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Recuérdese también, la fascinación por el folletín que aparece en la cita que transcribimos en la nota anterior. De adolescente devoró Sue, Dumas y Víctor Hugo. Fascinación que, por un momento, vuelve a hacerse presente en el encuentro con uno de los primos de Filadelfia.

 

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La afirmación es de Sylvia Molloy y aparece en Varia imaginación, a propósito de un posible episodio autobiográfico. (Molloy, Sylvia, Varia imaginación, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2003).

 

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Entre las historias de otros exiliados que Tununa Mercado recupera en En estado de memoria, la historia de Pedro, aquel niño que en un viaje de huida al sur de Francia pierde a su madre para reencontrarla casualmente después, un encuentro que se clausura en su perfección cuando ambos se topan casualmente con el padre, es, sin lugar a dudas, el relato más impactante. Su impacto reside en la serie de casualidades que articulan esa biografía, desencuentro en un viaje en tren, huida de una fila de niños refugiados, nuevo encuentro en otro viaje en tren, etc. Ese fragmento biográfico encierra todas las características de un folletín y, por eso, la historia fascina. Pero si en el contexto de sus memorias de exilio, Mercado se permite fabularle una historia a Pedro, años más tarde cuando escribe Yo nunca te prometí la eternidad, libro en el que a partir de testimonios orales y escritos reconstruye la biografía de este hombre, que había sido personaje de sus memorias, y de Sonia, su madre, la marca folletinesca desaparece completamente, es intencionalmente retaceada y la escritura apuesta al máximo de fidelidad posible para con la memoria de los otros. Pero la ética del compromiso con el legado de la memoria de otro le sustrae también gran parte de su fascinación y de su atractivo, lo que por momentos paradójicamente debilita su potencia de testimonio.

El camino que Margo Glantz elige es otro. Desde un comienzo se ocupa de escribir biografías que le pertenecen sólo a medias, desde un comienzo tiene presente también los mecanismos de la memoria. Sabe que todo lo que cuenta está sometido a la imprecisión del recuerdo y, también, que esa oscilación entre lo que fue y lo que pudo haber sido no le resta valor, ni a las versiones, ni a las biografías. Que el judío ruso haya o no haya viajado con sus padres no disminuye el valor de su encuentro, entre otros motivos, porque ambos tienen un «recuerdo» en común, el barco como lugar de la memoria.

 

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«Zhopa» en ruso significa culo.

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