Prólogo de Don Manuel Cañete, individuo de
número de la Real Academia Española
Muchas
veces se ha repetido en estos últimos años,
dentro y fuera de España, que la época presente
no es época de poesía. Nada, sin embargo, más
distante de la verdad. La indiferencia con que gran parte
del público suele hoy acoger los versos que salen
a luz reunidos en colección, no es suficiente motivo
para estimar exacta semejante especie. Esa indiferencia,
lamentable siempre como signo de poco apego a los puros y
tranquilos goces del alma, es entre nosotros resultado inmediato
del afán con que se ha procurado impulsar la juventud
al camino de la ambición y de las luchas políticas;
pero no quiere decir que este momentáneo eclipse indique
la nulidad o acabamiento de la inspiración poética.
Las voces que de cuando en cuando resuenan entre el confuso
clamoreo de las pasiones que engendra el desmesurado afán
de intervenir en la vida pública (menos por bien de
la patria, que por codicia de medros), harto claramente revelan
que aún no se ha extinguido el fuego sagrado, y que
arde, con celeste llama, como en fanal transparente, en el
fondo de los pechos generosos. No, la poesía no ha
muerto; la poesía no puede morir, mientras haya fe
y amor y caridad en el corazón del hombre. La poesía
vive, y vivirá con el virginal atractivo de inmaculadas
bellezas, mientras el ser privilegiado de la creación
no reniegue de sus propias condiciones, subordinando los
movimientos del ánimo a las sugestiones del instinto.
En vano se jactará el moderno materialismo de haber
dado el golpe de gracia a la poesía. Cuando más
la juzgue muerta, la verá surgir nuevamente de las
catacumbas del espíritu, cual los primitivos cristianos,
regenerada, fortalecida, pronta a dilatar su imperio por
los confines de la tierra. De estas delicadas voces que se
dejan oír entre el rumor de las luchas sociales, como
eco misterioso de un lenguaje más universal y más
puro que el de la multitud esclava de sórdidos intereses,
forma parte la joven poetisa, cuyos versos reunidos en colección
siguen a los presentes, renglones.
No pidáis a su
corazón tierno y sencillo, enriquecido con el tesoro
de la moral cristiana, los arrebatos líricos del sensualismo
de Safo. No le pidáis tampoco el arrojo de los modernos
cantores de la desesperación y de la duda, ni menos
el furor y terribles contradicciones que han precipitado
a la musa de Víctor Hugo de su luminoso trono, para
arrastrarla por el lodazal de pasiones infernales. Pedidle
cánticos de gratitud al Redentor de los hombres y
a su Madre Santísima, consuelo y refugio de los que
lloran; pedidle amorosas expansiones de un espíritu
regenerado por la fe y vigorizado por la esperanza, sueño
de un alma despierta; pedidle, en fin, la candorosa expresión
de las vagas e indefinibles emociones que produce la contemplación
de la naturaleza, cuando se apodera de nuestro ser cierta
apacible melancolía, y de todo ello encontrareis aquí
muestras dignas de estimación.
Con el pudor propio
de la mujer para expresar sus afectos, aún teniendo
el corazón herido profundamente, descúbrense
con timidez en algunas inspiraciones de nuestra poetisa huellas
de crueles amarguras, de íntimos dolores, que la natural
discreción de un noble pecho pretende ocultar, pero
que insensiblemente se dejan traducir en lastimeros ayes,
como a veces una lágrima furtiva suele hacer traición,
sin que la podamos reprimir, a la sorda tempestad que agita
el fondo de nuestra alma.
Oídla en su composición
A María Inmaculada, y veréis cuán exacta
es la observación:
«Mi fe me hizo volver a ti los ojos,
Ya
por el llanto rojos,
En esas horas de mortal quebranto
En que el alma, en aislado sufrimiento
Y callado tormento,
Quiere huir de sí propia con espanto»
En la bella
elegía escrita en quintillas (que el accidente del
metro no puede mudar la esencia de las cosas) y titulada
La flor del olvido, escribe:
«No vale todo el reposo
Con que nos brinda
el olvido,
El suspiro misterioso
Que del corazón
medroso
Lanza el recuerdo escondido.»
Y en otro lugar,
depositando una flor sobre el sepulcro de amiga querida:
«Vengo a dejarte una flor
Nacida en mi
pensamiento,
De mi cariño al calor,
Que debió
riego y sustento
Al llanto de mi dolor.»
Pues si seguís
ocultamente sus pasos, y os paráis a escuchar los
acentos en que prorrumpe ante el hermoso espectáculo
de la naturaleza, una siempre, y siempre nueva y distinta,
¡con qué dulce satisfacción no la oiréis
exclamar, a la luz argentina de la encantadora Febe, sol
de los desvelados, según el lírico inglés;
en las playas valencianas, ceñidas de vergeles, donde
anida perpetuamente la primavera; ante el inquieto ir y venir
de las olas del Mediterráneo, teatro insigne de tantas
heroicas hazañas; conmovida por el tranquilo reposo
de la gente labradora, que en sus limpias cabañas
(fabricadas bajo el extendido pabellón de gigantesca
palmera) duerme el pacífico y envidiable sueño
de la honradez laboriosa:
«Y no diera en este instante
Por un alcázar brillante
Que alboroza
Y
maravilla,
Una choza
De
esta orilla
Coronada por la cruz!»
¡Cómo no sentiros
arrastrados de secreta simpatía, cuando al caer la
tarde la oigáis decir en la soledad de los campos,
entregada sin reserva a los naturales impulsos del corazón:
«Busqué el bullicio en incesante
anhelo
Quien dicha en él apura;
Yo busco en el retiro
mi ventura:
Que en él extiendo el vuelo,
Y de este
mundo me remonto al cielo!»
En resolución, las composiciones
de nuestra modesta poetisa, reunidas en el presente volumen,
tienen el atractivo de todo lo que nace espontáneamente
en un alma templada al calor de afectos puros y generosos.
La crítica descontentadiza podrá tal vez hallar
pequeños lunares en la forma de tan delicadas flores:
la suavidad de sus perfumes regalará siempre el espíritu
de las personas sensibles.
Madrid, 15 de Febrero de 1868.
Manuel Cañete.
Entre el cielo y la tierra
Hay días de grata calma,
De tan dulce desvarío,
Que flores hasta el vacío
Presta a nuestro corazón;
Y entre vagas armonías,
Y entre sueños de dulzura,
Siente el alma de ventura
Desconocida emoción;
Y busca
un sol más brillante
Y otro suelo y otras flores,
Y más risueños colores
Y otro cielo que
admirar,
Y otro lenguaje que exprese
Lo que el suyo en
vano trata
Que sólo su afán retrata
Con
incierto suspirar...
