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Esbozo de la literatura de los jesuitas portugueses expulsos1

Antonio Astorgano Abajo


Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza


ArribaAbajoIntroducción

Todavía queda por realizar un largo trabajo de investigación para conocer con exactitud el modo sobre cómo vivían los jesuitas exiliados en Italia por las Cortes borbónicas en el siglo XVIII. Como los ignacianos de las distintas Provincias jesuíticas no vivían aislados de los restantes miembros de la extinta Compañía, los documentos y estudios sobre la Asistencia de Portugal ayudarán a conocer mejor a la Española y viceversa. Lo mismo las biografías de jesuitas importantes, bien contextualizadas, nos servirán para esclarecer cómo vivieron el resto de los desterrados, incluso aunque se encontrasen dispersos. La comunicación entre los ignacianos de las distintas provincias fue constante durante el exilio y los problemas que afectaban a las diversas comunidades eran conocidos normalmente por todos (Corrêa Monteiro, 2004, pp. 423-424).

En este año celebramos el 250 aniversario de la expulsión de los jesuitas portugueses por el marqués de Pombal y el 200 de la muerte del polígrafo abate Lorenzo Hervás y Panduro, jesuita manchego expulso y apasionado hombre de letras (Horcajo de Santiago, Cuenca, 1735-Roma, 1809), autor de la monumental Biblioteca Jesuítico-Española (BJE en lo sucesivo), en la que se ocupa de recoger todas las obras escritas (publicadas o no) durante el período 1759-1799 por los miembros luso-españoles de la Compañía de Jesús. En 2007 publicamos el tomo I de la BJE (Hervás, 2007) y en 2009 el segundo (Hervás, 2009), la cual reviste bastante interés para el conocimiento del estado de los más de 6.000 jesuitas luso-españoles desterrados en los Estados Pontificios, durante la segunda mitad del siglo XVIII, por la minuciosa información bio-bibliográfica contemporánea que nos suministra el abate manchego, quien estimaba la obra literaria de los jesuitas portugueses de tal manera que no dudó en acopiar en su BJE todos los datos que pudo sobre los mismos. Como se sabe, fue aquel un período crítico para los jesuitas, expulsados del territorio ibérico y acogidos mayoritariamente en Italia, muchos de ellos con serias dificultades para sobrevivir.

A lo largo del estudio de la producción literaria de las distintas provincias de los jesuitas expulsos españoles hemos observado que, aproximadamente, un 10% del total dejó algún escrito y un 1% redactó obras literarias de relevancia cultural en la Europa de la Ilustración. Así, de los casi 5.500 jesuitas españoles expulsos, salieron unos 600 escritores, y de estos 50 con obras que todavía atraen la atención del lector del siglo XXI. Si trasladamos esta proporción a los jesuitas expulsos portugueses, cabría esperar que de los 1.100 exiliados lusos (recordemos que la Asistencia de Portugal tenía en 1759 más de 1.700 jesuitas: 817 en Portugal y el resto en las colonias), debería haber salido un centenar largo de escritores, de los cuales una docena tendría obras relevantes. Sin embargo, nos encontramos con que sólo se cumple la mitad de esas expectativas, es decir, Hervás solamente puede reseñarnos 40 escritores entre los jesuitas portugueses expulsos, de los cuales importantes no son más de media docena, incluyendo a su líder, el escriturista Manuel de Azevedo, quien ya estaba en Italia muchos años antes de la expulsión de 1759, desarrollando una importantísima labor literaria como era la edición de las obras completas del papa Benedicto XIV.

En resumen, siendo semejante la formación de los jesuitas españoles y portugueses, sin embargo la producción literaria de los jesuitas portugueses resulta menor en cantidad, y consecuentemente en calidad. La razón está en las diferentes condiciones con que los políticos portugueses (Pombal) y españoles (conde de Campomanes, principalmente) planearon la expulsión de sus respectivos jesuitas, diferencias que Hervás (2007, p. 699) simboliza en la «suma dispersión» cuando refiere:

La suma dispersión de ellos [de los jesuitas portugueses] y la vida, totalmente retirada, que han tenido, me han dificultado la noticia, no solamente de sus manuscritos y obras impresas, mas también del carácter de los escritores. De algunos de ellos solamente he podido saber la pura existencia, por lo que no dudo que se me ocultará la noticia de algunos escritores y de no pocas producciones literarias o manuscritas de los autores que cito.


Hervás va anotando el hostigamiento de Pombal antes de la expulsión de 1767 sobre los escritores jesuitas más relevantes, como la temprana y mucho más conocida persecución del escriturista y líder de los jesuitas portugueses expulsos, Manuel de Azevedo:

Luego que murió Benedicto XIV, Carvalho, primer secretario del rey de Portugal, procuró que Azevedo saliera de Roma; y, habiéndolo conseguido, Azevedo, al principio del pontificado de Clemente XIV [1769], se vio obligado a salir de los Estados Eclesiásticos y buscar su quietud en Venecia, desde donde, después de la muerte de Clemente XIV [1774], el marqués Marcolini, con empeño grande, le llamó y convidó para estar en su compañía en la ciudad de Fano. En ésta permaneció algunos años y, pudiendo vivir con quietud y conveniencia, escribió algunas obras. Los muchos amigos que Azevedo había dejado en Venecia le convidaron y empeñaron para que volviera a dicha ciudad, en donde para continuar sus obras tenía muchísima mayor proporción que en Fano. Dejó esta ciudad regalando al marqués Marcolini más de cuarenta tomos, que eran parte de la colección litúrgica que había proyectado publicar desde el 1749, como después diré, y volvió a Venecia, en donde ha residido hasta el año 1792.


Manuel de Azevedo era considerado por los españoles residentes en Italia, o no, como un venerable sabio. Así, el 24 y 25 de octubre de 1788 Manuel de Azevedo se entrevistó con el inquisidor Rodríguez Laso en Bolonia: «Estuvo a visitarnos don Manuel de Acevedo, ex jesuita portugués, que reside en Venecia, en cuya alabanza escribió un poema [Venetae urbis descriptio. Venetiis, 1780. Ex typographia Zattiana. 8.°, obra poética, que fue elogiada por Mazzolari en su poema De re electrica (Rodríguez Laso, 2006, pp. 414-415). Nicolás Rodríguez Laso añade que el día 25 Azevedo fue agasajado por los regalistas colegiales del Colegio de San Clemente de Bolonia, con el suficiente juicio crítico como para reconocer algunos defectos de la extinta Compañía de Jesús: «Vino a tomar chocolate con nosotros el mencionado Acevedo, que es hombre verdaderamente erudito como lo manifestó en sus discursos» (Rodríguez Laso, 2006, pp. 416-417).

Hervás hace constar que la expulsión de 1759 interrumpió la edición del Diccionario latino portugués del filólogo, historiador y escritor José Caeiro (Vaz de Carvalho, en O'Neill y Domínguez, 2001, pp. 596-597; Sommervogel, 1890, II, cols. 512 y ss.; Polgár, 1981, III-1, p. 416; Morais, 1939), autor más conocido por su Historia da expulsão da Companhia de Jesus da Província de Portugal: «2.°. Diccionario portugués-latino para uso de las escuelas. Esta obra estaba casi totalmente impresa al salir los jesuitas de los dominios portugueses. El autor había escrito también el diccionario latino-portugués. Escribió en latín: Historia de la expulsión de los jesuitas de los dominios de Portugal. En un tomo grande» (Hervás, 2007, pp. 716-717). En efecto, el escritor y apologeta del jesuitismo expulso, P. José Caeiro, compuso esta voluminosa História da expulsão da Companhia de Jesus de Portugal, pero quedó inédita, pues no volvió a publicar nada en los más de treinta años que vivió exiliado en Roma, donde falleció en 1791, a pesar de su espíritu combativo.

Igualmente quedó interrumpido el Curso de filosofía del filósofo y orador Manuel Marques, residente en Urbania: «Escribió: Curso de filosofía, del que, al salir los jesuitas de los dominios portugueses, estaban tres tomos dispuestos para la imprenta» (Hervás, 2007, p. 724). Sin duda este curso estaba enmarcado dentro de la tendencia filosófica de los jesuitas de esta época, la cual fue, ciertamente, el eclecticismo.

Ante esta represión de Pombal y la muda sumisión de los perseguidos jesuitas portugueses, los contraataques de los jesuitas españoles a la política de Pombal empezaron pronto. Así en 1764 el jesuita catalán Antonio Codorniu (Hervás, 2007, pp. 189-192) arremete contra su política educativa, impugnando a Luis Antonio Verney (1713-1792), uno de los canonistas oficiales de Pombal, con su obra Desagravio de los autores y facultades que ofende el Barbadiño en su obra «Verdadero método de estudiar».

Más que por el daño propio, los jesuitas expulsos españoles odiaban a Pombal por su política respecto a las misiones (reducciones) guaraníticas del Paraguay, consecuencia del aciago Tratado de Límites de 1750 (Kratz, 1954). Hubo algún jesuita, como el vasco José Cardiel, que se pasó la vida escribiendo reiteradamente en defensa de la obra de la Compañía en el Paraguay e impugnando la política de Pombal. La mayoría de los escritos de Cardiel no son sino reelaboraciones y matizaciones sobre un mismo tema: la descripción apologética de las reducciones guaraníticas y la defensa de la obra de la Compañía de Jesús, y de oposición a la política del marqués de Pombal, que había logrado imponer a España un nefasto Tratado de Límites. Ninguno de sus escritos fue editado en vida del autor, aunque alguno de sus manuscritos tuvo una difusión relativamente amplia (Hervás, 2007, p. 171).

Lógicamente en la perseguida Asistencia de Portugal encontramos ejemplares de notables aduladores de Pombal. Sólo aludiremos al joven poeta brasileño José Basilio da Gama (Tiradentes, Minas Gerais, Brasil, 8 de abril de 1741-Lisboa, 31 de julio de 1795), no recogido por Hervás (Leite, 1938, vol. VIII, pp. 89 y siguientes). Sólo fue jesuita dos años, desde su ingreso el 2 de mayo de 1757 (Río de Janeiro) hasta 1759, pocos meses después de terminar su noviciado. Se aproximó al poderoso Pombal, ofreciendo un epitalamio a la hija del Marqués, a través del cual le pide que lo libre del destierro. Atendido su deseo, comenzó a componer en 1769 O Uraguay, una especie de epopeya (unos 1.380 versos endecasílabos, divididos en cinco cantos) sobre la guerra de las misiones guaraníticas causada por el Tratado de límites hispano-portugués (1750). Basilio introdujo en el relato histórico notas y comentarios de glorificación a la política pombalina y denigratorios de la Compañía de Jesús, lo cual disgustó enormemente a los jesuitas misioneros, como el alemán Lourenço Kaulen, quien le respondió con su Reposta Apologética ao Poema «Uruguay» (Lugano, 1786).

Hervás destaca en su BJE a otros jesuitas portugueses que realmente han aportado obras interesantes a la cultura europea de su tiempo, además del señalado Manuel de Azevedo. En efecto, con buen sentido crítico, el abate español da relevancia a otras grandes figuras del jesuitismo expulso portugués, como el famoso filósofo y matemático, P. Ignacio Monteiro, profesor en la Universidad de Ferrara y quizá el mayor pensador y matemático portugués del siglo XVIII (Corrêa Monteiro, 2004).

