Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice




ArribaAbajo

- 152 -

A un religioso de Valencia por medio de la marquesa de Caracena


Londres, 14 de octubre de 1612.

Jhs.

1. Bendito sea Nuestro Señor misericordiosísimo, que no ha querido que yo quede sin tan gran consuelo como es el de su carta de vuestra merced y ayuda de sus oraciones, acordándole de mi estado, y necesidad por medio de mi señora la marquesa, para todos buena, y así lo fue siempre.

No le pese a vuestra merced de haberse cansado, pues fue caridad tan grande cansarse en consolar a quien no lo merece y tanto lo ha menester. Por cierto, señor, que muy lejos estuve deso yo, como vuestra merced lo teme.

2. Recibí mucho gozo con cuanto vuestra merced dice: págueselo el del cielo, por cuyo amor se mueve vuestra merced solamente. Ojalá no fueran palabras del piadoso ánimo de vuestra merced tan dificultosas de aplicárseme a mí: Sed dives es. Parece gran India Inglaterra, de espíritu, y cuesta muchísimo conservar en ella el que se trae de fuera, y muy más augmentarle. Consiste aquí todo en padecer acerbísimamente, y no es labor que sufre flojedad; ni en parte del mundo creo que hay demonios tan solícitos en pegarla. Quien fuere valentísimo y de extremada fidelidad, riquísimo sera, porque las ocasiones son de excesivo mérito en sí.

3. Con las oraciones de vuestra merced bien puedo yo esperar ánimo de Dios, y poder armarme con el pensamiento de las pasiones de Cristo. Y a su soberana sombra, parece que me quiere casi inmediatamente, sin sombras de España. Porque junto a la casa del embajador no me ha dado salud suficiente para vivir en todo un año que estuve allí; y, así, era fuerza buscar casa en otro cabo. Hallámosla harto apartada, a la salida del lugar y llámola: yo nuestro Orán, es bien alta y fuerte, por todos lados despegada de casas, y parece está desafiando a todo género de enemigos. No se guarda con menos cuidado en su modo; pues, siendo de puertas diversas y todas dobladas, jamás se abre la primera sin tener ya cerrada la segunda. Quien quisiere por fuerza entrar habrá de romperlas, o batir las paredes. Son los soldados doncellas virtuosísimas, no con falta de ánimo; y en causa gloriosa y felicísima, ninguna dellas hay que tema cosa alguna por sí mesma; y como puedan librar los pastores, destos lobos y fieras bestias, alegremente sufrirán cadenas y cárceles. En las quietes o recreationes gastamos algunos ratos en la instrucción de lo que se debe hacer en los encuentros y dificultades desta persecución, por lo que importa estar prevenidas y sobre sí. Muchas veces les digo yo que, supuesta la increíble malicia y obstinación de los enemigos, con pocas y sabias palabras y gran corazón.

Espero crecerá el número y la perfección dellas, debajo de la mayor disimulación y silencio que sea posible; porque, sin él, ninguna cosa buena hay que no sea aquí interrumpida y deshecha. Para este negocio pido yo sus oraciones de vuestra merced instantísimamente.

El ver que somos pobres nos da la vida para que nos dejen con más quietud. Gran guarda y defensa me ha sido la pobreza, desde que partí de mi patria.

4. De lo que Nuestro Señor fuere haciendo daré cuenta a vuestra merced por medio de mi prima y señora; que, sin su licencia, no me atreveré por carta, sin extraordinaria ocasión.

De ser mártir me tienen lejísimos mis grandes deméritos; y, con todo eso, no me hallo muy desconfiada. No se si es cierto afecto: sea lo que fuere, que esto se ha de reducir, con todo lo demás, al perfecto cumplimiento de la santísima voluntad de Dios.

19 de octubre. 1612.




ArribaAbajo

- 153 -

A otro religioso de Valencia, por medio de la marquesa de Caracena


Londres, 19 de octubre de 1602.

Jhs.

1. Sea Dios Nuestro Señor glorificado eternamente por tan dulce cuidado como ha tenido de mi consuelo, moviendo a insignes siervos suyos para que me ofrezcan, desde tan lejos, los canasticos de sus cartas, llenísimos de olorosas flores: tales han sido para mí las doctas y devotísimas razones dellas, y de grande alivio y conforte a mi pobre espíritu las de vuestra merced.

2. Señor, no son desiguales de mi vocación, aunque tan altas; pero mi merecimiento y correspondencia hacen baja infinitamente; y, pues vuestra merced tiene envidia de lo uno, lastímese de lo otro, que efectos son nacidos de un mismo tronco y raíz, de caridad. Debo a Nuestro Señor ser poco interesable; y, así, jamás me acuerdo, de lo que hará conmigo, sino de lo que debo hacer por Él. Y, cuando en cualquier cosa, su divina grandeza me admite al cumplimiento desta obligación, pagada quedo en ello de contado. Y sirvióse de traerme, donde con gran verdad puedo decirle Statuisti in loco spatioso pedes meos; para caminar tras los dichosísimos pasos de Cristo. No sé si hay tierra en el mundo mejor que ésta, que grandes son las anchuras del padecer, estrechas a la carne y amor propio; y, en fin, nos quedarnos sin tener qué hacer por Dios. Todo lo hace Él por nosotros.

3. Pídale vuestra merced a Su Majestad aquel agradecimiento, y humildad para mí a que me exhorta, y que su voluntad sea hecha en mi vida y en muerte perfectísimamente, y yo le ofreceré mis oraciones por vuestra merced, como servicio de pobre sierva suya.

4. Habrá catorce meses que me dio una rigorosa enfermedad de cólica, cosa muy mortal. Suele ser muy corta y duró la mía con furia cinco semanas, tornando de cuando en cuando con unos accidentes peligrosos que han detenido mi convalecencia casi hasta ahora, impidiéndome mucho escribir. Ésta es la causa que he tardado tanto en reconocer la gran merced y favor de su carta de vuestra merced. Quedo con gran mejoría, gracias a Dios.

Parece que en esta tierra es muy necesaria la salud; pero lo que Él quiere es lo mejor; y el conocer esto y amarlo de todo corazón la obra de mejor justicia que puede ser.

5. Trabajadísimos están los católicos. Dícennos ahora que quieren dar tras las mujeres y redundará en gran gloria de Nuestro Señor; porque aquí las buenas son muy determinadas y resueltas, y será suma confusión y vergüenza de los herejes verse vencidos de la constancia y ánimo dellas.

Están las cárceles más llenas de presos confesores de Cristo, que yo las he visto desde que vine, y grande número de sacerdotes. No osan ahorcarlos, porque pasma la gente con el esfuerzo y devoción y alegría con que los ven morir.

Tuvimos dos excelentes mártires la vigilia de Pentecostés por la mañana: uno sacerdote secular y otro monje benito, muy ejemplar siervo de Dios, que no cumplió dos años en Inglaterra.

19 de octubre. 1612.




ArribaAbajo

- 154 -

A su hermano don Alonso


Londres, 19 de octubre de 1612.

Jhs.

1. Hermano mío: No dirá vuestra merced ya que no le escribo, sin escribirme. Ahora he recibido una del conde, y no do vuestra merced; pero debe estar bueno, pues no me dice su señoría lo contrario, antes se remite a su carta, en lo que deja de decir. Deseo saber si vuestra merced recibió una muy larga que le escribí, y dos papeles de mi mano sobre negocios nuestros, que no convendrá que se hayan perdido. Vuestra merced me lo avise, y como va; y si ha tornado a tener cartas de España.

2. Ahora parte el marqués, y lleva sus clérigos: con grandísimo valor los ha sasado; que le pusieron dificultad: gallardamente sabe romperlas mi Señor.

3. Ya vuestra merced se va alejando y vuelve a su patria: sea enhorabuena. Pues Dios se sirve que él esté allá y yo en Inglaterra, vivamos de manera que vegamos a estar siempre en una mesma parte, y presencia soberana de la majestad de Dios. Y no se fíe mi hermano en que no es robador ni homicida, y que se reporta en vicios disolutos y señalados de las gentes con el dedo; porque si hay poco amor de Dios y mucho nuestro, aunque no se emplee en más mal que en el descanso y quietud ordinaria, y empleamo s en eso casi todo el afecto de nuestro corazón y alma, no tendremos segura la salvación. Crezca vuestra merced en este amor, y sepa que le hace guerra la flojedad y tibieza, si le viene a vencer; y si no es vencido, él la vence a ella, sin duda alguna, porque el verdadero amor de Dios es fuego eficacísimo y abrasador.

4. Muy cansada estoy de escribir a España, en respuesta de forzosas cartas. Por la mayor parte van para Valencia, a nuestros buenos primos; y a aquellos santos religiosos con cuyas oraciones me alegro más que con grandes riquezas materiales. ¿Qué haríamos los miserables sin tales intercesiones?

5. A mi prima envío las cartas a Madrid; y una cajita larga de reliquias, para que se las encamine allá a buen recaudo. Sepa vuestra merced si se hace, y avísemelo; y aun vuestra merced me podría hacer merced de llevarlo desde ahí a Madrid, si es mucha carga para el marqués.

A mi hermana y sus hijos de vuestra merced muchos abrazos y besamanos de mi parte. Guarde y bendiga Dios a todos.

6. Yo empiezo a hallarme mejor que suelo de salud: no sé lo que durará: lo que Nuestro Señor quisiere. Mis compañeras se encomiendan mucho a vuestra merced y se acordarán de él en sus oraciones; y yo, ya ve vuestra merced de qué manera será: la falta es que ellas sean tales como son.

7. A mi prima, la condesa, escribo, y deseo no se pierda la carta. Vuestra merced se la dé en su mano; que esto creo es lo mejor, aunque pensaba enviarla con los que van de acá.

Yo me enmendaré en escribir a vuestra merced, pues vuestra merced favorece tanto mis cartas, que dice las desea.

Vaya Dios con vuestra merced y guárdele como lo deseo en su santísima gracia.

De Londres, a 19 de octubre. 1612.

8. Pensaba enviar la carta de mi prima la condesa de la Oliva; con el marqués pero, como llegará con tanta ocupación a Madrid, temo no se pierda. Vuestra merced me haga merced de llevarla y darla en su mano; y creo que vuestra merced no se olvidará de acordar al conde y al marqués, que acuerden al duque y al Rey nuestro señor lo que aquí nos falta, por si se sirvieren de darlo; y el cuidar vuestra merced algo de esto, que no quiero sea mucho, no hará daño a sus pretensiones, que Nuestro Señor las ayudará.




ArribaAbajo

- 155 -

A la madre Mariana de San José


Londres, 19 de octubre de 1612.

Jhs

1. Recibí su carta de vuestra merced, o antes, entreabierta ventana y resquicios del cielo de su corazón, por donde luego dieron en mi rostro unos clarísimos rayos de la misericordia de Dios, que hasta en ese género de favor ha querido usar conmigo. Y pues le muestra a vuestra merced lo que le debo y no lo que soy, pase en hora buena por ahora en silencio; pero no sea tanto, que impida del todo la lástima que mi miseria debe causar.

2. En gran obligación me pone vuestra merced trayéndome tan vivamente a la memoria lo que Nuestro Señor ha hecho conmigo, porque ninguna cosa me penetra tanto ni me mueve más a su amor y aborrecerme; pica en extraño modo a caminar adelante en lo mucho que veo me falta, para hacer mi cuenta menos temerosa; y no la llamo así, porque imagine en ella tormento alguno igual al ver torcido y contrario el rostro de un Dios tal; mas desde donde trata su dulcísima piedad de deshacer mis hielos, con el fuego de su amor divino que ha puesto en vuestra merced. ¡Él sea glorificado eternamente! Muero porque a esto me ayuden todos sus fieles siervos, los de lejos y los de cerca, y convidarlos con aquel verso: Magnificate dominum mecum et exaltemus nomen eius in idipsum.

3. Muy combatida está de amigos mi vocación hasta este último día; y no veo que esté en mi mano dejar de tenerla, ni ser posible mover un paso della mi pie. No sé si en lo futuro querrá Dios lo mesmo de mí. Tócame sólo procurar conocer cuál es su voluntad y aferrar con ella fidelísima y constantemente. Paréceme que si entendiera que le era más gusto el irme al Japón o a Guinea, no aguardara a partir el segundo día. Y no debe ser esto muy increíble, pues que estoy tan firme en un mar de inconstancias y acerbísimas aflicciones. Sabios me escriben que me vuelva a España, y que el dolor de la honrilla serviría de martirio; y sabios de espíritu y santidad. Pero no han sabido dó llega el padecer de Inglaterra, pues imaginan que una vanidad me detiene en él.

4. Aquí no hay cosa que me llegue al alma (exceptuando pecado y las de recato en honestidad), como es perder la espiritual guía y dichoso medio entre Dios y mí, por lo que Él tiene de gusto en eso siempre; que caminar sin ella por tan rigoroso y cerrado desierto de bienes, lleno de males, causa desmayo, sin duda, y para mí es de los mayores sacrificios que puedo hacer de mi condición y espíritu. Pues el tomarle y llevarle preso i qué circunstancia!: y donde no es fácil sino muy arduo el hallarse otro cual el que se pierde. Y por todo ha querido Nuestro Señor que pase, no llegando el dolor al extremo de prenderle en casa, ni donde mis ojos lo viesen.

5. ¡Qué gozo fuera para mí si viniera vuestra merced con el embajador nuevo que esperamos esta primavera; y para los católicos, que desean infinito que traigan personas de ejemplo y presencia que los edifique y aliente! Mis pobres oraciones tendrá vuestra merced, y yo el ejemplo de su grandísima humildad, de que está llena su carta. Suplico a vuestra merced no me falten las suyas y ayude con ellas el ministerio destas doncellas en que estoy puesta.

6. El librito que vuestra merced me hizo merced de darme es lindísima cosa. He deseado otros seis y rogado al padre Cresvelo los envíe con las postas que traen aquí los pliegos del Rey nuestro señor. Trasládase en inglés, porque apenas se halla una mujer que entienda español: en casa a lo menos no la hay.

19 de octubre, de la Vieja computación, 1612.




ArribaAbajo

- 156 -

A su hermano don Alonso


Londres, 1 de noviembre de 1612.

Jhs.

1. He recibido la de vuestra merced de 16 de octubre, y vuestra merced habrá tenido otra mía con el marqués; y de ésta, pienso será la última para esos países tragadores, que vuestra merced dice no tratan de otra cosa. ¡Qué bien hizo el conde en quitar los brindis; y yo agradezco a vuestra merced las nuevas que me da de su señoría en todas sus cartas.

2. Del marqués sabrá vuestra merced las de por acá: ninguna buena, sino ser vivos los amigos, y traído a Londres con pompa el cuerpo de la santa reina María Stuarda, haciendose pedazos las campanas de toda la ciudad; que, ha buenos años, que jamas se emplearon bien hasta entonces.

3. La comedia de los muchachos de Santomer no importaba nada. Aquí no hacen otra cosa sino sacar en ellas mofas de España, las más infames que pueden, y predicar en los púlpitos que es tierra de bestias salvajes cruelísimas, y que beben sangre humana; idólatras, que adoran palos y piedras y, lo peor, que es la abominación del antecristo y ramera de Babilonia, que es el Papa, y un panecito que decimos que es nuestro Dios. Y sufren y se huelgan que los flamencos y holandeses, que hay muchos millares dellos en Londres, hagan lo mesmo.

4. Muy bien creo yo, hermano mío, que a vuestra merced le sobra el ánimo y que vuestra merced sería muy buen embajador; y aunque aquí no corren las razones que en otras partes, debía yo de decir solamente, que era muy necesario entender bien la perversidad de esta gente y sus extraordinarios humores y falta de verdad y juicio. Si Nuestro Señor se sirve de que vuestra merced venga, parece, por las razones humanas, que le estará mejor después de don Diego. Pero para mí no sé cómo cuadre esto en aquel tiempo, ni en otro: la hermana peregrina y el hermano embajador. Su Majestad divina se ha servido de cuidar de mis cosas con tan infinita misericordia, que admira. Locura es cansarnos en querer si no lo que Él quiere, y dejarlo todo en sus dulcísimas manos. Hágolo en sus negocios de vuestra merced como tan propios míos; y habiéndome concedido el ser mi único refugio y despedídome de todo género de ocupación, en deudos y amigos, excepto sólo lo que toca a espíritu y almas, háceseme de mal salir un paso de estos límites; ni pienso le aprovecharía tanto a vuestra merced como lo que hago. Y crea vuestra merced, le suplico, que no es desamor, sino obligación de mi llamamiento, vencerme en lo que me toca y duele tanto. Los amigos y señores míos que desean hacerme merced, claramente echarán de ver cuán grande la recibiré yo de lo que con vuestra merced hicieren. Cuando me considera vuestra merced sola en esta mala tierra, acuérdese vuestra merced de que Nuestro Señor me ha dado un corazón tan fuerte, que no derramé lágrimas saliendo de España, ni despidiéndome de vuestra merced ni del marqués, ni sabiendo que el conde se volvía, sin verle, habiendo llegado a Dunquerque; hallando en todos estos casos una imaginación muy viva y despierta en mí para penetrarlos, y un corazón fiel y lleno de amor para con ellos: sólo aquel pudiera vencerlo que es mas fuerte que la muerte, y sus celos más terribles que el infierno, que es la cosa más terrible que hay: con todo no soy la que debo. Vuestra merced me encomiende a Nuestro Señor, y me busque oraciones de siervos suyos.

Y torno a despedirme en ésta de vuestra merced y a suplicarle lo que en la pasada: que no se contente con virtud moral, aunque le parezca que es amor de Dios, sino examínela muy bien y procure hacer cuanto hiciere por Dios, y que su amor santísimo quede muy visible en su alma y proceder, y muy distinto del humano y propio suyo; que muchos que parecen buenos se condenan por falta de amor de Dios, engañándose, cuando obraron por sólo lo que se amaban a sí.

Y a mi hermana y sus hijos dé mil besamanos y recaudos míos.

5. Pague Nuestro Señor a vuestra merced el cuidado del acrecentamiento de nuestros alimentos. No podemos servir al conde la merced que nos hace; yo menos que vuestra merced. Refiérola toda a la Majestad de Dios. Vuestra merced le sirva siempre en cuanto puede, como lo espero. Él merece mucho, por cierto. Más dichoso le ha hecho Dios en darle el entendimiento y virtud que tiene, que en todo lo restante que le ha dado. No sé yo qué podría yo hacer por Él que no lo hiciese. Con esto quedo tan agradecida cuanto puedo, y no se puede pedir más.

En secándose las reliquias, tendré grande servicio que hacerle para Portaceli.

6. Escribiré a vuestra merced cuidadosamente, y conozco, cierto, la mucha merced que vuestra merced me hace en todo, hasta en acordarse, casi en todas cartas, de mis compañeras. Están muy reconocidas y besan las manos a vuestra merced muchas veces. Y haciendo yo lo mesmo, acabo, y suplico a Nuestro Señor guarde a vuestra merced en su santísimo amor, como deseo.

De Londres, a 1 de noviembre de 1612.

7. No me dice vuestra merced de más que un papel mío que recibió, sin mi carta. Iba otro, que eran dos. Vuestra merced me avise dello; y de si hay algún inconveniente o nota de que escribo algunas veces al conde, en los sobrescritos, «mi primo y señor». En esta tierra es cosa común y continua llamar primos a los maridos de las primas, como a los cuñados, hermanos. Cuando se me ofrece a la memoria y tengo más afecto de agredecimiento, lo hago; y cuando no, no.

8. Al marqués no le escribí así, hasta que él mesmo lo empezó escribiendo «a mi señora, etc.»; y era fuerza hacer lo mesmo yo. Y aunque, él lo deja, cuando es de mano ajena el sobrescrito algunas veces, yo lo continúo, por ser siempre de la mía. Vuestra merced me diga qué es lo que se debe hacer, que soy amiga de saberlo en cualquier menudencia.

Mande vuestra merced dar esta carta a quien va, le suplico.

A mi hermano y señor, etc.




ArribaAbajo

- 157 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 1 de noviembre de 1612.

Jhs.

1. He recibido la de vuestra señoría de 16 de otubre, y veo cuánta es la merced que vuestra señoría me hace, pues no le falta tiempo para escribirme, entre tantas forzosas cartas y varios embarazos.

2. Con el marqués habrá vuestra señoría tenido otra mía en que digo lo que deseo que se vaya a España, y lo que confío que Nuestro Señor se servirá mirar cuanto a vuestra señoría toca misericordiosamente. Y no piense vuestra señoría que no lo ha hecho ya, en darle contrarios que turben su prosperidad en parte; porque en la que todo corre viento en popa y mar bonanza, hay notable indicio de dagnación eterna; y no poco hermosean su buena fortuna, en los ojos de los que algo saben desto, las quiebras della. Lo que yo le deseo a vuestra señoría es que sea fidelísimo a Dios y crezca por horas en temerle y amarle; y deje hacer a Su Majestad soberana.

3. Vuestra señoría cuida mucho de dolerse de mi desamparo. La merced y favor del marqués no ha proporcionado nada con estado de peregrina en que es menester sentir trabajos y desamparos. Yo estoy a do me dejó el marqués todavía. Deseo sin duda, obedecer a vuestra señoría; y crea que en cuanto me manda (que todo es piísimo) lo haré; y si no lo hiciere, que la causa es dificultad interior y estorbo de consciencia, en que algunas veces tampoco, podré dar excusa ni satisfacción a vuestra señoría.

4. En el pliego mío que llevó el marqués, escribí no corto a mi buena prima y señora, y pedí a mi hermano la diese en sus manos, que yo beso muchas veces y suplico a vuestra señoría se lo escriba.

Confío tiene su señoría salud, y sus hijos, pues no me dice vuestra señoría nada en las suyas. Mi hermano debe no olvidarse jamás en cuantas me escribe de darme muy particulares nuevas de vuestra señoría y de su salud, en lo cual veo que le ama de corazón; y no sé que haya persona que yo quiera bien, que no ame a vuestra señoría. ¡Gracias a Dios por todo! Por su santísimo servicio, y creer que vuestra señoría le teme y le ama, querría verle junto a la persona del Rey nuestro señor y del duque; no por vuestra señoría mismo, y menos por mí; desto esté certísimo.

