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Al marques de Caracena


Londres, 16 de abril de 1611.

Jhs.

Al marqués de Caracena, mi señor y mi primo, que Nuestro Señor guarde muchos años, &.

1. Pague Dios a vuestra excelencia quererme favorecer tanto (1).

2. Aquí hay tan gran número de aflicciones, que no me parece que hay fuerzas aun para empezarlas a sentir; y así me hallo con un amarguísimo cáliz en la mano, que voy bebiendo; y será hasta la muerte, a lo que pienso. Así me lo decía el otro día una señora grave, que vive en nuestra calle, muy enferma, que jamás sale a visitar, por salud, delante de un consejero de Estado hermano suyo, y su mujer. Preguntándome ellos, si me pensaba volver a España, dijo la enferma: «No creo yo, en Inglaterra se tiene de hacer su sepulcro.» Y cierto, señor, que había alguna ocasión aquel día, para que imaginase yo que había de ser en su casa. Son terribles herejes ella y los demás. Habíame hecho entrar consigo a un retiradísimo aposento escuro; y su hermano y cuñada solos allí; y sus criadas todas, tomado a mi compañera, y llevádola lejísimos al jardín, sin quedar ninguna en todo aquello, antes que yo lo echase de ver; y otras apariencias de inquietos ánimos; que la doncella mía abajo y yo arriba, teníamos un mismo pensamiento.

Ha dado esta señora en mostrarme notable amor, y no sé si con deseo, de tirarme a su tiniebla; y yo gusto de ello, por tener ocasión de tirarla a mi luz felicísima de mi fe católica. Hágole algunos regalillos, que cuestan poco, a uso de España, que eso atrae aquí bravamente; y no le digo que soy pobre, ni rica: lo uno, por no ser verdad; y lo otro, porque no me aborrezca, que no tienen capacidad. Pero dígole que soy peregrina. Gusta de estarse dos horas enteras sola conmigo, hablando en religión; lo cual introduzco mañosamente, ofreciendo causa con que ella empiece, que así lo toman mejor. En grandes puntos de fe se rinde, pero es grande labor. Está arraigadísima en la herejía, y cercada de hermanos e hijos y amigos obstinadísimos, y doctos en su opinión. Yo deseo pasar adelante en mis visitas, y dar y tomar bravamente en esa materia. Aunque sea de algún peligro para mi vida, será harto dichosa de acabar en él ésta y otras tales. Suplico a vuestra excelencia me encomiende a Dios, y mi señora la marquesa lo mismo; y me alcance las oraciones de los muy siervos de Nuestro señor.

3. A su excelencia escribo parte de los trabajos de los católicos; y a vuestra excelencia quiero decir, que de cuatro mártires, que hemos tenido en muy breve espacio, antes de Navidad, los dos padecieron en Londres, y eran muy mis conocidos; el uno sacerdote secular, llamado Tomás Somer, y el otro monje benito, y su nombre era Juan Roberts. Asistílos allí en la cárcel lo que pude, antes de su muerte. Cuando, después de haber estado en juicio sentenciados, los tornaron a llevar, para notificarlos la sentencia allí en público, como se usa; el padre Roberts estaba algo enfermo, y de temblor casi no se podía poner los botones de la ropilla para ir, que no es muy cerca; y díjome: «Mire cómo tiemblo.» Dije yo, que me hacía acordar del Gran Capitán, cuando temblaba armándose, y decía que temían sus carnes a su corazón. Él se rió, y abajó algo la cabeza, como agradeciendo mi buena opinión. Cuando volvieron del tribunal los pusieron al otro cabo de la cárcel, do están los herejes; pero, por unos pocos dineros, alcancé del carcelero, que me dejase, pasar allá con dos de mis compañeras. Y así lo hizo; y más favor, dejándome que los trajese a la parte do estaban los católicos presos, por una secreta puertecilla de lo alto de la torre, siendo ya noche, y algo tarde. Todos se alegraron de verlos bajar. Y tenía gran cuidado el padre Roberts que yo no cayese por las escaleras.

Había gente devota que habían venido a su última despedida, mujeres las más. Sentáronse a cenar cuantos cupieron en la mesa, que serían creo aun más de veinte confesores de la santa fe, y sólo dos de fuera. Y yo me senté a la cabecera, aunque no lo había admitido otras veces, por tener los dos mártires a mis dos lados, bien lejos de comer algo: parecía imposible. La mesa estaba llena de alegría y devoción; y yo sumida en una profunda consideración de lo que tenía delante, que me representaba vivísimamente la última cena de Cristo Nuestro Señor. Díjome el padre Roberts: «¿No ve cómo estoy demasiado alegre, desedificándolos? ¿No será mejor irme a tener oración a uno de esos rincones?» Decía yo, que no por cierto; ni podía haber mejor empleo, que estarle viendo con tan gran ánimo y resolución de morir por Cristo.

4. Sus cabezas fueron puestas en la puente, con las de otros mártires; pero sus cuerpos, sepultados debajo de diez y seis ladrones. Murieron los dos padres juntos; y al un lado, ocho ladrones, y al otro lado, otros ocho. Fueron sacados de allí, y una noche vino a pedirme licencia un padre benito para traerlos a mi casa. Proveí de un coche inglés, y así trujeron al padre Roberts, menos una pierna que se les cayó, yendo los guardas tras los que los sacaron, y medio cuerpo del otro santo. Yo me tuve por dichosa con tales huéspedes, y de poderlos servir en tanta necesidad; que no se hallaba un solo rincón seguro ni aun medianamente, en que ponerlos. Para aderezarlos, pusieron en el suelo el un brazo con su medio pecho y espalda, y el otro con el otro medio. Extraño espectáculo y motivo de oración, ver aquellas armas tan frágiles con que pelearon tan sin fragilidad, animosamente. Volaron al cielo, aumentando allá los intercesores, e hicieron dichosa mi casa con tan ricos despojos.

Poníanme algunos sacerdotes que lo supieron, y no de mí, grande temor con el Consejo; y yo casi me enojaba con ellos sobre ello. Por todo el mundo junto, ni diez vidas mías, no dejara de recibirlos: nunca pensé ser tan dichosa en mi vida. He hecho que me dé algunos pedazos el padre cuyos son; pero no pude sacarle lo que quisiera de las santas reliquias. Un día de estos las llevarán, conviene que no se diga dónde; y así he borrado la carta de mi señora y mi prima. Y esto sea para vuestra excelencia sólo y mi prima y sus hijas; por que no pueda venir a entenderlo ningún inglés ni flamenco; que allá se muestran muy buenos y venidos acá son grandes tacaños y herejes.

5. Bien puede vuestra excelencia consolarse con la merced que Dios le ha hecho en lo de los moriscos. Si Su Majestad soberana, de los servicios que vuestra excelencia le hizo en eso fue muy servido, remitiríalos a más alta paga que agradecimientos humanos. Mi señora, la marquesa, me escribió muchas cosas de notable consuelo y devoción; y con la relación he holgado mucho, por mostrarla a otros, que se hablaba muy variamente, sin saber nada de cierto.

6. Un libro de letanías envié, mucho ha, a vuestra excelencia; y porque haya dos, para vuestra excelencia y mi señora la marquesa, envío ahora otro, con las demás pobres señales de reconocimiento y amor, que vuestra excelencia verá.

7. A quien Nuestro Señor guarde, con mil acrecentamientos de su encendido amor los años que yo a Su Majestad suplico. Amén.

De Londres, 16 de abril, 1611. Luisa.




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A la marquesa de Caracena


Londres, 10 de mayo de 1611.

Jhs.

1. Muy grande y profundo es el mar de tribulaciones en que mi alma navega en esta tierra. Es muy necesario el consuelo de nuestro Dios y Señor; y envíale su divina piedad en muchas maneras; particularmente viendo al ojo, cómo todas las persecuciones y pesadumbres que aquí se ofrecen son de raro valor y merecimiento. La aflicción de los católicos va muy adelante; suplico a vuestra excelencia los encomiende mucho a Nuestro Señor, y procure hagan lo mismo los siervos de Dios, con quien ahí trata, para que Nuestro Señor les dé la paciencia y constancia, de que necesitan. Hay muchísimos presos, sacerdotes y seglares.

Llegando nos vamos todos a la eternidad, en la dichosa vista de Dios, donde deseo esperar a vuestra excelencia; y que su divina Majestad les dé más larga vida que a mí, para que la empleen en amarlo mucho, y hacer bien a muchos, a su mayor gloria.

2. Porque sé cuánta parte de mi consuelo cabrá a vuestra excelencia, no quiero dilatar para otra el decirle que, ayer, llegué a merecer, sin merecerlo, el dar la segunda mortaja, o sábana limpia (que me hizo grandemente acordar de la de Cristo), a las reliquias de los dos santos últimos mártires, habiéndolos dado la primera, que, por muy manchada en los adrezos que se pusieron para conservar su carne, era forzoso mudarla en otra; de modo que no han tenido sobre sí hilaza que no fuese mía, después que hicieron aquella total gloriosa entrega de sí a Dios. Mire vuestra excelencia que dichosas son las limosnas que se emplean en esto y en enterrar siervos de Dios, en unas y otras maneras. Él sea glorificado para siempre jamás, en estos pequeños servicios que le hago, y en vuestra excelencia como lo deseo. Amén.

Doy en ello gran parte a vuestra excelencia, aunque mis indignas manos los envolvieron y cosieron en el lienzo, que llaman aquí holanda al que no es grueso. Pesóme no fuese de oro: aunque, en los ojos de la divina piedad, todo lo que se ofrece en su servicio, y de los suyos por él, oro es finísimo, que lo pagará cuando fuere servido, con premios eternos, &.

10 de mayo, 1611.




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A don Rodrigo Calderón


Londres, 4 de agosto de 1611.

Jhs.

1. Después que recibí la de vuestra merced, y mercedes que me hace con ella, he estado muy cerca de írsela a agradecer al cielo; ¡tanta es la piedad de Dios para conmigo, por más ruin que yo soy! Ahora lo hago desde este lugar de mi peregrinación, afectuosamente, representando a la divina Majestad la gran ayuda y relevación de trabajos que vuestra merced nos hace a mí y a estas siervas suyas de mi compañía; y teniendo por fin a Él sólo, que eso da valor a la obra; ninguna cosa la deshará mi bajo merecimiento. Tengo grande confianza que esta caridad de vuestra merced, tan desnuda de humanos respetos, y que alcanza a llegar tan lejos, le ha de valor mucho a vuestra merced en lo que más le importa. Y pase, en cuenta de agradecimiento también, el suplicar a vuestra merced, como lo hago, que tema mucho a Dios; que de su entendimiento de vuestra merced, creo yo que no escogerá temor de siervo, sino de hijo suyo lleno de amor.

2. Por vía del señor don Pedro de Zúñiga, escribí a vuestra merced últimamente.

A mi prima beso las manos y las de sus hijos, y le suplico tenga ésta por suya. Y, pues, según las leyes divinas y humanas, su corazón y el de vuestra merced deben ser uno solo, y ése para Dios, no será ajeno de este lugar decirle, que sumamente deseo saber que se llega mucho a Nuestro Señor y frecuenta los eficaces medios del sacramento de la confesión y comunión, y que su mocedad no es vana y desvanecida, como otras, sino llena de virtud grave y edificativa a otras.

¡Qué lindeza y gran hermosura causan los tejidos y relieves de la virtud, ejemplo y grande modestia, entre la bajeza y fondos de la riqueza y honor temporal! Y cuando no es necesario lo contrario para la salvación eterna del alma. ¿quién así como Dios lo conserva y augmenta todo con poderosa mano?

3. Muy lejos estoy de cansar a vuestra merced en nada, ni ello es cosa conveniente a mi profesión y estado; y, con todo, me atreveré ahora a suplicar a vuestra merced, como lo hago se sirva de escribir una carta al conde de Anober (Hannover), en favor de un gentil hombre, flamenco, llamado Francisco Logrote. Es persona de muy buenas partes y conocida virtud, según por cierto he yo entendido; y un hermano suyo menor, ha estado y está por agente del archiduque, aquí, en el ínterin que no venía embajador; y es honradísimo. Háseme siempre mostrado muy pronto a acudir a cualquier trabajo que se me ofreciera; y, viéndole acaso deseoso de su favor de vuestra merced para su hermano, me hallo obligada a suplicarlo a vuestra merced que sea con veras, como vuestra merced las sabe tener, cuando quiere hacer merced. Ha servido Francisco Logrote a Su Majestad y Altezas, 23 años; con mucha satisfacción, me dicen cierto. Su memorial va con ésta mía por vía de Flandes, que don Alonso envía sus correos casi siempre, sin que yo lo sepa.

4. Suplico a vuestra merced se acuerde de sinificar al rey nuestro señor mi gran reconocimiento a la merced que ha hecho a nuestra pobre casita, con la cédula de los 300 reales, que vuestra merced aumentó con real ánimo también. Sé que se consolaría extraordinariamente Su Majestad y vuestra merced, si supiesen en particular las ocasiones que Nuestro Señor ofrece, para que se debría quitar el pan de la boca. ¡Qué obras de tanto gran peso se atreviesan delante de mi pequeñez y bajeza tan grande, que en tierras católicas es imposible hallarlas! Si el mensajero fuera seguro, alargara ésta con alguna de las últimas de tres días a esta parte, por muestra de las demás; y una de las mercedes notables que he recibido de Nuestro Señor es que lucen muchísimo los dineros que nos dan. No se podrá fácilmente creer lo que se suple y acude a gran gloria de Dios. Dame su divina Majestad cuidado de no gastar un solo real en casa o fuera, sin ser muy necesario, y importante y esto pienso que le agrada mucho, y que, mientras se hiciere así, su providencia dulcísima no nos faltará.

5. De la persecución diré una palabra. Veo que este rey trata de amistades con príncipes católicos, y al presente más que nunca; y, por otro cabo, jamás han sido tan apretados los católicos después que es rey, y crece notablemente su aflición de ellos; y hartos se rinden flacamente, cansados de sufrir con buscas y inquisiciones a todas horas infatigablemente; que no ha de haber puerta cerrada de día ni de noche, ni cofre, arquilla, ni caja, ni papel, ni carta para los que las hacen, siendo todos ellos los más notorios y insolentes bellacos, públicos robadores que se pueden hallar; y entre ellos, dos apóltatas sacerdotes católicos, vueltos unos Judas oficiales de los falsos obispos. Espántome cómo el Consejo y Gobierno supremo lo sufre y permite; porque proceder tan tirano y exorbitante como estos oficiales tienen, aun entre herejes, puede condenarse por malísimo. Este caso sólo es de las mayores esclavonías que se puede tener.

Con el juramento hacen ahora temblar todo el reino, de parte a parte. Si no le hacen, «ipso facto» incurren en pena de cárcel perpetua y total pérdida y confiscación de todos sus bienes y rentas, sea hombre o mujer, en pasando de los 15 años de edad. Hase pregonado y cada día esperan la ejecución general de ello; que en especial a muchos le han ofrecido y ofrecen.

Grande es el valor que han menester aquí los embajadores católicos, y muchísimo bien hacen cuando le saben tener.

6. Mire vuestra merced, señor, que quise sólo apuntar algo, y se ha casi ido una plana en ello; si quisiera más que eso, ¡cuántas fueran menester!

Perdóneme vuestra merced carta tan larga; y guárdele Nuestro Señor y dé a vuestra merced su santísima gracia; y asístale en todo tan favorablemente, como se lo suplico. Amén.

De Londres, 4 de agosto, 1611.

Luisa.

A don Rodrigo Calderón, que Nuestro Señor guarde muchos dichosos años, etc.




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Testamento de doña Luisa


Jesús. -Por la gran incertidumbre de la vida, mayormente en tan quebrantada salud como la mía, ordeno desde ahora lo que en la última conviene tener hecho. Y ofrecida mi alma a Dios Nuestro Señor, creyendo y confesando todo lo que tiene y confiesa la Santa Iglesia Católica Romana, en cuya fe protesto vivir y morir, invoco la intercesión de la soberana Virgen María, nuestra Señora, y de todos los santos de la Corte Celestial, especialmente de aquellos en quien tengo mayor devoción, y santo Ángel de mi guarda.

Y pido humildemente al padre Miguel Walpolo, de la Compañía de Jesús, que me eche su bendición y ayude con sus sacrificios y oraciones muy de veras, al cual se entreguen todos los papeles, dineros y otras cosas que fueren mías, o estuvieren en mi poder, para que disponga de todo, conforme a lo que tengo tratado con su merced. Y le suplico ampare y favorezca, cuanto sea posible, a mis buenas compañeras; y a ellas les pido que, con todo su cuidado y fuerzas, se empleen totalmente en el amor y servicio de Nuestro Señor dulcísimo y soberano, en cuya suma benignidad confío que las tiene de amparar con muy misericordiosa providencia.

Declaro ser este papel y escrito, mi pobre testamento y última voluntad; y, desde luego, presentemente dispongo de todo cuanto se hallare ser mío en el modo que arriba queda dicho, en aquella vía y forma que de derecho se requiere para su mayor firmeza; y escribo este papel de mi misma mano y firma.

En Londres, seis de agosto, mil seiscientos y once años.

Suplico a todos los padres que trabajan en la conversión de Inglaterra y a todos los demás que fuera de ella, ingleses y españoles, tienen noticia de mí, que me ayuden con sus oraciones y sacrificios.

Doña Luisa de Carvajal.




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- 129 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 15 de agosto de 1611.

Jhs.

1. ¡Con qué puedo pagar la merced que vuestra merced me hace que con alegrarme, como lo hago, de ver la notable piedad de do procede y que consigo se trae su paga! Y digo notable, porque no sé cómo puede ser posible en otra manera acordarse vuestra merced de mí, en su puesto y ocupaciones, y entre tantas obras de caridad que están allá tirando de la capa, y forzando, por vía de honor y otras razones, que en mí cesan todas, y queda solamente la de querer dar gusto a Dios, a quien vuestra merced dice que debe tanto y sirve tan poco. Esto último no sé yo; pero lo primero, cierto, sin duda es así. Y lo principal que vuestra merced debe a Su Divina Majestad es el entendimiento y partes que le ha dado; y sobre eso, puéstole do pueda hacer gran empleo de ellas. Deseo muchísimo que este conocimiento crezca: procúrelo así vuestra merced, que produce leal amor en algunos corazones tales naturalmente cual yo figuro el de vuestra merced.

2. El traer algo quebrada la salud, por ventura son unos dulces y misericordiosos recuerdos de Nuestro Señor, para hacer reparar a vuestra merced y mirar bien en qué le sirve o le desirve. Entender en esto y corresponder a su soberana grandeza con amoroso deseo, le es la cosa más aceta y agradable que puede ser, y el mejor camino de felices sucesos de alma y cuerpo. En su divina mano está la salud, honra y cuanto más se puede desear. Y cuando en tales cosas ha de ser glorificado, como muchas, veces conviene que lo sea, claro está que las dará a los que sabe que le temerán y amarán; y las conservará en ellos todo el tiempo que más les convenga. Y esto creo yo, señor; que, cuando uno tiene obligado a Dios con cuidadoso proceder y santo temor (que así gusta que lo digamos su infinita bondad), le ampara en todo con especialísima providencia, y no consiente que la muerte llegue a impedir la salvación, antes detiene y hace estar a raya los ordinarios y naturales cursos de las cosas, que en otros deja correr por donde ellos se van, y que la recia calentura y desdichados sucesos hagan su efecto, sin dar lugar a la confesión ni contrición, que es el mal de los males.

3. Bien creerá vuestra merced, si no me tiene por la más ingrata mujer del mundo, que le tengo tan presente en la presencia de Dios y pobres oraciones mías, como me dice lo desea. Mis desmerecimientos no disminuyen su mérito de vuestra merced en el bien que nos hace; así lo presento a su divina Majestad con gran consuelo mío y confianza.

Cosa dulcísima ha sido para mí ver el cuidado que ha mostrado Nuestro Señor tener de que esta miserable criatura suya, sea siempre proveída por mano de españoles, y entre ellos sonsacado uno acá y otro acullá. Parece que escogiendo los de más real ánimo y liberalidad, ha echado el resto, a lo último, con la Majestad del rey nuestro señor y vuestra merced, de quienes totalmente carga ahora todo nuestro sustento y bien que se hace a otros. En entrambas cosas voy con sumo cuidado de hacer lo mejor y más agradable a tan soberana y inmensa benignidad que sea glorificada eternamente. Y supuesto que ha recibido ya nuestro Señor la liberalísima y extraordinaria caridad de su carta de vuestra merced, será bien que yo use de la comisión que para ella vuestra merced me da con toda la posible moderación; y, si no fuere en cosas muy menudas, avisaré primero a vuestra merced; que ahora he tomado demasiada licencia, dando a esta cuenta, un vestido a un religiosísimo sacerdote, de los mejores que he visto en Inglaterra. Costó ciento y sesenta reales; que es carísima esta tierra. Estaba por extremo desabrigado y pobre; y, si no temiera alargar ésta, dijera a vuestra merced circunstancias de esta limosna que la califican mucho. Ya había yo resuelto hacerla, en una o otra manera, antes de recibir su carta de vuestra merced.

4. No sabría decir lo que he holgado con los ringlones de mano de mi buena prima y señora: las suyas y de sus padres y hijos beso muchas veces. Deseo buenas nuevas de su alumbramiento, y que su alma se conserve tan hermosa como la cara, que no se debe haber mudado, desde que partí. Pensaba escribir a su merced, sin obligarla a respuesta; pero dicen me muy tarde deste correo, y harto lo agradezco, porque lo suelen despachar sin que yo pueda saberlo.

5. El secretario de don Alonso vino aficionadísimo a vuestra merced, acordándose mucho de la razón que yo tenía en haberle dicho muchas veces, que cualquiera que no fuere impedido de alguna pasión, en ese caso estimara y amara a vuestra merced; y yo, muy libre de la que por vía de amor podría ahora tener (obligada con tantos beneficios y merced), me pareció lo mismo desde el principio, que empecé a tener noticias de vuestra merced.