Respecto a Ignacio Monteiro, Hervás advierte que «en el bautismo, se llamó Federico por primer nombre» y subraya que fue uno de los pocos intelectuales jesuitas que no vio frenada su actividad por la opresión de Pombal: «Enseñó en Coimbra las matemáticas; y la filosofía en Santarém, donde empezó a escribir el Curso filosófico que después publicó en Italia. Llegado a ésta, enseñó la filosofía en el colegio jesuítico de Ferrara, de cuya Universidad después fue elegido profesor filosófico y prefecto de sus estudios. Actualmente [1793] es profesor jubilado de dicha Universidad y su prefecto de estudios» (Hervás, 2007, p. 727).

Por su valía intelectual, Monteiro tuvo la suerte de ser bien recibido por los jesuitas de Ferrara, lo cual no era lo habitual, y ser la excepción en desarrollar un importante trabajo intelectual en los durísimos primeros tiempos de la persecución pombalina, durante los cuales hasta el líder Manuel de Azevedo bajó considerablemente sus rendimientos literarios.

Muy aficionado al estudio de las matemáticas, Hervás estaba perfectamente informado de la actividad literaria de dos magníficos científicos, Estebão Cabral y Eusebio da Veiga. Este último, profesor de la Aula da Esfera do Colegio de Santo Antão, matemático, geógrafo y astrónomo, estuvo protegido por el noble duque de Sermoneta y falleció en el Hospital de Santo Antonio dos Portugueses, en Roma, donde era capellán, en 1798. Con satisfacción Hervás reseña los triunfos en Astronomía del P. Eusebio da Veiga:

El señor Veiga ha sido el primero que en Roma ha introducido la publicación de las efemérides astronómicas Y desde el año 1785, inclusivamente, ha publicado nueve tomos, correspondientes a los respectivos años hasta el de 1794, según el meridiano del observatorio del duque de Sermoneta, en el cual observatorio está empleado.


(Hervás, 2007, pp. 738-740).                


El abate manchego también le siguió bastante bien el rastro vital, al menos hasta que regresó a su patria, al ingeniero hidráulico, P. Estebão Cabral (Sommervogel, 1890, vol. II, cols. 487-489; Polgár, 1981, vol. III-1, p. 541; Hervás, 2007, pp. 715-716), nacido en 1734, quien, habiendo sido llamado a Portugal por sus conocimientos de hidrostática, fue encargado por la Corte del encanalamiento del río Mondego, falleciendo en Lisboa en 1811. En Italia se dedicó al estudio de las ciencias naturales. Ordenó el Musaeum Kircherianum e inventó una máquina para determinar la cantidad y rapidez de las aguas corrientes y un sifón para elevar las aguas.

Hervás destaca su pericia técnica: «En esta ciudad de Roma ha sido hidrostático de la Congregación sobre las aguas y, por comisión de ella, ha dirigido varias operaciones hidrostáticas. Pasó después a Portugal y reside en Coimbra, empleado por la Corte para encanalar el río Mendago (sic Mondego)».

Según Hervás (2007, p. 715), hasta 1771 no imprimió su primer tratado matemático: «Elementa praecipua Euclidis geometriae planae ac solidae ex conicis etiam, ac sphaericis sectionibus collecta, faciliorique methodo demonstrata. Accedunt arithmeticae et algebrae principia: auctore S.C.S.I.L. Esta obra, en que el nombre del autor parece ser así: Stephano Cabral, Soc. I. lusitano, se ha reimpreso con el nombre del señor Cabral en Roma, 1785, por Benito Settari, en 8.°».

Fallecido Pombal y bajo la protección del ministerio papal de Obras Públicas podrá desarrollar su pericia técnica, primero en Roma y después en su patria: «(II) Antigüedades de la ciudad de Tívoli. Obra escrita en italiano. (III) Sulla livellazione de'fiumi Vellino, Nera, & 4.º. Obra publicada en ocasión de haber visitado el autor la célebre caída del río Vellino, por orden de la Congregación Romana sobre las aguas. (IV) Algunos opúsculos sobre la dicha caída del Vellino».

Hervás destaca al apologista de los jesuitas, Esteban Ribeiro (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 1760), «nacido el 3 de agosto de 1721 en Villafranca, diócesis de Lisboa, y fallecido en Italia [Urbania, el 6 de septiembre de 1770], adonde, desterrado con los demás jesuitas portugueses, había venido». El abate español solamente dice que «escribió en portugués: Obra apolojética en defensa de los jesuitas portugueses» (Hervás, 2007, pp. 733-734).






ArribaAbajoHacia una periodización de la literatura del exilio de los jesuitas portugueses expulsos (1759-1814)

A pesar de todos los inconvenientes que presentan las periodizaciones, por su simplicidad y por las dificultades de poner límite a algo que está en constante fluctuación como es el tiempo, la vida y la obra de un escritor, vamos a proponer la división de la producción literaria de los jesuitas portugueses desterrados (1759-1814) en cuatro períodos, dentro de los cuales se podrían subdividir otros subperíodos de menor importancia, que deshechamos en orden a la claridad y sencillez.

Desde un punto de vista jesuítico más tradicional, a la hora de la reconstrucción histórica de la literatura del exilio de los jesuitas portugueses y españoles, hay que señalar dos tiempos bien definidos por el hecho de la extinción de la Compañía en agosto de 1773.

El primero abarca el tramo temporal 1759-1773 en que los desterrados portugueses son todavía miembros activos de la Compañía de Jesús y, por ende, su pertenencia a la Asistencia de Portugal traza sus cauces institucionales cuyas huellas no han sido estudiadas todavía, pero podemos intuir bastante detalladamente a través del Diario del P. Luengo.

Aunque maltratada económicamente, la Asistencia de Portugal tenía pleno vigor jurídico, como atestigua Hervás (2007, p. 720) al aludir a las ocupaciones de algunos literatos, como el P. Manuel Fonseca, de quien escribe que «en Roma fue superior de la casa de los jesuitas portugueses». El viejo asistente P. João N. de Gusmão era la encarnación legal que daba cierta coherencia a los disgregados expulsos portugueses durante la persecución de Pombal, como demuestra el hecho de que en la primavera de 1777 presentase, «con valentía y resolución», a la nueva reina María I una «humilde y respetuosa súplica de más de 600 vasallos suyos, tristes reliquias de los compañeros de su infortunio», en la que defiende su inocencia personal y la de todos los jesuitas portugueses, por lo que solicita la revisión del juicio que los condenó en enero de 1759, según reseña el P. Luengo (1767-1814, Diario, 9 de mayo de 1778).

Esta etapa histórica (1759-1773) merece un estudio especial, aunque, en el caso de los jesuitas portugueses, más que por los escritos literarios, por las mil peripecias y humillaciones a que fueron sometidos por la implacable persecución de Pombal y el comportamiento poco caritativo de los jesuitas italianos y las ambiguas órdenes emitidas por el gobierno del Vaticano.

El segundo tiempo o período en que se puede dividir el estudio la literatura de los jesuitas portugueses expulsos se inicia en 1773 con el Breve exterminador de Clemente XIV Dominus ac Redemptor, por el cual al hecho histórico del destierro impuesto por el marqués de Pombal hay que añadir el de la extinción de la Orden jesuítica por el Papa Ganganelli, la cual obligaba a desintegrar toda la institucionalidad religiosa y a dispersar a todos sus miembros. El hecho de la extinción canónica produjo, si cabe, un mayor abatimiento en los jesuitas portugueses que en el resto de ignacianos, a juzgar por el Diario del P. Luengo, porque perdieron el apoyo de la Asistencia de Italia, aunque tuvo, al menos, el efecto positivo de humillar a los jesuitas italianos, que tanto habían menospreciado a los portugueses. En consecuencia, la «literatura del exilio» abarca tanto la literatura del destierro (1759-1773) como la de la extinción (1773-1814).

Por nuestra parte, vamos a concretar los períodos de esta literatura del exilio, siguiendo la división que ya sugerimos al estudiar el conjunto de escritores españoles que Hervás reseña en su BJE, que ahora aplicaremos a la producción literaria de los expulsos portugueses (Hervás, 2007, pp. 43-51; Astorgano Abajo, 2004, pp. 182-190; Astorgano Abajo, 2007).

Adelantemos que el período de mayor esplendor de la producción literaria jesuítica española y portuguesa, globalmente consideradas, fructificó en el segundo período (1778-1789), aprovechándose de las ventajas económicas y «mayor apertura» ideológica facilitadas a los jesuitas expulsos por el nuevo primer ministro, conde de Floridablanca (Astorgano Abajo, 2009a), y por la nueva reina de Portugal María I.

Vamos a aproximarnos brevemente a una visión global de las semejanzas y diferencias de las literaturas de los jesuitas españoles y portugueses, pues el cuadro histórico no es «substancialmente» distinto, entre otras cosas porque en ciertas etapas del largo período del exilio (1759-1814) no sólo hubo imitación, sino cierta coordinación entre los gobiernos de Madrid y Lisboa, como reiteradamente intenta poner de manifiesto el P. Luengo, sobre todo en el papado de Clemente XIV. Durante los largos pontificados de Pío VI (1775-1799) y Pío VII (1800-1823) el régimen de vida de un jesuita exiliado portugués y de un exiliado español tenía poca diferencia, pues todos sobrevivían con una escasa e irregular pensión estatal y soportaron las duras condiciones de las guerras napoleónicas.


ArribaAbajoPeríodo 1.°: Período fuertemente represivo: desde la expulsión de 1759 hasta la muerte del rey José I y pérdida del poder de Pombal en 1777

Esta primera etapa fue la más larga (casi veinte años) y dolorosa para los portugueses. Empezó el 16 de septiembre de 1759, cuando cerca de cuatrocientos jesuitas portugueses fueron desterrados hacia los Estados Pontificios, que no estaban capacitados para absorber a un nuevo millar largo de clérigos dentro de sus fronteras, ya saturadas de eclesiásticos.

En esta primera etapa es donde se producen las mayores diferencias entre los jesuitas portugueses y españoles, derivadas de la brutal política antijesuita de Pombal, que literariamente se tradujo en la escasez de datos bio-bibliográficos, que Hervás (2007, p. 699) confiesa no poder aportar, sobre los escritores portugueses que fallecieron en los 20 primeros años de su destierro, es decir bajo el odio de Carvalho. Además, hasta que los jesuitas de la provincia de Toledo se asentaron en Forlì, a finales de 1768, el abate conquense no pudo contactar con la Asistencia de Portugal.


ArribaAbajoSubperíodo 1.º: Desde la expulsión de 1759 hasta la supresión de la Compañía (agosto de 1773)

Durante este primer subperíodo (1759-1773) las condiciones de vida de los jesuitas portugueses fueron empeorando progresivamente. Psicológicamente también fue difícil, pues, nada más coronarse el papa Clemente XIV, en noviembre de 1769, empezó a rumorearse la supresión de la Compañía y los jesuitas más preocupados por la nueva situación eran los portugueses, por el desamparo con que los trataba Pombal, según anota Luengo el día 29 de noviembre de 1769:

Los pobres jesuitas de Portugal están muy afligidos y conturbados con estas voces [de la supresión], y en la realidad tienen más motivo de estarlo que ningunos otros, porque su situación es mucho más triste y miserable que la de todos los demás. No sólo están como nosotros desterrados de su patria y en desgracia de su Corte, sino que además de eso no tienen ni un maravedí de pensión con que mantenerse.


