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- 65 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 7 de septiembre de 1606.

Jhs.

1. Grande merced ha sido la del aceite, que llegó ya, con mucho contento de los que le esperaban, por la necesidad que había de él: págueselo Nuestro Señor a vuestra merced.

De los buenos sucesos de allá no nos dice vuestra merced nada. Auméntelos la misericordiosa beninidad de Dios como puede, amén.

2. Esas cartas suplico a vuestra merced se den; y el señor Otaviano suplico me diga si envió a Roma un pliego mío pequeño en que envié dos cartas, y la una era para el padre Bartolomé Pérez, y a él creo puse el sobrescrito de la cubierta; no querría se me hubiesen perdido, que me importaban; y vuestra merced le diga que me haga merced de no tomar cartas para enviar acá en mi pliego, si no son las que importaren a sus negocios o a los de importantes amigos; y que escriba lo mismo a Saint Omer y otras partes; pues cartas de otra calidad o de otras gentes pueden venir por otros caminos, y yo no quiero que acierten a poner en mi pliego alguna en que se trate alguna cosa peligrosa o no conveniente. Los amigos sé que son prudentes y en todo su proceder, como conviene; y así, puedo fiar de sus cartas y aventurarme también por ellos; pero no por otros, como digo, de ninguna manera. Y también conviene, porque el señor don Pedro no vea pliegos grandes ordinariamente, pudiéndose tan bien excusar. Y con esto lo haré yo de escribirle, por no ofrecérseme otra cosa sino éstas, y desear saber de Lovaina.

3. A la merced de las cartas están acá agradecidísimos los amigos, que les hace vuestra merced una muy señalada caridad. Y no digo más, porque es hora de enviar el pliego de casa. En ella está convidado hoy el embajador de Francia a gran comida, y su mujer; y huélgome, porque deseo les muestre amistad el señor don Pedro, y que aquí vean que la tienen; que harto convendría a la cristiandad que la hubiese muy estrecha entre estas dos naciones.

4. Mándenos vuestra merced decir los sucesos de la guerra, pues cuando no nos tocaran tanto, por lo que tocan a la gloria de Dio s darán el contento que puede considerarse.

Y Su Majestad guarde a vuestra merced como lo deseo.

Septiembre 7, 1606. -Luisa.




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- 66 -1

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 12 de setiembre de 1606.

Jhs.

1. Esta semana pasada envié un pliego a vuestra merced, y le escribí cómo había recibido el aceite, y la merced que fue para todos, y la que se recibe con lo de las cartas.

2. Las cosas de los católicos están bien apretadas en cuanto a hacienda, que los van dejando muy pobres; y eso es causa de la caída de muchos nuevamente, que, aunque en su corazón y en palabras se muestran católicos y dicen está con más viveza que nunca el amor de la fe en su pecho, van a la iglesia y toman el juramento nuevo, que es bien bellaco; aunque ha habido sacerdotes que quitan en esto el escrúpulo, aprobándole por lícito, pero no ninguno de la Compañía ni muchos de los sacerdotes importantes; porque, aunque estiman al principal, no quieren seguir su opinión en semejante materia.

3. No sé si he escrito a vuestra merced cómo el señor de Montagudo está ya fuera de la Torre, en casa de su suegro, el tesorero, que ha sido cosa de mucho consuelo, porque es extremada persona en esto de católica religión. Mistriss Ana Vax está, aunque con fianzas como se usa, libre en Londres, y va adonde quiera; y a su cuñada, mujer del milord Vax, la han dejado ir libre a su casa.

4. Las cárceles, aunque todavía estaban con católicos, no había ya sacerdotes en ellas, porque no quedó más que míster Estrang en la Torre, do nadie puede entrar; y así, el pueblo tenía falta de alguno a do acudir libremente; y ya nuestro Señor se le ha dado, porque han prendido un padre benito, de los venidos de Italia, que está en Newgat, como los primeros estaban; y a la gente no le es prohibido entrar allá a él; y de esta permisión huelga harto el carcelero, porque tiene buena renta con lo que le da cada uno que entra, que suelen ser muchos y muy de ordinario.

5. Esas cartas mande vuestra merced dar al señor Otaviano; y deseo saber, como ya he escrito, si fueron unas mías, que envié al señor Bartolomé Pérez a recaudo, y la respuesta, con grandes veras.

6. A Su Alteza beso los pies húmilmente, y a la señora doña Juana las manos, y a todas esas señoras monjas, en cuyas oraciones me encomiendo.

7. Gran queja ha habido en el Consejo acá, de una carta que escribió Norte, que es la lengua del señor don Pedro; porque decía en ella, dicen ellos, que míster Farmer murió inocente. Dígolo, señora, por el cuidado que es menester para lo que de acá se escribe. Creo lo debió de avisar el embajador que está en España.

8. La peste crece más estos días, que está ya vinculada doce años ha, según afirman; y, poca o mucha, nunca falta. ¡Qué lindas gracias tiene Inglaterra, que no le faltaba, cierto, sino ésta para echar el sello! Intolerable tierra es; no me defrauda en nada de la confianza que tenía de poder padecer un gran purgatorio en ella, porque para eso, sola la memoria de que se vive aquí, basta; y la caridad del señor don Pedro conmigo, que es muy ordinaria, porque no vine a buscar eso; y, no pudiendo templar lo que atormenta el ánimo, sirve de mayor pena, y a su señoría de harta satisfacción y mérito, con persona que no puede pagar en nada de cuanto se haga con ella, y ser tal el desamparo cual es; que aunque me dicen algunos, cuando los animo a que no flaqueen, que, como yo no padezco, ni pierdo mi hacienda y hablo al seguro, tengo ánimo. Y yo les respondo, que miren ellos si los puede su rey poner en más riguroso estado que yo me hallo; que, cuando ellos llegaran a eso, tienen el amor natural de su patria que es el más vivo que vi en mi vida, y muchos amigos y deudos; y, en fin, no nacieron en España, ni la han trocado por Inglaterra, que es todo lo que se puede decir; pero no a ellos, porque no sé cuántos lo tomarían bien, según lo que corre el no conocerla. Conózcanos Dios por suyos, y dénos, por quien Él es, que le conozcamos, hasta quedar como la Fénix abrasados en su fuego y con una nueva vida de amor en Él.

Y guarde a vuestra merced como lo deseo.

Setiembre, 12, 1606.

9. Muchos católicos están muy fuertes; y, aventada la paja, quedan como grano limpio: ayúdelos Dios y auméntelos para su santísima gloria.

Luisa.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 67 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 3 de noviembre de 1606.

Jhs.

1. Los últimos ringlones de vuestra merced he recibido con la merced que siempre; que por mi parte lo serán siempre para mí, y mucho gusto poder valer para servir a vuestra merced. Mis cartas, ya veo que no pueden servir sino de cansar a vuestra merced; y el preguntar de la guerra fue por ser cosa tan importante a la Santa Iglesia, que es la principal razón que podemos tener para estar colgados de sus sucesos; y yo lo estoy por extremo, y no puedo saber tantas nuevas del señor don Pedro, como vuestra merced dice, porque todavía le veo menos, y estoy tan lejos de él y de su comunicación, como si estuviese fuera de su casa; y en misa, ni cuando entra ni sale le hablo palabra; y rarísimamente me ven o casi nunca los padres religiosos, sino en la capilla, donde apenas, cuando suben a decir misa, hay tiempo para reconciliarme. Y ya no será posible detenerme mucho en su casa, pues son casi pasados los alborotos por que me hicieron venir a ella. Dondequiera me será de mucho consuelo saber de vuestra merced y de Sus Altezas.

2. El último pliego que vuestra merced envió para los mercaderes venía sin cubierta para mí; y así, el señor don Pedro me le envió con su secretario, pidiéndome no pusiese en sus pliegos cartas de nadie, sino solas las mías ni diese ocasión a que de allá las enviasen en ellos. Yo dije que a vuestra merced había escrito se sirviese de mirar muy particularmente en las que le diesen para acá, para que no fuesen peligrosas; y que creía que en todas las que enviaba vuestra merced eran muy seguras de traiciones y negocios no convenientes. Dijo el señor don Pedro, que por los mercaderes podían venir. Yo dije que lo había probado, y vuestra merced me había escrito, que no llegaban a derechas a Bruselas; y así, habré de mortificarme un poco en dejar de hacer bien a esta gente buena. Ayúdelos Dios en todo con su poderosa mano.

3. Ahí creo está ya una señora viuda que se llama milady Lovel, a quien acá conocí muy bien y recibí della muy grande caridad y acogimiento en tiempo que estaba en Londres sin tener a quien volver la cabeza, y bien mala. Suplico a vuestra merced cuanto puedo, le haga toda amistad, porque lo merece su constancia, que ha sido muy verdadera católica siempre, y tenía ordinaria hospedería de padres y sacerdotes, y ella creo yo sabrá dar gusto a vuestra merced en cualquier ocasión. Tiene acá una hermana algo mayor, que es madre del milord Vaux, rara mujer en virtud y en entendimiento, y valor. Ha sido muy trabajada; por el padre Gerardo, pensando sabía ella dónde estaba; y a todos sus enemigos ha vencido, dejándolos admirados la modestia suya y la rara prudencia de sus respuestas. Pudiéranse decir aquí della cosas que a vuestra merced dieran gran consuelo, de lo pasado y de lo presente, pero no quiero vaya en aventura, que dice el señor don Pedro le falta un pliego entero. Hanla dejado ir libre a su tierra y casa, donde está con consuelo.

El padre benito que estaba en Newgat fue pedido por el hijo del duque de Lorena al Rey; y así, le han puesto en casa del embajador de Venecia, para que le envíe desotra parte del mar. Míster Strang está todavía en la Torre, sin memoria de salir della, con gran paciencia y dilatación de ánimo. Gracias infinitas sean dadas a Dios, y Él guarde a vuestra merced como lo deseo, y aumente en su santísimo amor cada día más y más.

De noviembre, 8, 1606.

No quiso vuestra merced decirnos la venida de las Carmelitas, o lo olvidó; no sé por qué; que es para mí de grande contento. Deseo saber si es para criar las muchachas de vuestra merced.

Sierva de vuestra merced,

Luisa.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde muchos años, cte.

Bruselas.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 68 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 5 de diciembre de 1606.

Jhs.

1. De la última que escribí a vuestra merced no he tenido respuesta. Ahora suplico a vuestra merced mande dar ese pliego en su mano al señor Otaviano y enviarme su respuesta.

2. Y lo que puedo decir de acá a vuestra merced es que, después que el padre benito, superior, que vino de Italia y estaba preso en Newgat fue remitido a destierro por petición del hermano del de Lorena, la gente toda común y de menos confianza, que no puede alcanzar nunca a los padres o sacerdotes escondidos, estaba sin confesor; y ya la alta providencia de Nuestro Señor les ha proveído de otro sacerdote, que fue preso quince o veinte días ha y puesto en Newgat, con el hombre y su mujer dueños de la casa do le cogieron; y todos tres están en la misma prisión. Quitáronles cuanto tenían de muebles, y echaron los hijos fuera y cerraron la casa por de fuera. Ellos están alegres como una pascua; y con razón, por cierto. El otro día fui yo a véllos, y hallé también alegre al carcelero, que, después que faltaba sacerdote, estaba con desconsuelo. Mire vuestra merced las grandezas de Dios, que, de la condición de este hereje, hace eficaz medio para tanto provecho de almas; que por lo que cada uno le da a la entrada, que es muy buena renta al año, gusta tanto de que vengan muchos y de que no se impida, que lo procura cuán astutamente puede; y cuando no tiene sacerdote, que le pongan el primero que se prende con los justicias sus conocidos, y dice el padre misa cada día y suelen oíllas cien personas y más.

No hay ahora otro preso sino ése y Tomás Strang en la Torre. A ése nadie puede hablar; está con muy poca salud.

3. No sé si ha oído allá vuestra merced lo de la figurita del padre Garneto. Por si no lo han escrito, lo diré yo aquí, como quien la ha visto muy bien.

Cuando el padre fue hecho cuartos, los católicos presentes tomaron disimuladamente cuantas menudencias pudieron; y uno de ellos, una espiga de la paja do quemaron su corazón, porque tenía una gotilla de sangre en una pequeña pajita, más angosta que la uña de mi pequeño dedo, que lo es harto; y hecha una como guirnaldilla, la puso en un cerco de ébano con un viril y guardóla en su baúl. Y ahora, sacándola, halló en lugar de la gota un rostrico muy bien proporcionado, con su frente, cejas, narices y boca, y barba un poquito larga y rubia, y su cuello; y, en medio de la frente, una señalita colorada y la color blancuzca, que afirman le vieron la señal en la frente al padre, porque se la hizo cuando le arrojaron de la horca abajo. Mirando, de repente no se ve tan bien; pero, haciendo cualquier reflexión, clara y distintamente; y con vela mejor, a mí parecer; aunque siempre muy suficientemente, como si estuviera pintada por algún pintor; y los ojos, no abiertos, como figurita muerta.

El señor don Pedro la ha tenido algunos días, y hecho que la vean algunos del Consejo, y creo milord Cecilio. El gran chamarlengo, dijo que era maravilla, y su mujer; pero que no se parecía al padre. Pero a mí me parece que, después de muerto, sí debe parecérsele; porque, sin duda, es verdad lo que dicen algunos, que, si buscan a quién se parece, no hallarán otro a quien se parezca tanto como al padre entre mil.

4. Buenas nuevas vienen acá de Flandes, por otras vías y no? de Bruselas. Nuestra Señor las aumente por su misericordia.

5. El reloj que pedí, pues no está comprado, no me lo compre vuestra merced, que no tengo ya más dinero de doscientos reales, poco más o, menos; y esos voy gastando en lo necesario que se ofrece; que no se puede pedir todo en casa del señor don Pedro, aunque la caridad que ha tenido él y los dos padres conmigo ha sido muy extraordinaria, sin conocerme. Consuélome con que por buen Señor lo ha hecho, que no se le pasa nada por alto.

6. Acá dicen se quieren los holandeses dar al rey de Inglaterra. No lo creo dellos en buena razón de Estado y prudencia, pues con eso perderán otros amigos de más importancia; que acá no hay dineros, sino pícaros y hombres presos que sueltan para que vayan a ser soldados de Mauricio; y no sé yo si el rey trocará su quietud y caza por tan trabajosa soldadesca.

A Sus Altezas nos guarde Dios y a sus hermanos y sobrinos; y a vuestra merced aumente en el amor suyo que yo deseo.

7. Mande vuestra merced quemar las cartas mías; que esa malaventura de embajadores ingleses, de por allí, escriben luego lo que alcanzan a saber y los autores; y una hormiga es un elefante y una grande traición.

8. Un calendario para rezar el oficio divino, este nuevo año que entra, suplico a vuestra merced me mande enviar de limosna; que la letanía de la Vida y Pasión de Cristo jamás lo entendieron, y envióme el señor Otaviano unos libros muy buenos dellas; pero pará mí no servían de nada, que no venía allí aquélla; pero han servido para sus amigos.

9. Ahora todo es hacer serches y dar tras las haciendas, con que muchas almas caen, de gente importante y popular; y muchos también en entrambas suertes están con gran fortaleza.

Uno bien principal y muy rico, me decía ayer un amigo, que fue a la iglesia, y otro día o dos después, perdió el juicio y otro también muy grave murió súpito la mañana después de ir a la iglesia.

Mucho me he alargado, por creer gustará de saber vuestra merced estas cosas.

De diciembre 5, 1606. -Luisa.

En otra he suplicado a vuestra merced por milady Lovel, señora viuda inglesa muy principal y constantísima en la fe católica, sin haber hecho nunca cosa contraria a todo valor en eso; y ahora le suplico de nuevo la allegue y haga toda amistad, pues será tanto servicio de Nuestro Señor; y dígale vuestra merced que su pariente, si es verdad lo que dicen de haberse vuelto loco, no ha sido tan fuerte ni dichoso como ella, aunque lo parecía como el que más.

A las señoras monjas beso las manos.

A la Madre Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 69 -

A Leonor de Quirós


Londres, 28 de diciembre de 1606.

Jhs.

1. Dos de vuestra merced he recibido del 14 de diciembre pasado y de 27 de agosto y entrambas abiertas, y nunca muestran haber sido cerradas; y la uno, todo el pliego escrito sin cubierta; y así, se las empezó a leer el secretario del señor don Pedro, hasta que cayeron que no eran para él.

Recibí el contento que no sabría decir, por ser de su dueño y venir llenas de nuevas que deseaba saber. Las de su ama de vuestra merced son razonables; que no me he de contentar con poco, en su excelencia; ni se contente vuestra merced para sí mesma, pues no es razón amar menos a Nuestro dulcísimo Dios de aquello a que llega toda la capacidad del alma.

2. No me pesa que entre Nuestro señor, destetándola de consuelos, aunque sean tan espirituales como el del padre Lorenzo; y siempre que Su Majestad le diere guía que no le detenga en el camino, ni conserve o aumente su tibieza, o le sufra mezclas perjudiciales de mundo y trato de espíritu como se usa, estímela como de su santísima mano; y con lo que granjeare, aferre y eche raíces, para que, cuando eso le faltare, no se seque su virtud. Y vaya siempre con cuidado de no pegarse a cosa alguna criada; aunque es justo y debido el amor que se tiene en Dios a los que nos adelantan en su servicio y divino gusto; que una cosa es pegarse, y otra, amarle como lo pide la razón del espíritu. Y es gran cosa entrar con esta resolución.

3. Yo no quiero haber nacido sino para dar gusto a Dios y ser suya en la más estrecha manera que me pueda ser posible, cueste lo que costare, con ayudas o sin ellas. Y si las hubiere, bien; y si no, este cimiento no se ha de fundar sobre tierra, sino sobre cielo y piedra, de quien se dijo: la piedra, pues, era Cristo; acordándose de aquel verso; Accedite ad eum. Llegados a Él y seréis alumbrados; y recibid luz, y vuestros rostros no serán confundidos. ¡Qué ciencia y qué, calidad y alteza de hijos de Dios para allegarse a Él!

4. Lea vuestra merced libros que la enseñen perfección de costumbres, vitoria de pasiones, muerte de sí misma a cuanto no sea Dios, duela lo que doliere; y llámele de día, y de noche cuando despierta: Indie clamavi et norte coram te. Y no se espante de desconsuelos ni sequedades por grandes que sean, y resuélvase a tener oración, mental o vocal, bien tenida, que todo se es una cosa; y de ahí la sacarán para las grandezas que no se pueden merecer, por más que parezca cuestan.

5. Y pegue fuego a mi señora la condesa, cuando se llega a su cama, y a tocarla o otra cualquier cosa. Y háblela en Dios; que tal natural, y tales partes en empleos de tierra, hace la lástima que ver un lindísimo y rico lienzo de oro y matices muy primos y curiosamente labrado, echado sobre un muladar, entre la basura y bajeza dé. ¿Parécele a vuestra merced que no es verdad? Pues crea que cuidado y tiempo gastado en viento y gusto de agradar criaturas, aunque sea con tan noble término como el de su excelencia, es muladar y basura en toda verdad de espíritu. Cuando leí que se comulgaba de 8a ocho días y las fiestas, como con rica joya de diamantes que me fuera presentada me alegré con tal nueva; que lo deseé yo, estando allá, mucho. Séale molesta, para que no deje la oración, aunque sea faltando al consuelo y cortesía de las visitas; que Nuestro señor les dará luz para que lo tengan en mucho; y eso las tocará al corazón y las confundirá tarde o temprano. Y si no ¿qué le importará a su excelencia?; que eso y todo lo semejante a ello pasará con lo que pasa, y ella se hallará cada hora más cerca de su Dios y Señor.

A doña María deseo ver esforzada, y que sepa confiar en Dios a la medida que se puede en tanta grandeza y no a la de palmo y medio, que debe tener de pecho ella. Mídasele vuestra merced, y dígale si quiere aún estrecharle más, pudiendo hacerlo en Dios dilatadísimo; y desahóguese, esperando cualquier gran cosa para su aprovechamiento. Y mientras no es monja, asiente ahí vida muy mortificada y religiosa, y ayúdense la una a la otra.

