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Epístola de Manuel Ponce al Conde de Villamediana en defensa del léxico culterano

Juan Manuel Rozas

Antonio Quilis (coaut.)





Con la décima Cristales el Po desata y el soneto En vez de las Helíades, ahora1 saludó don Luis de Góngora la aparición del Faetón villamediano. Como Chacón fecha ambas composiciones en 16172, podemos afirmar que fue en este año cuando el conde dio a conocer su poema. En un tono menor, y a semejanza don el Polifemo y las Soledades, la obra de Villamediana debió levantar también su pequeña polvareda de jáureguis. Como único testimonio de estas supuestas censuras, publicamos aquí esta carta, que creemos inédita, en la que Manuel Ponce difiende el Faetón contra los que censuraban en él «el ornato de la boçes estrangeras, latinas y toscanas». Pero la epístola, aunque toma como punto de partida las censuras al poema, es, en realidad, una defensa más del culteranismo. Como tal, la podemos situar al lado de las defensas gongorinas, ya conocidas, del abad de Rute, de Vázquez Siruela, de Amaya, etcétera.

La carta se encuentra manuscrita en la Biblioteca Nacional de Madrid con la signatura 18.72234 (sig. ant. Cc-84). Son cuatro folios escritos por ambos lados, en los que el texto ocupa exactamente la mitad derecha de cada uno, ya que en la parte izquierda, a manera de un gran margen, se ha dejado espacio para las anotaciones. Debió estar encuadernada, o al menos unida, en algún tiempo, a otro conjunto de manuscritos, pues su foliación va del 365 al 368. Su tamaño es de 305 x 210 mm. No tiene fecha, pero es natural que se redactase a raíz de la aparición del Faetón, en 1617, y, desde luego, es anterior al 21 de agosto de 1622, en que fue asesinado Villamediana. Se trata de una copia de la época, de las muchas que el conde y sus amigos mandarían hacer para que corriesen por los medios literarios madrileños. Está reseñada en el fichero de manuscritos de dicha biblioteca entre las papeletas de Villamediana, y no junto a la única que existe de Manuel Ponce. No conocemos que se mencione en ningún catálogo, ni que haya sido citada en torno a Góngora, Villamediana o Ponce.

La carta presenta un doble problema en cuanto a atribución: de autor y de destinatario. Aunque el nombre de Villamediana no se mencione expresamente en esta copia, que la epístola va dirigida a él es indudable: en primer lugar, porque entre los autores que escriben poemas en torno al mito de Faetón en este período (Villamediana, Soto de Rojas, retrasándonos mucho, Aldana)3 sólo el conde podía tener tratamiento de señoría, y sólo de él podía decir el autor: «Mas en causa que toca a V. S.ª, y por tantas raçones justa, ninguno abrá que se aliente a no seguirle y haçer bando separado, que el fructo de tener V. S.ª grangeados los ánimos de todos con la generosidad, ienio (?) y capacidad de su diuino yngenio, será rendir los entendimientos nobles a su opinión, que es la línea suprema a que llega el ser amado vn príncipe»4. Por si esto fuera poco, entre las notas a la epístola, al hablar del hipérbaton en los versos, se cita uno del Faetón de Villamediana: «De los que Alcides álamos venera»5 .

Algo más dudosa nos pareció la atribución de la carta. El único encabezamiento que trae es: «A Manuel Ponce S. P. D.». Con esta frase se debería pensar que fue dirigida a Manuel Ponce, pero está claro -lo acabamos de explicar- que su destinatario era Villamediana. Puestas así las la cosas, el nombre de Ponce sería aquí un enigma a no ser por las observaciones caligráficas: la A inicial que subrayamos es de una mano de la misma época, pero distinta a la del resto del manuscrito, mayor tamaño y diferente tinta, mucho peor conservada. Creemos que se trata de una letra añadida por despiste del curioso que en la época coleccionó el escrito. De acuerdo con estas atribuciones, no hemos tenido inconveniente en titular nuestro trabajo: «Epístola de Manuel Ponce al conde de Villamediana en defensa del léxico culterano».

