Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


ArribaAbajo

Epistolario de Luisa de Carvajal y Mendoza


Luisa de Carvajal y Mendoza






ArribaAbajo

- 1 -

A doña Isabel de Velasco, marquesa de Caracena, en Valencia


Madrid, 15 de setiembre de 1598.

1. Perdida tenía la esperanza de que vuestra señoría se había de querer acordar de escribirme; y estoy tan poco mortificada, que me holgué en extremo de tomar en la mano carta de vuestra señoría; que, verdaderamente, les tengo ley grande, aunque no ha querido nuestro Señor que, hasta ahora, pueda servir a vuestras señorías en nada, ni que yo luzca en este mundo, con lo cual pudiera ser de más provecho temporal y de más gusto. Pero estímolo, por ser el de nuestro Señor cuya voluntad y cuyas trazas se deben adorar y amar con todo el corazón; y vuestra señoría, sus trabajos, pues primero que lleguen a vuestra señoría se han registrado ante los ojos de tan soberana y dulcísima prenda como es la de Dios. Él sea bendito para siempre, que ha ido mejorando los tiempos, como de Él lo he esperado.

2. Y respondiendo a lo que vuestra señoría dice en la suya, de que muestro sentimiento en el papel de doña Juana, y que, por eso, me escribe vuestra señoría; digo, Señora, que de ninguna manera yo le puedo tener, por dos razones.

Y la primera es, porque estoy tan contenta con sola la memoria de que Dios es mi Dios y de que sus ojos se pongan sobre mí, aunque indignísima esclava suya, que esto me hace olvidar todo lo demás con gran fuerza.

La segunda razón es, porque yo amo a vuestra señoría mucho, y su olvido de vuestra señoría no puede enturbiar mi pecho, porque sé que, en cualquiera cosa que haga conmigo, hace demasiado, porque mi merecimiento es poco, aunque la voluntad sea grande; y conténtome con que espero que, en el cielo, tendremos verdadera y dulce correspondencia; que, acá, débeme de convenir a mí ser olvidada de los que amo y tengo por mis señores. Y no es la peor suerte, sino tan buena, que no la merezco yo; porque fue la de Cristo, a quien sumamente deseo, y al cual entrañablemente encomiendo a vuestras señorías y a sus hijos siempre. Él, por su bondad, los saque y libre de todo mal y de todos los peligros que se les pueden ofrecer.

3. Antonio de Contreras me ha visto hoy, con quien he holgado mucho, por saber nuevas de esa casa más particulares. Está tan agradecido de la merced que el señor don Luis le ha hecho, que parece querría no ser un hombre solo sino muchos, para servir a vuestras señorías con las fuerzas de todos ellos. Hablóme en el retrato. Yo le dije que le daría a vuestra señoría por trescientos y cincuenta reales, que son diez ducados menos de su precio. Vuestra señoría mire lo que es servida de dar, y mándele que sea luego y que venga por el retrato. Yo sé se holgará vuestra señoría más con él que con los que tiene, porque mirado bien y a luz, es bonísimo; y a mí me hará limosna, porque el pleito no ha salido y me hace gasto grande; y mis males que me tienen muy oprimida, le aumentan algún tanto. Demás desto yo deseo no tener en casa nada, aunque sea el retrato de mi tío, porque todo me embaraza; y conténtome con tenerle en el corazón, confiando de él, de lo que le debí, que me es gran intercesor, como creo lo ha sido hasta ahora; que, como deseó el bien de mi alma con tantas veras y me encaminó a él haciendo cuanto en esto pudo por mí, he sentido su ayuda, y ayuda de persona que la puede hacer en cosas tan soberanas e importantes.

4. Y en lo que toca a su casa, como los celestiales tienen diferentes deseos y diferente gusto que cuando estaban acá en nuestros destierros, no pone él los ojos en sus acrecentamientos temporales y en sus sucesiones; que debe convenir más lo que sucede que lo que pudiéramos desear; y basta que sea voluntad de Dios para que se reverencie, ame y estime, como he dicho. Y esto puede conmigo tanto, que no creo bastará otra cosa a quitarme el sentimiento por lo que debo, a los muertos, o por mejor decir, a los que viven y vivirán para siempre. Y las cosas de sujetos de la tierra son tales y tan desiguales, que le puedo juntamente dar a vuestra señoría la enhorabuena de un sobrino que me dicen le ha nacido a vuestra señoría, de su hermana, que acaso lo acerté a oír hoy en la iglesia; que esas señoras no gastan tan mal su tiempo como en verme ni por un solo momento; y, como mi profesión y traje y compañía no es para visitas ni andar atravesando por pajes y corredores y gente seglar, estoyme en casa, con deseos de servillas y ecomendándolas a nuestro Señor; que ya yo no me siento asida de otra obligación que de contentalle a Él; y en razón de esto, haré cualquier cosa liberalmente; y sin esto, ninguna.

5. De don Alonso nunca pregunto, ni se me ha dado nada de su casamiento, ni me acuerdo deso. Estotro ha venido aquí, y está bien sin ayuda; y el que no me parece a mí es el menos flojo del mundo; parece que tiene mucha salud, que no la solía tener; y entiendo que también le ha hecho Dios merced de quitalle su mal antiguo. En lo del alma le ayude nuestro Señor como puede; y quien lo hiciese en esto que pretende, haría harta caridad, porque con eso, asegurara su conciencia; y no parece hombre de vicios ni pecados, que solamente le debió de echar de la Religión el ser flojo y no llamado para ella.

6. El Rey murió ayer. Hartas novedades habrá con el nuevo. Dios le dé su gracia para bien de su Iglesia, y para que no dé con todo al traste; que son los tiempos peligrosos, y él muy mozo. Su padre de vuestra señoría fuera harto bueno para esas ocasiones, si le supiera estimar el Rey más que su Padre; pero ninguno lo debió de merecer.

7. Mi pleito está para acabar, y no sabría decir a vuestra señoría que suceso tendrá; porque, aunque la justicia es harta, está solo y sin amparo. Lo demás se está así, porque murieron dos personajes de importancia, y otro se fue enfermo de aquí. Y así, yo me he retirado, hasta ver en qué para; que no he querido quebrar un punto de lo que estaba puesto, ni quebraré; porque, aunque no sea en lo más esencial, no me inclino de ningún modo a hacer cosa que lleve diferencia en nada de lo que yo, traté y quise siempre. Y aun en esto mismo, no he querido apretar, por dejar hacer a Dios su voluntad en mí, sin mezcla de la mía; que Él lo hará, si quisiere, por los medios que más fuere servido; y si no, yo no puedo gustar dello ni de otra ninguna cosa que no sea muy hecha por su mano. Y espero que no me ha olvidado, aunque soy tan ruin; y que hace de mí lo que Él quiere, y lo hará hasta el fin, por sola su bondad; y sólo debe ser mi estudio en que no haya en mí otro querer, y que Él haga y deshaga a su voluntad en todas mis cosas; que, de que me hace este favor y misericordia, no es poco indicio el llevarme por caminos tan deslucidos para los ojos del mundo, y estallo tanto como lo estoy en todo lo temporal; que, si esto cayera en otra alma que no fuera la mía, de diferente provecho fuera para la mayor gloria de Dios acerca de nosotros; que a Él nada se le puede aumentar ni disminuir en sí de la suya.

8. Mi confesor, después que se fue el padre Sigüenza, que ha cerca de dos años, ha sido el padre Pedrosa, que es un ángel, y de los más perfectos que he visto, y más a propósito para mí.

9. Las que están conmigo son Inés y María, las que vuestra señoría vio; y otra que se llama Isabel, hermana de María y de su edad; que estas dos sirven la casa, porque yo no estoy para servir de nada.

10. La Compañía no me allega más que suele, ni yo conozco a este Rector, que es el padre Porres; ni ellos ni otro me visitan, ni nadie se acuerda de nosotras, santos ni no santos; que es cosa que yo no la puedo decir sin notable alegría y consuelo de mi alma.

11. Con esto he respondido a todo lo que vuestra señoría es servida de preguntarme en la suya, y aun más. Los borrones y mala letra me perdone; que he escrito de prisa, demás de ser lo que más me fatiga en mis males.

12. Al señor don Luis beso las manos mil veces; y que sabe Nuestro Señor cuánto contento me es oír las nuevas que de su cristiandad y prudencia oigo; que para mí no es nuevo saber que se las dio nuestro Señor. Su Majestad Divina le aumente cada día más en su gracia y amor, para que todas sus obras le sean agradables; y a sus hijos de vuestra señoría los haga como yo deseo, y los guarde, juntamente con sus padres, muy largos años. Amén.

De Madrid, a 15 de setiembre de 98. -Luisa de Carvajal.

De otra mano:

Esta carta se escribió a doña Isabel de Velasco y Mendoza, señora de Pinto y Caracena.




ArribaAbajo

- 2 -

A Magdalena de San Jerónimo


Madrid, 16 de marzo de 1600

1. No sé si ha llegado a sus manos de vuestra merced una que le escribí estos días atrás, que fue con las del padre Pedrosa; porque él ya creo tuvo respuesta de vuestra merced; y yo, sin aguardarla, he querido volver a escribir a vuestra merced, por conquistar con importunidad la tibieza que en esta materia ha mostrado con sus amigas y servidoras, después que se nos fue a Flandes. Holgaría de saber si ha topado vuestra merced algún anillo por allá, como aquel que dice Josefo, De antiquitate, que dio Moisés a su primera mujer Tarbis, reina de Etiopía, para que le olvidase, con el cual jamas se pudiese acordar dél, porque le convino dejarla y volverse a Egipto. Si vuestra merced gustare que yo haga esto algunas veces, avísemelo y juntamento en qué podré servirla; que lo haré con demostración de mucha voluntad y amor.

2. Lo que de acá hay que decir es que están buenas todas sus conocidas de vuestra merced; y yo, con diferentísima salud que vuestra merced vio, gracias a Dios, y esperando por momentos el fin de mi pleito; que hasta ahora no han querido estos señores presidentes sacarme de ese trabajo; pero ya forzosamente habrá de ser con brevedad, con lo cual quedaré bien desocupada y entonces podrá vuestra merced convidarme a que le vaya a hacer compañía, como lo hacía a la partida cuando se fue.

Y yo le prometo que no estoy tan lejos de eso, que no podrá ser que me vea allá algún día; que en punto se están las cosas, que poca persuasión bastaría.

3. Dígale vuestra merced a su Alteza, que si gustará de que le vaya a hacer un monasterio de españolas a mi costa; que me dicen holgó mucho con uno de señoras inglesas que se ha fundado de poco acá en esa corte, hija una dellas del gloriosísimo Tomás Percy, mártir, conde de Northumberland.

Y pues que toco en esta materia, no quiero dejar de decir a vuestra merced lo que por acá se ha empezado a divulgar públicamente: y es, que la reina de Inglaterra y nuestros reyes y príncipes (digo ésos de allá y éste de acá), hacen paces. Y cierto, señora, que, aunque por el estado en que están las cosas, sea tan conveniente, temo las raposerías y ardides que ese mostruo de esa mujer suele tener, para solapadamente hacer guerra a Dios y a su Iglesia y a las almas de sus súbditos.

Espero en Dios que dará luz y ayuda al archiduque y al rey su cuñado, para que no la crean ni admitan condiciones desconvenientes a la mayor gloria de Dios; porque no puedo yo dejar de creer de la reina de Inglaterra que las pedirá tales cuales della se puede esperar; y una de las que me parece que la veo ya pedir con instancia, como si la estuviese oyendo, es, que echen nuestros reyes de sus Estados de Flandes y España a sus enemigos della, «los traidores y alevosos seminaristas que le arrevuelven el reino suyo y la quieren y desean matar».

Esto es, más claramente hablando, pedir que arrojen y expelan de sus reinos a unos ángeles encarnados, fielísimos hijos de la Iglesia Romana, fortísimos guerreros y defensores de su santa fe, porque impiden que Inglaterra no reciba de todo punto su pestilencial secta y preservan aquel reino para que no esté ya más perdido que Argel o Constantinopla en materia de fe y de Dios. «Y porque la quieren matar»; esto es, porque no la quieren recibir por Papa y cabeza de la Iglesia de sus reinos: ¡inaudita bellaquería y intolerable frenesí!

Y cierto, mi Magdalena, que tengo por cierto que, si en tal cosa fuese oída o en otras semejantes (aunque más razones de Estado se ofreciesen en su favor), que había de ser para Nuestro Señor una provocación notable, y que no se habían de lograr las paces, y que de ahí había de salir un manantial de males y desasosiegos; porque no tiene la Iglesia verdadera y universal de Cristo otras columnas como éstas de sus Altezas y del rey su hermano, ni otro mayor refugio a do se socorran sus hijos; y si éstos faltasen al socorro de los perseguidos por la fe, no sé en qué se había de venir a parar todo. Demás de que no hay que fiar en esa mujer perdida, que después que les hubiese hecho hacer con color de bien lo que pretende y desea, hará ella lo que se le antojare y le estuviere bien a su desventurado Estado. Y no querría que ella ni los semejantes oliesen que nuestros príncipes y señores tienen demasiada gana de paces; porque, como tienen al demonio en el alma y corazón, y son gente atrevida y desvergonzada y sin fe ni verdad, crecerán en bríos y atreveránse a lo que quizá no osarán en otra manera.

Yo no puedo persuadirme de ningún modo, a que (si ella tales condiciones pidiese) le serían admitidas; porque el valor y gran religión y celo de estos nuestros señores me aseguran; y tengo por cierto que, en razón de no volver un punto atrás en esta parte, atravesarán cualquier dificultad y no admitirán razones de Estado aparentes y doradas, pues saben que, si muchas finezas hicieren por Dios, muchas hará Él por ellos; y, como decía el rey David (a quien quisiera que tuvieran por espejo todos los reyes de la tierra), haciendo mención en uno o dos versos del salmo 19 de la fortaleza de aquellos que, no fundándola en Dios, estribaban solamente en la de sus carros y caballos: Hi in curribus et hi in equis: nos autem in nomine domini Dei nostri invocabimus; ipsi obligati sunt, et ceciderunt: nos autem surreximus et erecti sumus: (Yo creo lo entenderá vuestra merced, porque es claro; y si no, quien quiera lo declarará). Esta misma diferencia hay del poder y fuerzas de los tiranos y reyes inicuos e infieles a Dios, al poder y fuerza de los que, teniéndole a Él en todo por fundamento y defensa, no pudieron ser confundidos ni superados de sus enemigos.

Suplico muy de veras (y lo más humildemente que puedo) a vuestra merced, que lea esta con atención y procure (pues la llevó Nuestro Señor adonde está, tan sin pensarlo), servirle con gran ánimo. Y en cuanto en vuestra merced fuere, advierta y diga a su Alteza, que no permita que se admitan condiciones de la de Inglaterra semejantes a lo que está dicho, en ésa ni otra materia; que Nuestro Señor se lo pagará aun acá temporalmente. Y considere vuestra merced qué género de crueldad sería admitir tal condición, como echar tanta cantidad de niños y de mancebos virtuosísimos de sus Estados, unos príncipes tan católicos, a que se fuesen por ese mundo, pobres y solos, a buscar quien los recibiese de nuevo en sus tierras; y qué ufana quedaría la atrevida de la reina, y qué desalentados y afligidos los católicos, sus súbditos, de dentro y fuera de Inglaterra, y cuántos desmayarían y volverían atrás.

Deberíase contentar esta mujer perversísima con la sangre que ha bebido de mártires y con la que bebe y podrá beber (si vive en su pertinacia) cada y cuando que cogiere en su reino algún sacerdote o religioso, o otro de estos sus enemigos los católicos, sin pasar tan adelante y querer mañosamente y con dorada hipocresía inducir a tales, y tan cristianísimos y religiosísimos príncipes como los nuestros a que vengan en cosa tan ajena dellos cuanto propia y muy natural de su malicia y miseria della. Y el mal es que, si se pone en ello, tendrá muchos ayudadores, y por ventura no faltarán hartos que lo aconsejen allá y acá al rey y a sus hermanos. No lo permita la Majestad del Cielo ni mire en esto a nuestros pecados y, sobre todo, les dé Él, por quien es, la luz para que antepongan su gloria y divina voluntad a toda aparente conveniencia, y les dé fortaleza de leones que no puedan resistir sus enemigos.

No pensé alargar ésta tanto; pero la materia ha dado ocasión: en ser de causa tan de Dios no cansará a vuestra merced. Querría se considerase, sin mirar a que soy yo la que trato della y mías las palabras con que se explica, que, dejando esto a una parte, todo lo demás es verdaderamente en todo extremo sustancial e importantísimo cuanto ser puede.

7. Sepa vuestra merced que nos dicen por muy cierto que se va la Corte a Valladolid, para mayo o poco después, y habré de ir yo a acabar mi pleito forzosamente, adonde me acordaré harto de vuestra merced y veré su casa y a su hermana doña Juana. Vuestra merced podría hacerme merced de escribirle una carta, para que me haga amistad y, si por ventura me fuere necesario, suplicarle que me acoja por algún poco de tiempo, a mi costa o en el modo que más gustare, en algún aposentillo de su casa. Holgaré de tener para esto su favor de vuestra merced, porque con él se cuán bien me irá; de que me aprovecharé solamente en caso de gran necesidad y que no se halle a dó meterme; porque ya sabe vuestra merced que en casa de parientes ni ruidos de mundo, no me convendrá.

8. A la señora doña Ana María beso las manos muchas veces y dígale vuestra merced que, cierto, la tengo envidia y más a vuestra merced por lo bien que se que se emplea. A doña Isabel dé también mis besamanos y a doña María del Valle, no olvidando a María de San Francisco de quien deseo, saber, y si la desmayó mucho la mar o si salió viva della y cómo se halla en Flandes, que debe ser de gran gusto oirla sobre estas cosas.

Inés besa las manos de vuestra merced mil veces y muchas las de quien acabo de decir.

Y por no alargar ésta más, diré solamente que el padre Pedrosa queda bueno, y en Sevilla, algunos días ha; y de allí entiendo vendrá a su provincia, porque no nos le quieren dejar aquí, y él decía deseaba harto verse fuera de este lugar.

Doña Ana de Peñalosa tiene salud y está tan santa como siempre.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced y déle el amor suyo que yo deseo, amén.

En Madrid, a 16 de marzo de 1600.

A la señora doña Juana de Jacincur beso a su señoría las manos mil veces, y le suplico muy de veras aconseje y advierta a su Alteza, y la anime a que haga demostración de su celo y religión tan singular en todas estas materias que he referido, si viniere su ocasión; que, a mi parecer, muy probable cosa es que la reina de Inglaterra inste en lo que he dicho, tratando de paces.

Vuestra merced me haga merced de responderme muy despacio y darme muchas nuevas de sí.

Luisa de Carvajal.

«Esta carta es muy para leerse».




ArribaAbajo

- 3 -

A Magdalena de San Jerónimo


Madrid, 1 de setiembre de 1609.

Jhs.

1. Deseado había estos días que me acabasen de dejar embarazos para tomar la pluma en la mano para decir a vuestra merced cuánta merced y contento recibí con la última suya. Díla a doña Ana de Peñalosa que la leyese, como vuestra merced lo manda. Ella, creo, responderá o habrá respondido.

Considero algunas veces a vuestra merced y a sus valores y buen ánimo puesto en Flandes, adonde los mayores cobran nuevo nombre; e imagino que Nuestro Señor la quiso allá, para que vaya ejecutando el fervor de deseos que acá le daba. Espero en Su Divina Majestad la ha de ayudar mucho. Para todo es bueno estar desembarazada de lo que a vuestra merced le era tan desconveniente y embarazoso, como el servicio y compañía que solía tener aquí. Prudente anduvo vuestra merced y con harta cristiandad, y a ella la acomodó bien; y así, se hizo buena obra en descargarse de tanta pesadumbre; que, cuando las dan las que andan tan cerca, las dan bien grandes, y nada parece que aciertan a hacer mejor que eso. Quizá lo permitiría Nuestro Señor, entre otros fines, para que diese su lugar a esotra doncella que vuestra merced ha recibido, que le querría hacer esa merced y misericordia.

No sabría decir cuánto gusto me ha sido todo lo que vuestra merced me escribe de su posada y lo demás; y en todas las cartas con que me hiciere merced, la recibiré en que me diga mucho de todos sus sucesos, y juntamente en qué podré valer para servirla.

2. De mí hago saber a vuestra merced que voy acabando con los embarazos que tengo, deseosa de que Nuestro Señor haga en mí su voluntad; que, si Él quiere, no le será dificultoso llevarme a Flandes. De lo que fuere sucediendo daré cuenta a vuestra merced; y a la señora doña Ana María beso las manos, y bien creo debe estar muy gentil mujer.

3. Pague Nuestro Señor a vuestra merced la caridad que ha tenido con las pobres señoras inglesas en su peregrinación y huida de su patria; y a sus Altezas, el acogida y gran favor que de su real mano han recibido y reciben los católicos afligidísimos de aquel miserable reino, en todas partes y de todas maneras. Vuestra merced les sea, en todo lo que les tocare y se les ofreciere, ayudadora, que es heroica obra, pues hallará tanta entrada para esto en las piadosísimas entrañas de los dos grandes y excelentes príncipes, columnas de la Iglesia Católica.

4. He oído las nuevas de la rota. Y dado infinitas gracias a Nuestro Señor, que tanta merced nos hizo acá y allá a todos, de librar a su Alteza del archiduque de tan grave peligro. Valentísimo se mostró, según se ha publicado, y gran fama le da Nuestro Señor entre la gente toda. Bendito sea Él, que quiso guardar a entrambos para ponerlos como dos luceros resplandecientes, o por mejor decir, como dos soles, que alumbren entre las oscurísimas nieblas de esas provincias, y que, desde ellas, echen (con su ejemplo y virtud y valor) rayos que lleguen a las partes más remotas.