(Luengo, 1767-1814, Diario, 28 de noviembre de 1769).                


Las relaciones diplomáticas entre Portugal y la Santa Sede empezaron a mejorar en 1770 con la apertura de la Nunciatura: «De Roma escriben, y aun cuentan las Gacetas, que se han hecho allí grandes fiestas de Te Deum e iluminaciones por el feliz suceso de la apertura de la Nunciatura en Portugal. Y el Santo Padre ha hecho con esta ocasión a la Iglesia de San Antonio de los Portugueses la fineza de regalarle la rosa de oro» (Luengo, 1767-1814, Diario, 1 de octubre de 1770).

En el plano económico durante este primer subperíodo (1759-1773) las condiciones de vida de los jesuitas portugueses iban de mal en peor. En primer lugar, porque, como se ha apuntado, con el destierro de los jesuitas españoles, los portugueses perdieron la ayuda financiera de la Asistencia de España, la más importante, como recuerda con frecuencia el P. Luengo, quien más de una vez subraya que los jesuitas italianos les robaban parte de los socorros que se enviaban desde Europa para sostener a los jesuitas portugueses, según comenta en su Diario el 2 de agosto de 1769.




ArribaAbajoSubperíodo 2.°: Desde la supresión de la Compañía (1773) hasta la caída de Pombal en 1777

Es una etapa de adaptación a la sociedad civil de cada ex jesuita, que individualmente planifica su existencia y los intelectuales más capacitados rápidamente orientan su vida hacia estudios más «mundanos» y menos «jesuíticos», de manera que hacia 1775 ya estaban escribiendo sobre los nuevos temas y podrán empezar a publicar en los años siguientes.

En esta primera etapa (1759-1777) es donde se produce la mayor divergencia entre los jesuitas literatos portugueses y españoles, derivada de la brutal política antijesuita de Pombal, que se tradujo en la descoordinación, aislamiento y, finalmente, desaparición física de muchos de los escritores portugueses.

Pocos son los datos bio-bibliográficos que Hervás puede aportar sobre los escritores portugueses que fallecieron en los 20 primeros años de su destierro, es decir bajo el odio de Pombal y el deprimente contexto socio-económico que acabamos de esbozar.

El poeta brasileño Francisco Almeida (Sommervogel, 1890, vol. I, cols. 194-195; Hervás, 2007, p. 700), quien había ingresado en la Compañía en Bahía el 7 de diciembre de 1721, «nació en Belén de Baia en el Brasil, en donde se hizo jesuita. Murió en Roma a 13 de noviembre 1761. Imprimió: (I) Orphaeus Brasilicus in honorem v. p. Josephi Anchietae. (II) Opúsculos poéticos en lengua portuguesa sobre San Francisco Javier y sobre la fiesta de conmemoración de los difuntos». No debió escribir nada en los dos años de su exilio romano.

El operario y biógrafo Juan Azevedo (Sommervogel, 1890, vol. I, col. 735), nacido en Porto y fallecido en la ciudad de Pesaro el 13 de julio de 1772, es probable que escribiese en el destierro alguna de las tres obras que le cita Hervás (2007, p. 700): «(I) Vita servi Dei p. Pauli Texeira Soc. J., provincialis brasiliensis. (II) Tractatus in rubricas missae, et officii divini. (III) Instructio operarii Societatis Jesu pro suis muneribus rite obeundis» (Hervás, 2007, p. 700).

Del moralista y biógrafo brasileño Ignacio Días, Hervás desconoce totalmente la biografía: «nació en la diócesi Mariana, del Brasil, en donde se hizo jesuita y murió después del año 1760», a pesar de que escribió bastante («(I) Vita Gasparis Faria, S. I. (II) Vita Emmanuelis Oliveira, scholastici S. I. (III) Vita de Francisco Peregrino, del tercer orden del Carmen, traducida del italiano al portugués. (IV) Traducción portuguesa de las obras del jesuita Pablo Segneri, intituladas: El confesor.-El penitente instruido.-El párroco instruido. (V) Compendium Theologiae moralis a Josepho Augustino Soc. I. compositum illustratum notis, additionibus, &») (Hervás, 2007, pp. 717-718).

Algo similar le ocurre con el humanista y polemista Francisco Duarte (Vaz de Carvalho, en O'Neill y Domínguez, 2001, p. 1157; Sommervogel, 1890, III, cols. 224-226; XII, col. 183; Polgár, 1981, vol. III-1, p. 621; Andrade, 1949; Andrade, 1966): «nació en Lisboa a 7 de noviembre 1720 y, en Lisboa, a 7 del mismo mes del 1734 entró en la Compañía de Jesús. Murió después del año 1760» (Hervás, 2007, pp. 718-719). Hoy sabemos que Duarte fue una de las víctimas destacadas de la persecución contra la Compañía de parte de Sebastião José de Carvalho, porque fue falsamente acusado de complicidad en el atentado (3 de septiembre de 1758) contra el rey José I, y que estuvo preso en las mazmorras del Forte da Junqueira y en la Torre da Belém, en Lisboa, desde 1759; se dice que entonces estudió medicina. Al subir al trono (1777) María I, fue puesto en libertad, pero nada se sabe más de él. Se supone que se retiró a vivir oscuramente entre sus parientes.

Como es lógico, no escribió nada en el exilio y Hervás se limita a reseñarle tres impresos anteriores a la expulsión relacionados con sus polémicas con el pombalino Luis Antonio Verney (1713-1792): «Imprimió: (I) Retratto de morte côr. (II) Illuminação apologetica do ritratto de morte côr. (III) Mercurio. Esta obra contiene la censura de varios autores» (Hervás, 2007, p. 719).

Es difícil identificar al brasileño, teólogo y canonista, Cayetano [da] Fonseca, con los datos de Hervás: «nació en la ciudad del Río de Janeiro. Entró en la Compañía de Jesús en el Brasil, en donde enseñó filosofía y teología; y murió en Roma por los años de 1780. Escribió: (I) De Jure novissimo. (II) Dissertationes canonicae. (III) Dissertationes theologicae». Cabe la posibilidad de que Hervás lo confundiese con el homónimo Caetano da Fonseca, nacido en Lisboa el 17 de noviembre de 1694 y que fue maestro de letras humanas y retórica en la Universidad de Évora, donde leyó Filosofía y Teología Moral y Teología especulativa (Corrêa Monteiro, 2004, p. 163).

El filósofo Josef de Fonseca (Sommervogel, 1890, vol. III, col. 836; IX, col. 351; XII, col. 1031) «nació a 13 de octubre 1720 en Coimbra, en donde fue recibido entre los jesuitas a 14 de octubre 1734. Enseñó la filosofía en Portugal y en Italia. Escribió: Universa philosophia in V tomos distributa ratione, ac experientia duce ad recentiorem methodum concinnata» (Hervás, 2007, p. 720), cuya Parte II se conservaba en la Biblioteca del Colegio Romano con fecha de terminación el 30 de abril de 1763.

Más importancia literaria tiene el operario, superior, moralista y biógrafo Manuel Fonseca (Sommervogel, 1890, vol. III, col. 833; IX, col. 350; Polgár, 1981, vol. III-1, p. 684; Hervás, 2007, pp. 720-721), de quien escribe Hervás: «nació en la diócesi de Braga y, habiendo entrado en la Compañía de Jesús, pasó a la provincia de Brasil, en donde se ejercitó en los ministerios apostólicos. En Roma fue superior de la casa de los jesuitas portugueses. Murió en Pesaro a 20 de junio 1772». Dejando aparte lo que imprimió antes del destierro, en Italia debió dedicar tiempo a recordar a las gentes del Brasil durante la docena de años que vivió exiliado: «Dejó dispuestas para la prensa las siguientes obras: (I) Parochus sensorum Teologia moral. (II) Brasil ilustrado. Obra en lengua portuguesa, que contenía en tres tomos las vidas de muchos jesuitas de la provincia del Brasil, ilustres en santidad. (III) Compendio del B. Benito Etiope, traducido del italiano al portugués» (Hervás, 2007, p. 721).

El viejo moralista Enrique Galvão (Sommervogel, 1890, vol. III, col. 1148) bastante hizo con llegar vivo a Italia: «nació en Faro a 25 de marzo 1679. Entró en la Compañía de Jesús en Évora, a 30 de abril 1695, y murió después del año 1759 [en Italia]. Escribió: Dictionarium morale. Obra de grande utilidad y erudición, en 12 tomos en folio» (Hervás, 2007, p. 721).

El abate español pudo haber escrito bastante más del superior, poeta y predicador brasileño Juan Honorato (L. Palacín en O'Neill y Domínguez, 2001, p. 1952; Sommervogel, 1890, vol. IV, cols. 455-456; Caeiro, 1991, p. 59 y siguientes; Leite, 1938, vol. VIII, pp. 301-303; vol. X, p. 115), de quien dice que «nació en Bahía, en donde se hizo jesuita y se empleó en los ministerios evangélicos. Murió en Roma a 8 de enero 1768. Imprimió: (I) Dissertatio theologica pro valida et licita abdicatione bonorum operum in subsidium animarum in purgatorio de gentium. (II) Dos canciones poéticas» (Hervás, 2007, pp. 721-722).

Hoy sabemos que fue uno de los jesuitas especialmente perseguidos por Pombal y que prácticamente fue sólo a Roma a morir, después de haber permanecido encarcelado más de siete años en los calabozos de la fortaleza de São Julião da Barra de Lisboa hasta que, sacado de ella con otros jesuitas, fue enviado a Roma (1767), junto con otros liberados ese año, cuando fueron excarcelados un total de 37 jesuitas extranjeros, gracias a la intercesión del príncipe elector de Colonia y obispo de Münster, Max Friedich von Königsegg.

Más relevancia tienen los escuetos rasgos que Hervás nos da del brasileño filólogo y poeta Ignacio Leião, pues no es citado por Sommervogel: «De la provincia de Brasil, murió en Roma, adonde había venido desterrado con los jesuitas portugueses. Imprimió la obra anónima: Opusculum grammaticale de figuris et quantitate syllabarum. Escribió: (I) Un libro de elejías devotas, en latín. (II) Diccionario lusitano-brasilico. (III) Catecismo brasilico. En lengua latina» (Hervás, 2007, p. 722).

Del canonista Josef Leonardo de Costa (Sommervogel, 1890, vol. IV, col. 1702) afirma Hervás (2007, p. 722) que «nació a 28 de diciembre 1715 (sic, 1705) en Coimbra, en donde a 20 del mismo mes del 1720 fue recibido entre los jesuitas. Profesó solemnemente. Enseñó filosofía en Coimbra y teología en Évora. Murió en Urbania hacia el año 1780». No sabemos si las dos obras que le cita el abate español fueron escritas en el destierro, pues los «15 años» bien pudieron estar entre 1760 y 1780: «Escribió: (I) Obra latina sobre las proposiciones condenadas en materia teolójica y canónica. Empleó en hacer esta obra más de 15 años. (II) Sobre las Decretales y las Pandectas»

El brasileño Francisco de Lima (Sommervogel, 1890, vol. IV, col. 1836), naturalista, botánico e historiador, «nació en Bahía de Brasil [el 3 de diciembre de 1706], en donde fue recibido entre los jesuitas [el 1 de febrero de 1721] y profesó solemnemente. Murió a 13 agosto 1772 en Castel-Gandolfo, villa cerca de Roma». Escribió dos amplias obras: «(I) Dioscorides Brasilicus seu de medicinalibus Brasiliae plantis. (II) Descriptio historica et geographia Brasiliae. Estas obras eran voluminosas» (Hervás, 2007, p. 723).