Pocas noticias tenemos de Manuel Ponce6. Nació en Madrid en 1581, ignorándose la fecha de su muerte. Al parecer, pasó la mayor parte de su vida en la Corte, donde tomó parte activa en las polémicas literarias de su tiempo. Militó en las filas de los preceptistas aristotélicos que atacaron a Lope de Vega, aunque no debió indisponerse por completo con el Fénix, ya que éste lo incluye entre los escritores elogiados en el Jardín de Lope de Vega. Precisamente, el elogio que en la presente epístola hace Ponce de Lope puede ser una prueba más de que, al menos hasta esta fecha, 1617, no habían llegado a enfrentarse de una manera irreconciliable. ¡Pero mucho cuidado con los elogios del Siglo de Oro! Es éste, en efecto, sin negar una cierta dosis de sinceridad en él, un elogio obligado, dialéctico: si quería defender al cultismo de la escuela gongorina7 diciendo que Lope también lo usaba, tenía que elogiar al Fénix. El razonamiento es éste: si Lope de Vega, tan fecundo y tan ingenisoso, al que no falta nunca la palabra castiza, introduce voces nuevas, está demostrado que el cultismo tiene su razón de ser en el idioma y no es sólo un capricho pedante de los gongorinos. Lope era la mejor, la definitiva pancarta que Ponce podía esgrimir: por ser enemigo personal y literario de Góngora, por ser de los que alardeaban de no teñidos, por ser, para la mayoría, el escritor y el hombre que encarnaba lo español y por ser, por último, sus obras buenas como de Lope. Ponce eludía, y estamos seguros que conscientemente, el verdadero problema; no se trataba del cultismo, sino de la cantidad de cultismos.

La obra de Ponce esta constituida por una serie de breves trabajos, en su mayoría ocasionales. Creemos de interés, al publicar esta carta inédita, redactar aquí el breve catálogo de sus obras:

I.- ¿1617? La presente epístola.
2.- 1621ORACIÓN FVNEBRE A LA / muerte de don Rodrigo Calderón, que / fue degollado en la plaça Mayor de Ma- / drid, Iueues 21. de Octubre, / de 1621. / Por / Manuel Ponce.
320 x 215 mm. I h. s. n. Hemos visto un ejemplar en la Biblioteca de la Academia de la Historia, encuadernado con otros manuscritos e impresos, en un tomo de Papeles Varios (sign. 9-3647). La Oración lleva como número de orden dentro de este conjunto el 408.
En el Ms. 290 de la Biblioteca Nacional de Madrid, Papeles de diferentes Materias Políticas y de buen Gobierno, sacadas de la Real Librería de la Octaua Marauilla de San Lorenzo de el Escorial, fols. 22 v. a 27 r., se copia con letra de finales del siglo XVII esta obra9. De este Ms. la tomó D. Antonio Valladares de Sotomayor para su Semanario erudito (T. I, págs. 273-8, Madrid, Imprenta Alfonso López, 1787).
3.- 1622RELACION DE LAS / FIESTAS, QVE SE HAN / hecho en esta Corte, a la Canonizacio(n) / de cinco Santos: copiada de vna / carta que escriuió Manuel / Ponce en 28. de Iunio. 622. Colofón: CON LICENCIA, / En Madrid. Por la viuda de Alonso / Martin. / Vendese mas arriba de la Victoria, en casa / de Iuan Pérez librero.
Sin portada. 198 x 140 mm. I h. + II fols. ns. + 2 hs. El ejemplar que hemos visto está encuadernado con otros impresos y manuscritos entre los de la Biblioteca Nacional con la sign. 2353 (Sucesos del año de 1622)10.
Se reimprimió sin estudio alguno por C. B. Mendiola en Revue Hispanique, XLVI, 1919, págs. 583-606.
4.-«Una Aurora esplendor de siete Auroras» (son.). Editado por Lope de Vega. (En su Relación de las Fiestas que la Insigne Villa de Madrid hizo en la Canonización de su Bienaventurado Hijo y Patrón, San Isidro..., Madrid, 1622, fol. 92 v.)11.

Quevedo cita, además, en su Perinola12, otras tres obras, al parecer perdidas, y que por su título parece que serían más interesantes que las conservadas: Cristal de la Lengua Castellana, Discurso del Genio y Comentos de algunos lugares de Virgilio. Por el Expostulatio Spongiae sabemos que Ponce escribió también contra el discurso sobre el antiguo uso de los cálculos de González Salas13.

La teoría que desarrolla Ponce en esta epístola se puede concretar en lo siguiente: es perfectamente permisible la introducción de neologismos. Para ello enarbola la tradición de los retóricos antiguos (Aristóteles, Cicerón, Quintiliano, Aulo Gelio, etc.); trae ejemplos de neologismos en las obras de los clásicos latinos (Lucrecio, Virgilio, Ovidio, Horacio, etcétera); ejemplos de nuestros poetas en romance castellano ya consagrados (Mena, Boscán, Garcilaso); por fin, señala cómo el mismo Lope de Vega, «no obligado de esterilidad de estilo, ni falta de natural en sus beruos», introduce palabras nuevas en sus obras.