Mas ¡ay! que en
cada suspiro
El alma al espacio vuela,
Y nueva vida recela
Que no acierta a definir,
Y llorando de ventura
Por
delicias no esperadas,
Siente dichas ignoradas
Y pide
en ellas morir!
Y pasan las horas
En
rápido vuelo,
Y el alma levantan,
Levantan al
cielo...
Mas ¡ay! que ni a él llega
Ni en la tierra
está.
Y es que, hay otro mundo
Latente, escondido,
De castas delicias
Purísimo nido,
Y el alma
que siente
A ese mundo va!
Y
vienen horas en cambio
En que sin razón segura,
Nos envuelve la amargura
Con su fúnebre crespón;
Y sin saber por qué lloran,
Lloran sin tregua
los ojos,
En tanto que los enojos
Rebosan del corazón;
Y ni matices las flores
Nos muestran
en su corola,
Ni la luna su aureola,
Ni vemos el sol
brillar;
Ni los cantos escuchamos
Con que las aves se
entienden,
Y hasta sus ecos ofenden
Y doblan nuestro
pesar.
Y huyendo de cuanto bello
El
alma en su torno mira,
Por otro mundo suspira
Y a otro
mundo quiere ir,
Mundo en donde su amargura
Más
alta y más ancha viva,
Buscando a su pena vida
Y ansiando en ella morir!
Y pasan
las horas
En amargo duelo,
Y el alma levantan,
Levantan
al cielo...
Mas ¡ay! que ni a él llega,
Ni en
la tierra está.
Y es que hay otro mundo
Latente,
escondido,
De santos dolores
Purísimo nido
Y
el alma que siente
A ese mundo va!
En alas del sentimiento
Más que
de la fantasía,
Volé un día y otro
día
A esa ignorada mansión;
Y en sus espacios
perdidos
Estas hojas se trazaron,
Y una tras otra brotaron
De mi pobre corazón.
Por eso
hoy al darles nombre
Con que entrar en este mundo,
Las
llamo, como al fecundo
Mundo en que las vi nacer;
Y aunque
aparezcan desnudas
De galas del pensamiento,
Tendrán
las del sentimiento
Del mundo que los dio ser!
María Inmaculada
Sólo se alzó hasta Ti
mi pobre acento
En oración cristiana:
Nunca osó temeroso
el pensamiento
De humilde inspiración bajo el amparo,
Llegar hasta tu asiento,
Que cercan los querubes
y
sostienen las nubes
Sobre el ropaje azul del firmamento.
Nunca, nunca pulsé la lira mía
Al nombre de María,
Porque juzgué, Señora,
que cantarte,
Sólo aquellos debieron
Que del cielo
la dulce melodía
Para sus tiernos cantos recibieron
Y robaron al arte sus primores
Su cadencia a los suaves
ruiseñores,
Y la arrogancia para alzar su canto
Al águila altanera,
Que rauda tiende el vuelo,
La tierra deja, por la nube rompe,
Y el sol mismo amenaza
en su carrera,
Y va a perderse en la celeste esfera
Por
temor a lo pobre de mi canto
Hasta tu trono santo
Mi
lira no elevó tímidos ecos,
Pero ya de mi
pecho alborozado
Se escapa el sentimiento
Que estuvo
hasta hoy callado,
Y a Ti vuela mi acento,
Y en pos de
Ti se lanza,
Y ya temor no advierte,
Que en Ti miro la
vida de mi muerte,
Mi norte y mi esperanza.
Oh!
Salve en Ti, María
A la casta doncella
Que la
cabeza del dragón impío
Holló bajo
su huella;
La que inclinó su frente
De su Dios
a la voz, y humilde dijo
Con labio reverente:
«He aquí,
Señor, tu esclava:
Hágase en mí según
tu amor contaba.»
Bendita en Ti la esposa,
que su nombre
Enlazó con el hombre,
Por ser su
madre nueva
Borrando el crimen que aún el mundo
llora
De la Eva pecadora,
La inmaculada, la cristiana
Eva!
Si una mujer el mundo
Pudo lanzar de un golpe en
el profundo
Abismo de los males,
Otra de santa abnegación
ejemplo,
Abrió a los fieles el cerrado templo
De gracias celestiales...
Raro contraste, singular misterio,
Que el ánimo suspende, el alma eleva,
Y hasta
su Dios la guía
Él con liberal mano
Los
males atajó, y augusto quiso,
Si una mujer la humanidad
perdiera,
Que otra mujer viniera
Y con su amor la humanidad
salvara!
Gloria a la Madre que apuró
hasta el fondo
El cáliz de amargura,
Y en su propio
dolor encontrar pudo
Tesoro tal de maternal ternura,
Que acoger le dejó en su amor al hombre,
Que con
feroz, sangriento regocijo,
Enclavado en la cruz le dio
a su Hijo!
Tan sólo quien tuviera
Origen celestial, y Dios criara
Para madre del Verbo,
y la eligiera
Para que al hombre mísero salvara,
Ejemplo tal de amor al mundo diera!
Aunque
necia e impía
La humanidad por madre te negara
Yo tu gloria cantara,
Tu piedad implorara el labio mío,
Por Ti mi frente al polvo se humillara,
Y con ojos que
viven
Dentro del pensamiento
Y la luz solo de la fe reciben,
Sobre el azul del cielo
Buscárate con fervoroso
anhelo!
Oh! Si un día perder debiera
el alma
La venturosa calma,
Que por mares tranquilos
hoy la guía,
Para lanzarse en mar ¡ay! borrascosa,
No me quites jamás, Señora mía,
La fe que en Ti reposa,
Que con ella mis penas
No han
de creerse de consuelo ajenas.
Mi fe me hizo volver a Ti
los ojos,
Ya por el llanto rojos,
En esas horas de mortal
quebranto
En que el alma, en aislado sufrimiento
Y callado
tormento,
Quiere huir de sí propia con espanto;
Y al volverlos a Ti, cual la tormenta
Que alborota los
mares,
El iris calma, la bonanza advierte,
Y al navegante
alienta;
Así en el alma mía
Huyeron los
pesares
Al invocar el nombre de María!
Qué
fuera de los míseros mortales
Si en tu amor no vivieran
y esperaran?
Quién calmará sus males?
Quién
sus quejas oyera,
Y por ellos, Señora, intercediera?
Oh! no; el pesar humano.
Límite de dolor mayor
no alcanza
Que a perder su esperanza,
Y eres Tú
la esperanza del cristiano.
Nunca, nunca te pierda el alma
mía!
Sé Tú mi escudo, sé Tú
mi consuelo,
Y el alma acoge y guía
Cuando deje
este suelo,
Y a más perfecto mundo tienda el vuelo!