Del misionero, poeta y canonista Simão Marques, Hervás (2007, pp. 723-724) dice que «nació en Coimbra y, habiendo entrado en la Compañía de Jesús, pasó a la provincia del Brasil para emplearse en los ministerios apostólicos. Murió en Roma a 5 de enero 1767». Sólo le cita su obra más importante, la varias veces reimpresa antes del destierro, Brasilia Pontificia sive speciales facultates pontificiae, quae Brasiliae episcopis conceduntur, aunque ignora otras reimpresiones en Bahía y Río de Janeiro, donde enseñó Humanidades, Filosofía y Teología, fue rector del colegio, examinador sinodal y, finalmente, provincial. Escritas en el destierro debieron ser sus «Canciones poéticas sobre varios argumentos».

Si Hervás reseña defectuosamente a muchos jesuitas portugueses residentes muchos años en Italia, lógicamente es todavía más deficiente al retratar a aquellos que probablemente ni siquiera llegaron a pisar tierra italiana, como el cronista y poeta brasileño Valentino Mendes (Sommervogel, 1890, vol. V, cols. 883-884), autor bastante mal descrito por Hervás, pues, aunque Sommervogel alude a nueve publicaciones del P. Mendes, el abate español simplemente escribe: «De la diócesi de la Bahía, en donde se hizo jesuita. Murió en septiembre 1759. Imprimió: Obra poética en honor de San Ignacio de Loyola y de las santas vírgenes y mártires Ursola y sus compañeras. Escribió: Crónica del Brasil» (Hervás, 2007, pp. 724-725).

Hoy sabemos que nació en Cachoeira (Brasil) en 1689 y entró en la Compañía el 27 de noviembre de 1703. Enseñó las humanidades en Bahía y en Paraiba, la filosofía en Río de Janeiro, y la teología dogmática y moral en Bahía.

Valiosa es la información sobre el moralista antijansenista, P. Bernardo Nogueira, desconocido para Sommervogel, de quien Hervás (2007, p. 729) dice: «nació a 9 de septiembre 1730 en Santa Merinha, diócesi de Coimbra, en donde se hizo jesuita a 6 de abril 1745. Profesó solemnemente. Murió en Génova 1779. Escribió: (I) Diálogos sobre el Jansenismo. Obra francesa traducida en portugués. (II) Ejercicios de San Ignacio. En portugués».

Del humanista y cronista Vitorino Pacheco (Sommervogel, 1890, VI, col. 60) escribe Hervás (2007, p. 731) que «nació a 15 de julio 1697 en Lisboa, en donde se hizo jesuita a 15 de abril 1712. Profesó solemnemente. Murió en Castel-Gandolfo, cerca de Roma, el año 1773. Escribió en lengua portuguesa: (I) Fastos de la Compañía de Jesús en los dominios de Portugal. (II) Obra apolojética en defensa de la gramática latina del jesuita Manuel Álvarez». Deportado a Italia, se dan dos fechas para su muerte: en Castel-Gandolfo en 1773, como Hervás. Una segunda fecha, más probable, sacada de los Archivos del Gesù, sitúa la muerte del P. Pacheco «in villa Ruffinella», el 8 de febrero de 1777. Decimos más probable porque Hervás debió confundirse con el hecho de que los jesuitas portugueses residentes en Castel Gandolfo fueron obligados a dejar esa localidad porque el papa Clemente XIV, después de la supresión de la Compañía, no quería encontrarlos en las temporadas de vacaciones que pasaba allí, según comenta Luengo el 15 de septiembre de 1773.

El biógrafo brasileño Ignacio Pestaña (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 588; XII, col. 1186) «nació en Bahía [el 11 de julio de 1705], en donde se hizo jesuita [23 de mayo de 1720]. Murió en Roma a 19 de febrero de 1765. Escribió en portugués: La vida del venerable mártir Ignacio Azevedo y de sus compañeros jesuitas. Asimismo escribió La vida del jesuita Alejandro Guzmán» (Hervás, 2007, pp. 732-733).

El apologista de los jesuitas portugueses, Estebão Riberio (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 1760), «nació a 3 de agosto 1721 en Villafranca, diócesi de Lisboa [el 3 de agosto de 1721], en donde fue recibido entre los jesuitas [en 1738]. Murió en Italia [Urbania, el 6 de septiembre de 1770], adonde, desterrado con los demás jesuitas portugueses, había venido. Escribió en portugués: Obra apolojética en defensa de los jesuitas portugueses» (Hervás, 2007, pp. 733-734). Hoy sabemos que, según el Catálogo de 1747, en ese año era estudiante de matemáticas en Évora, teniendo por compañero a Ignacio Monteiro (Corrêa Monteiro, 2004, p. 121).

El poeta Joaquín Ribeiro (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 1760) «nació en Fafe, de la diócesi de Braga [el 23 de noviembre de 1702], y, habiendo entrado en la Compañía de Jesús [el 6 de junio de 1717], pasó a la provincia de Brasil. Murió en Castel-Gandolfo, villa cerca de Roma, [el 10 de julio 1771]. Imprimió una obra poética sobre la expectación de María Santísima» (Hervás, 2007, p. 734). Es probable que escribiera alguna poesía en el destierro, pero no la obra impresa aludida por Hervás.

El escriturista y poeta brasileño Ignacio Rodrígues no es propiamente expulso, porque no llegó a salir de Brasil, aunque la expulsión le impidió continuar la publicación de su obra poética: «nació en el lugar llamado Los Santos, del Brasil. Murió después del año 1759 en el Brasil. Imprimió: Obra poética sobre la pasión del Divino Salvador y sobre el Espíritu Santo. Obra anónima en lengua portuguesa. Tenía dispuestas para la imprenta una obra poética y lecciones de Sagrada Escritura» (Hervás, 2007, p. 736).

El teólogo, latinista y censor de libros, Pedro da Serra (Sommervogel, 1890, vol. VII, cols. 1149-1150), «nació a 11 de abril 1695 en Grándola, diócesi de Évora, en donde, a 21 de marzo 1712, fue recibido entre los jesuitas. Enseñó teología en Coimbra. Fue rector de su colegio jesuítico y revisor de libros en Roma. Profesó solemnemente. En Castel-Gandolfo, cerca de Roma, murió después del destierro de los jesuitas portugueses, sucedido el 1759. Imprimió en lengua portuguesa: (I) Panejírico de San Juan Bautista. Coimbra. (II) Oración fúnebre en las exequias hechas en Roma a Juan V, rei de Portugal, en la iglesia nacional de San Antonio. (III) Trajedia latina» (Hervás, 2007, p. 737).

Finalmente, también es imprecisa la reseña del canonista Ignacio da Silva: «nació a 20 de octubre 1713 en Riomayor y, en la Compañía de Jesús, entró a 11 de junio 1729. Profesó solemnemente. Murió después del año 1760. Escribió un tomo de Resoluciones canónico-morales» (Hervás, 2007, p. 738).

En conclusión, de los 40 jesuitas escritores portugueses reseñados por Hervás en su BJE, más de la mitad (22) fallecieron durante la dura política antijesuítica de Pombal, la cual se tradujo en oscuras trayectorias vitales y pobre aportación literaria de los mismos. Esto explica las escuetas notas bio-bibliográficas que, en contra de su voluntad, redactó el abate español, como se lamenta Hervás en la breve introducción al Catálogo III de jesuitas portugueses que estamos comentando (Hervás, 2007, p. 699).






ArribaAbajoPeríodo 2.°: Período de esplendor: desde la caída de Pombal (1777) hasta el inicio de la Revolución francesa (1789)

Como se ha indicado, en este período se produce un paulatino acercamiento entre los jesuitas desterrados y la Corte de Lisboa. Se abre una nueva etapa con cambio de embajador de Portugal ante la Santa Sede, siendo recibido con agrado el comendador D. Enrique Meneses por los jesuitas españoles, que sustituía al odiado y pombalino comendador Almada, a principios de 1779.

Según el P. Luengo, los jesuitas españoles colaboraron con los proscritos lusitanos en la preparación de las apologías pro jesuíticas que se iban enviando a la nueva reina de Portugal a lo largo de 1780, intentando mejorar la imagen de la desterrada Asistencia portuguesa y aportando documentación sobre la actuación de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Luengo, 1767-1814, Diario, 3 de diciembre de 1780).

Desde el punto de vista cultural debemos resaltar el cambio simbólico en la política jesuítica que supuso la libertad que, en 1780, se le dio «repentinamente» a los expulsos portugueses para que pudiesen entrar en la Iglesia nacional de San Antonio de los Portugueses de Roma, hecho al que el P. Luengo le concede bastante importancia porque significaba que los «excomulgados, desnaturalizados, abandonados y olvidados» jesuitas lusitanos «empezaban a ser portugueses y vasallos de los Reyes Fidelísimos [...]. Y con este hecho se ha roto el muro de división y entredicho que había entre los jesuitas portugueses y los demás de la misma Nación», es decir, empezaban a ser «tratados como paisanos y súbditos de la misma Soberana», e incluso el pombalino, suspicaz y «brutal» ex embajador Almada se trataba con algunos ex jesuitas, a los que furibundamente había perseguido (Giménez López, 2008, p. 42; Luengo, 1767-1814, Diario, 19 de junio de 1780).

Este paulatino acercamiento entre el gobierno de Lisboa, incluido el pombalino ex embajador Almada, y sus expulsos ignacianos se irá traduciendo en ayudas económicas y en la consecuente dependencia y control de los ignacianos portugueses por sus autoridades, de una manera muy parecida a la que tenían los españoles, primero del Consejo Extraordinario de Castilla (conde de Campomanes) y después directamente de la Secretaría de Estado (conde de Floridablanca).

Realmente se puede decir que la producción literaria de los jesuitas portugueses se despertó después de la caída de Pombal, aunque tuviese la lógica invernación durante los veinte años de persecución pombalina, sobre todo en los cuatro años anteriores desde que la supresión de la Compañía, en agosto de 1773, dejó a cada uno dueño de su destino («ociosos enteramente») y alguno buscó aires de mayor libertad en Venecia, como el mismo líder Manuel de Azevedo.

Durante el largo reinado de María I muy pocos expulsos portugueses consiguieron alcanzar una tranquilidad económica y profesional, pues la mayoría sobrevivió gracias a la pensión vitalicia del Estado, y este hecho condicionó la sociabilidad de los ignacianos portugueses, los cuales se adaptaron a una lánguida existencia en Italia, preferible a las incógnitas que presentaba su retorno a la Patria.

Por otro lado, el gobierno de María I prefirió rescatar a los expulsos más valiosos, como al astrónomo P. Eusebio da Veiga, al que hizo capellán de la Iglesia nacional de San Antonio de Roma, o al ingeniero Estebâo Cabral, al que nombró responsable de las obras hidráulicas portuguesas, como unos funcionarios más, y no utilizarlos en una campaña de propaganda patriótica, bastante contradictoria, oportunista, instrumental y subordinada a los intereses políticos de Madrid, como hizo el gobierno español duplicándoles las pensiones (Guasti, 2006, pp. 439-440).