6. ¡Oh, Señor! lo que yo deseo que vuestra merced sea dichosísimo, y redunden todas sus cosas en gloria y gusto de Dios! Su divina amistad se ha de preferir a todas las amistades, haciendo en primer lugar eleción de ella. Al que el quisiere levantar ¿quién le abajará? Y a quién Él gusta dar vida ¿quién se la quitará?

7. No me atrevo a cansar más a vuestra merced y así, dejo todo lo que se me ofrecía de estos buenos católicos y de mí misma.

8. Al secretario debo buena voluntad y el suplicar a vuestra merced se acuerde de favorecerle en lo de su pensión.

Mi hermano me escribe la merced que vuestra merced y mi prima le hacen: por todas vías me hallo sumamente obligada.

Mire a vuestra merced y a su casa tan misericordiosamente, como se lo suplico, aquel soberano y dulcísimo Dios, que sea bendito para siempre; y Él guarde a vuestra merced y dé la salud y luz suya en todo que yo deseo. Amén.

De Londres, 15 de agosto, 1611.

Luisa.




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- 130 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres (Spetile), 3 de setiembre de 1611.

Jhs.

1. Hoy sé que Lampe se partirá mañana; y mis fuerzas son poquísimas, pero no el deseo de dar cuenta a vuestra merced de muchas cosas. Y así, me hace gran falta una compañera que escriba español. Un año y tres meses ha casi, que no alcanzo una hora de descanso ni alivio con mi salud; y el mayo y junio último, con una cólica furiosísima; las cinco primeras semanas en un continuo «¡Ay!», sin comer ni dormir aun lo muy necesario. Bien dificultoso parecía vivir; y a este mal acompañaron otros accidentes muy peligrosos; y, pareciéndole al doctor Fóster que el aire y estrechura de aquella casita me acabaría presto la vida, y a otros muchos lo mesmo, me resolví a buscar una, cerca de alguno de los embajadores, que todos son católicos, por la imposibilidad de mis fuerzas para ir lejos a misa; y así quedamos en el Spetile, placita con un grande púlpito en medio do predica las Pascuas de flores el falso obispo de Londres o el de Canturberi. En ella está la casa del de Flandes, que ahora le esperan aquí, y las de otros dos católicos ingleses, y una de un cismático y del Veneciano; y en lo último, la nuestra, al cabo y salida al campo; que es la última de Londres en este barrio, clara y anchurosa y de más limpio aire que el de otras partes de Londres.

Parece me hallo mejor; pero tan quebrantada de la furia del mal pasado, que no puedo convalecer; y así, podría ser me muriese este invierno sin nuevo mal. Es más de una milla de casa de don Alonso. Creo me ha compelido Nuestro Señor, por medio de mis enfermedades, a que me deshaga de las sombras y arrimos de España, porque esté más colgada de su providencia santísima y más expuesta a padecer entre los católicos; que, de los otros embajadores, es poquísimo lo que se puede esperar en las apreturas y trabajos.

2. Hasta ahora guardo entrambas casas por forzosos respetos; creo que los amigos verán que no me es posible a mí pagar cincuenta libras que cuestan entrambas. Vuestra merced escribió a don Alonso lo que nos da don Rodrigo; y creo que, por eso, se ha retirado de la merced que nos había empezado a hacer, fuera de los 300 reales de su Majestad. Y es, cierto, fuerza gastar aún más, según las muchas dichosas ocasiones que se me ofrecen; consolaríase vuestra merced de saberlas. En ninguna gasto mucho de una vez; ni un solo real, sin pensarlo muy bien primero con la gloria y gusto de Nuestro Señor; y en tanto que esto se hace así, bien creo no nos faltará su providencia divina.

3. Si vuestra merced nos hace caridad de acordar a la duquesa, de la merced que ofreció hacernos dos o tres años ha, será grandísima; y los cien ducados de doña Ana María, no con publicidad, suplico a vuestra merced; porque debemos en la botica de mí, y de la otra casa, no poco. Son muy más caras que allá las medicinas; y una sangría cuesta diez reales, y cuatro o seis de los que pican pocas veces menos en la vena, antes que salga sangre; pero las medicinas son muy buenas. También debemos a un médico; que es mucho en mí, porque aborrezco deudas, y estoy muy resuelta a padecer antes que a hacerlas: lo que es vida y salud aprieta mucho. Lo que ahora tenemos cada mes se gasta todo en pagar casa; una de ellas sola, digo, y en el ordinario de cada día que es religiosísimo; pero todo tan caro que espanta, y va augmentándose, sin orden ni gobierno. Venden lo que se les antoja, no ponen precios: sólo no sé qué se hacen en lo del pan, el maire y aldremanes, de bien poca importancia y alivio del pueblo. No parece se acuerdan ni tratan de más que afligir y robar a los católicos.

4. Para lo trasordinario es menester esperar otras limosnas de allá. Si nos dieran lo que me escriben mandó su Majestad, tuviéramos harto. Y no se maraville vuestra merced, que, como es comunidad y monesterito digamos, y a do vienen peregrinos, siervos de Dios, como en la primitiva Iglesia, a quien no se debe cerrar la puerta, es necesario tanto; y pecadores, por el bien de su alma, a quien no se puede dejar de ofrecerles algo de comer si es lejos sus casas; y la bebida ordinaria también, cuesta aquí harto.

Las tocas vinieron buenas. Si con Lampe me puede vuestra merced enviar un libro de los que he pedido, le suplico lo haga, y deseo mucho los de Cayrasco en verso, de vidas de Santos, todos doce meses: gustan mucho dellos acá algunos que entienden la lengua. Vuestra merced no me envió sino solos seis meses, y esos tiene milade Veb. Él que vuestra merced me ha hecho merced, recibo ahora: no le he podido ver; veránle los amigos, pero dicen, cuando son en español semejantes cosas, que es bobería y frialdad escribirlas en lengua no inglesa, o por lo menos en latín; dicen, que lo que se escribe para ellos ¿de qué sirve ser en español?.

5. Ahí envío el libro de la religión de Inglaterra, do verá vuestra merced las más monstruosas mentiras que ha oído en su vida. Envióme un gentilhombre protestante el suyo, para que viese su linda religión, y yo he doblado la hoja en cada mentira y contradición, que tiene muchísimas, para que las vea.

Pone por error de fe la opinión de Calvino en lo de descendit ad inferos; y en la margen, otros autores della, dejando en silencio el primero y principal que es Calvino.

Mostrábale yo a un protestante las horrendas blasfemias que Calvino escribe en su libro de Instituciones en este punto, que no tuve allí el de sobre San Mateo, do las dice mayores; y respondióme que le pesaba en el alma que hubiese dicho tales cosas un tan gran hombre, pero que me aseguraba que, si fuera vivo en este tiempo, él mudara de parecer en ellas: y es hombre de edad y bachiller, que se pica de doto.

6. Tenemos el libro que escribió la Santa Madre Teresa de su Vida, en inglés, muy bien traducido.

7. El padre capuchino sacaron de la Torre, y fue a Francia, a instancia de un caballero de hábito, francés, que lo pidió al rey. Díjome le había tratado muy bien el tiniente de la Torre, y lo mesmo hace con el padre Balduino y todos con mucha cortesía. Dicen que le enviarán desterrado, al cabo de algún tiempo.

8. Newgat está llena, que no cabe de presos, y es do ellos tienen más estrechura; y de poco acá el recorder, que era furioso contra católicos, está harto blando, y da licencia que salgan este verano; los legos, con sola su palabra, o cuando más la de uno por otro, a doquiera que quieren; y los sacerdotes, con el carcelero, o con la palabra de algún hombre rico, hereje o católico, de que volverán a la noche.

En Linke (Clink) tienen siempre harta libertad; ahora están todos fuera, porque apretó la peste en aquella cárcel.

En la tierra adentro padecen muchísimo los católicos y sacerdotes presos: es no comparación con los que lo son en Londres.

9. El juramento se aprieta furiosamente, dos meses ha: ofrécese a herejes y católicos; algunos puritanos le rehusan. Ofrecíaseme aquí un cuento lindo de un protestante, y otras muchas buenas cosas en el discurso desta carta; pero ni hay fuerzas para lo menos que hay que decir, ni bastarían las de muchas manos para lo más.

10. Las serches que se hacen, y en la forma que son, es la mayor esclavonía que se puede pensar: eso bastaba para ser insufrible la persecución. Por temor de la deste juramento, muchos ricos se han salido a Flandes con color de poca salud, a una fuente y baño que allá tiene gran nombre; otros andan discurriendo de unas partes a otras, ausentes de sus casas. Él de Monteagudo ha pagado 26.000 ducados por sólo que no se le ofrezcan.

11. La Arbela se está en la Torre; y su tía Sherosbery, por sabidora de su partida a los Países Bajos, do está el marido de Arbela, escapado de la Torre, como ganapán, con un baúlillo a cuestas.

El barón Ros, nieto y heredero del conde, hermano mayor de Cecilio, ha venido y alcanzado licencia para andar a la española, como lo hace, y toda su casa, en vestidos, coche y comida; y cuanto es en su mano, defiende muchísimo a España, y alábala lo posible, con gran persuasión y lindo entendimiento que tiene. Quiérele mucho el príncipe. Creo tiene muy enojadas a las ladis de Inglaterra, y más a las de palacio, porque les dice que no se ha de casar en ningún modo sino con española; y que no hay alguna comparación dellas a las españolas. Decíanme, poco ha, tres ladis protestantes mucho desto de Ros; y yo decía que él había tomado todas las cosas de España, sino la religión, y sonriyéronse, y dijo la una con sonsonete: «God knows I sure you, madame, that he is not without tast of it.» Parece se me ha olvidado con mi enfermedad escribir inglés; que lo hacía, antes della, mejor, y ahora casi no acertaba ese ringlón. Hablo ya muy razonablemente en cualquier cosa; sin maestro alguno, que jamás he hallado, en casa ni fuera, quien quiera cansarse en enseñarme ni una semana.

12. Esperan al embajador de Saboya, según dicen todos.

La reina, según personas especiales, inglesas digo, se confesó la Semana Santa con un clérigo que no tiene muchos adarmes de juicio: pasa esto entre pocas personas y aun dicen que le dió luego el Sacramento, y que ella va a las iglesias, como solía; sólo por unas dos semanas creo se retiró dellas.

13. Si me es posible, escribiré a mi hermano y a mi prima, cuyas manos beso muchas veces, por si no pudiere. Y de la condesa de Castellar me dé nuevas vuestra merced, que no sé nada, ni recibo nunca respuesta de las que le escribo.

14. A la señora doña Francisca Fajardo y doña María de Gasca suplico a vuestra merced mis humildes recaudos; y pido sus oraciones y las del padre Espinosa, de cuya salud deseo saber y escribirle, si puedo; y a la señora doña María Ponce. Y acabo, señor, con esto, que quede dicho para ahora y siempre: que deseo escribir mucho bien de todos; y cuando no escribo nada, es señal que no hallo qué decir que pueda dar contento a vuestra merced ni a nadie.

15. Esa reliquia es de la carne del pecho del santo padre Roberts, que, sobre es mala, quite dél. Dé vuestra merced un poco al señor Ceráin de mi parte; y mis besamanos a doña Ana María, su mujer.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo, amén.

De Londres, 3 de septiembre de 1611.

16. Espero que está gozando de Dios la buena doña Ana María de Vergara.

Al padre José Cresvelo, de la Compañía de Jesús, que Dios guarde, etc.

Suplico a vuestra merced no se me pierda ninguna désas cartas; no me es posible escribir a más ahora.




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Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres (Spetile), 15 de octubre de 1611.

Jhs.

1. Ya habrá vuestra merced recibido algunas mías después de mi mejoría: convalezco muy mal, y dáñame mucho escribir. Poco ha que, por vía de las carmelitas de Bruselas, envié un pliego al señor don Pedro para que le hiciese dar a vuestra merced. Ahora se va Juan Lampe, y le agradezco harto al secretario que me lo ha dicho. Con las de vuestra merced recibo grande merced y consuelo: Nuestro Señor pague a vuestra merced el que en todas maneras procura darme.

2. Mi mal, y parecerles a los médicos que moriría en el mal aire de la casita pegada al embajador, me han obligado a tomar otra en el Spetile, placeta sola y de pocas casas, al cabo de esta parte del lugar; y la nuestra, la última, puesta en los campos, sin ninguna al lado, confina con huertas y con un pedazo de la del de Venecia. Él de Flandes y su mujer, que es sobrina de Magdalena de San Jerónimo, viven junto a él, que es alguna sombra, aunque parece muy pequeña hasta ahora; pero muéstranme amor. Estoy muy expuesta a los trabajos y inquietudes que padecen los católicos, y desasida, todo lo posible, de la sombra de España en este género; y eso debe haber querido Nuestro Señor, que parece ha sido muy de su voluntad ponerme aquí, y por lo menos hay harta quietud para oración, que del todo faltaba acullá; y era tan estrecha, que ni un rincón no había donde me retirar que no estuviese lleno. Téngola siempre por mía, y pagamos entrambas: yo la más cara, y los amigos, la otra; que en ningún modo conviene dejarla.

3. Ahora escribo al señor don Pedro en agradecimiento de la merced que me hace. Y todo es menester, prometo a vuestra merced; y vuestra merced, puede ayudarme con mucho consuelo y gusto suyo, porque sacando un muy pobre vestido de anascote, casi siempre roto, y la comida sin que no puedo pasar, todo lo demás se emplea en su nación y gente de vuestra merced; y no como quiera, sino en la más calificada manera, y dé más gusto de Nuestro Señor, que se puede hacer aquí.

4. A algunos parece que conviniera mucho que alguna otra española, digo de mucho espíritu, viniera en mi ayuda. Mire vuestra merced si se le puede descubrir allá alguna; y no importa que no sea principal; pero sería necesario que fuese muy discreta.

5. Las cartas de vuestra merced he dado, y la de Randal.

En lo de los cien ducados de doña Ana María, ahora vendrá, que no ha estado días ha en Londres. Escribo a la duquesa con el amor que le debo: no me he atrevido a tratar de su limosna. Crea vuestra merced que con sólo vuestra merced pierdo mi empacho; con otros, dificultosamente. Podrá ser que le romperé en otra que le escriba, que ésta es la primera después de muchos meses que no le he escrito. Vuestra merced se sirva decirle que nuestra casa es como un monesterio. Yo no soy sola, y tan combatida de ocasiones de gloria de Dios y consuelo grande para quien quiera que lo viese, que no volvería el rostro, aunque me quitase el pan de la boca allá. Y Nuestro Señor parece se sirve de aprobar esto, moviendo tanto a hacernos bien. Veo que Su Majestad divina toma siempre por medios, personas liberales; y más en lo último, con el real ánimo del rey nuestro señor, y el del señor don Rodrigo, que se muestra harto real también; Dios se lo pague, por quien él es.

6. Vuestra merced estará esperando nuevas de los suyos, y mi corazón comienza a sentir el movimiento de la mano, que dicen lo causan las arterias.

El padre Baulduino se está en la Torre. Nadie habla de él, pero entiéndese vendrá a ser desterrado con el tiempo. No hay allí otro ningún sacerdote sino él. En Newgat, trece; en Clink, creo que seis, fuera de los del juramento; en Gathouse, once, uno que es el doctor Bishopo; y ahora, en Clink, uno de los asistentes, hombre, grave y viejo que trujeron preso de la tierra poco ha. Hay en Newgat 42, todos juntos, digo legos y sacerdotes, y los más condenados en el juicio público a cárcel perpetua y perdimiento de todos sus bienes por rehusar el juramento. Las serches son continuas, con la insolencia que suelen. ¡Oh, Señor, y cómo me impide la salud que no le diga cien buenas cosas en esta materia que pasan! Y hartas dejaba, aun cuando le escribía largo. Procuro tirar fuera de la herejía las almas que puedo, en que no siento flojedad, sino una sed grandísima.

7. Voy hablando muy razonablemente inglés, sin maestro, a puro trabajo de mi cabeza, sin haber podido jamás alcanzar de mis compañeras que alguna quiera cansarse, poco ni mucho, en ello: como me entienden, sea bien o mal, basta para ellas, y no quieren más; son muy siervas de Nuestro Señor. Deseo crezca el número, que no es fácil; en teniendo alguna devoción para no casarse, se quieren ir fuera de Inglaterra, aunque no puedan ser monjas; y creo que el demonio procura cuanto puede, que aquí no se trate de perfeción y de profesar los consejos del Evangelio, con público ejemplo, como las mujeres podrían, a lo menos de pobreza y castidad.

8. El libro contra la proclamación y leyes últimas es muy lindo; pero es en español, que acá vale poco o no nada. Pienso será de gran provecho en inglés para animar y fortificar los católicos. No son, sepa vuestra merced, tan fervorosos como allí los pinta; y éste es un inconveniente, porque ellos mesmos desestiman el libro en viendo algo que no es verdad en él, aunque sea en su favor; y yo lo he visto, cierto, y oído decirles en caso semejante: ¿Para qué escriben esas mentiras en los libros? Si vuestra merced envía uno destos libros a mí o a Mr. Rich, a Lovaina, podrá ser se imprima en inglés.

9. Aquí ha venido ahora un morisco que allá se llamaba Miguel, y en su casa y por acá, Ismael Muça. Viene como turco y dice que de parte del gran Turco a este rey, para que dé licencia que vengan a este reino algunos moriscos y que sean bien recibidos cuantos vinieren. Vile yendo a misa en casa del Veneciano, y hice que me le trujesen a casa, que hablaba bien español, y deseaba apretarle algo en lo que toca a su salvación, pensando que era derrenegado y no morisco. Díjome que ha ocho años que salió de España a Constantinopla. Vile tan obstinado, como yo pensaba, si supiera que era morisco; díjele que este rey no amaba moros, que no se cansase en esa demanda.

10. Otro, griego, de hábito de basilios, ha estado aquí ocho o nueve meses, confiesa él mismo, y algunos dicen que ha más de año y medio. Él dice que es arzobispo de Alejandría, y que se ha obligado a pagar al Turco una grande suma porque los deje vivir como cristianos, y que vino desde Roma, a do trató con el Papa, a quien ellos, y él (muy mejor que todos) da su obediencia. No trata nunca de decir misa. Él otro día, en la capilla del Veneciano, confirmó una pobre gente de poco juicio que le creyó, y díceme uno de los confirmados que les consagró la frente y las palmas de entrambas manos con el óleo santo. Yo me he maravillado de que le consientan aquí tantos meses, si es verdad que es obispo de la Santa Iglesia Católica Romana, y que él viniese aquí por limosna tan públicamente. Algunos dicen que la pide de ordinario en San Pablo, y pone papeles muy largos en las paredes a este propósito; y que con los ministros habla del Papa algo a su gusto; no sé si es verdad. El señor don Alonso le dió limosna y un pasaporte, encargando a los que le vieren que le hagan bien, y yo no lo supe hasta ahora. Pártese para España, y pidióme cartas para mis amigos de Portugal, a do dice que va derecho. Yo dije que no tenía ningunos allá. Por ventura es buen hombre, o no muy malo; pero, por sí o por no, he querido decir a vuestra merced que será bien dar cuenta allá de este hombre, siquiera para bien de su mesma alma; que si, acaso fuese engañador o espía, le hará bien cogerle y corregirle, si se puede.

11. Deseo saber del padre Gaspar de Pedrosa y del padre Hernando de Espinosa, que del uno me volvieron una que le escribí, cerrada, como si no fuese vivo; y del último no tengo respuesta a ninguna que le he escrito meses ha. Vuestra merced me diga si tienen salud; y dé mis grandes encomiendas al contador, Juan de Serayn, y a su mujer y su madre.

12. Ahora van con ésta unos pedazos de la carne del santo padre Juan Roberts, que yo quité de su propio cuerpo, y así, son bien ciertas reliquias.

13. Mucho se dice que están hechos los casamientos a trueco, de España y Francia; y que el rey y príncipe lo toman muy mal, por haberse persuadido que se podría él casar con la infanta, sin ser católico.

Si Lampe quisiere, procure vuestra merced, le suplico, que traiga alguno de los libros que he pedido.

Y encomiende vuestra merced a Dios las almas de los herejes que yo trato, especialmente cinco o seis, que deseo mucho su salvación.

Paréceme que mil cosas dejó de decir a vuestra merced, y es fuerza no alargar ésta: a pedazos la he escrito hoy. Descanso en los...

Avíseme vuestra merced de mi prima doña Luisa y de su hija, que ha mucho no sé, ni me responde a las que le he escrito.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced como yo lo deseo. Amén.

De Londres, a 15 de octubre de 1611.

Al padre Joseph Cresvelo, de la Compañía de Jesús, que Dios guarde, etc.




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A su hermano don Alonso


Londres (Spetile), 15 de octubre de 1611.

Jhs.

1. He recibido ahora la de vuestra merced, de 15 de agosto, y, cuanto me es posible, agradezco a vuestra merced la merced que en esto me hace, acordándose de mí y de darme nuevas de su salud y casa, con que yo me consuelo muchísimo. Todo mi deseo es que vuestra merced crezca por horas en el santo temor y amor de Dios y que críe en esto a sus hijos; que por ese camino Él los amparará a todos.

Si las niñas se inclinaren a ser monjas, no le costará a vuestra merced mucho darles un estado dichoso para alma y cuerpo. A su madre y señora mía beso las manos muchas veces.

2. Gracias a Dios que ha sacado a vuestra merced libre desas inquietudes, que ha tenido con la gente de esa tierra. Yo le deseo servir y ayudar tanto como vuestra merced puede considerar; pero no me he atrevido a escribir al señor presidente, no tiniendo más fundamento que cosas de augmentos temporales de los que amo. Porque verdaderamente, señor, que muchas veces por do se piensa acertar se yerra todo, si no se considera muy bien. Yo he puesto mi confianza en Dios, aunque harto imperfectamente, y espero en su divina Majestad mirará con misericordia a mí y a lo que me toca, cuando yo me retraigo, por solo su mayor contentamiento.