5. Temía yo que el duque de Saboya no se sintiese allá sujeto al Sumo Pontífice, en lo que es fuerza serlo para atraer la voluntad de nuestro Rey, mostrándose acá tan desatado y suelto de ese yugo, que no dudaba atravesar todas las grandes dificultades de conciencia deste matrimonio, y desacato a la Santa Iglesia Católica, a trueque de efectuarle. Ahora me parece es ido su agente y todo se ha enfriado; porque le apretaron a que, conforme lo prometía, antes que se fuese el marqués, asegurase, desde luego, en Londres la suma de dinero en que se concertaron; y no lo pudo hacer. Así, han despachado un gentilhombre a Florencia, renovando la plática primera de la hermana del duque de allí. Parece pierden la esperanza que mostraban tener de que nuestro Rey se acomodaría a lo de Saboya y daría dineros; y la ponen en los de Florencia, y en que él lo hará sin respetar a la Santa Iglesia, como se lo ofreció, dicen ellos, cuando dijo, que, aunque el Papa no viniese en el casamiento, él le haría. ¡En qué desvanecimiento de cabeza que andan!

6. Este Rey gasta con el Palatino muchos millares de ducados que no tiene; y aún no saben si se concluirá el casamiento suyo con esta infanta, cuando llegare el punto de asegurar qué renta tiene él y qué puede darle a ella, si quedare viuda.

7. Hablan también en que se trata en España y Francia de casamiento del segundo hijo con la segunda hija, y que les dan los Estados de Flandes. ¡Por cosa que no debe ser verdad se puede dejar! Y con todo eso, quiero decir a vuestra señoría mi opinión y deseo, aunque en tan delgada ocasión. Jamás le estará bien a España deshacerse de esos países, antes malísimamente; y a los países, tanto peor; que sería como abrir una boca de infierno do los más se hundiesen, como lo es Inglaterra. Es probabilísimo que, en teniendo esos Estados señor particular, que no puede ser grande, ha de ser muy combatido de tantas y perversas vecindades de herejes como tiene alrededor. Y él o su hijo, o por miedo o falta de fuerzas, y quizá de entendimiento o poca virtud, irán permitiendo muchas cosas malísimas; y los innumerables, tocados de herejía y aun totalmente herejes que ahora hay debajo los dominios del archiduque, se atreverán a lo que no se atreven con el yugo de España. Debajo de él estarán siempre atados a la Iglesia Católica, en el modo más posible que para esto puede haber. Sin ese yugo ¡pobre de Flandes!

8. Para España es honra tener esos Estados, y escudo della en muchas ocasiones, cercano temor destas tierras setentrionales, freno destos salvajes y bestias herejes. Allí se les está junto a los ojos representando el nombre y grandeza y fe católica del Rey de España; que es gran tártago para ellos y grande resistencia de sus atrevimientos. No sé si he sabido decir lo que deseaba en esta materia. A los hijos del Rey nuestro señor, darles armadas y ejércitos, aunque los ayune España, para darles reinos en esas bárbaras naciones de moros y turcos, no lejos de los dominios de España, en donde entren con honra y nombre y esfuerzo, y planten la fe de Cristo, y les duela, como cosa que les costó algo.

9. Atrévome a suplicar a vuestra señoría represente, de mi humilde parte, estas cosas al duque, a quien deseo la vida en extremo. Dios Nuestro Señor se la dé. Amén. Y la del Rey y sus hijos pienso yo que piden a Su Divina Majestad con grandísima instancia todos cuantos en este mundo tienen celo del bien de la Iglesia y gloria de Dios.

Él dé a vuestra señoría el augmento de su santísimo amor que puede, y le guarde como lo deseo.

De Londres, a 1 de noviembre, 1612.

10. Vuestra señora conoce la letra, y mejor irá ésta sin firma.

No sé si he agradecido a vuestra señoría los papeles de piedra bezar: aquí no hay mayor cortesía. Hízome vuestra señoría una merced extraordinaria en darme cosa con que pude servir al marqués, haciéndome falta a mi mesma salud y provecho a la suya; que estas dos cosas estime en ello lo que no sabría decir; porque, habiéndome hecho mil bienes, jamás tuve con que servirle en cosa alguna. Enviésela toda, por si la hubiese en el camino menester muchas veces, y vuestra señoría no la tuviese. No le diga vuestra señoría nada desto que escribo, porque no me la envíe importe della.

11. No hay que responder a lo que vuestra señoría manda de encomendarle a Dios. Claro, sé es, que lo hemos de hacer en nuestra casa y procurar lo mesmo de nuestros amigos.

A el conde de la Oliva, que Nuestro Señor guarde muchos años, etc.

1º. de noviembre de 612. Mi señora doña Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 158 -

A don Rodrigo de Calderón


Londres, 8 de noviembre de 1612.

Jhs.

1. El haberme imaginado vuestra señoría tan sola en esta mala tierra y dolídose de esto, le pago con imaginar a vuestra señoría en la buena compañía de quien tanto le ama, como el marqués y mi hermano, alegres de irse a España, alegrándome de ello muchísimo y del contento de mi prima: Dios la guarde.

2. En la última mía, dije a vuestra señoría lo que deseo que vuestra señoría sea parte, para que se impida que el duque de Saboya no pierda la vergüenza al Papa, como aquí ha ofrecido perderla su agente. Pasa muy adelante, según me dicen; pero la materia de dinero los detiene a ellos; y que la reina de Francia, madre del Rey, mueve ahora plática de casamiento con su hija segunda, que debe ser bien niña; y como de lejos, y ni sé si es con acuerdo de España; que, siéndolo, no olerá nada a agravios de religión católica; y por esto no clamo, como contra Saboya.

3. Este Rey ha hecho una cosa muy buena; y ninguna otra creo que en su vida. Y por serlo tan rara, se pudieran tañer las campanas de Londres, aunque no las tocara nadie. Hacíanse pedazos, gran parte del día, por la entrada del cuerpo de su madre, la reina María Estuarda. Dícenme por muy cierto, que salieron muchos señores de los más graves y los consejeros de Estado con grande pompa y acompañamiento a recibirla; y los obispos pretendidos, de Conterberi y Londres, casi tres millas; y no más, por el descuido en avisar del obispo que la trujo a su cargo. Entráronla con muy gran cantidad de hachas encendidas los falsos obispos, descaperuzados delante del cuerpo. Pusiéronla en el entierro de los reyes, en un sepulcro hecho para ella: muy suntuoso me dicen que es. Y lo de las hachas, tan nuevo para los herejes, que lo abominan -ni vela ardiendo-, mucho más que a un muerto. No sé lo que quiso ser: grandeza de Dios y consuelo grande para los católicos. Pues, prometo a vuestra señoría, lo han sentido de manera esta honra que se ha hecho a este santo cuerpo, que, con haber sido cosa tan pública, no hay una alma sola que hable en ello, de los herejes; y pocos católicos creo que lo saben. Yo lo publico lo que puedo y hallo que lo ignoran; o por lo menos los protestantes lo callan y muestran no saberlo. Esta traza tiene en todo.

4. Aunque no soy de las inclinadas a visitar santuarios ni a ver nada, pienso visitar ese sepulcro y harélo también por vuestra señoría, por quien ofrezco parte del gran trabajo y dolor que es tratar con gente obstinada en errores de fe y raíces echadas hondísimas. Después que partió el marqués, he tenido mucha ocasión de hacer en esto a Nuestro Señor todo el servicio que he podido, por ser el tiempo en que van volviendo a Londres los conocidos; que apenas hay hombre honrado que no esté fuera de él todo el verano, desde san Juan hasta el mes de otubre.

5. No sé por qué vuestra señoría me aprieta a que no vaya a la casa del Spitile, apartada del embajador, a lo menos parte del año. A mí me causa consuelo verme tan en las manos de Dios; y allí hay en que puedo mucho ayudar también a algunas almas de herejes y de católicos; y por conservarme en ello voy, prometo a vuestra señoría, con gran circunspeción y cuidado.

6. Tendréle muy grande hasta saber su buena llegada de vuestra señoría y del marqués a España; y suplícole no se olvide de avisármela con el primer correo de Flandes para aquí.

7. D. Alonso espera que le hagan merced; porque me certifica ser tanta su necesidad, que vende su plata. Y esto a mí no me atemoriza, porque es gran cosa el estar tragado el pedir limosna, aun a puertas de herejes. Bien es menester en tierra tan cara y de tan intolerables gastos: vuélvelos apacibles el ser por Dios y en cosas de tanto gusto suyo. La aflición de D. Alonso es diferente, y yo debo sentirla, y suplicar a vuestra señoría, como lo hago, favorezca su pretensión de ayudas de dinero. La de mi hermano sabe vuestra señoría: espero está en las manos de Dios: ¡hágase su santísima voluntad!

8. Vuestra señoría se vaya acordando de sus misericordias cada momento por esos caminos, y de lo infinito que debemos amarlo; y cómo puede, sabe y quiere, con inmenso amor hacernos todo el bien que le mereciere nuestro agradecimiento, y mucho mas, que será el que mejor nos estuviere.

Su Divina Majestad nos guarde a vuestra señoría, como se lo suplico, y le preserve de todo mal, Amén, en su santísimo amor.

De Londres, a 8 de noviembre, 1612.

9. Algunas veces perdone vuestra señoría no firmar; suplico a vuestra señoría diga a mi hermano, que le beso las manos muchas veces, y Dios le lleve con bien. No le puedo escribir esta noche, que es tarde.

10. Y todo este tiempo, hasta Navidad, deseo emplear solamente en recogimiento, y tratar de la verdad de fe católica con los que lo han menester. L.

Para vuestra señoría.

Londres, 8 de noviembre 612.

Mi señora doña Luisa de Carvajal.




ArribaAbajo

- 159 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 17 de noviembre de 1612.

Jhs.

1. Anoche me dieron las de vuestra señoría de cinco de éste; y, creciendo las mercedes, claro está que debe crecer el reconocimiento y gratitud, para que empiezan a faltar palabras; y sea esta excusa admitida, pues es así.

2. ¡Qué buen amor y qué sólido y bien fundado el que se funda en Dios y en la virtud y buenas partes que da a las personas; y con que llaneza y verdad se trata, con fruto propio y gusto de su divina y dulcísima majestad, que es abismo de frutos y dichas! A mi parte no hace sino solamente la caridad de vuestra señoría y misericordia de Dios que se olvida de mis innumerables desmerecimientos, y hace que no las vea vuestra señoría como son, ni aun tan bien como los que me tratan, que no pueden del todo cerrar los ojos a esto.

3. Veo lo que vuestra señoría dice en la suya, y oblígame a que prosiga en el mismo punto, aplicando al entendimiento lo que he dicho de la voluntad y amor. ¿Qué le falta a quien Dios ha dado grande y claro entendimiento, sino arrimarle en todo a él, cuidando de enderezar la intención a Su Majestad Soberana, para ser la más dichosa criatura de la tierra, ahora Él la lleve a Sí por riqueza o pobreza, por honor o por humillación? Vuestra señoría ha podido experimentar bien cuán dulce es Dios; y el haberle dado envueltas sus misericordias y larguezas entre amarguras de enemigos, las hacen más dulces, y despiertan el corazón a reconocer mas su amor y infinita bondad. No se canse vuestra señoría de temerle y amarle, y no se cansará Él de mirar por vuestra señora. ¡Qué poder es el suyo! ¡En qué punto puede trocar todas las cosas! Digamos con David: Domine virtutum, beatus vir qui sperat in te.

4. Ya nos ha dado venganza del duque de Saboya. ¡Pobre y millones de veces infelice el alma que lo paga ya entre inmensas penas, siendo instrumento de la confusión y vergüenza en que queda esotro. La noche pasada, a las ocho, murió este príncipe de Inglaterra, tan mozo y lleno de pecados; y con tan riguroso mal, que quiebra el corazón pensarlo. El profundo abismo de los juicios de Dios le cortó en agraz y arrojó en eterno llanto y penas tales, no dándole lugar y tiempo que a tantos da, con larga edad, no menos pecadores. Con la venida de Paulus grave, que ellos dicen, ha sido todo alegría, del palacio y pueblo: unos por dar contento a su rey, y otros por el que tienen de ver hombre tan semejante a sí, en la maldad y errores de fe; ensalzándole con las mentiras y sueños en que suenan cuanto les toca. Y en medio de sus fiestas y sus convites, salió del uno de ellos el príncipe malísimo. Dícenme que el pecho le ardía como fuego y la cabeza tenía helada, sintiendo grande pena con aquel frío, sin que hubiese bastado a remediarla nada de lo mucho que hicieron los médicos; y su lengua estuvo tan hinchada, que no la pudo menear casi en la boca. Esto fue dos o tres días antes de su muerte. Ayer por la mañana, pareció que la vida era acabada en él del todo por tres horas; y con una bebida, o cosa así, que le envió un caballero protestante preso en la Torre, volvió del paroxismo, con los ojos muy abiertos y espantados, abriendo y cerrando la boca como para espirar de nuevo cada momento, extendiendo los brazos, abriendo y cerrando las manos, como quien quería coger algo que se le iba; y en esta forma estuvo hasta las ocho de la noche, no casi pudiendo nadie sufrir la lástima que causaba.

Estuvo el falso obispo, algo antes de su muerte, con él, haciendo sus oraciones, a que el príncipe no ha atendido, y estaba sin juicio, y con él, el conde de Sufolke y otros tres o cuatro consejeros de Estado, hasta que acabó.

Oyendo el rey, su padre, aquel temeroso modo en que estaba, se salió de Londres, mostrando gran dolor, y se fue a Tibol. Su madre mostró tenerle; y acabando de morir, se salió de palacio a otra casa suya en Londres. La Isabela, su hija, mostró mayor dolor que todos. Los consejeros se retiraron, y el Palatino se está en su posada. Dicen algunos, que el rey causó esta muerte, porque temía a su hijo, Y que fue en convite que la reina hizo al príncipe; y mejor le estaba al Palatino que a ellos, si el casamiento se hace. Todo queda ahora en silencio, y creo lo estará por una o dos semanas.

5. Un Tomás que conoce el marqués y no se atrevió a hablar a su señoría cuando estuvo aquí, dijo ahora a aquel otro su amigo: «¡Oh, si don Pedro estuviera aquí en este tiempo! ¡Oh si volviese él, o fuese enviado otro de su modo con esta ocasión a Inglaterra!» No se acuerdan que no enviaron ellos, cuando la Reina, nuestra señora, murió.

Harto importara que acertara a ser la venida del marqués en tal ocasión y no en la que fue; pero Dios sabe lo mejor y éstos le provocan sin medida.

6. Despacha con toda prisa don Alonso y antes de misa y no hay lugar de tornar a leer la de vuestra señora, que leí anoche, para ver a qué debo responder.

7. Dios lleve a vuestra señoría con bien, una y mil veces se lo suplico; y que halle a mi prima, sus hijos y casa en la mesma manera; y al Duque, con vida y salud. La del Rey nuestro señor, Dios sabe cuánto es necesaria: esperámosla muy larga, de su infinita misericordia.

8. No sé cómo vuestra señoría tiene por tan mala casa la del Spitile: si no fuera demasiada la prudencia de guardarme, crea vuestra señora que ya me hubiera esta gente enviado al cielo; pero mi vocación pide el aventurarme algo, por lo menos en tiempos y ocasiones; y entonces, la vida ha de quedar a cargo de la inmediata Providencia de Dios.

9. No sé decir ni hacer nada apriesa; y así acabo con decir, que mire vuestra señoría que bofetonazo ha dado, en medio de la cara, Nuestro Señor con este cuerpo muerto al duque de Saboya, en honor de la Santa Iglesia; y al de Florencia también, que tanta ansia tenían de hacer, uno a su hermana, y otro a su hija, reinas; paréceme pueden ir a buscar un rey de negros ahora. El principito que hereda, es de diez o once años, muy flaquito y delicado. Me dicen mucho conviniera estorbar que no pase adelante el casamiento de este Palatino con esta infanta, porque no se venga a reinar él a Inglaterra.

10. Mucho dicen se tardará don Diego. Don Alonso está sin secretario ni quien le ayude fuera a los negocios, en estas ocasiones tan grandes. Háceme merced de darme los 300 reales cada mes, aunque dice se acabó el dinero de Su Majestad para sí y para otros, que es harto grande, y muéstrame afabilidad. Está con necesidad de que vuestra señoría le favorezca, como se lo suplico. Y guárdenos Dios a vuestra señoría en si mesmo, amen, muchos años.

De Londres, 17 de noviembre, 1612.

11. Por si el marqués de Flores ha pasado adelante, le escribo la muerte del príncipe, aun que más cortamente que a vuestra señoría; y por que me dan insufrible prisa, porque Lampe alcance al marqués, no creo he de poder escribir a mi hermano, cuyas manos beso muchas veces, por sus cartas. Con el primero corresponderé. No sé decir lo que me huelgo de que cosa tan mía vaya sirviendo a vuestra señoría; y más, de saber con cuán gran amor y estima lo hace de la persona de vuestra señoría.

Ya he dicho en otra a vuestra señoría que no importa firmar.

Para vuestra señoría:

Londres. Doña Luisa de Carvajal,

17 de 9, 612.




ArribaAbajo

- 160 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 7 de diciembre de 1612.

Jhs.

1. Con uno de los gentiles hombres del marqués, que partió por la posta antes que él, escribí largo a vuestra merced; y después, no me fue posible; y mañana se parte Juan Lamp, después de la misa; y ahora son casi las once, y no quiero se vaya sin ésta mía.

2. Esta tierra está más perdida cada día; quebraríale el corazón a vuestra merced si la viese; en humano y divino, no creo se imaginan allá cómo es. Arrebató Dios al príncipe de Walls, con grande prisa y con grande mal; y arrojóle en eternos tormentos y lloros, sin dejarle llegar a los veinte años de su edad; aunque en pecar en horrendos vicios, dicen pasaba la edad. Abrasábasele el pecho y helábasele la cabeza, sin bastar cosa alguna a templar aquel hielo: halláronsela llena de agua después de muerto. Aquel día, quedó como tal por tres horas. A la mañana, y dándole una agua o bebida que Sir Walter Raully? le envió desde la Torre donde está preso, pareció volvía a la vida con demasiada violencia y tormento, y los ojos muy abiertos, mirando sin orden ni juicio: abría y cerraba los labios como para espirar; y extendiendo los brazos a todas partes. Con las manos andaba como procurando coger algo que se le iba; y así pasó hasta las ocho de la noche que espiró, lastimando a cuantos le vían. Y oyendo su padre cuál estaba, se salió de palacio y de Londres, y se fue a Tibols. Suffolk y Northanton y el canciller mayor estuvieron presentes por largo rato, hasta su muerte. Y el de Conturberi, diciendo sus preces; pero el pobre mozo a nadie entendió ni conoció. No le han enterrado; tiénenle do acabó, en su propia casa, y todos sus criados con él, hasta el entierro, que quedan despedidos. Dicen será muy suntuoso, y que el casamiento de su hermana se difiere hasta mayo.

3. No se sabe si se irá entre tanto el palatino; uno s dicen que sí, otros que no. Muestra el rey amarle extrañamente, llámale hijo; y Miladie Isabel, desde el punto que le vio, estaba rendida: es mocita de poca importancia y saber. Al niño príncipe, alaban de discreto y muy maliciosillo en cosas de religión. Oigo que tiene ya trece años; y no les parece muy desigual para la menor hija del de Saboya, que es de dieciséis. Creo echarán antes el ojo a Francia; y también Francia acá, para su hija segunda. ¿Qué le parece a vuestra merced del de Saboya, que apretaba tanto en el casamiento con el príncipe ya difunto, sin tratar ni una mínima palabra en favor de Religión Católica, ni mentarla? Antes dicen, por certísimo también, que sin acudir al Papa, lo pensaba efectuar; y que ofreció que lo haría en la manera que ellos quisiesen. Y aquí, según he colegido de algunas palabras, esperaban que se haría protestante, o, por lo menos, que iría con la suegra a la iglesia de los herejes. Y bien pudiera, si tuviera breve, como me asegura el señor don Alonso, que, le tiene la reina, de Clemente Otavo, para oír misa, y el servicio herético en sus iglesias, todo en un día; y creo que quisiera lo mesmo para los católicos: ¡tanta es su caridad! El principito es muy disminuido y enfermizo. Si el palatino hereda, ¡buena estará Inglaterra! Rey de ella, hereje y elector, vea vuestra merced qué cosa será. Es nieto del príncipe de Orange y sobrino del conde Mauricio. Un hermano de él tiene en su compañía; y toda su renta en vino del Rin, y puercos y gansos: de éstos, innumerables. Y si oyese vuestra merced la gracia de los cuentos que traen de su casa y pobreza de ella los mismos protestantes que vienen de verle, es pasatiempo bonísimo. Y dicen que es viva la madre, y la han visto allá, hija del de Orange y de una mala monja, con quien se casó. Pauls Grave (el palatino) es de alguna menor edad que Miladie Isabel, muy flaco y morenito, muy calvinista. Hase reído de los ritos de los protestantes de la capilla del Rey. Si viene a serlo de ella, paréceme que los obispos tendrán mal recaudo.

4. Ahora dan tras las mujeres con el juramento. Por no tomarle, han puesto en un castillo de la tierra adentro, ocho o diez de ellas, señoras y gentiles mujeres, muy ricas; y otras, en otras, cárceles de los pueblos; y algunas de ellas, mujeres de protestantes. Andan muy discretas en no consentir a sus maridos que paguen por ellas nada, sino antes que las dejen ir a la cárcel; porque, con esto, ellos se vendrán a cansar de apretarlas; y lo principal es la sed de dinero que tienen. Mistris Nelson, la madre de Tomasillo, por lo mismo está en la cárcel de Counter en Londres. Desea saber de ese muchacho: vuestra merced nos avise qué se ha hecho.