En realidad, esta introducción de léxico nuevo la permitía, si bien con paliativos un tanto dialécticos, incluso Jáuregui, el más intolerante de los censores de la poesía culterana: «Aunque es verdad -comenta en su Antídoto contra las Soledades14- que al poeta heroico es lícito usar voces nuevas y extranjeras, según el arte de Aristóteles, el de Horacio y otros, juntamente es precepto suyo que en esto haya gran tiento y moderación». En este mismo punto hicieron también hincapié los muchos defensores del gongorismo.

Así, pues, la doctrina que aquí nos presenta Manuel Ponce no es novedosa; sin embargo, queremos poner de relieve tres puntos suyos que, de una manera muy inteligente, le acercan al modo actual de ver el neologismo: a) Todas las lenguas poseen, en mayor o menor número, vocablos tomados de otra: «griegos en la latinidad, latinos en el francés, toscano y rromançe; y en todos, no sólo destas lenguas, sino aráuigos, báruaros, hebreos y de otras mill naçiones». b) «Quisiera traer aquí -comenta Ponce- una copia de los hombres y veruos questán receuidos en el huso de todos los idiomas y están naturaliçados en ellos», es decir, que se podría hacer una lista de las palabras nuevas o de los cultismos que entran en una lengua para convencer a los impugnadores de la escuela gongorina en este aspecto. Este punto de vista está cerca de la crítica moderna de Dámaso Alonso al estudiar el cultismo gongorino. c) Y hay que tener en cuenta, según Ponce, glosando a Quintiliano y con mayor fuerza y precisión que el latino, que la adopción de vocablos nuevos no la hace el escritor o el poeta por un mero recurso retórico o por un motivo de elegancia, sino que se ven obligados a introducirlas y adoptarlas, porque «los hombres doctos allan por combenientes para significar mejor o con más decençia sus conceptos... Y la necesidad de términos o boçes significativas a introducido el huso de las estrangeras y las figuras y tropos de la rectórica, que muchos son más para suplir la neçesidad que para exornar la oración».

En cuanto al estilo de Ponce, si bien no es nuestro objeto en este trabajo -no podía serlo dada la brevedad de la epístola y su carácter doctrinal- conviene destacar que, una vez pasado el principio de la carta, verdaderamente enfadoso por dos o tres inacabables citas latinas, citas que en algún caso ni siquiera son de primera mano y limitan con un tipo de plagio frecuente en nuestro Siglo de Oro (v. nota 27), y salvando los posibles errores de la copia, Ponce tiene un castellano bastante preciso y elocuente que se va afianzando a lo largo del texto, y es mucho mejor cuanto más personales son sus opiniones. Tiene también el valor de su forma, en epístola, género tan poco cultivado en nuestro idioma.

Terminaremos exponiendo el criterio seguido en la edición de la epístola. Hemos puntuado, acentuado y usado de las mayúsculas tal como es norma hoy. Hemos corregido el estragadísimo latín de las citas, las erratas evidentes de la copia (ausencia de cédulas ante a, o, u; «pagana» por «página», «atondad» por «autoridad»- en otra ocasión lo escribe bien-, etc.); y hemos unificado el empleo de u y v en los pocos casos en qué el copista ló varía; cualquiera otra corrección se indica en nota. Deshacemos las abreviaturas, salvo en las citas de nombres y obras que el manuscrito trae al margen. Por fin, respetamos lo destacado por Ponce, de tal manera que lo subrayado es siempre suyo, de no advertirlo en nota.



Manuel Ponçe S. P. D.15.

Vir insipiens non cognoscet,

Et stultus non intelliget haec.


(Ps. 91).                


Si los juicios de los hombres se guiaran por el nibel de la verdad, y ella reinase sobre las pasiones, siendo como es vna, serían vnánimes las sentencias y no estarían pendientes de la defensa el crédito y opinión de las cosas, que siendo dignas de admira(ci)ón y alabança, aun no alcançan por premio ser defendidas. De no seguirse esta ley, nace desconfianza en los yngenios superiores que temen el rriesgo de ser desestimados justamente, y osadía en los más ynfferiores que sin conocer su peligro alientan a mereçer el lugar primero hallando que se niega a los que priuan de él, no sus deméritos, sino la emulación y calumnia de los que, biéndose exçedidos soliçitan quedar yguales a los maiores, si no en la verdad de la sufiçiençia, en la aparienc(i)a de la opinión.