Dígame vuestra merced mucho de mi señora doña Aldonza, a quien deseo ver toda engastada en cielo y no en tierra; que no es ese pedazo de oro, para menos.

¡Oh, señora!, el bien que deseo al conde y a mi señora la condesa, y lo que me acuerdo de ellos y del bien que me hicieron, y cuánto me alegro cuando oigo que viven, y que los guarda Nuestro Señor como lo deseo! Él me los deje ver en el cielo para siempre, en puesto muy levantado y cercano a Su Majestad; que no hago sino suplicárselo.

6. Procure vuestra merced tomar liciones buenas de indiferencia, resignación y conformidad de voluntad con la de Dios hasta la deiformidad y transformación en ella sumamente felice, y cumbre del espíritu. Y, si aprovecha en eso, no acabará de saber dónde le vino tanto bien, digo el admirarse de su dicha. Haga guerra sin treguas a cuanto toca a altivez y honra mundana, hasta que la llegue a tener despaturrada debajo de los pies; que en corazones tan honrados y propensos a esa vanidad, crea que está su cierto trabajo llegar a eso.

7. Deseo saber que ha recibido su ama las cartas que escribí con el mayordomo de S. Germán, en respuesta de lo que en la suya me dijo su excelencia, y era el pliego para el padre Ricardo. Y ahora me haga merced vuestra merced de que, a mucho recaudo, se, envíen a Valladolid ésas, que importan; y al padre Cresvelo en su mano, esotras. A la condesa de Castellar, ese pliego con tal cuidado que no pueda perderse, porque van unos papeles de conciencia y negocios que me importan lleguen a su mano propia. Y mire vuestra merced que fío todo esto de su caridad y del cuidado que sé sabe tener en cualquier cosa que importa.

8. Cuánto me alegré de doña Catalina, y haber sido algún medio de su bien. Y gusté extrañamente de lo que vuestra merced pasó con la madre priora, en lo que toca a sí misma, y a la respuesta de ella. Y querer a vuestra merced bien, aumenta el amor mío sobre lo mucho que la quiero. Por ventura querrá Dios nos juntemos allá todas, aunque en mí no muestra hasta ahora servirse de mi vuelta. Mas si hubiera quedádome allá, después de sin pleitos, qué ratos tuviéramos, y con mi buena señora, tratando de verás de Nuestro Señor, y cada día más de veras. Huélgome que la fuente se le haya hecho tan bien; plega Dios sea de mucho provecho.

9. Esta va ya larga, y el mensajero da prisa; y así, habrá de quedar en silencio lo que a mí toca. Sólo diré que, aunque ando con muy quebrada salud, que no me da un día entero de descanso, puedo conservarme en pie, gracias a Nuestro Señor, y sin ser molesta a los otros. Y ya se ha llegado el tiempo de dejar la casa de don Pedro, donde he estado como en un yermo para lo que es alma; y en lo demás, recibiendo grande caridad; que la tiene, y nobleza extraña de condición, y está muy virtuoso. Tengo tomada ya casa sola, para que no es menester poco ánimo; y tal, que lo de menos es no tener más dineros que lo que nos hubieren de dar de puerta en puerta. Don Pedro creo me acudirá en parte, ya que no sea del todo; y el padre Maestro, su confesor, dice enternecido, que es irme a echar a los perros; y no sé si por ponerme miedo, me afirmaron no me habían de dejar entrar más ni a misa en su casa; ni que persona della jamás me viese ni hablase, por las conveniencias de Estado en materia de religión, en que él no se ha de meter y yo querré meterme. Yo me hallo alegre y con pecho dilatado, con amparos o sin ellos. Y mis dos doncellas dicen que, por miedo de persecución de herejes o de pobreza, no crea yo me pondrán en cuidado de buscar mozas nuevas: son como unos angelillos en todo. Con ellas y un hombre de edad y confianza, muy virtuoso para servir en todo género de cosa que se ofrezca y con otra persona conveniente, que será la forzosa familia, pasaremos; y se deshará el estanco que en la casa de don Pedro por un año hizo la revolución de lo del Parlamento; y correrán las aguas claras de soledad, desarrimo de criaturas y pobreza; y se irá viendo qué muestra Nuestro Señor querer de mí.

Y Él guarde a vuestra merced como deseo.

De diciembre 28, 1606.

10. Faltándole a vuestra merced su padre, no sé si ha de hallar cosa más a gusto que el padre Espinosa, que se aplica más que otros en esa parte.

11. La niña sea norabuena, que me lo envió a decir don Pedro, y con otros hermanicos que se sigan; en lo cual tengo dos contentos: uno es la sucesión de la casa, y otro ver menos obligada a mundo a mi señora doña Aldonza.

Los papeles que digo, de la condesa de Castellar, dejo vara otro envío más cierto.




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- 70 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 28 de diciembre de 1606.

Jhs.

1. Ya he escrito, señor, a vuestra merced en respuesta de una suya, aunque con poco tiempo que entonces tuve. Con ella recibí gran merced, y le suplico no deje de hacérmela siempre. Ahora escribo con este correo, de paso también, hasta que se vaya Rivas, que es el del señor don Pedro; dicen será después de dos o tres semanas.

Aquí envío una carta para la duquesa y, si me da lugar este hombre, escribiré a la de Medina de Ríoseco; y con la pasada envié a vuestra merced carta para la condesa de Castellar, que deseo, si llegó, se dé en su mano; duplicada la envío por otra vía. Vuestra merced puede saber de su señoría, las nuevas de acá, que no me es posible decirlas en ésta.

Al señor don Rodrigo y a mi prima, beso las manos muchas veces, y huelgo en extremo de los buenos sucesos, y de la hija, y que tengan salud. Y lo que los quiero me hace desear que no pare la dicha en las temporales y de tierra, sino que la virtud crezca, y los eternos tengan el primer lugar en sus almas, que esotro todo es flor de heno.

2. El señor don Pedro está harto ejemplar, y cada día más, gracias a Nuestro Señor, que tanta merced le ha hecho, y a esta tierra; porque el haber embajador en ella de menos buen nombre y ejemplo, es gran mal y el deshonor y descrédito que no se puede allá pensar sin verlo.

3. Todos los hermanos de vuestra merced tienen salud.

4. En las haciendas se ha apretado harto; pero ahora, de unos días acá, hay más aliento en las demás cosas, porque no se hacen apretadas serches, a lo menos en Londres; y muy pocas, como de cumplimiento.

Ha sido nuevamente preso Mr. Garner, que creo fue primero de la Compañía, y es muy bueno y modesto y harto melancólico al parecer. Estaba seis millas de Londres, en el campo, cuando le cogieron; y ahora, en León Blanco, que es una prisión de esta ciudad.

Muchas graves personas han caído y ido a las iglesias; aunque protestan con ansia algunas de ellas y con gran cólera, que es sólo para no perder la hacienda; que en el corazón se quedan con la fe católica de Roma, y esa más renovada y amada que primero; y con un dolor vivo de lo que hacen.

Dícenme que dice el rey, como pierde el dinero y las veinte libras al mes de la ley vieja, que qué leyes son estas nuevas, que le quitan dinero y no le dan corazones; que todo queda perdido juntamente. Lo de la paja del padre Garneto dirá, como digo, a vuestra merced, la condesa de Castellar; y suplico a vuestra merced por amor de Dios que, si ella diere allá algún dinero, se remita, con todo secreto al padre Balduino o escriba vuestra merced al padre Blundo, o a su padre, que me den acá el dinero que allá se diere, u el que yo pidiere; que será con harto tiente, y cuidado; que ellos dicen lo harán y vuestra merced lo cobrará allá; que si el señor don Pedro, de su voluntad, no me diere de comer, no hay en todo el reino a quien volver la cabeza en esta materia de pedir; y ya ve vuestra merced, una doncella sola, y sin salud, y en reino extraño, y tal como éste está de trabajado, qué podrá pasar si allá la dejan también.

En diez o doce días, estaré fuera de la casa de don Pedro, en una pequeña que he alquilado; que ya era mucho estar en la de embajadores, a do vine por entender era voluntad de Nuestro Señor, en la ocasión de la pólvora; y ya está todo más asentado; y con buenos sucesos de Flandes, lo estará cada día más.

5. Tengo dos doncellas inglesas, como unos angelillos; y ahora habré de tomar un hombre honrado, sin quien no podré estar en casa aparte sola. Tráenme uno harto como me convendrá, casado, sin hijos, que ha perdido toda su hacienda por la religión, y poco ha fue sacado de la cárcel, él y ella, donde estaban por esa causa muchos meses ha; y aunque para mi pobreza es mucho, no puedo pasar sin compañía conveniente entre tan mala gente como son los herejes; y harto bien empleado estará el gasto en mi familia, virtuosa y santa, y que han padecido por la fe. Yo, señor, no tengo en esta vida más que doscientos reales, aun no cabales, para la mundanza; que faltan cosas forzosas de cama, vestido y otras para la casa; y esto mueva a vuestra merced para poner allá cuidado, si alguien quisiere favorecernos.

6. Si tuviéramos al hermano Tomás, fuera bonísimo, según dicen sus hermanos de vuestra merced. Si vuestra merced no le ha menester allá, enviénosle le suplicamos.

No puedo pasar adelante. Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como es menester, pues sabe Su Majestad cuánta es la necesidad de tales personas en esta obra.

Diciembre, 28, 1606. -Luisa.

7. Mucha gente, y de monta y gran importancia, está muy fuerte y constante, gracias a Nuestro Señor. Amén. El embajador inglés, parece anda allá con cuidado de saber quién escribe de acá o qué; y de cada niñería hacen un elefante. Vuestra merced queme las cartas, sin darme por autor de ellas. Las de vuestra merced envieme con los amigos.

A el señor Cresvelo, que Dios guarde muchos años, etc.

Cuide vuestra merced se dé esa carta a la condesa, sobrina del duque del Infantazgo, que suele vivir en su casa.




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- 71 -

A la madre Mariana de San José


Londres, diciembre, 1606.

Jhs.

1. La de vuestra merced de 2 de setiembre he recibido en respuesta de las mías. Y si, como debo va haber dicho, supiese vuestra merced lo que me alivian, cansaríala en eso más ratos su encendida caridad.

2. Al flaco corazón he tornado, con su recuerdo de vuestra merced, a preguntar, quién le podrá jamás apartar de su único y dulce bien; y responde que, a la medida de la necesidad, tiene su misericordia fortalecido el homenaje, en que da por fiel testigo el permanecer en Inglaterra sin sufrir que se trate de vuelta, por sólo su gusto divino; resolución que cuesta el venirla, con harta propiedad, a llamar una y mil veces filius doloris mei; y espero en la suma liberalidad de Dios se trocará en filius dextrae, o viviendo o muriendo; que en esto no hay tratar de saber nada por acá, según se cierra nuestro dulcísimo Señor en ello. Y sólo parece quiere insinuarnos la estada, pero no para qué; y en el general padecer me podría haber avivado un sincero y apacible ánimo que, por su misericordia, como natural he sentido siempre en el pecho, para mí y para con otros, si no tuviese por contrapeso lo mucho que mi espíritu siempre tuerce y inclina a desmayo, flaqueando en la confianza con el cercano y continuo objeto de mis innumerables males.

3. Cuando la luz y sol claro de su suma beninidad reverbera en la indina alma, mostrándome, como por resquicio, sus soberanas entrañas, no pienso hay en su género cosa más grande y confortada, tiniendo mi suerte por dichosa; pues, habiendo deseado tanto no haber nacido sino para su gloria, me hallo con medios proporcionados y cercada de sacrificios, tantos cuantos parece fueron puestos en mi mano; y ya no queda sino la borla de dichosos trabajos con alguna horca, cuchillo o piedra. Déstas no he estado muy lejos, adorando la Santa Cruz de Chepsaid. Pero la borla de borlas es el perfecto cumplimiento de la divina voluntad: Haec requies mea in saeculum saeculi; hic habitabo quoniam elegi eam; y en esa bastaría hallar puerta abierta en alguno de los sagrados agujeros que se hicieron para refugio de los erizos en la mística piedra; y ésto me cuadrará más que la gloria de aquellas palabras con que, en algún tiempo, fui invitada a esta carrera por una espiritual alma, diciendo: Veni de Libano, veni, coronaberis de capite Amana, de vertice Sanir et Hermon, de cubilibus leonum, de montibus pardorum; y si eso, con otras cosas, se hubiese de entender a la letra, pensaría se me encubre en tanta manera, porque el excesivo gusto no se anticipe demasiado, o por alguna nociva flaqueza, que con el temprano conocimiento reviviría por ventura. Y en esta materia, lo trabajoso es que con diabólica y sutil astucia procuran escurecer la clara muerte y padecer dichoso de manera, que, por lo menos llega a ser motivo de desconsuelo y tentación bien fuerte; y la sombra del torcido y tenebroso crédito, hasta los corazones más amigos a veces; y cualquiera santa y buena acción está tan contraminada que aun los buenos muchas veces la desaprueban, y todo está lleno de mortales y desgraciados inconvenientes; que no se puede dar un paso sin temerlos ni sin clamar a Dios por su dulzura y su fortaleza. Por lo cual, en un año entero, no se ha podido dejar la casa de don Pedro, sin ir contra la humana prudencia que vocea; pero no ha podido salir más que con esto, sirviendo de atormentar y no de regla. Y ahora saldremos porque parece muestra Su Majestad querello, y dice el padre Maestro, muy enternecido, que es irme a echar a los perros: y yo no lo pienso, sino que es dar de golpe en Dios, y más seguro mar que el de Leandro, do el anegarse es salvamento.

4. Tengo ya tomada casa sola porque ni aun por el dinero suficiente, no creo hallar casa do me quieran, que no les faltan razones. Y así, apenas se hallará una hoja verde donde volver los ojos en lo verde. Mire vuestra merced qué será en lo seco y escabroso.

Y veo claramente anda Nuestro Señor, con su dulce mano, escogiendo quien me ha de amparar o no, y proveyéndome de sacramentos y de gobierno a mi deseo; y en lo demás, con mezcla soberana. Y por eso suelo decir, que me imagino en un extraño desamparo y maravilloso amparo, sin haber desconsonancia. Y si toma vuestra merced en la mano un pedazo de esta tela de oro, y verde-esperanza, no será menester que le diga dónde se teje. Y reciba vuestra merced estas cosas como las ofrece la tosca lengua; pues sabe que della salen siempre cubiertas de rústica corteza, o como hechas de corcho. Y si quisiere calallas retírese adentro, y los diamantes del cielo, en la mística luz de amor, darán su luz, descubriendo, con la desvanecida corteza, el raro primor y lindeza. En mí confieso ser esto de manera, que, salida de allí, el natural entendimiento lo trueca y desazona de modo, que no puedo ni aun conocer algunas veces lo que vi primero sin volver al mismo puesto.

5. Estando escribiendo ésta, me llega una nueva carta de vuestra merced, de 24 de octubre. Y no sé yo, señora de mi alma, con qué manera pueda decir lo que son para mí. Mucho, me muestra la gran fuerza del amor el que tengo a vuestra merced. Porque suelo decir en mi pecho: A esta señora ¿hela visto yo más de una vez? Pues ¿quién me la ha imprimido en la imaginación tan al vivo, como si la tuviese presente, y con tan tierna afición, como si toda mi vida hubiera tratado de amarla muy de veras? Que no podrá vuestra merced creer lo que la quiero, y el regalo y consuelo, que me causa su memoria, que es in compositione odoris jacta opus pigmentarii.

Es su carta de vuestra merced en respuesta de la mía de 8 de mayo, y no hay cosa que de nuevo lo requiera, sino un solo y dulce punto para el alma mía, cierto. Y así, con un humilde y afectuosísimo reconocimiento del favor y merced de que viene llena, pasaré a él.

6. Y puedo decir con verdad a vuestra merced, que su pensamiento, de un mes a esta parte poco más o menos, ha tocado algunas veces en mi corazón; y me hallaba sin pensarlo con deseo, de verla en esta tierra; y sin traerle yo, se me pegaba, y hacía poner la mira en pretensión tan nueva y rara, y no como cosa en que se me representaba gran dificultad; aunque, cuando volvía sobre mí, la hallaba grandísima, y cerraba el discurso con decir a mis solas: «Podría ser que Nuestro Señor lo quisiese». Y cuando leí lo que dice vuestra merced, hízome reparar extrañamente en mi mismo sentimiento; y discurriendo en el caso de nuevo, me parece fácilmente puede tener efecto a mucha gloria de Nuestro Señor.

Porque en todos estos países hará mucho al caso, ejemplo de religiosos perfectos en el modo que lo saben ser en España, y adonde, olvidados de materias de fe, es ése su particular ejercicio. Y el de Flandes es lindo escalón. Sólo falta algún dinero, que, sin ser mucho, se podría hacer una casa en la Corte de la Infanta, que es Bruselas. Y ahora ha enviado ella por la madre Ana de Jesús a Francia y la sobrina de don Pedro, para que vengan a fundar junto a su palacio, do tienen lindo sitio; y entre tanto se acomodarán en una casa cerca cualquiera. Y de buena gana procuraré se trate con Su Alteza; y no sé si será bueno luego, o esperar dos o tres meses a que esotro haya tomado algún asiento, por que no se embaracen tanto. Y en este medio, si vuestra merced quiere, disponer el corazón del tesorero, para que dé algo de importancia o lo que pudiere; pues, teniendo verdadero espíritu y tanta virtud, no podrá hacer división de la necesidad de su patria o, de las extranjeras, siendo tan desigual, y tan propia y igual causa de la santa y general Iglesia. Y yo pienso que la conservación de España, dichosa entre todos los reinos de la tierra como lo muestra el venir a éstos, que no hay más eficaz cosa que ayudar desde allá a los trabajos de la Iglesia: ut aedificentur muri Hierusalem; que si de esta gloriosa ciudad se cae un pedazo de muro, tan negocio mío es siendo lejos como siendo cerca. El licenciado Juan Manrique, a mi partida, me ofreció ayudarme en cualquier cosa del servicio de Nuestro Señor, si se lo escribía; y desde allá me ha escrito muy de veras, que diga si puede ayudarme acá en algo, porque vendría con toda verdad de buena gana a hacello; y en esta ocasión le tengo de tomar la palabra para ello. Y su celo de bien de las almas y de gusto de Nuestro Señor se mostraba allá bien grande; y si él quisiere ayudar con persona y dinero, será heroica cosa.

Y el padre Maestro Antolínez pienso ayudaría lo posible porque es celosísimo en estas materias; y cuando no querían los padres Carmelitas dar a los franceses gusto en la pretensión de traer sus monjas, me decía su merced a mí: «¡Ay, señora! Si me pidieran a mí las de mi orden, ¡con qué, contento y cuidado lo procurara yo ejecutar!» Y como es personaje tan grave y importante, podrá hacer mucho. Y Flandes por la misericordia de Dios, está con lindos sucesos de guerra este año, y hechos en el invierno todos, que es rara cosa en estas tierras, y prometen mucho para el verano; y el enemigo está empobrecido y deshonrado, que huyó, los otros días, infamemente de la cara de Espinola, encontrándole en el socorro de Grol con dos veces menos soldados que Mauricio. Y porque con los buenos sucesos de Flandes se humillan mucho todos los herejes destos países altos y temen a España, resulta en los católicos dellos gran aliento, y templanza de mayor persecución; y al paso que aquello crece, se cree crecerá esto. Y Flandes, moderados los trabajos de la guerra, es lindo país, diez veces mejor que éste. Y éste seria razonable, si no lo tuviese tan acabado y maleado la abominación que en él hay, aumentada sobre todo modo; y así, ni mercaderías, ni nada hay bueno que pueda ser de provecho o importancia.