5. De la cárcel de Newgat se han salido siete u ocho clérigos, de veinte que había, con unas llaves hechizas; pero no se sabe ni conviene, aunque lo barrutan, por no haber hallado parte alguna rota, ni por donde ni un perro pequeño saliese. Fue al anochecer, delante de cuantos paraban por la calle, y nadie reparó. Había sido sábado, y el lunes no lo sabían los carceleros. El Recorder de Londres llamó al carcelero mayor de ellos, y le dijo si todo estaba bien, y dijo que sí. Y replicóle él (que ya lo sabía) que lo mirase bien; y fue, y halló dos padres menos. Fueron dos de la Compañía: Yong y Cornforth, y Enrique Mayler, el de Vizcaya y Parra, y Grin, y Enrique Cuper, el bajito de estatura, y un benito, que estaba con ellos para salir, a la puerta; y nadie habla sino en siete. Mosket, Moliners, y otros así, no quisieron, creo yo; no sé por qué respetos de algunos, no se osaron fiar por su poca disimulación. Todos los legos presos por la fe, acertaron a estar en el otro lado de la prisión con el carcelero, que fue lo mejor. Por librarse de su ira, a los doce sacerdotes, se dice ha puesto en el calabozo, sin abrigo, ni cama: es hombre del mismo demonio, y no mucho ha, puesto allí. Paréceme a mí, que no querrá vengarse mucho, a costa de su dinero; porque a do están, no le pagan nada; y acullá, estos doce, cada día doce reales, que son al año 400 ducados, por sólo el lugar que ocupan, y unas camillas de perros; y ellos creo se buscan la ropa; y no tienen allí aposentos, sino una como iglesia vieja escura, y dos tribunillas do tienen sus camas.

6. Ya habrá oído vuestra merced que el padre Preston, preso en él Inke (Clink), anda harto libre por ahí, sin ningún honor entre buenos católicos, por el juramento y libro que se dice es suyo: no se debe saber en Roma, pues no se hace en ello nada.

7. Don Diego Sarmiento no viene, ni sabemos de ningún otro. Don Alonso está solo, sin criados y sin dineros. Dice que es tan en extremo, que vende su plata para comer; y nuestro sustento librado en él totalmente, sin que tengamos ni un real cada mes para esto, fuera de lo que él ha de dar. Dice que se esforzará a hacer cuanto pudiere. Como era tan cierta la venida de don Diego, envió casi toda su gente y casa a España, con su hermana e hijos.

8. El padre Antonio Hosquines, me escribe que desea que sea embajador mi hermano; y muy de veras me aprieta a que lo procure. Yo ya estoy muerta para tales cosas, y aborrezco meterme con deudos muchísimo, si no es para darles algún buen consejo.

9. Todos los amigos tienen salud. Y el Padre Blacfan ya anda libre dentro de la cárcel de Gathouse. No hay otro padre preso sino el padre Balduino, que está bueno también. Míster Dalamor murió el otro día, preso con los sacerdotes de Newgat; muy bien, gracias a Dios.

No sé que más me diga a vuestra merced, que es tardísimo.

10. Quedamos en la casa de Barbicán, junto a don Alonso, porque el marqués gustó de ello, y yo he tenido algo que hacer aquí; pero esme tan contrario el aire, que no he de poder excusar de volver al Spitile; y, gracias a Dios, jamás ha mirado ningún bellaco a nuestra puerta allá, ni entendido yo peligro el más mínimo, en cuanto a eso sólo; que, en lo general, está sola y dispuesta a muchos peligros; y esto ha mostrado muy más la singularísima providencia de Dios con nosotras: ¡sea glorificado para siempre!

11. Suplico a vuestra merced acuerde a la duquesa aquella limosna, si puede, o parte de ella. Los libros que tenía Diego de la Puente para enviar por orden de vuestra merced, no querría se perdiesen. Y que se acuerde vuestra merced de las tijeras del oro que le envió Inés para mí; y de no olvidarme en sus oraciones, ni de avisarme de su salud siempre, que se la deseo infinito; y suplico a Nuestro Señor se la dé a vuestra merced, y mucha vida para su mayor gloria.

De Londres, a 7 de diciembre, 1612.

Vuestra merced me haga merced de quemar ésta, en leyéndola. -Luisa.

Espero me hará merced vuestra merced de favorecer mucho a míster Antonio Bury, el estudiante de Sevilla. Dícenme lo merece.

12. Al señor licenciado Juan Pardo beso las manos, y no me olvide en sus oraciones. Deseo saber si ha llegado con salud. Avísenos vuestra merced todo lo que hubiere y se le ofreciere de míster Guillermo Vaux, que lo desea su madre.

Deseo media vara y media cuarta de tafetán entredoble, muy bueno carmesí, y otro tanto negro y otro tanto blanco; y suplico a vuestra merced me envíe memoria de lo que esto costará, y del dinero de los libros que ha enviado y enviará.




ArribaAbajo

- 161 -

A su hermano don Alonso


Londres, 7 de diciembre de 1612.

Jhs.

1. No pensaba tomar la pluma en la mano hasta pasada Navidad; pero háceme quebrar esta resolución, el motivo que me da vuestra merced en la suya de cinco de noviembre, deseando saber mi parecer en cuanto a procurar venir aquí; y por la de ocho del mismo, veo que ya don Diego no viene.

2. Por lo que toca a mi consuelo y quietud, totalmente me inclino y deseo pasar mi camino aquí a solas, sin hermano.

Para el temporal estado de vuestra merced y su acrecentamiento, buen escalón es, en caso que diese muy buena cuenta de esta ocupación.

3. Esta embajada es dificultosa, creo yo que tanto como otra cualquiera; en ella consiste no pequeña parte de la honra de España y de la Santa Iglesia Católica; que estas dos andan muy a una, gracias infinitas sean dadas a Dios. Entra el embajador aquí a tratar con monstruos y sierpes extrañas, sin fe y sin verdad, de un trato vidrioso, llenos de engaños y trampas, gente dejada de Dios, en tan sumo grado de ceguedad; conciencias totalmente gobernadas del demonio y consiguientemente soberbísimos y arrogantes, enemigos capitales de España; y un Consejo de Estado, de dos naciones diferentísimas y contrarias, que se desean beber la sangre la una a la otra. Pero esto no es lo peor, si el embajador tiene destreza y maña.

4. El embajador ha menester ser hombre de grandísimo valor y cuerda resolución, y no disimular cosa alguna contra su honor, que huela a flaqueza de ánimo, ni deseo de paces demasiado ni de mil leguas; porque nada aumenta tanto el atrevimiento y desvergüenza dellos. Cuál sea su honor, vuestra merced lo ve, el de Dios y su rey. No pienso sería mala cifra, pintarle con un grande bolsón al lado, con la una mano mostrando un palmo de espada desnuda y en la otra una copa dorada, que por acá es símbolo de gran agasajo y cortesía.

5. Y malísimo embajador será un hombre confiado de sí, enemigo de preguntar y tomar consejo, y de un corazón tímido y estrecho: éste tal, como ciego, irá tanteando las paredes en sus negocios y ocupaciones, y fácilmente engañado con lisonjas escogerá antes creer a aquellos de quien menos se debe fiar, que vencer a sí mismo mostrándose necesitado de consejo, ni acudir a quien le ha de decir cualquiere verdad, que es intolerablemente amarga para algunos humanos, aunque regla finísima de do procede todo buen acertamiento. Conviene infinito que no dé mal ejemplo, en materias de religión, ni en vicios; ni lo consienta en ninguno de los de su casa.

6. Es ésta una corte de infierno junto, más propia que cuantas en el mundo él tiene; y debe estar en medio della la casa del embajador de España como clara lumbrera en noche tenebrosa, centelleando fe católica, honesta vida, valor y honra; y si esto no es, mil veces mejor que no haya embajador; bastaría un agente; a lo menos yo no querría el dolor doblado, siendo en persona que mucho me toque.

7. Importante propiedad es gastar bien el dinero de el rey nuestro señor. Es lástima, y grande descrédito del embajador, gastarle a tantas ventas, y arrojarle a montones donde ni casi luce ni aprovecha; a veces comprando sólo buen semblante de unos y de otros, palpables engaños y embelecos de su juicio. Y crea vuestra merced que es imposible tratar aquí de los negocios de esta embajada, sin medios proporcionados a su dificultad, esto es, interpuestas personas de bastante suficiencia, como la tuvo el marqués de Flores. Intolerable cosa para lo que pide la honra de España, es que su embajador salga de casa ligeramente, ni aun en casos de grande importancia algunas veces.

8. Las personas que tuvo el marqués, fueron las siguientes; y sin otras tales, ya he dicho que no podrá hacer cosa honrosa ni a derechas, por más suficiente que sea en sí mismo; y si esto no sabe conocer, pequeñísimo entendimiento tendrá.

El doctor Teyler, hombre cuerdísimo, de muy maduro juicio y edad, cuidadoso y trabajador, temeroso de Dios y limpísimas manos en materia de tomar y de cohechos; éste tenía mil y quinientos ducados al año de sueldo de España, según he entendido. Acudía siempre a palacio y a los consejeros de estado; disponía los negocios, traía respuestas, acababa cosas de menor dificultad, y acudía a pleitos de piratas y mercaderes; tenía dos mozos, uno que le seguía y otro su deudo, que él empleaba en algunas de estas ocupaciones. Él no era inglés, pero se suplía con hacer que vivía en Flandes tantos años, que estaba ya connaturalizado allí. Él que trujese el embajador, es necesario que sepa hablar inglés, por lo menos razonablemente; y muy bien, francés.

El intérprete secretario de lenguas, de la mesma manera, porque la francesa suple bien la falta de la inglesa: una u otra ha de ser perfecta, y él de buena expresiva, y hombre cuerdo y secreto. Oí que tenía trescientos ducados al año de su sueldo, poco más o menos.

El secretario de la cifra, y otras mil cosas que no tocan a los sobredichos; de éste también oí tenía doscientos ducados de sueldo al año, y a todos tres pagaba el rey nuestro señor aparte; y claro se es que debe ser fiel, cuerdo y secreto y español.

Para la casa son necesarios seis gentilhombres, como acá dicen, muy bien tratados; y, si yo fuera, los trujera de razonables talles; induce a desprecio lo contrario y es deslucimiento. Lo principal es que ellos sean cuerdos y no vengan a provocar a Dios con sus liviandades, a una tierra que le tiene tan irritado, que cada hora es un milagro que la que se pisa no se abra para tragarlos.

No se usan acá muchos pajes, mas no pueden ser menos que cuatro, de catorce a dieciséis años; los ordinarios criados de una casa grave, y dos coches, y dos porteros.

Siempre a la mesa, haya o no convidados, por lo menos seis o ocho muy honrados platos; y si en ella hubiese persona de consideración, ya se ve cuántos más.

9. Al cabo, hermano mío, vengo a lo más alto: para la capilla debe traer el embajador dos religiosos, calzados o descalzos; en estos últimos por ventura no será tan fácil el allanarse a jubones de raso y de tafetán, gregüescos de terciopelo, zapaticos justos, largos ratos de naipes, pocos días de misa, mucho regalo y tener la casa desproveída de doctrina y edificación, o antes llena de ese mal ejemplo; que no sé qué desdicha es, que, en viniendo aquí, se hacen imperfectísimos.

Y si se trujese sacerdote secular, tanto que mejor, siendo el que conviene; y si sabe escribir, suple un escribiente, que es fuerza tener, fuera de el secretario. Sin dos misas no se puede pasar los días de fiesta; y de cuando en cuando, está alguno malo; con tres, se acude al culto, con mayor decencia y consuelo de muchos. Si ellos son hombres de espíritu y oración, a lo menos los religiosos, la gran ayuda y buen efecto de ella, sentirá el embajador en sus negocios y alma. El marqués tuvo tres, y don Alonso también.

10. No conviene, en ningún modo, que sea aquí secretario sacerdote, católicos y herejes se escandalizan y murmuran de ello.

11. Aquí todo es muy caro; la casa cuesta siete u o cho mil reales al cabo del lugar, y dejando allá para el gasto de la suya, el que hubiere de venir, puede ver qué le sobra y qué le da S. M. cada año para aquí, fuera de lo ya señalado por sueldo ordinario, o en encomienda, o otra alguna pensión; ha de tener tres cuadras colgadas y una galería, y a donde durmiere, de tapicería, damascos y terciopelos: no hacen diferencia de invierno o verano, tanto que haya nota en tener tapicería en entrambos tiempos: la plata de la mesa y aparador ha de ser muy buena.

12. Es no pequeña desautoridad traer mujer y niños a aquesta tierra y terrible gasto; y cien inconvenientes muy de consideración.

13. Sobre este discurso, no tal cual yo quisiera, dejo a su consideración de vuestra merced el mirar lo que le convendrá hacer, en procurar este cargo, o aceptarle, si se le dieren. Deseo yo que se haga en ello lo que fuere de algún más gusto de nuestro Señor, cueste lo que costare a vuestra merced y a mí.

14. Hase llegado la partida de Lamp, sin poder pasar en ésta a otras cosas.

El padre Antonio Hosquines me escribe que, en todo caso, procure que vuestra merced venga aquí: parécele a él que será buen embajador: yo déjolo todo a Nuestro Señor, y Él guarde a vuestra merced, hermano mío, como deseo. Amén.

De Londres, a siete de diciembre, mil y seiscientos y doce.




ArribaAbajo

- 162 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 7 de diciembre de 1612.

Jhs.

1. Ya me había despedido de escribir a vuestra señoría hasta España; pero obligándome mi hermano a tomar la pluma en la mano, por lo que en la suya verá vuestra señoría, no puedo dejarla sin escribir a vuestra señoría: y espero topará a vuestra señoría no lejos de la patria amada. Gracias a Dios que llevaba a vuestra señoría con mejor salud, y buen pedazo de camino andado. No sé qué agua de muñico es ésa que dice vuestra señoría; pero huelgo mucho que haga tan buen efecto en sus indisposiciones. Plega a Dios, señor, que vuestra señoría dé tan buen principio de año a mi prima, como piensa dársele con su buena llegada; y que le tenga vuestra señoría, dando mucho contento a su divina grandeza en cuanto piense y haga, hallando toda su casa como yo deseo.

2. No hay mayor sabiduría que allegarse a Dios y apegarse a Él lo más firmemente que se pueda; que una paja y una cañaheja queda hecha un monte firmísimo, y uno armado a prueba de todas dificultades. «Ponedme junto de vos, y pelee contra mí quien quisiere». ¡Qué infinita ventaja se tiene estando con Dios al lado! Job, casado era y lleno de negocios, y cercado de mala gente; y David también; y entrambos cuán santos. Dice él: «Qué bueno es para mí apegarme a Dios y poner en el Señor Dios mío mi esperanza». No hay para que queramos lo que Dios no quiere, descubierta ni tácitamente, porque eso es un pedazo de rejalgar y cierta condenación. Y cuanto más se allana el corazón del hombre a gustar de su gusto divino, con más fuerza le atrae a sí y le obliga a un increíble amor. Decía a Santa Gertrudis, que era tanta la providencia que tenía de sus fidelísimos siervos y tan especial, que jamás consentía que ni un muy delgado vientecillo tocase a su vestido, sin muy particular ordenación suya. Yo prometo a vuestra señoría de hacer con gran instancia oración por él, más que nunca la he hecho; y pedirle la mismo a los que en ella serán de más provecho a vuestra señoría; y veamos qué se sirve Dios hacer de vuestra señoría. Avécese a confiar en Él sin temor. ¡Oh qué infieles le somos en esto todos!

Bien puede creer vuestra señoría que estaré cada día esperando a saber de su llegada y sucesos de allá; y cómo halla al duque, de vida y salud. Désela Dios, Amén; que, en cuanto a los años, hartos puede vivir.

3. Inclínome yo muchísimo a que vuestra señoría quede en puesto que pueda servir mucho a Dios; y sea el que fuere, que le puede poner a vuestra señoría en el que quisiere. Mucho fío yo de su cordura grande de vuestra señoría, en cuanto a no aventurar lo que ya tiene y Dios le ha dado, por codicia de más y ambición de honor. Dejemos los augmentos a su Majestad Divina, y tratemos de poner su gloria y su gusto en el principio de todas nuestras alegrías, con aquella fineza de afecto que allí se dice: «¡Peguéseme la lengua al paladar si no fuere así! Si non proporuero Hierusalem in principio laetitiae mea. Habríase de traer siempre en el corazón y en la boca.

4. Si pudiera alcanzar un solo día de vuelta acá el príncipe de Wales (que suena con nosotros Gualis), ¡qué tal sermón fuera! Harto grande es la manera en que ha sido arrebatado de los ojos de sus amigos, pero mayor su obstinación de ellos: aun no está enterrado. Dicen se dilatará el casamiento de la ladie Isabel, su hermana, hasta mayo. Ella se empezó a derretir luego por el palatino acabando de verle, en que ha mostrado gran ligereza y liviandad de ánimo; a mi parecer es moza de poquísima codicia. El príncipe que queda es comalido y muy delgadito. Dicen tiene trece años, y que no es demasiada la edad de la menor hija de Saboya para casar con él; mas con la segunda de Francia harán mayor diligencia, creo yo, y el francés también con ellos. Y verdaderamente que, si esto no se mejorara de como está, yo no, casara una hermana mía con él, si estuviera en mi mano casarla.

5. Vuestra señoría hará harto buena obra a don Alonso en sacarle de aquí con brevedad. Son las ruinas de una embajada ver cuál está. Y como estaba tan cierto ya su sucesor en ella, convínole enviar su gente con su hermana y nuera, y quedar ahorrado de gasto para su camino tan largo a España; y ahora, ni tiene criados con quien ir a palacio, ni dineros (dice y parece) para sí, ni para nada de honor ni negocios. Es muy buen caballero, y no pretende para allá cosa que no sea muy moderada, en que espero le hará favor vuestra señoría.

6. En cuanto a mi mesma, deseo que vuestra señoría tenga mucho menos cuidado. No sé si creerá vuestra señoría fácilmente sin verlo, la alegría y desahogamiento de corazón que Nuestro Señor me ha dado en cosas temporales, siendo en las de espíritu y del contentar a Dios el más temeroso y desanimado que pienso se podrá hallar. Es una enfermedad de mi alma y una flaqueza de mi confianza en Dios, temeraria a veces, porque me doy ocasión con infinitas faltas que hago en todo.

7. Suplico a vuestra señoría que, llegado a su casa, ofrezca de mi parte a mi señora la condesa, mi prima, mi corazón fiel y deseosísimo de su mayor bien y de su eterna salvación, que pediré a Dios con cuantas veras pueda, y Él pague a vuestra señoría la parte de merced que hace a mi hermano. El verdadero corazón y amor que para con vuestra señoría tiene, conocí en sus palabras y veo en sus cartas. Me aseguró que los ha de servir cuanto le sea posible; y recíbanlo vuestras señorías por mí también.

8. Y acabo con decir a vuestra señoría que se teme aquí la ida a Portugal del rey nuestro señor, lo mal que dicen de él y lo que le aborrecen; por que aun en esto sea dichoso, que al diablo mejor es tenerle por enemigo que por amigo. Uno de los servicios que yo hago a la Santa Iglesia es ensalzarlo entre éstos cuanto puedo, no más de lo que Dios lo ha hecho, en monarquía, dinero, entendimiento, sucesión, rendimiento y amor de vasallos, talle y salud, por el gran celo del honor de Dios y de su Iglesia, y virtudes que su divina Majestad puso en él para grande ejemplo nuestro. Muchas veces llego a sacarles de la cabeza lo que allí tienen en contrario de estas cosas. Hablan mucho en que se arman navíos en Lisboa, y que desde Madrid escribió un hombre de importancia a un mercader español de Cáliz (Calais), que brevemente se acabarían las paces con Inglaterra, y pusiese fin a sus cuentas con ellos. Hágase en todo la voluntad de Dios, que es puerto seguro aun en lo profundo del mar. Y guarde a vuestra señoría en su santísimo amor como yo lo deseo.

De Londres, a 7 de diciembre de 1612.

Luisa.




ArribaAbajo

- 163 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 31 de diciembre de 1612.

Jhs.

1. Vuestra señoría habrá recibido con Lamp mi última carta, y con él espero, si no antes por Flandes, muy buenas nuevas de su llegada de vuestra señoría a España y salud de mi prima y sus hijos: ¡Hágalo Dios, como puede, a su mayor gloria!

2. Quedamos, señor, en Londres con un mártir nuevo y un intercesor más en el cielo. Había estado preso esta última vez un año, poco más o menos. Catorce días antes de su muerte, se salieron siete sacerdotes, de veinte que había con él allí presos, con dos llaves hechizas que tuvieron para la puerta de la calle, y de uno de ellos supe que le persuadieron a salirse, y no quiso hacerlo: estaba en su eterna predestinación fija aquesta dicha y corona suya. Su propio nombre era Jerónimo Almond; iba por el de Ladan, pueblo donde nació en Lancastria, y muy comúnmente le llamaban Mulinex. Tuviéronle doce días en el calabozo con otros nueve sacerdotes, sin otro abrigo que el desnudo suelo y sin luz de día y de noche, haciéndoles pagar el carcelero por cada una casi seis maravedís, por pequeña que fuese, y tomarlas dél; si se las envían sus amigos, no se las daba, sin recibir primero para sí la mesma cantidad; una extorsión y tiranía de mil millares dellas que padecen los católicos fuera y dentro de las prisiones.

3. Llevaron a este santo padre al juicio, y sesiones públicas el primero de los dos días dellas por la mañana; y, sin una letra escrita contra él ni un solo testigo, le condenaron a muerte, por ser sacerdote solamente y suspición que ellos tenían sin saberlo, como el les dijo: «Habéisme condenado a muerte sin poder ninguno de vosotros decir con verdad si soy inglés, francés o español, y mucho menos si soy sacerdote.»

Concluyeron su causa aceleradamente. Contra sus mesmas costumbres y ordenanzas; allí, luego, le notificaron la sentencia, y llevado a la cárcel, se le volvió en consuelo sumo lo que antes le fue duro y riguroso, puniéndole en el mesmo calabozo, donde se confesó antes de salir a morir; y él y los demás sacerdotes cantaron sus horas allí. Al amanecer, estando en oración, le tiraron del brazo para dalle un poco de vino quemado con que se confortase, y él volvió el rostro, y dijo: «¿Es el jarif (a cuyo cargo están las ejecuciones)? Venga norabuena.» Y viendo que era el vino, dijo: «Quitadlo allá.» Vino el jarif luego, y con rostro alegrísimo le dió los buenos días, y se puso en el zarzo, do fue arrastrado dos grandes millas, si no son tres. Antes de morir dijo muchas bonísimas palabras de gran edificación.