3. Las tocas vinieron poco ha, y buenas: Nuestro Señor se lo pague a vuestra merced, que me ha hecho grande merced y bonísima obra con ellas.

4. Este verano estuve muy al cabo de una furiosa cólica muy extraordinaria que admiró a los médicos; porque me duró lo muy recio della cinco semanas, casi siempre en un grito y en peligro de muerte; y con tan poco sueño y comida que más temía perder el juicio que la vida. Convalezco mal, y mátame escribir; y con todo no he querido que se vaya este correo sin estos ringlones, y suplicalle me encomiende mucho a Nuestro Señor y procure lo mesmo con otros de sus más devotos amigos.

5. ¡Oh, cuál es esta tierra, señor mío! No lo podrá imaginar, digo de mala: es un mar de afliciones.

Quedo muy lejos de la casa de don Alonso, porque el mal aire de la que tenía allí decían los médicos que me acabaría. Estoy junto a los embajadores de Venecia y Flandes, y casi fuera de Londres, en el mesmo campo, con aire limpio y sin ruido de calle, que para mí es gran cosa.

6. La mujer del de Flandes es sobrina de la madre Madalena de San Jerónimo, y ha sido doncella de cámara de su alteza, y primero fue doncella mía en Madrid siendo pequeña; que de nuestra casa la llevaron para servir a su alteza. Muéstrame gran amor, y en esa muestra para todo hasta ahora; y háceme Nuestro Señor merced, quella y toda su casa curan mi soberbia muy bien, siguiendo el ejemplo de don Alonso de Velasco, aunque las razones corren muy diferentes. Él parece que siente mucho las cortesías y honra que su hermana y nuera me hacen, y procura impedillas delante de mí. Ya ve el poco honor que en esas cosas, conmigo se pueden ganar y cuán bien me está a mí, gracias a Nuestro Señor, que en todas maneras me hace misericordia, sin embargo de mis grandes pecados y desmerecimientos.

Debo no poco a doña Ana de Velasco y su hija en lo que ellas pueden; y don Alonso con caridad paga lo que se me mandó dar.

7. Mire vuestra merced cuánta es la beninidad de Dios y con qué dulce providencia quiere templar Su Majestad el trabajo de la carestía desta tierra, que es grande y el de la falta de mi salud. ¡Sea glorificado, para siempre!

Mil cosas quisiera decir a vuestra merced, pero ni tengo tiempo ni fuerzas.

8. Al señor don Rodrigo agradeceré la merced que le hacen; y, si tengo ocasión, escribiré al señor don Juan de Acuña, a quien siempre he yo amado y estimado muchísimo; y así, holgué en extremo cuando supe estaba en aquel puesto, confiadísima de su cristiano y retísimo proceder.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced en su santísima gracia, amén, como yo lo deseo.

De Londres y octubre 15, 1611.

9. Mucho deseo, que Francisco, salga hombre muy de bien.

Luisa.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, que Nuestro Señor guarde, etc.




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Al padre Hernando de Espinosa


Londres, 19 de diciembre de 1611.

Jhs.

1. La de vuestra merced de los 8 de noviembre he recibido con las bezares; y la puntualidad y liberalidad notable de vuestra merced en hacerme merced reciba nuestro Señor. Siempre vuestra merced fue de esta manera que es, y yo le prometo que una de las personas que yo sentí dejar y perder sus buenos coloquios y avisos después de mis desembarazos de pleitos fue vuestra merced, y de quien mucho me acuerdo en este destierro.

2. Aunque no he sabido del correo sino tarde, acaso por conjetura, y ser forzoso no escribir casi a nadie, no he podido acabar conmigo de dejarle ir sin estos renglones de reconocimiento de sus oraciones de vuestra merced. Estoy yo y toda mi familia necesitadísimas: hémonos apartado de la sombra de España, y parece que representado la batalla de nuevo al enemigo en este campo, do quedamos a la salida de Londres, do está nuestra casa sola, sin ninguna otra que le toque: bien pueden sitiarnos, si quieren, los enemigos.

3. Nuestro dulcísimo Señor no quiso darme salud bastante para vivir en la casita de junto a don Alonso en todo un año; con la última enfermedad resolví a dejarla; fue harto más rigurosa que la que tuve en Valladolid y tan peligrosa; muy probable fue para mí que su curso no fue natural sino de extraordinaria ordenación de Dios. Por cinco semanas especialmente, padecí tales dolores que los juzgué iguales a los del martirio: fue cólica, que jamás tuve en tan notable furia y rigor, sino pocos días; y mucha misericordia me hizo Nuestro Señor; no acabo bien de convalecer. Tuve, fuera de la cólica, otros muy mortales y rigurosos accidentes.

4. No creo he de poder escribir al padre Cresvelo, ni a nadie de los que mucho deseo, como es la madre Mariana y a nuestros santos de Valencia, cuyas cartas tengo, y de la prima virreina de allí; y en esta cuenta entre Leonor de Quirós, deseo saber de ella.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced en su santísimo amor, como yo deseo.

De Londres, a diez y nueve de diciembre de 1611. -Luisa.

5. ¡Lo que yo debo a Dios, señor! A todos los justos de la tierra quisiera convidar a que, con voces sonoras y corazones de fuego, me ayudaran a glorificarle, empezando yo con el mío, pecador y tibio, a moverlos con este verso: Magnificate Dominum mecum et exaltemus nomen eius in id ipsum. No sabría decir lo que deseo escribir a la señora doña María Ponce; en el interín convídemela vuestra merced a esto. A pocos puedo escribir sin hacello así, de un mes a esta parte. No sé si recibió vuestra merced estampa iluminada de San Juan Crisóstomo y San Pablo, citándole lo que se servía.

6. De la santa señora mía, condesa de Castellar, deseo saber; que no tengo, mucho ha, respuesta de las que le escribo, ni nuevas della ningunas.

Al padre Hernando de Espinosa, que Nuestro Señor guarde.




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Al padre Hernando de Espinosa


Londres, 1611

Jhs.

1. No tengo ninguna de vuestra merced, ni respuesta de las últimas mías; pero mucho sí que decir, y éste es todo mi consuelo: ¡gracias infinitas doy a Nuestro Señor por él!

La postrera vez escribí con gran prisa; y así tornaré a decir algunas de las mismas cosas que allí sólo apunté.

2. De lo que vuestra merced ha deseado saber de cómo me fue en lo interior de mi pasada enfermedad, algo dello toqué en una o dos mías que creo ha recibido vuestra merced. En ella me hallé, sin pensar, engolfada en un mar de angustias, causadas de la fuerza de los humores, que era violentísima; y los dolores tales, que me parecía tener igualdad con los que padecían los mártires cuando se hacían sus carnes pedazos. Parecía imposible comer, por más fuerza que me hiciese; y lo que solamente pasaba, bebido, era un poco, de pisto o un huevo, con tanta resistencia del estómago, que decía doña Ana de Velasco, que lo quebraba el corazón verme al tiempo que lo tomaba. El beber me movía el humor por la mayor parte, y no osaba hacerlo. Y como decía Fóster, mi corazón tenía bien que hacer en sólo sufrir tanta acerbidad de dolores. Poquísimo podía dormir de noche, aunque se moderase el dolor; y tras las sangrías, purgas o grande crecimiento de calentura, quedaba caída en sueño profundo; y, no queriendo en ningún caso los médicos que entonces durmiese, me despertaban con gran violencia, torciéndome los dedos y manos hasta lastimarlos no poco, y arrojando de repente, y muy recio, agua en los ojos; y cuando los abría, hallábame en suma flaqueza, y vía que el sueño tan impedido, me servía sólo de un verdugo tan riguroso como el dolor. Cuando me confesaba, que algunas veces fue con tanto, que apenas miraba si hablaba en inglés o español, decía yo al padre Téllez: «Ah, señor; con qué angustias y con qué dolor he hecho esta confesión! Y interiormente ofrecía a Dios aquello todo, por parte de alguna satisfacción y penitencia de los pecados de otras y de la presente, si era de la confesión.

3. Otras muchas veces, en la parte superior, sentía que me causaba dilatación y gusto grande ver mi cuerpo en tales tormentos, por vengarme de mí en aquello lo más que podía, de lo que había ofendido a Dios.

Una vez me empezó a apretar con extraña furia y caminó adelante en un paso tal, que ya desfallecía mi respiración notablemente: y díjele al padre Téllez, pronunciando harto mal las palabras: «¡Ocho horas ha que estoy así como me ve!» Parecía, cierto, que sólo el dolor iba a acabar la vida con gran priesa. Y díjome: «Pienso que os tendrá Dios así tantas horas cuantas fueron las de la Pasión de su Hijo, desde el huerto hasta expirar en la cruz.» Causóme algún consuelo, y creo que no más, porque sentía el juicio y sentido trabajadísimo y algo turbado, sin poder hacer discurso ni casi una pequeña reflexión en nada.

4. Por la costumbre de hacer actos de conformidad con la voluntad de Dios y haber ahondado en esto mucho en la vida pasada, me hallaba en eso mesmo aferradísima; y este día que digo, debió el demonio de probar a ganar conmigo algo, viéndome con aquella notable flaqueza de cabeza y fuerza del mal. Porque, habiendo con fuertes gemidos, como león que brama, pedido a Dios me mirase en tanto mal misericordiosamente, y recibido esta inspiración: «Si yo gusto desto, ¿queréis vos otra cosa?»; sacando fuerzas de la mesma flaqueza, como decimos, repliqué: «No debo querer lo contrario, ni lo quiero.» Y apretándome el pensamiento, decía: «Y si Dios quisiere que esta congoja y dolor sea eterna, ¿queréislo vos?» En este tiempo por el demonio, como yo pienso, como vio que con dificultad podía ayudarme del discurso de mi entendimiento, se me representó la dificultad del caso presente, tan espantosa y en tal manera y como si hubiera de ser puesto en ejecución con mi querer, que estancó el corazón, y rehusó entrar por aquel paso estrechísimo a su parecer, entonces. Y la razón ayudada de gran luz, sintió el grave mal y tentación prestísimamente, y gimió a Dios, diciendo: «¿Qué maldad es ésta, Señor Eterno?» Y quiso ofrecerle en cualquier mayor acerbidad de penas eternamente su corazón; pero no le pudo atraer a ello tan enteramente como quisiera. Y con terrible fuerza y coraje, esforzando el afecto (sin saber de mí mesma ni creo de dónde estaba en aquel tiempo), le ganó enteramente la razón, y le sacó de las manos de aquella alevosa pusilanimidad, y le entregó en las de Dios totalmente, sin resabio de repugnancia o dificultad, diciéndose así: «Dará Dios las fuerzas, y yo tengo de darle un pronto querer, y gustar de cuanto Él gustare en tiempo y eternidad.» Y volviendo algo en mí, que esta pelea me tenía en sí embebida y transportada, hallé mi alma vitoriosa, y corrida de la tardanza y el cuerpo con sus dolores.

5. Acabáronse éstos discursos, y quedé sin atender a más que a ir sufriendo el dolor, con una voz que daba de cuando en cuando, diciendo: «¡Oh soberano Cristo! ¡Oh Eterno Dios!», con una sencilla memoria de paso, que de Él me causaba su nombre, sin más devoción ni más alivio.

6. Esta furia de dolores duró este día, sin más interrupción que la que he dicho, desde las diez de la mañana, hasta creo que la una de la noche, que fueron catorce horas, y no las que pensaba el padre Téllez. Con todo, no, comí ni tomé cosa alguna, por comulgar a la mañana; y holgaba de poder ofrecer a Nuestro Señor una gran necesidad que sentía de tomar algo, ésta y otras noches. Cuando las olas del humor se levantaban furiosamente, no era posible ni hablar de esto; y si cesaban, dadas las doce, mucho menos. Y como si en esto hiciera alguna cosa por Nuestro Señor, me lo pagaba en que lo pudiese llevar adelante y comulgar al amanecer: muchas veces sin poder detener los gemídos del todo en la misa, a que me compelía el dolor; y lo más que en esto podía era mientras me daban el Sacramento.

7. Lo que falta creo he dicho en otras cartas.

Dióme este mal la víspera de la Ascensión, en la noche, después de acostada, habiéndome hallado, dos o tres días antes, con extraordinaria devoción, y muy tocada de aquel delicadísimo y dulce dolor del alma que solía en España tener muchas veces. Y al anochecer, este sentimiento me hacía repetir una y otra vez aquellas palabras: Fulcite me floribus, etc. No pensaba yo, señor, que hubiesen de ser las que me cercaban el otro día, sin ser posible salir un punto de la cama al suelo. Echaba siempre menos la falta de su asistencia de vuestra merced, y esto ofrecía a Nuestro Señor por no pequeña ofrenda en respeto mío; y el morir en esa soledad y desconsuelo, también.




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Al padre José Cresvelo, S. J.


Londres, 16 de febrero de 1612.

Jhs.

1. No sé si ha llegado allá la nueva de cómo fue su madre del barón de Vaux cogida antes de amanecer en su casa, escalando su huerta y abriendo sus puertas con ganzúas y palancas. Cogieron todo el aderezo de su capilla, que estaba adornado para Todos los Santos, y en ella, unos joyeles de diamantes. Perdió en todo allí mil libras o poco más. Hízose esta serche con especial orden, que fue de aquí para ello. Por esa hazaña, dicen, han hecho ya caballero al Justicia de la paz que la ejecutó. Un gentil hombre, criado de la señora, no pudiendo sufrir el descortés y insolente proceder de aquella gente, sacó su espada e hirió con ella al hijo del Justicia; y la buena señora se puso luego a curarlo ella mesma con medicamentos, que aquí mucho se usan en las casas, mostrando mucha devoción y caridad. Digo yo que no faltó un Malco en este prendimiento.

Trujéronla a ella a Londres, a la cárcel pública de Flit (Fleet), a do estuvo muy mala de flujos de sangre; y, por gran cosa, alcanzó que la dejasen tomar una casa de mejor aire en Flitstreet, do está como prisionera, pagando entrambas prisiones y a las guardas de ellas, como si estuviera en cada una, y es muchísimo: de esta manera atormentan a los católicos aquí.

2. A los dos Padres pusieron en la cárcel Gat-House, do siempre están prisioneros, sin que nadie pueda hablarlos, ni verlos, ni darles nada; que es harto rigor. Ahora me dicen han alcanzado estar juntos en un aposento, y ha habido medio para darles recaudo de decir misa: diránla antes de amanecer, porque el carcelero es terrible bestia.

3. Dice la señora Vaux, que fue tanta la rabia de los herejes en su prisión y serche, que lo rompieron y destrozaron la casa, paredes y suelos y techos, como suelen. Pero lo más exorbitante fue que fueron a su jardín y huerto y le arrancaron las plantas de él y los árboles y frutales de raíz, y los arrojaban por los campos. Y las sombras y cobertizos muy curiosos que ella había hecho para su recreación, los derribaron todos y lo allanaron por el suelo.

4. ¡Si vuestra merced viese lo que pasa en las serches, aun no tan grandes como ésta! No sé que haya superiores de Descalzos, cuando hacen pruebas de la paciencia y desnudez de sus religiosos, que lleguen a las que hacen estos insolentísimos pursivantes y obstinados justicias. Hanle ofrecido a ella el juramento, y respondió que no era cosa que ella entendía.

5. Su hijo, el varón, vino de Flandes en esta ocasión, y luego se fue al tesorero Cécil; y él le preguntó cuándo había visitado en Bruselas al agente del rey; y percibiendo que poco antes de su partida (como ya lo debía saber), le dijo: «Vos tomastes el primero y mejor tiempo para ver los seminaristas.» «En verdad, milord -dijo el mozo- que no os podré yo decir sin harto empacho la causa de no haber estado antes en casa del agente. Llegué allí tan falto de dinero y vestido, que no podía, sin deshonor mío, salir de mi posada.» «Vuestra madre -dijo el tesorero- no puede dejar de ser muy culpada, pues no se contentaba con tener algún clérigo antiguo de la reina María, sino que tenía dos de estos sangrientos jesuitas.» Respondió el mozo: «Mi madre, señor, ha sido tan antigua y grande católica, y tan notoria cosa el serlo en todo el reino, que no creo yo dudábades vos ni nadie en él de que ella amaría y abrazaría muy de veras todo cuanto así se estima y ama en su religión. Y en cuanto a lo que decís de esotras particulares personas, creo que en el trato y examinaciones de los dos presos tomados en casa de mi madre, hallaréis ser hombres honestísimos (como se dice acá), muy fieles y de gran virtud.» Con esto se despidieron, diciendo el tesorero: «vos sois muy mozo: mirad por vos.» Y últimamente le han llamado al Consejo y ofrecídole allí el juramento. Él respondió que no creía dudaban el rey ni ellos de su fidelidad, y que aquel juramento tenía cosas, mezcladas, muy poco seguras para la conciencia, y así no se atrevía a tomarle. Y mostrando alguna compasión de él, le dijeron que era muy mozo y querían darle tiempo para mirarlo mejor. Y después, salido de allí, le dijo el tesorero que estuviese cierto de que, si se resolvía a no tomarle, le quitarían toda su hacienda y posesiones. Hanle dado cinco semanas, y él anda buscando cómo eximirse y librarse de este gran trabajo por medio de dineros y amigos, y que se quede así, sin ser más apretado.

6. Habiéndose, la noche de Navidad, escapádose míster Jorge Gage de las manos de los pursivantes, a la salida de la casa de nuestro embajador, otro día le tornaron a topar a la puerta de una «ordinario», que es do aquí se juntan a comer amigos o gente que no tiene comodidad en su posada (por más nobles que sean); y rogándoles que le dejasen sobre su palabra hasta el día siguiente, porque entonces tenía un preciso negocio, no quisieron; y uno de ellos empezó a hablar insolentemente, de modo que le obligó a poner mano a la espada: Oyóse arriba, y bajaron tres o cuatro amigos, y el segundo oficial después del amo de la casa, al cual uno de los pursivantes pasó luego con la espada, pensando bajaría contra él. Envió su alma al infierno, que murió protestante, y no traía el pobre espada desnuda, ni creo que en la mano. Uno de los conocidos de Gage, que es un capitán cismático, si alguna religión hay en él, persona que no tiene ni debe, desgarrado y valiente, éste dio mil coces a los pursivantes y a sus mozos, y algunas cuchilladas no de muerte, y quitó la espada a uno de ellos y la hizo dos o tres pedazos, y le dio muchos pomazos con ella, con lo cual le hizo huir; éste anduvo muy discreto. Y si algunas veces se hiciese eso, por ventura estos tan insolentes y notorios bellacos pursivantes de los falsos obispos se moderarían a ratos. Mas los pobres católicos no osan mostrar la menor cólera del mundo, porque luego asen de allí, para destruirlos más, y siembran por acá y por allá, que no es por religión lo que padecen. Y que esto lo digan herejes bien puede pasar; pero cuando lo dicen católicos extranjeros, mucho agravio hacen a sus conciencias y gran gusto a los herejes; y mucho aumentan la aflicción de estos siervos de Dios ingleses cuando lo oyen. El pursivante se pasea por ahí sin pena alguna, y el capitán también me dicen lo hace. Como no es católico, tomóse bien; y todo cargó sobre Gage, que se hubo de salir huyendo de Inglaterra, y sir William Precy, que se hubo de esconder, y le han buscado muchísimo. Desde aquel día han estado más quietos que suelen los pursivantes: debieron cobrar algún temorcillo; presto se les pasará.

7. Él de Canturia fue al rey con esta ocasión haciendo grandes lástimas, y dicen que lloró delante de él, diciendo que los católicos crecían a gran prisa en número y en bríos y libertad. No sé yo que más acosados y asenderados pueden estar, y siempre con continuo temor y desasosiego; que no toca nadie a la puerta, sin tocar juntamente en el corazón; y más si tienen dentro sacerdotes. Y así, innumerables almas responden cuando se les habla de religión, que creen es la nuestra la mejor; pero que, cómo es posible sufrir el vivir sin ningún género de sosiego ni quietud en la cama, ni en la mesa, en casa ni fuera de ella. Y tanto aman a sí mismos y tan fuerte es este caso solo, sin otros tales, mirado de cerca, que se resuelven antes a aventurar su salvación, o por mejor decir destruirla totalmente, que sufrir la vida que tienen los católicos. Claramente se ve que sólo Dios puede darles la paciencia que tienen, y a cada paso se ve aquello del Evangelio: como los corderos entre lobos.

8. La cárcel de Newgat está llena, que no cabe, de católicos, por rehusar el juramento, y hay 18 sacerdotes, y dos altares cada mañana. Los legos, dando seguridad, salen a sus precisos negocios para volver luego; y es providencia de Dios que a veces alcancen algún resuello. Los sacerdotes están más estrechos que los días pasados. En el entrar amigos a verlos, hay ahora notable estrechura; si una semana lo permiten, otra lo impiden, o muchas. Enviáronme a decir, cuatro días ha, que el Consejo había llamado al carcelero y dádole gran reprensión porque dejaba entrar católicos a verlos: no sé si fue el privado, o el que llaman de comisiones. En Clink hay también no pocos sacerdotes, fuera de los que han tomado el juramento: en Gathonse, el doctor Bishop y míster Uuar; éste en el calabozo, días ha. Dícenme que porque se salió una vez, años ha, de la cárcel, y no quiere el carcelero ahora ponerle en otro cabo.

9. El embajador de Saboya pidió sacerdotes: prometiéronle seis, y dejó aquí quien por él los sacase, fuera del reino. Hubo dificultad en darle a Bishop; pero dicen se ha allanado ya. Entiéndese pedirá sir Sherle algunos, y que se los darán. No lo creo fácilmente, porque se dice va a las iglesias heréticas, y al hijo que le nació bautizaron allá, siendo padrino el príncipe.

La ladi Persiana tiene bonísima fama de constante católica, y no ha querido jamás ir a la iglesia de ellos.