Los que han yncurrido en este jénero de herror maliçioso, viendo el Phaetón escrito por V. S.ª, con pluma a cuyas líneas no a igualado alguna de España, aunque en ella aya abido tantas que exceden a lo estimable de la antigûedad, diçen que es defecto en la locuçión el ornato de las boçes estrangeras, latinas y toscanas, que ban insertas en algunas ynstançias deste escrito, porque siendo en nuestro idioma desdiçen de su dulçura, opugnan su inteligencia y oscureçen su claridad. Vien deseaba yo, y abía suplicado a V. Sª., se escusasse, quitándolas, de satisfaçer a tantos en esta parte, pues igualmente le admiran en las demás quantos le entienden. Mas estudiando las raçones en que fundan el reprobarlas y las que tubo V. Sª. para escriuirlas, hallé que Arist(óteles)16 da no sólo licencia, sino precectos en que ordena se husen en la poessia, para su deuido hornato, la variedad de las lenguas, las (fol. 1 v.) traslaciones y demás figuras que tiene mis latamente por suyas el poeta que el orador:

«Quantum vero concinnitas in carmine polleat, vel ex eo consideretur quo loco nominum ad mensuram in oratione comparatorum a varietate linguarum, translactionum ceterorum quae generis huius modi; siquis proprias appelationes possuerit veram nos attulisse rationem infidias non haberit id quod Aeschili atque Euripidis in eodem faciendo iambo pariter versantium exemplo apparet, nam cum hic unum dumtax ad nomen lingua non trita loco propio in mutavixit tam pulcher apparuit quam ille objectus est visus etenim in Philoctete Aeschilus sic locutus est:

Phagedaena quae mei carnes exedit pedis.

Ipse vero Euripides loco escedit, «epulatur» appossuit ad haec, nunc autem paruus me existens turpis ineptus: Verui gratia: siquis afferens magis propria id ineptus in mutatuerit hoc pacto debitis informis me existens exiguis; quae itemque indignum currum et exiguas dapes dicat quae currum prauum et paruas dapes: rursus quae pro leones vici ferantur leones clamant. Ariphrades praeterea carpebat tragoedos perinde ac in tragoedis suis hic vterentur quae in comuni sermone diceret nemo: ut domibus ab pro ab domibus: et Achille de pro de Achille ceteraque huius modi; prorsus ignorans quod haec omnia dum propiam vitant plebeiam interdum dictionem effugiunt».17


¿Qué dirán contra Aristó(tele)s los que no quieren que se escriua: Cadenas la concordia ergarza rosas, cuantos saluda rayos el bengala18, sino quantos rayos saluda el bengala19 (fol. 2r), donde la preposición de vn berbo hiço elegante y sonoro el verso que de otra suerte sería lánguido y humilde? Mas no les20 faltará que decir contra todo y contra todos, sin mirar estos preceptos en que se fundaron los que doctamente los hauían de juzgar.

La misma sentencia de Aristóteles, más distinta y declarada, sigue. Tulio21, cuias palabras podrán satisfaçer los escrúpulos maiores, dando la permi(si)ón que niegan a la introducción22 de los beruos nuebos en nuestro bulgar:

Tria sunt igitur in uerbo simplici, quae orator adferat ad illustrandam atque exornandam orationem, aui inusitatum uerbum aut nouatum aut tralatum. Inusitata sunt prisca fere ac uetusitate ab vsu cotidiani sermoni iam diu intermissa, quae sunt poetarum licentiae liberiora quam nostrae; sed tamen raro habet etiam in oratione poeticum aliquod uerbum dignitatem. Neque enim illud fugerim dicere, ut Coelius: «Qua tempestate Poenus in Italiam uenit», nec «prolem» aut «subolem» aut «effari» aut «nuncupari», aut, ut tu soles, Catule, «non rebar» aut «opinabar», aut alia multa, quibus loco positis grandior atque autiquior oratio saepe uideri solet.

Nouantur autem uerba, quae ab eo qui dicit ipso gignuntur ac fiunt, uel coniungendis uerbis, ut haec:


Tum pauor sapientiam omnem mi exanimato expectorat.
Num non uis huius me netsutfloquas malitías...

uidetis enim et «uersutiloquas» et «expectorat» ex coniunctione facta esse uerba non nata; sed saepe uel sine coniunctione uerba nouantur, ut ille «senius desertus», ut «di genitales», ut «bacarum ubertate incuruescere».