7. En Bruselas y mucha parte de Flandes, se habla en francés naturalmente, que es fácil lengua; aunque la madre Ana, en bonísimas cartas que me escribe de puro santa, sin casi tener las mías, me dice, nunca ha podido saber hablar. Cuando estuve con ella en París, me pareció tenía la culpa ella, por no cuidar nada desto; y así, al cabo de siete meses no sabía más, según me dijeron, que decir «Cómo estáis». Y afirmóme no haberle hecho falta para la dirección y asiento de los conventos, y que no sabía cómo será; y que los sujetos eran excelentes para la Regla, y muy blandos, y en toda manera obedientes. Y con esto y hallarse mejor de salud que en España, estaba deseosa de volver; y ahora me escribe persuadiéndome a la vuelta, para edificar en Plasencia; y que ella irá a ayudarme, que tiene por dura la peregrinación. Y si viniese a Inglaterra dos meses, pareceríale Francia un cielo. Y con todo esto, no me espanto; que sólo por Nuestro Señor se puede dejar a España; y allá no se ve tan bien, como cuando se prueba lo que acá pasa.

8. El camino no ha de dar ningún cuidado; porque por Francia es seguro, viniendo por el de la posta, sin torcer y en primavera; porque las aguas y lodos son intolerables en invierno. Y en lo demás, es tierra sin cuestas, llanísima. Tiene muchos ríos y brazos de mar que pasar en barco; seguros, si se tiene cuidado de tomarle bueno y que no se meta caballería ni bestia do van las personas de momento, que es peligrosísimo siempre; y yo estuve un día casi sin hallar remedio para salvarme en dos horas o más, hasta que con un lienzo se hizo señas a una barca que yo descubrí lejos. Y quiso Dios lo entendieron y remaron a toda digencia y, tomándonos por los brazos, nos pusieron en la suya y presto en tierra.

De paso quede esto avisado, por lo que sucediere; y decir, que con trescientos cincuenta reales, poco más o menos, hay para siete personas y cinco bestias hasta Flandes, aun en invierno, que muchos hay no se puede caminar más de tres o cuatro leguas si hace húmedo tiempo; y es gran gasto y incomodidad. Y todo esto facilitará a vuestra merced su buena venida, que no quiero dejar a lo menos de esperalla en Nuestro Señor. Dése vuestra merced buena maña; que, si yo tuviera hacienda, en eso la gastara de buena gana; aunque huelgo de lo gastado, por la extrema necesidad que tenían dello los que lo tienen.

Al padre Maestro he dicho que vuestra merced desea dilatar, a gloria de Nuestro Señor, su Religión; y que es lo bueno, que nos hemos encontrado en los pensamientos, sin saber la una de la otra. Y él me dijo que, desde que oyó de la madre Ana de Jesús, empezó a desear ver sus monjas también allí; y que él hará lo que pudiere; y don Pedro, que podrá mucho.

Yo escribo al padre Maestro Antolínez sobre ello.

9. Con las cartas de Inés huelgo mucho. Mándele mucho vuestra merced lo haga siempre en cosas de espíritu, que no lo hace mal. Sin eso, las cartas, aunque sean de amigos, son secas; y como serbas sin madurar molestan, como todo lo demás que no se endulza y hermosea con Dios.

Isabel no nos escribe, pero si lo suple cuidadosamente con Nuestro Señor, podré mejor perdonalla. En esto podrán conocer mi amor, porque rara cosa es querer cartas, por lo que impiden el tiempo las respuestas.

No sé si me queda algo por decir en ésta, porque estoy muy de prisa.

Al padre Lorenzo dé vuestra merced esa carta, y dígale que ayude bravamente a su deseo de vuestra merced, con el licenciado Manrique, y harán gran provecho y alentarán mucho a todos; que yo, como inútil para almas y cuerpos, nadie hace cuenta de mí.

Por si el padre Ricardo se ausenta, deseo se pongan todas las cosas que dejé a guardar en el colegio, en alguna parte cerrada dese monasterio hasta ver si vuelvo, o quedo, a dispongo de nuevo dellas. Harto le escribo se pague la deuda de Inés. Dígale vuestra merced le cuente las nuevas de Inglaterra.

A Inés López pido sus oraciones y a doña Marina, de quien deseo saber. He holgado en extremo saber está tan vecina doña Francisca de Sotomayor y tan amiga de vuestra merced, cosa digna de su entendimiento. Enciéndale Dios de modo con su eficaz fuego, que no pueda sufrir las paredes en medio.

A mí, señora, una fuerza muy sobrenatural, cierto, me impidió esa tan dulce vida de alma y cuerpo; y en lo que vendrá a parar no lo sé. Sólo sé que por mayores trabajos sólo se puede trocar con consuelo, y en cuanto a la voluntad de Dios, pienso que a quien de veras se desea llegar a Él nunca le quita una vida perfecta, sino para otra de tanta gloria suya conocidamente.

Díceme vuestra merced hay ahí para mí aposento. ¡Oh Inés!, y si Nuestro Señor quiere que pare en monasterio, yo esperaría había de ser dentro, y no fuera, aunque tan cerca, por poco que valgo para ello.

Dígale vuestra merced a doña Francisca si tiene ánimo para seguir trescientas leguas los santos Reyes Magos y entrar por estas naciones preguntando: Ubi est qui natus est Rex iudaeorum, adorando y mostrando con el ejemplo al Niño Dios en la bajeza y humildad del pesebre pobrísimo, de que imagino no hay poca necesidad, hoy que muchos piensan no se hizo la pobreza para estas tierras, mientras hay en ellas tantos trabajos; Y que harto es se lleve, bien en ella, cuando no se puede más. 10. Y escriba vuestra merced al padre Maestro alguna vez, y péguele fuego de amor de Dios desde allá. Hace muy buenos sermones, pero pocos y cortos. Es mi confesor; pero, el padre fray Juan, su primo, suple muy de ordinario, porque no hay darle un alcance al padre Maestro sin dificultad. Son harto buenos religiosos; y don Pedro está con harto buena disposición de alma y da muy buen ejemplo. Paréceme se aprovechará a la medida que el padre Maestro le ayudare.

Y acabo con grandes recaudos para doña Catalina y doña María; y para doña María de Salazar muy en particular, y doña Catalina de Castro; y con decir a vuestra merced, por cumplir el deseo de mis dos compañeras, que ellas desean ser religiosa, de coro o legas, como mejor pudieran hacello. Y dícenme que ni por persecución de herejes ni por pobreza, aunque sea menester ir de puerta en puerta, y en Inglaterra, que es bien riguroso negocio, no creo yo me pondrán en necesidad de buscar mozas nuevas, ni me dejarán, viviendo. Pero, que, si faltase, que qué será dellas, si yo no escribo a algunas mis santas amigas de España, si querrán metellas en algún monasterio de perfección, si fuese posible, a servir toda su vida de esclavas. Dije lo haría, y son muy mozas: de veinte años cada una, y unos angelitos; y de buenos rostros y mucha salud y apacibles en todo. La una es gentil moza de cuerpo y más hermosa, y como una paloma sin hiel, blandísima y de muy buena maña. Y entrambas la tienen suficiente, y criadas desde niñas en casas de las de mucha cuenta y grandes católicos. Sólo les falta no enseñarme inglés; no sé si es porque hablan poco; y aunque es dañoso para eso, es bueno pará otras cosas. Y como mozas, me ponen también en cuidado de todo lo de la casa, para que acudan con él a sus tiempos; y eso se mejora con la edad y experiencia.

Guárdeme Nuestro Señor a vuestra merced, mi amadísima señora, como se lo suplico. Amén.

De diciembre 1606.

Su más humilde sierva de vuestra merced.

Luisa.




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- 72 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 18 de enero de 1607.

Jhs.

1. Recibí la última de vuestra merced quedando de partida para París y espero la habrá Nuestro Señor traído bien, pues de vuestra merced y de la compañía se puede creer cualquier buen suceso. Para Flandes lo es tener tal gente como esas santas señoras, y entre ellas a la madre Ana de Jesús, por lo menos, que en lo humano y espiritual tiene las partes que todos sabemos. Y paréceme, señora, que esos seis soldados valdrán más que un tercio viejo de españoles, y aun que ciento; pues cuando las manos de Moisés se levantaban, y con ellas el corazón al cielo, vencía le ejército, y sin esa ayuda, desmayaba y era vencido. Mándenos vuestra merced decir de su llegada y cómo vienen; y dalles, a la madre principalmente y a la madre Beatriz de la Concepción, el parabién y mil norabuenas de mi parte, que siendo tan recién llegadas, no quiero cansallas con carta.

2. Ahora se dice asá que los holandeses tratan de paces, nombre intolerable delante de cualquier corazón honrado; y más, si fuere celoso de la honra y gloria de Dios. Y aun cuando fueran ellos los vencedores, paces, o paces infames, tanto más cuanto es mayor la honra y grandeza de España y alta sangre de nuestros amos de allá y de ahí, que son una mesma cosa; y deseo, que lo sean más. Y así, no hago sino pedir a Nuestro Señor se sirva darnos una hija de Sus Altezas para mujer de príncipe de España, o un hijo para marido de princesa, como negocio que pienso importa muchísimo a toda la santa Iglesia; porque, en el estado que está ahora el mundo, no se conservará Flandes con señor particular, por más escogido que sea, si se divide de España; y la religión católica quedaría también al mismo riesgo, sin duda. Y digo, señora, que no solamente paces, pero ni rendimiento permita Nuestro Señor que sea admitido, sin tan conveniente manera como es, con gobierno y presidios españoles y religión católica asentada, que es lo macizo y duradero, y lo demás, florecillas, no olorosas, cierto, que a la primera vista dan tufo inficionado.

Darles, en ese caso, tiempo limitadísimo de pocos años para deliberar en la religión o salir fuera de la tierra, no lo tengo en nada, vaya con Dios; que así pienso se hizo en Amberes: y esto es lo más y lo último que se puede hacer con ellos. Y si se hinchan y ensoberbecen, de nuevo mostralles dientes y no temerlos, que es causa grande de Dios, y si sabemos acudir a Él con verdadero amor y humilde rendimiento, no es posible que nos vuelva el dulce rostro ni niegue su poderosa bendición. Y creo que está su beninísima Majestad aparejada a hacernos señalada merced en este particular, si queremos tener cuidado de no provocar su ira, aplacándole por el pasado, y procurando hacer lo mismo las cabezas por los traspasamientos de los súbditos, corrigiéndolos lo posible. La cristiandad de Sus Altezas entrambos, nos pueden dar consuelo grande, y ver unos tan altos príncipes con corazón tan benino y aparejado a obrar cualquier cosa que se les descubra y entiendan ser mejor al servicio y gloria de Dios. Él los guarde y dé su luz y asistencia perpetua en el grado le suplico.

3. Como aquí quieren tanto a los holandeses (negro amor ellos les han tomado, no pudiéndose tragar, naturalmente, ingleses y flamencos), háblase mucho en esto de paces o darse con libertad perpetua de conciencias; y no desean uno ni otro, sino que se eternice la guerra y el consumirse sangre y dinero de España sin tasa. Mire el poderoso Señor estas cosas, y duélase de tanto mal, por quien Él es. Si con esa gente se hiciese, reduciéndose, concierto menos bueno que el que he dicho de aquellos tres principales puntos, vuestra merced crea que ello nos saldría a la cara antes de mucho tiempo, y España no ahorrará guerras.

4. Si cogiese esta carta Cecilio, creo me querría comer viva. Vuestra merced la queme; y suplícole no entienda nadie que escribo a vuestra merced ni a las señoras monjas, ni católico inglés ninguno, porque tienen deudos y amigos y hablan con llaneza; y el secreto que se fía de uno, ése suele fiarle a otro, y aquél a ciento. Y advierto a vuestra merced de esto, porque Cecilio ha dado fuerte queja de mí a una persona de negocios (aunque no sé lo sepa el señor don Pedro), porque escribí a vuestra merced que sir Roper (dice él) fue a las iglesias, y por esto Nuestro Señor le quitó el juicio; y yo no dije que Roper, si bien me acuerdo, sino un caballero; ni sé que dijese que por eso estaba loco; que, pareciendo clara la consecuencia, no era necesario. Respondiéronle que era mentira, y con eso se quedó.

Quemando vuestra merced las cartas, ni las podrán leer en su bufete, ni en los pedazos dellas si se rompen; que nos dicen trae el embajador inglés de ahí extraordinario cuidado de saber cualquier delgada materia que se escribe de acá en cosas que les tocan a sólo el zapato, y levantan luego unas baraúndas y pesadumbres terribles. Y por la religión puramente o casos de gloria o servicio de Nuestro Señor estimaré el padecellos; y, en lo demás, estorbarélo cuanto pueda.

5. Del reloj, señora, ya respondí a vuestra merced que, cuando le pedí, me le hiciese comprar. Seis o siete meses ha tenía dineros; pero ya se han acabado totalmente, y el de San Germán no dió ninguno para mí; y así, me paso a mi casita, que la tengo por un año pagada en cuatrocientos y treinta reales, que es el último dinero con que me hallaba, sin quedarme cosa alguna con que comer. Y si no lo da el señor don Pedro, se habrá de pedir de puerta en puesta, que España está tan lejos y yo tan sin solicitadores allá, como vuestra merced ve. Y aquel dulce Señor en quien está puesta toda mi esperanza se sirve tenerme con gran dilatación y alegría. Y de verme de nuevo desasida de sombras y arrimos de mi nación y tan dispuesta a ser admitida en el santo y desabrigado portalico de Belén, me hallo con la que no sabría decir.

La casilla es sola, aunque muy cercada de protestantes alrededor, y bonita, y todas sus divisiones, aunque como para muñecas los aposentos della; y mi natural, tal para eso, que me ha sido penitencia no pequeña dondequiera que me he hallado en ese género de vivienda, sintiendo la estrechura en el corazón y pecho aun antes de advertir la causa. Pero los pobres, o tan anchos como en el campo, o en agujeros, sin tejados, o con ellos sobre los ojos. ¡Anchas y dichosas estrechuras, si las califica el amor y gusto de Dios!

6. Mucho me he alargado en mis cosas, y acabo suplicando a vuestra merced me ayude a glorificarle por lo que le debo y por lo que me sufre. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced tan para sí como lo deseo, amén.

De enero 8, 1607.

7. No se olvide vuestra merced de los pobrecitos de Lovaina y de la suma necesidad que estas almas padecen y tienen de esos socorros, y a Su Alteza suplico humilmente lo mismo.

Luisa.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.




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- 73 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 3 de marzo de 1607.

Jhs.

1. La de vuestra merced de 31 de enero recibí a tiempo que no pude responder con el correo pasado. Ahora beso a vuestra merced las manos por la merced que con ella me ha hecho dándome tan buenas nuevas de su llegada y nuevo principio de Carmelitas Descalzas, y tales como las que caben en suerte; que, cierto, es dicha de esos países. Guarde Dios a Sus Altezas, amén, y aumente su celo y virtud por momentos, para aumento de su gloria y alivio de su santa Iglesia, bien necesitada dellos.

Buenos ratos se pasarán en semejantes ocupaciones; y los de la madre Ana de Jesús serán maravillosos, sin duda. Sólo por el gusto de mi dulcísimo Señor se puede carecer de tales consuelos; con el cual le tengo, cierto, en estos eriales, y ya en mi casita habrá más de un mes; en la cual será recibida vuestra merced con toda estima y amor, cada y cuando que quisiere darme ese contento. Y el señor don Pedro lo recibirá muy grande también, y vuestra merced se consolará de visitar los católicos presos y los sacerdotes que lo están, si no hubieren primero sido enviados por la horca al cielo, como se dice en todo el lugar lo serán presto. Pero el que está en más cercano lugar es míster Davis, de cuya vida hay muy poca esperanza; créese será condenado este primer jueves, y dicen que luego se ejecutará la sentencia. Ayer mañana oí yo su misa en la cárcel y me comulgué a ella. Es un santo hombre en su proceder y de vida muy austera; tiene dos esterillas en que duerme y dos sábanas gordas y una manta: su sinceridad es mucha, y por ésa y no ser letrado, le tratan con muy poca cortesía en todas las ocasiones.

2. Y, respondiendo a algunos puntos de la de vuestra merced, digo, señora, que con llaneza, como se usa entre amigas, le supliqué quemase mis cartas, sin pensar podía serle a vuestra merced de disgusto. Y como las mías llevan cosas de poca importancia, sería fácil el dejallas sobre alguna mesa o decir alguna palabra dellas con quien parezca no hay por qué tener recelo. Y advirtiendo a vuestra merced de que allá hay quien vive con cuidado de coger lo mucho y lo poco y pintarlo acá muy bien, donde de un mosquito se hace un caso muy grave, quedan sin trabajo prevenidas pesadumbres muy grandes; y en todo lo que la prudencia y espíritu a una enseñan a temer, es bien temer. No me acuerdo haber dicho que el embajador ingles sabe lo que a vuestra merced escribo, porque eso yo no lo sé, sino debí de decir que lo sabrá, según él es, con cualquier ligera causa; y que de otros (no de mí) ha escrito en semejante manera; y la prisión del capitán Tomás no se prueba haber tenido otro fundamento, sino sola una palabra que escribió de él al Consejo.

3. Su pariente de la señora doña Juana Lovel no es loco, como se publicó, pero dicen ha estado bien apretado de escrúpulo: la ocasión no es muy pequeña, cierto, para tenerle.

Míster Abington está ya en Londres, en la prisión de Quings-Benche como un santo; grande consuelo da verle.

4. Dice vuestra merced van mis cartas de modo que las podría ver todo el mundo, y no entiendo el sentido desto; pero si es acaso no ir bien ordenadas, no tendré yo la culpa, porque las doy al secretaría del señor don Pedro, y a entrambos pido vayan dentro de su pliego, o que me las vuelvan, y me ofrecen hacerlo; y siempre envío hecho pliego dellas atado y sellado. Las de vuestra merced recibo yo muchas veces sin cubierta y divididas unas de otras; mas como una persona haga lo que es en sí, en lo demás no hay sino tener paciencia.

5. En cuanto a mi mudanza, pienso, señora, que se ha ido en ella por sus pasos contados, como se fue en el salir de España; y si disuena al oído de la humana prudencia, con la voluntad de Dios parece cierto concuerda con toda la probabilidad que se suele tener en esta vida en materias de espíritu, teniéndome Su Majestad divina animada y confortada contra tantas ocasiones de aflición y desmayo; y el de ser yo la que soy, fácilmente me contento con cualquier bajo modo de sentir que se tenga de mis cosas; y sé que, cuanto más lo fuere, será más proporcionado con mi propio merecimiento.

De la casa no sé qué dije. Diría que no la hallaba acomodada, o que era chica y cercada de herejes, y todo eso tiene; y, con llaneza, tocando en la materia, lo referiría en mi carta; pero no, señora, por falta de contento; y más, que está tan cerca de la casa del señor don Pedro, que cada mañana sin trabajo puedo ir a misa, con que se me olvida todo lo demás.

Y muy diferentes cosas tragué yo cuando me resolví, sobre todo mi merecimiento, por sola la inmensa beninidad de mi dulcísimo Señor, a seguir sus dulces pisadas en pobreza, menosprecio y dolor. Y si como fue una miseria, fuera un opulentísimo reino lo que estuvo en mi posibilidad, creo cierto que lo está Su Majestad de que el pobrecillo corazón hiciera con igual gusto su ofrenda o, por mejor decir, con mucho mayor; y ése crece cada día de manera que no pienso hay de mi imaginación cosa más lejos que lo está quejarme de la pobreza; y mucho más, quererla remediar con tornar a tomar lo que ya con tanta felicidad mía se sacrificó y dió al poderoso y soberano Dios, en cumplimiento y ejecución de su divina palabra y santísimo consejo; en el cual no hay motivo, alguno de volver el rostro y la mano atrás, porque antes se da por medio eficaz para levantar mejor el corazón a Él y poder colocar todas nuestras esperanzas en su suma dulzura. Y si me hubiese de quejar de algo, sería de Su Majestad dulcísima, por pasar con tanta brevedad con las pruebas de pobreza, que, apenas han asomado, cuando ya su benina providencia las está remediando; y lo más ordinario es prevenirlas tan de su mano, que no se puede dejar de conocer y adorar; y de sus promesas dulces, de que no nos faltará el señor don Pedro, tan cuidadoso ejecutor y medio tan liberal; que, cuando no hubiera Su Majestad prevenido más, ése basta para traer el corazón muy deshecho en amor de este grande Señor. Y experimentando aquella antigua y liberal misericordia, hecha con no menos grandeza y majestad, es fuerza prorrumpir muchas veces con las palabras del salmo: Paravit mensam in deserto.