Deja que en mis placeres te bendiga
Y en mi dolor te implore
Deja que a tus pies llore
Y
mis penas te diga;
Deja en fin elevar mi pobre canto
Hasta tu trono santo,
Y ve, Señora mía,
Que a falta de ecos de la lira mía
Te ofrece el
pecho, con su fe escudado,
Un corazón en lágrimas
bañado,
Que a Ti reza, a Ti acude y en Ti fía.
A mi madre
He llegado a comprender
Que al sentir aproximar
lloras de dulce soñar
Y de vago padecer;
Horas en las que esconder
Ve sus
reflejos el día,
Pidiendo a la noche umbría
Sin su fúnebre capuz
Misteriosa, incierta luz
De tierna melancolía:
En
esas horas que son,
Para quien sabe sentir,
Horas en
que deja oír
Verdades el corazón,
Lamentas,
no sin razón,
Que yo, que tanto canté,
Yo, que al papel trasladé
Cuanto en el alma sentía,
Tan solo a ti, madre mía,
Un canto no consagré.
Mucho has debido sentir,
Mucho has sabido callar,
Mucho has podido envidiar
Mis conceptos al oír,
Si llegaste a presumir
Que
iba en ellos de partida
El alma entera escondida,
Sin
decirte nada a ti,
Cuando eres tú para mí
Otra mitad de mi vida.
Mas
no es así, no te azores;
Deja que cante a la flor,
De la aurora el esplendor,
Del ruiseñor los primores;
Deja que entre mis dolores
Quejas a los vientos dé,
Ve que si no te canté
Es que por ti tanto siento,
Que ni aun poniendo en tormento
La razón, decirlo
sé.
Tú,
que de mi pobre gloria
Tierno vigilante fuiste,
Tú,
que en el seno escribiste
De mis desdichas la historia,
Tú, en cuya amante memoria
Van impresos mis pesares,
Mis venturas, mis cantares,
Cuanto el pecho guarda en
calina,
Qué puede decirte el alma
Que en ti misma
no encontrares?
¿Anhelas mis cantos,
di,
Pobres de ingenio y de arte?
Ellos no pueden pintarte
Lo que guardo para ti.
Por eso siempre temí
El silencio quebrantar,
Porque antes de profanar
La santidad
del querer,
Dejo al labio enmudecer,
Sólo al corazón
hablar.
Busca el alma
que te llama,
Todo día, en toda hora,
En el fuego
que atesora
De mi pupila la llama;
En mi aliento que
se inflama
Si el tuyo débil advierto
En mi respirar
incierto
Sino estás al lado mío;
En el
beso que te envío
Cuando a tu lado despierto.
Búscala al verme luchando
Víctima
de ensueño triste,
Si a mi lado sonreíste
Mi espíritu serenando
Cuando padezco callando
Por no turbar tu contento
Cuando elevo al firmamento,
Mi mente y mi corazón,
Pidiendo a la Inspiración
Gloria, que en tu frente asiento
Recoge,
en fin, con anhelo
Los pedazos de mi alma
En esas horas
sin calma,
De tan triste desconsuelo,
Que ya no encuentro
en el suelo,
Esperanza ni alegría,
Y a otro mundo
volaría,
Si, cuando el dolor le ahogara,
El corazón
no estallara
Exclamando: «Madre mía!»
No hay canto que valga, madre
Lo que
tal exclamación,
Ni pidas al corazón
Lenguaje
que más te cuadre:
Deja que el pecho taladre
Con
mi propio razonar,
Y cuando le oïgas cantar,
Falto
de arte, pobre de estro,
Piensa que sólo maestro
Ha sido en saberte amar!
Noviembre del 66
La esperanza
Misterio incomprensible, que sostienes
La fortaleza, la virtud del alma,
Que la recibes cuando
viene al mundo,
Siempre
la amparas:
Faro consolador del afligido,
Iris que calma
siempre la borrasca,
Apoyo del espíritu cristiano....
¡Salve,
esperanza!
Eres del niño peregrina estrella,
Que
guías hacia el bien su débil planta,
Haciéndole
entrever gloria y ventura
En
el mañana:
Eres del hombre espíritu intranquilo
Que le despiertas y hacia ti lo arrastras,
Le encadenas,
le ofreces, le ilusionas,
Audaz
le engañas;
Y vuelves luego a interesarle, y vuelves
Siempre a jugar con sus mortales ansias,
Sin que él
reniegue de tu dulce imperio
Dicha
del alma!
Eres de la mujer más que la vida;
Eres
la fe que la sostiene y salva!
Niña, doncella, madre,
en ti constante
Sus
ojos clava:
Y si reza, es que tú le dices «ora,
Que Dios oye clemente tu plegaria:»
Si sentir deja al
corazón, comprende
Que
tú le dices «ama.»
Y si un ángel lo da sobre
la tierra
La bendición de Dios, estas palabras
Son las primeras que a decir le enseña:
«¡Fe
y esperanza!»
¿Cómo no bendecirte el labio mío,
Si fuiste por el mismo Dios formada,
Y eres de nuestra
madre cariñosa
La
primera palabra?
¿Qué fuera del amor sin tu alimento?
¿Sin ti, cómo hacia el bien bogara el alma?
La
virtud, el amor, ¡cómo vivieran
Sino
esperaran!
No se padece pena más aguda,
Ni se
inventó palabra más amarga
Que ésta
que mata, que aniquila el ánimo:
«¡Sin
esperanza!»
¡Es recibir la muerte y no morirse!
Es quedarse
con vida y no gozarla!
Es no tener sonrisas, ni oraciones,
Ni
fe, ni lágrimas
Dichoso aquel que sus pesares llora
Y llorando su vista a Dios levanta,
Tendrá el
consuelo que al que en Dios espera,
Dios
siempre manda.
Virtud que al alma vacilante enseñas
Que hay siempre un mas allá de paz y calma,
Que
sobre las miserias de este mundo
Dios
nos aguarda;
Bendito tu fulgor que el alma eleva!
Tu
poderosa, inextinguible llama,
Del nacer al morir siempre
la vemos,
Nunca
se apaga;
Y ni en ese momento en que la muerte
Nos acaricia
con sus negras alas,
Supremo instante en que se pierde
todo,
Todo
se acaba,
Y ni el beso del padre nos conmueve,
Ni el
acento del hijo que nos llama,
Ni nos arranca el mundo
que dejamos
Una
mirada;
Cesa la mente de esperar, que entonces
Se eleva,
y más creyente, más cristiana,
Espera que
en un mundo más perfecto
Vivirá el alma!
A la luna en la playa de Valencia
Si es tu pálida blancura,
Si es tu mágica dulzura
La
que infunde
Paz
y calma,
Y
difunde
Dentro
el alma
Ignorado bienestar;
No huyas tan rápida,
espera,
Plácida y fiel compañera
Del
que llora;
Deja
ruegue
Que
la aurora
Nunca
llegue
Tu claro brillo a matar.