4. Habían publicado que no había ejecución hasta el martes siguiente, y dilatado la de los felones y homicidas para aquel día, cosa no vista desde que yo estoy en esta tierra, que, acabadas las sesiones del viernes, el sábado era su propio día.

Temían los herejes el provecho que se seguiría de su muerte en el pueblo, y quisieron dársela a solas. Lleváronle ese día tan temprano, que aun no era claro el día; mas muchos barruntaron la treta desta gente llena dellas, y déstos, y de los que toparon acaso en las calles, y se apresuraron a ir a espérarle en el Tiburno, donde está la horca, y dieron aviso a otros; cuándo el mártir llegó, pasaban de dos mil los que halló aguardándole. Era muy conocido en Londres, y acudía a muchas almas de mancebos de tiendas, y personas altas y bajas de todos estados.

5. Había tres ministros con él (llaman así aquí a sus predicantes), que le interrumpían muchísimo, y no supieron responderlo una sola palabra a lo que él les decía. Lo mismo le pasó con el falso obispo de Londres en las sesiones; y el miserable estaba, como una berenjena, moreteado y hinchado de enojo, callando a todo. Y decíale el Santo: «Él de las mangas blancas, compañero, el del roquete: ¿Que hacéis ahí, juzgando causas injustas y que no os tocan ni por lo humano ni espiritual? No sois sacerdote, ni sois obispo, ni sois juez: mejor os es iros a vuestra casa, con vuestra mujer y vuestros hijos.»

6. En fin, señor, volviéndome a darle a esta sucinta historia, dijo al pueblo, entre las demás cosas, que porque sus ministros afirmaban que era imposible guardar uno castidad, no siendo casado, les certificaba en aquella su postrera hora de vida, delante de Dios, que en esa materia se había conservado sin tal mácula como lo estaba niño de dos años; Y que, en cuanto al rey, debajo de la misma protestación, decía que jamás en su vida tuvo un solo mínimo pensamiento contra su persona. Y viendo abajo una multitud de amigos y hijos espirituales, sin duda deseosos de tener algo suyo, los echó sus vueltas y valona, rosario, disciplina y cuanto tuvo y pudo allí arrojarse; y sus guantes y pañizuelo. Otro dió al jarif, diciendo le admitiese por señal de amor y caridad suya; y él le tomó y dijo le guardaría todo lo que la vida le durase. Al verdugo dió un angelote, diciéndole que no pensase que era porque le tratase con menos crueldad, que no había cosa más lejos de su deseo, y así, le pedía usase de toda la que pudiese.

Arrojó al pueblo los dineros que tuvo en su faldriquera para ese propósito, y algunos manojos de cintas de calzas de seda, tejidas de varias colores, dando por causa el ser su gran fiesta aquella.

Mostraba la mayor alegría y la más firme fe que se puede pensar: nunca le vieron de tan clara y buena color en el rostro como aquel tiempo.

7. Cuando le quiso vendar los ojos el verdugo, no tuvo con qué, sino su propio pañizuelo, que era un andrajo sucio. Y, viéndolo nuestro criado, que estaba debajo de la horca con dos lienzos delgados, blanquísimos, que yo le había dado para que procurase mojarlos en sangre, si podía, dió el uno al verdugo, y con él le vendó los dichosos ojos y vista, que tan presto vió a Dios sin velo alguno, haciendo dichoso mi pobre cuidado y diligencia por esa vía, ya que no pudo llegar a su sangre el que los llevaba.

8. Y pasó adelante el favor y misericordia de Dios para conmigo, dejándome a mi cargo el darle sepultura a este santo cuerpo, ganando por la mano a otros que lo procuraron, resueltos a morir antes que dejarle más tiempo en tan indigno lugar. Por poquísimo no se encontraron con mi gente, que fuera gran peligro; sin conocerse por amigos, pudieran matarse con los pistoletes unos a otros, y aun conociéndose, quizá, llevados de la furia de demasiada devoción del mártir, y iban armadísimos por temor de los herejes.

No le faltarán tampoco reliquias a vuestra señoría deste Santo, ni fe faltan las oraciones que puedo allegarle de los más verdaderos siervos de Dios que hallo.

9. En dos casos hallo siempre muy dulce a Inglaterra, olvidándome que es un mar de hieles, con la gloria presente. Uno es cuando recibo a estos felices cuerpos y gasto las noches enteras, cansada en aderezarlos con las especias aromáticas, de limpiarlos primero del lodo, coger la sangre que aún brota de algunas de las venas, besando muchas veces sus manos y sus pies, vendando los despedazados miembros con holanda nueva, velando delante dellos y puniéndolos en su sepulcro de plomo, para que puedan conservarse, si así lo quiere conceder nuestro soberano señor, esperando acepta este pequeño servicio, a vueltas de su gran sacrificio y holocausto dellos, que fuego se hace do queman sus entrañas y corazón.

El otro es cuando estoy batallando, con las más eficaces razones que puedo, contra la ceguedad y error desta gente, puniéndoles delante la clara luz de la fe y doctrina católica y desbaratando con ella en sus entendimientos su opinión contraria, y veo que me escuchan y entienden y calan lo que digo; y que, verdaderamente, en esto hago aquello a que llega toda mi fuerza por muchas horas juntas, en una lengua áspera y trabajosa. Tienen poquísimo sentimiento de cosas eternas, no sé si es natural más en ellos que en nuestra nación, y cuando se llega a vencer a su entendimiento, queda una mucho más incontrastable muralla de amor y pegamiento a sus casas y huertas, y alegre cara de amigos, que, por no perderlo ni dar chica ocasión a ello, perderán a Dios mil veces. Entonces digo yo: Si os queréis ir al infierno, eso es otra cosa: yo no tengo de pagar por vos. Para mí basta justificar la causa de Dios y que no podáis decir: «No tuvimos suficiente noticia.» Buscad, inquirid, preguntad.

10. Mire vuestra señoría cuán larga va esta carta; con cortas relaciones. Glorifique a Dios por mí y págueme en buscar allá quien lo haga también con fervor las veces que yo hago lo mesmo por lo que vuestra señoría le debe.

A mi señora la condesa suplico tenga ésta por suya, pues es de tan dulce historia; cuyas manos beso muchas veces y las de sus hijos.

11. Y por remate pido a vuestra señoría se acuerde de representar al duque, para que lo acuerde a nuestro buen rey y señor, la grande novedad y trueco de cosas de Estado, en que está Inglaterra, y suma necesidad de un embajador valeroso y de entendimiento; y si no, más importa que no haya ninguno, al honor de Su Majestad.

12. Cuando partió el marqués de Flores, había de entrar aquí de nuevo él o otro semejante. Él que viniere, en el estado que la Embajada está, habrá de sudar el agua mala, primero, que restaure la estima y respeto que se le debe. Y si no, trae un hombre que hable inglés, de algún respeto, y suficiente importancia, como le tuvo el marqués en el doctor Teylar, y el salario de mil y quinientos ducados, o poco menos, y honrado intérprete y secretario de cifra y ordinarios negocios públicos, loco será en venir aquí, atado de pies y manos y lengua, sin tener a quien enviar a palacio ni a los consejeros de Estado, destruyendo la honra del rey, saliendo indebidamente o dejándose de hacer los negocios.

Y será menester que se le mande tratarse con manificencia y que, por otra parte, no gaste mal el dinero del rey, dándolo a tontas ventas.

13. El casamiento del Palatino va adelante, con la hija deste miserable hombre, de quien se dice que quiere tanto al yerno, que no tienen más de una cama entrambos ya; parece que aún, con todo, hay tiempo para impedir sus bodas.

Vuestra señoría lo represente. Mire que no hay sino un niño medio ético acá, y la hermana es otra tal como la reina Isabel pasada. El Palatino, un mal tronco de calvinistas, está cerquísima de ser rey de Inglaterra; y si se junta con el estado del patrimonio suyo y dinidad de Elector, es mal negocio: inquietará muchísimo la Iglesia y no menos a España. Y si no se remedia en el príncipe, que hay menos fuerzas acá, ¿cómo se remediará cuando sean tanto mayores?

El rey nuestro señor, el Papa y el Emperador deben considerar mucho este caso.

14. Dios lo mire todo con misericordia y se sirva dar vida y luz y augmento de celo y de todos los bienes a estos monarcas, por quien Él es; y guarde a vuestra señoría en su santísimo amor, como se lo suplico. Amén.

De Londres, a 31 de diciembre 1612.

L.

Para vuestra señoría.




ArribaAbajo

- 164 -

A don Alonso de Carvajal


Londres, 31 de diciembre de 1612.

Jhs.

1. Mi buen hermano: Ya habrá vuestra merced recibido una carta en que hice lo que me mandó, de decirle mi parecer en lo que toca a venir a esta Embajada. En esto no deseo nada sino la gloria de Dios; y, si para ella aprovechare, aunque sea su total destrucción y la mía, holgare yo de ello. Y si se hiciere, no le convendrá ni aun poner los ojos en el camino, sin lo que allí apunté de dos o tres hombres suficientes para disponer las ocurrencias y negocios. Muéstrele el papel al conde, que para que él quiera es menester lo mesmo, y si no, se pagará, como se paga, con la honra del gran rey de España, no menos. Especialmente persona en lugar del doctor Teylar, que tenía el marqués aquí. Eso es la primera cosa que se ha de buscar y traer. Y con menos de diez u once mil ducados al año no tendrá lucimiento ni casa honrada: cada día está todo más caro, y si lo hiciese muy bien, habría menester ayudas de costa; y si no, dejarle padecer para que lo gormara un poco.

2. La madre Ana, con su gran caridad, me ha pedido escriba cartas en favor de vuestra merced a algunos, y me riñe porque no lo hago. Pero no creo me libraría de una sátira de los soldados de Flandes, como la que hicieron a Madalena por el licenciado Buscote. Los que desean hacerme alguna merced, ¿no saben ya que holgaré yo naturalmente que la hagan a vuestra merced en lo que fuere justo y no contrario al servicio de Nuestro Señor? ¿Qué cosa más indigna de mi profesión puede haber, que quererla yo hacer instrumento de los temporales augmentos de mi hermano o deudos? Si fuera acrecentamiento del amor de Dios y de su salvación, viniera bien. ¿Piensa vuestra merced que toma Nuestro Señor bien esas cosas? Pues no les dará buen suceso por ese camino. Si viniese vuestra merced aquí, estando yo mucho me ha de sufrir, porque desearé yo mucho que acierte vuestra merced lo mejor que sea posible. Y si no se resuelve a escuchar y tomar consejo y mirar cómo se hubieron los que lo han hecho bien, sin desdeñarse de ellos con humildad y sabiduría, compañeras inseparables, no trate vuestra merced de venir; y con Dios, esto y todo cuanto le toca, con veras y deseo de su santísima gloria, y Él será su dulce y dichoso amparo y providencia.

3. Deseo saber de su salud de vuestra merced y cómo halló a mi cuñada y sobrinos; y hágame merced de avisarme, si llegaron mis cartas y caja de reliquias a nuestros primos de Valencia.

4. Hemos tenido otro mártir, 15 de diciembre, diez y seis días ha; el conde dirá a vuestra merced de esto algunas cosas. He escrito largo a su señoría; y al marqués, no tanto; y sabido tanto de este mensajero que envían los de Flandes a Sus Altezas, que escribo a las dos de la noche, no bien dispuesta; y así, no debe ir muy en orden lo que aquí digo, ni puedo decir lo de más que quisiere.

5. Mis compañeras se encomiendan a vuestra merced, reconociendo la merced que les hace siempre en las suyas: son seis.

Nuestro Señor guarde a vuestra merced y le dé su santísimo amor en el grado que yo se lo suplico.

De Londres, a 31 de diciembre 1612.

L.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, que Nuestro Señor guarde muchos años, etcétera.




ArribaAbajo

- 165 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 29 de marzo de 1613.

Jhs.

1. A donde sobran tantos trabajos, pequeños consuelos se suelen estimar; y, siendo el de las de vuestra señoría por mil razones grande, puede ver cuán lograda queda la merced y caridad que me hace en destierro padecido solamente por el gusto de Dios; gran gloria mía y misericordia suya infinita.

2. Mi prima me debía su carta y cuanto favor viene en ella; la amo y deseo su salvación. Holgué en extremo leerla, y hízoseme tan presente que, cierto, me pareció que la estaba oyendo hablar. Ya sé que no tengo de pedir más carta en largo tiempo. Los recaudos en las de vuestra señoría suplen tan bien, que con ellos estoy muy contenta. No pude dejar de reírme de la distinción que halla de «pereza» a «poltronería»; a mí me parece que hay alguna: no sé cómo se entiende en Italia. A su señoría beso las manos y las de mi señora doña Elvira y sus nietos.

3. El mártir se mostró animosísimo y lleno de notable fervor. Tengo de su condenación y muerte un borrador devoto; y ni dél ni de los dos del verano pasado, no he enviado a vuestra señoría la relación por falta de quien me escriba y supla la de mis fuerzas. A veces deseo tenerlas y menos ocupaciones, para servir a estos santos con menos injuria y agravio, que otros hacen, por flaqueza de memoria o falta de entendimiento y mala información que toman.

4. Esperaba yo que se detendrían tanto en hacer mártires, que nos pudieran servir las cajas de plomo que tenían los santos cuerpos de los otros; pero apresuráronse, de modo que no había aún pasado un entero medio año, y no las osé abrir; y pienso que pudiera, porque, no estando cerradas de manera que no pueda salir el olor, y corriendo gotas de agua de una o dos de ellas, no hay ninguno que pueda percibirse. Tengo hecho un altar grande, hueco y con puertas que se quitan y ponen; y la Navidad y fiestas de aquellos días, sin ellas, sirvieron de frontal las reliquias, cubiertas con un tafetán doble carmesí y nuevo y todo lo demás de blanco, que está devotísimo, prometo a vuestra señoría. Y éstos son grandes mártires, porque hay circunstancias y razones claras que califican muchísimo su martirio.

5. La esclavonía de los católicos es intolerable; y así, muchos desmayan, pareciéndoles que ahora empieza de nuevo la persecución. El embajador que viniere tendrá bien en qué entender, y con el más desbaratado Gobierno que debe haber en el mundo, y no hallará estaca en pared en esta Embajada.

6. El Palatino está casado. Cayó malo el rey; y, temiendo morirse, apresuró las bodas. Han hecho un libro de sus alabanzas y engrandecimientos locos, impreso en Londres; todo compuesto de doctores y maestros de su Universidad.. Y viniendo a mis manos, aunque leí poco en él, topé lo que vuestra señoría verá en ese papel. Es el libro en verso, y cada uno, debajo de los suyos, firma en él su nombre y grado de letras que tiene, aunque aquí no va en más que en los versos a España, porque se me olvidó, y no está el libro en casa. Luego le envié al embajador de Flandes, como sabe latín, para que supiese lo que pasaba, que no lo sabía, y él lo mostró al de España, me dijo, rogándole que no lo dejase pasar en silencio; y así, él escribió su queja a este rey. Parará en hielo, creo yo, todo. Mandaron al impresor que cubriese con papel blanco todas las partes en que se toca a España. Bien que no es amarillo con cruz colorada, está tan mal puesto en uno que yo he visto, que tirando de los papelillos, se quitan con la mano y se lee casi todo sin dificultad; y en pocos debe haber sido la enmienda. No creerá vuestra señoría fácilmente lo que me atormentan cosas que tocan a la alta honra del rey nuestro señor.

7. No se habla ahora otra cosa en Londres, sino que hace armada Su Majestad para vengarse, si puede, que no podrá, de que no le han querido dar la mujer que tanto deseaba sino al Palatino, y tienen miedo; y con todo eso dicen desvergüenzas semejantes sin numero. Gran secreto guardan en que es señor absoluto del estrecho de Gibraltar. Mueren en oillo, y dicen no es verdad, porque es su forzoso paso a Italia y a otras muchas partes, adonde tratan de sus mercancías. En la cámara del convite de las bodas tenían una tapicería de la armada española del año de 88, matando españoles y triunfando de ellos ignominiosamente; y cosas que no fueron, que es su sustento ordinario. Y ¡qué linda era ésa para convidar al embajador de España a que comiese allí!.

8. El rey ama muchísimo al Palatino; y estaba un día sentado en una silla, diciendo a voces alocadamente: «Tengo de hacer rey al Palatino.» Y repetía mucho estas palabras; y uno de los de su cámara le dijo que le suplicaba le dijese de dónde le había de hacer rey; y respondióle que de Bohemia. Y débelo de pensar, sin duda, y quizá también de su propio reino, aun que tiene hijo, pues ha dicho que más quiere él que reine el Palatino, que no su hijo Enrique, aunque viviera. Van previniéndose con hacer soldados, ¡y qué tales son ellos! Los más bajos pícaros que se puede pensar. Cuando escapan de la horca quedan por soldados; y cuando de soldados, paran en la horca; como no tienen empleos, ni monesterios, ni saben que hacerse de la gente, ni la gente sin tiendas cómo valerse sin ser ladrones. Y cada mes despachan diez, quince y veinte o veinticuatro, por medio de la horca en solo Londres, quedando los peores sin tocarlos en la capa. Ni tienen capitán que valga dos clavos, si no se valen de los piratas; ni un real tras que parar corriendo en deuda (como ellos dicen), cada día más por la posta. Y sabiendo que sólo España puede remediar su pobreza, tratan con grandes veras del casamiento del niño príncipe de Wals con la segunda hija de Francia, y pretenden que de allá les envíen embajador a ello. Debe de ser sólo, por no salir jamás de enredos y invenciones. ¡Oh, señor, lo que conviene que muestre bríos España! No hay mejor camino, para esta gente que bríos y dádivas de cuando en cuando.

9. Siempre deseo saber de vuestra señoría; pero mucho más, mientras no sé que está muy asentado lo que a vuestra señoría toca. A mí me parece que será servicio grande de Dios que vuestra señoría quedase sirviendo al rey nuestro señor muy de cerca. Y demos a Dios infinitas gracias que nos le ha dado tal, que lo que es gloria de Dios, es gloria suya, y su gloria, gloria de la Iglesia Católica.

Y si el rey no fuera tal como es, no quisiera yo a vuestra señoría tan cerca de Su Majestad, como digo; ni para él sería tan desleal, ni a la causa pública, que lo deseara, no estando cierta de las buenas y necesarias partes que Dios ha dado a vuestra señoría. Procure glorificarle en todo y temerle y amarle, no por sí mismo ni por la gloria que de Dios espera, sino por las vivas razones y causas que de amor inmenso Dios tiene en sí. Y si no llega el nuestro a inmensidad para con él, como el suyo llegó para con nosotros, a lo menos no quitemos ni enturbiemos nada del mayor y mejor amor que podemos emplear en Él. ¡Dichosos aquellos que hacen suplemento en la naturaleza humana por los muchos y innumerables que le desaman en ella por amarse a sí, y sea bendito para siempre!

Estamos en tiempo muy santo, corriendo arroyos de devoción que manan de los de la sangre de Cristo Nuestro Señor; y, con todo, mi carta va de negocios. Pero pienso ya que éstos se deben anteponer a las mayores devociones, porque son del honor de Dios y bien de su Iglesia.

10. Hágame merced vuestra señoría, si pudiere hallar conveniente ocasión, de representar algunas veces al rey nuestro señor, de mi parte, el humilde reconocimiento con que me hallo, y servicio de nuestras pobres oraciones que hacemos a Su Majestad. Y la merced que el duque, de su parte, nos ha hecho, reconozco yo muchísimo, y prometo a vuestra señoría que, fuera de otras razones, quiero mucho al duque por lo que a vuestra señoría quiere, mereciéndolo, y bien que le ha hecho. Y no le pase a vuestra señoría por pensamiento que esta es lisonja, que me hará gran agravio.

11. No sé cómo agradezca a vuestra señoría la merced que hace a mi hermano. Por lo que a mí toca, va a cuenta de Dios, pues no soy de aquellos que pueden pagar ni reconvidar a quien los convida, como dijo Cristo Nuestro Señor; y vuestra señoría sabe esto muy bien, y me hace siempre tan gran merced, y a mi hermano, sin esperar a que yo lo pida y suplique. Y admírome la memoria de vuestra señoría en acordarse, entre tantas ocupaciones y cuidados, de la piedra bezar, que me deseó enviar desde Flandes.

12. Don Alonso me dice, esta tarde que, si para el siguiente mes que vendrá, de julio no es venido embajador aquí; él, sin pedir licencia de nuevo, con la que tiene del rey nuestro señor un año ha, se irá a Flandes, sin duda alguna y no esperará un día más, porque ha de ir a los baños que hay allá, para mejorar su salud; y que es aquél el propio tiempo de ellos. Y en verdad que lo temo, y más, por las santas reliquias, que quedarán en gran riesgo y peligro; y es cosa de mucha dificultad y ruido moverlas de do están junto a su casa, en mi alojamiento, a la del embajador de Flandes, ni allí no hay donde ponerlas.

No se mete en nada, después que se fue el marqués. Díceme que no quiere ruidos, ni más que salir con buen aire de aquí: mucho da y toma en este «buen aire». Al Palatino no llama Alteza en ausencia, cuando responde a sus recaudos, y cuando le vió dice que pensó no llamarle nada; pero que su intérprete lo echó a perder, que le llamó vos, como el Palatino le llamaba a él. Yo dije que antes, a mi parecer, lo había enmendado y hecho muy bien, porque a lo que yo oí de su plática, no sé cómo podía el pobre intérprete, que no tiene demasiada habilidad, acomodar el negocio. Y demasiado paso yo adelante en esto, y es bien tarde.

Guarde Nuestro Señor a vuestra señoría, como yo se lo suplico siempre.

Del 29 de marzo, 1613.




ArribaAbajo

- 166 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 7 de mayo de 1.613.

Jhs.

1. Recibí la de vuestra señoría de primero de abril, a la cual responderé luego, por vía de Flandes; que ahora dice el señor don Alonso de Velasco que despacha con un mercader, y que es muy fiel y honrado; y me ha hecho merced de enviar muchas veces por las cartas, dando siempre un día de término; y con el pensamiento de ser tan corto para mi poca salud, y cartas de personas que quiero tanto, no esperaba poder escribir en cuatro o seis días: cada uno se pasaba de ese modo: ni me hallo con mucha cudicia de escribir con mercaderes.