6. Y pienso que mi caso es uno de los fuertes motivos que puede haber para confiar en Dios. Y antes de salir de esta materia, me diga vuestra merced, por su santísimo amor, y así Él se le dé, como deseo: ¿Aconsejárame vuestra merced, si yo le pidiera consejo, que volviera a tomar de lo que dejé, aun cuando los pobrecitos de Cristo que lo tienen no estuvieran tan sumamente necesitados dello? No lo creo yo, por cierto, de su espíritu de vuestra merced. Y más habiéndome dado Nuestro Señor tanta dilatación en este caso, que suelo decir que no sé cuál es ventaja a cuál, entre el no temer que me ha de faltar o no dárseme nada que me falte. Y esto, hace Su Majestad en una complesión tal, que parece se quiso esmerar su mano en hacerla delicada, para sólo ese efecto; y en una salud y fuerza tan quebrantada del tiempo atrás y tan derrocada, cuanto parece lo puede estar. Pues la tierra y la soledad y los desarrimos ya se pueden considerar fácilmente.

7. Y de aquí, que es escalón, quiero, pasar a lo que dice vuestra merced que culpan a quien me detiene. Y paréceme, señora, que si vuestra merced hace alguna reflexión, claramente verá que no es posible que sea fuerza humana la que detenga, adonde naturalmente se está con no menos violencia, a mi parecer, que se puede en la violenta más cosa de la tierra considerar, y con firmeza y contento. Mire vuestra merced que es todo vislumbres divinas.

8. En cuanto a las mozas, o ellas han de estar en Inglaterra o pasar desotra parte del mar. Si quieren pasar, yo no lo impido ni con una sola palabra. Si quieren vivir acá, no las fuerzo yo a estar conmigo, que en esto estoy también totalmente arrojada en la providencia de Dios, y ellas han procurado mi compañía primero que se las tomase, y son del todo pobres y sin padres, y en ninguna casa pueden estar, siendo tan virtuosas, con menos peligro que en la mía; porque las de otros extranjeros no las tomaran ellas de ninguna manera, y las de los católicos son sujetas a las leyes nuevas y viejas, que tratan de no tener criadas católicas, y muchos las dejan por no pagar después la pena de por junto. Y fuera de eso, son hechas muchas serches y buscas en las casas dellos, de lo cual están exentos los que no son nacidos dentro de los dominios de este rey. Y si se buscase mi casa por ver si hay sacerdote, sería cosa trasordinaria, y sería menester trasordinaria orden y comisión para ello; y por lo menos no se atreven, aunque la tengan, tanto como en las casas donde el amo a ama es católica inglesa o vasalla del rey. Y, sobre eso, yo vivo muy retirada y sin trato de gentes ni ocasión alguna desconveniente, a lo que parece se debe, en todo buen proceder. Si sobre hacerme Nuestro Señor esa merced se sirviere que esta asentada costumbre y corriente cese adelante, y que yo sea perseguida de los herejes, espero no pasará sin particular providencia de Nuestro Señor y auxilio suyo, muy a la medida de la necesidad, pues sabe Su Majestad que su gusto es el solo motivo de mi perseverancia. Y las mozas, ordinariamente, aquí no corren peligro, porque no hacen caso dellas; ni yo he visto ninguna presa sino por cogerlas en la mar yéndose a Flandes; y en ese caso por poco tiempo las detienen en la cárcel. De los señores y dueños de las casas hacen más caso, o de los hombres, que a las mozas por bobas o gente de poca importancia las dejan, y ahí están muchas de la casa de Mr. Farmer y de otros, y no les han dicho una sola palabra. Y si vuestra merced viese lo que en esto pasa, no lo juzgaría por negocio de tanto cuidado; pero en todo me hace vuestra merced grande merced, de que Nuestro Señor dulcísimo será cumplida paga.

9. Cumpla vuestra merced lo que ha pensado y véngasenos acá, le suplico, si quiera por ocho días, que dos son muy pocos; que, aunque la casa sea chica, no faltará donde vuestra merced esté con quietud; y no es más de dos o tres casas más abajo de la del señor don Pedro.

10. Las cartas del señor Otaviano que vuestra merced ha enviado he dado siempre. Cuando no son para mí misma, o de España o de Roma, de particular importancia, o suya de Otaviano; cosa, en fin, trasordinaria, vuestra merced me haga merced de no enviar ninguna, porque no lo quiere el señor don Pedro y me manda muy de veras lo escriba; porque, como ya he dicho a vuestra merced, debió abrir algunas cubiertas, o vendrían de allá sin ellas para mí; y como vió los nombres de los sobrescritos, tomólo con disgusto.

De doña Juana Lovel ni de católicos jamás tome vuestra merced carta, le suplico; que luego, con una o otra ocasión, se descuidan y lo dicen, o escribirán; y es muy odioso acá el enviar o dar cartas; y no es cosa en que yo debo meterme.

11. Las paces bien creo serían, si fuesen (digo el rendimiento, porque fuera de él, ¿qué paces pueden hacerse?), muy conforme a la gloria de Nuestro Señor, dejando sobre todo asegurado cuanto toca a religión, pues por ese punto se ha peleado y gastado tanto en estos cuarenta años, y los hijos no son menos celosos que lo fue su padre. Pero como nos toca tanto a todos, decimos lo que deseamos. Y, cierto, yo querría que no desmayase la confianza en Nuestro Señor ni el ánimo, que su divina Majestad es sobre todo, y no hay sino oraciones finas y buenas obras, y estorbar pecados, procurando aplacar a Su Majestad; y con eso dar tras esas malas bestias de los rebeldes. Y acordarse que tan fácil le es a Dios hacer maravillas ahora como en los viejos tiempos, cuando con su virtud y ayuda uno bastaba para mil.

12. ¡Oh, señora, lo que me holgaría de ver a vuestra merced! Pero ha de avisarme vuestra merced primero, para que pase navío del rey por ella, que le es fácil al señor don Pedro, y conviene por los holandeses que podrán conocer a vuestra merced: a quien guarde Nuestro Señor como deseo.

De marzo 3, 1607.

13. A la madre Beatriz beso las manos muchas veces, y las de nuestra buena señora y madre Ana. A su merced he escrito después de su venida, y no lo oso hacer tan presto otra vez por no cansarla. Sus oraciones pido muy de veras.

Luisa.

A la madre y señora mía Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 74 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres,7 de marzo de 1607.

Jhs.

1. Habrá ya recibido vuestra merced una mía, y harto larga, en respuesta de otra suya, en que me daba vuestra merced esperanza de que la veríamos por acá; y téngola, cierto. Vuestra merced nos la cumpla, que me holgaré en extremo, y el señor don Pedro no menos.

2. A la madre Ana escribí con otra de vuestra merced: holgaré saber si la recibió, y de su salud y de la de la madre Beatriz. Y vuestra merced me haga merced de dar ese pliego a su amigo, que importa.

3. Esta escribo en pie, porque es tiempo de ir a la capilla del señor don Pedro, y de dar las cartas también. Y así no digo más de que encomiendo a vuestra merced con todas veras la persona por quien escribo al señor Otaviano. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced como yo deseo.

Marzo 7, 1607.

Sierva de vuestra merced.

Luisa.

4. Vuestra merced me da ejemplo en las suyas para que, cuando basta medio pliego, no se gaste uno, haciéndolo así; y con esto estaré segura me perdonará o, por mejor decir, de que holgará que yo sepa hacer cosa tan buena como ser en todo pobre.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, mi señora, que Dios guarde, etc.




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- 75 -

Al padre Lorenzo da Ponte, de los Clérigos Menores


Londres, 14 de marzo de 1607.

1. Habiendo escrito a vuestra merced esta Navidad, sin mucha esperanza de respuesta, por la dificultad con que veo llegan las cartas y no haberla tenido de otras, se sirvió Nuestro Señor de consolarme muy cumplidamente con dos de vuestra merced juntas, de 30 de setiembre, y 30 de octubre, de dos o tres pliegos: la primera, hecha de cuatro meses, y la segunda, de tres. No sé do se detuvieron Recibíllas acabando de comulgar en la capilla de don Pedro, y creyendo no desayudarían a la devoción, las empecé a leer poco después. Y habiendo renovado en mi pecho memorias pasadas y con ellas varios y profundos afectos, me sirvieron de regalado banquete y dulce poculum ex vino condito, tanto que me hicieron olvidar de la comida.

Vuestra merced me hace en ellas un grande cargo en que querría acertar a satisfacerle, a gloria de mi dulce Señor y consuelo suyo y mío. Y porque por fuerza he de entrar confesando lo recibido, tomaré el mismo camino.

2. Y digo que gusté mucho, de la prevención de vanagloria, cosa propia a tan grave persona, cuando llega a poner altezas tales delante de ojos tan bajos y indinos de ellas; pero, por lo demás, la antigua misericordia se conserva, crece y se aploma con los nuevos motivos de amor de mi dulcísimo Señor. Y los que siempre va descubriendo en sí mi infidelísima correspondencia son de manera que más peligro tengo de desmayar que de desvanecerme. Ni sé tampoco cómo pueda causar vana complacencia lo que, como ya apunté, tan fuertemente tira y saca de sí y lleva al Amado, y maravillosamente transforma en él, deseando el alma hacerle tan absoluto dueño de su gloria, que, dado caso que fuera suya y no de él, ni aún en pequeña parte podría tolerar lo contrario.

Esta creo será larga; de que podré mejor pedir perdón que vuestra merced: el hacello tuve por disfavor; como también, decir vuestra merced que se mete donde no le llaman.

3. He tenido, cierto, su opinión de vuestra merced por tan acordada con el sentimiento de mi espíritu, que fuera de todo punto inútil querer saberla. Y dejaré a un lado lo que dijo el padre Luis, que bien veo puso más los ojos en lo que soy que en lo que debo a Dios, que es más de lo que pienso se podrá fácilmente entender. Y entre lo demás, una tan pura intención en esta materia que trato y una dirección de afectos continuada desde el primer día hasta hoy, tan suya y con tal luz y distinción, que no parece puede ser desconocido el dueño della en ningún modo.

Y esa semilla cayó en el corazón, estercolado y engrosado ya con diversos y extraordinarios ejercicios de mortificación y lágrimas, y muchos y muy grandes de sufrimientos de prójimos en continuado tiempo, desde los catorce años de edad hasta los dieciocho, que con fuerza empezó el afecto a brotar; y después, por muchos otros, se prosiguieron las mesmas pruebas debajo de una extraña y apacible disimulación. Y de tal manera creció el deseo de seguir las dulces pisadas de mi dulcísimo Señor en pobreza, desprecio y estrecho abrazo de su cruz y de glorificarle do era más desconocido, y mostrar con él mi amor donde era más desamado, que el granillo pequeño y humilde se volvió en árbol grande, cuyas hondas raíces y fuerte tronco y fundamento fueron un sumo deseo del perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios, en que parecía haberse convertido las medulas de mis huesos. Y este ordinavit in me caritatem: enderezó con su sustancial fuerza los ramos, y produjo sus flores y sus efectos, cuando y de la manera que fue servido, contrastando y desbaratando los impedimentos de mi miseria y bajeza con grande gozo de mi alma, que muchas veces se halló absorbida en la dulce profundidad de aquellas palabras: Magnificat anima mea Dominiun et exultavit spiritus, meus in Deo salutari meo. ¡Oh Señor!, ¡Qué exultavit fue aquél, pues tal llegó a ser el mío!

4. Lo que es conversión de almas generalmente, lo deseé con un fogoso celo de la propagación y augmento de la santa romana Iglesia; pero jamás me imaginé instrumento de tal género de fruto, ni me prometí ser mártir, ni desvanecí con ningún particular intento, tirando siempre derechamente a la felice pretensión del más perfecto cumplimiento del gusto de mi dulce y grande Señor, sin embargo de cualquier otro alto pensamiento; y en cualquier género de eleción que hiciese, deseaba decir con mi glorioso Santo: Inpendam et superinpendam. Y, cierto, que, como parece (hasta ahora, a lo menos), que Nuestro Señor ha mostrado querer mi perseverancia, aun cuando menos confío de mí y más voces da la humana prudencia en el pecho y más gime la esclavilla, y más fuerte y mañosamente aprietan los amigos de aquí y de Flandes; en tocándome en la vuelta de manera que pueda temer violencia, al momento, y casi sin tiempo de advertirlo, se revuelve mi corazón como un gigante fuerte, y digo: ¡No puede ser eso! Y pasada la ocasión, aquella fuerza se torna a lo íntimo, y se encierra y conserva allá dentro, y da lugar que se llame destierro Inglaterra y suma la dura calidad de su vivienda en todo género de cosa, que lo es, cierto; y, sobre todo, lo que excede a todo humano sentimiento, que son los continuos y espesísimos vapores que suben al cielo, de tanto género de abominaciones en materia de religión y de todos sus precetos y santas leyes. Y lo que se ve, y se oye, y se trata es esto; y lo bueno y de consuelo está tan dividido y escondido y arrinconado, que no es fácil el gozarlo; y en eso se tiene lo malo y penoso, de yermo do la humana espiritual consolación falta casi siempre, y lo más malo y pésimo de las ciudades, que es continuos y terribles impedimentos de virtud y perfección, que se atraviesan con circunstancias pesadas y embarazosas al espíritu, que bruman alma y cuerpo.

5. Considere vuestra merced aquí el trabajo de los católicos, y mucho más, a qué llegará el de los padres religiosos, que estaban hechos a la leche de la dulce Jerusalén de allá, y se hallan entre el ruido de las corrientes del Nilo, molesto y congojoso. Yo solamente lo abrazo y quiero, porque lo quiere mi Señor, y no creo bastara menos fuerza que la de su amor y deleite; el poder decir muchas veces: Ecce elongavi et fugi et mansi in solitudine; que cuando Él se sirve, en medio de los concursos inquietos fabrica en un momento amena soledad y graciosas y quietas recreaciones de amor en sí mismo. Y así, no desconfío, ni dejo aquellos dulces ruegos: Egrediamur in agros; commoremur in villis. Y una de sus grandes misericordias, por que le glorifico cuanto puedo, es no haberme faltado la sagrada mesa sino solos dos días, desde que salí de España; que fue un Viernes Santo en Flandes y la mañana del puerto en que desembarqué; y sobre eso, continuada guía; que esas dos cosas y cumplimiento perfecto de su voluntad es la cifra de mi suma felicidad.

Y Su Majestad se me ha mostrado muchas veces dulce y benino, dilatando mi ánimo en esto dulce manera:

«¡No temáis, aquí estoy yo!»

«¡Oh, Señor! -replicaba-, que habrá guerras; y en tal caso, tengo por mejor volver las espaldas.»

«Bien: ¿habéislas visto hasta ahora? ¿No veis tantas veces deshechas las ocasiones de ellas en fácil y poderosa manera? Dilatad el ánimo, acordaos que está todo en mi mano. Volved los ojos atrás; considerad vuestra natural condición, y conoceréis quién fue el que sólo pudo traeros y puede conservaros. Ajustaos a toda perfección en lo que está en vuestra mano. Dejaos del todo en los mías, sin cuidado.»

6. Esta inspiración, estas verdades estampadas, me influían señorío y grandeza extraña sobre todo temor y dificultad. Pero como el alma ha de caminar al paso apresurado del amor y es fuerza seguillos, la esclava va a ratos hijadeando y el aliento acortado; y no es mucho pida alcorcillas a la regalada esposa de su Señor, como rosa habida de sus divinas manos. Y el diminutivo aquí, Señor, califica, en mi sentido; porque donde yo solía verlas más confortativas y preciosas, eran las alcorcillas que las aleorzas. Y no piense vuestra merced que era el tiempo más apretado cuando se pidieron, aunque en ocasión lastimosa; que, algunos meses atrás, llegó a serlo mucho más; y pienso que, dos o tres veces, a lo sumo de las fuerzas de mi espíritu, con pruebas y desolaciones del alma apretadísimas, sobre todo lo demás. Y asiendo de la verde rama de la Virgen Santísima, llegaba a hacer pie firme en la voluntad de Dios, pudiendo muy bien decir: Intraverunt aquae usque ad animam meam. Y los siete meses primeros, los ojos andaban llenos de ella sin remedio, aunque el trato y semblante se mostraba juntamente alegre, cuanto era posible.

7. Y pienso que el mayor y más continuo trabajo ha sido el de la lengua, fomento de los demás, que, como cadena y prisión fuerte de fuertes deseos, ha hecho bramar al alma entre sus duros eslabones, y a veces con desmayada confianza. Y creo que, tan presto como de ésa me desasga, se desharán mis congojas con el confortable ejercicio de ocasiones mil que se atraviesan.

8. Y aunque mi luz ha sido a la medida de mi necesidad, los recelos que de mí tengo son tales, que no es de maravillar quiera por muchos caminos asegurarme de la preciosa voluntad de mi Señor. Y si la respuesta de allá fuera contraria, que no lo ha sido, sirviera sólo de cotejarla con la luz de acá, y de proponer sus importantes circunstancias a nuestros padres espirituales, que es el camino más derecho que parece se puede tomar; y en ése espero me conservará la Divina Majestad hasta la muerte, echando su sello real en todas mis acciones, como le echó en la partida de España, singularísimo y precioso favor de mi dulce y soberano Señor, con que tan altamente la calificó; y no se si en otra manera llegara a tener efecto tan macizo seguro y bueno a lo menos.

9. Y es cierto, señor, que al momento que llegó aquella voz a mis orejas, el dificultoso conceto de su ejecución y no alcanzar a divisar medios, se deshizo y volvió en facilidad; y de allí en adelante, no podía pensar en cosa que no fuese caminar con ánimo, conociendo claramente fuerza divina, envuelta en humanas palabras. Y el afecto se reforzó de manera y dio tal prisa, que con verdad pude decir: Et ego alligatus spiritu vado in Ierusalem; y proseguí: quae in ea ventura sint mihi ignorans sed Spiritus Sanctus per omnes civitates mihi protestatur dicens, que es admitida misericordiosísimamente la ofrenda de mi corazón, millares de veces ofrecida en dulce y estrecha unión; de donde salida al exterior, jamás me ha sido concedido el entender, si solamente en afecto, o si lo será también en el material efecto.

Y puesta de esta parte del mar, sin duda me pareció haberme llegado tanto más a Dios, cuanto más me había alejado de mi patria y caras prendas della. Y no faltaron vislumbres de la dificultad y resistencia que en los materiales medios de la vuelta pudiera ser se hallara, si se hiciera; quedando, después, con el nobilísimo y delicado ojeto de un dulce «No quiero», de mi Dios. Y en éste y en otros puntos verá vuestra merced cuánto acuerdan con los que toca en sus cartas últimas, y si es fácil la vuelta: con que queda satisfecha su conjurada pregunta. A mis solas reí muy bien aquello de «si el Amado pobre, vos pobre»; y «si él ahorcado, vos ahorcada». Hartas veces oigo: «No seréis mártir»: de escrito y de palabra (como si yo hablase en serlo); y echaros han fuera en un barco: a lo cual suelo replicar: «sin velas ni remos». Y dice el señor don Pedro admirado, viéndome tan resuelta, que son extrañas las raíces que he echado en Inglaterra; y que cual, pues, es ella, en eso digo yo puede verse quién me detiene. Y debiendo sentir de mí tan bajamente, como con razón puedo hacerlo, muchas veces uso en mis cartas de términos proporcionados a esto; y en pretensiones muy altas, mejor es sobre paño que tijeras, aun cuando tuviera más certidumbre de lo que Nuestro Señor querrá de mí en vida o muerte, en que su Majestad se cierra siempre muchísimo, dejándome del todo colgada de su santa voluntad en el modo que lo hacia allá sobre mi partida, antes que el tiempo de la ejecución se acercase; y desto tampoco, oso ni quiero inferir nada, gustando en extremo del gusto que muestra tener en este silencio.