No
adviertes cómo esta noche,
Cual flor que rompe su
broche,
Renaciendo
El
alma mía,
Ya
sintiendo
De
alegría
Bálsamo consolador?
No adviertes
cómo mis ojos,
Por el llanto siempre rojos,
Al
mirarte
Se
serenan
Y
al nublarte,
Tú,
se llenan
De lágrimas de dolor?
Solitaria mensajera,
Bienhechora compañera
De
quien no ama
Sol
ni día,
Y
te llama
Y
te confía
Secretos del corazón:
Confidente
de las flores
Y de los castos amores!
Yo
daría
Del
sol bello
La
alegría
Y
el destello
Por tu luz de bendición!
Yo te vi alumbrar hermosa
Entre la enramada umbrosa,
Arroyuelo
Que
de día
Sin
anhelo
Visto
había,
Y hermoso me pareció:
Vi al sol
iluminar montes
Y lejanos horizontes,
La
alta cresta
La
hondonada,
La
floresta
Ponderada...
Y el alma no impresionó:
Pero
los vi a tu luz vaga,
Y cual misteriosa maga
Les
prestaste
Tal
grandeza,
Que
animaste
Mi
tibieza,
Y el poder de Dios sentí;
Y hasta humilde
florecilla
Olvidada por sencilla,
No
encontrara
Mi
deseo
Flor
más cara
Si
la veo
Iluminada por ti.
Hoy te contemplo
a la orilla
Del mar, y en sus ondas brilla
Aún
más vivo
Tu
reflejo,
Y
apercibo
En
su espejo
Tus cambiantes rielar:
Y tu misterioso encanto
Impresiona el pecho tanto,
Que
a grabarte
Ya
la mente
Por
mirarte
Eternamente
Reflejada en ese mar.
Nunca lo hallé
tan hermoso!
Nunca el jardin tan frondoso,
Ni
su esencia
Tan
fragante,
Ni
a Valencia
Tan
gigante
Como al verla a tu fulgor!
Que sus torres elevadas,
Sus campiñas dilatadas,
Cuanto
ostentan
Sus
vergeles,
Que
aún lamentan
Los
infieles
Cual su pérdida mayor;
Encuentro hoy más atrevidas,
Y sus llanuras vestidas
Más
de fiesta
Portentosa,
Porque
en esta
Noche
hermosa
Les da más valor tu luz:
Y no diera en
este instante
Por un alcázar brillante
Que
alboroza
Y
maravilla,
Una
choza
De
esta orilla
Coronada por la cruz!
Solitaria mensajera,
Bienhechora compañera,
De
quien no ama
Sol
ni día,
Y
te llama
Y
te confía
Secretos del corazón:
Confidente
de las flores
Y de los castos amores:
Dios
bendiga
Tu
incolora,
Luz
amiga
Que
atesora
Bálsamo de bendición!
El pensamiento
-Padre mío, una vez mirando al cielo
Una
niña exclamó:
Pudo alguno elevarse desde
el suelo,
Y
ese azul traspasó?
-No, hija mía, cruzando
el ancho espacio,
Salvando
el arrebol
De esas nubes de fúlgido topacio,
Y
atrás dejando al sol,
Tan sólo el pensamiento
a la presencia
De
Dios sabe llegar,
Del Dios cuyo sabor y omnipotencia
Pudo
un mundo crear.
-¿Y qué es el pensamiento?
-Es
la luz pura
Que
Dios mismo encendió,
Y para iluminar su mente oscura
Al
mortal otorgó.
Rayo es que nos alumbra en esta vida
Con
vivo resplandor,
Y va guiando el ser donde se anida
Hacia
un mundo mejor.
Él nos da cuando niños la
esperanza,
Nos
da después la fe,
Que de la suerte en la áspera
mudanza
La
mano de Dios ve,
Y nos enseña luego en los dolores
Lo
que es conformidad,
Y a esperar que del Iris los colores
Traiga
la tempestad.
Es el que en la niñez nos da cariño,
Oro
en la juventud,
Probando al viejo, aconsejando al niño,
No
hay dicha sin virtud.
Es el que de la flor en el aroma
Nos
da grato placer,
Y de las aves el sentido idioma
Nos
permite entender:
Es el que del vapor alas creando,
Nos
trasporta veloz,
Y con alambre mundos enlazando
Los
impulsa a una voz:
Y el aire aunque te asombre nos concede
Con
firmeza cruzar;
Y la nube, que el sol romper no puede,
Y
las olas del mar.
Y en los rayos del sol coger nos deja
Secretos
de la luz,
Y en cada estrella un mundo nos refleja,
Y
la gloria en la cruz!
Es en fin, hija mía, el pensamiento
Escala
celestial,
Que levanta del polvo al firmamento
Al
mísero mortal!
A Don Pedro Calderón de la Barca
Era yo niña: entre el rumor primero
Que al pecho llega en plácida armonía
Cuando
de la inocencia prisionero
Vislumbra ya de la razón
el día,
Tú llegaste hasta mí; dulce
y severo
Lograste conmover el alma mía,
Y te busqué,
y tu nombre aún ignoraba
Y ya el labio tus versos
murmuraba.
Y ellos
mi entendimiento iluminaron,
Santas delicias a mi infancia
dieron,
Y poco a poco levantar lograron
Mis sentidos,
que al fin te comprendieron:
Mis labios que a cantar tu
gloria osaron,
Entonces para siempre enmudecieron.
¡Hoy,
que de tu valor mide la talla,
Admira la razon, la lengua
calla!
Grande tu misión
fue: la patria mía
Con santo orgullo y con amor
te nombra,
Y el estro de la hispana poesía
Se
alza gigante con tu augusta sombra.
Sirviéronle
a tu rica fantasía
Del arte los obstáculos
de alfombra,
Y el arte por primero te proclama,
Y es
pedestal el Mundo de tu fama.
Con
tu Secreto agravio y tu Venganza
El alma llenas de mortal
pavura,
De tu Médico admira la templanza,
De tu
Duende mujer la donosura,
No halla en la primavera semejanza
Con tus Mañanas de sin par dulzura,
Y se crece
el espíritu, y no es dueño
Aun así,
de alcanzar tu Vida es sueño!
Nadie hasta ti llegó: Lope fecundo
Camino te abre con su rica vena;
Tirso, ya picaresco,
ya profundo
Su musa ostenta de donaire llena
Otros cien
tras de aquestos dan al mundo
Joyas que ensalzan la española
escena;
Mas sólo tú hermanaste sutileza,
Heroísmo, pasión, arte, grandeza!
No debes a la patria agradecida
Un humilde
recuerdo a tu memoria;
Una losa entre ruinas confundida
Hoy nos habla tan sólo de tu gloria.