Dicen está muy retirada la reina, y que tiene hartas veces miedo; entran los ministros a ella y dicen sus preces allí delante, ordinariamente; y ella dice que no atiende a lo que pasa.

10. El saboyano se llevó un buen presente de plata. Dicen va ahora milord Waton al duque por embajador. Aquí está uno del Palatino pidiendo a miladi Isabel; mucho se habla en que no se casará con el de Saboya; harta merced le hará Dios a él en eso. Allá tomó su pan esta Navidad en su iglesia; muéstrase gran protestante. Su hermano, dicen algunos, está inclinado a casar en España, y que se contentaría con aguardar a la hija segunda.

11. Han sentido mucho los casamientos de Francia; y como dice una carta que vino a mis manos de un hereje inglés para otro, más desdichada nueva que ésta no les podía a ellos venir. Los hugonotes serán, dice, destruidos en Francia, y después darán los católicos sobre Inglaterra; y representa la necesidad que hay de prevenir muy presto ese daño, con el posible cuidado, haciendo que se rompan las treguas de Holanda, y sea autorizado Mauricio en ella más que lo ha sido, para que tome ánimo; y procurando que los hugonotes se levanten en Francia contra el rey niño y su madre; y en Italia contra el rey de España; para lo cual tiene por bonísimo medio al duque de Saboya, y persuade lo que importa casar su hija del rey Jacobo con el príncipe del Piamonte; y aseguran que él ni su padre no la impedirá ser protestante contra el gusto deste rey. Dícese entre los amigos, que se trata de que se haga concierto entre el rey y los católicos, de que ellos le den 200.000 ducados al año, que son cincuenta mil libras de renta perpetua, y que él los deje totalmente libres de penas de dinero, por no ir a las iglesias; y que, por el juramento, jamás sean molestados. Pero, si no se remedian las pesquisas, que es lo peor, en su esclavonía durísima quedarán. Dicen que si se va cuajando el concierto, en eso se podría dar orden que haya alguna templanza. El consuelo y alivio de los católicos, señor, veo yo que es buitre volando, y su tribulación, pájaro en mano, o, por mejor decir, avestruz a cuestas, intolerable.

12. El rey va pidiendo prestado a todos los del reino, herejes o católicos, a pagar después de nueve meses. Mr. Grifin, el sastre, ha dado diez libras; a ese modo es la distribución del empréstito.

13. Un fraile francisco español, de León, ha venido ahora de la isla de la Trinidad; dicen tenía oficio grave en su monesterio, y estaba para ser hecho superior de aquel convento.

14. El pobre Blackwell murió en Clink el sábado pasado, hallándose alegre y bueno. Aquel día paseábase en la huerta gran rato, hasta el anochecer, que, empezando a sentirse no bien, pensó se había resfriado, y sentado en su aposento, llamó a unos y otros congojadamente; y a las nueve ya era muerto. Algunos dicen que no se confesó; otros, que sí; pero con su confesor ordinario, Mr. Charnoc (vuestra merced creo sabe este nombre mejor); ¡y qué mal hombre ha sido y es en cuanto al juramento! Y claro está que no le movería a dolor de ese pecado; no lo he podido aún entender bien. Aquí fácilmente corren nuevas, aun entre gente importante, que no son ciertas; y es necesaria examinación y mirar lo que se dice, si no es que la persona también quiera seguir el mismo camino de mentir.

15. El sacerdote Coliars dicen es vuelto hereje, pero no aún lo sé tan de cierto como de Shelden; y va se va desparciendo por toda la ciudad muy públicamente, que Mr. Juan Copply, hijo del lord Copply, que estuvo en Francia, se ha hecho protestante, y quiere ser ministro, y tiene ya mujer consigo. Estuvo en Newgat más ha de cuatro años, adonde yo lo vi muchas veces, y fue puesto en libertad por nacido en Flandes y no en Inglaterra; y fuese a aquel país.




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- 136 -

A doña Inés de Vargas y Carvajal


Londres, 16 de febrero de 1612.

Jhs.

1. Mi señora y mi prima: No quiero dejar de mostrar cuánto estimo los ringlones de vuestra señoría, en estos míos; pero suplícole no me responda (que la imagino perezosa en cartas), si no es que a vuestra señoría le sea en alguna ocasión de alivio o consuelo escribirme.

2. Paréceme que no debe querer Nuestro Señor que en esa casa se acabe aquella grande amistad y amor de mi señora doña Inés, su agüela de vuestra señoría y mi padre; dél lo heredé en el mesmo grado, aun siendo tan niña que no la sabía merecer.

3. ¿Con qué puedo pagar a vuestra Señoría y al señor don Rodrigo el que les debo, si no es con pobres oraciones y desear que sean agradecidísimos a Dios que es dicha de las dichas?

No sé si vuestra señoría es cuidadosa de conservar su divina gracia por medio de los sacramentos y alguna meditación, sin lo cual dificultosamente se hará. La oración vocal, si se hace debidamente, será meditación, sin duda, y aun podrá pasar más adelante.

4. Sea vuestra señoría, prima mía, muy misericordiosa con los necesitados y afligidos, piadosísima y benigna con sus súbditos y criados; estime y ame mucho a los grandes siervos de Dios, y tengo por confesor el más sabio y espiritual padre que pudiere hallar; reverencie lo posible la persona, mandatos y ordenaciones de su marido (el amor yo creo que es tal como vuestra señoría se le debe); y digo «lo posible», porque ha de ser en todo aquello que no fuere contra la salvación del alma.

5. Diráme mi prima que cien veces tiene oídas estas cosas. Ellas son flores del paraíso que, como en ramilletico, presento yo a vuestra merced desde este desierto. Y aunque muchas veces hayamos tenido lindísimas flores y jazmines en las manos, no solemos cansarnos de que nos las ofrezcan, sino recrearnos con su fragancia y hermosura.

Renueve vuestra señoría sus afectos y deseos buenos, resolviéndose a ponerlos por obra, y verá que le hago servicio.

6. De los niños deseo saber y cuántos tiene vuestra señoría.

Guárdelos Dios y a su padre y a vuestra señoría con aquella dicha y gracia divina que yo siempre a Su Majestad suplico.

De Londres, a 16 de febrero 1612.

Luisa.

A doña Inés de Bargas y Carvajal, mi prima, que Nuestro Señor guarde muchos años, etc.




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- 137 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 16 de febrero de 1612.

Jhs.

1. No se permitió a la última posta, que llevase carta mía, como ni otras veces tampoco. Así, hube de enviarlas por vía del conde de Anober (ahora me ha hecho merced don Alonso de templar ese rigor): si han llegado a manos de vuestra señoría, vería cuánto me alegré de su sabia resolución. La grandeza y majestad, cuanto más grande, tanto más sujeta está a despeñaderos. Propiedad de lugares altos, con tan flacos antepechos como la naturaleza caída de Adán; y así, no puedo yo dejar de holgarme infinito de ver a vuestra señoría en este caso, tan cauto y cuidadoso. Dícese acá que no se ejecutará la ida a Venecia. Ojalá que se trocase en otra más cerca; pero hablo a tiento, ignorando las conveniencias de esa materia.

2. Mostré, señor, en la pasada carta mi justa cólera contra la plática de los dos casamientos que entonces corría aquí mucho entre gente de calidad. Estando el saboyano en Londres haciendo instancia por la señora Isabel Gracia (así llaman a esta infanta), ella, mostrando más afecto que nunca a su secta, salió públicamente a comulgar en el sacrílego modo de tal acción; todos dicen que es muy más de corazón hereje que su hermano el príncipe.

Harta merced pienso hará Dios a Saboya, en que no entre allá esta mala semilla; y no sé que haya mejores razones para esperar que se convertirá, que para temer que pervertirá a otros, especialmente con la diabólica compañía que llevaría de criados y ministros herejes. Estos han muy fervorosamente pedido en sus prédicas al pueblo oraciones para que no se hiciesen casamientos con Sabova, y menos con España, que, en ceguedad y supersticiones de la idolatría, excede a todos los reyes papistas del mundo. Pero, en cuanto al de Saboya, no todos tienen ese concepto, antes piensan sería apto instrumento para muchas cosas de su gusto perversísimo de ellos. Confío que es sola imaginación, como también lo debe ser lo que ha corrido entre algunos, de que su embajador ofreció a este rey que el casamiento se haría conforme a los ritos y ceremonias de los protestantes, si esto hiciese dificultad. Horrenda palabra en boca de un tal príncipe; y veo, señor, que, aun para lo temporal, se gana poco con estas bajezas de ánimo de los embajadores católicos: toman con ellas un brío tan soberbio, y una hinchazón, que los mueve y inclina más a despreciarlos que a estimarlos; justo juicio de Dios.

3. Un gran ejemplo de esto se vió en el señor don Pedro de Zúñiga. Cuando a una mala vez tocaban en la religión católica con él, azorábase terriblemente, como un erizo lleno de púas, que le temían realmente; y le alababan después, de que había procedido con discreción y valor, como celoso de la religión que creía, y le honraban cada día más.

4. La reina parece de buen corazón con la santa fe nuestra y con España; anda más retirada de vanidades que suele, y entiéndese confesó y comulgó todo junto, la última Pascua florida; y hubo sacerdote de tan mala conciencia, que le dió el Santísimo Sacramento, así sin más ni más; y si fuera el que debía, por ventura la hiciera a ella mejor. Ese, o otro tal, he oído le dice misa algunas veces; hallándose también presente a las preces de los herejes y salmos de Ginebra o Geneba (que aquí dicen); de manera que hace profesión de hereje y católica, todo junto. Los católicos no tienen en ella ningún género de ayuda ni consuelo, si no es el de que no se mueve en nada contra ellos. Es en todo extremo temerosa y pusilánime, como otros innumerables cismáticos de esta tierra, no teniendo temor de Dios, poco ni mucho. Con menos de una manzana, como a un niño, piensan que le acallarán por las infinitas injurias que le hacen, con una confesión mal hecha y por la posta a la última hora, certificándose los más, primero que la hagan, que no pueden vivir. Y muy de ordinario es no hallar en esa ocasión sacerdote, o ser ido a otro lugar, si había alguno en compañía de católicos en la casa.

Muy adelante caminan las aflicciones de los católicos: ¡qué de pliegos se henchirían, señor, con ellas! Este negro juramento, que llaman de fidelidad, es ruina de muchas almas flacas, y muchas tiene Dios fuertes de su parte. Él les dé esfuerzo y perseverancia.

5. A un señor grave y rico han llamado ahora a Londres, a do está ya esperando el combate de su ánimo; y otro combatiendo, porque se le han ofrecido en el Consejo de Estado, acabando de llegar de Italia y Flandes. Es hijo de la señora viuda que está presa por los dos padres que tomaron en su casa; mozo de veinticuatro años. Respondió que no pensaba había duda la menor de su fidelidad, y que aquel juramento contenía, junto con eso, otras cosas no seguras para la conciencia, y así, no le podía tomar. Dijéronle que era muy mozo y sería bien dalle más tiempo para pensarlo mejor; y ése fue de cinco semanas, que van corriendo, y en ellas procura, por medio de amigos protestantes y dineros, escaparse del rigor de la ley, que es cárcel perpetua y total confiscación de todas sus posesiones y bienes.

Al señor de Montagú le costó su composición 26.000 ducados, y no es demasiado de rico, y lleno de deudas.

6. Un mercader rico estaba ayer conmigo, por consolarse, que le han citado a que parezca en juicio, por no ir a las iglesias; por eso tienen pena de dos partes de tres de su hacienda. Y procediendo en sus actos judiciales, cuando se les antoja apretarlos, llegan a ser descomulgados, y tienen toda la hacienda perdida, como por el juramento; esto es lo que todos sufren ordinariamente; y impedir el extremo les cuesta gran suma, conforme a la posibilidad de cada uno. Y más dice la ley, que si al así descomulgado quisiere alguno matar en donde quiera que le topare, el homicida no sea castigado ni preso por ello; y estos descomulgados sean siempre, cuando mueren, enterrados en los campos y no en iglesias ni honrosas sepulturas. Si con tales cosas no estuviese de por medio la paternal providencia de Dios para con los suyos, ¿qué sería de ellos? En un año se acabarían todos. Ellos son, en fin, corderos entre lobos rabiosísimos. Hacíame devoción este mercader, porque con mucha me decía: «¡Qué dichoso que soy, señora, en poder hacer ese poquito por un Dios tan infinitamente bueno! Y demás de eso, ¿qué es todo cuanto yo puedo perder y padecer, en satisfacción y pena de uno solo, de los menores pecados que he hecho?»

7. Este tiempo y ocasiones son muy propias para persona de gran entendimiento y valor; y tocan tanto a la gloria y honra de Dios, que deseo yo fuese vuestra señoría enviado aquí, sin embargo de que creo, es la vivienda más penosa y amarga que debe haber, fuera de la de entre turcos, y en cosas pienso que es mejor.

8. ¡Qué puntual es vuestra señoría en todo: guárdele Dios! Recibí los 500 ducados. Gastarélos con el cuidado que debo y a que obliga la grande piedad que en ello vuestra señoría muestra. Admírame ver enviar a vuestra señoría limosnas tan gruesas a parte tan remota, sin quien ahí solicite y mueva su devoción, estando tantas demandas tirando de la capa y forzando el honor, gusto y caridad, a vista de ojos. ¡Qué providencia de Dios ésta tan suave y dulcísima! En la última mía dije a vuestra señoría que, supuesto que nuestra casa es verdaderamente un conventico, de devotísimas doncellas, digo ahora, y esta tierra extrañamente cara y llena de dificultades y de ocasiones tan graves que se debe uno quitar el pan de la boca para ellas, me es casi forzoso aceptar la merced que vuestra señoría me ofreció en la suya, de sacar algo más de lo que Su Majestad nos da cada mes; que, como tiene tantos presidios y banderas levantadas en el mundo, puede Su Majestad tener uno en Inglaterra contra el real infernal, que aquí está haciendo tan gran destrozo en las almas; donde los soldados que le hacen resistencia y ofenden, son unas pobres doncellas. ¿No es este caso, señor, de grande gloria de Dios, y que, cuando estaba en casa pegada a la del embajador, enviase el falso obispo de Londres y el recorder justicia secular por mí, y que estando tan apartadas de sombras y amparos a do, ahora estamos, y al parecer humano, notablemente solas y expuestas a las inquietudes y trabajos de los ingleses católicos, no haya contraria mano tocado a nuestras puertas en más de seis meses? Las casas de los cristianos eran sus iglesias en la primitiva Iglesia y parroquias de otros; y en Inglaterra, las de los católicos; y entre éstas, paréceme a mí, que debe hacer labor en los ojos de Dios, ver una de española, y no rica, pero harto aseada y decente; y tan escondida, que no la han visto don Alonso ni su hermana y sobrina, ni sé que lo hayan sabido. Voy, admitiendo solamente a aquellos de cuyo secreto, pienso que puedo asegurarme; y los que creo ser muy de la gloria de Dios, por especiales razones, porque ya queda eso totalmente a su cuenta divina y no a la de mi prudencia cortísima.

9. Mucho es lo que se puede hacer aquí, procediendo con el posible secreto y cuidado y grande cautela; no en otra manera. Algunas veces pienso que estos herejes me han de hacer mártir, no sé cuando ni cómo. Si me saliese a la calle mayor de Chepsaid, que es parte de hartas ocasiones, para reprender sus blasfemias, no sería muy improbable serlo presto: allí era donde tanto los enojé, que me prendieron, como supo vuestra señoría.

10. Una reliquia del padre y santo monje mártir benito, Juan Roberts, deseaba enviar a vuestra señoría, pero no he querido, sin que vaya con algún razonable aliño, para colgar a su cabecera; y así, creo, no la podrá llevar Juan Lampe.

11. Tiempo es de no cansar más a vuestra señoría, a quien guarde Nuestro Señor en su santísima gracia y protección, como yo se lo suplico. Amén.

De Londres, 16 de febrero 1612.

Luisa.




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- 138 -

A don Rodrigo de Calderón


Londres, 21 de junio de 1612.

Jhs.

1. Sea vuestra señoría muy bien venido a esa tierra: no puedo dejar de alegrarme de que sea tan cerca de ésta y tener alguna esperanza de ver a vuestra señoría.

¡Qué sola habrá quedado mi prima! Nuestro Señor vuelva a vuestra señoría a su casa con el bien que le suplico. Amén.

Vuestra señoría sabe obligar a que le amen, de manera que se hace poco en ello. Confío mucho que empleará vuestra señoría esa aptitud muy de veras en Dios, hasta allegar a su estrecha privanza; que su estado no es incapaz de esto.

2. Estamos, señor, con la memoria fresca de dos gloriosos mártires que padecieron con notable constancia el sábado pasado: el uno, sacerdote secular llamado Niuport, y el otro, fray Mauro de Sahagún, monje benito siete años en España. No había aún dos que vino desde ella a Inglaterra, y estuvo muchos meses preso, y fue desterrado con el embajador de Saboya, y brevemente vuelto acá, y preso, y enviado al cielo; con que tengo nuevas reliquias que añadir al relicario de vuestra señoría.

3. Al mozo lord Vaux tienen condenado a perdimiento de todos sus bienes y a cárcel perpetua, y puesto en una muy mala, adonde hay peste, aquí en Londres, con rigor extraño. Él ha dado grande ejemplo, no rindiéndose en nada a sus sacrílegas ordenaciones y mandatos. Y en lo mismo está condenada su madre. Tratan a los presos por la fe cruelmente, y parece que van con desatino y locura extraordinaria, vengando su despecho y dolor, que les causan los casamientos de nuestros príncipes, que haga Dios dichosísimos.

4. Piensan, según he oído a personas graves, que el señor don Pedro de Zúñiga viene a pedir, de parte del rey nuestro Señor, para su mujer, a esta infanta Isabel Gras, o Gracia en español; y que lo desean muchísimo para no dársela y hacelle en esto befa y afrenta grande, en venganza de la que dicen les ha hecho a ellos Su Majestad en no dar a su hija mayor a este príncipe; aquí verá su soberbia y locura vuestra señoría.

Yo respondo que creo por muy cierto que no ha llegado, ni con mil leguas, al corazón de nuestro buen rey y señor tal resolución, ni aun tal pensamiento, como es casarse con su Isabel Gracia, en quien no sé que haya alguna buena parte: muy hereje, mala crianza, alguna fama de un poco de liviandad, mal ejemplo, en eso muy de cerca; el rostro me certifican se le va haciendo grosero más que suele, y de menos buen parecer, no teniendo aún veinte años. Una señora grave católica, de las que andan cerca de estos reyes, me decía, habrá mes y medio, que, sin duda, deseaban ellos este casamiento; y que debieran mover tal plática con nuestro rey los que pueden hacerlo, ofreciendo, por lo más, que se haría católica para este fin. No se puede pensar, señor, cuál es Inglaterra, y cuál esta gente. Pues los conceptos que hacen de la nuestra y de España, si no la nombrasen, no entendería yo qué tierra era: pensaría que eran montañas do se crían micos y monos o gente salvaje. Cuando empiezan a hablar en esto, o en el Papa y fe católica, están como en sueño y desvarío extraordinario. Yo les digo que no aguardo sino a cuando me han de querer persuadir que es medianoche al mediodía muy claro, o a que no soy nacida. De un año o dos a esta parte, poco menos, han trocado la benevolencia con el señor don Pedro en ira y aborrecimiento, según dicen, muy grande, creyendo a algunos que han dicho que ha mostrado mal corazón con ellos y hablado cosas graves de deshonra, en España, contra rey y reina; y algunos del Consejo han mostrado, que, no pueden llevar bien que venga a ponerse en su presencia, ni sufrirlo; y así, se ha temido no le den veneno en la comida o bebida, en que hay gran habilidad aquí.

5. Muerto se ha Cecilio, que es uno de los que mucho sentía, al parecer, lo que el señor don Pedro dicen que ha dicho, y hombre de grandes trazas para cualquier cosa que quisiera hacer.

6. Paréceme, señor, que es muy bien dar cuenta a vuestra señoría de todas estas cosas. Dejo otras, porque es tarde para la partida de Juan Lampe, y débole el haber venido con cuidado por estas cartas.

7. Muchas maneras de obras, sin duda aceptísimas a Dios, se asientan en el libro de la cuenta que le ha de dar vuestra señoría, en que se emplea su dinero. Una de ellas ha sido lo que ha costado aderezar los dos santos cuerpos de estos últimos mártires, procurando preservarlos, que ha sido casi quinientos reales, con cajas y todo de plomo en que están. Sacáronse la tercer noche después de ahorcados y hechos cuartos, y enterrados un estado de un hombre en hondo con dos ladronazos encima, como unas bestias; y grande cantidad de tierra. Por ser muy ancho el hoyo y ser necesario sacarla toda, dió grande trabajo. Había yo procurado lo hiciesen conocidos míos; y nuestro criado sirvió de mostrar dónde fueron puestos, porque había otros hoyos de los otros ladrones; y habiendo poco más de cuatro horas de noche escura, y eso no mucho, con dificultad se podía, sin ser vistos; y suele haber velas y centinelas en aquellos puestos. Yo y mis compañeras estuvimos haciendo oración por el buen suceso, llenas de temor; y más, viendo que eran ya las cuatro y no venía ninguno de ellos a mí. El lugar es en los campos fuera de Londres, y de nuestra casa, cuatro millas. Cerca de las cinco llegó nuestro criado, a pedirme un coche en que traer las santas reliquias, que quedaban apartadas del hoyo una milla, y dos de a caballo, que las llevaron, guardándolas entre unos setos y yerbas. Enviéle y trujéronlas. Recibímoslas en el primer aposento de la puerta yo y mis compañeras en procesión, con cruz y candelas encendidas y muchos ramos y flores que teníamos esparcidos en todo el camino hasta nuestra capilla, que llamamos oratorio, do había muchas luces y flores. Aquel día estuvieron allí, porque fue mucho el estorbo de herejes amigos que vinieron a verme, por estar mala.