Este período (1777-1789) también fue de bonanza literaria para los jesuitas portugueses, pero la sombra largada de Pombal retrasaba en un largo período de transición el mejorar las condiciones económico-políticas del gobierno de Lisboa, como apunta Luengo (1767-1814, Diario, 29 de diciembre de 1779) al hacer el balance de la situación de los jesuitas portugueses a finales de 1779. Después de tres años de reinado de María I, los ignacianos lusos veían «mucha indiferencia y frialdad» en su gobierno, de manera que permanecían muy indecisos («fijos e inmobles») en Italia (Luengo, 1767-1814, Diario, 29 de diciembre de 1779).

Lógicamente estas mejores relaciones con el gobierno de Lisboa y la mayor seguridad económica se tradujo en superiores rendimientos literarios. Repasemos, siguiendo el Catálogo III de la BJE del abate Hervás, la producción literaria de los jesuitas portugueses que vivieron varios años después de caer el despótico Pombal.

El humanista y poeta Josef Anchieta (Sommervogel, 1890, vol. I, cols. 312-313; VIII, cols. 1631-1632) «nació en Tamar a 13 de mayo 1732, y en Lisboa el 1748 se hizo jesuita. Profesó solemnemente y reside en Roma. Escribió en verso portugués los 16 libros de Las Metamorfosis de Ovidio» (Hervás, 2007, p. 700).

También residía en Roma el humanista y moralista Antonio de Figueiredo (Sommervogel, 1890, vol. III, col. 721; XII, col. 1064), quien «nació en Viseu a 12 de diciembre 1736 y, en Coimbra, se hizo jesuita a 25 de abril 1752. Reside en Roma. Escribió: (I) Arte poética, en portugués. (II) Apologia contra a "Tentativa theologica" do P. Pereira. (III) Anno profano, ou diario de antiga romana, gentilica superstição» (Hervás, 2007, pp. 719-729). En Italia se dedicó a impugnar a los regalistas pombalinos como Antonio Pereira de Figueiredo.

El filósofo Juan Leitão «nació en Ferreira, diócesis de Évora, a 10 de noviembre 1715, y en la provincia de Portugal se hizo jesuita a 10 de julio 1733. Profesó solemnemente y enseñó la Filosofía en Évora. Murió en Urbania, ciudad de los Estados Eclesiásticos. Imprimió en Portugal un resumen del Curso filosófico que había dictado en Évora. Un tomo en 4.º Escribió en Italia: Curso de filosofía [Cursus Philosophiae (Hervás, 2007, p. 722). Hervás no dice nada de su vida, porque fue uno de los rarísimos escritores que regresó a Portugal en 1782, a los 67 años de edad.

El profesor, biógrafo, poeta latino y escritor brasileño Jerónimo Monis (L. Palacín, en DHCj, pp. 2722-2723; Sommervogel, 1890, vol. V, col. 1217; vol. XII, col. 1160s; Polgár, 1981, vol. III-2, p. 572; Fonda y Rodrigues, 1975, pp. 107-116; Leite, 1938, vol. VIII, p. 379), «nació en la diócesis de Bahía en donde se hizo jesuita. Profesó solemnemente. Murió en Italia. Imprimió la obra anónima: -Epithalamium in nuptiis Joannis Riccii et Faustinae Parracciani nobilium romanorum. Romae, 1778, 4.°. Escribió: (I) Vita P. Stanislai de Campoi. (II) Compendium vitae P. Alexandri Gusmani Soc. J. (III) Neoconfessarius. (IV) Carmen epicum de sacchari opificio a P. Prudentio Amaral olim compositum, expolitum, auctum, et notis illustratum» (Hervás, 2007, pp. 725-727). Hoy sabemos que, desterrado a Italia, vivió en Roma, Tívoli (cuando la supresión de 1773) y Pésaro.

En Italia, escribió, anónimas, las biografías de los antiguos provinciales, Alexandre de Gusmão y Estanislau de Campos. Estas biografías, escritas en latín clásico, sin dejar de rendir tributo al género bio-hagiográfico de la época, tienen especial interés por la narración verídica de los hechos y el recurso a testigos directos. Pero su nombre de escritor está más bien unido a la preparación, que dejó inédita, de una edición anotada del Carmen epicum de sacchari opificio, sobre la fabricación del azúcar, de Prudencio do Amaral (Río de Janeiro, 1675-1715), que es un canto a la naturaleza americana, verdaderamente poético, inspirado en el recuerdo e idealizado por la lejanía. Su De Sacchari opificio Carmen fue llevado a Italia y publicado (Pesaro, 1780) por Jerónimo Monis, y al año siguiente por José Rodrigues de Melo. En el mismo año 1781 publicó el jesuita guatemalteco Rafael de Landívar su Rusticatio Mexicana, con el canto IX dedicado al azúcar, mucho más breve (382 hexámetros contra 584 de Amaral). Su obra literaria, junto con la de Rodrigues de Melo, son conocidas en la historia literaria del Brasil como las «Geórgicas brasileñas».

El canonista, bibliotecario y biógrafo Josef de Novaes (Sommervogel, 1890, vol. V, col. 1828) «nació a 6 de abril 1736 en Villareal, de la provincia de Tras os Montes, y, a 9 de octubre 1751 en Coimbra, fue recibido entre los jesuitas. Estudió y defendió públicamente la filosofía en Coimbra, y después estudió la teología y recibió el orden sacerdotal en Italia. Fue bibliotecario de la casa profesa de los jesuitas en Roma, en donde reside. Imprimió: 1.°. Il sacro rito antico e moderno dell'elezione, coronazione e possesso de'Sommi Pontefici, Roma, 1769. Nella Stamperia del Casaletti. 8.°. Obra anónima. 2.°. Vite de'Pontefici Romani. Roma, 1775. Nella Stamperia del Casaletti. 8.°. De esta obra, que no está completa, se han publicado seis tomos. Manuscritos: I. Introduzione alle vite de'Pontefici. Esta obra consta de cinco volúmenes, en que s e contienen quince disertaciones. II. Biblioteche pontificie. El autor ha prometido esta obra en la que publicó con el título Vite de'Pontefici. Ha concluido estas dos obras manuscritas el autor y las tiene dispuestas para darlas a luz pública», en 1793, cuando Hervás redactaba su BJE (Hervás, 2007, pp. 729-731).

Novaes es un importante historiador, especializado en historia de la Iglesia y en biografiar a los papas, por la razón de que pudo acogerse pronto a un poderoso mecenas, lo que le permitió zafarse de la persecución pombalina. Hacia 1773 fue nombrado teólogo del cardenal Antonio Felice Zondadari Chigi, arzobispo de Siena, quien lo designó canónigo en dicha ciudad.

El moralista Bernardo de Oliveira (Sommervogel, 1890, vol. V, col. 1896), según Hervás, «nació en la ciudad de Coimbra a 2 de septiembre 1714 y, habiéndose graduado en filosofía en la universidad de dicha ciudad, a 28 de junio 1731 entró en la Compañía de Jesús. Estudió retórica, teología y matemáticas, las cuales enseñó después, y profesó solemnemente. Reside en la ciudad de Cento, del Bolones. Imprimió: Dissertatio de jejunio quadragesimali tempore dispensationis observando. Venetiis, 1783. Typis Antonii Zatta. 8.°» (Hervás, 2007, p. 731). Pero fue bastante más, pues Domingos Mauricio (1945, p. 30) lo considera uno de los impulsores de la renovación científica en las escuelas jesuíticas de Portugal en la primera mitad del siglo XVIII, junto con João de Albuquerque, Lourenço Rodríguez, Diogo Soares, Manuel de Campos, Inácio Monteiro, Eusebio da Veiga, Dinis Franco, José Teiseira, Estebão Cabral, João Loureiro y otros.

Debió asentarse pronto en Cento, pues figura en los catálogos de la Provincia Véneta de 1761, 1764 y 1770. En el Catálogo de 1761 aparece descrito así: «N.° 6.-Nomen et cognomen: P. Bernardus de Oliveira;-Patria: Conumbricensis;-Aetas: 46 an.; -Vires: Mediocres;-Tempus Societ.: 30 an.;-Tempus Studiorum: per quinquenium Hum. Litteras et Mathesim, per an.° 6 docuit tam Philosophiam vadere capit non tamen absoluit;- Ministeria quae execuit: Concionatorem egit, Ministrum procuratorem, Scholarum Philosophiae ac Theologiae substitutum, missiones habuit;-Gradus in Societ.: Professus»2.

El teólogo Manuel de Paiva o Payva (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 402), según Hervás (2007, pp. 731-732), «nació en Petrogano, diócesis de Coimbra, a 21 de febrero 1725, y habiendo estudiado retórica y filosofía, y empezado el estudio del derecho canónico, a 29 de julio 1741 fue recibido en la Compañía de Jesús. Estudió las lenguas griega y hebrea, las matemáticas y la teología. Enseñó retórica, y profesó solemnemente el 1758, y fue nombrado profesor de filosofía. Reside en Cesena. Imprimió: (I) Poenitens justificatus seu doctrinae Catholicae Ecclesiae de usu virtutum paenitentem ad justificationem, &c. Venetiis, 1783. Apud Zattam, 4.°. (II) Probabilismus vindicatus ab antiprobabilistarum criminationibus a P. Emmanuele de Paiva, Soc. J., theologo Conimbricensi olim exaratus. Assisii, 1792. Ex typographia Octavii Sgariglia. 8.°». Este último libro es una refutación contra el P. Daniel Concina, dominico, tomista, predicador, controversista y teólogo (Friuli, 20 de octubre de 1687-Venecia, 21 de febrero de 1756).

El historiador Joaquín Leonardo Peixoto (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 432), según Hervás (2007, p. 732), «nació en Coimbra a 8 de octubre 1736, y entró en la Compañía de Jesús el día 9 de dicho mes en el 1750. Habiendo estudiado filosofía y teología, enseñó latinidad en Coimbra y recibió el orden sacerdotal. Reside en Roma. Escribió: (I) Enchiridion historiae universalis sacrae et prophanae. Ha concluido la historia sagrada y escribe actualmente la profana. (II) Synopsis historico polemica de conciliis oecumenicis. Un tomo, en 4.°»

El misionero y biógrafo brasileño Manuel Javier Ribeiro (Sommervogel, 1890, vol. VI, col. 1760) al que hemos aludido al hablar de Jerónimo Monis, según Hervás (2007, pp. 733-734), «nació en Pernambuco y, habiéndose hecho jesuita en la provincia del Brasil, se empleó en los ministerios apostólicos. Desterrado con los demás jesuitas portugueses, murió en Italia. Escribió en lengua portuguesa: (I) Vida y martirio de V. P. Pedro Días y de sus compañeros. (II) Vida del P. Antonio Páez. (III) Centuria casuum conscientiae».