2. De paso agradezco a vuestra señoría, cuanto puedo, el cuidado que ha tenido de mí y de las otras sus siervas que están en mi compañía, entre el de sus más necesarios y importantes propios negocios, sin embarazarse con los nuestros. Nada me consuela más que pensar que lo hace vuestra señoría tan puramente por solo Dios Nuestro Señor como la mesma materia y circunstancias lo claman. Y la que vuestra señoría hace a mi hermano, por hacérmela a mí, entra en la mesma cuenta; y espero sabrá ser agradecido en cuanto le fuere posible, como yo deseo serlo en cuanto me sea posible; y que, amando mucho a Dios, merecerá toda la merced que el rey nuestro señor le ha hecho y hace, y el duque: guárdele Dios.

3. A mi prima beso las manos muchas veces y a sus hijos. ¡Qué lindos deben de ser, y cómo holgara yo verlos! En el cielo lo espero, después de muy largos años, y a sus padres también. Estaré allá aguardando de muy buena gana, porque se augmenten sus méritos y amor de Dios en esta vida.

4. Al rey nuestro señor beso sus reales pies y manos, con el mayor reconocimiento y amor que puedo tener. Y para esto, no era menester la gran liberalidad que Su Majestad ha usado conmigo y mi familia, sirviéndose de sustentarnos, estando, sin esa merced, en precisa necesidad de pedir un pedazo de pan de puerta en puerta, a las de los mesmos demonios en carne humana. Porque me parece a mí que no quererle más que a mi mesma sería bestialidad, y no agradecer a Dios el habernos dado tal rey. Y al duque, me ofrezca vuestra señoría tan reconocida como lo debo a su excelencia.

No sé cómo me alargo, pensando hacerlo tan presto, con mejor ocasión y tiempo.

Guarde Dios a vuestra señoría, como yo lo deseo. Amén.

De Londres, a 7 de mayo 1613.

5. Yo escribo a vuestra señoría en los sobrescritos lo que debo y gusto mucho hacer; y no querría que vuestra señoría me correspondiese a ello ni con una letra más que antes: y así se lo suplico.

L.




ArribaAbajo

- 167 -

A don Alonso, su hermano


Londres, 7 de mayo de 1613.

Jhs.

1. Mi buen hermano y mi señor. Doy muchas gracias a Dios de las buenas nuevas que vuestra merced me da en la suya de primero de abril, y mayores, por parecerme que vuestra merced habla como quien mucho reconoce a su Divina Majestad y desea servirle. Esto deseo yo infinito, y esto suplico a vuestra merced cuanto puedo, procure sobre todas las cosas.

2. Huelgo en extremo de que vuestra merced se halle tan agradecido al conde y que quiera tanto al duque, pues es un señor que lo merece. Yo lo digo aquí a todos, y tan en especiales razones que persuaden a ello totalmente a quien tiene entendimiento. Y cuán cuerdo se mostró el rey nuestro señor, siendo, tan mozo cuando heredó, en escoger persona de la experiencia y calificadas partes del duque.

3. Díceme el señor don Alonso que despacha con un mercader, y cada día dice que infaliblemente se parte o aquella noche o muy de mañana; y así, cada día, de cuatro o cinco, le he dejado de escribir por estar mala y no esperar poder hacerlo en un día solo; y con otros forzosos embarazos.

Ahora escribo estos ringlones, porque quiere que escriba; que no cudicio tampoco mucho enviar cartas en esa manera. Escribiré a vuestra merced, a nuestro conde y al marqués, desde luego, por Flandes, más largo.

4. A mi hermana y sobrinos beso las manos muchas veces.

5. El solicitador del señor don Alonso, Diego de la Puente, me escribió el padre Cresvelo que él le había dado algunos libros, no pocos, para que me los procurase enviar. Vuestra merced me haga merced de hacerlos cobrar, y que los traigan con las cosas del señor don Diego.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo.

De Londres, a 7 de mayo de 1613.

A don Alonso de Carvajal, que Dios guarde muchos años, etc.




ArribaAbajo

- 168 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 23 de mayo de 1613.

Jhs.

1. Juan Lampi me trujo la de vuestra señoría de primero de abril; y tan buenas nuevas como son para mí su buena salud de vuestra señoría y la de mi prima y sus hijos, cuyas manos beso muchas veces.

2. Huélgome de ver a vuestra señoría contento con su ocupación, que es grande cordura y virtud; espero guía Dios lo que a vuestra señoría toca con benigna providencia, y que se servirá de poner y quitar en vuestra señoría, conforme a su divino y precioso gusto. Vuestra señoría lo facilite, le suplico, deseándolo así. Y sea ésa nuestra Hierusalém, ciudad de paz, pues lo es; y acuérdese vuestra señoría de aquel verso: Si non proposuero Hierusalem in principio laetitiaie meae. Pongámosle en el principio de todas nuestras alegrías. Y ¡qué pagado se halla Dios, como si se hiciese en ello algo!

3. Ya ve vuestra señoría que el negocio de los negocios es ir atentamente mirando los medios por donde encamina Dios nuestra salvación para no estorbarle, mediante aquella gracia que Él no niega a nadie: esto es en lo que debemos desvelarnos, no en dichas fundadas en palillos y telas de arañas, como todas las de este siglo, que se quedan acá cuando de él vamos.

Lo que yo lo deseo a vuestra señoría es que sea riquísimo de agradecimiento a Dios, y tenga vuestra señoría por merced tan suya la contradición, como los amigos y señor tan bueno que le dio; porque la prosperidad a solas no causa tan gran cuidado de acertar, ni hace levantar el corazón a Dios tan de veras.

4. Hasta aquí suplico a mi señora la condesa tenga esta por suya, y deseo saber cuántas veces al mes se confiesa y cuántas comulga.

5. Agradezco a vuestra señoría las nuevas de la salud del marqués, porque su señoría no me las da. Y la merced que vuestra señoría hace a mi hermano. Vuestra señoría nos tiene a entrambos comprados mil veces; pero nada me aherroja a mí tanto como pensar que vuestra señoría merece ser amado, por que teme y ama a Dios. Esto augmente de hora en hora Su Divina Majestad, como se lo suplico yo.

6. Vuestra señoría no trate de cargarse con cosa alguna por mi respeto; ni yo debo ser tan cudiciosa que lo pida, tras tan grande merced como la de los doscientos reales que el rey, nuestro señor, me ha augmentado. Vuestra señoría está ya harto cargado de obligaciones y gastos inexcusables, y le suplico deje esto a un cabo y se acuerde de las mercedes que me ha hecho, y parte que tiene en haber acordado al duque y al rey nuestro señor que me la hagan; que muy ricas estamos con ella.

7. Él de Saboya tiene aquí otro embajador. Dicen viene a tratar casamiento de su hija menor con este muchacho príncipe, que es de trece años. Estuvo más de dos horas en muy retirada audiencia con el rey Jacobo; y persona de crédito y que pudo saberlo, afirma que le persuadió, de parte de su amo, a que quebrase las paces con el rey de España; y que le ofreció de ayudarle contra él. Parece que el Jacobo no arrostra mucho ese casamiento, porque ve no tendrá dineros con él, sin España, y no se atreve a tratar de quebrar sus paces.

8. Con la segunda hija de Francia le aprietan, pero ve que es niña y no tendrá su dote en largo tiempo. Su pobreza es extrema, cada día más. Ahora bate moneda, porque los mercaderes ingleses traen mucho oro y plata de España, y el auditor general, embajador de Flandes, que está aquí, tiene inteligencias por vía de un flamenco, de cuatrocientos mil ducados en oro y plata que han sacado ahora últimamente juntos de Sevilla por Cádiz. He oído que fue en barras, y en doblones puestos en una frasquera, y en seras cubiertas de naranjas; enterraron parte en el lodo, cerca de la muralla, y parte echaron por ella con sogas. Y él sabe el nombre y señas del mercader de Sevilla, español, que lo vendió y lo entregó por Cádiz. Y como viene puro, y aquí lo mezcla el rey, no es posible sino que saca gran provecho y beneficio. Estos herejes, es gran maldad ayudarlos y despojar a España. No sé qué daño puede venir a la república de subir el oro, o qué otros inconvenientes hay en eso; pero parece que, si se subiese tanto, como lo estuviese en cualquier otra parte, templarían su cudicia los que lo sacan. Aquí hay mercaderes que su principal trato es traer barras de oro y plata de España. Dice el flamenco que avisa de la saca del oro que, si don Alonso enviase ahora a do se descargan las naves a persona inteligente, le verá por sus ojos sacar del navío y poner en la aduana.

9. Estos días he oído que hay grande reformación en Flandes, en los gastos del rey nuestro señor, con gente de guerra. Y, en verdad, yo he deseado hartas veces la haya, porque oigo a quien sabe lo que allí pasa, grandes desórdenes: fuera de los de los pagadores y oficiales, por cuyas manos pasa el dinero (que le consumen a Su Majestad, y roban y pelan los pobres soldados, ricos de ánimo con los enemigos y desanimados de los amigos, por su codicia y propio amor y poco de la gloria de Dios y bien de su rey), por las muchas ventajas y entretenimientos, pequeños y grandes, tenencias y gobiernos que se han dado a personas inútiles para la paz, y más para la guerra; pecadores viciosos sin prudencia, sin seso, con quien Dios se provoca, y causan malos sucesos, porque los aprueban y defienden los que en Flandes los habían de reprobar, no pudiéndose alcanzar su enmienda, o viendo la falta de su capacidad y juicio. Harto propio tiempo para poner aquello en muy buen orden, es el de estas treguas; y si no sirven de eso, de todo punto son infelices. Los holandeses harto bravean contra la gran persona del rey nuestro señor entre estos herejes sus amigos. ¡Intolerable soberbia! ¿Quién les ha dado bríos a estas hormigas? Nuestros pecados solamente pudieran.

¡Si Dios me concediese a costa de mi vida que yo los viese humillados debajo de los pies del rey nuestro señor! ¿Y qué mayor dicha y honra puede haber para ellos, que ésa sería? Acabar de sujetar la insolencia y desvergüenza de Holanda sería un gran freno para todos los otros herejes, y un general miedo y confusión de ellos en toda parte. Harto dolor sería que la amistad de Francia totalmente no lo facilite.

10. Y quiero, decir a Vuestra Señoría mi pensamiento con llaneza. Confío muchísimo en que Dios le dará mejores sucesos al Rey nuestro señor, que dió a su padre; el cual, aunque fue bueno a los principios y años de su mocedad y en algunos otros tiempos, realmente no fue tan bueno y virtuosísimo como su hijo lo es y lo ha sido. Y ofreciéronsele ocasiones fuertes en que quizá Dios se disgustó mucho, así en las domésticas como en otras muy grandes, tocantes a Estado. Y si fue así, que, por razón de Estado, como se dijo y entendió en el mundo, con favorecer a la reina Isabel y no contrastarla al tomar posesión de su reinado de Inglaterra (porque Francia no entrase con su derecho, que entonces tenía de la propietaria Reina de Escocia, María Stuarda, casada con el Delfín, heredera de este reino), se dio ocasión a tal perdición como la que se ve en este reino (aunque esto no se considerase en aquella ocasión, que debiera considerarse); no debemos espantarnos que se perdiese una armada y armadas. Y yo confieso que la razón de Estado era muy grande y apretadísima en demasía; pero, con todo, la rectitud y la justicia y gloria de Dios, y más en tales casos, ha de atropellar y vencer cuanto se le opusiere; y esperar en Dios, que Él remedia los inconvenientes. Y el Delfín no tuvo hijos, murió mochacho; y su mujer, que lo era, volvió viuda a Escocia con pocas fuerzas, y perseguida de los herejes; al fin, acabó degollada por sus manos dellos, habiéndola tenido presa más de veinte años; y éste su hijo que ahora reina por su ausencia y falta della, criádose hereje.

¡Qué lástima es que no sea Rey de todo el mundo nuestro Rey de España! ¡Cuán respetada fuera la Santa Iglesia Católica y cuántas más almas se salvaran! Guárdele Dios larguísimos años, que locura sería no desear su vida más que la nuestra mil veces. Con cualquier nueva de España, lo primero que yo pregunto es: ¿Está bueno el Rey? Los niños prospere Dios y a los francesitos. ¡Ojalá viniésemos a tener acá nuestra segunda infanta, con gran gloria de Dios y bien de este reino! Dios lo puede hacer: las edades son propias y para esperar a que se disponga. Y las calidades, también: él pobre de alma y dinero, ella rica de entrambos; lo uno es cebo para lo otro y anzuelo que quizá trabará. Harto se acuerdan de los dineros que tendrían con ella.

11. Ya he escrito a vuestra señoría de los versos del libro impreso en Londres, y envié con la carta trasladados los que yo topé en él; que no le leí todo, ni la mitad tampoco. Pésame que no ha venido don Diego para hacer castigar al bellaco hereje que los compuso, y en él a todos los que huelgan de oíllos; y antes escribí otra a vuestra señoría: entrambas deseo hayan llegado.

12. La madre Beatriz dice recibió entrambos pliegos y cartas para su tío el marqués y que, a buen recaudo, fueron en es del marqués de Guadaleste.

13. Suplico a vuestra señoría me escriba del recibo y del destas cartas; y sepa yo siempre en las de vuestra señoría lo mesmo, de cuantas le escribiere, porque estemos sin cuidado acá de si se han perdido.

14. Dícennos que saca al padre Cresvelo su Orden, de España, a petición de algunos padres de ella, que no sé quiénes son. El padre Antonio, que estaba en Bruselas, va en su lugar; es muy siervo de Dios, pero no de mejor condición; y no sé si tan apaciblemente pasará por las cosas que se le ofrecieren, como el padre Cresvelo. Si ello se ejecuta, el tiempo dirá que la mudanza no es de gran mejoría; ni sé que haya otro inglés, tan a propósito para ahí y sus negocios, como el padre Cresvelo, excepto uno que está aquí y no puede dejar a Inglaterra, como lo dije al marqués, ahora un año. He discurrido harto en su mudanza y, supuestas diversas razones de una parte y otra, verdaderamente es mejor no mudarle.

15. El Seminario deseaba yo estuviese fuera de la Corte; porque Madrid, ni con ella ni sin ella, no es muy a propósito; pero, habiendo de perder la hacienda de allí con salirse a otra parte, era menester dejarlos elegir a ellos mesmos y no hacérsela perder contra su voluntad, siendo su necesidad de augmento tan grande como es. Témenlo acá los católicos por las nuevas que traen los herejes; yo se las deshago y digo la verdad de la gran piedad del Rey nuestro señor, y que Su Majestad no consentirá jamás se les quite cosa alguna, antes augmentará lo que otros les han dado o restaurará totalmente sus pérdidas; y que en Alcalá hay Universidad y es muy junto a la Corte, y habrá oportunidad para que Su Majestad muestre mucho amor y gusto con ellos a los ojos del embajador inglés, porque no se engrían tanto con que ellos tienen en Londres iglesias de flamencos, no pocas creo yo, y muchas en el reino todo; no sé si la quinta parte dél es de fugitivos herejes y rebeldes de Holanda y de Flandes, como este embajador de Flandes le dijo al Consejo de Estado, diciéndole ellos que el archiduque recibía ingleses católicos en sus tierras.

16. Al secretario de don Alonso suplico a vuestra señoría favorezca en lo de su pensión. Él me escribe no tiene esperanza, si vuestra señoría no le hace merced. A quien yo debo desearle el bien, cierto, es a don Luis de Bracamonte, el de Bruselas: vuestra señoría se acuerde de él. Ruégame el secretario que defienda y abone a don Alonso por escrito, y que de esto haga una fe muy amplia, pues que sé el celo y desvelo, con que ha servido al Rey nuestro señor. Pero dígame vuestra señoría ¿quién soy yo para esto, sino un gusanito, que si no fuera con vuestra señoría o con el marqués, no me atreviera ni aún a tocar en cuanto aquí he dicho?

17. Lampi se fue pocos días ha, creo que hasta donde están los hijos y hermana de su amo; y él no quiso que yo supiese que le despachaba, sino que era un mercader de Londres el que se iba, y dábame prisa, por cartas para vuestra señoría y para el marqués; así, escribí unos pocos ringlones en que supliqué a vuestra señoría dijese al Rey nuestro señor, cuán reconocida estoy a la merced que Su Majestad me ha hecho, y por mí le besase su real mano. Y las del Duque beso muchas veces. Servimos a Su Excelencia con nuestras oraciones, deseándole mucho la vida y salud. Désela Dios. Amén.

Y guarde a vuestra señoría en un muy fiel amor suyo, como yo lo deseo.

De Londres, a 23 de mayo, 1613.

L.

Para vuestra señoría.

18. No me es posible escribir a mí hermano con ésta. Vuestra señoría me haga la merced de decirle que le beso las manos.




ArribaAbajo

- 169 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 16 de julio de 1613.

Jhs.

1. El alférez Juan Núñez Becerra, soldado del castillo de Amberes, ha venido a esta ciudad por alcanzar mi pobre intercesión con vuestra señoría, por medio de dos cartas que me trujo de la madre Ana de Jesús y de la madre Ana de San Bartolomé, personas de la estima que vuestra señoría sabe. Y el caso es tan piadoso, y tan justa y moderada la pretensión del alférez, que he querido suplicar a vuestra señoría se sirva do favorecerle en ella. Dice tiene buenos papeles de sus muchos servicios y lealtad; y, cierto, que, cuando un soldado ha dado en estas dos cosas satisfación y vivido sin vicios, como me dicen lo ha hecho éste, y es pobre, y nunca se la ha hecho merced, que es favor en extremo bien empleado el que se le hace.

2. El alférez se parte luego porque se ha de ir el navío en que va; y así, confiando que vuestra señoría le hará merced, acabo besando muchas veces las manos de mi señora la condesa y sus hijos, a quienes guarde Dios y a vuestra señoría como se lo suplico. Amen.

De Londres, a 16 de julio, 1613.

Luisa.

A don Rodrigo Calderón, que Dios guarde muchos años, etc.




ArribaAbajo

- 170 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 5 de septiembre de 1613.

Jhs.

1. En otras muchas he dicho a vuestra señoría cuán gran contentamiento me causan sus cartas; y cómo no es mi vocación de anacoreta, sino la contraria; entre tan mala gente, bien puedo admitir estos consuelos. La hidalga amistad de vuestra señoría y su puntualidad en hacerme merced de tantas maneras, sin embargo de tal ausencia y distancia de tierra, ofrezco siempre a Dios por cosa rara, pidiéndole para mi buen primo y señor, con las veras posibles el cumplimiento de su santísima voluntad y beneplácito divino, para que lo que de vuestra señoría fuere, sea para su mayor gloria y contentamiento; que es un haberse arrojado en los brazos de Dios el alma, y, por el consiguiente, en las de la misma inmensa felicidad; y en la bajeza del juicio humano como si se echase de una torre abajo, así se teme y se rehúsa; que no menos estropeado que esto quedó con el pecado de Adán. Ojalá quisiese vuestra señoría ahondar en esta materia, hasta gustar su sustancia y meollo, que sabe a vida eterna, y buscar quien sepa enseñárselo; y deprenderá a navegar en tranquilo mar hasta el puerto más último; y a entrar en un laberinto dulce y delicadísimo del amor, del cual no le convendrá acertar a salir. La dificultad en darle a Dios del todo el corazón llano, se contrasta y deshace procurándolo. Los patriarcas antiguos, cargados de hijos y mujer y familia, fueron perfectísimos en esto; y si vuestra señoría tiene sermones y santos amigos que allá le acuerden estas cosas, recíbalas también de quien se las desea, como para sí mesma. El amor de Dios suele hacerlas tan nuevas, que no cansan; y son tan preciosas, que es locura no estimarlas más cada hora.

Yo estoy hecha, señor, una miserable criatura, y llena de deseos bonísimos, a que no arribo; no sé que ha de ser de mí. Espero el gusto de Nuestro Señor con igual corazón en cualquier desigual suceso; y mientras vivo, nunca es tarde ni imposible el poder tener vuestra señoría una mártir muy suya. No piense vuestra señoría allá, por lo humilde, escaparse de encomendarme a Dios muchísimo, como se lo suplico; y alcance lo mismo de los siervos suyos a quien trata.

2. Cuido mucho ahora de asentar una compañía de las más virtuosas que me sea posible, y que, debajo de sumo secreto y recogimiento, procuren llegar a gran perfección, cual la deseaba un santo doctor a los monjes de su tiempo, que es virtud heroica, de ánimo purgado y oración tan pura y eficaz que haga fuerza a Dios. Si ello fuere así, Inglaterra se convertiría presto, y a eso parece aguarda Su Majestad divina. Gente hay virtuosa, y mucho es lo que los católicos padecen por la religión, y sangre y vidas cuesta; y, con todo, el mal y abominación es tan grande, que requiere más contrapeso, como se lo digo, hartas veces a ellos.

3. No sé por qué no me dice vuestra señoría nada de Porta Celi: debe de estar ya la obra muy al cabo. Yo no he osado abrir las cajas de las reliquias, porque es más seguro aguardar; las unas pasan de un año, y las otras de ocho meses. En el debido tiempo las sacaré del plomo, y pondré en cajas ligeras, y avisaré a vuestra señoría para saber cómo las tengo de enviar. De grande mérito es el deseo con que acompaña vuestra señoría mi buena dicha en los funerales de estos santos cuerpos, y tenerme envidia. Mayor la tendría si viese cómo pasa, y la merced que Dios me hace sin merecerla; y no sé que haya quien le bendiga por mí, supliendo lo mal que sé yo hacerlo: esto me lastima muchísimo. Pero envídieme vuestra señoría muy enhorabuena, y no olvide afectos tan píos y gratos a Nuestro Señor. Habrá recibido, sin duda, creo yo, lo que ofrece vuestra señoría para tales gastos; y a mí me ha dado tanto gusto en hacerlos que, si no me cuesta estrechura en los míos y alguna deudilla, no pienso he hecho nada, aunque aborrezco por extremo deudas.