A la noche se limpiaron del lodo, que estaban muy llenos dél, y se empezaron a aderezar, en que se gastó toda y otro entero día o más. He pasado estas cuatro hecha mil pedazos de cansancio, con mi poca salud y ocupación, acompañada de otras y de un gran cuidado de que no se supiese, y viniesen a casa a buscar los santos cuerpos do, con grandísima dificultad podíamos salvarlos de sus inicuas manos: no se ha entendido nada hasta ahora, gracias a Dios. Hanme enviado a decir unos católicos que procurarán algunas reliquias de éstas para mí, porque tratan de ir a sacarlos en pudiendo. Yo se lo agradezco y no oso decir nada de lo que hay, porque el secreto es poquísimo. El padre fray Mauro fue cortado y abierto el pecho estando vivo. Aquí tengo también su vestido, con que fue a la horca. Muchas circunstancias dejo de este caso muy buenas, por no alargar tanto esta carta, que espero no será la postrera que vuestra señoría tendrá ahí mía. Suplico a vuestra señoría la queme en leyéndola. Esa ciudad está llena de espías que se fingen católicas. Anoche, a las once, en un coche de don Alonso, me vine con los dos santos cuerpos y dos compañeras mías a traerlos do estuviesen más seguros, con tanto secreto, que no lo ha entendido nadie de la casa, si no es el cochero y portero, ingleses, muy fieles y secretos y amigos míos.

8. La obra de enterrar tales muertos y envolverlos en sábanas no se puede hacer en España, ni otras desta gran calidad. ¡Cuándo merecí yo, Señor, emplearme en ellas! Sea Nuestro Señor glorificado para siempre, y Él guarde a vuestra señoría como deseo, y le llene de su divino amor y gracia. Amén.

De Londres, a 21 de junio de 1612.

9. Holgaría que mi hermano hubiese venido sirviendo a vuestra señoría con mucho cuidado, como él lo deseaba.

Por ser ya más de la una de la noche, no puedo leer lo que he escrito. Vuestra señoría perdone las faltas; y ya vuestra señoría conoce mi letra: no importa firmar, que se usa acá harto.

L.




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- 139 -

A su hermano don Alonso


Londres, 21 de junio de 1612.

Jhs.

1. Hermano mío: Dos he escrito a vuestra merced que creo le habrá dado la madre Beatriz, carmelita, sobrina del Señor don Pedro. En ellas habrá visto vuestra merced cómo deseo hubiese tomado el hábito en España y no ahí, por algunas causas; pero la voluntad de Nuestro Señor deseo que se haga mucho más.

Y también, cómo querría que, si viene a verme, no venga con el señor don Pedro, porque será mucha publicidad; y de muy mayor consuelo y gusto para mí que se venga vuestra merced a solas con sus criados, derecho a nuestra casa, preguntando por la casa del embajador de Venecia, que es en el Spitile, lugar de quienquiera sabido, a do está una placeta con un púlpito en medio y una cruz encima; y la casa de ladrillo, con una torrecilla redonda, es la nuestra. Si el señor don Rodrigo pudiere desasirse de dificultades y venir, aunque sea por un solo día, avísemelo, hermano mío, primero, porque tengamos siquiera una cama acomodada en que duerma. Con él, claro está, que había de venir vuestra merced: ni su señoría vendrá público.

No sé qué más tengo que suplicalle a vuestra merced o qué avisarle.

2. Al embajador de Flandes y a su mujer no hay para que vuestra merced los llame señoría; aun al pasado, que era barón de Flandes, no se lo llamaban algunos españoles, ni don Luis de Avila. A ella la trujeron a que me sirviese, estando en España, y de mi casa fue a ser criada de su alteza la infanta, que, después de mí, fue su segunda y última ama. Son buena gente y llana, ella y el marido.

3. No tengo lugar para más. Si veo a vuestra merced le diré cuanto he dejado de decir en cartas.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced, hermano mío, como yo deseo.

De Londres, a 21 de junio 1612.

4. Deseo saber del señor don Pedro, marqués de Flores, que no hemos oído que haya partido aún de España.

Luisa.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, que Nuestro Señor guarde, etc.




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- 140 -

A don Alonso, su hermano


Londres, 28 de junio de 1612.

Jhs.

1. Mucha merced me ha hecho vuestra merced con la suya; es la primera nueva de la llegada del señor don Rodrigo. Ya creo habrá vuestra merced recibido algunas mías por vía de la madre Beatriz.

Deseo que vuestra merced venga a solas, no tan en público como con el señor don Pedro, en ninguna manera. Suplícolo a vuestra merced procure vuestra merced excusarse lo mejor que sea posible, sin mí, pues no habrá menester. A vuestra merced importa por muchas razones; y si vuestra merced viene por mi consuelo y suyo, esto conviene.

2. Ya he escrito a vuestra merced que no es necesario venir a la casa del embajador de España, ni ellos están en Londres. En preguntando vuestra merced por el Spitile, que es un postigo de la ciudad que sale al campo, pegado a nuestra puerta, quienquiera le dirá dónde es. Viven en él los embajadores de Flandes y Venecia; el último es más generalmente conocido, porque reside siempre aquí. No hay para qué llamar señoría al de Flandes, ni a su mujer, ni vuestra merced lo haga; a esotro, él es demasiado de cortés con quien quiera.

3. Gran cuidado me da el mal de mi prima. Vuestra merced me avise lo que se sabe de su salud (Dios la guarde) y de su madre y hijos. Deseo saber cuánto se detendrá ahí el señor don Rodrigo. Ahora oigo que pasará a Alemania; debe ser para dar la norabuena del Imperio a Matías, que nos dicen está elegido. Deseo sea luego la vuelta, si ya no hubiese de ser para mucha gloria de Dios el detenerse allá.

4. Díceme vuestra merced que debo amor a su señoría; yo se lo pago con uno muy fiel y muy grande; es una de las personas a quien mayor bien deseo y más estimo. Siempre me pareció merecía muchísimo. Dios le vuelva con bien a su casa. Vuestra merced no debe dejarle en esa jornada; así lo suplico, yo a vuestra merced, que en mi nombre y suyo le sirva cuanto pudiere.

5. Aguardamos al señor don Pedro. Hase dudado mucho sobre darle casa, y fanfarroneado sobre eso; pero paréceme no se atreven a dejar de dársela, como la dieron, poco ha, al embajador que vino de Francia a lo mesmo, de dar cuenta de los casamientos; que esa ha sido la voz.

6. Dícenme vino con el señor don Rodrigo don Luis Dávila. Pienso que, con eso, se enmendará en no andarse honrando por tierras extrañas, como lo hizo en ésta, a costa de nuestra tía doña María de Vargas, señora de Monroy, sin preguntarle nadie nada de cuanto decía. Cuando me lo contaban, hacíanme acordar de lo que se decía perdió su casa en que ella no tuviese hijos, y de la gran honra de su hermano don Diego y hermanas.

De mí decía lo que sabía: gracias a Dios que no fue más, a lo que yo creo. Por vuestra merced me holgaba, que, por mí, antes me obligaba, porque tales medicinas ha menester mi soberbia que siempre dura. Yo callaba con todos. Solamente a él le dije un día (que en esto no pude mortificarme): «Señor don Luis, no honre vuestra merced tan poco a mi tía; mire que no le merecemos lo que hace, porque siempre le hemos procurado honrar».

7. El padre Cresvelo dice que, por no saber su posada de vuestra merced, no le vió a la partida, ni vuestra merced vino a él.

8. Nuestro Señor guarde a vuestra merced como yo deseo, en su santísima gracia.

De Londres, a 28 de junio de 1612.

9. Dígame vuestra merced cómo se ha de escribir en el sobrescrito al señor don Rodrigo, que no sé lo que he de hacer.

10. Tengo un relicario para el señor don Rodrigo; no le envío ahora porque aún no están todos los huesos destos santos mártires últimos bien secos y enjutos para poderse poner en él.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, que Dios guarde muchos años, etc.

11. Tenía cerrada la del señor don Rodrigo, cuando supe lo de ir a Alemania.




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- 141 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 29 de junio de 1612.

Jhs.

1. Por carta de mi hermano sé que vuestra señoría ha llegado con salud: es la primera cierta nueva de su venida. Gracias infinitas sean dadas a Dios; confío en su divina Majestad nos las traerá muy buenas de mi prima. Tiéneme con gran cuidado su mal; sin duda, debió sentir tanto como debía su partida y ausencia de vuestra señoría. Con un criado de don Alonso escribí a vuestra señoría, suponiendo que estaba ya ahí.

2. Atrévome a cansar a vuestra señoría otra vez tan presto por decirle lo que, por ser tan tarde la noche que escribí, se me olvidó. Este rey y Consejo pensaban como ya dije a vuestra señoría, que el marqués de Flores viene a lo del casamiento del rey nuestro señor y su infanta. Ahora acompañan ese pensamiento con otro, de que, pues los holandeses se adelantan a pedirles las fuerzas que tienen en su custodia con instancia y por ellas ofrecen seiscientos mil ducados pagados luego, que, sin duda, los holandeses han entendido que don Pedro viene a pedirlas.

Yo, señor, cierto pensé en oyendo de la embajada del marqués, que no podía haber otra más honrada que ésta: lo primero, hacerles algunas satisfacciones y cortesías en lo tocante al casamiento de Francia y no en Inglaterra, do las materias de religión cogen el primero y principal lugar forzosamente. Lo segundo, cuán presto está el rey nuestro señor de conservar las paces y amistad comenzada, en cuanto su real y católica honra lo pueda sufrir, sin nota y detrimento grande, apuntándole cortésmente, que el ser protestante y no católico todavía se podía mejor compadecer con eso; pero el justo nombre de perseguidor de la Iglesia católica viene a ser durísima cosa en este caso, y, por lo menos, él debe templarse en eso en la mayor parte. Lo tercero, que, conforme a uno de los capítulos de las paces (presupongo que sea así como he oído que es), en que después de cinco años debía entregar el rey nuestro señor las fuerzas de Holanda, que tuvo por empeño de la reina vieja difunta, pagándole Su Majestad millón y medio, se las entregue, pues son pasados más de seis años o siete. Éste, fue mi discurso, y no quería yo tratar dél con nadie.

3. Ahora, últimamente los holandeses les han hecho acordar de esto.

Del casamiento ya dije a vuestra señoría que había entendido de buena parte, que deseaban pidiese el marqués a esta infanta, para vengarse en responder de no, y que ya estaba casada; como en España, se respondió a ellos de la infanta nuestra señora.

4. Este Consejo está dividido y lleno de confusión y soberbia. Los cismáticos, que en su corazón son católicos, se inclinan a que, si nuestro rey quiere casarse con esta madama Isabel Gracia, se la den, por una delgada esperanza de que este miserable rey se amansará algo con los católicos; y esto es locura, anteponer un pintado consuelo suyo a la católica y altísima honra del rey nuestro señor y causa de la santa Iglesia, para lo cual no puede ser bueno tal casamiento, sino un grande y notable mal; porque en materia de religión no se puede fiar de palabra ni honor de herejes, que no le tienen. Los que son de corazón herejes por la vía contraria, con su increíble soberbia, no pueden tragar humillarse, y contradicen, pensando se humillan donde se honran; y que no se debe hacer este casamiento ni dar a torcer su brazo al español, aun en tan poca cosa como ellos mismos piensan, que el rey nuestro señor les pedirá en este casamiento, que, según dicen, no será más de que este rey ofrezca de palabra, a la ligera, de que templará algo la persecución de la religión católica. Mucho menor es la parte de los cismáticos en el Consejo que la de los herejes, y el rey herejísimo. Y hace él lo que quiere; y los cismáticos, tan dejados de Dios, y de tan mala conciencia, que espanta.

5. Hase muerto ahora el tesorero Cecilio, que hará gran falta al diablo, sin duda, y este rey ha quedado sin un hombre el más lleno de invenciones y trazas diabólicas que había en todo el reino. Díceme persona grave que había dado su palabra al rey de deshacer los casamientos de España y Francia, sin duda alguna.

6. Al marqués de Flores está bien que él sea muerto, porque era uno de los que sentían mucho lo que ellos dicen ha hecho contra ellos y dicho en España, y propio para urdirle algún peligro; aunque, para esto, una o dos personas quedan muy de su humor y habilidad de él.

7. Dicen aquí que el de Saboya hace grandes honras y favores al embajador inglés que está allá. Si todavía pretende a la ladi Isabel Gras, Dios le dé lo que le convenga, que buen recaudo tendrá con ella: guárdese no le salga a los ojos o a la frente. Es intolerable la libertad con que se crían los herejes, y ella no menos que la que más: ¡qué cosa para España! Pues ya para el rey de ella, horrendo caso. Todos estos tocan tanto al rey nuestro señor y a la santa Iglesia, que vienen a ser para mí más propios, millares de veces, que mi misma honra y vida.

Pésame que el de Saboya muestre flaqueza. Si los príncipes cristianos, o por lo menos nuestro rey y el de Francia quieren mostrar dientes a este rey y Estado, haránlos temblar, porque están pobrísimos, cada día más, y desarmados: cuando allá ablandan, acá crece la soberbia.

8. Muchísimo sería mi contento, y consuelo de ver a vuestra señoría. Espero que vuestra señoría lo procurará disfrazadamente, si puede; pero sobre todo deseo su salud y seguridad. Mire vuestra señoría si convendrá avisar de alguna de estas cosas al señor don Pedro, antes que entre en Inglaterra. Mucho habrá menester guardarse de que no le den alguna ponzoña, que si no le matare luego, le mate ya ido. Nuestro Señor le libre, y guarde a vuestra señoría, como yo deseo. Amén. Y asista en todo a vuestra señoría para su santísima gloria y contentamiento.

De Londres, a 29 de junio de 1612.

9. Vuestra señoría se sirva quemar luego ésta. Ya vuestra señoría conoce mi letra; no se usa mucho acá poner firma en algunas cartas.

Creo que vuestra señoría me hará merced de que seña las nuevas que hubiere de mi prima. Dios la guarde.

L.

A don Rodrigo de Calderón, que Dios guarde felicísimos años, etc.




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- 142 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, julio de 1612.

Jhs.

1. Impedidos de razones de Estado, quedamos sin vernos vuestra señoría y yo; vuestra señoría de las de la tierra; yo de las del cielo; en esto le llevo ventaja, como creo que también en el deseo de verle, que merece vuestra señoría mejor. Aseguro a vuestra señoría que no se me permite ni aun sólo imaginarme de la otra parte del mar; y si mi pensamiento lo intenta, lo vuelven atrás con durísimas sofrenadas. No creo que bastara menor causa a detenerme. Habráme valido el llegar Nuestro Señor a vuestra señoría tan cerca y tornarle a apartar sin que le vea, que pueda ofrecerle eso más, con esta cruz de mi perseverancia en Inglaterra, con que estoy estrechamente abrazada, y me parece siempre ser tan grande, que desde la tierra llega a tocar en el cielo. Y hasta aquí, señor, muy cierta de la voluntad de Dios, por las reglas más claras y seguras que nos da para entender la santa Iglesia católica, no oso buscar razones para mi ida, prometo a vuestra señoría, por no lastimar tanto a mi inferior parte y propio amor, que ama demasiado el trocar esta vida por la de España.

2. El ofrecimiento que vuestra señoría me hace de su casa y monesterio de Porta-Celi, pague Dios a vuestra señoría con una colmadísima bendición de bienes que caiga sobre entrambos.

En cualquier tiempo en que Nuestro Señor se sirviere de que yo salga de Inglaterra, me sería de notable consuelo y gusto ir a Porta-Celi y servir a las religiosas dél, con mucho deseo y celo de que fuese el más grave y santo del mundo. Espero que vuestra señoría procurará esto, con la virtud y entendimiento que Nuestro Señor le ha dado, y recibiré grandísima merced en saber el estado en que se va poniendo.

3. Si yo fuere mártir y se pudiere recoger mi cuerpo, vuestra señoría le ponga do fuere servido, dando alguna parte al Noviciado de la Compañía de Jesús inglés, que está en Lovaina. Fundóse de la pobre renta que les dejé, y es el primero que jamás ha habido de esa nación. No siendo mártir, no merezco entierro; he correspondido a infinitas misericordias de Dios muy extraordinarias, lo más miserablemente que se puede imaginar, y no llevo talle de tal mejoría, que se deba cuidar de mi entierro.

4. Suponiendo constancia en quien ama a vuestra señoría, como la ha demostrado siempre, lo mejor sería ir a Alemania, do calificase más su experiencia y persona de vuestra señoría.

¿Qué cosa más justa puede haber, en su género, que dar a vuestra señoría ayuda de costa y deseársela? El gran gasto de su jornada es manifiesto. Ésto se encomendará a Dios, con lo demás que vuestra señoría manda.

5. La gran amistad y amor que vuestra señoría me muestra en querer sepa el estado en que están las cosas que a vuestra señoría tocan, estimo y pongo, sobre mi cabeza; en esto se descubre gran piedad y nobleza de corazón, que puede ser paga de la merced que me hace, demás de la inmensamente felice que para vuestra señoría espero en la vida eterna; y quedo con esa obligación más, de servirle con mis pobres oraciones y las de los santos amigos.

Lo que toca a volver o no, vuestra señoría a su puesto, es (como dice) el negocio más importante que se le puede ofrecer; mucho se debe encomendar a Nuestro Señor. Hase hecho estos días y haráse hasta el último con todo cuidado. Para alma y cuerpo le ha estado bien a vuestra señoría el haberse desasido de palacio en la forma que lo ha hecho vuestra señoría; gracias sean dadas a Dios.

El quedarse vuestra señoría en su casa, quieto y libre de las emulaciones y zancadillas de sus enemigos y contrarios, parece la cosa mejor que puede ser para vuestra señoría, en caso que no se atraviese más gloria de Dios en el volver a palacio: examine esto bien vuestra señoría, le suplico; y si ésa le vuelve, no tema; que Dios le sacará bien de todo; témale vuestra señoría a Él y afiérrese con su divina gracia y amistad, y quedarán confusos los que le quieren mal. Fuera de lo que por mí misma he colegido de vuestra señoría, me afirman personas a quien debo dar crédito, que ninguna se sabe ahora que pueda henchir su vacío de vuestra señoría ni satisfacer a las obligaciones de su ocupación y servicio de el rey nuestro señor, tan fiel y virtuosamente como vuestra señoría. Y que esto sea de suma importancia para el bien público y gloria de Dios, no hay que dudar. Por una razón general, que suele correr casi en los más, es bueno el huir semejantes puestos; pero, pues algunos los han de ocupar, infinito conviene que sean los de más conocida y experimentada virtud y rectitud y buena conciencia.

A las personas que han encomendado esto a Nuestro Señor, hasta ahora les parece que vuestra señoría debe volver a su ocupación, si se lo ofrece el rey nuestro señor o el duque, sin hacer dificultad.

Vuestra señoría toca no más que leyes de agradecimiento con el duque: téngale vuestra señoría en hora buena, pues es tan justo; mas sea eso y lo a que se resolviere retificando su intención, a fin no menos alto que el de el amor de Dios, gusto suyo, gloria suya; Su Majestad divina es en extremo amigo de agradecidos. Ya sabe vuestra señoría que ninguna cosa es meritoria sin este fin: sin él todo se pierde, por más bueno y justo que sea; gran sabiduría es llevar de ello cuidado en todas las cosas.

Volviendo, vuestra señoría a palacio, será necesario no menor circunspeción y vigilancia, en cuanto le pueden oponer sus contrarios, de la que vuestra señoría sabe.

6. A mi prima y señora guarde Dios; por las nuevas de su mejoría doy a Dios gracias. Los hijos suelen ser más dificultosos de remediar que las hijas, a quien sobra nobleza; y si Nuestro Señor les guarda a su padre, no les faltará dinero; y creo que vuestra señoría no estorbará el ser esposa de Cristo a la que lo quisiere.

Mi prima, creo yo cierto debe a vuestra señoría tanto como la persona del mundo que más ha debido a su marido. No me es nuevo lo que vuestra señoría hace con su madre, sabiendo lo que todos sus deudos debemos a vuestra señoría. Vuestra señoría nos ha dado ya muy grandes limosnas. Si el rey nuestro señor se sirve de acrecentar algo a la que nos hace cada mes, con seguridad de cobranza, será gran descanso para nuestra casa, en el poco con que se pasa en esta selva de fieras, y vuestra señoría hará harta limosna de nuevo en suplicárselo a Su Majestad y al duque. Las deudas de vuestra señoría son muy grandes; pero creo que vuestra señoría dispone y ordena todo con tanto concierto y prudencia, que no le harán los daños y cargo que a otros hicieron. Allá hay tantas obras arrimadas a honra y consuelo presente que aprietan cada hora, que, como en otra dije, me espanta que vuestra señoría cuide tanto de las de acá; ¿qué puede causarlo, sino meramente caridad? Vuestra señoría verá qué puede hacer por Dios aquí, sin faltar a lo que Él quiere de vuestra señoría allá. Yo ofrezco a vuestra señoría de hacer en su nombre gran parte de las obras que veo son de notable importancia en sus divinos ojos; y ¡qué tales las hay!

7. Haré lo que vuestra señoría manda de irle recogiendo lindas reliquias; aquí le tengo una caja extremada de ellas; no pueden ir hasta ver si se conservan con carne y todo enteras; estábanlo muchos días después de el de su muerte. Dicen es necesario no removerlos ni que los toque aire para que se conserven, hasta que pase el tiempo, en que se pueden corromper.

8. Cuando hubiere más mártires, holgaría tener con qué cogerlos de las manos de los herejes y preservar los cuerpos. Por ventura, querrá tener alguna parte en esto su excelencia el duque. Cuando topo amigos, lo primero no cuesta sino darles de las mismas reliquias. Lo segundo costó quinientos reales o seiscientos en todo.

9. Escribiendo ésta me dan la de vuestra señoría de 9 de julio, vuelto ya de Colonia. Gracias a Dios que se ha servido dar a vuestra señoría tanta devoción: con las reliquias de sus santos, en su divino acatamiento preciosas.