El poeta y biógrafo Josef de Melo (o Rodrigues de Melo o Mello) (L. Rodrigues, «Melo, José», en O'Neill y Domíngues, 2001, p. 2615; Sommervogel, 1890, vol. VI, cols. 1981-1982; XII, cols. 758-759, 1206; Polgár, 1981, vol., III-3, p. 571), según Hervás (2007, pp. 734-736), «nació en Porto, de Portugal. Se hizo jesuita en el Brasil y profesó solemnemente. Murió en Roma el año 1783 (sic 1789). Imprimió: (I) Carmen in nuptiis Joannis Ricci et Faustinae Parraciani, nobilium romanorum. Romae, 1778. 4.°. (II) Vita Emmanuelis Correa, Soc. J., en Fano, S. Martini, 1789, 8.°. (III) Poemata de cura boum in Brasilia et de mandiocae cultura, ejusque usu. (IV) Josephi Rodrigues de Mello lusitani Portuensis de rusticis Brasiliae rebus carminum libri IV. Accedit Prudentii Amaralii Brasiliensis de sacchari opificio carmen. Romae. 1781. Ex typographia fratrum Puccinellorum. (V) Excellentissimo D. D. Eusebio Aloysio Maria de Meneses primi ordinis inter Lusitanos proceres optimati Romae nato 19 Kal. Sept. anni 1780. Josephus Rodríguez de Mello Lusitanus D. O. C carmen genethliacum. Romae, 1780. Ex Typ. fratrum Puccinelli. 8.°. Manuscritos: Traducción portuguesa de la "Eneida" de Virjilio. En octava rima».

Obsérvese que sus obras impresas aparecieron todas después de la caída de Pombal. Rodrigues de Melo escribió en Roma gran parte de sus obras, entre las que descuella su De Rusticis Brasiliae Rebus (a la que en ediciones posteriores se le dio el título de «Geórgicas Brasileñas»). En ella canta los alimentos más ordinarios: el pan, la carne, etc. Al pan brasileño de mandioca dedica dos libros del poema; uno, a la crianza del ganado y otro, al cultivo del tabaco. Era un excelente poeta latino y portugués, con un buen sentido de equilibrio, limpidez y gusto literario.

El publicista José Teixeira (Texeira), según Hervás (2007, p. 738), «nació a 6 de enero 1729 en Coimbra y, en la Compañía de Jesús, entró a 31 de octubre 1743. Hizo la profesión solemne y reside en Venecia, en donde, entre otras obras anónimas, ha publicado la siguiente: L'arte foviera de la fortuna, o sia l'arte del lotto di bel nuovo compresa, e spiegata in un sistema ragionato. Terza edizione dall'autore migliorata. Venezia. 1780. Presso Giovanni Gatti. 8.º»

Parece evidente que, durante el reinado de María I, la literatura de los jesuitas lusos se abrió a espacios más ilustrados y que el acercamiento de los envejecidos jesuitas portugueses a las posturas regalistas en vísperas de la Revolución francesa es indudable.

En conclusión, observamos que los cada vez menos y más envejecidos escritores jesuitas expulsos portugueses produjeron escritos más variados y de más calidad, a partir de finales de la década de 1770, es decir, después de desaparecer del poder el marqués de Pombal. La simpatía hacia la nueva reina María I fue patente y generalizada tanto entre los expulsos portugueses como en los españoles. Es una lástima que el nuevo clima de acercamiento y mecenazgo del gobierno de Lisboa fuese timorato y bastante lento, tanto en conceder los permisos de retorno como en regularizar sistemáticamente las pensiones.

Con unos cauces más regulares y más tempraneros para dirigirse al poder de Lisboa y para recibir las pensiones, el despertar de las plumas de los expulsos portugueses, ocurrido esencialmente a partir de 1780, los hubiese cogido con más vigor físico y no tan cargados de años.

El gran mérito de la Asistencia portuguesa es que produjo una literatura aceptable en cantidad y en calidad durante este período (1777-1789), a pesar de que durante la dictadura de Pombal había perdido casi la mitad de sus efectivos humanos (1.100 expulsados en 1759), pues, en una relación elaborada en 1779 por el embajador D. Henrique de Meneses, Conde da Ericeira3, puede constatarse que el número total de ex-jesuitas portugueses es ya apenas de 522 miembros, mientras que la Asistencia española alcanzará esa mitad diez años más tarde, según relata el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso, el 18 de octubre de 1788: «Por la tarde, visitamos a don Luis Gnecco, comisionado real para los ex jesuitas, el cual me dijo que, de los cinco mil que salieron de España, habría quedado la mitad, poco más o menos» (Rodríguez Laso, 2006, p. 410).

A partir de ahora las etapas históricas de la producción literaria de los jesuitas españoles y portugueses coinciden, pues ambas Asistencias estuvieron sometidas exactamente a las mismas circunstancias, marcadas por el vendaval revolucionario y napoleónico.

En nuestra periodización de la literatura de los jesuitas españoles expulsos hemos distinguido dos períodos posteriores que, mutatis mutandis, pueden aplicarse sin ninguna reserva a la producción literaria de los expulsos portugueses. Basta leer y cotejar las peripecias que sufrió la Asistencia española que relata el P. March a través de la biografía del restaurador y primer provincial, san José Pignatelli (March, 1935-1944), y las de la Asistencia de Portugal reflejadas en la biografía del P. Ignacio Monteiro estudiadas por Corrêa Monteiro (2004).




ArribaAbajoPeríodo 3.°: Período de contracción en la producción literaria. Desde el inicio de la Revolución francesa (1789) hasta la invasión napoleónica de Italia (1796-1798)

La vida en los Estados Pontificios era cada día más difícil, pues los precios estaban constantemente en aumento. Habían transcurrido 30 años desde que los jesuitas portugueses habían sido desterrados. Su número había diminuido con el paso del tiempo, pues la vejez y las enfermedades habían causado muchas bajas. A pesar de estar unidos en espíritu, se encontraban dispersos por varias localidades de Italia. En Roma, la Legación de Portugal estaba vigilante sobre lo que ocurría, y existe numerosa correspondencia para informar a Lisboa, pidiendo instrucciones en el sentido de cómo se podía socorrer a los expulsos que necesitaban ayuda en la enfermedad.

Políticamente, fue una etapa de temor revolucionario y de recelos literarios, en el que disminuye el ritmo de concesión de pensiones dobles a los expulsos españoles. Es un período en que la producción literaria de todos los desterrados disminuye en cantidad, pues van muriendo los ex jesuitas, y en originalidad, ya que muchas de las obras publicadas en este período son continuación de proyectos más o menos enciclopédicos empezados en el período anterior. Además, el temor generalizado a la Revolución, tanto en los mecenas como en los escritores objeto de protección, hace que surjan problemas de todo tipo: en las condiciones de serenidad para el trabajo, en la autocensura de temas (en general, los ex jesuitas atacaron a la Revolución francesa y a sus motores los filósofos y jansenistas), y en las posibilidades de impresión (menos dinero para mecenazgo).

Según la Relação de los recibos del cobro de la pensión, firmada en Roma el 15 de enero de 1794, en Roma residían 61 jesuitas sacerdotes portugueses, en el convicto de Urbania 32, en el convicto de Pesaro 27, «existentes en Bolonia» 5 (incluido el P. Ignacio Monteiro, residente en Ferrara), «en outras terras do Estado Pontificio» 62. En total, 194 sacerdotes. Respecto a los coadjutores («leigos») 12 residían en Roma, 9 en Urbania, 11 en Pesaro y 2 «en outras terras do Estado Pontificio». En total 34 coadjutores. Sumando «leigos» y sacerdotes eran 228 los jesuitas portugueses que permanecían desterrados, que le costaban al Erario portugués unos 22.300 escudos anuales, a razón de 100 para cada sacerdote y 85 para cada «leigo»4.

Vemos que sobrevivían poco más del 20% de los 1.100 que llegaron desterrados a Italia y que los antiguos ignacianos portugueses sucumbían al peso de la edad. Era cada vez más evidente ese hecho, pues, cuando se hacía la suma total de los pagos trimestrales de las pensiones, sobraba dinero «em beneficio da Real Fazenda»5.

En este período empezó a haber irregularidades en el cobro de las pensiones por la inseguridad en las comunicaciones en una Europa en guerra, problema común para los portugueses y españoles. La falta de correos, debido a la incertidumbre de los caminos, fue otro duro golpe que agravaba la situación en que vivían los ignacianos hispano-portugueses.

En esta etapa la literatura de los envejecidos expulsos portugueses entra en franca decadencia, pues fallecen escritores importantes como José Caeiro (Roma, 1791), sin poder imprimir su importante obra De exilio Provinciae Lusitanae, su obra cumbre, terminada en 1764; el poeta y cronista Francisco da Silveira (Urbania, 1795); el filósofo y orador Manuel Marques (muerto en Urbania, 1796), el moralista Bernardo Oliveira (en Cento, 1796) o el líder Manuel de Azevedo (en Piacenza, 1796), después de haber redactado una traducción al portugués y un Compendio de su excelente Vita del taumaturgo portoghese Sant'Antonio di Pavova, aparecida por primera vez en Venecia en 1788.

Con casi 70 años el teólogo Manuel de Paiva tiene ánimo para rebatir al dominico Daniel Concina con su Probabilismus vindicatus (Asís, 1792). El historiador Joaquín Leonardo Peixoto, relativamente joven (nacido en Coimbra en 1736 y residente en Roma), mantenía en pleno vigor su pluma en 1793, pues Hervás (2007, p. 732) dice que escribía «Enchiridion historiae universalis sacrae et prophanae. Ha concluido la historia sagrada y escribe actualmente la profana».

Quizá lo más interesante de lo publicado en este período sea la Ethica del P. Ignacio Monteiro, que Hervás reseña como «Philosophia Moralis. Esa obra, dividida en tres partes, se está imprimiendo [en 1793]», refiriéndose, sin duda, a la Ethica Physico-rationalis libera seu philosophia morum ex natura hominis ratione naturali deducta et secundum philosophiae eclecticae institutionem pertractata (Monteiro, 1794).

Sin duda el literato expulso portugués que se mantuvo más activo en este período fue el historiador eclesiástico José de Novaes, canonista, bibliotecario y biógrafo, quien continuó publicando sus Vite de'Pontefici Romani (comenzadas en 1775) y, más específicamente en este período redactó dos obras que, según Hervás (2007, pp. 730-731), tenía dispuestas para la imprenta: «(I) Introduzione alle vite de'Pontefici. Esta obra consta de cinco volúmenes, en que se contienen quince disertaciones [verá la luz en 1797]. (II) Biblioteche pontificie. El autor ha prometido esta obra en la que publicó con el título Vite de'Pontefici. Ha concluido estas dos obras manuscritas el autor y las tiene dispuestas para darlas a luz pública», como hemos señalado anteriormente.

Con casi 80 años el apologista de los jesuitas, Francisco Romão de Oliveira (Romano de Oliveira), publicó su mejor obra en 1791. Según Hervás, «nació a 30 de noviembre 1713 en Lisboa, en donde a 1 de febrero 1728 fue recibido entre los jesuitas. Profesó solemnemente y reside en Urbania. Imprimió la obra anónima: Compendio istorico dell'espulsione dei gesuiti dai regni di Portogallo, e da tutti i suoi domini, diviso in tre parti. In Nizza, 1791. 8.°» (Hervás, 2007, pp. 736-737).

Al parecer, la gestación de esta obra tuvo una motivación política, pues se escribió para incentivar a la Corte de Lisboa para que solicitase a Pío VI la restauración de la Compañía. El portugués Francisco Romão la redactó en su lengua natal, traduciéndose, con posterioridad, al italiano para su publicación en Bolonia (Fernández Arrillaga, 2004, p. 168).