10. En lo que toca a conciencia, dudando si la turbulenta rebelión que se esperaba me echaría fuera del reino, quise saber por vía de letras (obligando a todo secreto), qué diligencias, sin lengua, pudiera yo hacer primero, o qué dificultad o estropiezo de conciencia podía atravesarse de por medio, respecto de las obligaciones particulares della, para estar prevenida; y, por aneja circunstancia, pinté este lastimoso estado. Y deso se inferiría, que estaba cerca de dar la vuelta, en que no pedí consejo, antes, de paso, dije que Nuestro Señor se declaraba mucho, a mi parecer, en favor de la perseverancia.

11. Esta escribo, por ser incierto el día de la partida deste correo, con la cabeza tan mala, que no sé si me he acertado a explicar de provecho. Consuélome con que «al buen entendedor», etc. Si la lengua llegara a ratos a alcanzar el interior, pudieran haber llegado a vuestra merced algunas cartas de gusto; y en ésas también confesara que, entre las flores del cielo nace la espinilla aguda que punza el dedo; y la sabandijilla enojosa salta y da su dentellada; y ya el horror de la muerte y de una y otra desgracia hacen cocos a la pobrecilla esclava.

12. Y antes de salir desta materia, quiero decir que es verdad, que, puesta en su punto y naturaleza la perfecta conformidad, parece quedar totalmente excluido sumo dolor, temor y penas; pero con igual luz se descubre que, cuando la poderosa mano de Dios junta esos opósitos, hace de ellos una mezcla y confación notable, donde se descubren raras finezas de amor; y a tiempos la conformidad está con sus naturales efectos, haciendo de todo, cielo y deleitable gloria; y a tiempos, la embiste el dolor, el pavor, miedo y congoja (Et coepit pavere et taedere, et maestus esse), y la perficiona y esmera con nuevas y más levantadas calidades. Y aquellas peleas y incomparables valentías, cuando se llega a ese punto, será sin duda espectáculo maravilloso a los ángeles y santos, y grato en toda manera a el Altísimo Dios. ¡Qué corta queda siempre la lengua de tierra, y más la mía que todas! Pero retírese vuestra merced adentro, y allí la hallará suplida; y ya creo estará vuestra merced muy al cabo desto. Dígolo por la gran ocasión que vuestra merced me da en la suya; y, con alma tan valiente, siente las cobardías de la mía, que en ella se deben tener por tales; y esotros primores se queden para quien los merece.

13. Quedo con las de vuestra merced tan consolada y agradecida, cuanto sabe la Majestad Divina; y como está a su cargo la paga, no me da cuidado mi poco valor.

14. Ya estoy, señor, fuera de la casa del señor don Pedro, que es buena prueba de perseverancia. Ha mostrado sentimiento de mi salida, por no ser para España: débole la caridad que no sabría decir. ¡Oh alta providencia de mi Señor dulcísimo, y ricas y dichosas experiencias de su liberalidad! ¡Qué de veces me hace decir con el corazón deshecho: Sperent in te qui noverunt nomen tuum! En que hallo, profundidad, a este propósito: no sé si a otros hará la mesma consonancia.

Esta salida, señor, como toca broncamente en el oído de pura prudencia humana, no acordando a su temple, se juzga por desbaratada, teniendo por buen remedio de mi inútil y imprudente jornada, el acogerme a mi nación, como de Flandes me escriben; que para vuestra merced es esto bonísimo. Y doy gracias infinitas a mi Señor, que sobre todo me tiene confortada con las graves opiniones que primero tuve en España para partir, y con las que ahora tengo de nuevo para la perseverancia, a la medida de mi deseo, en prudencia, letras, espíritu y religioso celo. Y dejándolas de bajo de sumo silencio, me contento de cualquier bajo sentimiento que se tenga de mis cosas. Quien calare mi condición natural y cuál es Inglaterra, creo que descubrirá fuerza divina en este hecho.

15. Mi casita es en un corral cerrado, con su puerta a la calle; que deste género hay muchas en toda la ciudad. Y considérele vuestra merced lleno de sierpes; porque todos son grandes herejes y dellos estoy cercada por todas partes; y a veces fatigan demasiado con ruido en la mesma pared donde duermo; que es todo oír asadores y gente que guisa, come, juega y bebe; y los viernes, parece que crece. Yo imagino la rueda del jaque (con que revuelven al fuego los cuartos de vaca que pesan una arroba o más) como una que vi pintada en las penas del infierno; y, como trueco misericordioso, al son, me avezo a hacer oración; y ese trabajo, y el ser muy estrecha y sin conveniente aire para la peste que crece, se me olvida en llegando a la mañana a la puerta de don Pedro tan presto, con que tengo asegurada la misa y la comunión cuanto parece es posible. -Y el precio es conforme con la posibilidad, y está suficientemente fuerte y recogida; que yo, aunque pobre, en eso siempre me animo a gastar.

16. Cuando vuestra merced me hiciere merced de escribir, pienso vendrán ciertas las cartas por vía de Leonor de Quirós, con las que el conde escribe a don Pedro, o su solicitador, del cual con todos correos me dice recibe cartas; y poniendo cubierta para él, enviaráselas con más cuidado. El padre Cresvelo creo le tendrá también, si vuestra merced se lo ruega.

17. De doña Ana María de Vergara deseo saber, y dónde reside después que enviudó; y de Quirós y mis monjas. A la madre Priora suplico tenga ésta por suya; ya vuestra merced, aunque soy bien cierta no dejará de mostrársela; aunque lo suplico yo. Si tuviera compañera que me escribiera, fuera gran alivio, cuando no me hallo buena o cansada, que es de ordinario. El no haber traído ninguna de allá hace notable falta en su género por mil cosas, y es una de las en que se ha podido padecer muchísimo; y huelgo de que eso se haya podido ofrecer con lo demás a nuestro dulcísimo Señor.

Esta duplicaré con más propio mensajero. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced con el acrecentamiento de amor suyo encendidísimo que deseo.

De marzo 14, 1607.

Está escrita un mes antes de la que va con ella, aunque la fecha es nueva.

Luisa.

Al padre Lorenzo de Ponte, de los clérigos menores, que Dios Nuestro Señor guarde, etc.

Valladolid.




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- 76 -

A Leonor de Quirós


Londres, 29 de abril de 1607.

Jhs.

1. La carta que escribí a vuestra merced este enero pasado, sé llegó a sus manos, aunque no he recibido ninguna suya después acá; y con la confianza que me da su caridad, le suplico me envíe ese pliego a la madre priora Mariana de San José, de modo que llegue a sus manos salvo; y esotro, a las de la condesa de Castellar; y eso último aun deseo más, porque me importa mucho los papeles que van dentro. Y mire vuestra merced que fío, como de verdadera amiga, y me debe toda la fiel y cuidadosa correspondencia que pudiere tener.

Pensé escribir otras cosas a vuestra merced; pero dícenme está cerrando el señor don Pedro su pliego.

2. Avíseme vuestra merced de sí muy en particular y de mi señora doña Aldonza, y su compañera la señora doña María Temiño; y con quién se confiesa vuestra merced ahora, y hágame merced de acordar a mi señora la condesa, que lea mi carta alguna de las noches que está sola.

Pésame de acabar tan secamente; digo, sin algo de Nuestro dulcísimo Señor. Él guarde a vuestra merced y la haga tan suya como yo lo deseo.

De abril, 29, 1607.

3. Dígame vuestra merced si tiene quieta celdita y si tiene lugar de oración, y si se ha resuelto en el otro negocio de espíritu y más perfeción de vida y obligaciones; y reciba ese crucifijo tan chico, que se usan muchísimo acá y darlos en señal de amistad.

Luisa.

4. Por amor de Nuestro Señor que se den a la condesa de Castellar esas cartas con la puntualidad que he pedido a vuestra merced; y es también cosa que toca al padre Lorenzo de Ponte, y que la desea su merced.

A Leonor de Quirós, que Dios guarde, etc.

Madrid.

5. Suplico a vuestra merced dé al padre Cresvelo ese pliego, que en él y el de Valladolid van cartas que importan de siervos de Dios, y será gran servicio suyo.




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- 77 -

A Inés de la Asunción


Londres, 21 de abril de 1607.

Jhs.

1. Más persuadida de amor que de temor de su queja, aunque la siento, tomo la pluma en la mano con malísima disposición, por que no se vaya Rivas sin carta. Habrá recibido ya dos o tres mías, y con las suyas huelgo tanto como tengo dicho; y con esto y la caridad que siempre le he debido, pienso dejarla obligada a que me escriba y dé de sí mil buenas nuevas.

Llegando aquí recibo una suya, fecha de un año y siete meses; y héme alegrado y leídola con tanto gusto, como si fuera muy fresca. Sin duda se han perdido suyas y mías muchas, sólo por no querer tener un poco de cuidado aquellos a quien se encomiendan; que, por lo demás, es facilísimo, puestas en manos del padre Cresvelo venir a las del padre Baulduino a Bruselas y de las suyas a las mías u de don Pedro.

2. Dáme en ésta suya una gran norabuena de la pobreza; y sepa que, aunque la llego a ver muy cerca, anda Nuestro dulcísimo Señor luego remediándolo de manera, que no me deja abrazar estrecharnente con ella. Primero tomó por medio unos dineros de Mistriss Margarita, que por suyos me los hicieron tomar; y después fue necesario pagárselos y volver ella lo demás al noviciado, porque no tuvo salud, según dicen, para perseverar en el monasterio. Y después, don Pedro ha sido tan liberal, cuanto me ha sido necesario, y pienso que lo será hasta que se vaya, que él imagina será este verano, por una carta que ha recibido, con que está lleno de gozo; y no me espanto, porque, a mi opinión, sólo por el gusto de Dios se puede tolerar la vivienda de acá. Y sobre todo, es muy cara y no se puede uno sustentar con menos dineros que en la corte de España; y esto es, sin duda, verdad en Londres; y el haber siempre asentada peste sin remedio. ¿Podrá creer que para sola una forzosa y ordinaria comida de cuatro personas que somos, y casa no mayor de lo que basta para caber en ella estrechísimamente y sin lugar de añadir una sola cama más en toda ella, y vestidos muy pobres, son necesarios cuatro mil reales? Y así, la gente pobre pasa gran necesidad, y para remediarla hay costumbre de tomarse unos en casa de otros; y aunque sean señores, pagalles un tanto por la comida; y unos con otros pasan mejor. Y no ha de haber más que dos mesas en cada casa, aunque sea de duques: una para los señores y gente que viene de fuera y criadas de alguna estofa; y para los criados y mozos y mozas de servicio y de cámara, otra; y todos comen en el plato grande y todos beben en un jarro; y en esta materia toda la llaneza posible y falta de aseo. Comen pan negro, de ordinario, generalmente todos, y los hijos y los criados de los señores; y vaca asada y cocida, a cuartos enteros, y carnero y corderos, y guardado frío de tres o cuatro días y de una semana entera; y caliente y frío se sirve de ordinario; y con esto se crían los niños más delicados, y de manjares mejores toman tres o cuatro bocados a la postre. Andan todos muy galanos, y en esto gastan muchísimo. Las cosas son todas más baladíes, generalmente, que en España; los mantenimientos, de buena vista, pero sin olor y casi sin sabor, y de poca fuerza, y sin poderse guardar, ni en invierno, cuatro días enteros sin algún mal sabor. Y como venden a pedazos y no hay libras en eso, hase de tomar por fuerza más de lo necesario en casa pequeña; y eso remedian ellos con asarlo y guardarlo, fiambre o empanado. Las gallinas son a dos reales y medio, o tres, lo más ordinario; pero tan sin sustancia y dejativas, que, a solas, no bastan ni se pueden comer; y son muy chiquitas; y así, en lugar de ellas sirven capones, que son como gallinas buenas de allá, aunque no en el sabor; y esos cuestan cinco reales o seis; y pocas veces veo que cuesten cuatro solamente.

3. Yo estoy con la misma necesidad de ese mantenimiento que allá, y de lo demás que pide mi caída salud, sin querer Nuestro Señor dispensar en eso. Y así, dice una de mis compañeras, que es menester, en faltando las limosnas gruesas, pedir gallina y mazapán por cada puerta. El considerar esto y cuál es esta tierra para pobres aviva mi esperanza y gusto de ver cómo están enlazando las dulces manos de Dios tan grandes dificultades y humanas desconveniencias en corazón tan pobrecito y flaco. No se me puede descubrir qué quiera Su Majestad de mí en Inglaterra, aunque parece querer la perseverancia en ella, hasta ahora a lo menos. Y esa fuerza poderosa de su gusto me tiene aferrada aquí con la misma fuerza que me sacó y arrancó de España; y deseo seguir aquel consejo: Bonum est praestolari cum silentio salutare Dei; esto es, el cumplimiento de su dulcísima voluntad, sicut in caelo et in terra; que entiendo puramente y sin mezcla de permisión, en que consiste la verdadera satisfacción del alma a tanta gloria de Dios y estrecha unión del dulcísimo Amado Cristo Nuestro Señor. Mi indinidad y faltas han crecido, porque no se han desaumentado; y para flojos es terrible vivienda, porque la multitud de varios descontentos y penosos objetos de alma y cuerpo en quien desea llegarse a Dios, naturalmente desaguan, y dejan caídos los brazos y el corazón; y con poca salud, es un género de padecer, si se esfuerza el alma, que allá no se calará muy presto. Hágame merced de hacer instancia con Nuestro Señor para el remedio de mis males; que yo suelo decir a Su Majestad, que, cómo siendo tan sumamente benino, dulce, y bueno, y ellos tales, no llegan a lastimarle hasta el total remedio; porque mis esfuerzos no bastan, aunque algunas veces llego a esperar mucho y a tomar grande aliento con los ojos y corazón puesto en Él, llegándome a comulgar, y pidiendo se sirva de que sea aquel día el postrero de su suma paciencia y de mi mal.

4. Esta Cuaresma tuvimos un mártir de una dichosa muerte: envié ya la relación al padre Lorenzo, y creo que habrá llegado también otra a las del padre Ricardo, en una que le escribí. Había estado en Valladolid cinco años al principio del Colegio, y acá trece. Era de treinta y nueve o cuarenta años, pero en el aspecto muy más mozo y de gentil talle y dispusición. Estaría como un mes preso; y, habiendo, otros, tenían una gana de matarle a él extraña, aunque no era de los que ellos más aborrecían; pero queríale Dios para no menos alto estado. ¡Oh juicios suyos inmensos! Habíase proveído de sotana y bonete, y abierto la corona para este efecto; y así fue llevado en el carro por toda la ciudad, que creo es casi una legua o más. Yo no lo supe, ni otros muchos amigos suyos lo pudieron saber, hasta que era ya muerto; porque haciendo eficaces y encubiertas diligencias don Pedro, se tuvo grande esperanza de su vida y de la de otros que no murieron; aunque había sido con él condenado uno de ellos. La tarde antes gasté gran rato hablando con él, que lo hacía en español muy bien, y mostrábame gran amor y más que a nadie de cuantos le venían a ver; y yo procuré dilatalle y confirmalle tan fuertemente cuanto me fue posible en que no se dejase vencer de las bravas persuasiones que le hacían, para que siquiera hiciese el último juramento que ahora un año hicieron en el Parlamento, en que otros se han dejado vencer. Y el obispo de Londres, ante quien fue presentado, habrá ya visto su dicha y podido decir: Hi sunt quos aliquando habuimus in derisum: quomodo computati sunt inter filios Dei; porque se fue a tener la Pascua al infierno su infelice alma. Espero que ha de querer Nuestro Señor hacer merced a su Iglesia santa con buenos sucesos, entre tanta aflición como ha padecido en nuestro tiempo; y por esto debriamos clamar de noche y día en su divino acatamiento, sin acordarnos de particulares trabajos.

5. Mi Inés, y, cierto, muy entrañable mente mía: mire que me diga muy particularmente cómo se va hallando y siente su espíritu; y tirando la cortina del silencio, muestre y descubra sus aprovechamientos y misericordias divinas, para mi consuelo, que le tengo en eso cuanto no sabría decir. Y de nuestra madre y señora me diga también mil cosas. Isabel no me ha escrito ni una sola vez; pero ya he dicho que se lo perdonaré, con que se acuerde de mí muy de veras con Nuestro Señor y con saber en sus cartas de ella. ¡Cuál imagino a mi amada y bonísima hermana con su hábito y velo, y qué contento me fuera vella! Y eso se ofrece con lo demás. Los conocidos están buenos, aunque esto no se puede asegurar de una hora a otra, a lo menos de que no estarán presos. Al padre Antonio casi nunca veo: no sé qué es la causa de no acordarse de mí más que si no estuviera en Inglaterra. El padre Miguel huelga siempre de saber de ella.

A la capilla de don Pedro voy cada mañana a misa, por que estoy muy cerca de su casa; y por estar y ser juntamente necesaria casa no más cara de lo que se puede y recogida suficientemente, tenemos una que casi no tiene aire; y el que tiene es muy poco sano, porque pasa por otras muchas casas pobres primero; y para la peste es esto lo que más se teme. Pero eso es ser pobre.

6. Hablo ya algo mejor inglés; y no bien, por falta de medio que, como he dicho en otras, no hay esperar que persona alguna quiera cansarse un solo día en eso, ni de las mismas que tengo en casa; ni en enmendarme si yerro. Y si les pregunto, es menester de ordinario hacerlo dos o tres veces, y al cabo, como quien despierta de un sueño, responden: «No es muy bueno.»

7. Inés mía, que me llega ahora otra carta suya de hebrero; y viene una de Isabel y otra de doña María Ponce, a quien nunca he escrito, y con todo eso no se queja. Graciosísimos fueron los ringloncillos de nuestra Madre en esta materia, en la margen de la suya, y lo que yo gusté de ellos: ¡qué buena y duce señora! Y sola su memoria me alegra. Nunca pude leer el nombre del padre que dice me hace merced y se digna de hablar con ella de mí, porque están casi borradas las letras. Ya veo estoy de todo punto inútil para ofrecerle algún servicio o consuelo; pero, si en algo pudiere, estaré muy pronta a hacello con el amor que le debo.

8. Escríbenme se iban pagando ya muy aprisa mis deudas. De la suya dejé claridad suficiente, demás de su escritura, y de los seiscientos ducados de ajuar y año de noviciado, y imagen, que fuera de eso le, han de dar de el precio que se señaló en la memoria de mis deudas.

9. Mil cosas me dice en las suyas de que huelgo saber. En lo que dice el padre Luis y el padre Antonio y doña Marina, no sé qué le diga, sino que es grande el contrapeso que hay en favor de la perseverancia, hasta ahora a lo menos; y me hallo muy destetada de cualquier delgada cosa que me pueda dar humano alivio o contento; y de la vuelta, mucho más, por el demasiado que habría en ella; y yo no pienso sino morir de esta manera, y pretendo sea tan asida de Dios, como desasida de todo lo que hay fuera de Él.

10. Díceme que le diré yo de curandajas. Basta, y creo me lo podrá mejor decir ella, que escribo con prisas de correos, por la mayor parte, y no se aliña con ellas tan presto cosa que puede ser de mucho consuelo. Y ahora me dicen se cierra el pliego.

Guárdemela Dios, hermana mía, como deseo en continuos crecimientos de su amor santísimo.

De Londres y abril, 29, 1607.

Su más verdadera hermana, Luisa.

A Inés de la Asunción, mi muy amada hermana, que Dios guarde, etc.

Valladolid.

Al padre Luis mil humildes besamanos, y que su libro es extremadísimo. Holgara tener el segundo tomo.




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- 78 -

A la madre Ana de Jesús


Londres, 31 de junio de 1607.

Jhs.

1. Los arroyos y gruesas corrientes de caridad que manan de su pedro de vuestra merced y llegan por sus cartas hasta acá, muestran suficientemente cuán inflamado está del divino amor. Y confieso, señora mía amadísima, que no merezco tal merced; y, fiada en ella, me atreveré a satisfacer algo despacio a la carta de 22 de abril que ahora acabo de leer, tras otras muchas veces, después que la recibí.