10. He recibido el duplicado de vuestra señoría y su original, porque beso las manos a vuestra señoría muchas veces; todo se va asentando a la cuenta de las cosas eternas: yo no soy más que una pobrísima peregrina.

11. El marqués está bueno; cosa rara ha sido tornarle a ver acá. Deseo verle salido de tan mala tierra, aunque sea con pérdida del consuelo de su presencia.

Sentido he, ver partir a mi hermano más de lo que pensé. Nunca acabo de morir a mí mesma. Encomiéndosele a vuestra señoría, a quien Nuestro Señor guarde como se lo suplico. Amén. Y asista a vuestra señoría en todo como es menester.

De Londres, a julio de 1612.

12. Mi hermano lleva un relicario a vuestra señoría para entre tanto que van las otras; y enviaré la relación de entrambos últimos mártires, que es buena.

No tengo tiempo de leer lo que he escrito aquí; perdone vuestra señoría las faltas que hallare.

Luisa.




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- 143 -

Al padre Cresvelo. S. I.


Londres, 3 de agosto de 1612.

Jhs.

1. El marqués ha llegado muy bueno, y hallado lo de acá todo en extremo tan malo, como dirá. El rey le mostró rostro alegre, y la reina y sus hijos; los corazones parece están diferentes. Despacha ahora a Rivas, y dice le ha de esperar aquí; y pésame de que mi salud me fatiga estos días tanto, que no puedo con él decir a vuestra merced todo lo que deseo.

2. Ya sabe de la constancia de lord Vaux, que, es admirable, y de la de su buena madre. Hay gran cantidad de presos por la fe, legos y sacerdotes, en la prisión de Newgat, escura y de malísimo olor; habrá más de cincuenta; algunos, condenados ya a cárcel perpetua y perdimiento de todos sus bienes, por no tomar el juramento de fidelidad. Cuatro padres de la Compañía están presos en Londres. Cecilio, ya desengañado de las dudas de fe con que murió; ¡miserable dél! Buen cuidado se nos quitó con su muerte, en lo que tocaba a peligro del marqués de Flores. Gran instrumento ha perdido el diablo para maquinar cosas exquisitas.

3. Todos están suspensos sobre la venida del marqués, y más, con verle tardar en volver. Lo que saben y ven della no tiene tomo, como ellos dicen; y así, hacen mil otros discursos católicos y herejes.

Yo nunca temí que el rey dejaría de estar de buen semblante con el marqués, porque le ha tenido siempre. Dicen que, después de haberse despedido de él, quedó muy triste todo el día entero.

4. Están buenos todos los padres. Con las cartas que escribimos de acá, es necesario tener gran cuenta, que no faltan nunca espías, y de aun entre los que parecen buenos. Y mándeles vuestra merced en Valladolid que no se olviden de los peligros en que acá se vive, de modo que los mozos de la casa sepan lo que se les escribe. El zapatero ha venido a buscar a la mía al señor Blacfán; y dice que oyó una carta del mismo, que escribió a uno de los de aquel colegio, diciendo que no tuvo en Inglaterra donde arrimar su cabeza, ni halló para descansar y vivir otro lugar que sólo mi casa. Mire vuestra merced qué buen recaudo escribir tan claro, y peor publicallo allá. Pues ya no está conmigo, sino en otra ocupación y parte.

¡Lo que hay que decir, si yo tuviese salud! Procure vuestra merced que el señor don Diego, Sarmiento traiga religiosos de ejemplo: no enfermos y flacos, que todo se los vaya en cura y cama, sin decir casi misa en muchos días; pocos en la semana.

3. Su hermana del míster Jacobo Barduel está conmigo; es virtuosísima. Yo la quiero mucho, que lo que le falta de buena disposición, que es lisiadísima de cuerpo, le ha dado Dios de buena condición. Tiene una rentica con que pasar, que su hermano dejó en poder de gente que él se fió; pero ahora no le quieren dar nada a ella, diciendo que ellos no saben que sea suyo, sino de su hermano; y así, es necesario que él escriba y envíe papeles bastantes, para que ellos le den a ella lo que le toca; en otra manera no lo harán. Vuestra merced nos haga merced de escribírselo luego; y, si es posible, enviar estos recaudos con Rivas, y si no, con el señor don Diego o el primero que venga de allá aquí o a Flandes: pueden ser duplicados; harános gran falta, si no se hace.

4. Tenemos necesidad de una docena de libritos de los de Equio, declarados por el padre Jiménez, y que Rivas nos traiga de ellos los que pueda, pues son tan chicos. Trujo el licenciado Pardo cuatro o más catecismos de Belarmino; poco aprovechan acá tales libros en español, porque los que le entienden no han menester catecismo, y en latín y en inglés, los hay hartos por acá. Cosas curiosas de espíritu y devoción, aunque no sean en inglés ni latín, hay quien los estima y entiende.

5. Unas faltriqueras de cuero morado nos envíe vuestra merced en todo caso; y no piense es impertinencia pedirlas, que no hay tiempo de darle la razón dello.

6. Rivas se ha ido deteniendo, y así he podido escribir al cardenal, mi tío, de quien me trujo carta muy favorable y cien ducados el marqués. También escribo a mi prima, y de aquí a mañana veré lo más que en esto me deja hacer mi salud.

7. Rivas viene por las cartas ya. Nuestro Señor guarde a vuestra merced como deseo. Amén. Pésame mucho de no poder escribir al padre Espinosa; dígame vuestra merced de su salud y de la del padre Bartolomé Pérez, cuyas manos beso muchas veces. Escribiré a su merced con la primera posta; y ahora, si me es posible.

De Londres, a 5 de agosto 1612.




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- 144 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 3 de agosto de 1612.

Jhs.

1. He recibido la de vuestra señoría de 24 de julio, y bien veo yo que vuestra señoría no sabe lo que me lastima esto de no verle estando tan cerca, pues, por hacerme merced, renueva esta memoria tanto.

Sabe Nuestro Señor que, con no menos afirmación quiero decirlo, que sólo por él me hubiera quedado sin pasar de la otra parte del mar a sólo eso; y que me ha causado mucho dolor, que yo he ofrecido a su divina Majestad esta última carta en que vuestra señoría encarece lo que desea verme.

Soy terrible, señor, en materia de amar a quien lo merece tanto, y lo debo por beneficios tales, que son por entrambas razones cadenas fortísimas que me tienen y cautivan. No sé, cierto, señor, qué es lo que yo no haría por vuestra señoría; crea que hago y haré cuanto pueda en mis pobres oraciones; y Dios es tan rico de misericordia, que espero mirará a vuestra señoría con la que yo deseo.

Él sea bendito por la salud con que quedaba mi prima. Heme alegrado lo que vuestra señoría puede pensar.

2. Mi hermano deseaba yo estuviese sirviendo ahí a vuestra señoría, y que lo acierte a hacer muchísimo, por mí y por sí; espántome que no era llegado. Si lo es, como espero, habrá visto vuestra señoría, mi respuesta y reliquias, y sabido se las tengo lindísimas aquí, las cuales guardaré y enviaré a vuestra señoría con mucho cuidado.

3. El marqués llegó y está bueno, y debe decir a vuestra señoría lo que se puede de los negocios.

4. Yo no he escrito a vuestra señoría desde que lo hice con mi hermano, porque he estado muy fatigada de un gran dolor y calentura, que antiyer no fue pequeña, y me ha descaecido mucho; y ya, ayudada del favor de Nuestro Señor, mi complexión, que no es muy mala, se ha defendido y ayudado grandemente, como suele, y he podido escribir hoy dos cartas: a vuestra señoría y a la duquesa de Peñaranda, en respuesta de una suya dulcísima. No sé si sabe vuestra señoría lo que yo le debo y la amo. Quiso en todo caso el marqués que la escribiese con Rivas.

5. Suplico a vuestra señoría diga a mi hermano que le beso las manos y que no me es posible escribirle con este correo, como ni cansar a vuestra señoría, aunque quiera, en ésta más, porque me dicen ahora que, si no la envío dentro de media hora, se quedará acá.

Nuestro Señor guarde a vuestra señoría, y sea su guía, luz y amparo en todo, amén, como se lo suplico siempre.

De Londres, a 3 de agosto de 1612.

Luisa.

A don Rodrigo Calderón, mi primo y señor, que Dios guarde felicísimos años, etcétera.




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- 145 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 5 de agosto de 1612.

Jhs.

1. Habiendo escrito a vuestra señoría con la posta ordinaria que partió ayer, me dice Rivas hoy que va a vuestra señoría, pidiendo tan de veras que le escriba, como si no fuera del contento mío que es. No lo sabía él, pero yo se lo he dicho. En extremo me alegra quienquiera que muestre querer bien a vuestra señoría que conoce de él lo que es razón. Y paréceme, cierto, que en esto me muevo tanto por lo que tiene en sí de justicia como por lo que amo y debo a vuestra señoría; deséole la perseverancia y augmento, que es gran don de Dios, y tan propio de nuestra flaqueza caer fácilmente, como vuestra señoría sabe.

2. Hame caído en suerte haber sido y ser los que más bien quiero notablemente discretos; y, como serlo es tan linda disposición para amar mucho a Dios, y querría yo para Su Majestad lo mejor y para ellos lo mejor, que consiste en una mesma cosa, no puede haber mayor dolor para mí que lo que los aparta de ese bien y felicidad suma, ni mayor gozo que lo que más los allega y estrecha con ella. Y en esto, señor, insto yo y aprieto en mis pobres oraciones; y deseo llegar a tanto favor y privanza con vuestra señoría, que sepa yo de las suyas y qué devociones usa vuestra señoría, especialmente después que tiene algún más tiempo suyo que solía; que la oración es armas dobladísimas y pertrechos fuertes contra los enemigos visibles y invisibles.

3. Mi hermano me dijo que vuestra señoría ni juega ni jura; y que se llega a menudo a los sacramentos, perenales y abundantísimas fuentes de gracia, para quien lo hace con la debida disposición, que es el dolor y propósito de no pecar, que está en nuestra mano, y procurarle hasta que Nuestro Señor se incline y dé lo que falta.

4. Grandes servicios puede vuestra señoría hacer a Su Majestad divina en sus ocupaciones, teniendo mucho celo de religión católica, del honor y privilegios de las iglesias, y del amparo y favor de religiosos y pobres. ¡Cuánta falta suele haber en el mundo, de personajes que se den a estas cosas, y qué ramalazos y castigos suele Dios descargar sobre el Estado, cuando las razones de Estado, llenas de ciega prudencia humana, se prefieren a las de la mayor gloria de Dios y bien de su Iglesia! Tememos confiar de Él, y con menor prontitud y mayor temor lo hacemos que de un hombre, criatura suya, cuando le vemos poderoso y amigo. Heredamos una inclinación alevosa del pecado de nuestro primer padre, con un Dios infinitamente dulce y favorable.

5. El marqués está bueno; pasa no sin peligro, a mi parecer; Dios le defienda; aunque les puede ser grandísimo freno el temor del rey nuestro señor. Tiénelos la herejía y total posesión del diablo hechos bestias fieras. Están con grandes celos o jelosías, que ellos dicen, de la venida del marqués.

Más, pensaba decir a vuestra señoría; pero llegan a pedirme ésta con gran priesa.

6. Guarde Nuestro Señor a vuestra señoría, como se lo suplico. Amén. Y ampárele siempre en todo, y tráiganos de mi prima y sus hijos las nuevas que deseo.

De Londres, a 5 de agosto 1612.

Heme atrevido a la inglesa, que siempre llaman y escriben «primo» al marido de las primas.

A mi hermano no he de poder escribir con éste. Querría se acordase de los breviarios, y que vuestra señoría me haga merced de darle mis besamanos.

Luisa.




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- 146 -

A don Rodrigo Calderón


Londres,30 de agosto de 1612.

Jhs.

1. He recibido las de vuestra señoría de 4 y 6 de este mes, y quiero decir lo primero, que holgué muchísimo saber que sus afectos y discursos de vuestra señoría hayan llegado a adornarse con aquella devoción que vuestra señoría llama flojedad. Si llegásemos, con mucha luz, a descubrir qué hizo Dios en morir por el hombre, poca dificultad sentiríamos en morir por Él. Y, en verdad, señor, que en lo poco que se puede hacer por Su Majestad divina en la limitada cortedad de ser criatura, no se debería dejar nada por hacer, viendo la inmensidad de un tal Criador, totalmente empleada en el amor y mayor bien de ellas. Y cuando eso fuese así, qué habríamos hecho, sino nuestro propio negocio? Y es fuerza quedar siempre infinitamente alcanzados de cuenta con Él. ¿Y quién podrá haber que piense que ha hecho algo por Dios, si está en su juicio? Esto le suplico yo cuanto puedo, que dé a vuestra señoría perfecto conocimiento de la riqueza y suma felicidad que se encierra en el cumplimiento de su voluntad santísima en la tierra como en el cielo. Ésto entiendo que es no provocalla con nuestros pecados a permisiones, dejándola en su pura y infinita misericordia, como en el cielo y en la tierra lo es, y la más verdadera gloria que en él y ella puede haber. ¡Bienaventurada el alma que tiene empleado su gusto y deseo en este tesoro! En fin, Él nos ama con una bondad infinita, y nosotros con la finita y limitada, sujeta a ceguedad y engaño. Cuando leo tantas veces en las de vuestra señoría: «¡Hágase la voluntad de Dios!», me alegro en extremo; y más, cuando me pide vuestra señoría que pida esto a su soberana grandeza, y creo que lo hace de todo corazón. En las palabras, a lo menos, no hay más que pedir. Lindísimamente lo dice vuestra señoría; y es muy dulce petición para mí, y la obra de mayor justicia y más debida a Dios que se puede imaginar; y derechísimo camino de la felicidad de vuestra señoría, eterna y temporal. Si el hijo y fiel siervo ha de saber usar del cuchillo de oro y diamantes, se le dejará; y si se hubiese de atravesar el corazón con él, ¿para qué se le ha de dejar? Espero en Su Majestad que me ha de hacer merced, por quien es, de tener con muy especial providencia amparado a vuestra señoría.

2. En estas cosas deseo que vuestra señoría se ejercite mucho, pasando muy adelante en ellas. La primera, no hacer cosa que crea ser pecado mortal por cielo ni tierra, y si cayere, confesarse con toda presteza. La segunda, andar con el posible cuidado de humillar su corazón delante Dios, y de reconocer sus beneficios y misericordia en lo menos y en lo más, continuamente. La tercera, lo que he dicho de la voluntad de Dios. La cuarta, que se esfuerce vuestra señoría a perdonar de todo corazón sus enemigos y a desearles la vida eterna; y en ésta, ningún mal por lo menos. Si vuestra señoría ama de veras a Dios, el amor puede mucho; y porque Él se alegra de eso y lo quiere, lo hará vuestra señoría más fácilmente que por otro ningún motivo. No tenga vuestra señoría por pequeño beneficio de su alma haber tenido enemigos en el camino de ventajas y prosperidad; que, si se sabe usar de ellos, fe dan la vida y hacen vivir con grande cuidado y circunspeción. Y como Dios recibe gusto, está a la mira, y no hay qué temer. Viejas y sabidas razones parecen todas estas; pero tienen tanto meollo y sustancia tan dulce cuando se cascan y quiebran bien, que, se halla lo apacible y gustoso de la novedad; y nuevo amor, nuevo gozo y conforte en Dios, y ánimo para seguir lo mejor con desengaño del mundo.

3. Si vuestra señoría procura atención en sus devociones vocales, será buena meditación; y no sé cómo se puede vivir, y más en mundo tan malo, sin este recurso a Dios. «Llegaos a Él y recibid luz, y no serán confundidos vuestros rostros», dice un hombre espiritualísimo y ocupadísimo en negocios de Estado terreno. Con la luz, ve uno dónde pone el pie y a qué extiende la mano; que debe escoger, de qué se debe recelar y guardar; y esta luz produce por fruto no ser confundido, que es una victoria y señorío que da y en que pone esta luz de Dios recibida en la buena oración y meditación, y en los sacramentos; que no solamente alumbra, pero arma y esfuerza, y tiene otros mil importantes efectos que Dios ha puesto en ella. Fíese de Dios vuestra señoría; fíese de Él, y todo le saldrá bien; que le somos en esto tan infieles, como en otra cualquiera cosa. Tememos arrojarnos en sus brazos, en su disposición y voluntad dulcísima; y a veces tanto, como de una torre abajo, si no vemos medios de amigos al lado, y otros arrimos de criaturas en que descansa nuestro infiel corazón, más que en Él. En fin, «generación perversa, y hijos infieles», decía Moisés, por su gente. Y si eso no viene tan bien a nosotros, véalo cada uno, y a cuantos hijos de Adán ha habido, excepto poquísimos en una u otra generación y edad del mundo.

4. Lindísima parece que será la fundación de Porta-Celi; prospérela Dios. Muy combatido será el patrón siempre con ruegos, por la cudicia de entrar sin dote, o por las muchas que no le tendrán, deseando ser monjas con pocas buenas partes para la religión; y hartas, por sólo acomodarse en lo temporal y vivir quietamente. Con que se suele henchir un monesterio de gente de flaquísima virtud y espíritu y de poca edificación y importancia. Vuestra señoría verá, con el consejo de personas muy espirituales y sabias, cómo se haya de prevenir.

Y porque sobreviniendo las últimas de vuestra señoría, con la que el marqués me mostró, y faltándome salud y tiempo, deseo tomarle para lo que más deseo, me habrá de perdonar vuestra señoría si ahora dejo sin respuesta algunas cosas.

5. Muy buen amigo y muy llano se muestra vuestra señoría del marqués en aquella carta: ya se lo dije yo a él. Parécele que vuestra señoría se debría ir luego a España, pues el duque lo quiere, y aunque no lo dijera tan claro; y yo pienso lo mesmo, porque es tan poco cudicioso y sediento, y tan desasido y honrado se mostrará vuestra señoría desde cerca como desde lejos, y mucho más yendo a ver al duque (Dios le guarde) y ofrecerse a él en cualquier modo que su excelencia haya menester a vuestra señoría, para su consuelo, regalo y servicio meramente, sin mezcla de otro algún negocio o pretensión de oficios ni puestos de palacio. Y si no lo aceptare, que sepa de vuestra señoría por certísimo, que le tendrá tan presto en donde quiera, todo lo que le durare la vida, con el amor posible, como creo yo que vuestra señoría se le tiene, y que lo conoce y sentiría verle retirar a su casa lo cual redundaría en su mayor honra de vuestra señoría, o dejándole en ella o tornándole a sacar. Y ahora parece que vuestra señoría se podría detener sólo lo que bastase para, muy de paso, ver a Holanda, si está segura, y no sé por qué no a Inglaterra, viniendo disfrazado, aunque lo entiendan algunos. Hasta la mar llegara yo, aunque fueran muchísimas leguas, por ver a vuestra señoría; y no pasarla, sabe ya vuestra señoría por qué. Don Alonso vive fuera de Londres, y el marqués en la casa dél, do vuestra señoría tendría muy conveniente acogida, y sin nota, porque está solísimo.

6. De las cosas que vuestra señoría pretendía, la que menos le importa es la ida a Alemania; y la que más, el título. Ahí verá lo que debe a Dios y es favor que él nos escoja; y que tome y deje lo que gusta; y cuando hubiera vuestra señoría de hacerlo, escogiera el título. Para la ayuda de costa, quizá sirviera el detenerse por esas tierras, aunque en esa manera o otra saque más provecho yéndose. Y mire vuestra señoría que está demasiado lejos de los que le aman; acérqueseles, si no hay más de lo que dice en contra de su vida.

7. Muy discreta está mi prima en no querer salir de España; y en su edad es más grave cosa, y mas conveniente estarse en ella, y tan forzoso no desasirse del lado y compañía de su marido, cuanto lo puede ser, si no es que hubiera cosa fuera de España de tanta importancia y gloria de Dios, que obligara a romper las dificultades contrarias.

Lo de Venecia no me contentaba, cierto. En fin, sin Dios en nada se acierta: acudamos a Él. Hágolo yo por vuestra señoría como por mi mesma, y procuro que lo hagan otros, como me lo manda; y escribiré a mi prima (que harta ocasión hay en lo del título y ausencia de vuestra señoría) la semana que viene; que esta noche no puedo pasar adelante, ni desde que vino mi hermano no he podido responder a una carta con que me hizo merced la madre Ana, siendo cosa que yo tanto estimo. Dígaselo vuestra señoría, le suplico; y a la madre Beatriz, a quien no he dado nuevas de su tío, por la misma causa, deseándolo muchísimo; y con mi hermano, ya ve vuestra señoría si yo le he escrito, aunque en pocos ringlones, y a las once de la noche. Querría hacerlo con ésta, porque está afligido, según me escribe. Yo he sido de delicadísimo honor en cosas de mundo, y así las prevenía cuidadosamente. Mi hermano no ha hecho tanto caso de cansarse en eso, y suele topar consejos nocivos; en el caso presente lo fue, lo que dice que impide su negocio; y si se fuera a do se había de ir, era brevísimo y llano, por lo menos tanto como en el hermano y hijo de la de Mondéjar lo ha sido. Harto es que en Madrid no toparon lenguas, amigas de dañar a tuerto o derecho. Yo dejé estas cosas; y así, no me conviene tornar a ellas, ni vivir a más que a sólo Dios. Por lo que toca a la aflicción de mi hermano, suplico a vuestra señoría le ampare en este caso lo que pudiere.

8. De embajador nuevo no vemos memoria. Rivas podrá ser que traiga nuevas. Deseo infinito que sus capellanes sean personas de espíritu y edificación y conveniente salud. Es cosa terrible venir religiosos aquí a sólo curarse; y estar en la cama y esforzarse con regalitos y otros pasatiempos no concordables a su profesión; y sin decir misa casi en toda la semana, si no es de cuando en cuando. Parece que descalzos se conservarán en más devoción. Los padres de la Compañía ni de Santo Domingo, no parece conviene por privadas razones. Secretario clérigo, da mucho que decir a los herejes y católicos, por parecerles muy mal que trate de negocios tales, y de llegarse al altar, todo junto; y los herejes se retiran, y tratan de mala gana con él, por la gran aversión y odio que tienen a los sacerdotes católicos. Él de don Alonso ha pasado en esto su cierto trabajo; y en cuanto a su misa ha sido muy puntual en decirla cada día muy bien, con modestia y devoción. Ha tenido a él y a dos padres Mínimos, que son idos con su hermana y hijos a Dover o Dobla.