En 1790 el padre Luengo reseña elogiosamente la aparición de este libro, principalmente por atacar a Pombal, añade algún detalle biográfico y lo contextualiza en el marco de la bibliografía jesuítica portuguesa del destierro:

Este compendio fue escrito en lengua portuguesa por el padre Francisco Romano, sujeto respetable por muchos títulos, que vive todavía en Italia, aunque es forzoso que sea muy anciano, pues antes de venir, 32 años ha, desterrado a Italia era examinador sinodal en el patriarcado de Lisboa, como se dice en una nota a la página 86. No se ha impreso en lengua portuguesa porque en Italia no se leería, y no se tenía esperanza de poderla introducir en Portugal, pero acaso, ahora que se va mudando aquella Corte y que ya no necesita contemporizar en este punto con la Corte de Madrid, pensarán en imprimirla en idioma portugués y en remitirla a Portugal. Otro jesuita de la misma nación la tradujo a la lengua italiana, y en este idioma, en el portugués, y en cualquiera otro a que sea traducida con fidelidad y exactitud, aparecerá una historia tan natural, tan sencilla y tan digna de crédito y, por otra parte, tan llena de injusticias, de crueldades y violencias contra los jesuitas portugueses que, sin pretenderlo el autor y sin hacer nada para que lo sea, será efectivamente, a los ojos de todos los que la lean sin preocupaciones, una clara, conveniente y gloriosa apología de la Compañía de Jesús de Portugal»


(Luengo, 1767-1814, Diario, t. XXVI, año 1792, pp. 177-180).                


El astrónomo P. Eusebio da Veiga continuó publicando sus Tavole dell'Effemeridi Astronomiche hasta el año 1795, falleciendo en Roma en abril de 1798.

Entre los escritores que regresaron a Portugal está el filósofo Juan Leitão, que lo hizo en 1782, al que Hervás (2007, p. 722) le perdió la pista, pues dice «murió en Urbania, ciudad de los estados Pontificios». Igualmente Hervás no dice nada del retornado ingeniero Esteban Cabral, referido a este período a pesar de fallecer en febrero de 1811.

En resumen, la pluma del jesuitismo portugués va apagándose poco a poco en medio de la tormenta revolucionaria y bélica, que apenas pueden sostener respetables septuagenarios, como los pp. Manuel de Paiva, José de Novaes, Ignacio Monteiro o Francisco Romão de Oliveira, predominando, como es lógico, las memorias, más apologéticas que nostálgicas, que relatan episodios de la azarosa vida de la proscrita Asistencia de Portugal.




ArribaAbajoPeríodo 4.°: Desde la ocupación de Roma por Napoleón (1798) hasta la restauración de la Compañía (1814): Período de descontrol y de decadencia de la producción literaria de los ex jesuitas

Comprende desde la invasión de Italia (1796) y ocupación de Roma (1798) por Napoleón hasta la restauración universal de la Compañía por Pío VII (agosto de 1814) y libre retorno a sus patrias de los pocos ignacianos que físicamente podían hacerlo. Período de descontrol, porque las circunstancias bélicas y políticas de Europa fraccionaron la comunicación de los jesuitas ibéricos entre sí y con sus patrias.

Decadencia en cantidad, por el cada vez menor número de escritores, y en calidad y originalidad, porque era imposible que surgieran nuevos valores entre los envejecidos ex jesuitas hispano-portugueses y porque las condiciones de vida en la empobrecida Italia, invadida por Napoleón, empujaban más a la supervivencia que a la producción literaria.

Lógicamente en la literatura de este largo período se podrían hacer subperíodos, en función de las circunstancias sociopolíticas de cada grupo de ignacianos, que sólo nos llevarían a perder la visión global del cada vez más reducido grupo de escritores ex jesuitas. Por ejemplo, unos cuarenta escritores retornaron a España entre 1798 y 1801, de los cuales unos diez permanecieron indefinidamente, mientras la mayoría volvió a ser expulsada hacia Italia (Pradells, 2002, pp. 552-556).

De todos modos, señalaríamos un antes y un después de la restauración parcial de la Compañía por el breve Per alias (30 de julio de 1804), por el que Pío VII extendía al Reino de las Dos Sicilias el Breve Catholicae fidei (7 de marzo de 1801), por el que, de derecho, se había restablecido la Compañía en Rusia, ya que de hecho la emperatriz Catalina II nunca permitió que fuese suprimida allí. Si el Breve de 1801 provocó la reacción de la segunda expulsión de los jesuitas de España, el de 1804 tuvo mucha más importancia, porque varios escritores se fueron reincorporando a la Compañía (por ejemplo, Juan Andrés y Vicente Requeno. Vid. Requeno, 2008), con lo que su vitalidad, ya desgastada por el paso del tiempo, se dedicaba a afanes más jesuíticos y menos literarios.

Parece claro que la ruptura de los vínculos de los individuos con la Compañía que supuso la supresión de 1773 fue muy ventajosa para el aumento en calidad y en cantidad de la producción literaria jesuítica, y que el reagrupamiento que conllevó la Restauración de 1804 fue un freno, a pesar de lo que diga el ultrajesuita padre Luengo.

En esta última etapa (desde la invasión de Italia por los franceses hasta la restauración universal de la Compañía en 1814), la pensión vitalicia pasó, de ser un instrumento de control y un estímulo para la colaboración propagandística con los gobiernos, a convertirse en una forma de descontrolada limosna.

Como hemos apuntado, en 1794 el número de jesuitas expulsos portugueses residentes en Italia eran 228, aproximadamente un 20% de los que habían sido desterrados a Italia, y en 1814 eran 27, menos de un 3% de los que habían sido expulsados en 1759. Podemos imaginarnos que en su aislamiento sufrieron en igual o superior grado las dificultades de todo tipo que hemos reseñado para los jesuitas españoles, y que los ignacianos hispano-portugueses siempre conservaron cierto grado de unión entre ellos. El último jesuita portugués desterrado falleció en Urbania en 1824 (Trigueiros, 2008), mientras sobrevivían unos 40 españoles ese año. Sólo conocemos algunas peripecias vitales de varios jesuitas expulsos portugueses que van falleciendo a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XIX, como el P. Ignacio Monteiro en Ferrara en 1812, siendo súbdito del revolucionario Napoleón, ahora rey de Italia.

La situación de los jesuitas españoles y portugueses entre 1808 y 1814 en la Italia ocupada por Napoleón, y con el papa Pío VII prisionero en Francia, fue realmente difícil, magníficamente descrita por el P. March (1935, vol. II, pp. 363-475) al biografiar al líder de los jesuitas restaurados José Pignatelli, a donde remitimos.

Huido al Brasil el regente don João (futuro rey João VI), para los desterrados hispano-portugueses en Italia, más desprotegidos que nunca, comenzaba, consecuentemente, un nuevo calvario, una vez que dejaron de recibir las congruas, y muchos tuvieron que vivir de las limosnas que recibían.

A pesar de encontrarse viejos y enfermos, los 27 antiguos ignacianos portugueses supervivientes en marzo de 1814 no dejaban de alegar sus justas reivindicaciones, como la que enviaron tan pronto como se vieron libres de los franceses. Llevaban seis largos años sin recibir sus pensiones y viviendo de limosnas.

Literariamente casi nada interesante nos ha quedado de la Asistencia de Portugal escrito en los primeros años del siglo XIX. Poco a poco van desapareciendo los escritores más longevos, como el moralista Antonio de Figueiredo, falleció en Roma en 1805, el filósofo Ignacio Monteiro, en 1812 en la Ferrara napoleónica, o el canonista e historiador eclesiástico, José de Novaes, quien alcanzará la tercera década del siglo.

Debemos incidir en que las notas de «descontrol y de decadencia de la producción literaria» que atribuimos a la Asistencia de España durante el último período de su exilio, con mayor motivo deben aplicarse a la Asistencia de Portugal, más «decadente» por la mayor edad y más «descontrolada», pues el centenar de efectivos andaba desperdigado y a su aire, como demuestran los «cinco napolitanos» portugueses, que seguirán la suerte de la restaurada Compañía y algunos terminarán sus días en el antiguo colegio de la Compañía de Tívoli, donde los había colocado el provincial José Pignatelli.






ArribaAbajoLa literatura de los jesuitas expulsos extranjeros al servicio de la Asistencia de Portugal, vistos por Hervás y por Luengo

En el encarcelamiento de los jesuitas foráneos adscritos a la Asistencia de Portugal no sólo hay que ver inquina hacia ellos por parte del ministro Pombal, los cuales sufrieron duros y largos encierros (Fernández Arrillaga-García Arenas, 2009), sino un trasfondo más importante que afectaba a la integridad territorial del imperio ultramarino, y era el temor a que las informaciones que estos religiosos pudieran tener sobre las colonias portuguesas cayeran en manos de otras potencias rivales en la lucha por la hegemonía política (Gatzhammer, 1993, p. 219). Esta actitud explicaría el cuidado que tomó el Secretario de Estado portugués para que todos los científicos extranjeros contratados para la demarcación fronteriza, en virtud del Tratado de Límites de 1750, fueran estrechamente vigilados por oficiales portugueses. Entre estos científicos se encontraban varios astrónomos jesuitas como el croata Ignacio Szentmartonyi (1718-1793), quien estuvo encarcelado en Lisboa hasta 1777.

Hervás no alude en su BJE a los literatos extranjeros, generalmente misioneros, que estaban adscritos a la Asistencia de Portugal, por la sencilla razón de que en su inmensa mayoría quedaron presos en Lisboa. Sin duda, la causa es la falta de datos, pues el abate manchego dedica todo el catálogo IV de su BJE a los «Escritores extranjeros establecidos en España» (Hervás, 2007, pp. 741-764).

Sin embargo, Luengo va desgranando alguna noticia. A finales de 1772 el diarista no tiene información fiable de los mismos, por lo que hace una hipótesis poco fundada: «Los jesuitas portugueses que quedaron en Portugal en no pequeño número, están en las mazmorras y calabozos de Lisboa, si ya no han muerto todos de hambre, de miseria, de desnudez y otros trabajos» (Luengo, 1767-1814, Diario, 31 de diciembre de 1772).

En varias ocasiones a lo largo de su Diario, Luengo venía afirmando que la cima del sufrimiento y de la injusticia de los crímenes de Pombal eran los jesuitas extranjeros encarcelados, a los que califica de «inocentes bienhechores insignes». Ahora justifica su razonamiento sobre la inmensa generosidad de estos ignacianos, quienes «habían dejado sus patrias, sus familias y sus amigos, y habían pasado a las dichas Provincias españolas o portuguesas», sacrificándose «todo por dedicarse a trabajar en las Provincias españolas y portuguesas» y tomando «muchos, grandes y penosísimos trabajos por hacer bien a los vasallos de las dos Coronas y a sus mismos Estados», recibiendo a cambio «la tiranía, dureza e inhumanidad» (Luengo, 1767-1814, Diario, 25 de agosto de 1777).

A finales de agosto de 1777 llegan a Italia los jesuitas extranjeros que habían estado cerca de veinte años en los calabozos de Pombal, los más perjudicados de todos los jesuitas perseguidos, según opina Luengo en su Diario el 25 de agosto de 1777, quien concluye que se puede esperar poco de la Corte de Lisboa. Los excarcelados pertenecían a dos nacionalidades principalmente, alemanes e italianos, y el diarista observa mejor porvenir para los súbditos de la emperatriz María Teresa, que se mostraba más protectora que las cortes o repúblicas italianas.