Algunas veces me paro a considerar las trazas de Nuestro Señor y el modo con que ha su Divina Majestad ordenado las cosas de esta gran princesa y reina, desde niña; y cómo la ha traído y puesto entre ocasiones tan extrañas y diferentes de en las que se crió y, a mi parecer, mucho más dichosas. Porque si acá dio al mundo muestras de su gran ser y cordura, allá, juntamente con éstas mismas, las da y puede dar de la magnanimidad de su ánimo, de la constante y fidelísima fe con su Dios y con su santa y católica Iglesia, y ser asombro y terror de la infidelidad y herejía. Y es cosa cierta que, en tales pechos y corazones, con las dificultades se aumenta el ánimo y valor. Y Dios le da y se le dará a sus Altezas invencible, y pondrá sus enemigos debajo de sus pies; pero querrá que les cueste trabajo y cuidados mil, para hacerlos más gloriosos ante sus divinos ojos y del mundo todo, y para traerlos colgados de sí y que, por momentos, acudan a su divina presencia, y le tengan por único refugio y dulcísimo, defendedor en todos sus aprietos y negocios. Son, en fin, ocasiones para hacerse verdaderamente santos; y tales que los puedan canonizar, y unos valerosos monarcas de la Iglesia; y como esto vale mucho, ha de costar mucho.

A este propósito creo vendrán bien unas palabras del gran doctor y mártir San Cipriano, en la epístola tercera del libro séptimo, que dicen desta manera: «En nosotros ha de permanecer la fortaleza de la fe sin mudanza, y el valor de la virtud firme y estable, entre todos los golpes de las olas furiosas, a que ha de resistir como peñasco fuerte; y no habemos de considerar de dónde viene el temor o el peligro, que vivimos sujetos a todos los peligros y miedos; y, a la fin, venimos a ser gloriosos por ellos. Ni menos debemos repararnos solamente contra los judíos y gentiles; pues vemos que sus mismos deudos pusieron las manos en el Señor, y que le vendió quien Él escogió por apóstol; y que, en los principios del mundo, nadie quitó a Abel justo la vida sino su hermano; y que a Jacob que huía, su hermano Esaú le perseguía; y que el Evangelio nos dice que los más domésticos nos han de ser enemigos, y que los unidos con sacramento de paz pelearán entre sí. No me pesa que sea éste o aquel quien nos persigue; que siempre es Dios quien permite que sean perseguidos aquellos que determina hacer gloriosos». Hasta aquí es de este doctor.

5. Teniendo ésta escrita hasta aquí, he oído decir que vuestra merced se viene. Téngolo por fábula, porque no me dan razón; y yo le prometo, que está acá todo más para irse a los yermos quien quisiere dar gusto a Dios, que para otra cosa. En todo se haga la voluntad de Nuestro Señor.

6. La corte han dicho por muy cierto que se va a Valladolid; y algunos dicen que sólo el Consejo Real, y que se irá el Rey allí los veranos, y se vendrá a Madrid los inviernos, porque esto dice que conviene así.

El padre Pedrosa se está en Sevilla, y se halla allí bien: no hay nueva cierta de volver. Y el padre Hojeda está aquí por Rector.

Todas sus conocidas de vuestra merced, de la Compañía, creo están buenas, que yo, como vuestra merced sabe, véolas pocas veces; y del colegio de las niñas no he sabido, más palabra.

7. No sé si he escrito a vuestra merced cómo se murió don Juan, uno de mis dos hermanos, que vino de Italia estando vuestra merced aquí; y don Alonso ha estado para lo mismo, de una herida en la cabeza, de una pedrada que le dieron. Vuestra merced se acuerde alguna vez de la alma del difunto, que lo debe haber bien menester; aunque no fue tan desgraciado como el Almirante de Castilla, que, pocos días ha, estando para salir en Valladolid a una fiesta que se había de hacer otro día y hechas sus tristes libreas, le halló su mujer muerto en la cama, yéndole a despertar la misma mañana del día en que había de ser el regocijo, espantada de que durmiese tanto. Dicen que, la noche antes, dijo que se sentía algo indispuesto y que holgara de confesarse; y que le respondieron los que estaban allí, que debía de ser imaginación y melancolía aquello; que no sería nada. Y con esto se fue a acostar, que, según parece, no dormía en el aposento a donde dormía su mujer.

Hase extendido brevemente la nueva de esta muerte, con gran espanto y terror de unos y otros, que ya lo habrá sabido vuestra merced. -Nuestro Señor se haya servido de haberse dolido de su pobre alma en alguna vía o manera que nosotros ignoramos; porque, mirado en lo exterior, fuerte caso fue echarse a sueño suelto en la cama, y despertar en la otra vida. Dicen que está la duquesa desconsoladísima mujer.

Para las pocas nuevas que yo siempre sé, no lo son las de esta carta, y va ya larga; y así, no diré más de que Inés besa las manos a vuestra merced muchas veces, e Isabel también, hermana de María, la cual llevó Inés a su tierra, por no querer yo tener tantas; y la dejó, en tres o cuatro días que estuvo allá, casada con un hombre harto de bien.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced y le dé el amor suyo que yo deseo y le suplico.

En Madrid, a 1 de septiembre.

Habíaseme olvidado de decir a vuestra merced, cómo ha estado, este verano, aquí don Juan de Alarcón. Y como yo he estado tantos días mala, sin ir a misa, con su humildad y caridad me la venía a decir al oratorio de casa algunos días. Y parecióme que está perfeccionadísimo, sin duda, y harto diferente de antes en algunas cosas, que entonces eran buenas y ahora mejores. Hase querido ir a Roma, no sé a qué, y así lo ha hecho. No sé si está va embarcado, que más de dos meses debe hacer que está en Barcelona. Vino aquí su cuñada, la señora de Buenache, y trajo una hija doncella que tenía, a meter monja en las Descalzas, do está la emperatriz; e hízose, según he oído, con grande pompa y aparato; y ya se ha vuelto su madre a ir; y de camino deja dos sobrinas en Alcalá, monjas descalzas carmelitas. A todo esto era ya ido don Juan. Parécesele su cuñada mucho en el término de hablar; que me vino a ver una o dos veces de paso. La marquesa de Camarasa creo fue la madrina de la monja de aquí, por amor de don Juan; que su santidad lo merece todo. Ut supra.

Vuestra merced me diga algo de lo que ha sido del almirante de Aragón.

Luisa de Carvajal

A Magdalena, de San Jerónimo que Dios guarde Etc




ArribaAbajo

- 4 -

A Magdalena de San Jerónimo


Madrid, a 16 de octubre de 1600.

Jhs.

1. Dos de vuestra merced he recibido, en un mesmo, día: la una de 22 de setiembre y la otra de 8 de octubre; y ésta en respuesta de una mía; y ningunas otras he visto de vuestra merced, sino, solas aquellas a que he respondido; porque, en viendo una suya, lo hago con el mayor cuidado y gusto de la tierra.

En gran manera me he holgado de saber de vuestra merced tan en particular y por letra suya; y si lo fuera más, no me pesara. Las cartas en que vuestra merced dice, que me hace merced de escribirme la pérdida y trabajos pasados, no he recibido; y esté cierta que de no responder a las suyas, será ésa siempre la causa y no otra.

A vuestra merced se le ha caído la sopa en la miel; y, viendo Nuestro Señor sus deseos, la quiso sacar de esta nuestra relajada patria, y ponerla entre una mies abundante y próspera, donde pueda allegar muchos espirituales tesoros, con tan continuas ocasiones de dar a Nuestro Señor gusto, como ahí se ofrecen; y son de una calidad, que traen el alma muy colgada de su soberanísimo Dios: Él le dé a vuestra merced un espíritu muy doblado y macizo, y aumento grande de su dulcísimo amor, para que en todo se haya conforme a su santa voluntad.

La pedrada sea muy enhorabuena, que no es razón se deje de dar. Bien creo que no habrá disminuido el ánimo, antes acrecentádole; y en él, la sed de emplearse en cien mil grandes cosas, que ninguna lo es para quien ama de veras y se conoce tan infinitamente obligada por el pecho amoroso de Dios.

2. Y digo, señora, que la vecindad de Inglaterra y la vivienda de Flandes, son más para envidiar que para evitar; y bonísimo para el espíritu y bonísimo para lo temporal, porque aun a eso aprovecha, descubriendo el valor y otras virtudes y criándolas de nuevo en el alma; todo lo cual es al revés, generalmente, en partes donde hay paz y seguridad que el mundo llama. Pues, ya, si se junta abundancia de hacienda y prosperidad y grandeza, libre Dios de tan gran mal, que no hay Scila ni Caribdis, ni bancos de Flandes que se le iguale; y las grandes personas que ha habido de tierra o de cielo, entre trabajos y dificultades y enemigos se hicieron algo y salieron a luz. Y esta verdad es pesada e importante y digna de ser estimada: y cuando Nuestro Señor pone en la experiencia de ella, se le deben muy particulares gracias y cuidado en, que se puede sacar de ello lo que Él pretende, que a su tiempo bien sabe y puede dar paz y victorias portentosas, las cuales son más dulces y gloriosas cuando suceden a mayores aprietos y tempestades. Y espero en Nuestro Señor que ha de sacar con poderosa mano a esos serenísimos y piadosísimos príncipes, victoriosos y alegres de entre sus enemigos con gran acrecentamiento y monarquía para que, en lo presente y en lo porvenir, le sean fieles y ejemplo de los demás reyes de la tierra. Y yo creo lo son en cuanto les toca, y que con la gracia de Nuestro Señor irán aumentándose cada día en toda virtud y amor divino.

3. La relación del martirio no he recibido, creo se quedaron en Valladolid con ella: sería para trasladarla. Harto deseo que me la envíen; que, cierto, de nada pudiera gustar más.

Pague Dios a vuestra merced esta merced con la de sus cartas, que es grande, y suplícole que no me olvide de ninguna manera en sus oraciones, y avíseme cómo le va de comuniones, y si se siente con ánimo de dar consigo en Inglaterra cuando menos nos catemos, que tiene vuestra merced muy buenos bríos y aceros para dar sobre la mísera reina y sus ministros. Muy cierta estoy de que ayudará vuestra merced cuanto pudiere y hará cualquier buen oficio con sus Altezas en favor de los católicos ingleses y seminarios, que se ven tan necesitados del piadoso y católico favor de los príncipes que lo son, como vuestra merced sabe; yo imagino que es uno de los más aceptos servicios que se hace a Nuestro Señor el ayudarlos y consolarlos y animarlos.

4. Dice vuestra merced que le fue forzoso enviar a España a Gasparillo, y no por qué; debía de hacer carga, como las demás mujeres de vuestra merced. Todas ellas están harto bien acomodadas, que en su casa de vuestra merced nunca les irá peor, aunque no se lo sepan merecer. La gente española, cuando sabe y quiere hacer bien las cosas, hácelas con muy buena gracia y muy a contento; pero lo más ordinario es o no saber o no querer; y tienen poco de humildad y rendimiento, que es cosa terrible. Harto me huelgo yo que vuestra merced haya topado compañía virtuosa y santa y a gusto, en fin, de vuestra merced; y, como están avezadas a los trabajos de su tierra, no se les hará de mal seguir a vuestra merced en ellos, y más dándoles Nuestro Señor luz para que lo hagan por su amor.

5. Pregúntame vuestra merced del padre Pedrosa y de doña Ana de Peñalosa; y lo que puedo decir es que el padre ha estado en Sevilla, y ahora dicen está en Granada, y he oído que era de venir aquí; pero no sé si será así; entiendo está en con salud; y el padre Hojeda por rector de aquí y bueno; aunque tan ocupado, que es cosa extraña.

Doña Ana está como vuestra merced la dejó, sin mudanza ninguna en lo exterior, que en lo del espíritu mucho, creo yo que se ha aumentado; es bonísima mujer. Sus recaudos de vuestra merced le doy siempre, y las cartas le he dado también, y díchole que escriba; no sé por qué lo deja de hacer, que no la veo sino muy de paso en la iglesia de la Compañía.

Su sobrino, don Juan de Alarcón ha estado este verano aquí (no sé si lo escribí a vuestra merced); y es para dar gracias a Nuestro Señor ver la gran perfección y espíritu que muestra; fuese a Roma, por causa, a lo que imagino, de sus fervorosos deseos en el servicio de Nuestro Señor, y dícese que se volverá presto.

5. Mi pleito señora, está tan al cabo, que cada día parece que ha de boquear; vióse en Consejo Real con cinco jueces y fue menester harto tiempo para la vista. Hízolo el conde de Miranda, en esto extremadamente conmigo, y así se acabó la vista y se voló; y cada día espero la sentencia. No cómo se han detenido en publicarla, que luego había de salir: es, en definitiva, y no hay apelación ninguna, que en esto se remata todo. Tiéneme contentísima el verme salir de tan pésima ocupación y quedar libre para lo que Nuestro Señor quisiere de mí. Y ha sido servido de darme más salud que solía; y, si salgo de Madrid, creo la tendré mayor, porque claramente se ve que me es contrario el cielo y constelaciones de este lugar, porque fuera de él he estado muy sana y en el siempre enferma en todas edades, de niña y mujer. Nuestro Señor haga su voluntad perfectísimamente en mí, y lo mesmo le suplico para vuestra merced.

6. No me dice vuestra merced nada en las últimas dos suyas de la señora doña Ana María, y cierto que eché menos el no tener nuevas siquiera de su salud y cómo le va; dígamelo vuestra merced en, otra; y si sale muy a su gusto.

Las de casa besan las manos a vuestra merced; Inés, por la merced que vuestra merced le hace de acordarse della.

7. A su amiga de vuestra merced doña Juana de Acosta se le va allá la Corte, y que será esta primavera se tiene por cierto; aquí se siente de todos con extremos: unos por no quedar sin tan honrada cosa como es la señora Corte, otros por no ir a buscar nuevas comodidades, y muchos por sus haciendas y granjerías, que no dejan entrar en Valladolid, muchos meses ha, a persona viviente sin cédulas de los que privan.

Yo no iré allá si es acabado mi pleito, aunque hay quien me allanará el entrar siempre que quiera, con pleito y sin él.

De las cosas de por acá vuestra merced debe saber más que yo, digo de las que importan; Y así, no habrá que decir aquí más, de que Nuestro Señor que puede mire la necesidad que en todas partes hay de su soberana ayuda.

8. A su venida de vuestra merced acá jamás di crédito; oílo por cierto; no sé de dónde salió ni con qué ocasión. Porque sin gran causa del servicio de Nuestro Señor, no era cosa verosímil que vuestra merced se resolviese a dejar a Su Alteza; y juntamente la resolución de tan largo camino y tan trabajoso como el que fue vuestra merced y había de volver a pasar si se venía, con no poca nota, a lo menos hasta que, sabida la causa, satisficiese.

9. De las paces que se vuelven a tratar de Inglaterra se podrá bien barruntar que debe ser para sólo entretener, como vuestra merced dice, que aquella mujer es una infelicísima criatura y no sé qué cosa buena pueda hacer que no sea gran milagro y maravilla. Hasta ahora solamente ha servido de instrumento en las permisiones de Dios en que ha granjeado eternos y inmensos pesos de condenación perpetua; y a toda esa costa suya ha la mísera enriquecido, contra su mesma voluntad y deseo, las coronas de tantos y tan gloriosos mártires y confesores.

Si las paces acaso se viniesen a hacer, no hay duda de que de parte de nuestros príncipes y señores no habrá quiebra en lo que es mirar por los católicos verdaderos de aquel reino y seminarios de Flandes y España, que será lo primero en que querrá poner la mira y hacer gran fuerza la desdichada reina.

Vuestra merced acuerde y advierta las cristianas obligaciones que hay en esta materia a esos serenísimos príncipes, en todas cuantas ocasiones pudiere. Y si aquella mujer acabase sus días anubladísimos, bien se puede esperar que querrá la divina Majestad hacer a Inglaterra tanto favor y bien como será darles por señores y reyes a sus Altezas. Él vuelva sus dulcísimos y misericordiosos ojos a estas cosas y las ponga en el estado que puede y conviene a su mayor servicio y gloria.

Esta carta va por vía de la marquesa de Camarasa, y por esa mesma recibiré yo la de vuestra merced más cómoda y brevemente. A quien Nuestro Señor guarde con mucho acrecentamiento de su gracia y amor, como yo lo deseo y le suplico.

En Madrid, a 26 de octubre de 1600. Luisa de Carvajal.

A Magdalena de San Jerónimo (que Dios guarde).

Suplico a vuestra señoría la ponga en su pliego.




ArribaAbajo

- 5 -

Al licenciado Carlos Martucho


Madrid, 14 de enero de 1601

El buen Bonfil me mata con recaudos sobre que pague a vuestra merced el trabajo de mi pleito; y así, me ha sido forzoso escribir estos renglones a vuestra merced por darle satisfacción, aunque del término que yo conocí a vuestra merced no creo que se mete mucho en acordarse de eso.

Yo, señor, le dije a Bonfil que recibiría mucha merced en que vuestra merced escribiese las informaciones en derecho de mi pleito, si las hubiese de haber y en esto quedamos; pero en el hallarse vuestra merced a la vista yo no ordené cosa ninguna, ni lo envié a suplicar a vuestra merced, porque vuestra merced entonces no había estudiado sobre el caso, ni estaba informado enteramente de él, y tenía ya yo concertados los que se debían de hallar allí, y aun pagados a los dos dellos.

Dícenme que entró vuestra merced en la vista dos veces, y como he dicho, Bonfil me aprieta a que le dé algo para vuestra merced, y así, envío aquí treinta reales por lo pasado; y le suplico me perdone, que estoy muy sin dineros al presente; y tanto que, pagando lo que monta el tanto de mis alimentos, he menester buscar prestado, desde luego, el dinero con que he de seguir el pleito y pagar a mi contador.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced.

De casa, 14 de enero de 1601. -Luisa de Carvajal.

Al licenciado Carlos Martucho.

Contestación del licenciado Martucho

Mucho me pesa que el señor Bonfil haya dado pesadumbre a vuestra merced de cosa que yo tenía tan olvidada: ni me ha pasado por la imaginación cobrar de vuestra merced cosa alguna, porque lo que hice en su negocio fue de tan poca consideración, que no merece recompensa; y cuando, mereciera la mayor del mundo, no debiera el señor Bonfil hacer tanta instancia, y mucho menos con vuestra merced, a quien yo deseo servir con la persona y con la hacienda, que es mucha razón. Y de mi condición no es ser molesto con nadie, y que lo haya sido con vuestra merced sin mi culpa lo siento mucho, y haré con el señor Bonfil el resentimiento que es razón.

He querido volver estos treinta reales a vuestra merced, sino que el hombre que me los ha traído me lo ha impedido y notado a mala crianza, y así quedo con ellos; pero con obligación de servir a vuestra merced cuanto tenga. Y si queda por hacer algo en su negocio, se sirva mandar que sirva a vuestra merced, que lo haré con toda la voluntad del mundo. Y Nuestro Señor guarde a vuestra merced.

El licenciado Carlos Martucho.




ArribaAbajo

- 6 -

A Magdalena de San Jerónimo


Madrid, 29 de enero de 1601

Jhs

1. Todos estos días estoy deseando que me dejen tomar la pluma en la mano para aliviarme (de las pesadumbres y ocupaciones que traigo), con hacer cuenta que hablo aquí con vuestra merced; de quien no he tenido carta, días ha, si no es una muy vieja, que creo vino por la de Amedo, según vuestra merced me ha escrito en otras, y no sé en dó se ha detenido tanto. Todo lo que en ella dice vuestra merced es lo que en las de después, a que tengo respondido.

2. Tampoco había recibido el martirio de los dos sacerdotes hasta antiyer que me le envió el padre Acosta, que está aquí.

Heme holgado con él extrañamente, como lo hará mi alma siempre con tales nuevas. Era el uno dellos llamado el padre Esprat, del seminario de Sevilla y habría como dos años que había ido a Inglaterra a predicar y enseñar la fe católica. Buena prisa se da la reina a hacer mártires en los pocos años de vida que le quedan. Espero en Dios han de alcanzar ellos de su divina Majestad para aquel reino otra reina y señora que sea el opósito de la que al presente le tiene tiranizado, cual será nuestra serenísima infanta de España, que, según he entendido, los católicos de Inglaterra sumamente la desean por reina. ¡Y qué tal sería su piedad y celo para allí! Nuestro Señor que puede y ve las grandes necesidades de su Iglesia lo mire todo y lo remedie con su poderosa mano, y dé al archiduque las victorias de sus enemigo en esos Estados y en todo el mundo, que de su inmensa bondad espero.

3. Ya creo tengo escrito a vuestra merced lo mucho que me hizo y ha hecho después acá enternecer lo que vuestra merced me escribe de la novena que andaba Su Alteza, y otras cosas de su real persona: verdaderamente que Nuestro Señor la quiere para que sea grande santa, y que está en grande obligación de serlo y de andar siempre muy colgada y asida de Dios.

Háse dicho que Nuestro Señor nos había hecho merced de que Su Alteza estuviese preñada, y no sabría decir lo que me alegré cuando lo oí; que ya ve vuestra merced cuánta necesidad hay de su sucesión en esos Estados y en estos reinos para el bien de la cristiandad; porque de padres tales podrá ella esperar hijos que la amparen y aumenten y defiendan. Vuestra merced me avise lo que en esto hay, le suplico, porque lo tenga yo por cierto y dé muchas gracias a Nuestro Señor. Y de cuanto me escribiere, puede estar cierta que se guardará secreto: demás de que ya sabe vuestra merced con cuán pocas personas trato; y a ésas, cuán de paso y cumplimiento.

4. Las cosas de por acá andan como vuestra merced ya sabrá. La corte se parte a Valladolid brevemente; y aunque lo sienten todos o casi los más, y el pueblo terriblemente, creo que les conviene, por que sepan de un mal rato; que estaban, al parecer, todos muy asidos y casados con sus tratos, ganancias, casas y comodidades; y tantas raíces echadas en estas cosas cuanto lo demuestra el extraordinario sentimiento que muestran de que se les vaya la corte, mayormente aquellos que no, la pueden seguir, porque se defiende mucho la entrada de Valladolid a todo género de gente, si no son criados de Su Majestad y personas que tienen negocios en los Consejos, de importancia. Haga Nuestro Señor en todo su santa y dulcísima voluntad, que con eso no podrá suceder mal nada.

