el destino impío,
sí, grande en mortandades y en horrores,
y en causar a las madres más dolores,
que arenas tiene el caudaloso río».
     Dijeron, y cual rayo que en las nubes 205
se deja ver y presto desparece,
de mis ojos al punto se alejaron.
La noche de tinieblas se vestía,
yo azorado y dudoso
los pasos dirigí a la choza mía 210
a meditar suceso tan grandioso.
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