2. En ella dice vuestra merced que debo salir de aquí y aprovecharme de lo que en nombre de Nuestro Señor se me aconseja; y que, hecho ya el sacrificio, como Abrahán, tema a Su Majestad; que nadie fue sabia para sí ni se debe anteponer el propio parecer al ajeno: y con estas y otras semejantes razones. Y como cualquiera de vuestra merced es para mí de tanta estima, hubiéranme estrechado demasiado el corazón, si no me acordara de que, en otra, dijo vuestra merced que no hablaba por revelación, ni Nuestro Señor le había revelado nada en esta materia. Y, así, señora mía, llegando a razones generales, bien veo quedaré fácilmente condenada en el juicio de pura prudencia humana, sin embargo de que ella misma tiene aprobadas mayores cosas de las que yo he hecho por Nuestro dulcísimo Señor, en favor de la honra, dinero o otros importantes mundanos respectos. Y puedo decir con verdad que le he sido sujeta y cautiva con todo lo posible, extremo; y se puede muy bien creer que, cuando contra ella hago algo, o no remedio lo ya pasado, que la poderosa mano de Dios ha entrado de por medio, de que pienso hay en mi caso, las probables razones que se pueden tener en esta vida en sólida y maciza manera. Y por esta parte no temo los sucesos futuros, antes los esperaría buenos, si no lo aguase todo la flaqueza de mi confianza y mi imperfectísima correspondencia, llena de intolerables faltas. Y della y de mi natural pusilanimidad nace considerarme algunas veces en camino tan estrecho, que apenas caben los pies y sobre despeñaderos. Mas, volviendo los ojos a Dios, me hallo confortada, estable y firme en aquella poderosa voluntad do estriba la máquina del universo; y no sé qué me podría cegar viviendo tan desasida, destetada y cercenada de arrimos y de consuelos, y muy pagada de cualquier destruido y despreciable suceso en los ojos de los hombres a trueco del menor gusto o rastrillo del contento de Dios que se me luzca en ellos, en que tengo puesta toda la mira. Y en esto aprieto y voceo: In die clamavi & nocte coram te.

3. Y porque mi poca salud me fatiga cuatro o seis días ha, supliré lo que aquí pensaba decir con el traslado de una que escribí a cierto religioso grave y docto, y no de la Compañía. Y aunque su opinión es de todo punto encontrada con la que contiene su carta de vuestra merced, cuadra la respuesta a entrambas, asegurando a vuestra merced del cuidado con que se fue y se va procurando conocer la voluntad de Nuestro Señor; y a él, del deseo con que me hallo de perseverar en la que parece tan declarada como él lo prueba harto bien, temiendo muchísimo que los trabajos o persuasiones prudentes de espirituales amigos no hagan mella y enflaquezcan mi ánimo; y ni aun puede sufrir cosa que en mis cartas huela o pueda interpretarse a flaqueza o duda de perseverancia, aunque cueste lo que cuesta, y poder llamarla justamente filius doloris mei con un eficaz afecto, pero de dejos dulcísimos, y no menos que lo es el gusto de quien sólo pudiera endulzar tanta amargura: con que cierro esta materia.

4. Y no sabría decir lo que me alegro de tener a vuestra merced tan cerca, y de que esté ahí con tanto gusto y consuelo de espíritu; que no debe de faltar sino que las flamencas sigan el de las francesas, y se arrojen más en las manos de Dios, sin tantas prudencias en elección de estado tan dichoso.

5. De las paces se habla harto en esta miserable Babilonia; y, aunque yo soy un gusano, el amor y celo hierve, y me da grande cuidado; y, olvidada de lo que amo más que mi propia vida, que es España y nuestros buenos amos y señores esclarecidos, me acuerdo solamente del grande bien o daño que con sus buenos o malos sucesos recibe la santa Iglesia. ¡Dichosos príncipes que llegan a que les sean tan comunes y inseparables con ella, que, con los prósperos dellos, la Iglesia se halla próspera, y con los adversos afligida y estrechada!

Si los holandeses proceden en estas paces con corazón blando y verdadero, será milagroso negocio y mudanza de la diestra del muy Alto; lo cual no constando evidentemente, no merecen se fíe dellos un clavo; que, cuando menos pensáremos si hay un menor descuido del mundo en Flandes, remanecerá perdida Amberes u otra plaza que llegue a las entrañas. Yo bien me holgara de la guerra, porque parecía querer Nuestro Señor ayudarnos de veras; pero tales pueden ser las paces de buenas, que puedan suplir por los muy buenos sucesos de guerra, y mortificación del nombre de paces entre tanta grandeza de príncipes y tanta bajeza y villanía de vasallos como esos han mostrado hasta aquí.

Menester es encomedallo a Nuestro señor con todas veras; y deseo mucho que los holandeses sientan ánimo gallardísimo en nuestros príncipes, y que sus reales corazones, llevados de alguna humildad, no teman que Dios dejará de ayudarlos en la guerra, y que eso los ablande a la paz, aunque en algo no sea como desean; que espero confiadísimamente, que, aunque se deshiciese la paz por la mayor gloria de Dios, de su fe y de su Iglesia, se hallarán aventajadísimos con guerra.

6. Esta carta y la copia de esotra que va con ella suplico a vuestra merced sea para vuestra merced sola y la madre supriora Beatriz de la Concepción, si se sirviere leerla; y tampoco se me dará nada, si se ofreciere ocasión, que Su Alteza, o su confesor, la entiendan; y de todos los demás no lo querría en ninguna manera.

7. A la madre supriora tengo yo en mi corazón, cierto, y me debe la merced que vuestra merced dice me hace: oraciones pido a entrambas de rodillas; y a Nuestro Señor, que me guarde a vuestra merced como a Su Majestad suplico, amén.

De Londres y junio, 31, 1607.

Humilde sierva de vuestra merced, Luisa.

8. Mucho temo no se venga en lo que toca a las paces a libertad de conciencias; porque, después, será fácil, con el comercio de Holanda con los demás Estados, pegarse esa infernal peste; y más, siendo de una común patria todos, y deudos y amigos, que irán siendo cada día más. Y después, toda Flandes querrá esa misma libertad, o quizá nueva guerra.

Quisiera enviar a vuestra merced, para Su Alteza, una carta de su padre para el rey de Dinamarca sobre este mismo punto, que es excelente. Pero dísela al señor don Pedro, en volviéndomela la enviaré que es muy a propósito.

A la madre y mi señora Ana de Jesús, que Nuestro Señor guarde muchos años, etcétera.

Bruselas.




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- 79 -

A Leonor de Quirós


Londres, 21 de junio de 1606.

Jhs.

1. Recibí unos ringlones de cuando vuestra merced se halló purgada, diciendo la merced que me hizo en dar mis cartas a sus dueños. Y porque siempre espero cualquiera fiel amistad de vuestra merced, confiadamente las envío siempre a sus manos; y pienso hace vuestra merced una obra de caridad no pequeña, porque ellas todas son para siervos de Nuestro Señor que más estiman y se consuelan de mis respuestas; y yo mucho más, de conservar con ese medio mi memoria en sus fervorosas y buenas oraciones de que tengo tanta necesidad. Y confieso a vuestra merced que muchas veces me inclino a dejar totalmente de escribir, como ya del todo muerta; pero compelida no menos de un eficaz afecto de gratitud y estima en que debo tener a los hijos y fieles siervos de mi dulcísimo Señor, no quiero cortar el hilo de la correspondencia mientras ellos no lo quisieren, ni dar causa de tibieza a su amistad.

2. Por la de vuestra merced vi ha recibido mis cartas, que la una fue bien larga; y espero más suficientes respuestas y que me dé vuestra merced cada vez nuevas causas de alegría con augmento de virtud y amor de Dios encendido, que tan deseado tengo en ama y criada. Procure vuestra merced pegar fuego a S. E., para que ella lo sea también motivo de más crecimiento; que no hay ayuda tal cual la de cerca y continua, que caiga como gotera.

3. Tuve esta última vez una carta de S. E. bonísima: guárdenosla Nuestro Señor y al conde, como es menester. Amén. No parece ha de haber medio de que pueda dejar esa Babilonia; pero ya yo he dicho que no lo deseo ni quiero, si S. E. se esfuerza a dar ahí un gran ejemplo de desprecio de mundo y de su nociva vanidad. Y bien veo que le da en otras virtudes, pero no debe parar allí; que es lástima en tal sujeto.

4. Mi señora doña Aldonza me dicen está devotísima. Ya escribí a vuestra merced como a veces presentes, los buenos ratos que pudiéramos tener si me hallara allá; pero harto vence el gusto de Nuestro Señor, y con él para siempre nos gozaremos con inexplicable contento.

No quiero escribir esta vez a mi señora la condesa porque tomo cansalla con muchas cartas, aunque no pretendo respuesta, sino sólo mostrar mi amor y lealtad en ellas. Escribiróla con otro; y vuestra merced supla, dándome muy particulares nuevas de su salud y de su devoción, y del conde y sus hijos.

5. Esfuércese vuestra merced a asentar con mucha perfección su vida, y trate de verdadera mortificación en cualquier género de cosa, de manera que pueda decir con la Esposa: Manus meae distillaverunt mirram. ¿De dónde venía aquello? De tenerlas tan metidas en la masa (como dicen) de saludables y aromáticas amarguras y seguimiento de Cristo Nuestro Señor, camino estrecho y lleno de mirra; y a vueltas de eso, lleno de manantiales de dilatación, fortaleza y dulzura.

6. De doña María Temiño tengo cuidado, y pésame haya dejado el monesterio. De doña Catalina holgaré saber que se halla con entero consuelo. Del de doña Catalina me escriben y cuán buena monja es; de eso nunca yo dudé. Dígame vuestra merced qué compañeras tiene, y quién entró en el lugar de las dos monjas. ¿Acuérdase cuando yo hablaba a las tres en la casa de la labor, antes al principio, de esta materia de religión, y cómo ha venido a ser? No resta sino que vuestra merced, ya que no sea en monesterio, camino sin él a las parejas de las más perfectas monjas. La madre priora recoleta quiere a vuestra merced tiernamente, según veo por cartas. ¡Y lo que yo me alegro de leello, y que la quiera y apruebe, aquella tan santa y discreta mujer!

Encomiéndeme mucho a Dios vuestra merced, y Él la guarde y sea su fortaleza y perpetua compañía. Amén.

De Londres, y junio 21, 1607. -Luisa. Madrid.

7. Escribo a mi señora la condesa. Vuestra merced me haga merced de acordalle lea la carta o leérsela, si S. E. quisiere, alguna noche sin estorbo, por que pueda discurrir en lo que le represento del servicio de Nuestro Señor.

A Leonor de Quirós, que Nuestro Señor guarde, etc.

8. Hágame vuestra merced merced de dar ésas al señor licenciado Manrique en su mano, que son para Valladolid, y me importan: y para el padre Cresvelo.




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- 80 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 17 de julio de 1607.

Jhs.

1. Después que supe estaba vuestra merced todavía en Flandes le he escrito dos o tres veces y no he recibido respuesta; y, con todo eso, quiero tornar a hacer esto y suplicarle no me olvide en sus oraciones, aunque me falten sus cartas; y ésas, mande vuestra merced dar a su amigo a recaudo, que ya sabe la caridad que es.

2. Ayer dicen oyó el Consejo la embajada de Holanda, que los debe tener harto perplejos; porque piden, según dicen, que rompan las paces aquí con España y que les den dineros a ellos para la guerra; y que, si no, estarán muy sin resistencia para con España. Dura embajada, señora, porque lo último les duele, y el dar dineros les es duro y casi del todo imposible; y el haber de prepararse para guerras y enemistades rehusa su ocio y demasiado regalo; y así, la respuesta no podrá ser muy presta. Dios lo mire todo con misericordia por su inmensa bondad.

3. La persecución está bien viva. Un padre han tomado en casa de míster Eduardo Gage, que es uno de los más buenos católicos que hay, y de buena hacienda. Él y su hijo Jorge, que es un mancebo muy gentil y de extremadas partes, están en dos cárceles de Londres; y su mujer y una hija casada y para parir, y otra doncella, y un nietecillo de seis años están en su misma casa, guardados con un oficial de la justicia de día, y dos de noche; y sus alhajas, todas en dos aposentos cerrados y secrestados. El padre es míster Germán, que vino poco tiempo ha de Alemania, do había estado muchos años; y así, no sabía hablar bien inglés. Metiéronle en la Torre, do le han dado de comer estos días sólo un pedacito de pan, y agua, como lo afirma la guarda que le tiene. De allí le sacaron anoche, o esta mañana, para la cárcel de Witlin (Clink?) y dicen que para llevarle este primer jueves a las sesiones, para ser condenado a muerte.

4. Este padre tenía mistriss Ana Vax en su casa, que es fuera de Londres dos millas; y, temiendo aquella mañana que era el viernes pasado, que se quería hacer serche en su casa, porque algunos hombres andaban alrededor della, se salió y vino a la de míster Gage y se echó a dormir sobre la cama de Jorge, su hijo, a las cinco; y poco después vino mistriss Ana, y tras ella los pursivantes; y como era casa que habían tomado de nuevo, no tenía lugar secreto, ni casas cerca, y junto, a la Torre, que es muy trabajosa vecindad y así, sin remedio fue tomado, y Jorge, juntos en el aposento. Y el viejo no sabía que en su casa estaba ningún padre ni sacerdote, y así se maravilló; y eso está probado y le servirá por ventura para alcanzar libertad y no serle quitada su hacienda. A mistriss Ana y su criado, como andan sueltos debajo de fianzas, debajo de las mismas los dejaron ir a su casa, la cual hoy ha sido serchada apretadamente, no dejando ni una caja sin mirar. De las dos hijas doncellas de Eduardo, la que ha de ser monja ahí, fue echada de su madre de casa, sola, como moza de cocina, muy sucia y hecha andrajos y con un cesto de comprar fruta; y con ser lejísimos, vino sola a mi casa y me pidió la tomase por que no fuese presa; que había gran conjetura que sería apretada sobre decir dó estaban unos padres que ella trató, en un papel que fue tomado en su casa; y así está aquí conmigo.

5. En Newgat hay muchas mujeres presas, do están los siete sacerdotes y tres o cuatro legos, todos juntos en una sala grande, porque estaban oyendo misa; aunque no lo vieron los pursivantes, porque otros tres o cuatro católicos, presos allí, los detuvieron por fuerza a la entrada; y por esto, todos estos cuatro fueron llevados a do están los ladrones y homicidas. Yo los fui a ver, y me afligí tanto de verme entre tan espesa chusma de mala gente, que le rogué al carcelero no se fuese de conmigo y mi compañera, y él lo hizo de buena gana; y hallé a los buenos, presos con grandes cadenas, y al mozuelo se la querían entonces poner, que no la tenía. Ellos se alegraron de verme, que me conocían mucho antes, y yo los consolé lo que pude; con que acabo, porque me está dando gran prisa esta señora, para que oiga una vida de un santo en inglés.

6. A nuestra buena señora y madre Ana de Jesús dé estas nuevas vuestra merced, y a la madre Beatriz; a entrambas beso las manos muchas veces y a la señora doña Juana de Jacincur; y a Su Alteza húmilmente los pies. Guárdela Dios y déles sus enemigos rendidos debajo de los pies, con paz o guerra, pero no menos sujetos; que no lo puedo, cierto, sufrir, ni creo puede ser para nada bueno.

De Londres y julio. 17, 1607.

7. Unos caballeros han venido de allá; no los he visto. Diéronme una carta que ellos trujeron de la madre, y no escribo a su merced con temor de cansarla, por haberlo hecho cuando se fue míster Fauler y otras veces antes.

Luisa.

A la madre Madalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 81 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 31 de julio de 1607.

Jhs.

1. Ya yo contaba a vuestra mercer en España, hasta que la madre Ana de Jesús me escribió que no es ida, en su última carta. A su merced enviaba las mías, no sabiendo a quién encaminarlas.

No sé qué es la causa de que vuestra merced se haya detenido, sospecho será algún casamiento de la señora doña Ana María, cuyas manos beso.

2. Acá se habla mucho de las paces, y dice el pueblo están hechas. Si ha de ser con libertad de conciencia, sentirélo, porque temo no se vaya pegando la lepra de unos amigos y deudos en otros, poco a poco, y al cabo remanezca Flandes más lleno de dificultades que nunca. Nuestro poderoso Señor dé luz copiosa a nuestros príncipes y señores.

3. Una carta tengo del rey, su padre, para el rey de Dinamarca, en esa materia, extremada; y dice que antes quiere perder los Países que condescender en tal cosa con ellos.

4. Como no nos ha querido vuestra merced avisar ni por un ringloncillo de su salud en tanto tiempo, cierto que me podía quejar; que con su caridad me tiene vuestra merced mal avezada.

5. Ese muchacho que ahí verá vuestra merced (y se llama Guillermo Ricardson, y deudo de un santo mártir valeroso, que murió en la última edad de Isabela, según creo), va ahí con deseo de escapar de tantos lazos de condenación.

Su madre, aunque es católica y buena mujer, es algo tímida y no se atrevía a dejarle ser católico, si no era hallando primero amo que se encargase de él, dentro o fuera del reino; y ha muchos meses que la riño por esto, y al muchacho porque era en eso obediente. Y al cabo él se me vino aquí a casa, temeroso de su condenación si la muerte llegaba, y ahincadamente me pidió le hiciese reconciliar con la santa Iglesia. Y no era fácil, por ser peligro darle a conocer los sacerdotes; y los de la cárcel se ponían en notable riesgo de su vida reconciliando de nuevo, si se sabía. Pero yo les ofrecí de envialle fuera del reino; y así, le hicieron católico, sin decir nada a su madre; y ella me da licencia para envialle.

Dícenme por cierto es hidalgo, y es bonito y despierto. El deseo de su madre es que sea puesto con un mercader honrado o con amo católico, de buenas partes y que le trate bien, o en algún monesterio para servir en él. Y yo suplico a vuestra merced se encargue de esta obra de caridad, como lo espero y vuestra merced muchas veces me ha escrito que desea hacerme merced, si yo quiero suplicalle algo; esto entre en esa cuenta, que deseo obligar a vuestra merced con su misma liberalidad; porque, si vuestra merced no acude a Guillermo, veráse muy desamparado allá.

A nuestra madre Ana de Jesús y señora mía suplico lo mismo, en cuanto su merced pudiere ayudar a ello.

6. El otro día pensamos tener un mártir nuevo, que fue un sacerdote que de nuevo condenaron a muerte, señalando la hora de las siete u ocho de la mañana siguiente. Y aquella noche, tarde, se hizo diligencia con Juan Vila, hermano del de Guisa, y él pidió al rey, que es su primo segundo, su vida y la de otros dos o tres sacerdotes que están en la cárcel con él; y como yo no sabía si se haría u no bien el negocio, y muchos temían, madrugué y fuíme delante la puerta la cárcel; y porque mi flaqueza es mucha y el concurso de la gente era grande, quedéme sentada en un tablón de una tienda, desde donde con mi compañera estuve viendo bajar trece o más delincuentes y atar en los carros. Y paréceme que había hartos católicos, honrados y plebeyos, por la misma causa aguardando. Y, aun antes de ser acabados de atar los ladrones (hombres y mujeres, que era doloroso espectáculo verlos ir a morir sin luz ni sin consuelo, y tan vecinos a eterna condenación), se vino, a mí un católico pobre. Y preguntándole por nuestro preso, dijo no sería ejecutado, sino desterrado del reino; y corrió la voz y los católicos se volvieron a ir. Y yo esperé; y, en desfogando la gente, me entró en la cárcel que era Newgat, o Puerta Nueva; y me alegré con ellos, y oí una o dos misas, y volví a casa. Y cierto que estaba tan indispuesta, que no sabía cómo me había de ser posible ir a pie hasta el Tiburno Tybum, que son dos millas, según dicen, o más, sin la vuelta.

7. Ya habrá oído vuestra merced que tenemos soldados levantados, y que son diez mil afirman. Dicen no quieren hacer mal a nadie, sino desagraviarse y ayudar al bien común, allanando la tierra y deshaciendo los setos y cercados que muchos señores y gente rica ha hecho, usurpando los campos y tierra de los pobres, hasta casi dejarlos sin tener donde sembrar su sustento ni ganar su vida.

En los pueblos les dejan las puertas abiertas, y las vituallas do puedan tomarlas, no desaprobando el hecho. Sus armas son instrumentos para la tierra, y arco y saetas, y algunos arcabuces.