5. De mí puedo decir a vuestra merced que se dió ya la sentencia definitiva, como ya lo habrá vuestra merced sabido por carta mía; y aunque fue muy en mi contra, vino a ser la cantidad que montaba todo ello no muy pequeña; y así, lo que me vendrá a salir creo pasará de 23.000 ducados, sin lo que he recibido y sin lo que gaste en casa de mi tío desde niña, que me han contado aún más de lo que aun pude gastar; porque, por haberme tenido en su casa mi tío, perdonan a mi curador los réditos de una deuda que él nos debía, que montaba más que todo cuanto allí gasté. Y desta manera ha ido lo mas, y con todo eso, saldrá un buen pedazo, que no me pueden quitar lo que claramente parece que se me debe. Tenía cinco jueces y todos ellos creo, sin duda, han ido con deseo y ánimo de hacerme justicia; pero ha sido mucho el desamparo que he tenido y no haber quien la diese a entender de mi parte. Y Juan Bautista se me fue a su tierra antes de la vista del pleito, que duró siete días en verse en Consejo; y si no fuera por el conde de Miranda, que quiso hacerme merced y amistad de tío, no fuera posible darme tantos días de Consejo después de sentenciado en definitiva con muchos días.

Ha vuelto Juan Bautista de su tierra, a do se ha estado casi siete meses, y con eso, perdido el derecho de su cédula de los dos mil ducados. Y yo no le he querido tornar a tomar; y aunque me hizo mala obra en dejar sólo el pleito a tal tiempo, me la hizo Nuestro Señor buena en librarme de las pretensiones y intereses de Juan Bautista, que de todo esto tenía noticia vuestra merced cuando estaba acá.

Ahora me ando dando prisa a que se junten los contadores que nombra el alcalde, para que hagan el resumen de lo que monta la sentencia. Imagino que, por más que se haga, me han de obligar a ir a Valladolid a acabar el negocio y a sacar ejecución por el alcance que les hago.

6. El padre Acosta me ha ofrecido de encargarse de buscarme casa a mi propósito, y el padre Antonio de Padilla creo me hará merced en todo cuanto allí se me ofreciere en esa materia de mi comodidad; que lo que es el pleito nunca canso con él a nadie, que yo sola por mí pienso acabarle, y presto, que no puede ya dilatarse. En estándolo avisaré a vuestra merced de lo que hubiere, como a quien tanta merced me hace y crea que no estoy lejos de dar conmigo en Flandes.

7. Algunas veces, considerando el ánimo que siento en el corazón, que es extraordinario, y viéndole encerrado en el pecho de una mujer flaca, me admiro y no entiendo las trazas de Nuestro Señor acerca desto, pues su mesma mano fue la que crió el corazón y ánimo robusto y el cuerpo en que le puso, flaco, y retirado en un rincón. Espero en su infinita bondad querrá perficionar en esta pobre alma mía el cumplimiento de su inestimable voluntad, sin mirar en eso más que a sí mismo. Vuestra merced le debe hartas misericordias; y en razón dellas, poco cuanto puede hacer en su servicio; cuanto más que Él por sí solo merece tanto, que no puede llegar allí nada de lo que nuestra capacidad puede caber, por mucho que sea.

8. No me dice vuestra merced cómo le va de comuniones y si se han acrecentado con el espíritu. La compañía de sus mujeres deseo que sea siempre tal como vuestra merced la ha menester para su quietud. Las extranjeras de por esas provincias de Alemania y Flandes suelen servir bien, y cuando aciertan a ser a propósito lo saben ser mejor que la gente de por acá. Y esto oí muchas veces a mi tío y lo vi en criados extranjeros que él trujo. Pero cuando ni los criados, ni los amigos, ni los hermanos, ni la tierra, ni el temporal, ni los sucesos y acontecimientos no nos salgan a gusto; y todo ello, junto o en parte, nos haga guerra y cause descontento y contrariedad, ¿qué habrá por eso perdido el alma dichosa que, fundada y fortalecida en su Dios, tiene puesto todo su contento y toda su felicidad en Él, amándole sobre todas las cosas y anteponiendo su gusto divino y su dulce voluntad a cuanto hay en la tierra y en el cielo, con ánimo y pecho invencible e incontrastable, tiniendo por mayor mal un solo pecado venial hecho advertidamente contra el gusto de Dios, que todos los trabajos y pérdidas temporales y mundanas que puede haber? Porque, en el alma que ama de veras, no hay otro mayor dolor que hallar en sí alguna pequeña culpa que pueda deslucir y en alguna manera manchar su entera y firme fidelidad; y es verdad infalible que nadie se la guardará a Dios que no halle en Él mucha más de la que pudo ni supo esperar; que es Dios, señora, bonísimo para amigo, y terrible para enemigo, como lo experimentarán tarde o temprano los que le hubieren querido tener por tal; y en siendo una persona suya y estando por su cuenta, adonde quiera que esté es dichosa; y no lo estando, sumamente desdichada: córrale como le corriere la humana prosperidad.

9. Sus oraciones de vuestra merced pido siempre, y ahora más que nunca; que cada día estoy con doblada necesidad de sus ayudas; y en este último fin y despacho de mis pleitos he menester las de los amigos, porque espero resolverá Nuestro Señor de mí como más servido fuere, que en eso tengo todo mi deseo y en el cumplimiento de su gusto, librados todos los de mi voluntad; porque aunque yo no merezco merced tan grande, ha querido Él hacérmela no menor, por que le sean dadas eternas gracias. Amén.

A la señora Jacincur beso a su señoría las manos muchas veces, con cuyo recaudo me holgué en extremo, prometo a vuestra merced. Y a su sobrina de vuestra merced beso las suyas, de quien me dé vuestra merced muchas y muy buenas nuevas cuando me escriba, que la quiero y amo como vuestra merced sabe, y le deseo buenos sucesos en todo, y que parezca a su tía en llegarse mucho a Dios.

A doña Ana de Peñalosa di sus recaudos de vuestra merced y dije lo que me mandó de la reliquia; creo que me dijo que escribía a vuestra merced. Está buena; casi cada día la veo en la Compañía, mas con su hermano don Luis. Dice irá a Valladolid y que espera podrá, aunque esté allí, retirarse más que suele a su rincón, porque doña María se fue con su madre a Jaén, y doña Inés se casa con don Luis de Mercado, primo hermano suyo; y con esto ella quedará, a su parecer, desocupada, y que doña Inés se encargará del servicio y regalo de su hermano.

Esto es lo que puedo decir a vuestra merced de su amiga, en cumplimiento de lo mucho que me pregunta por ella; que, cierto, debe a vuestra merced harto buena voluntad; y ella lo merece, que es bonísima mujer y muy gran sierva de Dios.

10. A mis carísimos y amados los ingleses católicos encomiendo por el amor de Nuestro Señor al real y benigno amparo de Su Alteza; a vuestra merced, como suelo, le suplico les haga cuanto bien pudiere en todas ocasiones.

Aquí tengo yo, días ha, un inglesillo extremado, hijo de un criado de la infelice reina de Inglaterra, que gobierna unos lugares suyos. Hágole mostrar gramática en los estudios deste colegio de la Compañía, para enviarle a un seminario en acabando que los de España no enseñan latín; y es de los más virtuosos muchachos que he visto, y vive deseosísimo de verse en los seminarios. Y a este propósito me acuerdo que me escribió vuestra merced en una de las últimas suyas que, si no fuera temeridad, se metiera en Inglaterra. Si vuestra merced siente tan buen ánimo, que no le deja por otra cosa, a mí no me parece que sería la temeridad mucha; y en esa empresa, yo me ofrezco por su compañera de vuestra merced de buena gana; y aun a darle muy buena posada en Londres, o donde mas quisiere.

Con que acabo ésta, que va ya muy larga.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced y le dé el amor suyo que yo le deseo.

De Madrid, a 29 de enero de 1601. -Luisa de Carvajal.

A Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde.




ArribaAbajo

- 7 -

A Magdalena de San Jerónimo, que estuvo muchos años al servicio de la infanta de España, nuestra señora


Valladolid, 29 de mayo de 1601

1. Mucho ha que no tengo carta de vuestra señora ni respuesta de las que le he escrito: no querría se hubiese perdido una que era algo larga.

2. Yo, señora, vine a Valladolid a acabar mi pleito, y antes de lo que pensaba, porque se vino en febrero su amiga de vuestra merced, la condesa de Santa Gadea; y sabiendo que yo había de venir, quiso que fuese con ella, y yo lo acepté y recibí mucha merced en el camino; y después de llegada, de ella y de la Buendía, su madre. He acertado a tener casa sola, sin ningún huésped, junto al colegio, de la Compañía, adonde acudo; y como está lejos de la casa Profesa, voy raramente allá; y una sola vez he podido ver allí a doña Juana de Acosta, que me ha parecido en extremo bien en todo, y tanto que no se lo sabría decir. También he visto aquí a Gasparico, hermano de la Compañía de Jesús reverendísimo, que vino por compañero de otro de la Compañía a traerme un recaudo, y yo no le conocí de ninguna manera, ni él dijo nada; pero Inés le conoció fácilmente. Nuestro Señor le dé perseverancia, que bien ha escogido.

3. Por no perder la ocasión de tan cierto mensajero, he querido escribir con el padre Antonio Hosquines, de la Compañía de Jesús, a quien creo vió vuestra merced en Madrid. Va a lo que él dirá a vuestra merced, de cuyo celo, en estas tan grandes cosas confío que holgará en todo extremo de verle y tratarle y hacerle toda la amistad que pudiere, como a confidentísimo siervo y ministro de Dios y de su Evangelio; y que, como a negocio tan propio de vuestra merced cuanto de su Señor, le acudirá sin que sea menester que yo se lo suplique ni nadie del mundo. De mí ya sabe vuestra merced lo que yo quiero a estos católicos ingleses por la fidelidad que tienen a Dios y a su santa Iglesia; que es, cierto, tanto que los querría poner sobre mi cabeza, y servirlos y cuidarlos más que a todo mi linaje junto.

A las señoras monjas inglesas, si vuestra merced las viere, me haga merced de darles mis íntimas encomiendas y besamanos y encomendarme en sus oraciones, no olvidándome vuestra merced en las suyas jamás, como yo lo hago en las pobres indinas mías.

4. De Sus Altezas deseo saber en particular, lo cual es solamente en sus cartas de vuestra merced, y éstas son tan para mi sola como vuestra merced lo manda. Mucho me he holgado que no se hiciesen las paces con Inglaterra; porque, según el crédito que yo tengo de la reina no sirvieran sino de que ella dorará con ellas algunos embustes que hubiera maquinado, y no se que conveniencia ni concierto puede haber bueno y conveniente entre tanta desigualdad como hay entre esos nuestros príncipes y aquella mísera mujer, porque les es el opósito en religión y celo de ella; y en la calidad y real sangre y en las costumbres y en el entendimiento y otras partes naturales, y en las que ella ha tenido, que son las que se saben, muy propias han sido para el empleo que han hecho de sí, persiguiendo a la Iglesia con la más astuta y pestilencial persecución que ha habido en muchos siglos; y engañando a los príncipes católicos, que se fiaban en algo de ella, no pudiendo por ventura creer de una mujer tanta maldad. Yo, señora, tuviera por buena dicha podérselo decir rostro a rostro, de la manera que aquí lo digo; y creo no empachara ni temiera mucho el hacerlo, que siempre mi espíritu ha sido inclinadísimo a las cosas ó la defensa y aumento de la fe; y tengo por venturosísimas las personas católicas que se ven en muchas ocasiones de poderse mostrar en esa materia. Y pienso, que, por querer, Nuestro Señor a la serenísima infanta nuestra señora tiernamente, la ha puesto en ellas, para que le haga mil grandes y extremados servicios y pueda mostrar el valor y celo que Él le ha dado con su divina mano; la cual la defienda Y ampare siempre y dé a entrambos príncipes las victorias, de sus enemigos que la Iglesia ha menester y estos reinos y ésos.

5. Y volviendo a mí, digo que ando acabando mi pleito para acabar otras cosas que me importan y parece será muy en breve; y aquí o allá serviré a vuestra merced fielmente. Avíseme cómo le va de salud y criadas y casa, y particularmente de los buenos empleos de su espíritu y fuerzas, que es de grande contento para mi oíllos.

6. Doña Ana de Peñalosa quedó en Madrid con su hermano, y ahora ha de vivir aquí con él, según me han dicho, que ella no me escribe: dicen que está santísima. A la señora doña Aña María beso las manos muchas veces. No deje vuestra merced de decirme de ella mucho en las suyas.

7. Ya habrá sabido vuestra merced cómo han hecho obispo de Valladolid a Acebedo, el administrador de Santa Isabel; y a su hermano, canónigo de Toledo. Todo está por acá muy mudado; y la corte arraiga aquí bien de asiento. Madrid dicen está destruido; y con estas guardas que tienen para no dejar entrar casi a nadie, con su junta y uno como presidente que hay sobre esto, de los del Consejo, están todos que parece quieren tocar el cielo con las manos.

Nuestro Señor lo mire todo y enseñe y gobierne a Su Majestad, para que en todo acierte a agradarle y hacer su santísima voluntad, que, en verdad, que dicen que lo desea él.

Y a vuestra merced guarde el Señor y dé el ánimo y espíritu perfectísimo en todo que yo le suplico.

De Valladolid, a 29 de mayo de 1601. -Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 8 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 10 de setiembre de 1601.

1. ...y el sosiego y el alzar la cabeza sobre los enemigos alevosísimos se haya ganado tanta santidad, que entonces no se pierda ni baste el daño de la prosperidad a causarle en el alma; que grandes esperanzas tengo en Nuestro Señor que ha de mirar las aflicciones de su Iglesia en Europa, a do tanto quiso por su bondad extenderla sin merecimientos nuestros, y para que con esa misma santidad de vida puedan ayudar tanto a Dios, que por su medio les dé la victoria y alivie su santa Iglesia. Y cierto que, dejando a una parte lo que nos toca a todos en España todo cuanto a Flandes toca, y a mí muy en particular por el amor que tengo a lo que hay en esa Provincia; es tanto lo que siento sus pérdidas y aprietos por lo mucho que tocan a la Iglesia, que me parece, en llegando ahí, que no hay ni debe haber trabajos de acá personales que se deban sentir en su comparación. Aquel de quien tan propias son, por su bondad inmensa y que quiso, y quiere tenerse en ellos por tan interesado, los mire con sus dulcísimos ojos y quebrante las fuerzas de esa mala gente por quien es, y dé el suceso en lo de Ostende que la Iglesia ha menester y la cristiandad de todos estos reinos.

2. Ya yo he escrito a vuestra merced de mi llegada a Valladolid, a do me hallo algo mejor que en Madrid, que me es temple más natural por haberme criado en tierras frías. He ido a ver su casa de vuestra merced, y para eso atravesé todo el lugar con tanto gusto, que pocas cosas hiciera en su genero con más. Estaba la iglesia sola y estando acabando de hacer oración al Santísimo Sacramento y a la Virgen de la Esperanza (que es devotísima, y me acordé allí harto de vuestra merced), volví la cabeza y vi en las celosías dos religiosas; y llegándome a ellas, me empezaron a hablar muy amigablemente, diciendo que habían oído su nombre de vuestra merced cuando llamamos a la puerta, que estaba cerrada, mostrando tenerle gran respeto y amor. Una dellas era la priora y la otra una sobrina suya, mujeres cierto muy graves en su trato y palabras, y en el talle y traje muy recoletas, y creo son hijas de caballeros, según entendí; el término y conversación era, al menos, de gente harto honrada.

Estuve allí sola con ellas, sin entrar nadie en la iglesia, casi la mayor parte de la mañana, y habláronme de perfección bonísimamente y de vuestra merced, en quien se gastó no pequeño rato; y si ésta no fuera ya tan larga, dijera más en esa materia.

3. A doña Juana no he vuelto a ver, porque no puedo casi nunca ir a la casa Profesa, y ahora estoy más lejos que antes por haberme mudado a una casa muy cómoda para mí y muy sola, que parece no estoy en la Corte; aunque es en barrios de gente honrada, que vive harta en ellos, y junto al Colegio de San Albano, pared en medio de su casa, que es el Colegio Inglés, adonde me consuelo notablemente de ver esta gente tan virtuosa y en quien tanto se descubre del glorioso poder de Dios. Y creo, cierto, que nadie tendrá mucha luz del cielo y verdadero amor a su divina Majestad, que no los ame entrañablemente, como vuestra merced me escribe los ama; y crea que no puede Nuestro Señor dejar de ser muy glorificado en eso.

Ayer pasaron por mi puerta, recién llegados, seis mozos, bien dispuestos todos ellos, de edad de veinte hasta veinticuatro años, que venían al seminario de aquí. Es, cosa maravillosa el alegría que traen entre tanta descomodidad y desamparo; que vienen a pie, y solos, y pobres, y sin otra comodidad ni amparo en el camino que la que hallan en padecer por la gloria de Dios, expuestos a tantos peligros y trabajos. Y, pocos días ha, vi venir otros seis de la misma manera, aunque eran de menor edad, y algunos harto pequeños y gente delicada y noble, a lo que creo. Él un muchachuelo dellos era primo de unos caballeros de los muy principales de Inglaterra.

Vuestra merced los favorezca siempre, como se puede creer lo hará; y acá habrían todos de hacer lo mismo, aunque no, es obra que la saben estimar muchos, por ser en lo espiritual tan heroica y levantada, y en lo temporal negocio de Estado; que si aquel reino se redujese y los católicos de él aumentasen más sus fuerzas y su número, Flandes tendría en ellos buena amistad y espaldas; que los herejes de aquella isla, con su miserable reina, tienen hecha a Inglaterra una ladronera, donde se acojan y anidaren los rebeldes y herejes de esos Estados, que tienen unos vecinos a los lados que Dios los remedie; dígolo por Francia e Inglaterra.

Buen valor y santidad es menester... en los príncipes que los defienden... Auméntelos Dios en su gracia y dé a vuestra merced la que ha menester para emplearse en su servicio, en lo mucho que ahí hay en que poderlo hacer. Y no quiero que se me olvide aquí, por si en otra no lo he hecho, de besar las manos a vuestra merced por la estampa iluminada de la Magdalena, que es muy linda, y yo la estimé en más que vuestra merced pensará, por ser de su mano; que, en lo demás, ya vuestra merced sabe mi condición, que no huelgo de tener muchas cosas ni andar cargada dellas.

4. A la señora doña Ana María beso las manos muchas veces; hágala Dios suya. Y a sus criadas extranjeras pida vuestra merced se acuerden de mí en sus oraciones, y vuestra merced, en las suyas muy de veras, como lo confío.

5. Harta prisa me voy dando a mis negocios. La Corte, dicen, se cree no permanecerá aquí; pero debe salir del disgusto que todos tienen de esta mudanza, que estaban muy casados con Madrid; y, sobre eso, han sentido mucho el gasto que han hecho. Yo creo está más de asiento que se piensa; y una vez aquí, no sé de que serviría tornarla a mudar con nuevo gasto tan fácilmente como dicen se hará; no lo puedo creer de la prudencia del rey.

6. Hago saber a vuestra merced que sentenció ya el alcalde Mena Barrionuevo el pleitecillo de Juan Bautista en mi favor de todo; y ahora está concluso para sentenciarse en Consejo en definitiva. Tiénese por cierto será lo mismo, porque es negocio muy llano.

Esotro, mal o bien, ya no puede durar: en todo haga Nuestro Señor su santísima voluntad, amén.

7. Bueno es no habérseme acordado, hasta aquí de decir a vuestra merced como me vino a ver María de San Francisco un día, aunque acerté a tener aquella tarde otra ocupación; y, así, no pude estar con ella desembarazadamente. Viene bonísima y creo trataba ellos día de meterse monja: bien se me traslucía a mí que ella no tenía humor natural para permanecer en Flandes, a do es menester mucho ser y entendimiento en quienquiera, y espíritu para hallarse bien, no siendo naturales de la tierra o teniéndolos, allá alguna particular afición que lo fuerce. Anda muy recoleta en el traje como andaba con vuestra merced, y vino aquí de paso, porque dijo se le ofreció forzosamente el hacerlo; y mostraba mucha gana de no detenerse aquí ni vivir en este lugar. Yo me alegré en verla por ser persona que había visto con vuestra merced tantas veces.

8. Si, le parecieré a vuestra merced ésta larga, perdóneme, que le aseguro, cierto, no me lo parecen las suyas, aunque sean de dos pliegos. Esa los lleva; y si no fuera la letra menor que la de vuestra merced, llevara mucho mas.

9. Por remate acabo con decir a vuestra merced que está aquí don Juan de Alarcón, que ha vuelto ya de Roma tan santo como solía; y ahora le han hecho visitador del Monasterio de las Huelgas de Burgos y de todas sus filiaciones que deben ser otros catorce monasterios, para que las reforme. Mire vuestra merced cuán bien lo sabrá él hacer y creo lleva muy amplias comisiones del Papa y rey para ello.

10. Don Luis está aquí y dicen se halla mejor de salud que en Madrid; su hermana doña Ana se quedó allá, creo que hasta ver si quedaba de asiento don Luis, que vino a su negocio, o hasta hallarle a ella posada cómoda.

Inés besa las manos a vuestra merced y yo muchas veces. Y guarde Dios a vuestra merced como, yo deseo, con el acrecentamiento en su gracia y amor que le suplico.

De Valladolid a 10 de setiembre de 1601.

A las señoras monjas inglesas dé vuestra merced, cuando las vuelva Dios con bien a Bruselas, como lo espero, muy encarecidos recaudo, de mi parte y les pida se acuerden de mí en sus oraciones.

Espero hemos de ver a su alteza reina de Inglaterra y que las ha de llevar a un monasterio, que les fundará allá; hágalo Dios como puede.

Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 9 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 11 de enero de 1602

Jhs.