(Fol. 2v.) Con exemplos y oraçiones enseña este gran orador lo que debemos husar y repreender. Sus discursos sobre este asumpto son tan dilatados que pudiera copiar libros enteros en fauor de V. Sª., mas procuro çeñirme, escusando la sospecha de obstentaçión que suele seguir a los escriptos más bien estudiados. En el mismo, de el perfecto orador, amonesta que el que quisiere serlo huse las figuras y modos combenientes para illustrar la oraçión, sin23 dilatarse a los atrebemientos poéticos donde todo es permitido, ut supra diximus: «Legenda sunt possisimum bene sonantia sed ea non utpote exquisita ad sonum sed sumpta de medio». Antecede a ésto la distinc(i)ón que haçe diciendo que de las boçes es juez la prudençia y de el armonía el oído, donde discurre admirablemente, más no puedo decirlo todo; béanlo en él los que quisieren desengañarse. Quien carece del conocimiento de los preçeptos de Hora(ci)o y niega a los que escriuen la facultad de ennobleçer sus idiomas, baliéndose con prudençia de los que son superiores, o para más luçido ornato de su estilo o para más preçissa declaraçión de sus conçeptos, bean, pues, las reglas que nos dejó para esto si las an de obedeçer: «escribirás con excelente modo fuera del estilo de el bulgo, con vna compostura o vnión de boçes hecha con yngenio y prudençia; si por suerte es necesario, con indicios o palabras nueuas, significar el oculto concepto, fingiendo boces nunca oydas de los doctos, que aquí se entienden por Cethego se dará esta licençia, siendo husadas prudentem(en)te»24. Y las nuebas no husadas antes, tendrán la autoridad (fol. 3r.) deuida si deçendieren de la fuente griega, que entre nosotros se debe esto entender de la latina, porque en el pueblo romano, ¡qué cosas permitió a los poetas antiguos que se les niegue ahora a los modernos!; si debe ser mal ymbidiado el que puede adquerir algun ornato a su lengua, puesto que los pasados procuraron con sus escritos enrriqueçer las suyas y criar boces nuebas, lo qual, si entonces fue líçito, lo es también ahora y lo será siempre a los benideros, el ymbentar boçes nuebas.

Sería largo progreso traer las autoridades y exenplos que escrinen sobre estas palabras al Horaçio sus espositores, y assí, remito a ellos lo que no puedo añadir. Hagan estudios los que reprehenden esta nueua yntroductión de boçes en los poetas antiguos y bean las que yntrodujeron ellos en sus tiempos, para quedar desengañados deste herror. Lucreçio dijo: «daedala tellus» et «reboant», que son boces nuebas:

Nec cithara reboant laquéate aurataque tecta.


Llama a Bulcano Mulçiber, dondice25:

Heu Mulçiber

Arma ignabo es inuicta fabricatus manu.


Obidio y Virgilio le llamaron de la misma suerte26; y Enio, en lugar de «amargo», puso «triste»:

Neque triste quaritat sinapi,

Neque cepe...27


Cicerón nos muestra claro que loa boçes hacen nuebas en vna epístola a Bruto: «Eum amorem et eum ut hoc verbo vtar favorem in consilium advoco», donde se be que en su tiempo fabor hera palabra nueba y las boçes griegas que están yntroducidas en la latinidad (fol. 3v.) son casi infinitas, y no sólo las boçes, sino los modos de deçir, como bemos en los poetas latinos, que a cada paso ponen los ymfinitibos por los xerundios, como los griegos, que carecen dellos. ¡Qué religión nos obliga a no exceder escriuiendo los términos de nuestra ydioma, si todos los autores se salieron del suyo, o por adquerir nuebo ornato, o por necesidad de esplicar con estrangeras boçes sus conceptos con más decen(ci)a! ¡Qué boçes no husaron Dante y Petrarchia, incognitas a tu lengua! ¡Qué latinismos i nouedades no escriuió Sanaçaro! Béanse en ellos; y si el Taso nos dejó el mismo exemplo y quiso también balerse de ajenas lenguas, ¿por qué habemos de pribarnos28 a su ymitación? Tenemos a nuestros españoles llenos de boces forasteras, como escriuió ynfinitas Joan de Mena, Garcilaso y Boscán. Donde tubieron necesidad yntrodujeron gran número de boçes: glebas, blasmar, bullada, fontana, almo, inerte, corrusca y nobelo; a cada página suya se hallarán beruos latinos y toscanos. Y nuestro Lope de Vega, cuyo diuino natural y ingenio puede aprobar más duras yntroduciones, a vsado muchas beçes la imitación latina y toscana29; en esta parte, se hallarán sus obras, no obligado de estirilidad de estilo ni falta de natural en sus beruos, sino porque se halla justo engrandeçer su idioma con lo ilustre de los más nobles.