4. Como cada día se siente de nuevo el gran beneficio de nuestro total sustento, que Dios se ha servido enviarnos por la mejor y más real mano que hay en la tierra, es fuerza el hallarme cada día más agradecida, en que faltan palabras; y, a la verdad, no son menester, pues se hace por quien lo ve y penetra todo, y asienta a su cuenta divina. Y vuestra señoría me ha hecho gran merced en representarlo así al Rey nuestro señor y al duque. Estas dos vidas me pide vuestra señoría encomiende a Dios con muy grandes veras y efecto. ¿No sabe vuestra señoría ya lo que yo las estimo y deseo y que no es posible olvidarme de esto? con la diferencia que ha de haber en ello, pues la vida del Rey no tiene igual en el mundo. Prospérele Dios por quien es más y más, para su mayor gloria, y a esos angelicos, que se ha servido dar a mi dichosa patria, y van creciendo ahora. ¡Él sea glorificado para siempre!

5. Ya vuestra señoría sabe lo que me duelen aflicciones de la Santa Iglesia, cuyas cosas están tan eslabonadas y entretejidas con esas del Rey nuestro señor, que son indivisibles; y esto ha tenido en pie la monarquía de España. Toda mi vida he tenido este celo encendido, que me hace tomar muchas veces licencias en que no sé si excedo; pero paréceme que merezco perdón.

Y digo, señor, que Irlanda se pone en gran necesidad con paso apresurado, sin ayuda ni favor humano. Tratóse de empezar parlamento en aquella isla. Con tal cavilación, y ésa vista y impugnada de los católicos (que son la mayor y más principal parte) quisieron proseguir con extorsión manifiesta, y tan intolerable, que les fué forzoso interrumpir la junta y parlamento y desbaratarle; lo cual hicieron los buenos irlandeses con el más sabio y valeroso término que se pudo desear; y luego despacharon, con mayor diligencia que los herejes, a este su Rey, dándole cuenta del gran agravio que recibieron del lord diputado que tiene allí (que así se llama y no visorrey), y de los demás oficiales reales, que quisieron, de hecho, hacerles tener un parlamento conforme a su antojo y designios, del todo contrario a sus inviolables leyes y ordenanzas (solamente a fin de enflaquecer las fuerzas de la religión católica); y le suplicaron no lo consintiese, y los dejase quietos en su religión, en la cual le serían, como lo habían sido, siervos y vasallos fidelísimos, protestándole delante de Dios, de mantenerla a costa de sus haciendas y vidas.

Su Rey los miró con semblante muy áspero, mas luego le templó y les respondió blandamente. Y como fácil en mudarse en promesas y opiniones, siguió la de sus perversos aconsejadores; y en resolución, envió por algunos otros principales de Irlanda y a los primeros y segundos detiene como presos; y al mayor, en la Torre, porque no quiso tomar el juramento que tienen hecho como lazo y trampilla en que coger a los que desean afligir por la santa fe.

Quiso enviar dos mil y quinietos hombres, que aun para eso no había dinero, a Irlanda; y un señor irlandés, que él sólo creo es hereje en aquella tierra entre los que hay de alguna calidad, le dijo que no había para qué, sino llamar a todas las cabezas principales, y, venidos, prenderlos; y que con eso, todos los demás católicos, como ovejas sin pastor, se desparcirían y desmayarían. Y así, dicen ha enviado por ellos. Serán loquísimos en venir, pues saben lo que se ha hecho de los que han venido. Dios los fortalezca y dé gracia. Amén.

¡Con qué poquita ayuda podrían hacer mucho en el estado en que se hallan! Ninguna vía se imaginan acá mejor que la del Papa, que si quisiese Su Santidad mostrarse ofendido, y algunas razonables aparencias de guerra en favor de Irlanda (que irlandeses hay por todas esas tierras que lo sabrían trazar), éste le temería; es timidísimo, como vuestra señoría ha oído, y ya viene a estar atollado en pobreza. Las piedras y campos claman por socorro en Irlanda. Con tres o cuatro mil soldados que entrasen de nuevo harían maravillas; y aun sin ellos, si tuviesen dinero para municiones y mantener los que ellos se buscasen. Represéntelo vuestra señoría al duque instantemente, que Dios le hará mucha merced por ello. A costa y persuasión del Rey nuestro señor, se debía hacer esto, escondiendo su mano; en otra manera no habrá ánimo en Roma.

6. En lo que yo deseo la descubra Su Majestad es en Holanda; con muy grandes veras. ¡Oh, señor, si se rompiese esta paz y treguas tan largas! Y mientras está la amistad de Francia en algún fervor, se pierde la mejor ocasión. Los que deseamos su real honra y servicio, no tendremos descanso hasta ver debajo sus pies humillados los holandeses, pequeñas sabandijas en respecto de Su Majestad; y sus ayudadores también; mas de tal calidad, que, no perseguidas, se deben temer, y algún grande, mal en unos o en otros dominios, de Su Majestad. Y Holanda rendida y sujeta del todo con la honra debida, daría Inglaterra diente con diente de temblor, y se haría de ella lo que se quisiese. Bien a propósito para esta materia ha sido la reformación de Flandes: y si ha de haber, como dice vuestra señoría, semejantes abusos en los grandes ejércitos, casi como de necesidad, sabiduría es procurar que sean los menos que pueda ser posible; y cuando crecieren, cercenarlos y cortarlos, como se ha hecho, sin hacer caudal de piadosas aparencias, en que no hay ni gusto de Dios, ni bien público; pues personas ineptas, que ni valen para uno ni otro, es compasión que consuman dinero en comer mejor y tener más sayos y mejores.

7. El mercader que trujo el oro y la plata de España, murió en el puerto allí, con ella. Díceme un muy amigo suyo y compañero, que en todo no fueron más de cuarenta mil ducados. El embajador de Flandes, muy afirmadamente decía ser lo más que escribí a vuestra señoría. Don Alonso debió de avisar quién era el mercader de Sevilla que se lo vendió a los ingleses.

8. Ya sé yo que vuestra señoría no se ha metido en los negocios del padre Cresvelo, ni el Rey nuestro señor, ni el duque, sino para favorecerle; y así lo he pensado y dicho a los católicos. Escribí importaba de detenerle ahí, en que debí de dar mis razones; y por lo mucho que holgaban estos herejes de su salida de España y el de Conturberi, por ser profecía suya.

La mudanza del seminario a Alcalá se toma muy bien, habiéndome oído, y quedan muy ciertos de la mejoría e importancia del sitio, y de la grande piedad y providencia del Rey nuestro señor para con ellos, y de la del duque; y les parece que convendrá queden en Alcalá de asiento; y que allí están harto cerca de la real presencia y sombra de Su Majestad. Madrid es harto poco a propósito para seminario.

9. He holgado muchísimo que mi hermano haya quedado ahí, para que pueda personalmente servir al duque y a vuestra señoría en cada hora que le quieran mandar; y así se lo escribo: eso procurara yo y lo hiciera, si estuviera en su caso. No me inclino nada que se venga a Flandes tan de asiento por ninguna razón. Las mercedes que vuestra señoría le hace debo yo tener por muy propias mías, claro se está; pero retírome, como vuestra señoría ve, de meterme en negocios humanos, aunque sean de hermanos; porque, cierto, es cosa muy contraria a mi profesión. Si ello se hiciere bien, daré gracias a Dios; y si no también y digo a vuestra señoría de verdad, que deseo más su subida que las de mi hermano; digo subida, como lo es, el estar cerca del Rey nuestro señor; y no porque vuestra señoría sea más honrado ni más rico, que harto lo es, sino para que sirviese con la lealtad a Dios y al Rey que de vuestra señoría yo me aseguro.

10. Las cartas muy largas de letra menuda, son más pesadas; y así, quiero dejar lo demás para otra, y acabar con decir a vuestra señoría, cómo creo, que la necesidad les hace aquí cocos con nuestra infanta doña María, por más aversión que el diablo les pone a lo bueno. Este Rey ve bien, que no habrá dinero en otra parte, y no tienen honra para acordarse tanto de otra cosa como de eso. ¡Ojalá que sea anzuelo que los tire algo fuera de tanta perdición! Ciertos están de que Francia no les dará nada de antemano, y la niña es muy pequeñita. Con la nuestra saben que podrán tener, antes y después, qué mascar; que ahora, dícese, ha venido el negocio a llegar al plato, y que está estrechado de un mes a esta parte.

Guárdeme Dios a vuestra señoría, como se lo suplico.

Londres, a 5 de setiembre, 1613.

Sierva de vuestra señoría,

Luisa.

11. Si mi hermano fuese cudicioso, no le estaría bien, quizá, a su conciencia ser tesorero; no sé que mano tienen en eso los que lo son. Espero lo mirará vuestra señoría como cosa suya.

A don Rodrigo de Calderón, que Nuestro Señor guarde muchos felicísimos años, etcétera.




ArribaAbajo

- 171 -

A don Alonso de Carvajal, su hermano


Londres, 5 de setiembre de 1613.

1. ...veo hasta ahora más lejos. En fin, Ribas se irá, y los otros tres días después, gastaré en lo que digo; y tras esto me iré al Spitile, porque mi salud tiene notable necesidad de aquel aire fresco y limpio; que, aunque ninguno creo que lo es en Londres, él es el mejor; y éste de Barbicán, especialmente la parte de la casa del embajador donde cae la nuestra, es densísimo y de mal olor y intolerable ruido de noche y día; porque hasta casi el amanecer están pasando, carros de basura por esta calle al campo; y de las necesarias que limpian es éste el camino.

2. De cuando en cuando vendré aquí, por si puedo servir en algo a Nuestro Señor en materias del embajador. Muy buen religioso ha traído en el padre maestro Diego de la Fuente, dominico: desde que llegó ha dado muestras de muy religiosa y honradísima persona.

Doña Constanza todo se lo ha con Nuestro Señor, hasta ahora. Admira su poca curiosidad. No me ha preguntado una sola palabra de mí, ni de casa ni compañeras, ni de Inglaterra, en bueno ni malo; ni muestra deseo de saber nada.

3. Mostróme don Diego la cédula del rey nuestro señor, de nuestros 500 reales, y pagóme lo caído de los 200 más, que eran mil y 60. Y la mesma noche lo pagué todo, y lo de este mes de setiembre, exceto 160 reales con que me quedé para nuestra comida; porque eran deudas que eran menester pagarse. Debemos ya no más de mil reales, que iré pagando poco a poco. Costóme, la Navidad pasada, diez y siete libras, que cada una es 40 reales, el robo y preservación del último mártir, y fue baratísimo; y peligroso el ir a tomarle. En pagando, quedaremos con descanso; y si hacen más mártires, acudiré al conde con aquel gasto, porque así me lo manda muy de veras; y quizá haré lo mesmo, si se ofrece otra cosa de extraordinario servicio de Nuestro Señor, que yo no pueda vadear en otra manera. Porque, de asiento, nadie nos da nada, si no es el rey; ni por extraordinario, si no es lo que vuestra merced ha sabido y nos dio el marqués al salir de aquí; y la del Castellar, 200 reales. Sólo lo del rey y lo que dio el conde bastaba a tenerme muy regalada y rica, si no fuera una sima de gastos Inglaterra, tan precisos al gusto de Dios, que es gran gloria gastarlo; y mientras Él lo da, tornar a dárselo. Y a la medida del pan que hubiere que poner en la boca (como acá se dice), deseo hacerlo siempre; y de un bocado sólo que fuese. ¿Cuándo merecí yo, hermano mío, tan gran merced de Dios? Lo que procuro es no engañarme en esto y mirar muy bien en qué se gasta todo; y que en casa no sea más de aquello en comida y vestido sin lo cual realmente no se podría vivir, sin caer muy enfermos por lo menos. No dirá vuestra merced que no le he cansado muy bien con todas nuestras cosas. Suplícole queme ésta en leyéndola; porque allá, los ingleses y otros extranjeros rastrean las cosas que se escriben, o las en que hablan los españoles de lo de acá, extrañamente. Y aquí se viene a hacer negocio pesado y dañoso. No pienso firmar ninguna de las mías para el conde y marqués y para vuestra merced.

4. Juan Digby, el inglés que está ahí, dijo que él había pedido en nombre de su rey al duque, que me sacasen de aquí a mí, y que el duque le dijo que había enviado ya orden para que me sacasen. -(Paréceme que ésta es una de sus mentiras: sepa vuestra merced si ha habido tal cosa)- No hay acá memoria de acordarse de mí el rey ni el Estado, ni causa para ello más que otras veces.

5. Las pesadumbres que el marqués ha tenido con aquel gentilhombre, hermano del Lord Vaux, he sentido mucho. Díceme en la suya que sólo por mí pudiera sufrirlo; y, en verdad, creo yo que eso y más hiciera el marqués por mí. Pero no consiento en esto, que sea yo la ocasión de sus disgustos: es lo la mera caridad del marqués, como ahora se lo escribo. Sólo tuve yo en ello, que la madre del mozo, presa por la fe y señora principal, me rogó que yo sirviese de mensajero entre ella y el marqués, y por escrito de su mano pidió a Su Señoría lo mesmo. Éste negó; y yo anduve con gran cuidado y recato de no hablar ni una sola palabra por mi parte; porque el ayudarlo lo tenía por imprudencia grande, no conociendo yo al mozo; y el desayudarlo, por falta de caridad y meterme en impedir lo que ellos tenían por tan bueno y provechoso para sí; y aunque deseé excusarme en cuanto a ser mensajero y dar yo la carta y recaudo al marqués, no lo pude hacer, porque ella se afligiera demasiado y, sin duda, quedara muy quejosa de mí, porque en cosa tan pequeña como dar una carta o billete y recaudo de su parte, no la quería favorecer. El marqués le envió a decir a ella que de bonísima gana tomaría a su hijo; pero que le suplicaba considerase primero bien si él tenía condición y virtud para Madrid; porque, si no era muy sujeto a consejo, y virtuoso, se destruiría allá totalmente. Yo exageré esto lo más que pude en el recaudo y mensaje, por que ella advirtiese bien lo mucho que le importaba esta advertencia del marqués; y ella respondió que aseguraba a Su Señoría que sería sujeto, y que ni jugaba ni juraba; y esto de su mano escrito. Y acá la alaban todos por mujer muy sabia; y hame admirado que se engañase así, si lo es, y se deshonrase enviando tal hijo a España; que el mayor es mozo de notable cordura y buenas partes. Mire vuestra merced cómo no quiero dejar de dar mis descargos, por no perder mi crédito, sí enviare allá algún inglés.

6. Acabo suplicando a Nuestro Señor guarde a vuestra merced como lo deseo en su santísima gracia, Amén.

Londres, a 5 de setiembre, 1613.

7. Suplico a vuestra merced que no se olvide de visitar por mí algunas veces al señor don Diego de Ayala, representándole lo mucho, que me hallo siempre agradecida a su merced, por el gran bien que me hizo. Fui dichosa en que presidiese en mi pleito un tan reto y valeroso caballero y juez. Yo experimenté estas cosas de modo, que lo debo decir a todo el mundo: espero que Nuestro Señor lo pagará a su merced. Aborrezco ingratitud; y prométole a vuestra merced, que me afligiría demasiado no poder hacer bien ni servicio a los que me lo han hecho, si no me acordase que Dios querrá tomarlo a su cuenta; porque lo que se hace por mí por Él solo se hace.

Quisiera escribir a mi prima doña Luisa, y no puedo: harélo luego por vía de Flandes.

Avíseme vuestra merced de Su Señoría y de su hija.




ArribaAbajo

- 172 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 7 de setiembre de 1613.

Jhs.

1. Cuando no intervienen respetos terrenos que aviven nuestra desleal voluntad, fácilmente solemos contentarnos con darle a Dios desechos de cuidados, tiempo y afectos, debiéndole cuanto somos y podemos valer. Espero que vuestra señoría no lo hace así; pues, sin embargo de los embarazos de la Corte, halla vuestra señoría lugar para escribir a una peregrina tan apartada y pobre. No quedo a deberle a vuestra señoría nada en el deseo de su salvación, pues por ella no hay cosa que yo no haría, en que yo creo consiste el verdadero amor. Éste mostraban tener los japoneses admirablemente en su conversión.

Decíame un padre muy grave que vino de allá, que sentían de modo la pérdida de sus amigos muertos en la infidelidad, que ese punto de fe los era intolerable y sin comparación más dificultoso que los demás; y que, con notable congoja, le decían: «¿Cómo podremos, padre, admitir pensamiento tan fiero y cruel, ni, admitido, vivir?» Son, hasta los que labran el campo, muy bien hablados.

2. He recibido las de vuestra señoría, de 15 de mayo, 2 de junio, 4 y 15 de julio, las doce piedras bezares y 30 papeles con polvos, sellado, en la cajita que vuestra señoría quiso pudiese servir de más que de caja, pues la envía a casa donde, ha muchos años, que no hay cosa de plata, exceto cáliz y vinajeras. Es muy rico presente y desigualísimo de una peregrina; pero quiere Nuestro Señor decirme lo mesmo que dijo en otro tiempo, con infinita misericordia: «Quando misi vos sine baculo et pera, num quid aliquid, defuit vobis?» Como da mal, que se mejora con piedra bezar, dalas también; y antes que unas se acaben, otras. Apenas se hallan por ningún dinero aquí, orientales ni occidentales que valgan algo. Es la cura ordinaria de todos mis males: con ella, y un gran cuidado en comer y beber lo que importa, ahorro molestias de físicos todo el año. Hame dado Dios complexión del todo contraria y desproporcionada con las obligaciones de mi vocación y profesión de vida, y no es posible unión entre lo uno y lo otro. Y así, es forzoso que caiga gran parte sobre la salud y que padezca más que se padeciera siendo más grosera. Y con todo esto, nunca tuve intento de darme a conocer a los españoles, y deseaba pasar como inglesa, pidiendo un pedazo de pan por ahí, en sabiendo la lengua; y hice cuanto pude por esconderme de ellos. Pero un padre de la Compañía lo desbarató, diciéndole al señor don Pedro de Zúñiga adonde yo estaba. No debió querer Dios que me sustentasen ingleses; y lo parece, porque no les da deseo ni aun de mostrarme amor, si no es por el tiempo que han menester; y si alguien me ama, son los pobrecitos que pueden ser ayudados con la pequeña posibilidad mía; y es tal la Providencia de Dios, que no falta entre ellos algún siervo suyo, de satisfacción para lo del alma. Harto les habré debido, si me hacen mártir en esta tierra. Un padre de la Compañía y otro benito, muy mi conocidos y gloriosos mártires, me prometieron, cercanos a su muerte, de pedirlo de veras a Nuestro Señor. Y decíame el último que no sabía por qué yo desconfiaba de que lo sería, como teniéndolo él por fácil. Hágame vuestra señoría merced de dar muchas gracias al hermano Egipciaco, por la que me hace con sus oraciones: pídale mucho lo continúe. ¿Qué sería de mí sin tales ayudas? Holgaría saber quién se lo ha acordado.

3. Suplico a vuestra señoría mande a mi hermano no pretenda venir a Flandes, sino que se esté ahí sirviéndole. Debió de ser, me parece a mí, como vuestra señoría dice, voluntad de Dios que no fuese a ser corregidor.

A mi prima deseo escribir con este correo y tener mil buenas nuevas de su señoría y de sus hijos, de los cuales poquísimo me dice vuestra señoría. Si es gravedad, no tan forzosa que no pueda dejarla algunos ratos vuestra señoría por mi contento.

4. Bonísimo caballero me ha parecido don Diego Sarmiento, y no menos buena señora su mujer. Helos visto poco, por no embarazarlos entre las ocupaciones de recién llegados. El embajador de Flandes y la suya, olvidados de esto, vienen cada día, porque ellos no tienen ninguna cosa que hacer, y el tiempo, sobrado siempre, a mi parecer. Trae mucho deseo don Diego de acertar y valo procurando por los medios que puede. La elección de su secretario español fue algo deslucida, por haber tanta nota en las cosas de don Alonso; y aunque no la ha dado el mesmo de sí, temen no se le hayan pegado procederes del amo. Verdaderamente, señor, que el señor Pérez, de quien hablo, por lo que toca a sí, procedió bien, y dio contento a los católicos: su desgracia fue estar con su amo don Alonso en oficio que tanto se le había de pegar del descrédito de su amo en lo general. La desigualdad de su función y de su empleo aquí, es, cierto, odiosa para herejes y católicos; pero en parte se supliría, cuando la importancia do la persona fuese grande.

El padre Dominico, que ha venido ahora, da muestras de gran siervo de Dios; y tiene salud para no estar tomando jarabes y purgas todo el año entero, como los otros hacían.

5. Allá habrá visto vuestra señoría a Juan Lampi, que se fue sin carta mía también, como suele hacerlo. Tres días o cuatro después de partido, me envió a decir don Alonso, con uno de sus gentiles hombres, que me hacía saber estaba escribiendo para España a todos sus amigos, y que le enviase cartas para los míos, que pondría en su pliego. Díjele yo, si tan presto envía otra posta el señor don Alonso tras la partida de Lampi, y que no me hallaba con fuerzas para escribir entonces; mas que le agradecía la merced del aviso: porque fuese el doblez al modo de los suyos; y holgaré de decir, con ocasión de lo que vuestra señoría apunta de cortesía, que ojalá hubiera sido mucha menos y parado todo ahí, pues no quitara nada de bondad y acierto. Su hermana y sobrina, tuvieron conmigo bonísimo término; y fueron tan corteses como en leyes de mundo les pudiera pedir, y mostráronme amor y harto grande agasallo en su ausencia dél, y en su presencia, cuanto él les permitió; que, al parecer, claramente les iba a la mano; y en las otras cosas de más importancia, se gobernaron con mucha honestidad y modestia; y esto es certísimo, y que dieron muy buen ejemplo en su capilla y en sus comuniones cada quince días, o a lo más, un mes, El enojo de él conmigo pareció natural desde recién llegado; y antes de llegar, estando en Flandes. El aumento fue fundado en el señor don Pedro, a quien estaban mal afectos en aquella casa, y yo rechazaba lo, que oía de él algunas veces, no tanto por quererle bien y debérselo, como por obra muy de justicia y necesaria con la limitación que yo lo hacía; que no he sido nada amiga de perder mi honor en pendencias, con la descompostura que consigo traen. Acertamos a encontrarnos mucho en amigos ¡porque los míos no lo eran suyos! Y una u otra vez se venía a disgusto. Sobre quien más daban y más de ordinario era don Pedro. Mas saben todos ellos muy bien mudar el semblante y razones cuando lo han menester. Y juntos a eso, no ver cartas mías en su aprobación, pensándome persona de más importancia en esto que en otras cosas. Ya vuestra señoría sabe que no me he metido en escribir de él, malo ni bueno. En muchas me ha hecho merced, y yo he sido fiel en mi servicio en cuanto ha querido admitir: es ya partido; déle Dios muy buena suerte. Amén. Aseguro a vuestra señoría que, si viniera mi hermano por embajador y tocara en un pelo sólo del honor de Dios o de mi buen rey, él sintiera mi celo bien fuerte; no me ahorrara mucho con la hermandad, y adonde no la hubiera me detuviera más. Huélgome que fue razonablemente acomodado de acá y de allá; y también llevo doce clérigos; cuatro que habían prometido a su hermana, y ocho por él, en que no pusieron dificultad chica ni grande.