1. Pague Nuestro Señor a vuestra merced la merced que con su última carta me hizo, que es tal que, con habella leído algunas veces, ninguna dellas he dejado de hallar mucho gusto. Paréceme me la diera grandísimo oír las razones della de su mesma boca de vuestra merced y ayudar con mis flacos hombros al peso de la carga que se asienta sobre los de vuestra merced, que es tal y por tales causas, que no puede dejar de estimarse si se conoce. Y crea vuestra merced que ese modo de trabajos y cuidados es muy proporcionado a cualquier grande y valeroso corazón; y, aunque el mío no lo es, se de mí que me fuera de notable consuelo verme en Flandes, sin que en ello se mezclara, ningún género de interés temporal mío, como pienso lo creerá vuestra merced, pues pudo conocer mi natural humor y libertad en esta materia, que, con las misericordias, sobrenaturales que Nuestro Señor me ha hecho y gran desengaño de cosas de la tierra, ha crecido y crece por horas, por que doy a Su Majestad divina infinitas gracias y espero de su dulcísima providencia, que, si he de ser de algún servicio en esos Estados para alguna persona sierva suya o para cualquier mínima cosa de su divino gusto, que ordenará cómo sea; que en otras tengo experiencia de lo mismo; y ningún caso o negocio hay ni puede haber tan arduo Y dificultoso, que para mí sea de, la dificultad que alzar una paja del suelo. Porque si Dios no lo quiere, no hay para que la criatura lo quiera ni se canse en poner ahí sus pretensiones; y si lo quiere Dios, o prudentemente podemos pensar que lo quiere, no hay que temer, salga como saliere a los ojos humanos. Sin miedo puede una persona arrojarse al mar, que no se anegarán sus esperanzas como las de Leandro, ni es justo que se nos anteponga el vano amor que tan poderosa fuerza tuvo en aquel pecho y gane el lugar al amor que a Dios debemos, ni que se diga que una criatura pudo tener y tuvo tan leal afición a otra, y que en pechos tan infinitamente obligados a amar a su Dios falta. Y cuando hayamos hecho por Él todo lo que es en nosotros, Él verá lo que a Él toca hacer para cumplir con su soberano honor y con lo que debe a quiénes. ¡Y lo que debe de gustar, señora mía, aquel grande corazón de Dios de ver corazones grandes, no hinchados ni engrandecidos con su propia satisfacción ni con el desvanecimiento de su vana locura, que tarde o temprano los despeña y trae a infinitos y eternos males, sino alentados y ennoblecidos y fortificados en el firmísimo y dichoso fundamento de la amistad y privanza de Dios y envuelto conocimiento suyo que dilata el corazón y sumamente le alegra y alienta y hace que se pongan las cosas en su lugar, sin agraviar él a Dios, ni atribuirse a sí lo que no se le debe!

Bien enseñada debe tener a vuestra merced el espíritu de Nuestro Señor en todas estas cosas, y bien creo que las ayudas de costa sobrepujan a los trabajos. Acuérdese vuestra merced en ellos de mí con Nuestro Señor, que son coyunturas en que la oración suele ser eficacísima.

2. Gran esperanza tengo de buenos sucesos en esos países, que los ha menester la Iglesia Católica y es interés general de toda la cristiandad y de España el que todos pueden ver; y no menos la sucesión de sus Altezas. Oiga Nuestro Señor nuestros clamores, por quien Él es, amén; que yo con mis pobres oraciones cada día suplico a la Santísima Virgen Nuestra Señora, delante esta su imagen Vulnerata nos haga esta merced tan singular, y que ponga sus ojos poderosos y dulcísimos en las entrañas de la infanta, y dé, por efecto de su divino mirar, un muchacho dellas al mundo, tal cual la Iglesia Santa ha menester para alivio y reparo de sus calamidades y trabajos. Y cierto que me parece que muy raras cosas me ha dado Nuestro Señor a desear con las veras que ésta; y ninguna le pido al presente más afectuosamente. Otras muchas almas, diferentes de la mía (que es malísima) deben sin duda de pedir lo mismo; oígalas aquel que puede para grande gloria suya.

3. Y porque he hecho mención de la Santísima Virgen Vulnerata, y no sé sí tiene mucha noticia vuestra merced de esta imagen, digo, señora, que el padre Antonio Hosquines dirá a vuestra merced los grandes motivos de devoción que se hallan en ella; y, como está pocos pasos de casa, cada día me presento ante ella, aunque esté muy mala y me levante para sólo ir de la cama, como lo he hecho estos días, que lo he estado harto; y aunque quedo mejor, me es necesario estar todo el día sobre la cama. En estando con suficiente fuerza para poder ir, iré la novena a Nuestra Señora de Esperanza, que es lindísima imagen, por cierto, y allí ofreceré la lámpara que vuestra merced dice. En el ínterin le haré oración desde aquí y a la Virgen Vulnerata me presentaré cada día por esta intención, hasta que se sirva de oirnos.

4. De acá debe tener vuestra merced hartas nuevas; Dios lo remedió todo. Yo ando siempre procurando no saber ningunan; que las de gusto creo son pocas, y las sin él muchas, y yo no las tengo de remediar; y, así, no se saca sino perdimiento de tiempo y pensamientos mal empleados, y la vida es corta para lo que cada uno tiene a su cargo en materia de su salvación y de la cuenta última que ha de dar forzosamente.

5. Con estos mis vecinos los ingleses me consuelo notablemente, que son unos ángeles; y descúbrese mucho en ellos de la grandeza y poder de Dios. Y creo, cierto, son ante sus ojos un amenísimo y deleitoso jardín, compuesto de varias y lindísimas plantas y flores, no menos provechosas que olorosas; y no puede haber duda en que sumamente se agrade Su Majestad divina en todo lo que es ayudallos y ampararlos, procurando cooperar con Nuestro Señor en tan alta y heroica obra. Y el tener España y Flandes estos seminarios en sí ha sido misericordia grande de Dios; y creo que eso bastará a aplacalle en muchas ocasiones de indinación.

Vuestra merced no deje jamás de ayudarlos cuanto pueda, que yo no creo dejaré jamás de suplicárselo y procurallo. Si ellos (como se espera en Dios) levantasen cabeza en Inglaterra, harto le importaría a Flandes; y no es pequeño motivo para que los amemos los que amamos a Flandes y a sus amos; que dicen no hay cosa que más deseen que ver a sus Altezas reyes de Inglaterra, como lo procurarán en cualquier buena ocasión.

6. Fácilmente creyera yo que el padre Antonio Hosquines había de cuadrarle a vuestra merced, como me dice, porque es persona de estimar, y le ha dado Nuestro Señor muy grandes partes naturales y sobrenaturales; y, en cualquier negocio de la gloria de Nuestro Señor, es hombre de veras y que lo sabrá ser en todas ocasiones. Él me escribe mostrándose muy agradecido a la merced y favor que Vuestra merced le hace; páguesela Dios a vuestra merced con un muy crecido amor suyo.

7. No me dice vuestra merced nada de la señora doña Ana María, a quien beso las manos, ni de sus flamencas. Deseo que vuestra merced tenga compañía muy a su propósito. La mía es la que suele, y Inés besa las manos de vuestra merced y se halla muy favorecida de que vuestra merced se acuerde della. Yo lo hago de manera de vuestra merced, que no he menester que ella me traiga a la memoria esta obliga ción; y, encomendando a vuestra merced a Nuestro Señor, podrá ser que yo saque mucha ganancia para mí, como se ha visto algunas veces en semejantes casos.

8. No sé si sabe vuestra merced de su amiga doña Ana de Peñalosa. Ya salió su negocio bien, digo el de su hermano; ella se está en Madrid, muy a su gusto, sola, sin nadie en su casa y con el padre maestro Hojeda allí cerca.

9. Don Juan de Alarcón ha estado aquí muchos días; hiciéronle reformador de las Huelgas de Burgos y de todas sus filiaciones, que es un gran laberinto y algo desproporcionado, al parecer, para su modo de espíritu. Él lo acertó por mandárselo el Nuncio y el confesor del rey, y después acá se han detenido mucho sus despachos. No sé si ha de tener efecto esta su comisión; si Nuestro Señor ve que no le conviene a don Juan entrar en tal máquina, sabrála Su Majestad desbaratar, aunque estaba harto adelante. Ya yo debo haber escrito algo de esto a vuestra merced, aunque no me acuerdo dello.

10. Mis pleitos están muy al cabo y a mi parecer, boqueando; y es, muerte que se puede desear sin escrúpulo. Después de la definitiva que se dió, y muy contra mí, se han ido poniendo bien y mejorándose tanto en el último resumen, que está el negocio a pi que de salir una gruesa cantidad, y fundado en harta justicia mía. Haga Nuestro Señor su santísima voluntad en ello y en todo cuanto me toca, y vuestra merced se lo pida así, le suplico.

En acabando estos embarazos, espero me abrirá Nuestro Señor camino en lo que querrá de mí y me dará cómo lo pueda ejecutar valerosamente. Y podrá ser que vamos a participar en los andrajos que dice vuestra merced han de hacer un día a mi Madalena, por el amor de Nuestro Señor y que con su compañía me quepa a mí tan buena suerte.

Y no quiero alargar más ésta. Y porque no se le olvide le suplico, al cabo della, darnos muy humildes besamanos de mi parte a la señora doña Juana de Jacincur, que, cierto, amo de corazón a su señoría, y me alegro cuando me acuerdo que la ha querido guardar Nuestro Señor para compañía y consuelo de su Alteza; lo cual sea por muchos años. Y déla Nuestro Señor la santidad y espíritu suyo que yo deseo. Y a vuestra merced aumente en ese celo de Elías que le ha dado y la abrase en su encendidísimo amor, amén.

De Valladolid, a 11 de enero de 1602.

Luisa de Carvajal.

11. La condesa de Miranda me preguntó mucho por vuestra merced un día de éstos, y me rogó muy encarecidamente una y más veces, que no se me olvidase de escribir a vuestra merced un recaudo muy largo de su parte, y que fuese muy enhorabuena lo de la pedrada; que no lo había sabido antes y que se holgara de saber que vuestra merced estuviese buena y tan contenta en Flandes. A mí me parece que tiene vuestra merced mil razones de estallo.

Mucha merced me hará vuestra merced con la relación que dice del martirio de aquella señora de Inglaterra, que no le he visto acá.




ArribaAbajo

- 10 -

A don Alonso de Carvajal su hermano


Valladolid, 1 de agosto de 1602.

Jhs.

1. Plegue a Nuestro Señor que halle ésta a vuestra merced con la mejoría que yo le suplico.

En acabando de recibir la suya, al punto hice decir misa por vuestra merced a un religioso, bien sancto, y supliqué a Nuestro Señor afetuosamente se sirviese de darle salud; Su Majestad, por quien es, me oiga, puniendo en primer lugar su eterna salvación de vuestra merced.

2. Hermano mío: no sabría decir de cuán gran consuelo me fue, entre tanta pena, saber la merced que Nuestro Señor había hecho a vuestra merced, dándole su gracia soberana para que recibiese el santísimo Sacramento y eligiese confesor tan santo y aprobado, que sin duda lo será. Cuánto quisiera, hermano, mío, hallarme ahí, sirviéndole y procurando con el alma y vida el mayor bien de su alma y la mejoría de su salud. Y tanto ha sido esto, que pensaba en sí podría partirme para ahí luego; pero las fuerzas me faltan, que he estado para morirme después que vuestra merced se fué; y lo que es más es, que veo, que el mal es tan presuroso, que o mejorara vuestra merced o no dará lugar a mi ida. Espero en aquel grande y dulcísimo Dios, a quien tanto debemos, que con su Santísimo sacramento habrá dado mejoría a vuestra merced, o se la dará, si conviene, para salvarse; que si no, no.

Intolerable cosa sería para mí pensar que no le había de ver en el cielo con gloria eterna. Vuestra merced se acuerde mucho de Su Majestad Divina y se arroje confiadamente en sus manos con dolor verdadero de las ofensas a Él hechas y propósito firme y cuán más verdadero pueda de la enmienda de su vida; que esto tan bueno y necesario es para vivir como para morir; que si hoy escapamos de la muerte, otro día damos en ella, porque somos, en fin, todos mortales. No sé qué me digo, hermano mío. ¡Oh, quien estuviera ahí sirviéndole! Nuestro Señor supla por mí y le eche su poderosa y dulcísima bendición, amén.

Primero de agosto de 1602, de Valladolid.

Su hermana que como a sí le ama,

Luisa de Carvajal.

Pero Fernández me envía una carta para mi señora doña Beatriz; yo se la enviaré.

Y digo, hermano mío, que si ha hecho u hace testamento por lo que se puede ofrecer, se acuerde de mandar que su hija sea puesta, en llegando a siete o ocho años, en algún monesterio principal, o en mi compañía, si soy viva; porque me temo que su madre la casará con su hermano mayor o menor, o con otro deudo suyo; y podráse casar aventajadísimamente; y de mí le ofrezco que lo procuraré y miraré por ella más que si fuera mi mesma hija; y si desde luego me la quisiere mandar haré lo mesmo. Y lo que toca a este punto, le suplico encarecidamente no se descuide en ello, que el amor que tengo a la casa de sus padres de vuestra merced y a vuestra merced me hace que quiera tratar desto y, encargarme dello.

Esto he dicho por lo que podría suceder; que espero en Nuestro Señor que, si para su salvación de vuestra merced no conviene otra cosa, que me le ha de guardar y dejar ver.

Luisa.

En cuanto a curador de Ana, conviene que sea persona a quien después se puedan pedir cuentas libremente y que sea hombre de negocios y muy hacendado y de hacienda segura. Mire vuestra merced cuánto deseo su bien de Ana; pues estando con tanta pena y por otra parte con profesión tan retirada y fuera de las cosas deste mundo, me pongo a advertirle estas cosas y a suplicárselas.




ArribaAbajo

- 11 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 24 de agosto de 1602

Jhs.

1. Recibí la de vuestra merced de 23 de abril, la cual he leído por más de dos veces con el consuelo y gusto que no sabría encarecer. Gracias a Nuestro Señor que tan liberalmente comunica a vuestra merced tales afectos, que puedan encender cualquiera de los muy helados corazones. Del mío no sé qué diga, pues tan inútilmente pasa su tiempo detenido en cosas que no se sabe de qué importancia podrán ser.

Si no estuvieran ya tan al cabo de mis pleitos, imagino que me determinara a desampararlos; pero habré de aguardar unos pocos de meses, que, si no pierdo punto en la diligencia, no se dilatarán mucho, que tengo muy cuidadoso y buen solicitador; y, sobre todo, confío en Nuestro Señor que ha de ayudarme con su poderosa mano y sacarme de los embarazos que para mí son como prisiones y cadenas de Argel.

2. De los de Juan Bautista me sacó Su Majestad divina muy bien; y dieron la escritura de los dos mil ducados por de ningún valor ni efecto en vista y revista; y yo le vine a dar ciento y cuarenta ducados fuera de su salario, que estaba ya pagado; y con esto quedó muy contento y no sé si se fue a su tierra.

Gracias a Nuestro Señor que gran merced me hizo en que se echase a un cabo. Sus oraciones de vuestra merced, si no me faltan, me podrán ayudar mucho, y su ejemplo y compañía en cualquier grande cosa se que me sería de importancia, si yo la mereciese. Las de vuestra merced no se están, a lo menos, como las mías en el seno; ni sus deseos tan encerrados en el corazón, como los infructuosos y remisos deseos míos.

3. Con envidia considero las varias ocasiones en que la Majestad de Dios ha querido que vuestra merced se vea cada hora, y con tanto paño delante en que cortar. Y lo fino es, que sean de tal calidad, que parece obligan a las personas sean santas, y que anden tan dependientes y colgadas de la voluntad de Dios como vuestra merced muestra, confesando que, después que está ahí, se halla con grandes acrecentamientos en esa parte; y, según esto, buenas Indias son Flandes para el espíritu. Dése vuestra merced prisa a amontonar merecimientos, y traiga vuestra merced a la memoria de su Alteza muchas veces la gran ocasión en que está de lo mesmo, para que no se le vaya ni una pequeña parte de las manos; que estos son los más importantes y graves negocios de Estado que hay, y los demás tanto tienen de calidad y importancia cuanto en éstos participan. Y, si no se fundan en la mayor gloria de Dios y en el bien y salvación de las propias almas, anteponiendo esto a cuantos respetos y razones de Estado hay en la tierra, ninguna sustancia ni valor pueden tener. Y es cierto que pienso que, por querer Dios bien a su Alteza, la ha querido sacar de mantillas, y ponerla a do pueda ser de raro ejemplo a todos cosa de que tan necesitado está el mundo. Y así, no hay sino pedir a Nuestro Señor muy de veras por su buena correspondencia, para que le sepa dar fiel cuenta de lo que le ha puesto en las manos y estimarlo. Porque, ¿qué razón hay para que tengamos por desgraciados sucesos los que no pueden ser medio eficaz de más aventajada salvación? ¿Y lo que es, sobre todo, de una estrechísima amistad con la soberana Majestad de Dios Nuestro Señor? ¿Hay cosa que llegue aquí, ni fortuna mejor, ni viento más próspero que el que puede tan derechamente llevar a tan dichoso puerto? Si viese vuestra merced con qué ojos ha querido Nuestro Señor que mire yo estas cosas, en muy poco tendría el ánimo que en mi carta mostré.

Sabemos, en fin, señora, que juntar Dios en una alma grande santidad y grandes adversidades es muestra de gran amor suyo y de grande confianza; y, si me dijeren que falta la santidad, diré yo que aún no se está a dos pasos della; porque, muy mala cuenta ha de dar de sí quien con tales ocasiones no fuere santa.

Esta buena suerte creo que es aquella grande mies para la cual hay tan pocos obreros cuya falta vuestra merced llora; y con razón. Santos prósperos y ricos, y llenos y abundantes de bienes terrenales, todos lo quieren y codician ser. Y para querer ser santos en esta manera, cualquier pequeña virtud basta y en cualquier pequeño corazón cabe fácilmente (en lo cual nunca pudieran hacer de sí tan grandes empleos los corazones grandes y generosos) como lo hacen en lo contrario, que es su piedra de toque, donde sin engaño se descubre el valor y los quilates.

Y esto baste en cuanto a lo que siento de los aprietos y trabajos que vuestra merced me dice hay por allá, en que muestra vuestra merced tanto ánimo, que viene a dejar el mío muy atrás. ¡Ah, señora, qué fervorosa carta la de vuestra merced! A mucho se obliga quien tiene tanto fervor; no sé lo que me diera por verme con vuestra merced. Encamínelo todo Nuestro Señor como más servido sea.

4. Extremada fue la jornada de Santo Omer. No le sabría decir lo que me holgué, mayormente cuando llegué a leer aquel entrañable afecto con que llena de gozo y lágrimas y envidiosa de su camino se despidió de aquel padre que allí vio venido de Roma para pasar a Inglaterra. Si su espíritu de vuestra merced no se aplicara, como lo hace, a estimar amor y hacerlo de buena amistad a los fidelísimos siervos que Nuestro Señor tiene de esa nación, no pensara que la luz que de Su Majestad ha recibido era mucha; porque, si lo es, no sé cómo puede una persona dejar de hallarse muy obligada a acudirlos y ampararlos muy de veras.

5. El Padre Antonio Hosquines, aun desde Inglaterra, se muestra muy agradecido a lo que por él vuestra merced hizo mientras estuvo ahí; y es cosa cierta lo estará en sus oraciones que vuestra merced estima en tanto, y con mucha razón; y cada día, creo sin duda, irá esa en aumento y la buena dicha de haberle conocido.

Holgara saber si trató vuestra merced lo que me escribe vuestra merced del Colegio de inglesas, y qué fue su parecer, que el mío aunque tan indigno muy conforme es al de vuestra merced; y pienso que, si esto se efectuase, será una gloriosa y memorable obra y propia para algún gran personaje de estos del mundo, que, con su favor y sombra, podían a poca costa de su dinero o ninguna, hacer en lo demás mucho. Pero, como vuestra merced dice, no ha menester Dios a nadie, ni mostró la mies tener necesidad más que de obreros; dénos Su Majestad a entender cuán gran misericordia suya sea quererse servir de nosotros en persona, vida y hacienda y de todos nuestros pensamientos, cuidados, trabajos y ocupaciones.

Entre estas señoras de la corte hay personas muy cristianas, y la de Miranda, como vuestra merced dice, lo es en grande manera, pero, las continuas ocupaciones y la multitud de cosas que ocupan el corazón de los señores de la tierra, con título y color de negocios importantísimos y forzosos, suele dejar poquísimo lugar a obras de gran importancia en el servicio de nuestro Señor; porque, como éstas han menester llevarse tras sí todo el corazón o la mayor parte, en llegando a él, le hallan tan ocupado y sus fuerzas en materia de hacienda tan gastadas y embebidas en lo demás, que les es forzoso pasar adelante a buscar posada. Con todo haré cuanto pudiere en las ocasiones representándoles la importancia de este negocio y esperando en Nuestro Señor que podrá, si su santísima voluntad fuere, prosperarle con cualquier flaco medio que se ponga. Digo esto no por el de vuestra merced, que no le tengo por tal.

6. Habiendo llegado aquí me determiné de dejar esta carta así, sin acabarla, por algunos días, deseando hacer alguna cosa en este negocio y al cabo dellos ha ofrecido Nuestro Señor lo que aquí diré.

Estando descuidadísima del caso, me dijo el día de Santa Ana el padre ministro del Colegio Inglés, que le acababan de decir que, dentro de pocas horas, llegarían a esta ciudad cinco señoras doncellas inglesas, que venían derechas por Francia, desde Inglaterra y Flandes, y pasaban a Lisboa a ser monjas en el monasterio de Sión que allí hay. Y mostrándose cuidadoso de no tenor do aposentarlas, yo estimé esta ocasión, y le supliqué no las llevase a otra parte; y, así, se vinieron a parar a nuestra puerta. Venían en un coche y con ellas un sacerdote inglés de confianza, que el rector de Douay les dio para que les hiciese amparo y compañía. Éste se hospedó en el Colegio; y, cierto, que verlas entrar pudo causar particular devoción. Todas ellas bien dispuestas y de un exterior compuesto y agradable. Tuvímoslas diez días aquí, causándome su presencia y compañía el gusto y edificación que no sabría fácilmente decir; mostraron grande discreción en todo y mucha afabilidad y alegría, especialmente conmigo y con mis dos compañeras, Inés e Isabel, su prima. Quise detenerlas aquí un mes o dos, con ocasión de no estar bien dispuesta la una dellas y haberse sangrado aquí dos veces; pero no hubo remedio con el padre Cuberto, que era el que las traía y venía con gran deseo de volver a Flandes. La una de estas señoras salió, para venir, de la mesma casa de la reina de Inglaterra; la otra era Isabel Smith, que creo es la que vuestra merced me escribió que estaba en San Omer, dos meses había, esperando, y ella se alegró harto de oír nombrar un día a vuestra merced, mostrando que la conocía. No salieron de casa sino solamente para el Colegio inglés, y una tarde, muy tarde, a palacio, que las envió a llamar la reina, mientras el rey estaba en el bautizo del de Niebla, y todo aquello de palacio bien solo y sin gente.