En abril de 1778 fallece en Roma el italiano P. Sturioni, uno de los jesuitas extranjeros recientemente liberados por la nueva reina en Lisboa, según narra Luengo, quien aprovecha para hacer algunas consideraciones generales sobre las penalidades de ese grupo de expulsos. El «dignísimo» P. Sturioni debía ser un jesuita de enraizados principios, como le gustaba al P. Luengo, como demuestra el hecho de ir a morir a la Casa Profesa del Jesús, por lo que deplora no tener datos suficientes para redactar un cumplido elogio fúnebre. El diarista lamenta la «modestia y templanza de no hablar» de los jesuitas expulsos extranjeros, recién excarcelados, a los que califica de «verdaderos mártires de la Iglesia y de la Religión, fabricados por las manos de Pombal», y que no denunciasen al «impío, despótico y fiero D. Sebastián Carvalho» (Luengo, 1767-1814, Diario, 16 de abril de 1778).

Lo que no sospechaba el diarista es que muchos de los «modestos y templados» jesuitas germanos, una vez liberados y regresados a sus tierras de origen, estaban haciendo lo mismo que él con su Diario: reivindicar al jesuitismo para oprobio de sus perseguidores. Gracias a ellos sabemos casi todo sobre su «martirio» de tantos años en las cárceles lisboetas.

De manera similar a la periodización de la literatura de los ignacianos exiliados en Italia, también podemos distinguir dos períodos en la producción literaria de los extranjeros adscritos a la Asistencia de Portugal, separados por el año 1777 cuando Pombal dejó el poder. Hasta ese año la mayoría de los jesuitas foráneos permanecían recluidos en los presidios lusos, si bien se dan maña para, desde esas cárceles, comenzar a solicitar ayuda del exterior a través de cartas clandestinas que logran franquear su aislamiento, como relatan Fernández Arrillaga y García Arenas (2009, pp. 248-250).

En este primer período (1759-1777) no faltaron los escritos de carácter más o menos administrativo solicitando salir del cautiverio. Pero más fructífero literariamente es el período posterior a 1777, es decir, el del reinado de María I, a pesar de la vejez y maltratos sufridos. Los jesuitas germanos, una vez liberados, regresaron a sus tierras de origen, y sólo quedó en Lisboa el P. Lorenzo Kaulen, por motivos de salud. Allí, libres de expresar sus ideas y conscientes de la propaganda que con la narración de su odisea podían hacer a favor de la Compañía, describieron su prisión en diarios, cartas y obras, más o menos extensas, generalmente en latín, en las que año tras año explican su experiencia para mayor gloria de su querida Orden, con la finalidad de que no fuera olvidada y, sobre todo, con la esperanza de que, en un futuro, se elaborase una historia de la extinta Compañía con los elementos, las opiniones y los sentimientos de sus protagonistas (Hervás, 2007, pp. 51-53). Pretendían que no quedara únicamente la opinión oficial del opresor marqués de Pombal, y así refutarla y resarcirse. Fundamentales fueron los testimonios que dejaron los padres Anselmo Eckart, Lourenço Kaulen6, Juan Breuer7, Mauricio Thoman8, Jacobo Graff9, Antonio Meisterburg10, Carlos Przikril o el P. Jacobo Müller11.






ArribaAbajoConclusión

La primera pregunta que todo historiador de la literatura debe hacerse es la de por qué existen personas que en cierto lugar, y en determinada época, escribieron obras literarias tal como lo hicieron, y cuál es la validez de las narraciones o descripciones de lo que intentaron retratar (Trabulse, 1988, p. 41). Teniendo en cuenta el contexto socio-político que hemos dibujado, y tratando de responder a estas preguntas, hemos procurado acercarnos a la comprensión de los jesuitas portugueses expulsos, de su producción literaria y de las circunstancias que los rodearon en una época de intensa actividad intelectual, como fue la segunda mitad del siglo XVIII.

Así como la Asistencia de España desterrada alumbró una generación de jesuitas que publicó muchas e importantes obras, reuniendo un valioso grupo de humanistas, fuertemente influidos por los nuevos métodos críticos de la investigación, por el contrario, los jesuitas portugueses publicaron poco y de temas tan manidos como la Historia Eclesiástica, y sin implicarse en el influjo cultural italiano, salvo media docena de escritores (Manuel de Azevedo, Ignacio Monteiro, Esteban Cabral, José de Novaes y Eusebio da Veiga), humanistas y científicos de primer orden, con un riguroso método crítico, por lo que podemos calificarlos de auténticos ilustrados cristianos, si bien nunca se plantearon la ciencia y la religión como necesariamente opuestas y excluyentes entre sí.

Ese clima intelectual ilustrado no era desconocido por los jesuitas portugueses antes de la expulsión de 1759, como demuestra la notable escuela de pensadores de la ignaciana Universidad de Évora, entre los que destaca el filósofo Ignacio Monteiro. Sin embargo, sólo excepciones, como el citado Ignacio Monteiro, el ingeniero Esteban Cabral o el astrónomo Eusebio da Veiga, manifestaron en el largo exilio su deseo de penetrar en los nuevos campos que la ciencia y la erudición les abrían, dando la impresión de que la mayoría de los ignacianos portugueses no sintió la necesidad de conciliar la tradición y la novedad.

La sensación de «poco ilustrada» de la literatura de los jesuitas expulsos portugueses se acentúa por las abundantes apologías de la Compañía suprimida y porque no trataron temas polémicos y de «actualidad», si excluimos las impugnaciones inéditas contra algunos portavoces del regalismo pombalino, como el oratoniano Antonio Pereira de Figueiredo, escritas por el jesuita Antonio de Figueiredo, si bien otros, como Manuel Marques, que tan combativo se había mostrado antes de la expulsión contra el pombalino Luis Antonio de Verney (1713-1792) con su Furfur logicae Verneianae (1751), en Italia simplemente se limitó a imprimir una defensa del culto al Sagrado Corazón de Jesús (Defensio cultus SS. Cordis Jesu, Venecia, Zatta, 1781), impugnando al abogado Camilo Blasi. A través del Diario del P. Manuel Luengo sabemos que algún otro expulso portugués intervino anónimamente en las frecuentes polémicas que se suscitaban entre los intelectuales de la época, fuente de no pocos escritos.

Ciertamente los misioneros brasileños nos dejaron testimonios americanistas, como Jerónimo Monis o José Rodríguez de Melo al comentar las obras de Prudencio do Amaral, pero fueron la excepción que se atrevió a salirse de los tradicionales campos del jesuitismo (teología, elogios fúnebres, etc.) y haciéndolo desde los postulados de la más estricta ortodoxia católica.

Al examinar la relación de las principales obras de los jesuitas portugueses expulsos vemos que muchas de ellas, fundamentalmente por su temática pro jesuítica, están entre las que se ha venido a llamar «literatura silenciada» por el poder político ilustrado, es decir, aquella que, principalmente por la implacable persecución de Pombal, no pudo ver la luz en su momento y, posteriormente, se perdió en gran cantidad. Pensemos en las muchas apologías de los jesuitas portugueses y en las narraciones que de su largo destierro dejaron escritas los expulsos lusitanos y los extranjeros adscritos a la Asistencia de Portugal (Esteban Ribeiro, José Caeiro, Anselmo Eckart, Lourenço Kaulen, etc.), pero solamente algunos, como Francisco Romão de Oliveira, logró ver publicada, anónimamente en Niza en 1791, su Compendio istorico dell'espulsione dei gesuiti dai regni di Portogallo, o Eckart, su Historia persecutionis (1779-1780).

Por la temática de sus obras, los jesuitas expulsos portugueses participaron en la república de las letras con las materias de poesía, biografía, lingüística, etnografía, americanismo, indigenismo, historia, matemáticas, teología, filosofía, memorias, arqueología, erudición, poesía en portugués y latín, geografía, crónicas, derecho canónico, historia natural, botánica, filología latina, temas de actualidad, etc., pero los ignacianos portugueses expulsos fueron ante todo jesuitas y la fidelidad al espíritu de la Compañía estaba por encima de la implacable persecución de Pombal, que soportaban con una resignación que admiraba a los expulsos españoles, como reiteradamente constatamos por el Diario del P. Luengo, y por la negativa generalizada a retornar a Portugal después de 1777, prefiriendo vivir relativamente unidos en Italia.

El jesuita Lorenzo Hervás y Panduro se propuso dejar testimonio de la producción literaria de sus correligionarios hispano-portugueses en la Biblioteca jesuítico española (1793), recogiendo unos 500 autores, de los cuales 40 eran de los desterrados por el marqués de Pombal en 1759, que redactaron unos 150 títulos entre impresos y manuscritos, bastantes de estos últimos actualmente perdidos. No es muy copioso este aporte intelectual, aunque relativamente variado, a juzgar por las áreas temáticas arriba especificadas.

En total, lo producido por los jesuitas portugueses en el exilio fueron aproximadamente centenar y medio de obras, exceptuados escritos administrativos y familiares de circunstancias, de valor muy desigual, de las cuales se conservan menos de la mitad. Para valorar justamente esta lista de obras recordemos que el concepto de «Literatura» hay que entenderlo en su acepción más amplia y enciclopédica, en el contexto del siglo XVIII, cuando las ciencias y la filosofía estuvieron a mayor altura que las letras propiamente dichas (los tradicionales géneros literarios), aunque sorprende gratamente la cantidad y calidad de los poetas portugueses, tal vez, síntoma de la saudade del proscrito.

Se observa que la mayor parte de estos escritos son «ensayos» o «tratados» de jesuitas residentes en Roma, que escribieron las obras más interesantes después de la caída de Pombal, lo que nos lleva a constatar que los ignacianos literatos portugueses sintieron profundamente su despotismo, que físicamente llevó a muchos a la muerte prematura y a tener silenciada la pluma.

Los que sobrevivieron durante el reinado de María I (los nacidos después de 1730) tuvieron una mayor «elasticidad mental», pues emplearon el italiano y el portugués en sus escritos en detrimento del latín, adaptándose lentamente a la realidad y debates culturales italianos, aunque menos intensamente que los de algunas provincias españolas, como la de Aragón. Supieron superar el descalabro que supuso para todo jesuita el reemprender la redacción de sus escritos en la península italiana sin los apuntes y esquemas iniciales, arrebatados en el acto del extrañamiento, y, con voluntad de hierro, pudieron superarse anímica y materialmente, como Ignacio Monteiro o Eusebio da Veiga, quien a partir de 1785 reemprendió la publicación de sus Efemérides Astronómicas.

Es seguro que a la lista de literatos luso-brasileños de Hervás habrá que añadir en el futuro algún que otro escritor salido de entre los expulsos portugueses (faltan todos los de origen extranjero como Anselmo Eckart, o tan conocidos como el adulador de Pombal, José Basilio da Gama, o el poeta y cronista Francisco da Silveira Facundes), los cuales dedicados continuamente a orar, meditar y rezar, empleasen algunos ratos de su mucho tiempo de ocio en el destierro a escribir. En todo caso, no creemos que el investigador que indague en los archivos de Urbania, Pesaro, Roma, Bolonia y Ferrara, donde residieron la mayoría, o en los de las pequeñas ciudades de los Estados Pontificios, donde se refugiaron algunos jesuitas portugueses, pueda enriquecer significativamente el panorama intelectual que hasta el presente ofrece su historia literaria, reseñada en la BJE.




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