Olvidote
tu patria a quien das vida,
Cuál página más
rica de su historia,
Mas monumento firme y duradero
La
admiración te da del mundo entero.
No necesitas que unas pobres flores
Agrupándose al pie de tosca piedra,
Rindan a tu
valer pobres loores,
Cual débil luz a quien la fuerte
arredra.
Tú las creaste dignas y mejores,
Que
a ti se enlazan cual al tronco yedra,
Y éstas, que
vida del sabor reciben,
De unos en otros van, y eternas
viven.
Quédate,
así; y pues sólo en la memoria
De los que
viven, sienten y te admiran
Debes vivir, justo es si hacia
tu gloria
Mi mente el alma en su entusiasmo giran:
Tú
los llamaste, tuya es la victoria
Si hoy sienten, piensan
y a lo bello aspiran,
Que otra senda jamás seguir
pudiera
Quien te ha debido su impresión primera.
Nocturno
Ya huyó el sol por occidente,
Ya va mostrando la luna
Su
aureola;
Ya la flor dobla su frente
Por mirar en la laguna
Su
corola:
Ya los pájaros murmuran
Dulces trinos de amorosa
Despedida;
Ya las estrellas fulguran
Sobre la natura hermosa
Dormecida:
Ya es todo calma y descanso;
Ni el
aura en la selva umbría
Vuela
leve...
Hasta el arroyuelo manso
A murmurar cual solía
No
se atreve!
Acuda, pues, el que anhela
Consuelo, expansión, reposo
Para
el alma,
Que libre al espacio vuela
Cuando todo silencioso
Duerme
en calma!
No tema si ríe o llora:
Nadie escucha sus canciones
Ni
su duelo...
Implore a Dios, que a tal hora
Seguras las
oraciones
Van
al cielo!
Ven joven, tú que trocaste
Por mil ensueños de rosa
Mil
engaños;
Ven anciano, tú que hallaste
Experiencia
dolorosa
Con
los años,
Ven niña, si
de amor lloras
Dicha pasada o presente
Desventura;
Ven madre, tú que las horas
Cuentas ante una reciente
Sepultura!
Venid cuantos en el alma
Guardáis
dichas o tormentos
Recatados;
Ya la noche en santa calma
Os manda dulces momentos
Codiciados.
Ella acoge vuestra queja,
Ella enjuga
vuestro lloro
De
amargura,
o al menos correr lo deja
Entra su inmenso
tesoro
De
dulzura.
Feliz quien busca tal hora,
Que impregna los corazones
De
consuelo!
Feliz quien entonces ora,
Que entonces las
oraciones
Van
al cielo!
La flor del olvido
Es el olvido una flor,
Que dentro del alma vive,
Cuyo influjo bienhechor
Borra
cuanto el tiempo escribe
Con risa, llanto y amor.
Por ella el perdido bien
No da dicha
ni congoja;
Ella hace pasar también
Del alma el
rudo vaivén
Que la ilusión ¡ay! deshoja.
No siempre al alma
va unida
Esa flor, dichoso don
Que a gozar del hoy convida,
Cicatrizando la herida
Del llagado corazón.
Hay almas que por correr
Tras del bien
que vieron ir,
Halagan su padecer,
Y en los recuerdos
de ayer
Se van dejando morir.
¿Sabéis
lo que queda al ciego
Corazón que nunca olvida?
Una vida sin sosiego,
Y allá en su fondo escondida
Una lágrima de fuego.
Mas
no podéis comprender
Los que sabéis olvidar,
El puro, inmenso placer,
Que hace el alma estremecer
Esa lágrima al brotar!
No
vale todo el reposo,
Con que nos brinda el olvido,
El
suspiro misterioso
Que del corazón medroso
Lanza
el recuerdo escondido!
Es
este mundo dejar
Por el mundo del sentir!
Es al pasado
tornar,
Y con su pena gozar,
Y con su dicha sufrir!
Es del tiempo la medida
Cortar con ánimo fuerte!
Es la impresión
recibida
Dilatar toda una vida
Buscando en ella la muerte!
Mas qué digo?
No hay placer
En donde anida el dolor!
No dejéis
llanto correr,
Aunque el alma a su calor
Se estremezca
de placer.
Olvidad!
Fresca y lozana
Se alza la flor del olvido,
Brindando
altiva y galana
El bien que su cáliz mana
Al corazón
dolorido.
Y si el
alma al abrigarla
Se hace digna de obtenerla...
Vale
el bien de disfrutarla
La vergüenza de alcanzarla
Y el baldón de merecerla!
Buscad
la dichosa flor
Que dentro del alma vive,
Cuyo influjo
bienhechor
Borra cuanto el tiempo escribe
Con risa, llanto
y amor.
Sabéis
lo que alcanza el ciego
Corazón que nunca olvida?
Una vida sin sosiego,
Y allá en su fondo perdida
Una lágrima de fuego!
La niña y la flor de azahar
Apólogo
-De dónde vienes? la niña
Preguntó a la blanca flor.
Vengo en alas de tu
amor,
De muy lejana campiña.
Tu dicha vengo a
sellar
Tu ser uniendo a otro ser,
Y en ello, de tu deber
Ejemplo te vengo a dar.
-Te trajo mi amor?
-Sin
él
Nunca a tu lado viniera,
Que soy de amor mensajera,
Y del tuyo emblema fiel.
-Puro es mi amor.
-Como
yo.
-Dios le creó.
-Como
a mí.
Va a gozar la dicha.
-Sí.
-Que será eterna.
-Eso
no.
Nada eterno puede ser,
Y en el mundo en que vivimos
Todos a inmolar nacimos
Nuestra ventura al deber.
Yo
flor, de tu amor emblema,
Gocé los bienes mayores
Que Dios otorga a las flores
Con su voluntad suprema.
Me daba el aura su arrullo,
Los pájaros su armonía,
Y hasta a besar descendía
El céfiro mi
capullo;
Y orgullosa me miraba,
Y satisfecha en mi anhelo,
Cual santa oración, al cielo
Mi perfume se elevaba.
-Por qué el sitio abandonar
Donde eras tan venturosa?
-Fue a buscarme aquel que esposa
En breve te va a llamar.
Cortome para ofrecerte
La nupcial diadema en mí,
Y sacrificar debí
La suerte mía a tu suerte:
Mi vida inmolo a los dos,
Y muero por ti sin pena,
Que al que labra dicha ajena
La suya le guarda Dios.
-Ven, pues, y del amor mío
Emblema y corona sé;
Fuerzas en mí encontraré
y seguir tu ejemplo
fío.
-Sí, procura con tu amor
Tu abnegación
hermanar,
Que eso niña es levantar
El espíritu
al Señor.