Ha ido gente contra ellos. No creo será cosa que llegue a inquietarnos.

Y con esto acabo y guarde Nuestro Señor a vuestra merced con el aumento de su santísima gracia que yo deseo.

De julio 31, 1607. -Luisa.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde muchos años, etc.

Bruselas.




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- 82 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 12 de agosto de 1607.

Jhs.

1. Con la de vuestra merced de 10 de junio he recibido gran merced, y mándame vuestra merced le escriba con todas ocasiones. Harélo por vía de Flandes, aunque temo que el padre Baulduino se descuide en enviar mis cartas, porque de las que escribo por aquella vía pocas veces tengo respuesta. Vuestra merced le pida el cuidado en esto; que está tan lleno de otros mil, que no me espanta.

Ésta va por ese camino, porque Rivas se ha partido ahora, y dícenme que a España, y no lo supo nadie: no debió de querer el señor don Pedro fuesen más cartas que las suyas, como lo hace otras veces, y no hay sino tener paciencia.

Con ésta va otra sobre lo que me pregunta de los réditos del Colegio de Madrid y la duplicaré con otro correo.

2. Lo de la cobranza ha sido cosa pesada; yo lo dejé tan atado y en buen estado cuanto parece pudo ser, gracias al que es dueño absoluto dellas en todo género de cosas. Con eso vine descuidada, y con dejar al padre Ricardo Walpolo, como a quien le dolía, el negocio y que tiene prudencia para guiar mayores cosas y no fiarlo de nadie. Y así, no acabo de entender cómo se persuadió a dejallo en otras opiniones ni en ajena mano. Si yo estuviera allá, o en la mía estorbarlo desde acá, bien puede vuestra merced creer que el ejecutor no fuera quitado de la cobranza, por que no pudiera yo tener duda en lo que ha sucedido después que se quitó. Del dinero que vuestra merced dice, no ha escrito nada el padre Baulduino hasta ahora; pero basta que vuestra merced me diga lo ha recibido, para que yo envíe certificación a los que lo dan, como lo haré brevemente en la primera que he dicho que escribiré; que ahora voy en ésta con gran prisa; y así, no podré tampoco escribir en respuesta de cartas de amigos hasta entonces.

Los dineros que se dieren para mí, de ninguna manera los envíe vuestra merced con personas particulares, y mucho menos con ingleses, aunque se muestren católicos; porque no servirá de más que de perderse; y acá no hay esperanza de justicia para cobrarlos, aunque se haga un pleito en Consejo, que cueste mil ducados por cada cien ducados de allá.

El padre Blondo, su amigo de vuestra merced, me dijo que vuestra merced le escribía, que conocía ahí a un inglés muy bueno para fiarle dineros, y que era católico y se confesaba con vuestra merced, de lo que al Padre le pesaba mucho; y que deseaba poder avisar a vuestra merced con brevedad, que no se fiase de él por ninguna vía. Y no se si me dijo que acá ese hombre es hereje, sin duda, y que dirá cuanto allá oyere o se fiare dél.

3. El mejor camino es por el padre Baulduino, en compañía de los dineros que se enviaren al noviciado de Lovaina; y, entre tanto que se envían, los puede vuestra merced guardar, que, estando en su poder de vuestra merced, están del todo seguros; y en uno u en otro tiempo los puedo yo haber para remediar mi necesidad; que, si se va el señor don Pedro, que me ayuda mucho, quedaré en extremo desamparo de todas maneras. Y sepa vuestra merced que esto es cierto, porque todo está en gran división y desunión y cada uno mira por su interés en esta materia bravamente. Y yo, hasta ahora, por la experiencia que tengo, veo claramente que Nuestro Señor ha querido encaminar su providencia por vía de mi nación o aquí o en España, y que ha cerrado la puerta de los corazones de acá para mí cuanto parece lo puede estar. Y así, antes de venir a casa de don Pedro le costó mucho al padre Miguel (a quien el padre Personio remitió el mirar por mí) hallar un aposéntico en alguna casa de católico do, yo estuviese, y ése muy bien pagado; y sobre eso, siempre me estaban mostrando tenerme con disgusto y dificultad. Sólo el buen padre Farmer usó conmigo cortesía, y tal cual no la pude nunca merecer, que tenía respetos de un hijo de un rey en todo.

Este superior es muy siervo de Dios y resoluto hombre en toda ocasión de religión, y yo le amo por ésas y otras muchas causas de su merecimiento; pero, en cuanto a mí, muy lejos va de míster Farmer, como todos los demás, fuera de Miguel, que en mis desamparos, cuando ya ido míster Farner yo estaba en Londres, que es bien gran ciudad, sin tener a quien volver la cabeza, ni, un rinconcillo do meterme, él vino a la ciudad por mi respeto, y, como he dicho, con extraña dificultad, ya en una casa ya en otra me procuró acomodar.

4. Ahora, como sé hablar lo bastante para tener casa sola, no he menester fatigar con mi compañía a los católicos. Tiniendo de España limosnas pasaré en mi pobre albergue hasta ver qué quiere Nuestro Señor de mí, y desde él serviré a los padres de rodillas y a los católicos con todo amor, como lo hago, cierto, en cuanto puedo, en que gasto doblado de lo que en mí mesma gastaría. Y vuestra merced tiene caridad por todos conmigo, como la espero siempre, y habilidad para hacerme merced bien grande, que la debe a Dios: bendito él sea, amén y guarde a vuestra merced, y le dé vida.

5. El librillo que llaman del airchipresbítero, envío con ésta a vuestra merced; y, si me da lugar el que lleva este pliego ahora a Flandes, en otra, aparte, diré lo que se me ofrece dél y de míster Germán, nuestro padre y nuevo preso.

6. En lo que vuestra merced pregunta del señor don Pedro, él dice que está muy indispuesto, y pienso que le pesará mucho que yo ni otros digan que está bueno; y esto tenga vuestra merced por respuesta. Desde el lunes pasado ha estado en caza, que le convidó el rey a la suya; ayer noche, viernes, volvió contento; y el rey le hizo grandes agasallamientos.

7. Los embajadores de Flandes se han vuelto con respuesta de que el rey enviará una persona a Holanda, para tratar con ellos de las cosas, y asistir en esta ocasión de paces en que los despidió. Y esta semana, han entrado en Londres unos turcos, que llaman embajadores del turco para el rey; pero no parece gente de importancia ni baja; y entiendo que son venidos sobre negocios de mercaderes, y ellos les hicieron gran fiesta al desembarcar en Dover.

Dícenme que el rey, cuando oyó que eran venidos, se fatigó algo (que él aborrece mucho turcos) y dijo, según he entendido: «¿What dibli sent mi sichi mensageres, or for what purpos?»

8. Y volviendo a lo que toca del señor don Pedro, digo que es de notable importancia que venga aquí, si él se va, persona que lo haga tan bien como él; y merece que el Rey nuestro señor le acuda con dineros liberalmente, porque los que gasta aquí son muy en honra de Su Majestad y servicio de Nuestro Señor, el cual guarde a vuestra merced como deseo.

De Londres y agosto, 12, 1607.




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A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 20 de agosto de 1607

Jhs.

1. El señor don Luis de Bracamonte me ha dado nuevas de vuestra merced, con que se ha podido suplir el no querer vuestra merced que las sepamos por sus cartas, aunque habrá recibido algunas mías.

2. El casamiento de la señora doña Ana María sea en hora buena y el verse vuestra merced sin corcova, como decía lo procuraba por ese medio; si ya no fuese por ventura habérsela vuestra merced echado mayor; y tanto más, cuanto sean mayores las obligaciones nuevas que manarán de ahí.

Yo no me puedo ofrecer en nada de la tierra, como tan pobrecilla y de poca importancia, ni en las del espíritu, tengo sino sola la pobreza de mis oraciones: en ésas serviré a vuestra merced siempre como muy sierva suya; y vuestra merced no nos olvide en las suyas.

3. Los católicos están bien trabajados y todo puesto en dificultad y aflición: Nuestro Señor los mire con suma misericordia, y me dé cómo los pueda servir y aliviar en algo.

4. Y porque se va don Luis mañana y no sé si temprano, me es forzoso abreviar dos cartas solas que escribo, que es ésta y otra de la madre Ana de Jesús.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo.

De agosto, 20, 1607. -Luisa.




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Al padre José Cresvelo S. J.


Londres, 31 de agosto de 1607

1. ...traordinaria indinación con él. No ha querido hacer el juramento y, acabado de llegar a Inglaterra se fue, según me afirman, al de Cantuaria y le visitó, y dijo se había hecho católico; y así, luego dio orden en prendelle, y dice que es mala pieza. Parécele ha de hacer más provecho que veinte de otros de los buenos.

2. El padre Blundo me dijo quería enviar vuestra merced dineros por vía de unos mercaderes ingleses, que vuestra merced tenía por buenos, pero que no lo eran, creo que dijo, y que acá se mostraban herejes. En fin, séanlo o no lo sean, vuestra merced no envíe cosa alguna por vía de ingleses que vengan acá o estén allá; porque, aunque sean católicos, hay mil experiencias acá en eso, y no hay cobrar nada después, y se hacen veinte enredos; y no hay justicia, ni tribunales donde pedir tales cosas de ninguna manera. Lo que fuere para mí o para distribuir yo por mi mano, yo, señor, no quiero se dé a tales personas. Mucho mejor es que lo guarde vuestra merced hasta que se pueda enviar con el dinero que se enviare a Lovaina.

3. La carta de la duquesa de Medina de Ruiseco recibí, y dice da mil reales. No me acuerdo si dice vuestra merced los recibió; que rompí la de vuestra merced, porque no oso guardallas; y eso mesmo suplico a vuestra merced haga con las mías; y quemarlas es lo mejor, o que sea en muy pequeños pedazos, si se rompen. Yo escribí ya a la condesa de Castellar, que habían venido sus cien reales, y a la condesa de Miranda agradecí los suyos, que dijo haber dado a vuestra merced, y enviaré a vuestra merced el recibo. Y suplícole no se canse de hacerme esa merced, pues todo lo que sobra o sobrare de un preciso, sustento de vida mío, se emplea en bien de su afligida nación y pobres y santos hermanos suyos, presos o libres. Mientras no se envía el dinero con lo de Lovaina o semejante ocasión, puede correr por Lovaina si los Fúcares dieren algo de interés por lo que se detiene en su poder.

Suplico a vuestra merced dé esas cartas sin que se me pierdan.

La señora doña Ana María de Vergara me ha escrito, que dará a la persona que yo señalare hasta cantidad de quinientos ducados, pará que se me invíen acá, y yo los gaste en lo que se me ordenare; que dice los ha pedido o pedirá de limosna y quiere que se tenga todo secreto; y así lo suplico a vuestra merced de nuevo. Y aunque su merced decía que mirase si quería señalar al padre Lorenzo, o al padre Espinosa, o Juan Manrique, o otro amigo confidente, yo dejo todos éstos y señalo a vuestra merced, porque sé que ninguno otro hay tan conveniente y a propósito. Y sírvase vuestra merced de dalle la carta que va con ésta en su mano. Y por tener lugar de alargalla más que las demás, porque le debo respuesta de una larga y el amor y caridad que no sabría decir, acabo ésta con sólo tornar a decir que escribiré por Flandes con toda brevedad, aunque nunca faltan ocupaciones que grandemente me impiden.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo.

De Londres, a 31 de agosto de 1607.

Mucho deseó que Su Majestad o el príncipe nuestro señor, tomasen el patronazgo de Lovaina.

Si la señora doña Ana María de Vergara fuese ida de la corte, ordene vuestra merced se le invíe mi carta por vía muy cierta, y, con vella, ella dará orden cómo se entreguen a vuestra merced los dichos dineros.

Luisa.

La hija del gran tesorero, casada, y llamada Nebel, hará dos meses que trataba de saber la verdad de la religión; y ahora se ha declarado por católica, con gran fervor. Su padre y marido muestran gran pesar y han ido a ella allá do está en la tierra, no se si a combatirla y derribarla, en alguna manera por el amor de la vanidad deste mundo, que creo ellos en su corazón no son muy duros herejes, y no sé sí el marido es cismático. El padre ha estado terrible.

A la condesa de Castellar escribo cómo recibí los cien ducados; y a la duquesa de Miranda escribiré cómo he recibido los suyos en unos ringlones en esta carta; y por vía de Flandes escribiré luego a la duquesa de Ruiseco sobre los mil reales suyos, que dice dio a vuestra merced y vuestra merced le dará la carta.

Al padre Joseph Cresvelo de la Compañía de Jesús, que Dios guarde muchos años, etc. Madrid.




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A Inés de la Asunción


Londres, 31 de agosto de 1607

Jhs.

1. Una suya llegó desmandada a mis manos, no sé por qué vía. Es la que trujo Jome Esleo; pero él ha mucho que está ya acá y su fidelidad es grande, cierto, y huelgo de verlo porque sé seguirá el natural el mismo camino con Nuestro Señor.

Él sea glorificado, que me la dejó ver tan bien empleada, y fuera de estas dificultades en que no sé cómo se hubiera, que son muy diversas y generales en todo. A ésta y otra carta en que me cuenta sus alhajas y otras cosas, responderé por la vía de Flandes, que ahora no puedo, porque se va este criado de don Pedro de prisa; y cuando Ribas se fue el otro día, no nos dejaron saberlo.

2. ¡Oh, mi Inés!, si viese qué grandes ejercicios hay de paciencia en esta tierra y qué negada y muerta ha menester estar una persona para llevallo! Ya no tengo, meses ha, más de Ana, su prima hermana del padre Garneto, que dice no puede acabar consigo de dejarme. Y es verdad que ella ha permanecido un año y ocho meses conmigo, siendo importunada que me deje de quien me debe más amistad que ésa; y la misma llevó la otra doncella, que era su ama antigua, y ya desea volvérmela, porque no la puede tener; y no quiere rogármelo, ni yo la tomaré más, porque es muy moza y solía decir maravillas en no dejarme; pero pienso que mi dulcísimo Señor lo guía todo con dulce providencia.

3. No escribo ahora a nuestra madre y señora, porque si empiezo, no acaberá presto, ni al padre Lorenzo: luego escribiré a entrambos por Flandes, y quizá llegarán mas presto; que ésta va por la mar.

4. Díceme escriba a doña María Ana Cortés antes que se prende de otros. Ya lo hago lo mejor que he podido; para la prisa, no ha sido poco. Va abierta para que la vea nuestra madre y se sirva de dársela; y, si es necesario, escribiré más y al señor doctor Martínez sobre lo mismo con las primeras; que sí allá se puede juntar alguna renta, será fácil hacer que Su Alteza pida la fundación.

Juan de Gormaz escribió una carta donosísima al padre Miguel. Todo lo más era ofrecerle que haría grandes cosas por la misión, si no se hubiera ido la corte, y si le hubieran sucedido bien otros negocios. Al principio de ella pensé que quería hacer sin duda algún colegio dellos y al cabo venía a dar en vacío todo; y en los últimos renglones, muy de paso, dice que en todo caso yo vaya luego a Flandes y procure allí mirar cómo se hará una casa de recoletas; porque podrá ser haya quien quiera ir a fundarlas. El padre Miguel estaba ocupado y diómela a leer antes de verla él, aunque era bien corta; y después, preguntóme por ella, y yo dije que la leyese él, porque yo no le hallaba pies ni cabeza; y así, no le sabría hacer relación; y entiendo, cierto, mi Inés, que lo que he referido aquí, está en mucha mayor claridad y concierto que allá venía. El padre Miguel se rió bien. ¡Oh, si doña María Ana quisiese hacer algo! Pero la dulcísima voluntad de Nuestro Señor espero se hará sin permisión, que es sicut in caelo et in terra, su puro gusto, en que consiste toda nuestra santificación y dicha.

Su Majestad la guarde y me traiga de lo que le ama las nuevas que le suplico.

De agosto, 31, 1607.

¿Es posible que no sabe del padre fray Vicente? No lo puedo creer: avíseme lo que supiere; y procúreme, si es posible saber del maestro Gámez; y si gustaría de venir con el embajador primero que venga, por que yo lo procure; que le darían pensión buena, a lo menos después de estar acá, como le dan al padre Maestro, que para fraile es harto, y tener la mesa de don Pedro y muchos libros, y vestidos ya del mismo. Es muy necesario aquí clérigo espiritual, o religiosos que no sean tibios. No sé qué dicen del padre Maestro Antolínez: avísenos la verdad.

Luisa.

Prométole que, si pensase hallar en España una compañera para guisar y comprar, o a lo menos para guisar; y aun otra tomaría también, para mi compañía, que procuraría con la primera mujer del embajador que venga, o con Magdalena que va ahora a España, traerlas; que sería un alivio grandísimo, siendo a su modo y de Isabel, o, de Isabel Vitman. Piense en e llo, le suplico, y eche una ojeada. Y guerras no hay, ni ya revoluciones de ésas como lo pasado; antes está en esas materias cada día todo más asentado. De la poca salud de nuestra madre me pesa en el alma; y, con todo, espero nos la ha de guardar Nuestro Señor.




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A Leonor de Quirós


Londres, 31 de agosto de 1607

Jhs.

1. La del cinco de julio he recibido en respuesta de las mías; y la merced que vuestra merced me hace en hacer dar mis cartas es muy grande. Páguesela Nuestro Señor con el aumento de su amor que yo espero. Ribas se fue sin saberlo yo; y ahora da tanta prisa la partida deste mensajero, que habré de dejar mucho de lo que quisiera decir.

2. Holgado he en extremo que vuestra merced se confiese con el padre Espinosa, porque verdaderamente es muy espiritual, y parece que se aplica más que otros a procurar adelantar las almas en el amor de Nuestro Señor, que es la más alta labor y ocupación que puede haber. Dígale vuestra merced que, queriéndole ahora escribir algunos ringlones, tomé su última carta, que contenía siete señalados capítulos; y tan buenos, que no pude acabar conmigo de atropellarlos con tanta prisa.

3. Muy mansa viene su carta de vuestra merced, pues no me dice, como lo he deseado tanto, si se ha resuelto a hacer los votos que me hizo lo dejase escritos en alguna buena orden, ni si aprovecha en verdadera mortificación y desprecio de mundo; que a ese paso se hallará adelantada en la oración. No se le olvide a vuestra merced en otra; ni de decirme qué vestido trae; que todo lo debe vuestra merced a mi amor y al deseo que tuve, desde que la empecé a tratar, de que se llegase a Nuestro Señor de veras y verla puesta en el camino de la perfeción. He gustado mucho de lo que dice vuestra merced de la maña que tiene en mortificar el padre Espinosa. Yo estoy acá entre estos eriales, ofreciéndole, entre las memorias de España y lo que en ella se deja, a nuestro dulcísimo Señor unos abrasados sacrificios. Dése vuestra merced maña con mi señora la condesa de manera, que me pueda matar la sed que tengo de oír grandes nuevas de acrecentamientos de espíritu en su Excelencia, a quien tengo, cierto, en medio de mi corazón; y siempre vivamente presente mi grande obligación. Pésame que los achaques permanezcan porfiadamente: Dios nos la guarde, amén; y al conde y a sus hijos.

4. De su devoción de mi señora doña Aldonza no me dice vuestra merced nada; y oigo que está muy espiritual, y que la señora doña Yomar Pardo es muy su amiga. Ayer topé en casa del señor don Pedro paño para una basquiña que le envía; y, cierto, que me cayó en gracia, y que podría su merced reñille, porque es tan caro o más que allá, y no fácilmente se suele hallar muy bueno; y sobre esto, la costa del camino.

5. Pídeme vuestra merced algo del padre Garneto, que es el que dice vuestra merced padeció sobre puntos de confesión; y envíole lo con que me he acertado a hallar, que es esa sortija de sellar que, poco antes que fuese preso, me envió él mesmo en señal de amor, como es uso en esta tierra; y hasta ahora no la he querido dar a nadie; pero en vuestra merced está muy bien empleada; y era un santo, verdaderamente, aun cuando vivía.