Fuera de esto no las vio casi nadie; y ellas de ninguna cosa mostraban estar más olvidadas que de lo que otros pudieran hacer con ellas, ni de que las quisiesen ver, ni ver ellas nada, descubriendo en esto, como en todo lo demás, mucho espíritu y la misericordia que Nuestro Señor les hacía.

La tarde antes que se partiesen vino el Nuncío aquí, al Colegio, a confirmar las tres dellas que no lo estaban; y hízolo, con tanta devoción y ternura, que casi no podía leer ni hablar lo que se había de decir; y así se tardó algo más.

Decía el padre Cuberto que venían muy edificadas de las ciudades de católicos por donde pasaron en Francia, porque habían hecho con ellas mucha demostración de estima y amor. De España no podrán ellas decir otro tanto, porque mostraron en esto la tibieza que en otras cosas, con todo lo que blasonamos. En fin, señora, quiero venir a lo que hace más al caso.

7. La mesma mañana que estas señoras se querían ya partir, llegó una señora allí en una literica, que se llama doña María Cortés, mujer del depositario Juan Bautista Gallo, que habrá dos años está viuda, a quien vuestra merced debe conocer, pero a quien yo de ninguna manera conocía ni sabía su nombre. Apeóse a verlas, que no lo había sabido, a tiempo de poder venir antes, y estuvo en la que mirándolas hasta que las vio caminar. Y porque esto tenía algo de cosa extraordinaria, reparé un poco en ella; porque parecía o de mucho espíritu y afecto con Nuestro Señor, o de mucha curiosidad; pero no le hablé ni dije cosa ninguna.

Partiéronse las inglesas, y ella se fue a su casa; y a la tarde, no sé cómo me acertó a decir una persona que lo oyó a otros, que había enviado una señora un recaudo al rector del colegio diciendo si podrían volverse aquellas señoras del camino; porque, si se iban por no tener donde estar, que ella se lo daría y gustaría mucho de verlas quedar aquí. Como yo oí esto y por conjeturas entendimos que era ésta la misma que aquella mañana había estado a la partida, yo me determiné a escribirle un papel, suplicándole me dijese que era lo que quería decir en su recaudo; porque si fuese querer dar principio a algún monasterio, que no faltarían inglesas de importancia para él. Ella por respuesta me vino a ver aquese mesmo día; y, habiendo conocido su buen ánimo y deseo, la torné a escribir otro día, enviándole con Inés mi billete, y dentro, un traslado de todo aquel largo y afectuoso capítulo de su carta de vuestra merced, el cual le ha contentado mucho, y cada día muestra estar más deseosa de poner por obra este negocio, sin admitir dilación alguna que en su mano esté excusarla. Y pareciéndome que Nuestro Señor descubría aquí su poderosa mano, quise salir de mi paso, y me fui con Inés sola a su casa, que es la de las Aldabas, no muy lejos de la nuestra, y estuve toda la mañana con ella. Y díjome cómo había tratado este negocio con el padre rector y otro padre grave inglés, superior de las cosas de este colegio y que, aunque había mostrado gusto y agradecimiento, estaba tibio, y lo remitía todo a unas dilaciones grandísimas, por lo que él había conocido, que era negocio que se había de tratar y hacer sin ellos, y que, así, había escrito a vuestra merced una carta que me daría, y que enviaría ella duplicada por diferentes partes, porque estimaba en mucho este negocio y quería poner en él extraordinaria diligencia; porque las cosas que convenía que se hiciesen, con diligencia y secreto se hacían bien y no de otra manera. Mostró gran deseo de que no se entendiese esto, ahora en los principios, de ninguna manera; porque convenía así por algunas causas importantes, y que no lo supiesen los de la Compañía ni doña Juana de Acosta, su buena amiga de vuestra merced, que es su hermana, la monja de la Concepción, abadesa de un monasterio nuevo que doña María Ana ha hecho aquí de Recoletas de esa Orden. Y parece que dijo que les había dado ya mil y quinientos ducados de renta; y entróme al monasterio y a Inés, que puede entrar dos, y mostróme la iglesia y la casa que es bien grande y buena y muy clara toda ella. La abadesa se alegró conmigo notablemente y dijo que no podía caer en qué hubiese sido la causa de mi ida, que se la dijese. Yo se la encubrí fácilmente, y ella me pidió con veras que volviese a hacer lo mismo otras veces. Son las monjas quince, y esperan ha de ser para ellas cuanta hacienda tiene doña María Ana; y por esto, sentiría que entendiesen nada, hasta que, como ella dice, amanezca una mañana puesto el Sacramento y campanilla en la iglesia del Colegio de inglesas, con las cuales quiere repartir lo que le queda. Háme parecido mujer de valor y de cuya palabra se puede fiar mucho; y entre los que la tratan tiene de esto gran crédito.

Notablemente me ha hasta ahora contentado, y creo no se podrá hallar mejor sujeto para fundamento de esta obra: muérese por ver las inglesas ya aquí.

8. Pregúntele qué dinero trujo. Dijo que casi ochenta mil ducados que hubo de sus padres, que ellos y ella vinieron de las Indias, a do sus padres estaban con el marqués del Valle, sus deudos; que jamás, en toda su vida, se había obligado a ninguna cosa que tocase a su marido ni a otras algunas personas. Que su marido la había dejado por su heredera; pero que, aunque su hacienda era tan grande, no hacia ningún caso de esto, porque antes la tenía llena de pleitos, defendiéndola de mil acreedores que se la querían llevar por la fianza que hizo el depositario, a aquellos cambios que quebraron en Madrid poco tiempo ha. Y dice le hacen pagar desta misma hacienda mil ducados cada mes en costas y jueces que están puestos para la averiguación del negocio; y así estriba en sólo su dote, que éste no le parece podrá peligrar, pues no está obligado él ni ella a nada.

Holguéme harto que ella de suyo quisiese escribir a vuestra merced, porque era, obligarla a mucho. Díjome que procuraría ir disimuladamente acomodando la casa y lugar para iglesia.

Supo de mí cómo vuestra merced trataba de llegarse por acá por algún poco de tiempo, de que se alegró muchísimo, y lo tuvo por importante para asentar las cosas tocantes a esto.

También yo le dije, cómo había escrito a Roma al padre Roberto Personio sobre lo mismo y que me respondió estimándolo en mucho; que, siempre que se le fuese avisando de lo que se fuese haciendo, acudiría con todas sus fuerzas a ayudar el negocio en cuanto le fuese posible; y que de esta misma opinión entendía eran otros padres ingleses de este mismo colegio.

Quiere doña María Ana que vuestra merced suplique a la serenísima Infanta nuestra señora, que su Alteza favorezca con sus cartas muy encarecidas este negocio con el rey, su hermano, y con la reina, nuestra señora, para que sus Majestades lo hagan acá de manera, que no se atreva nadie a impedirlo; que están tan bien con esas obras de los católicos ingleses, que no dejarán de ser bien recibidas las cartas, siendo la materia tal y de tal mano. Y al padre Personio se ha de escribir, que alcance de Su Santidad las licencias y recaudos necesarios en lo espiritual, porque así también me lo rogó doña Mariana.

Quiere sujetarlas al obispo y poner monjas graves que las gobiernen, y sin duda creo será lo mejor para el gobierno espiritual y temporal, y para que se conserve con el tiempo mejor y más asentadamente, y por amor de Nuestro Señor y no por salarios y raciones. Y deseo fuesen Carmelitas Descalzas que lo harían extremadamente y se aplicarían, según creo, a esto más que otras; porque yo las he visto muy codiciosas de ir a Francia en tiempo harto revuelto y a otras tierras muy remotas y perdidas; pero no he dicho nada de esto a doña Mariana hasta ahora.

Cosa maravillosa parece haber salido esta señora con esto, sin haber entendido antes nada de mí ni tratado con el colegio inglés. Lo que resta es que vuestra merced ayude valerosamente, como lo ofrece en su carta, y anime a doña Mariana para que vaya muy adelante, pues fue su corazón de vuestra merced a do cayó el primer granito de la semilla que Nuestro Señor, como yo lo creo, fue servido de sembrar con su soberana mano.

Al padre Antonio Hosquines quisiera poder dar cuenta de todas estas cosas y de la venida de las inglesas por aquí, que se consolaría mucho. Vuestra merced lo haga, pues le tiene más cerca.

9. La relación de su letra del martirio de la santa Marta han tenido hasta ahora en el colegio inglés, y yo la vuelvo a vuestra merced porque me lo manda; y no pienso, que hago menos en obedecerla en esto, que vuestra merced hizo en hacerme merced de enviármela.

Y suplícole que, si escribiere al padre rector del colegio de San Omer; le diga que estimé en mucho la estampa iluminada del padre Ignacio, y que estimaría en más de lo que sabré decir, que quiera acordarse de mí en sus oraciones.

Las estampas que vuestra merced me envió de Nuestra Señora eran lindísimas y así se lo parecieron al padre Ojeda con quien partí dellas.

Con la historia de María de Lovaina ha estado graciosísima doña Juana de Acosta: en gran manera me holgué de leerla. Páguela Nuestro Señor a vuestra merced tanta merced como me hace, que no sé cuándo se la ha de poder servir.

Deseo saber qué eran los andrajos que vuestra merced heredó de esa santa mujer; porque dice tiene un cofre lleno, y para andrajos parécenme muchos.

10. Su amiga de vuestra merced, doña Ana de Peñalosa, dicen está santísima y sola con Ana, la esclava, en su casa, y con el padre Ojeda allí junto: mire vuestra merced qué buena vida para ella. Diz que ha dado muy costosas cosas al colegio; y con ellas, creo que doscientos o trescientos ducados de renta perpetuos. Escríbenme que le traen gran pleito los frailes descalzos Carmelitas de Segovia, sobre que no ha de ser patrona, y no sé si sobre más; y que dicen pagarán de buena gana todo lo que se tasare lo que ella ha puesto en la obra de la iglesia, que dicen es poco. Y creo la tiene este pleito afligida; porque hasta ahora debe querer seguirle; porque cada uno piensa que le sobra la razón que tiene en su causa.

11. Inés besa las manos a vuestra merced por la mucha merced que le hace en sus cartas. Ahora traemos otra compañera a casa, y débela de conocer vuestra merced, que es muy conocida aquí. Es persona que nos puede dar poco embarazo y podrá ayudarnos mucho en cualquier cosa que sucediese.

Esta va ya muy larga, y vale, en cuanto, a eso, por dos de las de vuestra merced, que aun que el papel es más, los renglones son muchos menos.

Acabo con suplicarle no me olvide ante Nuestro Señor y que me haga merced de dar a su señoría de la señora doña Juana de Jacincur mis humildes besamanos; que me alegro, cierto, y consuelo mucho de que su señoría se acuerde de mí.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced, y déle el aumento de su gracia santísima, que yo deseo.

De Valladolid, a 24 de agosto de 1602.

No se olvide vuestra merced de avisarme, si hay muestras de que Nuestro Señor oye nuestros afectuosos ruegos en lo que toca a la sucesión de su Alteza, tan deseada: Él por quien es, se sirva de mirar a la necesidad que de esto hay, y ayude a esa gente contra la que tan infiel a Su Majestad Divina ha sido, pues parece que es causa tan suya.

Luisa de Carvajal.

Pienso que estos padres no estorbarán esta obra. Lo que importa es tener al padre Personio: Vuestra merced le había de escribir. Y crea vuestra merced que, cuando haya salido con este negocio, habrá salido con una gran cosa. Hágalo aquel que puede, por quien es. Si el padre Personio escribe a Inglaterra, ayudará mucho para que sean enviadas las que han de venir; y querría que estas primeras fuesen mozas ya de seso maduro, como las que vinieron ahora.

En estos dos puntos de ser las superioras monjas y de ser Carmelitas piense vuestra merced un rato, y encomiéndelo a Nuestra Señor, y mándelle decir qué le parece.

A la señora doña Ana María beso las manos muchas veces.

La brevedad en este negocio de doña María Ana importa sumamente, como vuestra merced puede considerar, por lo que puede suceder de muerte, o otros extremos que el demonio procurará quizá poner, en materia, de hacienda.

A Magdalena de San Jerónimo que Dios guarde, etc. en servicio de Su Alteza.




ArribaAbajo

- 12 -

A don Alonso de Carvajal, su hermano


Valladolid, 28 de agosto de 1602.

Jhs

1. Gracias infinitas sean dadas a la Majestad de Dios, hermano mío, que se ha servido de darle salud, con que pueda reconocer en cuánta obligación está a tan soberana e inmensa bondad, y enderezar los caminos torcidos que desvían de la eterna salvación.

2. Luego como recibí su primera carta de vuestra merced, fiando poco de mis oraciones, por ser tan pobres de merecimiento, acudí a las de otros, de quien se puede fiar cualquier gran cosa; y se dijeron, desde luego, por la salud de vuestra merced misas, que, demás de la grandeza del sacrificio, podían, por la santidad de las personas, tener con Nuestro Señor mucha fuerza. Gracias a Él, amén.

Todo mi deseo es, que vuestra merced, quede muy renovado en espíritu y en el número de aquellos de quien Dios Nuestro Señor se agrada, y tan lleno de su santísimo temor, que su vida de vuestra merced me pueda ser a mí motivo de sumo gozo y alegría, y no de aflicción y dolor.

3. A Madrid avisé luego del mal de vuestra merced y de la mejoría. Escribí que una persona que fue a ver a mi sobrina, no sé si por mí respeto, que está muy bonita. Dios la bendiga y haga suya.

4. Yo tengo más salud que suelo gracias a Nuestro Señor y espero en Su Majestad fortificará la de vuestra merced y le trairá con bien.

5. Los pleitos han ido despacio y lo van, que no hay acabar con este señor tercero; ahora creo que dice que ha ya acabado; pero Dios sabe cuando acabará. En todo se haga su voluntad divina y Él guarde a vuestra merced y dé el bien y felicidad en todo que deseo y le suplico.

De Valladolid, a 28 de agosto de 1602.

No le quiero cansar, hermano mío, con carta más larga. El licenciado Arias lo ha hecho bonísimamente en mis negocios; y así, cierto, le tengo en mucho.

Luisa de Carvajal.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano, que Dios guarde. Jaraicejo.




ArribaAbajo

- 13 -

A Magdalena de San Jerónimo


Jhs

Valladolid, 7 de setiembre de 1602.

1. Por vía de doña Juana de Acosta escribí a vuestra merced días ha muy largo, respondiendo a las suyas y avisándole lo que había acerca del negocio del Colegio de inglesas que vuestra merced deseaba tuviese algún principio; y juntamente envié a vuestra merced una carta que le escribió la señora que quiere darle, que, como dije, se llama doña Mariana Cortés, mujer que fue de Juan Bautista Gallo, depositario aquí en Valladolid, que vuestra merced conocería.

Ella desea tanto hacer cuanto pudiere en este caso y ver acá ya algunas inglesas con que empezar, que me dice ha escrito a vuestra merced por tres vías, porque sea más cierto llegar a sus manos de vuestra merced alguna de sus cartas. Nuestro Señor lo guíe como puede. Amén.

2. Las mías envié por más seguridad a doña Juana, como digo. Pienso las pondría a buen recaudo, aunque respondió que le pesaba que le encomendasen cartas, porque no tenía mucha comodidad de encaminarlas. La primera vez que le han llevado las mías ha sido ésta, y porque este recaudo me ha dejado con cuidado, escribo ésta por vía del padre Cresvelo, que será cierta, y torno la historia de la Marta que se quedó acá. Todas las que hubiere como ésta, suplico a vuestra merced se sirva de que las veamos, aunque sea para tornarlas a enviar en leyéndolas. ¡Dichosa mujer fue ésta! Aquí tenemos en este Colegio inglés aquel su hermano de que se hace allí mención, que es grande siervo de Nuestro Señor.

Del padre Antonio Hosquines tendrá vuestra merced ahí cartas muchas veces. Cuando vuestra merced me hiciere merced de escribirme, me la hará de decirme lo que sugiere de él y del padre Juan Floido, su compañero, que partieron juntos desde aquí.

3. Ya escribí a vuestra merced en la última de la venida de aquellas cinco señoras inglesas doncellas, que vinieron por Flandes y Francia desde Inglaterra a ser monjas en el monasterio de Sión, que está en Lisboa; y cómo las tuve en casa hospedadas diez días, con gran edificación mía, que eran como unos ángeles.

Ya hemos sabido que llegaron muy buenas a Lisboa y que fueron recibidas con mucho amor y alegría de toda aquella ciudad, y estaba comprado el paño para hacerles los hábitos y recibirlas luego.

El negocio de doña Mariana, ayudado del fervoroso celo de vuestra merced, espero tendrá próspero suceso.

Los míos están cada día más al cabo: haga Nuestro Señor en ellos su santísima voluntad.

4. De salud me va mucho mejor estos días; deseo que vuestra merced la tenga para que la emplee, como suele, en el servicio de Nuestro Señor. Sus Majestades, digo las de la tierra, han estado con muy poca -que claro se estaba que ésto no se podía entender sino de majestades de tierra-; guárdelos Dios por quien es, y a las de allá, y déles aquel poder y sabiduría sobre esos sus enemigos que todos le suplicamos, y yo cada día con cuanto acto me es posible; que por nuestros grandes pecados permite Nuestro Señor que esa perversa gente se defienda por tan largo tiempo, causando tanta tribulación y trabajo a los que pelean con deseo de ensalzar su dulcísimo nombre; que a lo menos de Sus Altezas creo yo esto, sin duda, y que debe ser ese el principal motivo que los pone en tanto cuidado y gasto. En fin, no debemos desmayar ni consentir que nuestros corazones se enflaquezcan en la confianza que se debe tener en un tan poderoso Dios y tan sumamente benigno, perseverando en llamarle y presentar nuestros ruegos y gemidos, ante su dulcísima presencia.

5. Ahora poco ha me dijeron había correo; y así, me puse a escribir ésta y la habré de dejar aquí porque no se me quede acá, que es ya tarde.

6. A la señora doña Juana de Jacincur beso a su señoría las manos muchas veces; y las de vuestra merced, mis compañeras, que no sé si le escribí que había una más, y natural de aquí, de Valladolid; y, al parecer, muy a propósito para cualquier cosa del servicio de Nuestro Señor.

Él guarde a vuestra merced para sí como desea ésta su más indigna amiga.

De Valladolid, a 7 de setiembre de 1602.

A la señora doña Ana María beso las manos.

Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 14 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 25 de enero de 1603.

Jhs.

1. Estando yo para hacer esto hoy y con el deseo de tomar la pluma en la mano, me ha llegado la última de vuestra merced con Magdalena, la de doña Juana, y no quiere irse sin respuesta de ninguna manera; y así, me fuerza a ser muy breve.

2. Y no sabría decir, señora, de cuánto contento me sea ver los afectuosos y encendidos afectos del corazón de vuestra merced con los que éste tiene Nuestro Señor tan enriquecido. ¡Gracias infinitas le sean dadas, amén! Y esas mismas le doy yo en la manera que puedo, por haberse servido de traer con bien a vuestra merced a los Estados, que se habrá holgado harto Su Alteza. ¡Guárdela Dios y déle vitoria de sus enemigos, amén!, que por nuestros grandes pecados se debe haber diferido; pero este mal, en gran aumento de las virtudes del alma de Su Alteza puede haber redundado, teniendo tanto en que ejercitarse y aumentarse la paciencia, la caridad en Dios Nuestro Señor y en los prójimos, la fe, la esperanza y otras muchas que siguen ésas. ¡Ah, gran Dios!, pues que poderoso es Él para todo.

Las razones me corta el tiempo. Quiero pasar a lo demás.

3. Y lo primero, digo que sea muy enhorabuena venido el tesoro de las reliquias, que lo es sobre los tesoros todos de la tierra sin alguna comparación.

Y lo segundo, que estuve ayer con aquella señora que vuestra merced sabe, y desea el secreto sumamente; porque, para poner su hacienda en buen punto importa todo lo posible. Una sentencia ha tenido buena estos días, en parte de su hacienda, y espera que se mejore en la revista. Sabe muchísimo y disimula grandemente; y ya creo escribí a vuestra merced cómo se guarda de que no entiendan nada ciertas personas que vuestra merced conoce, que no se pueden nombrar aquí. No creería yo della que está resfriada, pues tan de veras lo tomó y se obligó no con menos que con escribir ella misma (sin que nadie se lo dijese) a vuestra merced y decille le trujese esas personas; que esto fue echar muchas prendas en el negocio. Y de esa mesma manera creo yo que está; ella es cosa que no dejará de ayudalla por mil partes Nuestro Señor, sin duda, y acá moverá a todos mucho vellas.

A vuestra merced no es menester ponelle ánimo, pues le ha dado Nuestro Señor tanto, que puede repartir con otras, aunque, cierto, que están las cosas destos tiempos tales, que parece se podría pensar que, por mucho que haya, habrá menester cada uno el suyo.

Querría, señora, que vuestra merced escribiese a esta señora con quien se trata este negocio, con el fervor que vuestra merced lo sabe hacer, y que fuese muy a menudo: digo, lo más que se pudiese; que esto hará mucho al caso, y encomendarlo a Dios con veras, que la oración fue, es y será siempre una gran cosa.

4. A mí se me ha ofrecido suplicar a vuestra merced una merced, que lo será muy grande para mí, y no fuera de su gusto de vuestra merced, y es que, habiendo sabido, días ha, que una doncella llamada Margarita Valpolo, hija de un caballero principal de Inglaterra y hermana del glorioso mártir Enrique Valpolo, de la Compañía, quiere ser religiosa y está con mucho desamparo en aquel reino, he deseado con extremo traella a mi compañía, hasta ver cómo se pone lo que se trata aquí o para ponella, en fin, en Lisboa. Y sé que nadie podrá saber mejor que vuestra merced hacer que tenga efeto este mi deseo. Y así, le suplico cuanto puedo, que procure vuestra merced que sea traída lo más seguramente que se pueda a Flandes, y desde ahí a Valladolid por Francia, si está seguro el paso, como suele, que el mar tiene mil peligros; y si fuese en compañía de vuestra merced, habiendo vuestra merced de venir por acá muy presto, sería una gran cosa; pero si se dilata algo la venida de vuestra merced; con alguna persona de confianza que venga, ordene vuestra merced, señora, que sea traída ella. He entendido tiene algún dinero para ayuda a su dote: si es así, de ése podrá gastar en el camino, que acá se dará lo que faltare para el dote; y si no tiene ninguna cosa con que venir, también se pagará acá luego, en llegando, lo que hubiere sido necesario en todo su camino. De aquellas señoras inglesas que pasaron a Lisboa, a Sión, supe que estaba esta señora Margarita junto a Londres, en casa de una conocida suya.