Y esposa que en su conciencia
Halla
unión de tal valer,
A su esencia de mujer,
Une
del ángel la esencia.
Desde hoy seréis uno
en dos,
Sacrifícate sin pena,
Que al que labra
dicha ajena,
La suya le guarda Dios.
Calló la flor, que la hermosa
En su frente colocó,
y en su mirada brilló
Revelación misteriosa;
Que si el alma del mortal
Camina del bien en pos,
Baja un destello de Dios
A
su frente virginal.
A mis alegrías
Soneto
No os busqué, me buscasteis,
y en mi pecho
Apenas un momento os detuvisteis,
Porque encontrar sin
duda le debisteis
Para vuestro valer, recinto estrecho.
El corazón en lágrimas deshecho
Desde que
el bien a conocer le disteis,
No llora el mal que con huir
le hicisteis,
Llora el que al acercaros le habéis
hecho.
Avezado al dolor de aciagos días
Ignoraba el placer de horas serenas,
Vinisteis, y tan
sólo por ser mías
Mostrasteis condiciones
tan ajenas,
Que tuve, al disfrutar mis alegrías,
En conocerlas mis mayores penas!
Despedida al año 1865
¡Un año más! Con dolor
Casi te miro partir,
Si te pude recibir
Con impresión
de temor:
Nunca esperé que mejor
Me hicieses pasar
tus días,
Mas hoy que las penas mías
Se
quedan, y tú te vas,
Creo que llevas detrás
Mis soñadas alegrías.
No
te quedo año a deber
Dichas, amores, ni gloria;
No deja en mi tu memoria
Ni un recuerdo de placer,
Mas si te vengo a perder
Sin más penas que contar,
No extrañes que al ver llegar
Otro, que más
que sentir
Me deje acaso al morir,
Quieran mis ojos llorar!
Sin tener que agradecerte
Anhelara
conservarte,
Que siento que he de llorarte
Después,
de perdido verte;
Fue de tu vida la suerte
Derramar luto
y pesares,
Pero en tanto sin azares
Mi vida arribó
a esta orilla
Como la frágil barquilla
Que surca
revueltos mares.
En otros años,
yo vi
Trocarse en borrasca fiera
La existencia placentera,
Que al Ser Supremo debí
No se borran para mí
Aquellos años de afán,
Que no pasa el huracán
Sin tronchar ramas y flores
Ni del alma los dolores,
Sin dejar huella se van.
Adiós,
pues, tú que trajiste
Contra la desdicha mía
La dulce melancolía,
Sola ventura del triste:
Nunca olvidaré que diste,
Reposo a mi corazón,
Que a tan dura condición
Un día pudo llegar,
Que dicha llegó a encontrar
El mantener su aflicción.
Ve en paz año de venturas
Para
otros, ¡ay! de dolores!
A los que en bienes y amores
Diste dichas más seguras,
Tras de nuevas aventuras
Irán de tu olvido en pos...
No temas que entre
los dos,
Alce el olvido su palma:
Me diste la paz del
alma,
Que es la sonrisa de Dios!
A un dondiego de noche
No eres flor la más bella entre
las flores,
Aunque guarda tu cáliz seductor
De preciados matices
los primores,
Y en su fondo perfume embriagador.
Eres,
humilde flor, pobre de encanto;
Más pobre si te
cercan las demás,
Y sin embargo, aunque ellas valen
tanto,
Mi alma te busca, va donde tú estás.
Qué dulce imán entre tus
hojas guardas?
Qué atractivos escondes para mí,
Que mi ánimo en ganar tan sólo tardas
Lo
que yo tardo en contemplarte a ti?
¡Ah!
lo sé; que en la noche silenciosa
Tu cáliz
no se cierra, pobre flor,
Y cuando todo en derredor reposa,
Velas cual alma presa del dolor.
Tú,
así que el astro rey con tintas rojas
El mundo inunda
de esplendente luz,
Te escondes, para abrir luego tus hojas
Cuando tiende la noche su capuz.
Qué
tormentos ocultas en tu broche?
Qué penas que no
sienten las demás,
Para que sólo vivas por
la noche,
Cuando los tristes velan nada más!
¡Ay!
también sin reposo el alma mía
Hiere horas
de silencio bienhechor,
Y huyendo del bullir de alegre
día
Busca en la noche alivio a su dolor.
Ambas
pedimos a la noche amiga
Que calme nuestro triste padecer...
Que mucho, la bendiga y te bendiga
A ti, que vida tienes
de su ser?
Bendigo sí la noche,
porque deja
Tranquilo a Dios mi espíritu elevar,
Y bendigo su luna que refleja
A la onda clara del sereno
mar;
Y su dulzura triste y silenciosa,
Que ofrece lenitivo a mi dolor
Y su brisa, que vaga rumorosa
Acariciando a la dormida flor;
Y te
bendigo a ti, planta querida,
Porque a su sombra vives
como yo,
Y acompañas al alma dolorida
Cuyos males
el sueño no calmó.
Deja
te busque: deja el llanto mío
Hasta tu puro cáliz
descender,
Y oculta ese tristísimo rocío...
No más al mundo se le dejes ver!
Él
solo dicha leerá en mi frente,
Tú no dirás
que la anubló el dolor...
Dónde encontrar
más digno confidente,
Débil mujer, que el
cáliz de una flor!
Dos flores
Balada
Un alma que niña era,
Y que a las flores amaba,
A dos flores que admiraba
Oyó hablar de esta manera
Que
hablan las flores, con calma
Afirma más de un Doctor,
Y bien puede hablar la flor
Cuando exhala aroma el alma.
-«Ven, la primera decía,
Yo
te daré con mi esencia
La calma de la existencia,
Que asegura la alegría.
A mi
lado, los pesares
Hojas son que lleva el viento,
No hará
un pasado tormento
Que el bien presente acibares;
Que
los bienes que pasaron,
Las ilusiones que huyeron,
Los
amores que murieron,
Con las dichas que mataron;
En
aspirando mi esencia
Bórranse de la memoria:
No
turbará triste historia
La calma de tu existencia.
Que uniforme, igual, seguida,
Sin que
el ayer te sujete,
Sin que el mañana te inquiete,
Se deslizará tu vida.
-Soy,
la segunda decía,
De condición tan preciada,
Que al alma privilegiada
Sólo Dios mi esencia
envía.
Y siempre que un ser vulgar
Se acerca a mi seno puro,
Por huir su hálito impuro,
Mis hojas torno a cerrar;
Y luego las
vuelvo a abrir
Al alma que siente y llora,
Prestándole
un bien que ignora
El que no sabe sentir.
Que
los bienes que pasaron,
Las ilusiones que huyeron,
Los
amores que murieron
Y las dichas que mataron;
Del
alma ricos despojos
Los conservo yo en mi seno,
No hay,
pues, un corazón bueno
Que a mí no vuelva
los ojos!