6. He dado las cartas de vuestra señoría a las dos personas para quien venían, sin saberlo más que ellas solas. Cualquier cosa califica el secreto, si no es muy necesario decirla; y con el uno hice los oficios que vuestra señoría manda. Corresponderá a vuestra señoría; y dice le suplique que se mire mucho en qué manos de oficiales de secretarios vienen las cartas o papeles de acá: que se jactan de que Digby, su embajador, tiene inteligencia de algunas cosas. Podría ser sin malicia de los españoles, fiando de ingleses o escoceses o irlandeses que se fingen católicos y santos a veces; y paréceles piedad decirles lo que fácilmente hará acá gran daño. Hase edificado de su buen celo de vuestra señoría; y yo también sé no lo habrá resuelto sin gusto del duque, si ya no es su excelencia, Dios nos lo guarde, el que lo ha movido. Hagamos por Dios y su gusto dulcísimo y divino cuanto pudiéremos. Pues Él ha hecho cuanto ha podido, siendo inmensamente poderoso, debemos lamentarnos porque cuanto podemos no es nada; y gozarnos no menos de que Él sea el que es, y no tenga de nadie necesidad alguna.

7. Dícese que la reina de Francia ha escrito a este rey dos veces: la una ahora, muy últimamente, apretándole con mucho valor y discreción en favor de estos católicos; y que dice se espanta de tal ocasión de murmuración como la que da en todo el mundo, y muy grande a ella para hacer lo mismo con los hugonotes de Francia.

Parece cosa muy verosímil; y es necesario, que, si el rey nuestro señor y ella se aúnan a escribir en una misma conformidad a este miserable rey, y por cartas y vía de sus embajadores que tienen aquí le aprietan un poco en favor del alivio de los católicos, que lo alcanzarán, y moderación de tan dura servidumbre y esclavonía, como la en que están, en los ojos de toda Europa. Espántome cómo tienen paciencia para no levantarse mil veces: dásela Dios: sea bendito. Amén.

8. Una de las cosas muy devotas y tiernas que hay que ver aquí, son los chiquitillos criados en la Iglesia Católica, que traen sus madres o parientes a misa a esta capilla, de dos y tres años, cuatro, y seis y ocho, que como van creciendo contra la furia y inclemencias de contrarios vientos y tempestades recias; y al salir de casa, cómo deprenden a mirar a un cabo y a otro, si hay lobos que los cojan, o a las que los llevan, dando sus corriditas, los ya mayores por escaparse; por el contrario, los de los herejes en descanso, sin miedo, criados debajo de la carga y peso infernal de la herejía.

9. Envío aquí por Rivas a vuestra señoría unas flores o lazadas que claman amor. Por amor verdadero y a gran gloria de Dios, se derramó la dichosa sangre con que están teñidas. Yo las mojé con mi mano en la de sus propias entrañas de el mártir último, y venas borbolleando, por una y otra parte. Fue muy glorioso, como verá vuestra señoría por la relación que enviaré, cuando la tenga acabada en limpio. Como no tengo nadie en casa que escriba español, y yo corto tiempo y muy pocas fuerzas, no sé cómo he podido salir con lo que he escrito con este correo (y un catarro fuertísimo), y no he empezado hasta dos días a esta parte, porque aún estaba antes de ellos peor para escribir. También envío un paño mojado en la misma sangre, para en tanto que van las demás reliquias. ¿Qué diferencia hay destos santos mártires a los grandes antiguos? Aquí ¿no los vemos millares de testigos padecer y morir con notable alegría y constancia, meramente por ser sacerdotes católicos y haber venido a enseñar la religión católica a Inglaterra, como dice la sentencia de muerte que se les da? Sólo que, en lugar de «católica», ponen ellos la superticiosa religión romana. Vemos que está en su mano de los mártires no morir, si quieren allanarse y condescender con los herejes, en alguna cosa contra la fe católica; y no lo hacen y acaban sus vidas con gran devoción y edificación en público, que todos lo ven. ¡Sea Dios bendito y Él me guarde a vuestra señoría como se lo suplico, y le fortalezca con su divina gracia!

Londres, a 5 de septiembre de 1613.

Sierva de vuestra señoría.

10. A mi señora la condesa y a su madre beso las manos muchas veces. Las «lazadas» sirvan por carta mía a su señoría, pues no me dan más tiempo.

Ahora harélo por vía de Flandes, ido ahora Rivas.

Para vuestra señoría.




ArribaAbajo

- 173 -

A don Rodrigo Calderón


Londres,14 de septiembre de 1613.

Jhs.

1. Juan Lampi quiere certificación de este pliego de 26 de agosto que me ha traído con carta de vuestra señoría y de mi hermano, y del otro último pasado que recibí de mano del mismo; y vuestra señoría pregunta si le he recibido, y la doy de entrambos. Hasta ahora, gracias a Dios, no se me ha podido traslucir cosa alguna de pérdida de cartas de vuestra señoría.

El marqués suele hacerme merced de escribirme algunas veces, y dice de otras que habré recibido suyas que nunca llegan a mis manos; pero de vuestra señoría, como digo, todas han llegado.

2. Y porque he escrito con Rivas a vuestra señoría y lo haré otra vez por Flandes, y ésta no llegará allá en muchos días, no digo más.

Nuestro Señor guarde a vuestra señoría y a mi señora la condesa y sus hijos, como se lo suplico, amén.

De Londres, a 14 de septiembre 1613.

3. El correo que partió a Flandes, escasamente ha tenido tiempo de llegar allá, y así no tardan las cartas.

L.




ArribaAbajo

- 174 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 4 de octubre de 1613.

Jhs.

1. He recibido las de vuestra señoría de 23 y 26 de agosto por vía de Flandes y de Lamp, y todas las que vuestra señoría me dice que me ha escrito con él, sin faltar ninguna.

2. Gracias a Dios que, tras las indisposiciones que vuestra señoría ha tenido, quedaba mejor; su divina voluntad es y debe ser sobre todo, y en tenerle obligado (como Él quiere que digamos) a una especialísima providencia consiste un sumo bien. Es su amor tan dulce y fidelísimo con los que mucho ama, que, como decía a Santa Gertrudis, ni a un pequeño y tenue airecillo permite que toque en la superficie del vestido dellos, sin muy particular ordenación suya; y ¡cuánto más será en la teja que se va a caer, o en la grande fuerza de la calentura y mortal accidente que no conviniese a su salvación! Mire vuestra señoría mucho por su salud, le suplico, que la tengo por muy necesaria, no sólo para su mujer, hijos, casa y amigos, sino también para el servicio del rey nuestro señor y del bien público, en que se perdería su buen entendimiento de vuestra señoría y su mucha lealtad. No creo le será dañoso estar algo más flaco: la templanza en comida y bebida y dejar totalmente las cosas que no darían ayuda a la salud del cuerpo y alma; no sé en esto lo que vuestra señoría hace, pero mi prima tendrá harto cuidado.

3. Habrá vuestra señoría recibido las mías que llevó Rivas, y temo no le cansen con cuanta merced sé que me hace, porque eran largas. A la verdad, tenía no sé cuántas de vuestra señoría a que responder; y ahora no sé si podré acortar dos en que repartiré lo que se ofrece, por no perder la ocasión de esta posta.

Y entremos en los negocios de Dios, lo primero, y de su buen rey de vuestra señoría y mío; Él nos le guarde, amén. Y sepa vuestra señoría que soy enemiguísima de meterme en nada desta vida; pero ¿quién habrá tan sin celo que no se meta en tales materias por cualquier resquicio que pueda? Y muy grande es conocer el real y religiosísimo corazón del rey y el del duque, y la parte que de esto le cabe al de vuestra señoría.

De los doce irlandeses que detenían presos aquí por causa de lo del Parlamento, todos católicos, los seis han alcanzado libertad para ir a Irlanda. En ella apretaban con que no podían pasar adelante en él, sin que hubiese, allá parte destos doce enviados; y así, este rey escogió los menos celosos en la religión, dejando acá los muy valerosos y fuertes. Ellos dicen no dolerse mucho, porque cada uno dellos tiene un hijo en Irlanda, tan grande y suficiente para defender la santa fe católica como ellos lo son; y, en otra manera que lo sintieran mortalmente.

Dícese están más unidos pueblo y nobleza entre los católicos que jamás lo han sido. Hase mandado que no junten dinero, porque, con la ocasión de los gastos destos que han enviado y de los detenidos, se iba recogiendo una contribución por medio de los sacerdotes de aquella isla, que son muchos y buenos, y padres de la Compañía valerosísimos.

Una de las primeras cosas que se asignaron para resolver en el Parlamento era que, el hallar en cualquiera casa de católico sacerdote o cosa de iglesia, fuese alta traición que acá se dice, o crimen de lesa majestad. Y ninguno fue el segundo día al Parlamento sin muy buena espada y un criado al lado con otra tal; y así se deshizo y enviaron acá. Y el primero hubo hartas desenvainadas. Ha enviado este rey a hacer información de lo que pasó a unos ingleses: el principal creo es sir Carlos Cornuallas (Cornwallis), que estuvo en España; es perverso hereje, malicioso y bellaco.

Los pobres irlandeses hacen lo que pueden en su defensa. Ya ve vuestra señoría qué heroica obra será buscar cómo ayudallos y fortificar su pobreza por lo disimulado, y cuán gran punto de Estado; porque ellos tienen ánimo y brío para meter en gran cuidado a este rey y hacerle temblar. Dicen ha estado en plática darle 20.000 libras de dinero, porque en el Parlamento no se hable en materias de religión.

4. Hase dicho mucho que la Palatina estaba cerca de echar al mundo algún escorpión, que de tales padres bien se puede temer; mas ahora ha venido de allá un criado della, inglés, para volver, y dice que no se habla ni entiende allá que ella esté preñada. Confúndalos Dios, si siempre han de ser no mejores que son. Mucho sentí yo ese casamiento, por ser Elector; y deseé se desbaratase, como lo escribí a vuestra señoría antes que se hiciese: el consuelo es que Dios no les dé hijos, y Su Majestad divina sabe lo mejor.

5. Háblase en el casamiento de Francia, y del rey della dicen los mercaderes ingleses herejes que está muy pobre, por más que blasonan de rico los franceses; y dicen que es, sin duda y que la saben muy claramente.

Este rey tira a dos hitos, que son: tener gran dote con su nuera, y que sea hija de grande rey; y no puede tragar el volver atrás en cuanto a su secta; y con esto él se ve no hay que tratar con España; de que sean dadas inmensas gracias a Dios. Harto dolor es que en Francia sean de humor, ¡y más una mujer que tiene sangre de Austria!, que se tema que el rey, si no hallaré el dinero, que querría, hallará tibieza y falta de celo de religión en que hacer faldas y mangas. Algunos prudentes ingleses piensan que jamás tendrá efecto; pero si este rey pierde del todo la esperanza de España, cosa es muy probable que lo querrá y procurará con todas sus fuerzas; y mejor, si piensa que le darán la nuera que la críe acá, y que, la hará protestante; y si no la dan y se cría y casa católica con marido hereje, ¿quién lo concertará? Porque ni ella se debe ni querrá casar por mano y medio de un ministro hereje, ni él por la de un clérigo, católico, ni a la misa; mas podrán hacer, como se dice que se hizo en el casamiento de su padre de ella con Margarita, hija del de Francia, su primera mujer. El era hereje y ella católica; y, por no embarazarse en aquella dificultad, hicieron un contrato entre los dos que pasó por casamiento; y después, cuando se disgustaron y empezó a cansarse el uno del otro, cada uno afirmó no haber tenido intento de casarse en su corazón; y que así, no era válido el casamiento, y con eso se deshizo. Otros añaden que fue fundada la falta de intención en caso que él no se convirtiese a la santa fe después de casado; y en él, en caso que ella no se quisiese hacer calvinista; pero si no pusieron tiempo limitado en trocar religión, cuando él se hizo católico se revalidó el casamiento, porque ella era viva y años después de casado con esta reina, madre del rey. ¡Hágale Dios tan suyo que merezca el bien que lo ha hecho en venir a ser yerno, del nuestro!

¡Qué escándalo sería en toda la cristiandad, si la reina de Francia se abatiese a casar su hija con príncipe hereje, y tan hereje, y heréticamente y con bajas condiciones! Cada cosa destas pesa lo que vuestra señoría ve. Déle Dios gracia para que sepa mirar lo que hace.

6. Debe de ser allá ya viejo lo de la Virginia: que los indios della, aunque muy bestias, saben ser hechiceros; y quejáronse a sus demonios apretadamente de los forasteros ingleses que pretendían ocupar su tierra y que ellos, nunca lo remediaban. Prometiéronles de hacerlo, y fueron donde estaban, y metiéronse en los más de los pobres ingleses; y, sacando sus espadas, se mataron unos a otros hasta en número de setecientos, y que quedaron como doscientos solos, y atemorizados y enfermos de aflición y hambre. Debía de haber pocos entre ellos de los que se atrevían a salir fuera de sus fortalezas, por buscar la comida.

7. Don Diego ha entrado con fama de hombre de ánimo; parécelo en su aspecto, sin embargo de él ser tan alegre y regocijado. Ha mostrado deseo de acertar en querer tener hombres que le ayuden, como los tuvo aquí el marqués. Con todo, no sé si aún echa de ver la necesidad que tiene dellos; díceme que no sabe dónde ni cómo hallarlos, aunque ha escrito a Flandes sobre ello. Si las paces hubiesen de ir muy adelante y estuviera en mi mano, buscara persona de entendimiento y ánimo y fidelidad entre los vasallos del rey nuestro señor (pero no flamenco), que viniera aquí y deprendiera inglés, que en cuatro o cinco años fuera suficiente, puniendo cuidado, y quejara de un embajador para otro, muy práctico en todo; ya que esto muy bien se puede fiar de la mesma nación inglesa, siendo católica la persona y tal en las demás buenas partes, como es necesario. Porque la causa de los católicos verdaderos y la del rey nuestro señor es toda una en este reino, y todos los graves y discretos dellos desean el mejor acierto del embajador de España, y su honra y sucesos, como propias cosas suyas. De eso depende su consuelo y aliento, y tienen muy estudiado lo que debe hacer; y en lo general y cosas de asiento es ya tan sabido como la cartilla.

8. Trujo don Diego por secretario de cifra al licenciado Agustín Pérez, que lo fue de don Alonso; fáltale secretario de lenguas y agente para fuera de casa en todos negocios y en los graves del Consejo de Estado. El agente es más precisamente necesario que el intérprete, por más que lo sea; porque, en fin, puede suplir, a más no poder, por el intérprete, mas él no por agente, si no es que tuviese las mesmas partes el uno que el otro, que no es necesario, y harto será hallar uno solo con ellas.

Un gentilhombre, inglés principal y católico, trujo apalabrado don Diego desde Madrid para aqueste oficio, al cual he yo hablado cuatro o cinco veces; y hame preguntado don Diego qué me parece de él; y dije que de buen entendimiento, mas que no le conozco, y que puede informarse de los graves y buenos católicos de él (llámase Ricardo Bery); y que si tiene en quien escoger, que escoja; y si no hay más que este hombre y le hacen de él buena información sobre sus consciencias, que le tome en su casa y le vaya probando en los negocios de menos importancia. Y no quiero que en esto me cargue de nada, pues no es posible darle mejor consejo en este caso; y por esto suplico a vuestra señoría guarde esta carta.

Esto es certísimo: bien lo sabe el marqués que es imposible que el embajador de España esté aquí con debido honor y despacho conveniente de sus negocios, sin tal medio y persona como él le tuvo; y también, que es muy forzoso tenerle en su casa y no fuera de ella, por urgentísimas razones. Esto es lo que a mí toca, y ahora diré lo que otros le han dicho de Bery a don Diego.

9. Muy recién llegado preguntó al padre Ricardo Blound, que llamamos Cook, delante de mí, si le conocía y si le parecía fiel y a propósito para sus negocios, y yo añadí «y si de buena consciencia»; y respondió el padre Blound que le conocía muy bien y que es muy fiel y muy a propósito y de buena consciencia; y él lo aseguraba así, conforme a la experiencia que había tenido hasta aquí, fiando de él muchas cosas de importancia; y estando ausente Blound, me escribió a mí, que en todo caso le debía tomar, desde luego, por agente don Diego, y que se lo dijese.

A este padre y a otros dos o tres de importancia he oído que este Bery tiene, generalmente, muy buena fama entre los católicos, y de hombre muy cuerdo y reportado y no odioso a este Estado y Consejo, porque, aunque es católico, como no es hermano mayor ni señor de casa y ha estado mucho fuera de Inglaterra, no tienen noticia de él mala ni buena (y ésta es la peor para ellos). Ha estado en Italia y en España, y un poco de tiempo en Francia; dicen que diez años o más ha sido en todo. Habla en español y cortesanamente en el inglés. Tiene buena persona. Y en cuanto a haber tratado en Madrid muy familiarmente con Juan Digby, él dice que fue mera policía (como acá se dice). Y claro está que, viéndole en la corte tan largo tiempo, siendo buen católico, si él no se mostrara grande su amigo, como lo hizo (salva su consciencia, en cualquier otra cosa lícita), él le urdiera alguna trama acá, de modo que no pudiera venir a Inglaterra sin notable peligro de ser luego preso para toda su vida. Y los padres que he dicho dicen que es así, porque estuvo allá por su orden y de otros muy graves católicos, para tratar sus más importantes negocios de la causa católica con sumo secreto; y importa lo sea siempre, porque si se entendiese o se rastrease acá, le costaría la vida sin duda. Y así, vuestra señoría se sirva de borrar o romper este pedazo de carta que de esto trata.

10. Dígole a don Diego que deseo servirle con la experiencia y una razonable memoria que tengo de lo de aquí. Dos caminos tiene abiertos delante de sí, de sus predecesores: él puede escoger la diestra o la siniestra mano.

Dicen los padres que tendrán cuidado, si toma a Bery, de ir mirando y sabiendo cómo procede por allá fuera, para avisarle de cualquier cosa que de él entiendan; y que el corazón del hombre es inescrutable, y él mesmo no sabe qué hará en lo futuro, ni puede nadie asegurar nada de sí en esa parte; mas que, por lo pasado y presente, es grande la probabilidad que tienen de lo que aseguran de Bery: esto se me había olvidado. El padre Blound no escribe, porque desde que se fue de aquí, del embajador, salió de Londres, y ya malo, y ha estado casi hasta ahora a la muerte; queda mejor, pero todavía malo y con peligrosa flaqueza.

Díceme don Diego que...Conturberi me deseaba prender y que yo vine a él...... congojada; de calle, o casa de herejes estando en ella, cuando Dios se sirva de hacerme esa merced, y entonces dirán que un bellaco que es cuyo lo hizo sin que ellos lo supiesen.

A casa de herejes nunca voy, si no es meramente por hablarles en lo que toca a la salud de sus almas, o a algún vecino de los que me muestran lealtad y amor en lo que conviene a la quietud de casa; y esto último, una vez al año cuando mucho. Y a las calles, por cosas semejantes o ir a prisiones, cuando me deja la salud hacerlo. Tengo poquísima inclinación a salir de casa.

Las asechanzas creo yo que más eran de los bellacos de los pursivantes, que de todo se acuerdan, por si pueden coger alguna cosa, que de su obispo de Conturberi, que anda muy ocupado y no oigo que se acuerda ahora de mí.

Díjelo, a don Diego, pidiéndole licencia para irme de aquí, aunque recién venido, a la casa de Spitile, porque no temiesen las compañeras mías que dejé allí esperándome, con las nuevas de los pursivantes (y no temían, cierto, a lo que me dicen) y por otras razones, y que no pensasen ellos que yo los temía.

12. Bonísimo religioso de Santo Domingo ha traído consigo don Diego, de que estoy harto contenta.

13. A mi señora la condesa y a su madre y hijos de vuestra señoría beso las manos muchas veces. Guárdelos Dios, y a vuestra señoría, como se lo suplico siempre. Amén.

De Londres, a 4 de octubre de 1613.

Ni pondré firma, como he dicho a vuestra señoría, ni cosa que pueda mostrar ser carta mía, pero esto no es miedo tampoco.

Sierva de vuestra señoría.

L.

14. Por haberme ocupado ayer todo el día y hoy, la escribo muy tarde, de noche; perdone vuestra señoría las faltas que hallare; sin duda serán muchas.

Para vuestra señoría.




ArribaAbajo

- 175 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 5 de octubre de 1613.

Jhs.

1. ¡Cuánto, señor, es lo que yo debo a vuestra señoría, y qué buenas nuevas me da en las suyas de la salud del rey nuestro señor y de sus hijos y de la del duque! ¡Que son grandes nuevas! ¡Guárdelos Dios! Él pague a vuestra señoría la merced que con ellas me hace y con las de la de mi señora la condesa y mis sobrinos.

2. Al prior de Ibernia dé vuestra señoría de mi parte la norabuena; si se convirtiese Inglaterra, esperaría verle.

3. Escribí a vuestra señoría con Rivas que holgaría se quedase ahí mi hermano, sirviendole; y así lo digo ahora; y a mi señora la condesa. Estoy muy cierta de la merced que le hará vuestra señoría en todo lo que pudiere, porque no le he visto mudable en nada.