Al padre Hosquines puede vuestra merced escribir, encargándole que dé orden, en cómo venga esta señora, y yo haré lo mismo. Y tiene un hermano en Roma, que es la querida persona del padre Personio, y está asistiendo con él en todos los negocios, que se llama el padre Ricardo Valpolo, de la Compañía, que ha estado en España nueve años o más: hombre muy grave y docto, y aquí tiene dos hermanos, entrambos padres de la Compañía, muy doctos y como unos ángeles en el espíritu; y del beato padre Enrique Valpolo ya vuestra merced sabrá parte de lo mucho que hay que saber.

Hagamos esto por él le suplico a vuestra merced, en agradecimiento de lo que él hizo por nuestro dulcísimo y soberanísimo Dios, que vuestra merced pondrá el trabajo y yo haré que no falte lo que es dinero con seguridad y certidumbre; y quedo confiada en que muy presto, con tan buen medio, he de ver acá a doña Margarita. De gran importancia sería su venida de vuestra merced por acá, sin duda para estos negocios: hágalo, aquel que puede para su mayor gloria.

5. Anime vuestra merced mucho, como lo hace, y mil veces enhorabuena, a esas señoras monjas inglesas, que no es posible deje de ser gran gusto de Nuestro Señor, y déles vuestra merced mil humildes besamanos míos y encomiéndeme que en sus oraciones, y no me falten las de vuestra merced por amor de Nuestro Señor.

6. El estar la moza esperando, como he dicho, me quita el gusto que me fuera hablar aquí un poco de sus peregrinaciones de vuestra merced, que son excelentes y aun excelentísimas. Guárdela Dios, que del aprieto de la cólica y de otros espero sacará a vuestra merced con bien, mientras la vida de vuestra merced conviniere tanto a su santísimo servicio. Harta apretura fue; gracias a Su Majestad que dio fuerzas a vuestra merced, tras tanto trabajo de caminos, para llevarla y salir della. Yo, señora, después que vuestra merced me escribió sus caminos, o poco antes, he estado también muy mala; y tanto, que dicen los médicos que, si he vivido, ha sido porque quiso Dios darme la vida, así, claramente, de su misma mano.

Tuve una calentura continua tan recia, que me consumió a los seis días toda la carne del cuerpo con una fuerza y violencia extraña; y decían los médicos que más parecía calentura de algún muy robusto pastor que de quien no lo era. Tuve gran des cámaras de sangre, que no pensaban tenía yo tanta, ni suelo ser sujeta a sangre, antes suelo parecer que tengo poca. Quedé tan flaca de esto y del hastío, que, después de buena, no me he podido levantar en muchos días, ni ya vestida salir al suelo, ni andar un solo paso, ni tenerme sobre los pies, aun que fuese con ayuda de mis compañeras. Ya, gracias a Dios, se ha restaurado esto todo, y parece quedo mejor mucho de las indisposiciones que tenía en Madrid, que me ha sido de provecho este mal para los otros.

Mucho me he detenido en contar a vuestra merced mi mal.

7. A la señora doña Juana de Jacintur dé vuestra merced mis humildes besamanos, y diga vuestra merced a su señoría que creo se aprovecha mucho de las ocasiones que hay para perficionar su alma y hacer en eso, y en todo compañía a Su Alteza.

No me deja decir nada a vuestra merced esta muchacha.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced con el acrecentamiento de su santísimo amor que yo a Su Majestad suplico. Amén.

De Valladolid, a 25 de enero de 1603.

8. A la señora doña Ana María beso las manos... Aquella señora que vuestra merced sabe, gusta de que vuestra merced me escriba y acá escribamos, por vía del correo, por el temor que tiene en lo del secreto; y así, lo aviso. Vuestra merced haga lo que le pareciere mejor.

Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 15 -

A don Alonso de Carvajal, su hermano


Valladolid, 10 de marzo de 1603.

Jhs.

1. Muy bien debe vuestra merced al amor que le tengo la merced que me ha hecho con su carta, que, sin duda, me he holgado mucho con ella, y de que vuestra merced haya tenido salud; que, como su partida fue para donde había estado malo la vez pasada, dábame cuidado, aunque no se como nos pueda hacer mucho daño tierra que nos es tan natural; y, en fin, donde quiera vienen los males.

2. Bonísimas son las nuevas de Aniea; guárdela Dios y alumbre su madre con bien; que si fuese de un hijo, aún más esperaría que vuestra merced me ha de hacer la merced que dice en la suya; pero creo, hermano mío, que en cualquier caso puede fiármela, que la tendré yo sobre mis ojos y en mis mismas entrañas; y aunque la deseo muy santa, en ninguna manera trataría de torcer la vocación del estado a que Nuestro Señor la incline, que para la salvación es lo más seguro, y en el de los casados puede haber gran perfección si ellos quieren.

3. Habiendo llegado hasta aquí, sin dejarme algunas ocupacioncillas acabar, he recibido la última de vuestra merced con el contento que la pasada; y espero que Nuestro Señor le pagará a vuestra merced de acordarse de mí. Yo lo hago ante su divina Majestad por vuestra merced, con todo el afecto de mi corazón cada día; y muy ordinariamente dos y tres veces en él, confiando de la grandeza de Dios, aunque mis oraciones valgan tan poco: que no puedo sufrir, hermano mío, pensar que su alma podría fácilmente condenarse y quedar para siempre sin Dios. ¡El la libre de tan gran mal por quien es, amen!, dándole luz con tiempo para que se reduzca y reconozca eficazmente lo que debe a Dios y lo que tiene en Él, si quiere admitir ese bien. Bonísimo debe ser el padre Pacheco; déle Dios gracia para que mueva esas almas. Huélgome en extremo que vuestra merced le oiga, porque la palabra de Dios, oída con respeto, sin duda hace provecho, aunque el predicador no fuese muy aventajado, que Dios puede dar vida y fuerza cuando quisiere, a unas palabras muy ordinarias y groseras. Y además de eso, por lo que es el ejemplo, que en lugares pequeños, especialmente, se mira mucho el no acudir a los sermones; unos para imitarlo y otros para juzgarlo gravemente a mal. Quisiera que me dijera vuestra merced si se había confesado o dispuseto para hacerlo antes de la Semana Santa, que entonces parece que va como por fuerza el negocio. ¡Ay, hermano mío!, y si yo le viese muy allegado a Dios, ¿qué me faltaría de contento y de bien? ¡Extraña infelicidad, extraño frenesí! Extraño genero de alevosía, volver las espaldas a Dios y atreverse la criatura resolutamente a anteponer el cumplimiento de su voluntad al justísimo cumplimiento de la voluntad de Dios; y sobre tan grande mal, añadir otro tan grande como es señalarle a Dios el tiempo en que haya de perdonar y limitársele, diciendo que después, en otro tiempo, cuando nos parezca o cuándo no nos hallemos con tanta gana de hacer nuestra propia voluntad y de pecar, quebrantando la de Dios; que entonces nos volveremos de veras a Él, y Él beninamente nos perdonará.

¡Oh, estupenda cosa! Y cómo persuade el demonio esto tan cuidadosamente, a los necios con razones groseras, y a los de buen entendimiento, con unas tan sutiles, que basten a dejarlos ciegos y engañados y enredados en millares de pecados mortales en diversas materias, y en diversas maneras, por pensamientos, palabras y obras, con un olvido de aquel que los crió y redimió con su sangre, y que los sustenta y da vida, como si ninguna de estas cosas mereciera estimarse en nada, o como si el que las da y hace fuese uno de por ahí, de quien importase muy poco olvidarse: o como si Dios no fuese el que es, sino tal que cada uno pudiese hacer de Él lo que se le antojase; ahora, que me sufra, porque yo lo quiero así; ahora, que me perdone, porque estoy apretado de enfermedad; y desplácenme los pecados, porque no los puedo ya hacer, aun que quiera, y porque ya no me sirven de deleite, sino de carga y temor; y en mejorando, que vuelva Dios a sufrir ahí, como un hombre infame, las ejecuciones de nuestra perversa voluntad.

¡Ay, hermano de mi alma! Por amor de la majestad de Dios, que mire por sí con tiempo y en aquella manera que conviene para su eterna salvación, sin engañarse a sí mismo, asegurando lo posible este bien para alcanzarle; y aquel eterno y sumo mal para excusarle. Suplico lea ésta mía como carta en que se tratan negocios de no menor importancia que lo es el de la salvación de un alma, que costó vida y sangre de Dios, que no hay negocios de Estado ni de imperios que lleguen aquí. Y si algo tienen de importancia, es por lo que pueden tener de salvación de las almas y contento de Nuestro Señor; y si esto les quitan, ningún peso ni valor les queda.

4. Al licenciado Arias y a Vargas hablaré luego en el negocio de los Espinosas, y procuraré alguna carta de favor; harto deseo que sea como dé o salga bien. Encomendarémoslo a Nuestro Señor, para que se haga su santísima voluntad en todo, que de esa manera no puede suceder cosa mal. No sé cómo han de dar ejecutoria sin hacer averiguar lo que son las tierras y lo que pueden haber valido, según la diferencia de los tiempos.

Si no estuviera en este rincón, crea vuestra merced que fuera gran solicitadora de sus negocios; pero arrójolo en las manos de Dios todo, y algún día nos gozaremos de haberlo hecho así, y Su Majestad mirará por nuestras cosas como convenga más a nuestra salvación; que esotro, la vida es breve y todo se ha de quedar acá. Hacer lo que se pudiere, conforme al estado de cada uno, y lo demás fiarlo de Dios. Y sea como fuere, procuraré alguna carta de favor, como he dicho. Y cierto, que me da disgusto este negocio de los Espinosas. Del de el Carmen deseo saber que, por más que lo pregunto a Vargas, no me sabe dar razón cierta de ello.

5. El alcalde no acaba de querer ver mi pleito, y así se está.

A doña Leonor es harta caridad acudir, y ella lo merece; de todas maneras, vuestra merced le envíe mil recaudos míos, y a mi ama le encomiende muchísimo en todo lo que se ofreciere. Con la carta de doña Antonia holgué, que lo dice en ella muy bien y con mucho amor. Querría saber Por qué vía responderé que vaya la carta cierta; y huelgo de que ocupe vuestra merced a su padre, que es hombre honrado y conocido antiguo.

Por no detener al mensajero, no digo más. A todos me encomiendo ahí, y a la buena Isabel. Y las de casa besan las manos de vuestra merced muchas veces; y guárdemele Dios, hermano mío, como a Su Majestad suplico.

De Valladolid, a 10 de marzo de 1603.

Muy bien lo hace el licenciado Arias. ¡Qué honradísimo hombre que es!

Luisa de Carvajal.

Posdata. -El libro de las armas deseo que vuestra merced me haga venir aquí, que yo le devolveré luego muy mejorado; y crea que importa; y querría viniese cosido en un paño y sellado, que no lo viese nadie.




ArribaAbajo

- 16 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 4 de mayo de 1603.

Jhs.

1. Mucho me alegran y consuelan, si duda, sus cartas de vuestra merced. Páguele Dios la merced que con ellas me hace. No me parece había vuestra merced recibido mi última carta, porque no dice della vuestra merced nada en ésta que yo he recibido de 16 de abril.

2. Doña Mariana me vino a ver un día de éstos, después de escrita mi carta, y díjome cómo había escrito a vuestra merced ella, mostrando nuevo deseo deste negocio que se ha tratado. Y venía tan fervorosa y deseosa de verle efectuado antes de su muerte, que me maravillé hubiese escrito a vuestra merced con tanta tibieza como vuestra merced me escribió los días pasados. Sinifiquéle cautamente el sentimiento que vuestra merced me mostraba de nuestra frialdad en cosa tan importante al servicio de Nuestro Señor; rióse, gustando mucho de su celo de vuestra merced. Preguntóme qué podía yo hacer en esto, en materia de hacienda, y yo le certifiqué de que no podía hacer nada, callándole todo lo demás que en mi última carta escribí a vuestra merced acerca de mis disinios, que esto me importa mucho no sea entendido. No mostró doña M. hallar novedad en mis palabras, ni desabrimiento ninguno; ni se desanimó de oír mi poca ayuda, antes estuvimos muy largo rato tratando del mejor efeto deste negocio, y yo animándola cuanto pude. Y es lo bueno, según me dijo, que ha tomado Nuestro Señor por medio para que ella vaya muy adelante, un padre agustino que ahora es Provincial aquí, con quien ella se trata mucho. Este padre, dice, la alienta fuertemente y la persuade a que ésta es una gloriosa obra. Quiere doña M. que sean de la Orden de San Agustín, y esto se tiene acá por lo mejor, por justas causas que hay, que son largas para carta. Encargome que yo sinificase a vuestra merced cuánta necesidad habrá de favor con el obispo de aquí y con el rey y reina y duque; pero esto no ahora, hasta su tiempo, en el cual avisará a vuestra merced; que antes de él sería dañoso en gran manera, porque se vendría a entender, Y ella tiene por importantísimo que no se sepa hasta que ponga las cosas que son necesarias en buen punto.

3. Bonísima debe ser esa señora doncella que vuestra merced me dice salió de Inglaterra. Holgara en extremo verla y servirla en algo, como también a las demás señoras inglesas de ese monasterio, que las imagino como unos ángeles ante los ojos de Nuestro Señor; que, aunque no las conozco, las amo, y tengo noticias de algunas de ellas, como es de María Percy y de Dorotea, la hija de confesión del padre Juan Cornelio. Pídales vuestra merced, de mí parte, me ayuden con sus oraciones, por que no se les olvide de mi necesidad; y vuestra merced no me olvide tampoco, le suplico, en las suyas jamás.

4. No sé cómo no me hizo vuestra merced merced de decirme algo en su carta de Margarita, su hermana del santo mártir Enrique Valpolo. Suplícole me la haga en este particular con el cuidado posible; que holgara verla fuera de Inglaterra antes desta revolución que ahora habrá.

5. Acá se había dicho, algunos días ha, la muerte de la reina de Inglaterra y elección del de Escocia, que parece vino volando por el aire esa nueva, y fue por vía de Francia; y esperábase a que se confirmase por Flandes como se ha hecho. Bien desapercibidos los ha tomado a todos esta tan buena ocasión. Holgara que vuestra merced me dijera alguna particularidad de las que se habrán allá sabido en este suceso desdichado; y si ha sabido vuestra merced algo del padre Antonio Hosquines y del padre Juan Floido y de su hermano el preso. Vuestra merced me diga, le suplico, lo, que dellos supiere, que acá no hay carta ninguna, que se sepa, de Inglaterra, desde que murió la reina. ¡Que poco que le, habrá parecido, señora, a aquella misera mujer el tiempo de su reinado y de su prosperidad, y qué de años le parecerá que dura su tormento! Infelicísima alma, por cierto, fue la suya, como lo será para siempre jamás. Y estupendo juicio, y muy particular, debió de ser el suyo ante el divino tribunal: y pienso que lo fue sobre todos los que de su sexo ha habido muchos años ha. Si el nuevo rey quisiese ser hombre de bien, motivos tiene hartos y bien fuertes para serlo, y para revolver sobre los que tan injuriado le tienen en su santa madre y en su padre también. Mucho se han fiado de su maldad del rey, pues se han determinado a hacerle su señor; porque, si no le tuvieran por infidelísimo, a la religión católica y a los padres por quien Dios le dio el ser, no se pudieran tanto dél asegurar; que, dicen, casi ninguno de ellos hay, digo de los que le han introducido en el reino, que no se halle culpado en la muerte de su madre, o que no sea hijo de los que la procuraron. Podría ser que Nuestro Señor se sirviese de tocarle en el corazón con el tiempo, que en el presente milagro sería no seguir la voluntad y consejos de los que le han hecho su rey, cosa de él tan deseada y pretendida.

5. De esos Estados nos han dado buenas nuevas; pero vuestra merced no dice nada en la suya. Hase divulgado que el archiduque ha tenido vitoria de cuatrocientos caballos y que estaba ya Ostende a pique de ser entrada de Su Alteza, y que el enemigo no podía sacar, este verano gente en campaña. Y si es así, no sé porqué no quiso vuestra merced alegrarme siquiera en una palabra, por más de prisa que estuviera, pues sabe del gozo que es para mí cualquiera buena nueva de esos Estados de Flandes; y para todos creo yo que lo es; porque, demás de lo que debemos desear el descanso de Sus Altezas, los buenos sucesos de esa guerra son para la santa Iglesia y para la seguridad de España de la importancia que se sabe. Mírelo Nuestro Señor todo, como lo espere de tan inmensa bondad; que muchas veces digo con grande sentimiento, representándole las cosas de Flandes a esta soberana Virgen Vulnerata deste Colegio inglés que mire tanta necesidad y acuda en tanto aprieto; porque si Ella no los mira y acude con poderosa mano, que qué han de hacer; que si los han de dejar sus piadosas entrañas perder allí, y que todo se venga a hundir y acabar. Y consuélame la esperanza; y deseo que confíen Sus Altezas fidelísimamente en Dios, y que esta confianza los esfuerce y anime; que a la medida del conocimiento de Dios es el esperar en Él, y cuanto más conocemos de Él, más esperamos; y en saber con grande luz lo mucho que tenemos en tener a Dios por nuestro Dios y por nuestro bien, está todo nuestro esfuerzo y seguridad; porque ese profundo y vivo conocimiento enciende el amor suyo en nuestro corazón y augmenta y fortalece la confianza, desahoga y dilata el pecho y causa en cuerpo y alma cien mil bienes. Mejor sabe vuestra merced entender y decir esto que yo.

6. A la prontitud del celo y deseos de vuestra merced se esfuerzan a querer seguir los míos, desde luego, aunque tan desigual celo y perfeción, como yo creo, debe haber en ello. Gracias a Dios que da salud a vuestra merced como me dice. De que haya tanta ocasión de buenos empleos y merecimientos, debemos dárselas sin cuento por la parte que en ello hay de poderle agradar, y por todas, pues no solamente podemos decir Omnia in sapientia fecisti, sino también que las permitió y permite siempre con suma sabiduría; y, en fin, ninguna hay que no sea registrada ante sus soberanos y piadosísimos ojos antes que pase y sea. Y esto pienso que quiso decir por nuestro consuelo y alivio en las siguientes palabras: Impleta est terra possesione tua.

7. De mi salud me pregunta vuestra merced. Es verdad que quedé muy sin fuerzas de las calenturas de otubre, pero convalecí gracias a Nuestro Señor valientemente de aquel mal en un mes o dos, y del mal que me dio en Madrid, que es este corrimiento que baja de la cabeza al corazón cuando me acatarro, me hallo mejor hasta aquí. Las demás están buenas y besan las manos a vuestra merced; y Inés en particular díceme muchas cosas que diga a vuestra merced, y yo le digo que es muy largo para cartas. Ya no está conmigo la que escribí a vuestra merced, porque se le ofrecieron algunos negocios y cobranzas, y esto no lo podía desde casa hacer, que nos es mucho embarazo.

8. Ya habrá vuestra merced sabido cómo la Emperatriz nuestra señora murió casi cuando la reina de Inglaterra. Bien diferentes juicios debieron ser los suyos y bien contrarias suertes los harán ahora. Y también habrá vuestra merced sabido cómo mandó Su Majestad doce mil ducados de renta al Colegio de la Compañía de Madrid, que los irán heredando de los criados a quien deja parte de ellos de por vida.

9. Yo ando dándome grande prisa a acabar con mis embarazos de pleito. Espero en Nuestro Señor lo estarán para Navidad, y siento tanto un día sólo de dilación que no oso pensar en ello, prometo a vuestra merced. Ya está tan al cabo y tan pasado por contraste que no sé cómo se pueda dilatar.

10. Doña Juana me envía con mucho cuidado sus cartas de vuestra merced; y Madalena, su moza, las trae más alegre que una Pascua: es cosa de verla, cierto; y, así, nos regocijan las cartas y el mensajero.

11. A la señora doña Juana de Jacincur suplico a vuestra merced dé mis humildes besamanos, como suelo. Y en lo que vuestra merced pudiere ayudar a los Católicos ingleses, no creo será menester suplicarle lo haga. Ahora, me parece, han menester más que nunca su santidad y su celo y fidelidad a Dios y a su Iglesia. Y no es bien que hallen en nosotros desmayo ni desaliento, sino unas entrañas y pecho abierto para acogerlos y favorecerlos. Nuestro Señor los ayude, amén, como es menester, y guarde a vuestra merced con el aumento de su espíritu y santísimo amor suyo que yo deseo para mi misma alma.

De Valladolid, a 4 de mayo de 1603.

12. No sé si escribe a vuestra merced doña Ana de Peñalosa. Está aquí días, ha que vino a la muerte de don Luis, su hermano, aunque no le alcanzó vivo; y está aquí de espacio, porque le han puesto gran pleito los padres descalzos sobre una escritura que les tiene hecha de mil ducados de renta, diez años ha, y de todos los diez mil ducados corridos. Está afligidísima, con verse aquí y con pleito; que tenía hecho su asiento ya en Madrid muy a su contento. Porque sé que vuestra merced la quiere bien, he querido decirle lo que de ella se me ofrece.

Humilde sierva de vuestra merced.

Luisa de Carvajal.

A Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde mucho años en servicio de la serenísima infanta de España, nuestra señora.




ArribaAbajo

- 17 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 4 de mayo de 1603.

Jhs.