Por mí el amor muerto,
vive;
El ser que no es ya, respira;
Y hasta presente
suspira
Aquel que ausencia proscribe;
Que
yo acorto la distancia,
Yo eslabono las memorias,
Y hasta
eternizo las glorias
Si les presto mi fragancia.
-Conmigo,
tornó a decir
La flor que primero hablara,
Nunca
volverás la cara
A lo que ya viste huir!
-Yo
para el alma sentida
Dichas pasadas evoco,
Dichas que
valieran poco
Si yo no les diera vida!
-A
mí me buscan los sabios.
-A mí me guardan
los buenos.
-Yo borro dichas y agravios.
-Yo los guardo
de odio ajenos.
-Al que Dios da inteligencia
Aspira mi esencia en calma.
-Al que da limpia conciencia
Abrigo me da en su alma.
-Yo busco siempre al más cuerdo.
-Yo al que siente más, convido.
-Yo soy la flor
del olvido!
-Yo soy la flor del recuerdo!
Y el alma que las oyó,
De entrambas
flores prendada,
Fue a cortarlas desalada,
Y en su fondo
las guardó.
Desde entonces aquel
alma.
Siente su eterno luchar...
Cuando va la una a triunfar,
La otra le roba la calma.
Y ella va
tras el olvido,
tras el recuerdo en pos,
Pidiendo en
vano a las dos
El reposo que ha perdido.
Ante una sepultura
A la memoria de mi buena amiga D.ª M. S. de E.
Por qué cuando el espíritu
te busca
Y a ti quiere volverse el pensamiento,
Me encuentro ante
una losa funeraria
Y en medio, ¡ay! Dios, de triste cementerio?
No es mentira? No es obra de la mente
Presa de horrible, de tenaz ensueño?
Si ayer aquí,
a mi lado te veía......
Cómo hoy por todo
el mundo no te encuentro?
Pudo la muerte
tu vigor, tu espíritu,
Tu rostro venerable que aún
contemplo,
Tu virtud, tu piedad, tu fe cristiana,
Reducir
a la nada en un momento?
No, no; la muerte
aquí quedó vencida
Si ilusos vencedora la
creemos,
Que el mismo Dios, de tu virtud movido,
Te redimió
del mundo y fuiste al cielo!
Quién
como tú, la carga que la suerte
Sobre sus hombros
débiles ha puesto,
Supo llevar tranquila, resignada,
Ofreciendo a los suyos digno ejemplo;
Quien
su larga carrera por el mundo
Siguió siempre con
ánimo sereno,
Y los escollos que su pie encontraba
Logró salvar con generoso esfuerzo;
Bien
merece dejar las amarguras
De este penoso e infecundo suelo,
Y, con los pocos que perecen justos,
Junto al trono de
Dios tornar asiento!
No has muerto, no;
la vida que anhelamos,
Y en mundo más perfecto comprendemos,
Ésa es la que por dicha conquistaron
Las cristianas
virtudes de tu pecho.
Y aún tiemblas
corazón ante esa losa?
Aún al verla suspéndese
tu aliento,
Y cuando yo animoso te buscaba,
Rendido al
padecer, ¡ay! Dios, te encuentro?
No
temas; esa piedra polvo guarda;
Siemprevivas en torno suyo
vemos...
Todo junto nos dice: dentro, nada!
Fuera, la
vida siempre, el bien eterno!
Dichosa
tú que ha poco entre los vivos
Eras grosera arcilla
cual son ellos,
Y hoy como a santa, en oración cristiana,
Te hemos de hablar, si hablarte pretendemos.
Lágrimas
te da el alma: con las suyas
A volverte alcanzaran el aliento
Tus hijos, si las lágrimas pudieran
Alterar los
designios del Eterno!
Mas ¡ah! a llorar
sin fruto hemos nacido,
Y aunque envidiarte y no llorar
debieron,
Débil es la razón de los humanos,
Y cuanto sienten más, la escuchan menos!
Démoste,
pues, la vida en la memoria,
Única que nosotras
dar podemos;
Vida mejor al perder ésta hallaste:
Viva te verá siempre el pensamiento!
De
hoy más, al contemplar tu fría losa
En medio
de este triste cementerio,
Dándote una oración
y una sonrisa,
Te buscarán mis ojos en el cielo!
A Santander
Despedida
Si hay dichas que no se acaban,
Si hay bienes que son eternos,
Y alegrías que
carecen
De pesar por el reverso;
Son aquellas que tranquilas
Blandamente nos mecieron,
Dándonos gratas dulzuras,
Dándonos puros contentos.
Estos bienes no se acaban
Ni borrarlos puede el tiempo,
Que los conserva lozanos
El rocío del recuerdo!
Por él vivirán
presentes
A mi agradecido pecho
Los días que,
venturosa,
Vi deslizarse en tu seno.
Adiós, Santander,
te queda
Con tus encumbrados cerros,
Tu coronado follaje,
Tu melancólico cielo,
Tus noches de blanca luna,
Y tu mar ancho y soberbio,
Que cien naciones distintas
Arrastra a tu hermoso puerto.
Dios te guarde reclinada
Con indolente sosiego
A la sombra de los montes
Que
alzan su cresta soberbios
Coronados por los árboles
Que el cuadro forman completo
De tu hermosura, y les
sirve
De lejano fondo el cielo.
Queda en paz: y si en
la noche,
Cuando duerme el marinero,
Cuando ni se oyen
sus cantos,
Ni azota el agua su remo;
Cuando a gemir
no se atreve
Entre las hojas el viento,
Por no turbar
de tus hijos
El blando apacible sueño,
Oyes un
débil suspiro,
Escúchale, es mi recuerdo.
Es la tierna despedida
De un agradecido pecho
Que a
tu halagüeño hospedaje
Debió paz, calma
y consuelo
Dando tregua a sus pesares,
Que ¡ay! por breve
espacio huyeron.
Triste llegué a tus umbrales:
Si venturosa no vuelvo,
Se adurmieron mis tristezas
Mientras que viví en tu seno:
Por eso tu puro nombre
Pronunciará con respeto
El labio; nombre de amigo
Que llega en triste momento
Y nos ofrece amoroso
Ternura,
calma y consuelo.
Adiós, Santander, te queda
Con
tus encumbrados cerros,
Tu corona de follaje,
Tu melancólico
cielo,
Tus noches de blanca luna,
Y tu mar ancho y soberbio
Que cien naciones distintas
Arrastra a tu hermoso puerto.