9. Buen servicio hace el marqués al rey nuestro señor en estar aquí, do los halla a todos como enemigos rebelados, brutos y montaraces, sin muestra de amor ni de cortesía la menor del mundo, retirado en su casa, temido como quien viniera a hacerles gran daño. Él no está sin grande peligro ahora en esta tierra: discurren varia y extrañamente en su estada. A mi me admira, no entendiendo qué importancia tenga, pues darles cuenta de los casamientos, no lo deseaban, antes, se provocan a ira con ello. Ya no se habla en que vino a lo de las plazas de Holanda. Si el rey nuestro señor espera tenerlas sin pagar nada, lo mejor será.

Con esto acabo, y suplico a Dios guarde a vuestra señoría y se sirva traerme siempre, de vuestra señoría y su casa, las nuevas que deseo. Amén.

De Londres, a 30 de agosto 1612.

10. No será necesario poner firma. Bruselas y Duay están llenos de espías de aquí; y Madrid también.

A don Rodrigo Calderón, conde de la Oliva, que Nuestro Señor guarde muchos años, etc.




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A don Rodrigo Calderón


Londres, 19 de septiembre de 1612.

Jhs.

1. Con la de 23 de septiembre recibí la merced que siempre recibo con todas las de vuestra señoría; y con la licencia del marqués, holgado muchísimo, por lo que le importa salir de aquí; y vuestra señoría gusto de llevar su buena compañía. Es propio para este gente, y la rebeldía y desorden que la ha hallado tal, que ha sido muy corto el tiempo para reducirla a más razón y blandura, y haber estado el rey ausente en su progreso, acabó de cerrar la puerta al bien que pudiera hacerse. En su recibimiento han cercenado demasiado; rostro a rostro, le han mostrado favor, porque el rey le teme, y el marqués, usado con ellos todo el valor y buen término que se puede desear, con lo cual ha ido templando el deshonorcillo que su estada y venida aquí ha causado a España en la opinión destas gentes bárbaras, que se juntan aquí de varias naciones y escoria dellas. Nadie conoce la gran caridad del rey nuestro señor en este caso; ni el de Inglaterra y los suyos el valor, cortesía y merced desta embajada. Ha sido echar margaritas a puercos, y héchome acordar de cuando está Dios esperando a la puerta del pecador, y él le da con ella en los ojos.

2. La unión con Francia y elección de Emperador católico y tan amigo sube de punto su frenesí, y no saben qué hacerse. En fin, se han ido rindiendo un poco a dar gusto al marqués a la partida, como por vía de violencia, y será gran triunfo salir con sus clérigos, sin la condición que pusieron por torcedor. El marqués dará a vuestra señoría cuenta de todo.

3. Cierto, es menester embajador de entedimiento y bríos, o no tener paces. Por amor de Dios, que vuestra señoría procure, cuanto pudiere, con el que viene, que traiga religiosos que no desedifiquen; sin salud para decir misa y estar un rato delante del Santísimo Sacramento, y con fuerzas para jugar largo a los naipes y ver danzas y máscaras de palacio noches enteras, vistiendo seda y terciopelo, con desedificación de los católicos y risa de los herejes, que saben que son religiosos y traen pública profesión de eso.

4. Pague Dios a vuestra señoría el cuidado que tiene de mí. No he pasado ningún trabajo. Era sombra de él solamente. El seguir espías al marqués do quiera que iba, dicen hizo que se pegase a nuestro barrio del Spitile, y, por presumir lo peor, pusimos en salvo lo que podía dar mayor cuidado; y yo me vine, porque el marqués no tuviese tanto trabajo en hacerme merced de verme, y de cuando en cuando acudo allá, do están guardando la casa algunas de nuestras compañeras. La providencia de Nuestro Señor ha sido admirable con nosotras, prometo a vuestra señoría.

5. En extremo deseo ver a vuestra señoría vuelto a España. Si somos fieles a Nuestro Señor y sabemos confiar en Él, maravillas veremos. Caminemos, señor, con grandísimo aliento en su santísimo temor y amor, y no hay que temer al hombre. Así lo dijo uno, el más valiente y trabajadísimo, de sus émulos: «Et non timebo, quid faciat mihi homo». Vaya Dios con vuestra señoría y él le ampare y gobierne, amén. Y sea de vuestra señoría lo que fuere.

6. Desde que vuestra señoría parta de Flandes se hará muy particular oración por vuestra señoría, hasta saber como se asientan sus negocios. Cuando yo escribí a vuestra señoría, sin pensamiento de que dejaría su puesto, le dije que me parecía más fácil persuadir a vuestra señoría que en él fuese muy bueno, que a dejarle; y esto fue porque no pude inclinarme a que vuestra señoría debía salir de allí, aunque, por la mayor parte, es lo mejor retirarse del mundo y de las cortes. Y cuando vuestra señoría me avisó que dejaba a palacio, por sola esa razón general, me holgué solamente; y creo, cierto, que le ha estado bien a vuestra señoría esa retirada. Después acá se ha encomendado muy de veras a Nuestro Señor, y les parece a sus siervos que es servicio suyo que vuestra señoría vuelve; y esto concuerda bien con lo que oigo del gobierno y buen proceder de vuestra señoría, y me es de grande contento ver que el marqués ame tanto a vuestra señoría. Con él escribo a mi prima.

7. No quiero acabar ésta sin decir a vuestra señoría lo que acá escandaliza el mal ejemplo del duque de Saboya. Ha tratado y trata de casar a su hija con príncipe tan notable hereje como el de Inglaterra, sin acudir al Papa ni hacer caudal ni cuento de la Santa Iglesia Católica. Y pasa su maldad tan adelante, que no se ha hallado, en cuanto ha tratado de este negocio, una sola palabra que huela a buen cristiano y hombre católico, como los cismáticos que andan cerca del rey lo tienen notado. A todas las condiciones se rinde y allana, aunque aquesas sean casar a su hija a la herética, con un ministro calvinista y en iglesia dellos. Si la hija lo quiere también así, linda pieza debe de ser, para consuelo y esfuerzo de los católicos, que, por no hacer esto, pierden sus haciendas y sosiego y vidas. Tanta ocasión han dado a que los tengan por flacos en la fe, que dijo esta reina el otro día al embajador de Flandes, si sería protestante la hija del duque en estando acá. Bien puede ser que se le trueque el juicio muy fácilmente; y, por lo menos, que en lo exterior, por no enojar su marido, se muestre protestante, como la reina lo hace, habiendo sido más cuidadosa en su casamiento de su fe católica; pues, como ella dice ahora, fue expresa condición de que el rey no la había de molestar sobre esto, ni impedirla en ninguna vía, con ser hija y hermana de unos herejes; y la de Saboya, de antiguos católicos. Lo más que los tira a éstos a Saboya, es por el dinero que piensan dará el rey nuestro señor, para que tenga efecto. ¡Y qué metido tienen esto en la cabeza! Intolerable es su soberbia. No creeré yo que la integridad y pureza de fe de Su Majestad mezclará, en caso tan feo y tan contra el honor de la santa Iglesia, ni un solo escudo de su oro, pues antes merecen perder los que le han dado, y que Dios le castigue.

Su yerno parece que será buen instrumento para eso, porque, aun siendo tan mozo, tiene fama de vicios horrendos, y es soberbio y fuerte de condición.

Suplico a vuestra señoría por un solo Dios, que con grande celo lo represente al duque; y su excelencia espero hará lo mesmo al rey nuestro señor, que nos guarde Dios muchísimos años, amén. Y a vuestra señoría los que yo deseo en su santísima gracia.

De Londres, a 19 de octubre 1612.

8. Recibo ahora una, de primero de octubre, de vuestra señoría. Echábamoslas ya muy menos. No siento que el marqués se vaya, como he dicho, por lo que tiene de bueno para él, aunque para mí no lo sea. No creerá vuestra señoría con cuán fiel amor pago a mis amigos. Toda mi vida fue así, en hallando partes que le merezcan y virtud, que es la principal, y a mí obligada con buena voluntad; y más, si hay beneficios, amo tan de veras y tan hidalgamente, que poquísima entrada halla después en mi interés propio o respetos tales como él. Yo he deseado ver ido el marqués; por más consuelo que me causara hiciera lo mesmo; y esto téngalo vuestra señoría por dicho para sí.

9. Pésame en el alma que vuestra señoría no se hallase con la buena disposición que yo deseo: désela Dios a vuestra señoría, amén.

10. La piedra bezar me dió el marqués, aunque yo no le he pedido ninguna. Tengo terrible repugnancia a pedir, aun a los que más quiero. Así lo hacía con mi tío, que haya gloria, con serme más que padre. Agradezco a vuestra señoría esta merced. Ha cuadrado muchísimo siempre con la enfermedad de mi corazón esa medicina: tómola muy de ordinario, cuando le siento malo; y llega la providencia de Dios dulcísima, a que jamás he estado sin ella desde que vine, y con poco cuidado de procurarla.

11. No me ha escrito mi hermano esta vez, ni vuestra señoría me dice nada de una que yo escribí a vuestra señoría por vía de Dunquerque, con un pliego para él: no querría se hubiese perdido.

12. No me pesa que vuestra señoría me mande en todas que le encomiende a Dios, porque pienso nace de sola devoción y grande afecto, y no de duda que vuestra señoría tenga. En todas esas cosas se acuerde vuestra señoría de lo que aquí le he dicho de mi amistad. Y las reliquias irán sin falta alguna, lo mejor puestas que yo pueda. El marqués dice holgará el duque con una; y yo le dije que, antes de entonces, pensaba enviársela, como lo haré a vuestra señoría, para que vuestra señoría se la dé.

13. En cuanto a las bajas cenizas mías, ya he dicho que vuestra señoría podía hacer lo que fuese servido, y asegúreme vuestra señoría que no es gran soberbia en mí tratar de esto, y no dudaré en esto más.

Torno a suplicar a Nuestro Señor guarde a vuestra señoría y le lleve con bien.

14. Vuestra señoría, en llegando, me avise, o haga a un criado suyo que me escriba cómo llega vuestra señoría y halla a mi prima y sus hijos.

Luisa.

612, Londres, 19 de septiembre.




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A su hermano, don Alonso de Carvajal


«Memorial» con algunos encargos


Jhs.

1. Una carta del señor don Luis de Bracamonte me ha despertado a que embarace ahora a vuestra merced. Pídeme mucho en ella le avise qué he menester de allá para que él no pierda la ocasión de tan ciertos mensajeros como vuestra merced y el señor don Pedro. Este caballero ha tenido devoción de hacer lo mesmo siempre, con la mayor caridad que se puede decir. Y aunque ha enviado muchas veces cosas, no es posible que quiera decir lo que cuestan, ni tomar nada por ello. Y está alcanzadísimo, y con gastos de su mujer en España, por lo cual no me atrevo a encargarle nada. Muchas veces ha usado de un devoto engaño, diciendo dirá el precio, y después se, excusa. Suplico a vuestra merced se lo agradezca, y me haga merced de traer, cuando venga, lo siguiente:

Un breviario pequeñito en dos cuerpos, de Plantino; y, si no le hubiere, sea de la mejor impresión de París; y si no se hallare, de la de Venecia, con cuadernos negros llanos y manecillas de alatón y hojas doradas.

Otro de la mesma manera, con hojas azules. La madre Beatriz me hará merced de mirarlos y hacerlos hojear, para ver si tienen faltas.

Es el uno para mí y el otro para un gran siervo de Dios que yo quiero mucho, y fáltale totalmente breviario.

Unas palabras de la «Consagración», no en gran pergamino ni pequeño, de buena letra y buenos colores.

Unos velos listados de plata que se venden allá, labrados, o creo que tejidos, con varias colores: sean de las más claras y vistosas. Son cuadrados, para poner sobre cáliz y adornar el altar.

El señor don Luis de Bracamonte ayudará a que se hallen estas cosas.

Un cuadernillo de este año para el oficio divino.

Perdóneme vuestra merced le suplico.

«Memoria de mi hermana.»




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A don Alonso de Carvajal, su hermano


Londres, 22 de septiembre de 1612.

Jhs.

1. He recibido la de vuestra merced de 11 de septiembre. En ella y en todas veo cuánta es la merced que me hace; estímola en tanto más, cuanto menos he podido mostrar agradecimiento ni aun con cartas. Gracias a Dios que vuestra merced se halla mejor de los ojos: es una indisposición muy enojosa.

2. Cuando vino este soldado con el pliego del conde díjome que quedaba buena su señoría, y de vuestra merced cosa ninguna, y habiendo oído que el marqués estaba en casa, que no era así. y no enviándome cartas, en muchas horas, cierto, mi hermano, que empecé a pensar muy melancólicamente de su salud de vuestra merced, y causóme bien grande aflición, aunque parece debía estar muy muerta a todo. Ya vuestra merced ve que no lo estoy, y prométole que mucho menos lo he estado, en ver llegar al conde a Dunquerque con tanta inclinación de pasar acá, sin tener efecto. Pero gánase el tener más que ofrecer a Dios, si se supiese hacer.

3. No sé en qué manera fue la venida de vuestra merced y cosas que hubo que hacer aquellos breves días que se detuvo aquí, que me parece vino y se fue vuestra merced en un soplo, y todo fue uno; y así me holgaba más de volver a ver a vuestra merced y tratar de sus cosas mejor que lo hice. Dios las encamine a mayor gloria suya. Por un mes o dos, más o menos, no querría en ningún modo que vuestra merced deje al conde hasta volver a España.

4. Los breviarios son muy buenos. La falta de ser tan dorados es grandísima, porque a vuestra merced le ha costado, sin duda, casi la mitad más que costaron, y a nuestro propósito vinieran bien llanos. El chiquito era para un sacerdote amigo. Díceme vuestra merced que topó a las españolas y a don Pedro y don Alonso, que le dieron nuevas de mí: no sé cuáles fueron, pues ni ellos me vieron desde que vuestra merced estaba aquí, ni me enviaron a decir nada en su partida, y habiendo tanto que ellas estaban fuera de Londres, y enviándolas a decir que las iría a ver, aunque me hallaba muy indispuesta, por lo cual no había ido antes, antes me respondieron que me pedían no las viese, porque les daría pesar el dejarme y verme. Y como el trato y amistad ha sido tan templada, maravíllome de que le aplicasen tal encarecimiento de amor. Llevaron una doncella que yo deseé, hasta Vitoria, donde han de dejarla, porque el marqués las apretó en ello mucho, no por mí; la obra era en sí muy piadosa y necesaria. Yo le he dicho al secretario de don Alonso que de las señoras no hablo; pero que don Pedro y su hermano no quisieron que vuestra merced fuese a pagar a la otra vida el no haberlas visto, aunque, no conociéndolas vuestra merced, no era obligación que apretaba. En burla, que se precia él de muy amigo.

En cuanto a lo que vuestra merced me dice, de que no importa que supiesen su enfermedad en casa de don Alonso, en verdad, hermano mío, que no hay cosa, por menuda que sea, que no importe, conforme a su calidad, proceder en ella sabiamente. Ellos no son de los que menos saben entretenerse con cualquiera que les viene a las manos, y no sé en qué manera lo oí a un su criado, que me dió disgusto, aunque del todo callé y pasé a otra cosa. Y esa indisposición y remedio della no es muy conveniente para que sea pública. Y pidiendo un braserillo de lumbre a do vuestra merced llega y en casas ajenas, y cerrada su puerta y las medicinas o liquor que aprovecha en unos frascos de peltre bien cerrados y en una cajilla o maleta y a cargo de uno de sus criados, de cuya buena ley se fía, toda la vida puede pasar vuestra merced sin que otros se entretengan con esas cosas. Y crea vuestra merced que llegan a hacer desestima y desautoridad en la persona.

5. No me he venido, hermano, a casa del señor don Pedro, sino al modo cuando vuestra merced estaba aquí; y fue por impedirle a él que no fuese allá a verme, porque le han seguido de manera, espías y bellacos de éstos que acá se usan, que me dijeron estaban perdidos nuestros barrios, tan solitarios y harto libres más que otros, de tal gentecilla. La mayor ocasión piensa el marqués que fue verle ir a él tanto a la casa del de Flandes y andar juntos continuamente. Y debía pensar que a su casa se iban a hablar católicos para hacer maleficios. Aunque quiero tanto al marqués y huelgo de verle, estoy de los cabellos aquí, por las faltas que hago a algunas almas que tienen necesidad de mí allá, y no pueden venir a esta casa; y en acabando estas cartas, me iré por una semana. Y no piense vuestra merced que no me cuesta mucho el ir; porque sepa que, como ha estado aquello con peligro, no he querido dejar persona allí que pueda tenerle, sino a mi sola con dos compañeras o tres, a lo más; y en el Veneciano no hay misa sino las fiestas, y mal y por mal cabo, como dicen; y al flamenco, de ninguna manera vamos, por algunas importantes razones.

6. Díceme vuestra merced que no sabe como no me canso de vivir entre esta gente; y que, un día u otro, me echarán de aquí y me hallaré sola y sin abrigo. Todo esto dice vuestra merced, y veo yo que vuestra merced no cree cuánto yo debo a Dios, aunque tan pecadora: el ser tan claro lo uno escurece lo otro. ¿Parécele, a vuestra merced que me cansaré yo de lo que Dios quiere, pues no me canso de haber dejado mi honra humana desamparada y sujeta a los pies de todos, sin prevención ni remedio de cuantos pudiera y supiera haber puesto, siendo la cosa más preciosa que en las criadas habrá para mí?. Y lo mismo digo del amor de amigos, que yo tan bien en tanto apreciaba, rompiendo por estas dos dificultades y por otras. ¿Qué más sola y desamparada podré hallarme que me he hallado ya? ¿Piensa vuestra merced que salí de España en mis propias fuerzas a solas, y que me faltó discurso para calar las dificultades y temores de tal resolución, o al demonio cuidado de representármelas y impedirme antes de mi partida? Vuestra merced imagina que procedo sin luz ni probabilidad de lo que es la voluntad de Dios y mayor gusto suyo en este caso, con una devoción y espíritu propio sujeto a fluctuaciones.

Por cierto, hermano mío, que si mi flaco y pobre corazón estuviera apoyado en tan débil arrimo, que fuera muerto, o vuelto a España desde el primero año. Crea vuestra merced que si no vengo a ser tan infelice, que se me ciegue el conocimiento de lo que Dios merece que hagamos por Él -que así quiere su divina misericordia que lo digamos-, que jamás pensaré que hago mucho en sufrir cuanto pudiere por Él; ni nadie bastará a arrancarme un paso fuera de ello.

7. Ya ve vuestra merced que yo soy mujer harto falta de salud, y tan delicada como cualquier otra, y sujeta a temores y consideraciones delgadas, y la más deseosa de dar buena cuenta de mí que creo habrá vuestra merced visto; y me hallo en un desierto lleno de basiliscos y de fieras, con casa, compañeras y carestía grandísima, proveída por medio de lo que otros quieren hacer, y sujeta a que lo dejen cuando menos se piense; y con un pecho más quieto y tranquilo que por ventura podrá imaginarse fácilmente, tan pronto a perderlo todo como a tenerlo, sin sentir dificultad en salir mañana, de calle en calle, pidiendo el pan necesario, en parte donde pocas casas deben hallarse que no sean del mismo demonio. Y ¿piensa vuestra merced que en esto no hay fuerza divina y mano de Dios, y que, fortalecida con ella, me espantarán desamparos, por grandes que sean, o que no hará Dios lo que quisiere en mí; y si lo hace, que querré yo otra cosa?

8. Ahora quiero agradecer a vuestra merced la ternura que muestra en hacerme merced, diciendo que, sin ayuda de Nuestro Señor, no podría sufrir verme como estoy. Y cuando vuestra merced me ha visto, no ha sido, en la peor manera, ni vuestra merced estuvo tiempo para poder gozar de algún consuelo vuestra merced ni yo: en el cielo le tendremos entrambos. Pero mucho es menester hacer, hermano mío, para asegurarnos de esto. No basta vivir muy moralmente, debajo de buena color de amor de Dios; es necesario que, sea verdadero y macizo para la salvación, y que se enderece a su gloria lo que se hace.

9. Mis compañeras agradecen mucho a vuestra merced la memoria que tiene de ellas, y yo les encargo le encomienden a Dios muy de veras. Deseo se aumente el número a gloria de Dios, que sería con gran devoción y perfeción de ellas, y que se pudiese extender por Inglaterra manosamente.

10. Mi salud es mejor de una semana acá; y cuando me hallo con más fuerza que suelo en el corazón, paréceme que me crece el ánimo tanto, que no cabe en casa. Todo mi mal ha sido y es ése, de tocarme el humor en él, y enflaquecérmele, revolviendo los espíritus vitales; y con ellos, en gran parte también, los pulsos y la vida, al parecer. Con tener cuidado notable de lo que como y bebo, y que no sea cosa de grosera sustancia, sino delicada, voy viviendo; y con piedra bezar y cosas así; y la principal es dilatarse en Dios el pobre corazón y esperar lo que Él quisiere. Y si es que muera sin tanto mal, será; y si no, no bastará ninguno. Pero veo que quiere que, de nuestra parte, comúnmente hablando y muy cierto en mi caso, no se esperen milagros de los que asombran, sino moderarlo con que se pongan medios de salud, usados de la industria humana. No sé qué más conveniente corazón hubiese para los sobresaltos y afliciones de Inglaterra que el mío. ¿Y piensa vuestra merced, con todo, que estoy en ella por propio gusto, y una devoción que yo quiero llevar adelante? Esta es una de la cosas en que puedo padecer algo en el crédito: confío en Nuestro Señor se servirá aceptarla con otras. Esté vuestra merced certísimo que, en cualquier día que entienda que es el mismo gusto de Dios estar aquí o ir a España, con la probabilidad que lo sé hasta ahora en lo que hago, me partiré sin dilación de una hora, y más pronta me hallo para ello, que estuve para venir, porque el amor propio y imperfecta inclinación a descanso y sosiego tira para allá, y no tiraba para aquí.