1. La última que de vuestra merced he recibido, de 11 de agosto, ha sido para mí de la merced y consuelo que no sabría decir, aunque mezclado con dolor de los trabajos de esos Estados que en ella vuestra merced refiere. Y quisiera más irla a ayudar y servir en ellos que cansarla con cartas. Confío en Nuestro Señor no desamparara su misericordiosa protección a esos nuestros príncipes y señores cristianísimos, aunque parezca que todo se va a perder y que llega el agua a la boca. Y ya sabe vuestra merced y lo habrá oído muchas veces, que es uso de su divina Majestad probar hasta el postrer punto a aquellos a quien quiere hacer muy suyos y llegarlos muy a sí; y aunque parezcan sucesos acaso, no lo son en Dios de ninguna manera, sino que con particular providencia hace o permite cuanto en el mundo sucede o ha sucedido, y con algún gran motivo y intento de sacar de allí el mayor bien de los suyos y la justificación de sus escogidos y predestinados.

2. Y cierto, señora, que si Su Alteza, la serenísima infanta, se sabe dar buena maña a corresponder a Nuestro Señor, que se haga una reina santa, que la puedan canonizar, como a otras gloriosísimas que ha habido. Porque, así como las prosperidades del mundo y el cumplimiento o abundancia de gloria temporal y regalos y descansos y todo lo a esto semejante es siempre medio eficaz para apartar de Dios el alma de quien lo posee, y desquiciarla y arrancarla mañosa y sutilmente de toda virtud y del verdadero y del fino amor que Dios pretende para sí; por el consiguiente, todo lo contrario, como es trabajos diversos en unas y otras maneras, eficacísimamente van con la mesma sutileza y mafia despegando el alma de su propio amor y de la afición de las criaturas y de todo cuanto no es Dios, hallando en ellos su acíbar y suma amargura, y sólo en el Criador descanso, alivio y seguridad; y deprende a acudir a Él en todo como a su solo y dulce refugio y a estar colgada de Él de noche y de día y a negarse a sí prontamente por aquel de quien cuelga toda su seguridad y contento. Y aunque esto a los principios se haga y ejercite con sequedad y trabajo, si el alma persevera pidiendo y esperando de Dios el auxilio necesario hasta conseguir un fuerte y abrasador amor suyo, sin duda se le irá allanando toda dificultad y sequedad, y se hallará como en un anchísimo campo de libertad verdadera de su corazón y desengaño dichoso, y con un aliento y desahogamiento, tal como puede la poderosa mano de Dios darle. Y lo demás es andar reventando. Y el venir a morir a manos de trabajos, digo señora, que es una infame muerte (verdaderamente); y si no conociéramos a Dios y Él fuera el que es para quien le busca y quiere, parece que viniera a ser algunas veces lance forzoso; pero así, no lo es, ni su palabra faltará jamás. Y yéndose gobernando una persona en todo cuanto se le ofrece lo mejor que sabe y con los más cristianos y prudentes medios y modos de proceder que le es posible, acudiendo para ello a la oración y sacramentos, ¿qué hay que temer? Y si los temores nos cercaran, hacer los oídos a sus bramidos y los ojos a su fiero aspecto, y acostumbrar el corazón a que no los tema, con el desmayo y flaqueza que los pueden temer los que no tienen a Dios ni confían en Él.

3. Verdad es que, aunque una alma se conserve por la misericordia de Dios en su gracia sin pecado mortal, si de ordinario cae voluntariamente en pecados veniales y no trata de irse a la mano en ellos cuanto quiera que parezca ser dificultoso, no vendrá a alcanzar de Dios aquella luz superior que él da a las almas que se procuran purificar, para que con ella crezcan en sabiduría y en fortaleza y finísima confianza y en un amor fuerte, con el que hace sumamente dichosas las almas y las pone en aquel desahogamiento y verdadera libertad de que habló Cristo Nuestro Señor cuando dijo:«Si permaneciéredes en mis palabras, seréis verdaderos discípulos míos y imitadores y conoceréis la verdad, y la verdad os librará». Esto es, se os hará verdaderamente libres, que un poco más abajo dice: «Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres». Y el Hijo, que es Cristo, y la Verdad de que habla allí todo es uno.

Así, señora, que no hay más de poner los ojos en Cristo y seguir su ejemplo y echar fuera todo cuanto huela a vanidad y mundo, y amar a Cristo, y esperar en Él, y procurar traerle siempre delante y, como divino tesoro, estampada su dulce presencia y su memoria en lo íntimo del corazón. Y dichosísima el alma que esa tal amistad y privanza con Él alcanzare, como sin alguna duda la alcanzará quien de veras se la pidiere y la procurare con perseverancia.

4. Y, volviendo a lo primero, para acabarlo digo: que, como ya se sabe, nunca la Iglesia floreció más en santidad y grandeza que cuando fue en sus principios afligida y se hallaba metida entre millares de enemigos; y en nuestros tiempos, en las provincias a do más estrechada y perseguida está, allí hay, por la mayor parte, mayores santos y almas más fieles a Dios y que guardan más perfectamente su santa ley. Y adonde hay mucha paz y más descanso, es cierto no faltar luego descuido y amor propio muy en su punto, y olvido de Nuestro Señor y relajación grandísima en su amor; enemigos más crueles y ponzoñosos que los del tiempo de la adversidad.

Aprovéchense, por amor de Nuestro Señor, así los príncipes como nuestros suyos, de tan provechosas ocasiones, para que cuando venga la paz.




ArribaAbajo

- 18 -

A un señor de Madrid apellidado Marañón


Valladolid, 7 de mayo de 1603.

Jhs.

1. Confiada de la merced y caridad que vuestra merced me hace siempre, le he escrito sobre unos libros que acá eran muy necesarios: el «Memorial de fray Luis» he recibido por vía de Robles, sin carta, y estimado en mucho ese cuidado: págueselo Nuestro Señor a vuestra merced.

2. Quisiera saber la respuesta de los «Aprovechamientos espirituales del padre Arias» y de los demás libros que escribí. Y si hubiere «Varoníos» todavía, me lo avise vuestra merced por me hacer merced, y qué costó este «Memorial» que vuestra merced me envió. Éste y otros es para su hija del conde de Miranda, que me los encargó mucho, y es muy sierva de Nuestro Señor; y les debo mucho en hacerme despachar lo que toca a mi pleito; que con esa caridad que tienen estoy ya muy cerca de acabar del todo este estorbo.

3. Vuestra merced me diga si le puedo servir en algo, y si se halla mejor de las calenturas. A Nuestro Señor suplico siempre ayude en todo a vuestra merced y le guíe con su dulcísima providencia. Y gran consuelo es, señor Marañón, poder amar a Nuestro Señor donde quiera, con toda la fineza y afecto de nuestro corazón, sin que pueda nada ni nadie impedirnos este sumo bien, si nosotros queremos ponernos de veras en esto, con la ayuda de Dios, que no nos falta jamás; y entre las más ásperas prisiones y entre cualquiera humana ocupación, el corazón siempre está suelto y libre para levantarse a su Dios y estar haciendo mil ofrecimientos afectuosísimos y mil dichosos empleos de sí en la suma grandeza y dulcísima presencia de Dios.

4. Su Majestad dé a vuestra merced el augmento en esto que deseo, y en todo cuanto más le ha de agradar.

De Valladolid, a 7 de mayo de 1603. Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 19 -

Al señor Marañón, de Madrid


Valladolid, 3 de diciembre de 1603.

Jhs.

1. Mucha caridad es la que vuestra merced usa conmigo; pido a Nuestro Señor se la pague, como de Su Majestad lo espero; y deseo tenga vuestra merced consuelo sumo en Él en todos sus trabajos, y una confianza valerosa en el dulcísimo corazón de Dios, que para los que le aman dispone las cosas de manera que todas cooperan en bien y utilidad dellos; y esto se entiende aun de lo que parece contrario a su virtud y espíritu en las aparencias, que de todo saca Nuestro Señor bien y aprovechamiento para sus almas. No sé sacar a luz este punto, por la torpeza de mi lengua; que, si pudiera, quizá bastara a consolar un rato a vuestra merced. Pero Nuestro Señor le dé inteligencia de lo que tiene en Su Majestad; que, con eso, el corazón sé aligerará y dilatará en todas las ocasiones y sucesos que pueden oprimirle.

2. No se olvide vuestra merced de hacerme en sus oraciones la merced que en los libros y en todo me hace. La «Crónica» era muy buena y barata, que acá otra que se halló costó 27 reales, y antes había costado otra 30 para diferentes personas.

El «Aviso de gente recogida» y el «San Juan» y los dos libritos eran todos muy buenos y baratos.

No he podido con los correos pasados escribir después que los recibí, que habrá quince días, y ya lo deseaba, por agradecer a vuestra merced tanto cuidado y merced. El aviso de los «Varoníos» esperaré. «Santa Gertrudis» ha salido ya aquí en romance y muy bueno (digo los tres libros primeros en un cuerpo); y no han salido los otros dos, que salen en otro; y aunque hay pocos, se venden algunos.

Mucho me consolara de poder ayudar a vuestra merced en sus trabajos; y en lo que pudiere lo procuraré hacer con gran voluntad; y recibiré gran merced en que vuestra merced me lo avise. Y creo que no le falta en todo la paciencia que Nuestro Señor quiere de vuestra merced y resignación grande en su santísima voluntad; gracias le sean dadas, amén, infinitas e incomparables; que tiniéndole a Él por Dios y sumo bien nuestro, no me parece puede haber trabajos, que no se deshagan luego como un ligerísimo humillo, con la memoria de tan gran bien y tan dulce suerte.

No sé qué había que escribir a vuestra merced, que no me da lugar a pensarlo la que escribo, porque es muy tarde y me han dejado hasta ahora escribir unos padres que han estado aquí.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced y échele su santísima bendición con que crezca y se haga en toda manera agradable a Él.

De Valladolid, a 3 de setiembre de 1603.

3. Ya escribí a vuestra merced cómo salió mi sentencia del alcalde, y no mal; ahora estamos en Consejo, donde esperamos la última resolución deste embarazo.

Luisa de Carvajal.

Con esta carta quería enviar los 42 reales que debo a vuestra merced, y paréeme que se podrán perder, vuestra merced me haga merced en todo caso de decirme con el primero correo, a quién se los daré, o si podré darlos a Robles, para que los envíe a vuestra merced; y vuestra merced no lodilate, que harto reconocida estoy a la merced que en todo lo que dice en la suya me hace.




ArribaAbajo

- 20 -

A Magdalena de San Jerónimo


Valladolid, 16 de noviembre de 1603.

Jhs.

1. Mucho deseaba ya haber carta de vuestra merced; con ésta he recibido la merced que siempre; guárdeme Dios a vuestra merced y páguesela como quien es.

2. A doña Mariana he hablado después acá, y hállola tan resuelta en que, si se hace a su costa, como está tratado, este negocio, ha de ser de recoletas agustinas, y sujetas a los frailes; que me parece no hay para qué nos cansemos más en persuadirla a otra cosa. Ella desea el secreto sumamente por parte de vuestra merced y mía. Yo la he asegurado que, aunque vuestra merced se aparte de este negocio, le será fiel en el secreto con doña Juana, su amiga, y con todos, y que, por esa parte, no le sucederá daño ni pesadumbre ninguna, porque nadie lo sabrá de vuestra merced ni de mí, placiendo a Nuestro Señor.

Ella anda ahora muy ocupada con sus pleitos y unos edificios que acaba en el monasterio que tiene fundado, en lo cual tiene bien en qué entender; y sospecho que, si vuestra merced no la alienta y ayuda con sus cartas y consejos y envialle inglesas, que se ha de quedar sin ir adelante esta obra.

3. En cuanto a los benitos ya vuestra merced habrá, por ventura, entendido lo que pasó cuando, ahora tres o cuatro años, se les fueron cuatro estudiantes de este Colegio a San Benito el Real de aquí; y ahora un mes o poco más habrá, que se les han ido a lo mismo dieciséis dellos, y los diez o doce a escondidas, sin decirlo en el Colegio; sobre lo cual ha habido muchas causas de pesadumbre entre los de la Compañía y aquesta religión, aunque todos tengo por cierto han tenido buen celo del servicio de Nuestro Señor. Y así, no sé si el padre Personio querrá que se haga monasterio de Benitos en este lugar, por este grave inconveniente de ir, poco a poco, o mucho a mucho, despojando los colegios y sacando con promesas y halagos a los mozos dellos, después de tenerlos criados y enseñadas letras, a costa de la hacienda de los Colegios y del cuidado y perpetua diligencia de los padres que los gobiernan. Y como les ofrecen, como se ha entendido, que los enviarán con toda brevedad a Inglaterra y los darán largamente lo necesario, con facilidad mueven los ánimos dellos. Y así se dice por cierto han enviado algunos de estos mancebos a Inglaterra, los cuales no se atreviera a enviar el Colegio, por no tener la suficiencia que se requiere para tan gran negocio; y los padres benitos, como son de otra nación y no tienen experiencia de las cosas de Inglaterra, con el deseo que tienen de enviar ellos también gente de su Orden allá, no deben de reparar mucho en ese inconveniente.

Y yo digo a vuestra merced que han tenido buenos encuentros sobre esta materia; aunque, como gente religiosa, los unos y los otros deben haber procedido con buen celo, como he dicho, y con temor de Nuestro Señor.

4. Doña Mariana pudiera fundar esta casa, de la Orden que es la de Sión en Lisboa, para huir de estos inconvenientes también con los agustinos; pero no habrá, a lo que yo veo, quien la saque de su intento en que ya tiene resolución, en caso que haga algo. Vuestra merced lo encomiende a Nuestro Señor, y con la luz que Su Majestad le dará en ello, vea vuestra merced si le podrá servir en alentar a esta señora y ayudarla con favor y con hacerle traer de Inglaterra las personas que hubieren de venir, que esto sólo pretende ella. En lo de ser flamencas no habla palabra, antes dice que no han de ser sino inglesas solas; y que, hasta que de ellas haya quien pueda ser superiora, lo han de ser monjas españolas.

Yo no hago más que dar cuenta a vuestra merced lisa y llanamente de lo que hay; y pienso que si vuestra merced no alienta a doña Mariana, ha de quedar todo por el suelo. Y no sé quién le metió esto de las agustinas en la cabeza, de manera que, sin saber lo que toca a los benitos, que no se cura ella de eso, no hay quien la saque de allí. Deben haber sido los padres de aquella Orden, con quien trata mucho, y ellos con celo bonísimo lo han deseado y desean.

5. No me dice vuestra merced en la suya nada de sí; que, aunque fuera una palabra, pudiera hacernos merced; y sepa que tengo gran necesidad de saber si será cierta su venida de vuestra merced a España y cuándo; porque, si fuese esta primavera, sería para mí nueva de gran contento, porque pienso resolver de mí sin más dilación que ésta.

Mi pleito, como vuestra merced sabe, ha pasado por mil coladeros, como si fuera de un millón o diez, y ya está en Consejo Real, donde dará su postrera boqueada brevemente, placiendo a Nuestro Señor. Y aunque sea sin hacienda, estoy resuelta de irme ahí a vivir o morir, segura de que no me faltará la ayuda misericordiosísima de Nuestro Señor. Y ya sabe vuestra merced que no pretendo cosa de la tierra, ni la ayuda de los poderosos della ni en lo que vale un real solo.

Y de salud me va mucho mejor, y cada día más, después de esta última enfermedad de calenturas, que tanto me apretó por doce o quince días. Ahora verán que allí debí gastar gran parte del humor que se me llegaba al corazón en Madrid, que siento en él notable mejoría y bastante aliento para el camino que pienso hacer. Háse, encomendado harto a Nuestro Señor y parece que, con evidencia, se ve ser su santísima voluntad ésta.

Vuestra merced me haga merced, por solo su divino amor, de avisarme con puntualidad cuándo partirá de ahí, que no querría en ninguna manera dejase vuestra merced de venir, ni después de venida, de volverse; porque para mí sería de sumo consuelo su compañía; y no piense que la cargaré en nada, ni le seré de pesadumbre ninguna, placiendo a Nuestro Señor, antes la serviré de ojos, con toda la voluntad posible.

Esta carta se queme luego suplico a vuestra merced, a quien en confesión y sumo secreto fío este negocio, que está escondido en mi corazón, y no me conviene lo sepa criatura viviente hasta estar allá; y así, mi partida ha de ser muy encubierta, para lo cual me saldré de aquí a otro lugar, que no habrá persona que pregunte por mí; que aun los de la Compañía que me conocían se han desparramado de manera que me causa admiración.

6. A Su Alteza beso los pies muchas veces: guárdela Dios, amén, y ayúdela en todo con su poderosa mano; y, si es servido, por quien es, nos deje ver sucesión de tan grande y buena señora.

7. Esta querría llegase brevemente a manos de vuestra merced y su respuesta a las mías. Suplícole la tenga yo muy como deseo y con mucha brevedad, que de lo que de mí fuere, por la misericordia de Dios, gran parte le cabrá a vuestra merced como medio tan principal.

Acá no se entiende esto, ni mis compañeras lo saben; porque, como he dicho, me importa en toda manera, por lo espiritual y temporal, el salir y llegar allá en secreto con sola una compañera, como criada de vuestra merced o como deuda; y sin compañera también, si así conviniese, me iría, sin duda.

Y ¡qué poco haré yo en ponerme en este viaje por el gusto de Nuestro Señor y su santísima voluntad, pues por seguir a una criatura mortal y perecedera hacen eso y más cada día tantas mujeres, con menos fuerzas que yo o pocas más, siguiendo a sus maridos, padres o amos, cuya providencia es tan flaca y incierta; y a todos les parece bien aquello; y mucho mejor, si, acaso, por ir allá o más lejos, se supiese que habían de adquirir o alcanzar alguna gran honra o seis u ocho mil ducados de renta, con lo cual ningún amigo o deudo habría que no lo aconsejase. Y por lo que es tanto más, sé que muchos me contradirían, mayormente los que pensasen que con mi ida perdían algún interés.

En fin, señora, mi resolución es grande. No me falta sino que vuestra merced quiera ayudarme a ejecutarla para mayor gloria de Nuestro Señor. Su Majestad me ayude por su infinita clemencia y me guarde a vuestra merced como le suplico.

De Valladolid, a 16 de noviembre de 1603.

Indigna sierva de vuestra merced,

Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 21 -

A Isabel de la Cruz, monja recoleta en Medina del Campo


Valladolid, 31 de agosto de 1604.

Jhs.

1. Mucho he holgado con su carta y siempre me serán de particular gusto, y estimo por gran merced de la madre priora la licencia que para esto se ha servido darle; a su merced beso las manos muchas veces y las de la madre supriora y Agustina de Jesús, que he deseado escribirlas. Y sin mirar a las grandes ocupaciones que allá hay en estos principios, lo hubiera hecho si no me hubieran imposibilitado mis negocios y falta de salud, que del cansancio dellos y de una sangría que no debía haber menester, he estado muy mala, y no pienso que es poco hallarme hoy para escribir esta carta.

2. Deseo, Isabel, muy de veras que abrace con entrañable amor ese santo y religiosísimo modo de vida en que Nuestro Señor la ha puesto, y que cualquier pensamiento que desdiga desto, aunque sea delgadísimo y sutil, le tenga por muy diabólica tentación, fortificándose más en este caso cada día, con íntimo gozo de su alma y continuo hacimiento de gracias; que así espero yo en Nuestro Señor que le acaece y que desto oiré yo las nuevas que deseo toda mi vida; y tengo por intolerable cosa volver, ni aun de imaginación, un solo paso atrás del puesto en que se halla; que es doctrina ésta propia de novicias, por más espirituales que sean.

A María del Sacramento y a Isabel y María de Dios, que no sé los títulos que se han puesto, me dé mil entrañables recaudos y besamanos. Y que estoy con fe de qué les hace Nuestro Señor grande merced, y su ama me dicen está cada día más espiritual. A todas las demás señoras beso las manos muchas veces, y a Eufemia me encomiendo mucho.

Ayer me hicieron merced de venir a casa la señora doña Gregoria, su patrona, y la señora doña Magdalena Valdés; y toda la tarde entera gastamos en hablar de las santas recoletas de Medina con un gusto grandísimo.

3. Mi pleito me ha costado gran trabajo; porque, salida la sentencia, pusieron pleito contra ella, y esto se vió en vista y revista en el Consejo Real y se aprobó en mi favor; y ahora se hace la ejecutoria para notificarla en Granada a don Luis. Y con esto parece había yo acabado; pero como son tan grandes mis pecados, no merezco el contento que me pudiera dar cosa tan deseada como salir de pleitos; y así, mi hermano ha, estos días, hablado en pretensiones contra mí de toda la cantidad de la sentencia, que será poco más de 19.000 ducados. Y aunque tengo gran justicia y está firmada de once o doce abogados de aquí, en que entran todos los famosos sin faltar uno; he tratado de concierto con mi hermano, temiendo no me impida el alma con su pleito, y le doy más de lo que se le debiera dar; y, con todo eso, me dicen está algo rebelde, aunque a mí me dijo no pleitearía contra mí jamás; pero temo que lo hará por lo que hasta ahora veo. Y ya sabe cuán al alma me llegarán pleitos y cuánto estorbo será de las cosas de mi alma; y así, me he alargado en decirle lo que en esto pasa, para que lo tome muy a pechos con Nuestro Señor; y pida por mí lo mesmo a esas señoras, y principalmente a las superioras y amigas que Nuestro Señor me dió acá y me ha llevado ahí; que estoy en gran afección porque es la destruición de mis deseos y del servicio de Nuestro Señor esto, sí se me pone impedimento a la hacienda y no nos concertamos; y para tales trabajos son tales amigas; y creo es traza del demonio, sin culpa de mi hermano.

Hágase en todo la santísima voluntad de Dios.

4. Mire qué cosa es estar con pena, y tanta, pues he llegado a escribir hasta aquí, hallándome tan indispuesta. Compadézcase mucho de mí en este negocio para ayudarme, y guárdela Nuestro Señor con aquel amor suyo que yo deseo.

De Valladolid, a 31 de agosto de 1604.

Inés está buena, y no la escribe porque dice que no la responde; yo creo debe ser por no tener licencia.

Al padre Blacfan daré su recado.

Unos alicates le envié y la «Santa Gertrudis» y dos libricos pequeños; no dice si lo recibió. Ahora le envío un estuche y un relicario doradico (que se hizo para el padre Miguel) para sus reliquias; y es tanta la ocupación mía y de Inés, que no tenemos una hora de alivio, aun tiniendo más salud yo que la que tengo. Y así, no hay culparnos de nada, aunque parezca olvido, que no lo será sin duda.

Luisa.