A(ulo) Gelio haçe vn capítulo de veruos nuebos, que refiere yntroduçidos por Laberio y después de la (fol. 4r.) yntrodución prosigue: «Nam et mendicimonium dicit et maechimonium et adulteriorem adulteritatemque pro adulterio, et depudicavit pro estupravit, et abluvium pro diluvio, et..., manuatus est pro furatus est, et alia multa»30. Todo capítulo es de semejantes31 veruos, y aunque juzga por larga licencia la que tomó el ymbentor, por ser tantos y tan remotos, confiessa que muchos quedaron yntroduci(dos) a la posteridad. Quisiera traer aquí vna copia de los nombres y veruos questán receuidos en el huso de todos los idiomas y están naturaliçados en ellos: griegos en la latinidad, latinos en françés, toscano y rromançe; y en todos no sólo destas lenguas, sino aráuigos, hebreos y de otras mill naçiones. Y preguntar si la introdución dellos fue nueua alguna bez y tubo quien la diese principios, porque quieren ynposibilitarnos de que ahora bamos aumentando y enrriqueçiendo nuestra lengua del mismo modo que lo hiçieron nuestros pasados con las boçes que la enobleçen, y que los hombres doctos allan por combenientes para significar mejor o con más decençia sus conceptos32, y que no sólo esta causa puede disculparlos, mas digna de alabança, el que nos muestra camino para explicarnos en ocasiones, que, sin su guía, después de mucho estudio, saldrían mal dellas. Y la necesidad de términos o boçes significatibas a introducido el huso de las estrangeras y las figuras y tropos de la rectórica, que muchos son más para suplir la neçesidad que para exornar la oración, aunque hauiendo tenido este prinçipio toda su benya de ornato: «Eam necessitas genuit coacta et angustis post autem delictatio iucunditas quae celebrauit»33. Y si los versos34 careciesen dellas, faltarían en vna de las partes que los hacen más nobles, realçados y elegantes, que lo común y husado de todos ningún eco (?) (fol. 4v.) ni admiración causa a los que oyen, antes ocasiona poca atcn(ci)ón y desprecio forçoso. Esto mouió a los antiguos a que husasen veruos nueuos ouiando el riesgo de aparecer humildes y comunes sus escritos. Liuio dixo: «subolescere»35; Hora(ci)o, «inuenescere»36; Virgilio, «lactescere»37, et «ignoscere»38; Fitunio, Enio y otros ynbentaron ynfinidad de veruos nueuos que sería largo discurso y trabajo referirlo. Mas si exenplos y autoridades39 mueuen los ánimos i aprueuan las yntroduciones, bastan las que emos referido; y para más comprobaçión vean Arist(óteles) en su Poética y Retórica, L. 3 en los cap. 2 y 7, a Çipriano, L. 3. C. 8, de su Rectórica, los comentos de Horacio sobre el Arte poética, A(ulo) Gelio el lugar citado, Pedro Victorio y Biçençio Madro sobre la Poética de Arist(óteles), y la ecphrasis del doctísimo Sánchez Brocense sobre las de Oraçio, que creo quedarán satisfechos, y conoçerán quan licito y permitido es lo que V. S.ª y los demás que le imitan yntroducen en sus obras; y bálganos también lo que dice el gran orador: «Nam poetas metri nussitas excusat»40.

Así impugnan a V. S.ª los çensores en nombre de la plebe romana en su romançe; así aprueuan a V. S.ª los cónsules en nombre de la nobleça latina y eloquençia toscana. Bençan los mejores votos y repruébelos el Çésar que se hallare superior a ellos y dignos de hacerles competençia. Mas en causa que toca a V. S.ª y por tantas raçones justa, ninguno abrá que se aliente a no seguirle y haçer bando separado, que el fructo de tener V. S.ª grangeados los ánimos de todos con la generosidad, ienio (?) y capacidad de su diuino ynjenio, será rendir los entendimientos nobles a su opinión, que es la línea suprema a que llega el ser amado vn principe.





 
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