11. No me dirá vuestra merced que no le he cansado harto en ésta. En Duay deseo vea vuestra merced al padre Miguel Valpolo y que le viese el conde, al cual yo he debido en Inglaterra muy notable caridad, y es una de las personas espirituales que yo más respeto, y hombre de muy cuerdo consejo. Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo.

De Londres, a 22 de septiembre de 1612.

12. Holgara de enviar ahora la caja con reliquias, por el gusto del conde y por descargarme; que no se sabe aquí las borrascas que habrá y dificultades; que todo está como para dar un estallido. Pero dícenme los que de ello saben que todo el conservarse del cuerpo humano está en estar muy cerrado en el plomo, sin que entre ningún género de aire dentro, hasta que esté seco. Y hanse de apartar algunas reliquias que tocan a otros y están juntas; y también son terriblemente pesadas las cajas de plomo.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, que Nuestro Señor guarde muchos años, etcétera.

Bruselas.




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A don Rodrigo Calderón


Londres, 22 de septiembre de 1612.

Jhs.

1. De 6 y 10 de septiembre son las que tengo de vuestra señoría, con no pocas cosas de gusto mío y contentamiento grandísimo que vuestra señoría me dice sí, con la ocasión que le di en las mías. ¡Qué bien notado, señor, está aquello de que estime Dios en tanto conformarnos con su voluntad, no pudiendo impedirla en cosa alguna! Esa toca al ser infinitamente bueno, como otros infinitos millares dellas, llenas de dulzura y misericordia, en quien confío ver a vuestra señoría para siempre en el cielo, con que puedo consolarme de no verle más en esta vida; y que ha de hacer su santísima voluntad en vuestra señoría y sus cosas, y augmentar en él la luz de lo que esto importa, que es el tesoro de cielo y tierra.

2. Los inconvenientes de su venida de vuestra señoría, no siendo ni del todo publica ni muy secreta, no me han parecido de consideración, aunque los he considerado harto; supuesto que vuestra señoría estuviese cierto del beneplácito del duque, esto claro se estaba; y, pareciendo esto ahora a Sus Altezas, crece la opinión mía para tener que ofrecer un poco más a Nuestro Señor.

Vuestra señoría no ha perdido nada con el deseo de tomar tanto trabajo, sino ganado, pues que ha ido fundado, en el amor de Dios. Por ser cosa piadosa y no fuera de discreción, pudiera parecer a quienquiera, bien; pero, ya que los tibios no saben qué cosa es fervor, y que vuestra señoría tiene, como se dice, enemigos tan violentos y prontos a dañarle, bien es excusar cualquier cosa en que se piensa tomarán ocasión.

3. El marqués no se ha mostrado tan de contrario parecer, como lo veo en las de vuestra señoría; antes, tratándolo conmigo para responder a vuestra señoría, y diciéndole yo que la seguridad de su persona de vuestra señoría era certísima, y todo lo demás tocante a esta materia harto llano, me rogaba lo escribiese a vuestra señoría, como deseando facilitar su venida.

4. Bien es que vuestra señoría se dé prisa a volver a España: hállome muy poco inclinada a que sirva fuera della; y creo que no es mal discurso pensar que sus enemigos le subplantarán y buscarán su arruinamiento estando fuera de España, con más ventajas contra vuestra señoría sabiéndolo más tarde y previniéndolo con mayor dificultad.

Si pudiera alcanzar vuestra señoría el gobierno de Navarra o de Valencia, sin agravio de mi primo, trayéndole a la Corte o satisfaciéndole en otra cosa equivalente, holgara yo dello; porque son partes de honra y quietud, y a do se ahorra, y se pueden hacer mil servicios a Dios, que es lo principal.

5. El marqués y yo tratamos hartas veces de qué le estará mejor a vuestra señoría, y resolvimos que no ir fuera de España, y ofrecerse al duque muy de veras, si lo quiere, para regalar a su excelencia y servirle y mirar por su vida y salud, con aquel amor que vuestra señoría lo hará, sin atender a otro algún negocio fuera de ése.

Puédese reparar en que ahí también gritarán, que vuestra señoría engaña y embeleca al duque, agraviando a entrambos en muy alto grado. No sé a do llega lo que tienen ganado contra vuestra señoría en el pecho del rey nuestro señor, ni el aborrecimiento y malicia dellos; y, así, no puedo discurrir tan bien. Y muchas veces Nuestro Señor dispone las cosas y les da sucesos no esperados de prudencia humana.

6. En Navarra o Valencia no se alejará vuestra señoría del duque tan demasiadamente. Las Indias es cosa algo temeraria, con mujer tan moza y delicada y hijos tan tiernecitos, dado que no hubiera lo que aquí he apuntado en alejarse. Ya ve vuestra señoría que lo de Flandes no es de mucha cudicia, y también es lejos. Lo de Roma es un gran cargo; y, si ha de ser forzoso salir, eso es lo mejor. No sé lo que gastan allí ni lo que les dan.

En fin, a vuestra señoría le ponen en un piélago de temores y dificultades, sujeto a borrascas y naufragios de bienes terrenos, do quiera que esté sirviendo. Si las olas hinchadas de la enemistad pueden prevalecer, Dios es sobre todo; y porque vuestra señoría se consuele algo, le quiero decir lo que me ha dicho y asegurado una persona, sierva de Dios, a quien yo pido mucho siempre que encomiende a Dios a vuestra señoría, y es que, cuando lo hace, y le presenta a Su Majestad soberana, parece le halla benigno y propicio para con vuestra señoría.

7. De mucho ejemplo y edificación ha sido lo que vuestra señoría ha hecho en Amberes; y pues los embajadores hallan ocasión para no reparar en la falta de los dineros, gastando muchos con aquellos señores y reyes que ni les han dado la vida en sus caminos, ni criado el oro en Potosí, ni esperan dellos la vida eterna, mucho mejor debían hallarla para gastarlos con Dios, en piedades de su gusto y servicio.

8. Ninguna cosa de las en que debe respuesta a vuestra señoría se me ha olvidado; daréla a vuestra señoría en otras, y crea que soy naturalmente agradecida con extremo, y que deseo serlo con vuestra señoría con aquel que vuestra señoría se merece.

9. A mi prima escribiré, y no por vía de vuestra señoría, de cuya salud y mejoría de su hijo huelgo lo que se puede pensar.

10. El marqués está aquí como un leonazo en su cueva, mostrando valor, sin menearse ni hablar. Grande le ha menester para poder sufrir el mal término de éstos, sin haberles vuelto las espaldas desde el primer día; la obediencia y respeto debido al rey nuestro señor le detienen. Quisiera yo que estuvieran mirando lo que ha pasado, y cada día peor aquí después que vino, grandes consejeros de Estado: a ver si me decían que se sufrían paces.

11. Yo heme venido a la casita que solía tener por muy pocos días, por impedir que el marqués no vaya a la mía, en que me vió mi hermano. Vive allí cerca el embajador de Flandes, a do también iba. Y como andan siempre juntos y están éstos con mil celosías que ellos dicen de que el marqués urde y hace malos tratos, y debían pensar que en casa del Hernando Boscot; hinchíansenos aquellos solitarios barrios de espías y velas y otros bellacos semejantes; y, retirándose de allá se han ya limpiado de esa gentecilla, y no parece nadie.

Yo me voy por dos o cuatro días, porque no piensen que huyo, o que he reparado en que estuviesen allí, y hago compañía a las doncellas que guardan la casa y vuelvo por otros tantos a la de Barbicán, junto a la del marqués.

Cuando se vaya, me iré de asiento a la del Spitile; que, por más buenas que sean las sombras de España, no creo me quiere Nuestro Señor muy debajo dellas, sino que se vea su poderosa mano más al descubierto. Tendremos aposentos siempre que pudiéramos, aquí cerca, para los rebatos o ocasiones en que convenga alguna retirada de mí, o si no de las compañeras. Lo más cierto será ser necesario para nuestro espiritual padre, que corre más peligro que las mujeres. Dos tengo que, si quisiere darles licencia y viniesen los bellacos de los pursivantes, les darán ellas muy buenas bofetadas primero que sepan de dónde les viene, y muy buenos palos también.

Yo las instruyo en esta manera con buenas razones; pocas y buenas, mucha modestia y gran corazón.

El padre que tenemos es de lo más espiritual y devoto que he visto en Inglaterra, y muy discreto. Uno está en Duay, en el colegio de los de la Compañía flamencos, y él es inglés, llamado Miguel Valpolo, al cual deseo mucho que vuestra señoría vea: yo le he debido en los primeros años de mi peregrinación y tiempo de mis desamparos la más notable caridad que se puede deber en todo género de cosas. Muchas veces parece que hubiera estado en la calle, sola, sin hallar ni un rincón do me acogiesen, si no fuera por él; en las afliciones del ánima, él me ha consolado con mucha devoción y espíritu. Desde aquí le escribo yo hartas veces que encomiende a Dios a vuestra señoría y haga que otros hagan lo mesmo.

12. La pluma me impide ya que no canse más a vuestra señoría con ésta.

Agradezco muchísimo a vuestra señoría la merced que me ofrece hacer a mi hermano, y le beso las manos por ella: él quiere mucho a vuestra señoría y hace muy buen coronista suyo. Dábame contento oílle; y mayor, que personas que yo tanto quiero, como es él y el marqués, amen a vuestra señoría tan de veras. Es esta dicha mía. Nuestro Señor dé a vuestra señoría la que deseo en todo, y guarde a vuestra señoría muchos años en su santísimo amor, como se lo suplico. Amén.

De Londres, a 22 de septiembre de 1612.

13. No quise decir, señor, en lo que escribí a vuestra señoría de la duquesa de Peñaranda, moza, sino de la viuda, a quien he debido, estando en España, mucho, y querídola mucho.

Luisa.

14. Al licenciado Pardo se le ha ofrecido ocasión en que desea el favor de vuestra señoría muy apretado con el duque, para alcanzar para sí la plaza de fiscal de la Cruzada, y yo suplico a vuestra señoría le haga en esto mucha merced. El marqués le quiere muy bien y lo desea. Yo la tendré por muy propia, y la que vuestra señoría hiciere en Madrid a la pretensión de don Luis de Bracamonte, caballero muy virtuoso y casado, de quien mi hermano dirá a vuestra señoría. Yo, cierto, le he debido extraordinaria caridad en muchas ocasiones, que él mesmo, de su devoción, ha buscado, cuatro años ha, para usarla conmigo; y la primera cosa que me ha rogado es que le favorezca con vuestra señoría. De malísima gana trato, aun de paso, de negocios temporales; pero a veces no es posible excusarlo.

Y el marqués debe decir a vuestra señoría de la visita de hoy del rey.

15. Queme vuestra señoría ésta, por lo que digo del padre y de las paces, que son cosas terribles para aquí.




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A la marquesa de Caracena


Londres, 19 de octubre de 1612.

Jhs.

1. Siento tanto el escribir corto a vuestra excelencia y cercenar en esto mi consuelo, que le he venido a perder del todo en estos meses, esperando desembarazo y fuerzas. La última de vuestra excelencia vino muy bien acompañada con las tres de tan grandes siervos de Dios: cosa muy de vuestra excelencia andar siempre buscando cómo hacer bien. Fuéronme un ramillete de varias flores y causa de un mesmo afecto de esfuerzo y ánimo para ir adelante en este camino, que cada vez se hace más fragoso.

2. No sé si vuestra excelencia se acuerda de lo que dice en su carta: es muy devota, por cierto. Pague Nuestro Señor a vuestra excelencia la merced que me hace en pedir oraciones para mí, a los que pueden mucho con Su Divina Majestad, y acordarse tanto en las suyas de mis trabajos: no hay riqueza para mí como ésta.

He respondido a todos tres padres. Ojalá tuviéramos acá uno de ellos, que nunca acierta a venir nadie con los embajadores.

No tenga vuestra excelencia, señora de mi alma, cuidado de mi persona, porque la infinita piedad de Dios la tiene tan grande, que nunca he podido hacer lo que pensé cuando vine, que fue pedir de puerta en puerta. Y como soy de estómago tan fácil y asqueroso, imaginaba que aquello me costaría la vida. Y aunque acá ha cerrado de manera los corazones de malos y buenos que, según lo que muestra, apenas puedo esperar me dieran un solo rincón si me vieran arrojada en el lodo -porque para desecharme, admira las razones que hallan de virtud y prudencia, siendo los católicos de notable liberalidad y caridad para entre, sí mesmos-; Su Majestad divina toca y acuerda en España, ya unos ya otros; y con esto, y lo mucho que de vuestra excelencia he recibido y los embajadores me dan por orden de allá, pasamos, y releva el trabajo de la gran carestía de esta miserable tierra en todo aborrecible, excepto en la constancia que tienen en sí los buenos católicos.

3. Don Alonso no es hombre político que vuestra excelencia dice: a la vista, a lo menos, no lo parece en su gobierno de la Embajada. No sabría yo decir bien qué traza ni humor tenga; harto bien me ha hecho en algunas ocasiones; de lo que se ha guardado en extremo ha si do de tratarme, ni verme. No se sirvió Nuestro Señor de darme salud, ni aun para vivir estando junto a su casa, a cuya sombra parecía me libraría de molestias de herejes; y, siendo forzoso dejar su vecindad, se trocó en la del embajador de Venecia, por no hallar casa junto a otro que tengan capilla. Está a más de una milla de don Alonso, a la salida del lugar, de paredes fuertes, que poco se usa serlo, alta y de varias puertas; y es necesario dobles todas, porque no convenía abrir jamás una sin cerrar otra, como se hace en todas partes: es cerrada de campos y huertas. Y una de ellas, pegada a otra, es del veneciano, por la cual hay puerta, y entramos allí luego los días de fiesta a oír misa. No osan decirla entre semana. Es hombre totalmente mundano y de malísimo ejemplo; paso con él razonablemente. Nunca le veo sino en la misa. Harto es me deje pasar por allí. Díceme increíbles alabanzas de mí misma, y yo no puedo dejar de reírme al mesmo tono. Él de Flandes vive no lejos; y casi no hay vecino que no lo esté; y ellos son tales por la mayor parte, que es mejor así. En fin, señora, ella es un castillo levantado en las barbas de los enemigos de la Santa Iglesia. Parece que está desafiándolos a todos juntos. Tenemos nuestro perrazo de ayuda: y quien hubiere de entrar, no lo hará sin ruido, y tener yo lugar de sacar y esconder lo que se ha de poner en salvo; que, por nosotras mesmas, no tenemos temor alguno; de ladrones nos libra la fama de pobres; y aun de herejes también, porque su sed de dineros es insaciable. Como, estando junto a don Alonso y con puerta a su casa, enviaron el Justicia de Londres y el señor obispo de Canturia por mí, sus pursivantes o alguaciles; cuando me pasé al Spitile, los amigos pensaban que cada día me haría molestia, y don Alonso se retiraba de mí más y más tratando, que no osaba verme, ni convenía. Trazas de Dios, con que no causaba poca devoción y nos dejaba más inmediatamente debajo de su amparo, y no ha tocado nadie a la puerta, ni aquellos bellacos de los pursivantes. Pasan hartas veces por allí, y el obispo me llama insolente.

4. Es tan fresco el aire y limpio, respecto del demás de Londres, que he mejorado de salud. No sé si ha sabido vuestra excelencia el mal que padecí, de una cólica furiosísima de cinco semanas, con poco dormir y comer. Ésto me ha tenido un año y más, muy acabada y con poca esperanza de convalecer, hasta tres semanas acá, cuando vino el marqués de Flores, que empezaba a levantar cabeza y tomar fuerza, con que quedo y mucho en qué emplearlas.

Vuestra excelencia me alcance de Nuestro Señor que lo haga y sepa hacer a su mayor gloria.

5. La vigilia de Pentecostés última aumentó esta gente, por el medio de su maldad, dos santos en el cielo y nuestros intercesores, hombres muy nobles: el uno, clérigo seglar, y el otro, monje benito, que aún no hace dos años que estaba acá, venido de España; creo estuvo siete. Llamábase fray Mauro de Sahagún, y en Inglaterra, Guillermo Escot, y el otro, Ricardo. ¡Cuánto padeció el padre Juan, monje también, de quien escribe vuestra excelencia! El padre fray Mauro Merino me vino a rogar una noche que recibiese su cuerpo, el de otro mártir; y después hube de recibir el suyo.

Cuando se les antoja a estos salvajes de poner los cuartos sobre las torres, no hay llegar a ellos. Las cabezas de todos las ponen así siempre, y cuando los entierran es junto a la horca, en un hoyo hondísimo y muy ancho, que hay mucha cantidad de tierra que quitar, y ponen sobre los Santos los ladrones que ahorcan con ellos. A éstos no los hacen cuartos; y así, bien se ve cuáles son los Santos. Tres días después tuvimos orden cómo robarlos, o mejor decir, tomar nuestro tesoro más que suyo. Con gran riesgo, por no ser oscuro entonces a las diez, y ser claro el día a las dos y tardar tanto en desenterrarlos. Fueron a hacerlo con cotas y pistolas, por si viniesen los guardas, que siempre ponen allí en tal ocasión; y un caballo en que poner los santos, y talegas de lienzo hechas de nuestras sábanas. Yo estuve esperando que, a las cuatro, me diesen aviso infalible, y como no lo fue, dolióme el cuidado terriblemente, hasta las seis, que vino corriendo nuestro criado, que es un mozo francés fidelísimo virtuoso, por un coche. Quedaba la gente ida, el hoyo llenado y llano, los cuerpos una milla lejos, fuera de camino, debajo de unas zarzas; y un mercader inglés, bien rico y devoto, muy mío, paseándose al descuidado, por guardarlas. De este hombre tuve gran pena por haber ido por mi causa, y si le cogieran, se hundiera totalmente su casa y hacienda. Envié con un cochero muy confidente y conocido del embajador de Flandes, y con mucho cuidado, a pedir su coche para una necesidad precisa, y no quiso darlo sin su cochero flamenco; y fue temerario detenimiento por haberse de atravesar toda la ciudad hasta casa. Envié por uno alquilado, y le dieron por 20 reales, precio ordinario, sin dificultad; y solo le entregaron a nuestro cochero. Apercibinos entre nosotras una procesión, cada una con dos candelas en las manos, que fueron doce; y todo el camino de abajo arriba adornado de muchas flores y ramos, llevándolos desde la puerta hasta el altar el mercader y nuestro criado; y con devoción, mezclado gozo y dolor, los pusimos sobre la alfombra, delante el altar, cubiertos con un grande y nuevo tafetán encarnado, con muchas flores olorosas encima; hincadas de rodillas, tuvimos alguna oración allí. Y en todo el día entero no nos dejaron herejes amigos, vinieron a vernos, no sé que les tomó; parecía que el demonio los traía; y con tal gente en casa, no osamos descuidarnos en nada, y teníamos con llave los santos cuerpos; y toda la noche siguiente se gastó hasta la mañana muy entrada, en limpiarlos del lodo y porquería que había apegádoseles de lugar propio de los ladrones, con paños secos y goticas de agua de la boca por miedo de corrupción. Ungímoslos con especias aromáticas fuertes, y enterrámoslos en plomo grueso muy cerrado, que no podía entrar aire alguna, porque éste es el mayor remedio para no corromperse: así estarán un año. Es casi imposible en esta tierra conservar un cuerpo sin corrupción, me dicen los de ella; por la gran humedad debe ser. Los que ayudaron a sacar los cuerpos fueron diez o doce. No quisieron dinero ni otra alguna daga, que parte de los cuerpos: todos fueron bien menester, y cavaron valientemente. Era el hoyo un estado de un hombre, alto; y más de dos o tres varas de largo. Era menester quitar del todo la tierra; y porque hay otros, no se supiera donde estaban, si nuestro francés no hubiera estado allí cuando los enterraron, y notado el lugar. Y decía el verdugo: «Ponerlos bien hondos, porque los papistas no puedan tomarlos.»

Este, señora, fue nuestro funeral. Bien sé que V. E. se lo leerá al marqués, Dios lo guarde; y así, no lo hago yo. A mi señora la marquesa y su marido, y hermanas, cuyas manos beso muchas veces; a padres, hijos y nietos, bendiga Nuestro Señor. Amén.

6. Deseo saber si recibió un libro de poesías en español, espirituales, que le envió por medio de doña Ana María de Vergara, mujer de uno del Consejo de Hacienda, viuda, que vivía en Vitoria, en Vizcaya, con su madre y hermanas y ahora ha muerto.

El pliego de reliquias di a un cocinero de don Alonso que le servía de posta y había estado en Navarra en la cocina de vuestra excelencia; y prometióme darlo en Madrid a quien yo le decía. Hízolo al revés, y diólo en Francia a otra posta, aquella a otra y fue doblando las postas. Dióme el hombre disgusto porque iba a Madrid: no sé qué disparate fue aquél. Ahora envío a vuestra excelencia una cajilla, creo de más un palmo angosta, y blanca, con reliquias de estos últimos mártires, y ya van limpias.

Dícenme que es llegada la partida del señor don Pedro y ésta no es nada corta. Muchas cosas de consuelo hay que escribir; de desconsuelo sin número. Nuestras fuerzas y el tiempo me traen siempre alcanzada de cuenta. Nuestro Señor me guarde a vuestra excelencia, señora mía amadísima, en su santo amor, como lo deseo.

De Londres, a 19 de octubre, 1612.

Delante tengo la de vuestra excelencia; pero no he podido leerla toda para responder. He escrito con terrible prisa todas estas cartas.



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