El licenciado Molina, fiscal de Hacienda, me defiende bravamente contra mi hermano, y a todas mis cosas acude como a propias; encomiéndelos a Dios, que no tengo en esta ocasión mayor amparo; hoy les ha dado Nuestro Señor un hijo.

A Isabel de la Cruz, monja recoleta en la Concepción de Medina.

El estuche no se acabó de hacer; acabaráse el sábado, me dicen.




ArribaAbajo

- 22 -

A Leonor de Quirós


Valladolid, 6 de noviembre de 1604.

Jhs.

Esperando cada día la venida del padre Lorenzo de Ponte y del licenciado Juan Manrique, y saber qué dejan negociado en Medina, me detengo de no ir; pero estoy con cuidado de la salud de mi señora la condesa, y de los deseos y espíritu de vuestra merced y de la señora doña María. Y digo que no querría tuviesen desconsuelo, sino un fervoroso ánimo, y el amoroso afecto con Nuestro Señor, cada hora más encendido y deseoso de verse ya arrojadas en sus dulcísimos brazos con el nombre y título altísimo y dichoso de esposas suyas. Yo me ando dando gran prisa a mi despacho y al de Inés; que para ello esperamos también por momentos al padre Lorenzo.

Encomiéndenos vuestra merced a Nuestro Señor y acá haremos lo mesmo; y yo lo hago y por sus compañeras de vuestra merced, con sumo deseo de ver ejecutadas o muy firmes sus resoluciones antes de mi partida. Hágalo Nuestro Señor como más convenga a su mayor gloria y contentamiento, y guarde a vuestra merced en su santísimo amor, como lo deseo.

Hoy sábado, a 6 de noviembre. -Luisa.

Qué frenesí o qué extraña letargia padecen los que no tratan de sólo entregarse totalmente a Dios en cualquier estado en que se hallen, conforme a la posibilidad de él; que, si lo posible se hiciese, a todos nos podrían canonizar. Y todos tendrán estrecha cuenta; pero aquellos a quien Dios más quiso obligar, estrechísima y terrible.




ArribaAbajo

- 23 -

A Leonor de Quirós


Valladolid, 23 de diciembre de 1604.

Jhs.

1. Hoy pensé ir allá y halléme muy ruin, y mañana creo lo estaré según me hallo ahora; y así, escribo aunque muy de noche, que no me dejan embarazos un momento de lugar. He deseado mucho ir por lo que toca a esas dos señoras mis amigas; que las quiero muy bien, cierto.

2. Hoy es día de mensajero a Medina, y así, acabo de escribir ahora a la madre priora y a Inés sobre el negocio, y el licenciado ha hecho lo mesmo; y envió por mis cartas con cuidado, aunque tan tarde; que tiene caridad notable, sin duda, aunque en el hablar él no es experto en ninguna cosa.

3. No quiero se me acabe el papel sin decir a vuestra merced que vine con todo consuelo el otro día de ver la disposición que Nuestro Señor le va dando para cosas mayores en su servicio; que no, veía la hora que volver a que apretásemos más despacio aquella materia; y pues no he ido, señal es que he estado bien impedida.

Hágame Dios por su misericordia tan gran merced como que vea yo a vuestra merced, antes que salga de aquí, pasada de una tan encendida saeta de su amor, que todo le sea intolerable fuera de Él y de su amor, gloria y dulce contentamiento. En fin, en su mano de vuestra merced está este negocio tan grave y pesado, y yo saldré por la de Dios, que no le faltará. Pues el corazón de su ama de vuestra merced ¡cuál le deseo yo ver! ¡Mas si tengo de merecer cosa que tanto deseo!

Del conde me avise vuestra merced; que ya sabe con el cuidado que estaré siempre de su salud y vida. Yo estoy casi como una hiel de verme aquí sin partirme: creo que he de romper con todo y no esperar cosa desta vida, sino irme. Dígaselo vuestra merced a mi señora la condesa, cuyas manos beso y de su hija.

Inés me escribió ayer, que está más consolada.

Guarde Dios a vuestra merced como deseo.

Hoy, miércoles, 23 de diciembre. -Luisa.

A Leonor de Quirós, que Dios guarde.




ArribaAbajo

- 24 -

A Leonor de Quirós


Valladolid, diciembre de 1604 o enero de 1605.

Jhs.

1. Hágame merced vuestra merced de decirme cómo está el conde mi señor, que le deseo la vida como la mía; guárdele Dios amén; y a mi señora la condesa, por quien Su Majestad es, para su santísimo servicio y gloria.

2. Su Excelencia no ha nombrado criado que trate del dote de las dos señoras monjas, pues no lo hemos sabido. Acuérdeselo vuestra merced, por si se pudieran hacer las escrituras antes que me vaya; por que esas dos almas queden seguras para Dios en tan alto y dichoso estado.

3. Y no piense vuestra merced que, porque no lo va a ser, carecerá del premio de monja, deseándolo y habiéndose dispuesto a serlo de su parte todo cuanto le ha sido posible. Dése vuestra merced acá a perfección con gran estudio y cuidado; y al cabo, verá cuán buena monjía le ha sido.

3. El libro de mano es buena ayuda; y porque el que sacaba el de Inés no le quiere sacar de buena gana, le he dado a otra persona que lo haga, y encargádoselo mucho; y quizás será mejor, porque escribía mentiras esotro. Mi señora la condesa quisiera yo le leyera, y creo gustara dél, que tiene muy vivo entendimiento, y ése supliera lo que la gran ocupación podía ofuscar a anublar para no entendelle.

4. Mi provisión me haga merced vuestra merced de saber si está firmada, y atrévome a preguntallo, porque hay peligro de que cobren otras grandes deudas, y me quede yo sin dónde cobrar con seguridad.

A mi señora doña Aldonza beso las manos.

Hoy jueves.

Luisa.




ArribaAbajo

- 25 -

A don Alonso de Carvajal, su hermano


Jhs.

Valladolid, 25 de diciembre de 1604.

1. En mucho estimo que vuestra merced se acordase de avisarme de su salud; harto nos debemos parecer en alentarle a vuestra merced. El caminar con mis romerías lo pienso estar mucho; y si Nuestro Señor se sirve traerme de ellas con vida no tengo intento de estar en la Corte. En verdad, hermano mío, que es la peor vivienda del mundo para quien la conoce.

Harto deseo ver los niños; y, aunque no fueran tan lindos como son; guarde Dios a hijos y padres con el contento y buena dicha que yo le suplico.

2. Cuando yo fuere a Madrid, estaré cierta de la merced que en su casa de vuestra merced se me hará; y por algunos días podría ser les tomase la palabra; pero temo que he de tener que hacer acá más de lo que pienso, y los amigos me matan todos que no me vaya de aquí; pero esto poco importará, conviniéndome.

3. Don Luis de Campo, me ha escrito, y me mata por mil vías y su hermana doña Leonor, que espere hasta mayo, porque tiene hecha una venta muy buena a 17.000, para cuando lleguen los galeones. Yo le dije a él en mi carta, que no me hallaba para servirle como quisiera, sin ofrecerle nada; y a su hermana, que en los cinco mil ducados de vuestra merced, ni en 4.000 o más de deudas, mías, yo no podía dar espera; que en lo que me tocase a mí sola, con grandes fianzas, podría yo hacer más liberalidad. La provisión está ya sellada, y no hay que hacer, sino empezar a ejecutar; y si se hace por lo de vuestra merced y las demás deudas, no creo, se podrá dejar de hacer por todo; y piérdese mucho tiempo y todo es dilación. Antes pedían hasta dos meses, después hasta Navidad; ahora, hasta fin de mayo; y así será siempre, creo yo. La facultad está también ya sellada y en mi poder, y yo cansadísima de negocios y de salir a pie, las veces que es forzoso; y de otros mil embarazos de papeles, billetes y cartas que me escriben.

4. A esos señores beso las manos muchas veces; y no podrá creer vuestra merced lo que me holgaría conocer al señor José del Castillo. Arias está ya muy mejor, gracias a Dios; él cual guarde a vuestra merced como yo deseo.

De Valladolid, 25 de diciembre.

5. Nunca me da buenas nuevas de contento en lo que tanto le puedo tener, como en las cosas de su alma. Querría hubiese dádole vuestra merced buenas Pascuas. Plega a la majestad de Dios las haya tenido y tenga vuestra merced de todas maneras, como se lo suplico. Y no creerá vuestra merced cuán ocupada estoy: no sé cómo me han dejado escribir ésta: yo andaba por hacerlo antes de recibir la de vuestra merced, y no me daban tiempo.

Luisa de Carvajal.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano, que Dios guarde, etc.




ArribaAbajo

- 26 -

A don Alonso de Carvajal, su hermano


Valladolid, 13 de enero de 1605

Jhs.

1. La precisa obligación con que nacemos de acudir a dar gusto a Dios en cuantas cosas se nos descubran que le podrá recibir, responderá por mí en esta ocasión; la cual parece ha tomado Nuestro Señor por medio para llegarme de veras a Sí; y yo en ella he deseado, mediante su poderosa ayuda, corresponder con todas mis fuerzas, sin otra pretensión ni fin que sólo el cumplimiento de su divina voluntad en cualquier caso o suceso que le pluguiere más de mí, alto o bajo, chico o grande, honroso o despreciable, público o secreto; esperando en su benigna misericordia, que en ninguno me la negará, ni cosa criada, presente, ni futura podrá apartarme de la caridad y amor de Jesucristo Nuestro Señor, en cuyas soberanas manos tengo puesto mi indigno corazón, felice refugio suyo. En ellas vea yo el de vuestra merced, como a Su Majestad lo suplico, y a mi hermana y amadísimos niños, Ana y Francisco, enriquecidos y dichosos con su bendición dulcísima, ante cuya grandeza holgaré valerles lo que en pretensiones de tierra no les valdré ni he valido.

Sabe Nuestro Señor que holgara de verlos; pero más huelgo de tener eso que ofrecerle, hasta que Él se sirva de que los vea. A su madre y abuelos pido sus oraciones; y a vuestra merced, hermano mío, que conozca cuánto debe a Dios y trate de sólo agradarle con veras, recompensando en ellas los descuidos pasados.

2. Y en esta mi ausencia, vuestra merced proceda con la cordura y cristiandad que debe y espero, no quiriendo que sea más corta que lo que para su mayor gloria conviniere.

Entretanto quédese vuestra merced con Dios, y tan en Él como yo deseo y le suplico, siempre.

De Valladolid, a 13 de enero de 1605

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano, que Dios guarde, etc.

Madrid




ArribaAbajo

- 27 -

Al padre Esteban de Hojeda


Valladolid, 14 de enero de 1605

Jhs.

1. Una inspiración fuerte, y continuo, eficaz y aprobado afecto, me ha, señor, paso a paso, llegado a tal término, que, rompiendo con cuanto me pudiera impedir, me he resuelto de salir de aquí con un solo fin y deseo, que es el cumplimiento de la voluntad de Dios; y en ella, estoy cierta, cumplo la de vuestra merced. Con las mesmas veras, y firme en tal fundamento, procuro quitar el cuidado de los futuros sucesos, y ponerle siempre del todo en lo presente, empleando todas mis fuerzas en su mayor contentamiento y amándole sobre la vida y la muerte y sobre todo cuanto imaginarse puede de gloria u de tormento. Y parece que me lleva Su Majestad con un corazón dilatado y nada temeroso ni estrecho, y tan libre de pretensiones lucidas, que el morir por su dulce gusto en una posada o camino, o en cualquier bajo género de muerte, me será de sumo contento.

2. Todos mis negocios se han acabado, y sola la cobranza falta; y ésa se queda por hacer, porque el afecto, me espolea fuertemente, y una dura reprensión interior me atormenta, en admitiendo un solo día de voluntaria dilación.

3. Ya sabe vuestra merced que la hacienda ha de ser de la Compañía de Jesús, como lo es su dueño y lo sera mientras viviere, que a esto se les ofrece, tan pobre en la ofrenda y posibilidad cuanto rica de voluntad y afición verdadera.

De la caridad de vuestra merced confío que no le dejará olvidarse de ésta su más humilde sierva delante de la Majestad inmensa, por cuyo amor lo suplico a vuestra merced con todas veras; y a Nuestro Señor, que guarde a vuestra merced y le dé la felicidad de su espíritu en aquel grado que yo lo deseo.

De Valladolid, 14 de enero de 1605.

A la señora doña Ana, mande vuestra merced dar mis íntimas y humildes encomiendas, y le suplico me ayude con sus santas oraciones.




ArribaAbajo

- 28 -

A don Alonso de Carvajal, su hermano


Valladolid, 21 de enero de 1605.

Jhs.

1. Mil ocupaciones me han quitado la pluma de la mano para escribir a vuestra merced, hermano mío, y dalle cuenta de lo de por acá; que no hay cosa nueva más de la muerte del buen Arias, que ya no lo será para vuestra merced; brava cosa ha sido y bien cierta.

En la fragilidad de la naturaleza no hay tal como tener cada uno sus cuentas ajustadas y llanas con Nuestro Señor, para cuando toquen a la puerta; que bien mozo era, y bien fuera debía estar de pensar le había de sobresaltar la muerte ahora; y quizá es la burla por algunos días o años, si no por eternidad de eternidades. ¡Téngale Dios en su gloria, amén!

2. En la cobranza destotro negocio está nombrado juez ejecutor, y tiene ya sus recaudos para ejecutar; pero don Luis me mata con que pagará en el mes que entra, porque tiene ya vendido un juro en 19.000 ducados y otro para la resta, creo que también. Yo lo dejo muy bien puesto todo, y en manos del señor fiscal de Hacienda; y no, espero, porque no nos llegue el día de la cuenta como a Arias, sin cumplir las obligaciones de conciencia; que tenía algunas no muy fáciles para en saliendo mi pleito, y el gusto de Dios se ha de estimar sobre todas las cosas.

3. Deseo harto ver a esos angelitos: Guárdelos Dios y a su madre muchos años, cuyas manos beso, y las de esos señores todos muchas veces. Y no me olviden en sus oraciones, les suplico, mientras Nuestro Señor se sirve de volverme a traer a do nos veamos; y no voy, cierto, con muy buena dispusición, pero mejor questos días.

Guarde Dios a vuestra merced, hermano mío, como deseo, y déjemele ver Su Majestad muy gran siervo suyo, amén.

De Valladolid, a 21 de enero de 1605.

Luisa de Carvajal.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano, que Dios guarde. Madrid.

Ésta envíe vuestra señoría con la criada.

Al padre Hernando de Espinosa suplico la envíe con la que he suplicado a su merced.




ArribaAbajo

- 29 -

A Inés de la Asunción


Valladolid, 21 de enero de 1605.

Jhs.

1. Bien creerá que las ocupaciones han sobrepujado mis fuerzas, pues no han ido ya a sus manos muchas cartas mías.

Con las suyas huelgo en extremo, aunque se me agua con el sentimiento que muestra de mi ausencia; que, si las viese yo venir llenas de consuelo y gozo de las misericordias que Dios le ha hecho, sería para mí el leellas de los buenos ratos que puedo tener. Y porque dice desea saber de mis negocios, diré lo que hay en ellos.

2. La facultad salió muy bien, gracias a Dios; y lo que tocaba a eso quedó del todo acabado, y mi hermano se fue a Madrid de asiento, y él licenciado Arias, el segundo día de Pascua, a la otra vida: téngale Dios en el cielo y acuérdese de él en sus oraciones.

La provisión para el juez ejecutor se sacó, y se nombró a Valderrábano; pero no se ha empezado a ejecutar, porque don Luis asegura que pagará todo lo que me debe, en el mes que entra sin falta, porque ya tiene vendido un juro suyo para esto.

3. Yo me he resuelto en ir sin aguardar a nadie, que es nunca acabar, y sin coche por la mesma causa; y así he vendido dos mulas y comprado dos machuelos grandes, mansos, y de fuerza, y otro me dió la duquesa de Frías; y la de Cea, uno para mí, en que iré, porque es muy bueno y a mi propósito. Con éstos y la mula grande partiré: llevo tres de a caballo y una mujer que me acuda muy como conviene, que va donde voy, y a entrambas viene bien; no se si llevaré alguna más. Y llevo dos buenos mozos de a pie; el uno ira gobernando mi machuelo. Llevo sillón algo hondo y fieltros para el agua; y las cosas del baúl, en una manga de sayal a las ancas de la mula grande.

4. De salud no me va muy bien, que he estado muy indispuesta doce días o más; y tanto, que temía algunas calenturas como las pasadas de aquí que me impidiesen mi camino. Ya, gracias a Dios, estoy desde ayer acá, con gran mejoría, y me hallo para poder salir de casa a pie, como no sea lejos.

Las cosas que se dejó acá se le han llevado, y los dos jubones fueron en el lío del hábito que le envié, y no falta sino solamente el candil, braserillo y banquillo, que se dará en casa del licenciado Manrique, cuando me parta.

5. La licencia del padre provincial ha venido ya, según me dicen; que la envió a la condesa, en respuesta de sus cartas, y lo dice huelga mucho de que cosa suya entre en esta religión. Iré a saber lo que hay en ello de la condesa, y a despedirme della.

Ayude todo lo posible en este negocio a estas dos almas que están muy más fervorosas que antes; y doña Catalina una santa, cierto; y de Quirós hay maravillas, que está muy resuelta y puesta en cosas de mucha perfección; no la conocería, con ser ella tan buena siempre. A ella le queda el libro de mano que sacó Rodríguez, porque doña Ana María no le ha hecho trasladar, y Quirós dice lo hará hacer y se le guardará a ella. Por eso cóbrele con cuidado, que lo merece el libro, y no veo que en las que me escribe se acuerda de él.

Conmigo está sola Madalena, y lo hace y ha hecho muy bien, porque la providencia de Dios es dulcísima; ahora la enviaré a su Baeza por medio de doña Ana María.

Isabel Vitman se está acá de día muy de ordinario, y es un ángel, cierto. He holgado de tratarla tanto, porque he descubierto gran virtud en ella y una apacibilidad grandísima de condición.

A todos doy sus recaudos: doña Juana dice la escribirá en yéndome yo; y el padre Espinosa lo mismo.

El padre Ricardo Valpolo está aquí, creo, de asiento; he holgado de verle muchísimo, que es hombre de gran cabeza. El padre Miguel está bueno, aunque no me ha escrito, y el padre ministro y todos lo están.

Con esto creo he satisfecho a las preguntas de sus cartas y deseo de saber de lo de por acá que nos toca.

Isabel Vitman anda muy rota: digo, bien viejo todo lo que trae; y le hace falta la basquiña parda que le dió y se la tienen allá.

El padre Lorenzo, está, tres o cuatro días ha, en la cama con calentura, que me tiene con el cuidado que no sabría decir, y no me le da menor el mal de nuestra madre y señora. Espero en Nuestro Señor los guardará a entrambos como es menester. Avíseme luego cómo está su merced, y dígale la pena con que estoy; que cierto la amo en el alma, y en ella sentiría irme sin ver a su merced.

6. Pues a mi buena Inés bien se ve que sentiría no la ver, y estoy bien cerca de tener esta mortificación. Porque todos los que saben el camino, aunque no sepan que yo he de ir por él, dicen que es locura detenerse ahora quien le hubiere de andar, un solo día, porque algunos pasos peligrosos están razonables, y de aquí adelante van cada día empeorándose; de manera que, por ésta y otras muchas razones, sera de no pequeño trabajo el arrodear para ir ahí y haber de volver aquí. Y temo que el vernos para tan poco rato, la ha de afligir mucho de nuevo; que de mí no hago caso, que a todas las aflicciones voy sujeta.

Mire si me da licencia que vaya mi viaje derecho y, en lugar de mi vista por el breve tiempo que habrá de ser, le envíe el crucifijo de mi cabecera: escoja de las dos cosas la una. Y no me olvide, mi Inés, jamás, con Nuestro Señor, que yo no la olvidaré hasta que la vea asegurada y gozosa en la presencia perdurable de Dios; que esta vida cortísima es y por la posta vamos saliendo della y dejándola atrás.

A todas las amigas y señoras dé mis besamanos; y a la señora Agustina de Jesús y a la madre supriora muy en particular. Isabel de la Cruz me escribió una carta bonísima y muy bien notada; holguéme de leella. Déle cuenta de nuestros negocios, si gustare dello, que no la podré yo escribir largo, que me mata estos días hacerlo y ha habido mucho que escribir en el asiento de mis cosas, hacienda y deudas. Yo tendré cuidado de consolalla siempre en cuanto pudiere, como se lo debo, y lo pide el amor que la tengo.

7. Estos días no he sido señora de mí, y cierto que he pasado grande trabajo; y así, me he enflaquecido bravamente, mucho más que lo estaba cuando se fue; y así, el camino tomaré por alivio, que deseo tenelle y descansar un rato en la dulce presencia de Dios en la oración; que a Su Majestad hago muchas más faltas que a los amigos estos días; y, como es benignísimo, me perdona y no me esconde ni tuerce el rostro cuando me vuelvo a adorarle.

Hecha pedazos estoy, hermana: si na me facilitara el ser ésta para ella, no, creo la pudiera haber llegado aquí.

8. Mire que no haya memoria ya, ni en sus cartas se vea, de cosa que toque a desconsuelo, ni acordarse de lo que pueda dársele; que es tentación manifiesta y perjudicial y la trairá muy desquiciada, si no, se anima a desechalla fuertemente.

Espero en Nuestro Señor me traerá della las nuevas que mi alma desea, que la llevo, en ella con verdadero amor; y no es menester blanduras en esto, sino fortaleza, y dejarlas para cuando las pide su amor divino para darle gusto con ellas. Dé su Majestad a ese corazón lo que yo le deseo, amén, y guárdela para su santísimo contentamiento muchos y dichosos años.

De Valladolid, a 21 de enero de 1605.

¡Qué buen día hoy y qué valor el de esta santa gloriosa de trece años!.

Yo creo saldré de aquí este domingo o lunes por la mañana, que estoy con las cuatro bestias a mi costa y dos mozos, días ha; y cada uno que viene, pienso partir, y no hay remedio de acabar con lo que había que hacer de fuerza. Ahora falta un poder y una escritura y otros recaudos, que procuraré hacer luego, si puedo. Ayúdeme Dios, amén, en todo.

No me hallo con fuerzas para leer ésta; perdone las faltas que llevare, que no las sé.

Luisa.



Arriba
Indice Siguiente