4. A poca costa hice un gran servicio ayer a vuestra señoría, porque no costó más de 26 reales el quitar los grillos y una gran cadena a un mancebo virtuoso, recién preso por ser católico meramente. Y por esto, y hablar muy bien en los puntos de fe, que sabe defenderlos, ha sido y es perseguidísimo de los puritanos (en otros tiempos sus grandes amigos). Está enfermo y, con los hierros, no se podía levantar de sobre unas tablas en que estaba echado.

También le hemos dado de comer, porque es muy pobre y no tenía más que su trabajo, que es muy buen dorador de espadas.

Tiénenle puesto entre los ladrones y faquerosos. Es India Inglaterra, de cosas semejantes, ocasiones de méritos tales, que no se pueden hallar en tierras católicas.

5. Pésame que el padre Cresvelo se engañe tanto esperando fruto de la amistad con que trata a sir Juan Digby; que, sin esa intención, claro está, no lo haría. Admírame no haya quien se lo advierta, y más me admirara si, habiendo quien, no lo enmienda. Júzgase acá por los buenos católicos que no conviene salga de España por ahora; la mudanza del Seminario llevan muy bien, como no se deshaga.

6. Don Alonso salió con los doce clérigos que sin dificultad le concedieron; fue grande favor. Los cuatro fueron por su hermana y nuera. Él decía no podía acabar de estar en mi gracia; yo le he mostrado cuanta he podido, pero entendía él por gracia no haber escrito en su favor contra los que han dicho algunas cosas de él, haciendo fe muy amplia, como me lo rogaba su secretario. Ojalá, señor, que yo lo pudiera haber hecho así, y hubiera estado cierta de que eran mentiras, porque entonces no importara cargar a los que decían. De la hermana y su hija ya he dicho a vuestra señoría que procedieron con suficiente cordura y modestia en lo que a ellas tocaba.

Entiéndese va bien puesto de alhajas muy buenas y de dineros; y han dicho los suyos que hombre en el mundo no puede tener mayor habilidad y trazas para eso que él tiene. ¡Harto lloraba duelos y pobrezas conmigo! Yo huelgo de su bien y deseo el de su espíritu; mas, para decir verdad a vuestra señoría, no quiero tener mano en paga o galardón que se le siga del haber estado aquí, porque dudo si de ello se contenta Dios.

Hubiera sido liberalísimo conmigo en dineros y dádivas, más que algún otro que yo he conocido, acá, si tuviera condición para acomodarme a darle contento, como lo ha sido con los que lo han hecho; y, sin embargo, me ha hecho merced en algunas cosas, y creo me ha dolido más que a él mesmo no poderle servir en lo que quería.

7. El secretario, Agustín Pérez, se me quejó ayer con harta cortesía de un daño notable que dice le he hecho, escribiendo que no se trujese secretario clérigo, porque causa escándalo a herejes y católicos; y, según colijo, esto fue en la carta que escribí a mi hermano sobre la Embajada; y dice que entendieron allá que yo quise decir que él había dado personalmente escándalo. Yo le respondí que este sentido se acomoda muy mal a mis palabras, mas que, con todo, yo escribiría con este correo que no me pasó por pensamiento cargarle a él en nada, y así lo digo. No ha dado mal ejemplo que yo haya sabido, antes mejor que los otros sacerdotes que vinieron con él, que eran religiosos; ni nadie se ha quejado de él acá. Por haber sido secretario de don Alonso, les pesó a los católicos de importancia de ver que venía con don Diego, no por otra cosa; y así les pesa ahora de que tenga su mesmo intérprete y agente, que es uno todo, y tenido por hombre para nada.

Han sido y son tan estrechos amigos el secretario y su amo, que no sería mucho se le haya pegado algo en España de las quejas que ha habido. Sírvase vuestra señoría de hacerle merced en lo que se ofreciere; su amo procedió aún peor después de él ido que cuando estaba aquí.

8. Ofréceme don Diego hacerme merced por vuestra señoría, y que me pagará la limosna que da Su Majestad, de su propia hacienda, porque no tiene dinero ninguno de la Embajada hasta ahora, y ha gastado más que le dieron. Algo me encogen lamentaciones en este caso, pero estoy avezada a no oír otra cosa a los embajadores, y yo no lamento jamás pobreza chica ni grande con ellos.

9. Porque vuestra señoría me manda le diga qué me parece del buen don Diego, diré alguna cosa.

Dos razones tengo para pensar que lo ha de hacer bien: la primera es que, a lo que podemos juzgar ahora, es muy virtuoso y en extremo celoso de la religión católica, en que antes creo faltará por carta de más que de menos, que es cosa muy buena. La segunda, tener en su compañía un padre Maestro dominico lector de Teología, de Valladolid, llamado fray Diego de la Fuente, discreto y prudente, amigo de oír y poner en efecto lo que conviene; y es muy religioso, a lo que parece, y de ánimo. Pienso ir a él con todo lo que me descontentare don Diego, que es el mejor camino. Él no veo yo que se acomoda a escuchar a aquellos que saben las cosas de aquí y desean su acierto. A éstos pregunta, y a mí también algunas cosillas, que se ve ser mero cumplimiento; apenas lo ha dicho, cuando se divierte y no escucha nada.

Ha estado en opinión bonísima del proceder de don Alonso, y agravio que se le ha hecho en mormurar de él; y la mesma tiene del embajador de Flandes, auditor del ejército; y aunque es honrado hombre, no veo importancia en su proceder, ni en lo que es Estado, ni en esas materias. Tiene algunas pláticas y no cortas razones que parecen bien, como hechas de molde. Deslúcele andar abobado tras los antojos de una mujer que tiene, de voluntad vieja y entendimiento niña y bríos para mandarle en donde quiera. Así, le lleva a mil niñerías y desautoridades de que es necesario participe nuestro embajador, porque apenas dejan un día entre otro de venir a él. Gástanle su tiempo en salir al campo demasiadamente o en conversaciones de todo el día, atándolo a eso y siendo testigo perpetuo de lo que ha de hacer, que no sé cómo lo puede sufrir. Con don Alonso estuvo muy atado también los dieciocho o veinte días que se detuvo aquí, informándole de día y de noche con grande eficacia; y, entonces, don Diego se retiró de mí harto.

Estas dos cosas me hicieron temer de su entendimiento. Mas los dos amigos, en unos y otros casos, le han hecho meter el pie en algunos hoyuelos, que creo le duelen bien; que, quiera que no quiera, no ha sido sabrosa experiencia, y espero le aprovechará. Y aunque muy apenas hallaba lugar para hablarle sin ir a él, y allá con visita, le di por aviso que se guardase y no se arrojase a nada sin mirarlo muy bien. Si quiere acordarse, harto le he servido ya en esto, oportuna y importunamente; y harto trabajo es el dar consejo a quien no le pide, y quizá no le quiere. Pero era crueldad dejallo de hacer en la necesidad tan importante para más que él mesmo.

Díceme que ha sido muy mal hecho escribir contra don Alonso, y respóndole yo que crea harán lo mesmo de él si no se gobernase muy bien.

10. Doña Constanza parece muy sierva de Dios, al modo que basta en tierras católicas; y, aunque es devota, no tiene el celo que su marido: todo es procurar quietud y reposo. En esta parte mejor es él para entre herejes, y el padre Maestro. Ella gusta de campo, y a mí me ha llevado dos veces al que está aquí, luego detrás de su casa, por la eficacia de don Diego en ello, que ella no tiene ninguna. Son de poca codicia los de tan junto a Londres: nuestra huertecilla del Spitile es harto más fresca y más limpia. Ahora me iré allá.

Si don Diego procediere bien o razonablemente, lo escribiré a vuestra señoría; y si no, callaré, como con don Alonso, que hartos habrá que escriban.

11. Habíase de ir muy temprano el correo esta mañana; y así, pensaba enviar sola la primera de vuestra señoría que escribí anoche. Hanme dado lugar hasta ahora, pero no sé si será tanto que pueda escribir a mi hermano. Vuestra señoría me hará merced de decirlo que quedo muy mejor de dos o tres accidentes fuertes que he tenido, creo que del aire de estos aposentos. Responderéle por Flandes un día de éstos. A mi señora la condesa y a su madre y hijos beso las manos muchas veces, y le suplico se acuerde de criallos muy temerosos de Dios; pésame no escribillo a su señoría.

12. Y a la marquesa de Flores debo respuesta muchos días ha de una carta no corta que me hizo merced de escribirme. Al marqués escribiré ahora.

13. Guárdeme Dios a vuestra señoría como se lo suplico, y déle su santísimo amor y su luz, con que viva a su gloria y mayor contentamiento.

Londres, a 5 de octubre 1613.

Sierva de vuestra señoría,

L.

Mis grandes encomiendas, suplico a vuestra señoría, al Hermano Egiciaco.




ArribaAbajo

- 176 -

A las Carmelitas de Bruselas


Londres, 14 de noviembre de 1613.

Jhs.

Jesús. Está en membrete. «Esta carta fue la postrera que hemos tenido de la santa doña Luisa. Escribióla a la madre superiora de las Carmelitas Descalzas de Bruselas.»

1. En fin, señora mía, el mísero hombre que me buscaba en rincones, pudiéndome tomar en las calles, me cogió lindamente; y estuve totalmente en sus manos y poder cuatro días no más, porque el señor don Diego, que es muy naturalmente esforzado, empleó su valer en sacarme dellas; y para mí esto no era lo mejor, a mi parecer, si no es que sea más gloria de Dios mi libertad que mi prisión. Por haber quedado nuestra casa sola, y en guarda de ella vecinos y extraños, y a uno y a otro; están desbaratadas y desparcidas cuantas cosas necesarias a la comodidad della había. Y así, apenas hallo con que escribir, a do quedo en la casita de junto al señor don Diego, esperando cuándo Nuestro Señor se servirá de enviarme mis buenas doncellas, que me dicen será presto; no fue posible sacarlas conmigo, ni tampoco estábamos juntas en la prisión.

2. Ha sido linda cosa lo que ha pasado, y todo tan de la mano de Dios, que los que lo han hecho están afrentados como unas monas; y, con todo, procuran esforzar su parte contra la de Nuestro Señor, con que yo salga desterrada de este destierro áspero. ¿Puede ser esto, señora? Parece que no, si no se construye en aflicciones, porque de muchas se destierra quien de aquí sale.

3. El señor don Diego no traga esto de irme, si no le muestran por qué, y no tiene por suficiente la queja que le dan y se dió en el Consejo de Estado delante dél y más de veinte consejeros dellos, que fue que si soy monja y he fundado algunos monesterios dentro de Inglaterra, y que persuado a muchísimos a que dejen su religión y tomen la mía; y así, he pervertido, gran número, trayéndolos a mi fe. Esto fue totalmente cuanto depusieron de mí.

A nuestra madre y señora quería escribir algo más de lo que pasó; y no puedo ahora, ni casi gobernar la pluma en ésta, que, entre tanto, le suplico tenga por suya, y se acuerde de mí y de las presas.

4. Esa carta, suplico a vuestra merced se dé muy a recaudo al que está ahí en lugar del señor don Antonio; es del señor Martín Varner, que ha llegado bueno, y dice desea escribir a vuestra merced, como lo hará por mostrar parte del gran reconocimiento que debe a las mercedes recibidas de vuestra merced.

5. A ese santo convento suplico me ayuden a glorificar a Nuestro Señor por estos notables favores y misericordias que a mí, indignísima, ha hecho en estos días; y al señor don Juan de Quintana Dueñas, muy en especial; y a los padres Carmelitas Descalzos. Simón Estok se alegrará; dígale vuestra merced que nos llevaron desde el Spitile hasta Lambeth por calles cercadas de justicias y oficiales della, a pie y a caballo, con la admiración del pueblo que puede pensar; y allí iba la chiquita Francisca también. Y encomiende a Dios el alma de Michisan, que murió la mañana siguiente: Y estando (dice el doctor) sin calentura ni peligro alguno, de unas viruelas ya salidas afuera, el susto y dolor de verme llevar así fue tal, que luego se puso mortal, y se vieron señales de muerte en ella; mostraba haberse persuadido a que me harían aún mayor mal.

Bien vendrá ahora aquel verso con que suelo desear convidar a los que saben glorificar a Dios: Magnificate Dominum meum, et exaltemus nomen eius in id ipsum. Séalo para siempre. Amén. Y guárdeme a vuestra merced como le suplico.

De Londres, a 14 de noviembre de 1613.

Mucho deseo tener respuesta de esta carta que escribo a la buena doña María de Quesada, que vive junto a Ruán. Suplico a vuestra merced que procure de veras que yo las tenga.

A la infanta nuestra señora beso los pies; y también deseo que Su Alteza se alegre conmigo en la presencia de Nuestro Señor.

El auditor y su mujer me han hecho grande caridad en esta ocasión. El señor don Diego y la suya, no menor; y el padre maestro, que es honradísimo religioso; aunque, como he dicho, estas cosas no son para mi lo mejor; es lo para ellos, que creo lo hacen por amor de Dios. Al señor dos Luis de Bracamonte beso las manos.

Humilde sierva de vuestra merced.

De letra del padre Jerónimo Gracián:

Tengo por cierto que la causa de haberla prendido ahora es, porque tenía persuadidos a unos capuchinos que allá están herejes, que se viniesen; y andábamos tras otros dos carmelitas italianos que poco ha se fueron; y ya les había enviado recaudo de Roma, para su seguridad en sus Ordenes y en la Inquisición, cuando acá viniesen. Y algunos dellos, que moraban con los arzobispos de Londres y de Cantorbery lo deben de haber descubierto. Y el trato que tuve con esta señora desde que vine a estos reinos, que yo la enviaba libros católicos, y ella de allá me enviaba avisos y libros heréticos que allá salían, y era necesario tener dellos aviso para avisar a España.

Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios.




ArribaAbajo

- 177 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 20 de noviembre de 1613.

Jhs.

1. Dulcísimo es Nuestro Señor en todas sus cosas, aun en las que no se entienden. Desde que me sacaron de casa las justicias de Londres, con el alboroto y ruido que diré a vuestra señoría (cuando pueda), me mejoré de salud, de manera que admiraba verme; y durándome hasta ahora, que he recibido la de vuestra señoría de 2 de octubre, con grande contentamiento y se ofrece mensajero que parte en pocas horas; ha querido Su Majestad me asalte un dolor de repente en el pecho, que responde a la espalda, tan fuerte, que en toda esta tarde no me ha permitido tomar la pluma, por mas que me he esforzado, porque me estorbaba la respiración con demasiado aprieto; y con unos remedios estoy mejor; y sólo para decir a vuestra señoría en pocos ringlones, que esa carta tenía escrita al duque, antes que del todo me impidiese mi mal. Suplico a vuestra señoría se la dé; y lo mismo que a Su Excelencia y al Rey nuestro señor, de que no se estorbe este mi camino que llevo aquí; y asegúrese vuestra señoría que Nuestro Señor lo guía y hace todo en él de manera, que al honor de España está en extremo bien y a las cosas de Estado; que, en este caso, no se encuentra con ellas la gloria de Dios.

2. De Irlanda no puedo decir ni una palabra que deseaba; ni a mi prima y señora, de quien tan buenas nuevas me da vuestra señoría.

3. Se consolarán con tan gran merced como Dios me ha hecho, que por vía de Flandes la contaré a vuestra señoría y al marqués, cuyas manos beso y las de mi hermano; y diré a vuestra señoría lo que sobre la suya tengo que decir. Blound no está aquí, ni sabe de este correo. Está con mejor salud, aunque flaquísimo; todavía corresponderá a vuestra señoría con la estimación que se debe a tan cristianos intentos y proceder.

4. Mucho me mortifico en no decir con ésta a vuestra señoría lo que ha pasado, que ha sido muy de gloria de Dios y honra de España; y los católicos se han alegrado extrañamente con verme a mi cargada con parte de sus aflicciones; y sídoles una manera de alivio y ánimo, por ser yo extranjera.

5. La rabia que el Rey ha tenido con el libro del padre Suárez, ha sido extraña. Y como soy española, y pensaba que don Diego no haría cuenta de mí, quiso que yo lo pagase, dicen otros; pero yo digo que quiso pagarme. Yo he llevado el premio riquísimo, que mi gran Rey no pudiera darme, siendo tan bueno como es. El padre Suárez me tendrá envidia y Dios dará un galardón al Rey que nos dio tan de su mano para bien de su Iglesia, por el heroico acto de la impresión de ese libro y haberse enviado a Inglaterra, mostrando que él mismo no quiere reinar sino por Dios y su Iglesia Católica. ¡Qué grande gozo me causa este hecho! ¡Oh gran rey! ¡Cuán justo es que lo sea! Bien veo tiene el duque parte. Guarde Dios a Su Excelencia muchos años y a vuestra señoría, como yo lo deseo.

De Londres, a 20 de noviembre, 1613.

6. Suplico a vuestra señoría dé unas humildes gracias de mi parte a Su Majestad, por esto que ha hecho de este libro. La carta del duque va con muchas faltas; porque, como he dicho, ya estaba harto mala cuando la escribí, y no tengo otra ayuda que a mí, cuando escribo. Al marqués escribo ocho u diez ringlones, y a mi hermano no me es posible. Suplico a vuestra señoría no se pierda esta carta del padre Cresvelo, sino que se dé a recaudo.

L.

7. Si vuestra señoría no está con el duque, deseo le envíe mi carta con brevedad.




ArribaAbajo

- 178 -

Al duque de Lerma


Londres, 20 de noviembre de 1613.

Jhs.

1. Vuestra excelencia vea cuán vana me hallo, con haber llegado ya a haber confesado dos veces el santísimo nombre de Cristo en las prisiones de sus enemigos en testimonio y ensalzamiento de la fe católica, pues me atrevo a escribir a vuestra excelencia; y cuánto fío de su piedad, pues no quiero dejar pasar esta ocasión, sin suplicar a vuestra excelencia se alegre en ella conmigo, glorificando a Dios muchísimo por tan gran misericordia. Y deben aumentar el efecto de vuestra excelencia las particulares circunstancias de ser española y una sierva de vuestra excelencia que mucho le ama y estima.

2. Los bríos y valor de don Diego me han desbaratado una gloriosa corona que me parece llegué a ver desde muy cerca; y me deja en gran confianza de que ellos se buscarán modo y tiempo que don Diego ignore, si no es que Nuestro Señor quiera diferirlo más que el que él hubiere de estar aquí.

3. Puedo asegurar a vuestra excelencia de que la vocación de venir a Inglaterra que desde que era muchacha tuve, conforme a la doctrina de la Santa Iglesia ha sido muy probable y clarísima vocación de Dios, y con los sucesos se ha confirmado de día en día; y sin muy especial ayuda suya, no fuera posible haberme conservado tanto tiempo entre aquesta gente en la manera quello ha sido. Y así, suplico a vuestra excelencia que jamas concurra con los que, por su medio, procuraren mi salida deste reino, dejándolos a ellos que, a sus solas, hagan por violencia u maña lo que Nuestro Señor les permitiere.

4. De dos delitos me ha acusado en la mesa del Consejo de Estado, delante de don Diego, el falso arzobispo de Cantorbery; que a la piedad llaman éstos impiedad; el uno, que he fundado monesterios de monjas, y el otro que he reducido con mi persuasión muchos protestantes a mi religión. Y aunque tienen las lenguas de millares en sus manos, no han podido mostrar probanza alguna ni de la más mínima cosa que a aquesas dos toque, ni llegado a descubrir sus ciegos discursos las que mucho más los alterarían y sacarían de tino.

5. Si hubiese visto vuestra excelencia la providencia que Dios ha tenido en este mi suceso, mucho se admiraría; porque no han hecho ni dicho cosa sus enemigos (y míos en el mesmo grado) que no sea como yo lo pudiese desear. Los que no son muy obstinados, sino gente moral y apacible, me muestran amor, y algunos han llorado de mi prisión y venídome a ver; y multitud de estos protestantes, de grande y mediana honra, concordando con la opinión de los católicos, han hablado mal deste hecho, tiniéndole por locura y descrédito de los que lo han hecho. Pero a don Diego le ha estado muy bien, empezándose a acreditar mucho, con el valor y celo de religión y honra de España que ha mostrado; que ha sido, cierto, bien grande y dado una general satisfacción.

6. Parece, señor, que me voy olvidando de que escribo a vuestra excelencia, pues me alargo tanto. Vuestra excelencia me perdone. Y al Rey nuestro señor suplico humildemente lo mesmo que he suplicado a vuestra excelencia: que dejen a Dios hacer libremente lo que fuere más servido.

7. Guárdenos Dios a vuestra excelencia, como Su Majestad ve es menester y yo le suplico; amén. Y Él bendiga a vuestra excelencia en todo y le enriquezca con grandes augmentos de su santísimo amor.

De Londres, a 20 noviembre de 1613.

Sierva de vuestra excelencia.

Luisa de Carvajal.

______

Del Rey mi Señor:

Madrid, mayo, 21 de 1613.




ArribaAbajo

Doña Luisa Carvajal

Copia de carta real al Embajador de España en Inglaterra, para que se asistiese a la señora Carvajal con quinientos reales cada mes


El Rey

Don Diego Sarmiento de Acuña, de mi Consejo de Hacienda y mi embajador en Inglaterra. A Doña Luisa de Carabajal, que como habéis entendido, reside en Inglaterra, haciendo muy ejemplar vida y gran beneficio a los católicos de aquel reino, han socorrido, por mi orden, el marqués de Flores y don Alonso de Velasco, vuestros antecesores, por cuenta de gastos de aquella Embajada, con trescientos reales al mes para su sustento y el de sus criados. Y agora he resuelto que, no sólo se le continúe esto, sino que se le den ducientos reales más desde el día de la fecha de ésta, para que por todos sean quinientos reales al mes. Yo os mando hagáis que se le acuda con ellos con mucha puntualidad, todo el tiempo que asistiere en ese reino. Y cuando Vos saliéredes dél, advertiréis a quien quedare en vuestro lugar y os subcediere en la Embajada, que vaya dando este socorro de quinientos reales al mes a la dicha doña Luisa, sin esperar otra orden mía; que así es mi voluntad.

En Madrid, a 21 de marzo, 1613.

Yo, el Rey.
Juan de Ciriza.





  Arriba
Anterior Indice