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Tomo la concepción del exilio como un lenguaje silenciado del ensayo «The exile of the word» de Aviah Golttlieb Zornberg, en Frédéric Brenner, Diaspora: homelands in exile. Voices, Nueva York, Harper Collins Publishers, 2003.

 

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Más allá de que en el cuerpo del texto he usado contrapunto como una metáfora para referirme al ida y vuelta entre la conversación y el silencio del exilio, creo que vale la pena traer a colación el sentido que el término adquiere en «Reflexões sobre o exílio e outros ensaios» de Edward Said. Allí el escritor se vale de este concepto, en la acepción musical del término, para hablar de la conciencia múltiple, o por lo menos doble, que tiene el exiliado. Si la mayor parte de las personas tiene conciencia de una cultura, de un escenario y de un país, los exiliados -afirma Said- tienen conciencia al menos de dos de esos aspectos. Cito el ensayo: «Para o exilado, os habitos de vida, expressão ou atividade no novo ambiente ocorrem inevitablemente contra o pano de fundo da memória dessas coisas em outro ambiente. Assim, ambos os ambientes são vívidos, reais, ocorrem juntos como no contraponto» (Companhia das Letras, São Paulo, 2003, p. 59).

 

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La anécdota abre el capítulo XXXV, donde cuenta la primera versión de un ataque antisemita sufrido por el padre en enero de 1939 a manos de los Camisas Doradas. Escribe Glantz: «Cuando yo era muy niña mi padre usaba barba; parecía un Trotski joven. A Trotski lo mataron, y si acompañaba yo a mi padre por la calle la gente decía: "Mira, ahí van Trotski y su hija". A mí me daba miedo y no quería salir con él» (1997: 117).

El apelativo que a veces la gente le daba resume «una red [...] de símbolos» que la ubican en una zona de peligro. Si el nombre propio nunca es inocente, en la economía de este texto ser llamada de «la hija de Trotski» la reterritorializa junto a su padre. En «"¿Qué diferencia es entre fue y era". Exilio, fotografía y memoria en Las genealogías de Margo Glantz», María Eugenia Mudrovcic señala: «Si Freud vincula el olvido al nombre propio, Margo Glantz parece escribir Las genealogías para sujetar el nombre propio al nombre del padre (y no para borrarlo, como sugiere Lacan). Jugando el rol de hija, es en el nombre compartido donde se inscribe su reconciliación con el padre y donde se salda la deuda de origen)» (Celina Manzoni (comp.) Margo Glantz. Narraciones, ensayos y entrevista. Margo Glantz y la crítica, Caracas, Excultura, 2003, p. 169).

 

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En Zakhor. História judaica e memória judaica, Yosef Hayim Yerushalmi desarrolla extensamente cómo la memoria del pasado, componente central de la experiencia judía, se cultiva por medios diferentes a los de la narración histórica, y se asocia, más bien, a la liturgia y al ritual que presentifican el pasado, tal como señalamos en el apartado anterior. (Imago, Rio de Janeiro, 1992).

En este sentido Paul Ricouer en «Yerushalmi, "malestar en la historiografía"» se detiene en la singularidad de la experiencia judía ligada a la memoria e indiferente al tratamiento historiográfico de la misma. En una posición que diverge de la de Yerushalmi, plantea que existe una resistencia frente al tratamiento historiográfico y que la misma se sustenta en la concepción de que el pasado se mantendría vivo gracias a la transmisión de generación en generación, una práctica que se vería amenazada con la «intromisión» de la historiografía. (Paul Ricouer, La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004).

 

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Las genealogías, que apareció primero parcialmente y por entregas en el periódico UNOMÁSUNO, conoció diversas ediciones con sucesivos añadidos. Nos manejamos con la última versión de 1997.

 

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En «Lo judío y la literatura en castellano», Juan Gelman escribe: «Lo que cada palabra en una lengua arrastra, calla y dice y vuelve a callar está unido a una constelación de silencios y decires de todas las palabras de esa lengua, unido con lazos de fuego azul que iluminan tenuemente su noche, resplandecen de pronto y vuelven a callar, no a apagarse, ondulantes como acero líquido cuyo fulgor es anuncio de firmeza que fuera cimiento del gran todo de una lengua» (1992: 83). Y, más adelante, agrega: «Pero la palabra "leikaj" no es igual en medio de la pasión del idish que en la corriente castellana, donde adquiere automáticamente otro sabor» (1992: 84). (Hispamérica, n.º 62, 1992).

 

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Cf. al respecto la nota 7.

 

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En Extraterritorial, George Steiner anota: «[...] como todo artista de primer nivel, Borges ha ampliado el paisaje de nuestra memoria» (Extraterritorial. Ensayos sobre la literatura y la revolución del lenguaje, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2000, p. 53).

 

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Aunque ocupan un lugar menor si comparados con la recurrencia a Babel y a Bashevis Singer, cabe mencionar que Kafka, Dostoievski -con algunos de cuyos personajes se identifica- y algunos autores o textos mexicanos cumplen una función similar a los primeros.

 

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En este sentido es interesante observar que su comprensión de gran parte de la literatura rusa e idisch se produce recién durante los años en que escribe Las genealogías. Al comienzo del capítulo XXXIX escribe: «Hacia 1964 fui con mi padre a Nueva York y durante el viaje me taladró los oídos [...] con nombres de poetas rusos, recibidos por mí como si los estuviera sacando de un directorio telefónico en desorden alfabético, nombres que recién empiezo a desenmarañar y a ordenar en mi cabeza a medida que redacto estas páginas» (1997: 127).

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