6. Hágame vuestra merced merced de que se den a recaudo esas cartas al padre Cresvelo, que me importan, y a él; y en las de Valladolid, no tengo más que decir de que tocan muy al servicio de Nuestro Señor, para estar cierta cuidará de ellas mucho vuestra merced.

7. Al señor licenciado Manrique, si no es ido, dé vuestra merced mis besamanos, y diga le he escrito con otros, y ahora se me hace de mal dejarlo, pero no puedo. ¡Lo que me alegro que le veamos ya sacerdote!

8. El librillo de las poesías espirituales que di a mi señora la condesa, me haga merced vuestra merced de dar por algunos días al padre Espinosa, que me pide unas canciones que están allí, y no puedo ahora escribirlas. Y en lo de las piedras bezares le diga vuestra merced, que bien sé tiene poca ocasión de tenerlas ahora, como solía. Si hubiere alguna, este criado del señor don Pedro la podría traer; y si no, el maná de amor de Dios habrá de suplir del todo, o quitando la necesidad, o dando gusto en ella. Yo no las tomo sino con gran necesidad; y las que me dio su merced truje casi todas; pero sabiéndolo el señor don Pedro, fue necesario dárselas no sé cuántas veces; y era harta cantidad, y casi no ha quedado nada para mí; que siento, a mi parecer, conocido alivio en el corazón cuando son buenas. El físico inglés, como poco docto en ellas, hacía que el señor don Pedro las tomase cada día, y él lo hacía así; y para hacello, no bastaran todas las de las Indias; y ella pierde su fuerza si se usa a menudo y se vuelve como en naturaleza y sin efecto: ya creo me da crédito, y las toma menos veces, aunque hartas; que se las trujeron de Lisboa.

9. En mucha obligación me pone vuestra merced con el cuidado que tiene en las suyas de darme nuevas de mis monjas y de las de mi señora la condesa. A María de Cristo beso las manos, y le pido no me olvide, pues fui algún principio para que se desasiese de los lazos del mundo y se pusiese en los del amor de Nuestro Señor.

Él sea glorificado, amén; y guarde a vuestra merced y la haga tan del todo suya como yo deseo.

Agosto, 31, 1607. -Luisa.

A Leonor de Quirós, que Dios guarde, etc. -Madrid.




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Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 4 de octubre de 1607.

Jhs.

Al padre José Cresvelo, de la Compañía de Jesús:

1. Ya espero habrá recibido vuestra merced dos otras mías, y por cualquier vía que puedo, le escribo con cuidado. El secretario del señor don Pedro me mostró lo que vuestra merced dice en la suya en este caso. Y digo, señor, que no me hasta toda mi diligencia para saber cuándo se van los correos, porque o lo callan del todo, o me lo dicen tan tarde, que hasta hoy no he sabido se iba Rivas, aunque lo he preguntado; y paréceme se partirá mañana a lo más largo; mire vuestra merced, para quien ha de escribir de su mano y con poca salud, cuán corto es el plazo. En fin, no hay, como he dicho en otras, sino paciencia; y cuando no se pueda en otra manera, escribiré por la vía de Flandes, enviándolas al padre Baulduino.

2. Mr. Germán se salió de la cárcel una noche de la semana pasada, por industria de un mancebo católico que estaba preso, y hacía de él gran confianza el carcelero. Hase tomado bien, porque estaba la prisión llena de peste, y habían muerto doce ya, y tres de los que servían en su mesmo aposento del padre. Un día después, tomaron aquí a Mr. Garner, que se había escapado de Briduel, cuando murió el santo Drury, y otra vez en vida de la reina.

3. El archipresbítero está en Clink, con su opinión de que el juramento se puede tomar con el intento que él tiene; que es que el Papa no puede descomulgar sino para edificación, y que no la habrá en Inglaterra por ese camino. Mirado el juramento y sus razones, son todas disparates desatados, sin traza ni camino, y nadie es poderoso a sacalle de aquella tema. Yo le vi, tres o cuatro días ha, y tratamos mucho de eso. Parece que está corrido, aunque lo disimula con grande risa.

No puedo en esto alargarme, ni en nada escribirles a los amigos, conforme a la prisa del tiempo.

4. La señora doña Ana María de Vergara me ha escrito dos veces, que dará quinientos ducados a quien yo le señalare, para cierta obra pía. Yo le he escrito con otros en esto, y últimamente, con el criado del señor don Pedro, que llevó los perros y mi pliego fue a Leonor de Quirós. Y allí señalé a vuestra merced. Vuestra merced me haga merced de recibillos, si se dieren; y no los envíe vuestra merced por vía de mercaderes de Inglaterra, ni de hombre inglés que haya ahí, que es cosa perdida, aunque más de confianza parezcan. El camino de los Fúcares o por donde se envía a Lovaina dinero, (al padre Baulduino, es lo mejor, aunque se detenga algún tiempo; y en el ínterin podría servir de sacar algunos intereses para el noviciado, si los Fúcares, o quien le tuviere, quisieren dar algo de ganancia, por ser obra tan pía. Con esto creo me habré explicado suficientemente en esta materia. En lo de pagar censo o réditos a la Compañía, de los 700 ducados que les debo, he ya dado satisfacción en otras a vuestra merced, y dicho cuán clara cosa es, que no se debe un real más de los 700 ducados del principal, ni en conciencia ni en justicia, como por mis razones se habrá visto.

5. Mr. Eduardo Gaje está todavía preso en el Clink. A su hijo Jorge dieron libertad ya. Del niño de milagros, no hay memoria ya; ni se habla en lo de la paja. Todo es que España rompe la paz y envía armada contra Inglaterra; y la ida del conde Tirón, irlandés, aumenta el miedo; y veo que, los que tanto han blasonado contra España y despreciado su poder, ahora temen, así gobierno como pueblo, en Londres y fuera de él. Si las paces de Holanda son buenas, serán todo el toque del remedio de este reino, o a lo menos gran alivio de los católicos; y si no, fuente de inconvenientes pésimos. Pero Nuestro Señor es poderoso a sacar buenos efectos de cualquier mal medio, con guerra o con paz. He tenido esperanza de algún bien en Flandes. No sé lo que será, al cabo. Nuestro Señor lo mire con misericordia y dé luz a nuestro buen señor y rey, pues se sirvió de dárnosle tan bueno.

6. El Superior y todos los demás están buenos. De la Orden de San Benito han entrado tres, y otros dos estaban en el camino; creo son ya llegados; y de sus hermanos de vuestra merced, uno de Alemania y otro de Roma, y el que vino de Valladolid.

7. En dándome prisa, no sé decir cosa a derechas; y más, que he estado bien mala estos días del accidente del corazón que tenía allá, aunque me refuerzo más presto, que es providencia de Dios, conforme a la necesidad. Y no quiere Su Majestad que pueda desmandarme a dejar la gallina y cosas semejantes, sin pagarlo luego con las setenas, y para todo provee su dulcísima Majestad. Sea glorificado para siempre y guarde a vuestra merced como deseo.

De Londres, 4 de octubre de 1607.

Una hermana de Ms. Elena Duton tengo conmigo, y una prima hermana del padre Garneto, y es buena compañera. La peste crece: 50 han muerto esta semana, más que la pasada, que han sido 177. Extraña plaga es ésta, sin que jamás se agote. Luisa.

Unos libros de Vidas de santos, de Basilio Santoro, que se imprimieron, aumentados y corregidos, en cuatro cuerpos, cuando yo partí, deseo mucho tener; y suplico a vuestra merced que del dinero que tuviere para mí los haga comprar, que el buen Pedro Marañón los buscará; y las obras del Maestro Avila, digo el Audi filia, con su Vida del autor, y las Epístolas y no más; y eso, de la última impresión; y un vocabulario de Antonio, en latín y español. Y cuando se vaya ofreciendo ocasión, o todo junto o uno a uno, se sirva vuestra merced de enviarlos aquí, o a Flandes, con amigos o mercaderes de quien haya algún poco de confianza; y vengan para el señor don Pedro; o su criado, el que llevó los perros, quizá los traerá con otras cosas que la señora doña María enviará, cuyas manos beso muchas veces. Y con Ribas pensaba escribir a su señoría; pero no me han dicho que se va, hasta lo último; y así, no respondo a la duquesa de Medina: harélo por la vía de Flandes, y al padre Espinosa.

Al padre Joseph Cresvelo, de la Compañía, de Jesús, que Dios guarde muchos años, etc.

Madrid.




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A la madre Mariana de San José


Londres, 14 de diciembre de 1607.

Jhs.

A la madre Mariana de San José, mi señora, priora de las Recoletas Agustinas.

1. Vuestra merced me está siempre en deuda de cartas; pero yo lo estoy tanto en todo lo demás, y estimo de manera las de vuestra merced, que no cesaré de dar ocasión a ellas y a que se conserve la memoria de mí en sus oraciones de vuestra merced. He sabido muy tarde, de este correo, y embarázome con la pluma en la mano. Porque ¿cómo tocará, siendo tan bronca, las delicadas teclas del amor sonoramente en tanta prisa? Y es tal, que atropella a cada paso el discurso y en subiendo la llama, camina como barca ligera en mar sereno, que sin sentirse deja millares de leguas atrás en corto tiempo.

2. Si nuestro dulce bien se sirviese de dejarnos ver a vuestra merced cerca, ¡de cuánta gloria suya sería! Las carmelitas tienen ya tres casas en Flandes, y esa Orden de vuestra merced aún es muy más a propósito para estas tierras. Con cualquier moderada renta que allá se pudiese alcanzar, procuraría tratar de ello desde aquí con Su Alteza confiadamente, porque sin ese escudo de algún sustento, acudirán muchos a contradecir, desde luego. Si se supiese en España cuánto España debe a Dios y cuánta menos necesidad ahora tiene de semejantes ayudas de espíritu, no habría tanta aplicación a obras de allá, y tanta repugnancia de gusto en las de ayudar las almas de otras tierras. Encomiéndelo vuestra merced mucho a Nuestro Señor, y todo su rebaño.

3. ¡Si doña Ana María quisiese venir a Valladolid y, asentados sus negocios, ayudar a éste con dinero y visitar las cárceles de Inglaterra de camino! Tiene bonísimo sujecto en lo que se pone; téngola por valerosa y es discreta. A doña María Ana Cortés he escrito, como me escribió Inés, sobre ello; pero ¿qué eficacia tendrá mi carta? Es como querer mover una columna con una pequeña paja, si Nuestro Señor la escoge por instrumento; que confieso, en este caso podrá salir con efecto; y esperando en las oraciones de vuestra merced, arrojé la red al mar.

4. Por éste, tempestuoso, voy surcando, y en saliendo de la dificultad de la lengua, creo vendré a más rompimiento con el enemigo, que no teme mientras la he inexperta. El sacrificio del corazón siempre crece, porque cuanto se ve le augmenta; y los alientos son raros, fuera de los que Nuestro Señor da al interior. Y el ver padecer tanto a los católicos, estrecha y aflige en extremo; porque con diabólica astucia hacen guerra a su paciencia, despojándolos de sus haciendas en mil tiránicos modos, por sola causa de fe; y prueba tan prolija y larga, prueba bien y purga la era de suerte que, el que queda en pie, diremos que puede pasar por do quiera. Y todos están tan desparcidos, que se pasan muchos meses sin que pueda toparse un padre a otro, ni los legos con ellos, cuando lo han menester, sin gran trabajo y prevenirlo primero. Y, en lo general, como hay tantas sectas, todo es desunión de corazones y cautelas, y guardarse unos de otros en cualquier delgada materia, reinando el interés tan sin máscara, y en todo el punto que pienso se puede ver. Quiero cortar el hilo de la descripción de tierra tal, llena de hiel de dragones.

Y de los dechadillos groseros de mis labores, no digo nada a vuestra merced hasta ver algo que hincha más el ojo, cuando nuestro dulcísimo Dios se sirva de ello.

5. Avíseme vuestra merced de su salud, que no me dicen en las cartas de Madrid nada de ella. No hay pensar, señora de mi alma, en su compañía de vuestra merced, porque la hermana pequeña torna de mala gana a entrar en la perseverancia de estos eriales de espíritu, que lo que él padece no llega a poderse igualar con el padecer del cuerpo, aunque fuese en muchas maneras.

6. El otro día me dijeron que don Pedro y los dos padres agustinos eran idos fuera del lugar muy temprano, estando yo para ir a su casa a misa, y ya siendo casi las diez o más, porque la misa cierta es, lo más de ordinario, a las doce o cerca de la una cuando se acaba. Y quedé afligidísima, no sabiendo en qué parte podría hallar misa, cerca ni lejos. Fui a una do solamente podía confiar haberla, y salieron a la puerta diciendo me fuese, porque estaba la Justicia buscando en ella sacerdotes. Y acordándome acaso de una pobrecita gente y casilla harto lejos, donde algunos eran recogidos en tiempos de necesidad, fui allá y hallé uno ya para decir misa, nuevamente venido a Londres de España. Y no osando tornar a salir, por algunos maliciosos vecinos, antes de comer, comimos todos juntos una bien pobre comida, y volví con buenos lodos y agua que había, glorificando a Nuestro Señor, que tan misericordiosamente me ha conservado en esta soberana merced cada día.

7. Amainando un poco la partida de Rivas, me ha dejado llegar aquí, esperando a cada ringlón que tocase a la puerta por mis cartas; y por escribir a Inés, las dejaré aquí, suplicando a Nuestro Señor me guarde a vuestra merced como deseo. Amén.

De Londres, 14 de diciembre de 1607.

Luisa.

A la señora Mariana de San Joseph, mi señora, que Dios guarde muchos años, priora de las Recoletas Agustinas, etc.

Valladolid.




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Al padre José Cresvelo


Londres, 16 de diciembre de 1907.

1. Dicen se ofreció a probar en su libelo que todos los obispos del mundo han de ser sujetos al obispo de Roma o dejar de ser obispos, porque el serlo y otras mil cosas y ceremonias que ellos guardan y los protestantes en espirituales materias, son partes divididas y cortadas de la Iglesia de Roma; y que así, o se han de reducir a ella, o no ha de haber tal género de dinidad, nombre y oficio.

2. Muchos sacerdotes van viniendo, y dícenme que los católicos se empiezan ya a quejar de que se envíen tantos, que está lleno el reino; y los más, mozos de poca experiencia y no sobrado espíritu. Yo deseo que se pudiese dar orden de ponellos, después que salen de los colegios, en alguna parte debajo la dirección de la Compañía, donde se ejercitasen en mortificación y oración y enseñamiento de espíritu, mayor del que en el tiempo de estudios puede deprenderse; que harto hacen en aquellos siete años en sacarlos de mantillas, como dicen, y enseñarles letras y encarrillarlos a virtud. Y esto no basta en Inglaterra, que es menester más santidad que ésa. Y también, con las incomodidades de acá y falta de libros, se les olvida mucho de sus estudios, y convendría que gastasen medio año o uno en «pasar», como se usa en España, que el que no «pasa» no se tiene por bien enseñado en letras.

3. Ahora ha venido un mancebo de Roma, y supiéronlo, no sé si el Consejo o los obispos de Canturbery y Londres (creo que los obispos fueron); y llamáronle y dijeron: «¿Sois católico?» Dijo: «Sí soy.» «¿Habéis estado en Roma?» Dijo: «Sí.» «¿Cuántas misas habéis oído, por lo menos ciento?» Dijo él: «Y aun docientas también.» Y preguntáronle: «¿Queréis ir a la iglesia?» Dijo: «Sí; iré por cierto.» «Pues ¿cómo podéis ir siendo papista y habiendo oído tantas misas en Roma? ¿Pensáis -dijeron- que se puede hacer con salva conciencia?» Dijo: «No pienso yo tal, sino, que es muy mal hecho ir a la iglesia y contra toda buena conciencia.» Pues ¿cómo queréis ir?», le dijeron. Dijo: «Esa no es falta mía, sino vuestra, que me queréis hacer lo que es malo.» Dijeron: «¿Queréis tomar el juramento?» Dijo: «Sí, tomaré.» Dijeron: «¿Puédese tomar?» Dijo: «No se puede tomar sin ser mal hecho y gran pecado.» «Pues ¿cómo -replicaron- tan mal hombre sois que queréis hacer lo que es malo?» Dijo: «Esa no es mi falta, sino falta vuestra.» Y a muchas preguntas siempre respondió en esa mesma manera: This is not my lault, is your lault. Y en tornando a apretalle más, él los apretaba también con: «This is your lault», que queréis hacer cosas mal hechas a otros. Y ya, Señor, hemos tomado por costumbre y entretenimiento cuando dicen porqué se ha hecho esto o lo otro, decir: «Esta no es mi falta, es vuestra falta.» En algún tiempo que se ha prolongado el correo, he querido decir esto, porque quizá le caerá a vuestra merced en gracia, como a mí me ha caído.

4. Con todo lo que vuestra merced dice en cuatro suyas juntas que tengo, he recibido grandísima merced. Del doctor Alvarez he tenido una carta, con que holgué mucho, y de verle suelto de desembarazos del matrimonio; y con tan buenos deseos, que creo yo se fundan en sólo mucho amor de Nuestro Señor. Con otro, si no se detiene Ribas más de lo que ha dicho, le escribiré; que le debo gran caridad en mis males, y se lo pago en la presencia de Nuestro Señor con cuidado.

5. Para mis libros tome vuestra merced de los dineros que han dado o dieren para mí; que no quiero consentir sean del Noviciado; que si vuestra merced trata de eso, ni tomaré los libros, ni jamás pediré otra ninguna cosa.

6. Deseo saber si se ha podido hacer algo en lo de Arias. Lo de quitar el juez fue cosa terrible; cuando lo supe la primera vez, me pesó en el alma, y fue por una del padre Espinosa.

7. Si Nuestro Señor dulcísimo se sirve de que se den esos cuarenta mil ducados al Noviciado y que el rey se haga patrón, quedará muy bien puesto. Y puede hacerse patrón, porque no se sabrá jamás, siendo el secreto guardado entre personas tales como vuestra merced y el padre Personio y los semejantes.

8. Holgara saber, para mí sola, a quién querían enviar aquí por embajador, para ver si, poco más o menos, puedo entender qué tal será para esta tierra. Don Pedro, dicen sus criados antiguos que tiene mucha más salud acá que en España; pero él no podrá sufrir que se diga esto, si lo sabe. Vuestra merced no hable en ello con su mujer, ni nadie entienda que yo lo he escrito, que rabia por irse; y no me maravillo, que es una vida de mucho desconsuelo la que aquí se tiene. Solos los que aman el pecar con toda libertad parece pueden estar a su placer; pero no otro género de gente de entendimiento, en el estado que está esto. Nuestro Señor puede mudalle, y yo lo espero.

9. Y dicen que el príncipe se desea casar en España. Y yéndole a ver poco ha don Pedro, le dijo: «¿Cuándo os vais a España?» Dijo: «Señor, espero que presto.» Y replicó: «Mirad que no os habéis de ir sin mi, que quiero yo irme con vos, y entre tanto, veníos muchas veces conmigo, pará que nos holguemos y vamos a caza.» ¡Cómo le pesaría a don Pedro si entendiese que yo he escrito esto a vuestra merced, ni otra ninguna cosa! Yo imagino que, por esto, algunas veces procura tanto que yo no sepa de los mensajeros. Queme vuestra merced esta carta, le suplico, cuidadosamente.

10. Y acabo suplicando a Nuestro Señor guarde a vuestra merced y le asista en todo, como yo lo deseo para mí mesma.

De Londres y diciembre 17, 1607.

Luisa.

11. Detiénese algo Rivas por un despacho, no sé si de palacio, y dícenme que don Pedro, ha acabado su pliego, y a deshora partirá. Y así, cierro el mío. Suplico a vuestra merced haga dar esas cartas con cuidado, que no convendrá se pierdan, y llevan dentro estampas algunas dellas, de las que suelo enviar.

Pues que Rivas me ha dado lugar de escribir a Valladolid a mis monjas, suplico a vuestra merced no se pierdan las cartas.

Al padre Joseph Cresvelo, de la Compañía, de Jesús, que Dios guarde muchos años, etc.

Pues que Rivas me ha dado lugar de escribir a Valladolid a mis monjas, suplico a vuestra merced no se pierdan las cartas.



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