No te olvides de quien triste
Vino a ti y halló
consuelo,
Que si las dichas pasadas
Viven en el pensamiento,
Si para el bien fugitivo
Dios nos otorgó el recuerdo,
Vivirán siempre en el mío
Los días
que vi en tu seno
Deslizarse, y mis pesares
Adormecidos
vivieron.
Por eso tu puro nombre
Pronunciaré con
respeto,
Y adonde quiera llevarme
De mi aciaga suerte
el viento,
Bendeciré tus montañas,
Tu melancólico
cielo,
Tus noches de blanca luna,
Y tu mar ancho y soberbio
Que cien naciones distintas
Arrastra a tu hermoso puerto!
La caída de la tarde en el campo
Al contemplar el cuadro majestoso
Que hoy ante mí se ofrece,
Mi espíritu se
eleva, se engrandece,
Y el corazón dichoso
Admira
en él al Todopoderoso.
El
céfiro que gime en la enramada,
El agua, que rugiendo
Y entre desnudas peñas descendiendo,
Forma espuma
rizada
Por la inmensa corriente arrebatada;
El bosque umbrío, el valle de verdura,
El ruiseñor que canta,
El álamo que al
cielo se levanta,
Todo alegre murmura
E infunde al alma
plácida ventura!
¡Oh!
dulzura del campo, siempre ajena
Del pesar y del dolo,
Que el bullicio del mundo guarda sólo;
Del corazón
la pena
Das al olvido con tu paz serena!
Busque el bullicio en incesante anhelo
Quien dicha en él apura;
Yo busco en el retiro
mi ventura,
Que en él extiendo el vuelo
Y de este
mundo me remonto al cielo!
Por
eso siempre, de dolor ajeno
Tu recuerdo querido,
Calma
del valle, llevaré escondido,
Y él conmoverá
el seno
De tus recuerdos y dulzuras lleno.
En el álbum de una niña
No es verdad, niña hechicera,
Que en tu edad de dulce calma,
Atormenta ya tu alma
Desconocida inquietud;
Por qué sin cesar escuchas
Que perderás la alegría,
Cuando tu niñez
un día,
De paso a tu juventud?
No
te dicen de continuo
Que sólo en los tiernos años,
No hay que llorar desengaños,
Ni nos aflige el
dolor;
Y mil pesares te auguran
En
tu bella adolescencia,
Marchitando tu inocencia,
Que
es hoy tu más bella flor?
Te engañan
pobre alma mía!
Dios, que desde el alto cielo
Cubrió de galas el suelo,
Y el sol permitió
brillar,
Y otorgó a la flor perfume,
Y a la luna su luz suave,
Y mágico acento al ave,
E inmensa grandeza al mar;
Al formar
la criatura
Le dio un corazón dichoso,
Y su perpetuo
reposo,
Conservar lo permitió:
Sólo,
niña, aquel que deja
De la virtud el camino,
Trueca
su feliz destino,
Pierde el bien que a Dios debió!
Mira esa cándida
joven,
Junto a su madre velando,
Su santa misión
llenando
Cual el ángel del deber;
Para
su madre sonríe,
Para ella dicha procura,
Y esto,
celeste ventura
Derrama en todo su ser.
Observa a ese noble anciano,
Cuyas tranquilas
miradas,
De sus acciones pasadas,
Te revelan la bondad;
Y al ver que todos le admiran,
Le respetan,
di con ellos:
«Bajo esos blancos cabellos
Reina la felicidad.»
Mira en fin, aquella
dama
Que olvidando su hermosura,
Pasa una existencia
oscura,
Sin pesares ni dolor;
Sonríe
a su hija en los brazos,
Al tierno infante en la cuna,
Y no ansía otra fortuna
que los lazos de su amor.
Comprenda desde hoy
tu alma
Que el ETERNO, en sus bondades,
La dicha a todas
edades
Nos concedió disfrutar.
Sigue
tú del bien la senda,
Y él te la dará
fecundo...
Verás no es tan malo el mundo,
Cual
te lo quieren pintar!
El calvario
Soneto
En la cima del Gólgota, enclavada
Se ve una cruz, y de ella un ser pendiente;
La majestad
de Dios muestra su frente
Y la humildad del hombre su mirada:
En torno suyo muchedumbre airada
Le insulta y befa con
furor creciente,
Apagando su voz triste y doliente,
Entre
una y otra impía carcajada.
Dobla
al cabo la faz... los ojos cierra...
Horrorizado se estremece
el suelo...
Se anubla el sol... la multitud se aterra...
Inútil afán ya! Tardío duelo!
La
muerte el Hombre-Dios sufre en la tierra,
Y nuestra Redención
baja del cielo!
Una flor sobre un sepulcro
A la memoria de mi querida amiga C de M.
Escondida sepultura
Por cristiana cruz guardada,
Que hoy miro con amargura
Cárcel de quien su ventura
Tuvo en la ajena cifrada.
No extrañes
si a ti al llegar
Mi débil planta vacila...
Memorias
vas a guardar
Que con ánima tranquila
Nunca podré
recordar.
Trémula
a ti llegaré,
Por sólo un momento verte
Dichosa me juzgaré,
Y después con alma fuerte
Eterno adiós te daré.
Vengo a dejarte, una flor
Nacida en
mi pensamiento,
De mi cariño al calor,
Que debió
riego y sustento
Al llanto de mi dolor!
Flor ¡ay! del alma arrancada,
Que entre
ventura nacida,
Debe caer deshojada
Sobre esta tumba
ignorada
De una ventura perdida!
Quédate
por siempre aquí,
Flor del pensamiento mío,
Y mis pensamientos di;
Que decirlos no confío
Que me deje el llanto a mí.
Emblema de mi dolor
Y a la par de mi
ternura;
Ven a sellar, pobre flor,
Una memoria de amor
Que acaba en la sepultura!
Todas
las flores que el viento
Mueve sobre las demás,
Vivirán solo un momento...
Tú, flor de
mi pensamiento,
Siempre, siempre vivirás;
Diciendo a la que obtener
Supo en vida
mi querer,
Que aún la amo tras de esa cruz,
Ya
que nos dejó por ser
Junto a Dios ángel de
luz!
Dos hermanos
De un templo en flotantes nubes
El incienso se elevaba,
Y puras preces llevaba
De los
fieles a su Dios:
Y de una fragua cercana
Blanco humo
también salía,
Y en los aires, parecía
Que se mezclaban los dos.
«Profano,
el primero exclama,
Santa es la misión que llevo,
No te acerques, yo me elevo
Hasta el trono del Señor.»
Entonces, cual si bajara
Dulce voz del firmamento,
Se oyó evangélico acento
Que murmuró
con amor:
«Uníos cariñosos los que subís
al cielo,
Tú, fruto del trabajo y tú de la
oración:
Ambos paz y ventura derramáis en
el suelo,
Y ante Dios son hermanos los que en virtud lo
son.»