Estancia de los jesuitas expulsos del Paraguay en Puerto de Santa María
José A. Ferrer Benimeli
Este trabajo se enmarca en una serie dedicada a la expulsión de los jesuitas en la que las dos principales fuentes de información son la correspondencia diplomática francesa y los diarios que diferentes jesuitas escribieron en su día dejando expreso testimonio de cuanto les aconteció desde el día en que se puso en práctica el decreto de extrañamiento por orden de Carlos III hasta su llegada a Italia, en algunos casos más de un año después del arresto. Es un intento de aproximación a un mismo hecho histórico -la expulsión de los jesuitas- desde dos fuentes no demasiado conocidas o explotadas, una oficial, otra personal, las dos en cierto sentido no destinadas a la publicidad, que nos aproximan a esa tragedia personal -en muchos casos íntima- que padecieron más de cinco mil personas, de las que más de dos mil estaban en América y Filipinas, tragedia de la que normalmente no hablan los libros de historia, excesivamente preocupados en justificar decisiones político-económicas, dejando de lado otros aspectos sociales o simplemente personales que hoy empiezan a ser mejor conocidos, gracias en parte a la utilización que, desde la universidad, venimos haciendo de estos Diarios1.
El presente estudio sirve de complemento a los anteriores ya publicados o en vías de publicación y se ciñe exclusivamente a la estancia de los jesuitas expulsos del Paraguay en Puerto de Santa María, donde quedaron confinados más de cinco meses, estancia descrita, en este caso, en el Diario del P. Peramás2, que tiene, por así decir, un extenso prólogo en las peripecias pasadas desde la madrugada del domingo 12 de julio de 1767, en que tuvo lugar el arresto de los jesuitas del Colegio-Universidad de Córdoba de Tucumán, en el que el catalán diarista Peramás era profesor de moral, prólogo que concluye el 7 de enero de 1768 cuando finalmente pudieron desembarcar en Puerto de Santa María después de la larga travesía atlántica3. A su vez, esta estancia tiene también un no menos interesante epílogo que va del 15 de junio de 1768 al 24 de septiembre de 1768, en el que se narra lo sucedido en el viaje de Cádiz a Córcega y de allí a su destino final, la italiana Faenza, vía Sestri, Parma y Regio4.
La duración del viaje fue exactamente de un año y setenta y seis días, es decir, de catorce meses y medio, divididos de la siguiente forma: 11 días encerrados en el refectorio del Colegio de Córdoba; 28 días en el trayecto desde Córdoba a los navíos; 24 días y un mes en la escuadra o, lo que es lo mismo, en el Río de la Plata desde su embarque hasta llegar a alta mar; 85 días de Indias a Cádiz; 5 meses y tres días en el Puerto de Santa María; 4 días en la bahía de Cádiz; 51 días de Cádiz hasta Bastia, en Córcega; 26 días en Bastia; 16 días de Bastia a Sestri, y 13 días de Sestri a Faenza.
En total permanecieron embarcados cuatro meses y 28 días -prácticamente cinco meses-, a los que hay que añadir los que tuvieron que caminar por tierra -en América y en Italia- y los que permanecieron encerrados, tanto en Córdoba de Tucumán como, sobre todo, en Puerto de Santa María, donde los misioneros de las reducciones guaraníes, que llegaron mucho más tarde -el 7 de agosto de 1769-, estuvieron recluidos más de un año, alojados en la casa de los agustinos y en el Hospital de San Juan, hasta que, finalmente, fueron reenviados a Italia.
El momento de pisar tierra en Puerto de Santa María por los 151 jesuitas paraguayos o de la provincia de Paraguay, embarcados en la fragata Santa Brígida, de sobrenombre Venus, es descrito así por el diarista Peramás:
[156] |
El comentario del diarista es suficientemente expresivo:
Yo no sé qué se había imaginado en España de nosotros: acaso sería porque temerían que nosotros aun presos éramos poderosos, y más trayendo en nuestra compañía, como se decía en Cádiz, el célebre Rey del Paraguay, Nicolás I5; a lo menos el Gobernador parece no era de este parecer, pues escribió a la corte «que había sido providencia de Dios que nosotros hubiésemos desembarcado de noche; porque si hubiera sido de día, hubiéramos sido la irrisión de todos según lo derrotados que veníamos». |
[157] |
De la playa fueron
trasladados directamente al hospital designado como su nueva
residencia en Puerto. Una vez allí fueron llamados por lista
al pie de la escalera y luego los oficiales, acompañados de
un jesuita designado como responsable, los repartieron por los
aposentos o habitaciones. Entretanto el refectorio estaba ya
prevenido «con la cena común de
los colegios»
. Pero mientras se iban acomodando en las
habitaciones designadas, señala cáusticamente el
diarista, «los guardas del tabaco se
entregaron en nuestras camas a sacar el polvillo y algo
más»
[157].
El tabaco,
especialmente el tabaco en polvo, al que estaban tan habituados los
jesuitas de la época, fue, en todas las escalas de los
expulsos del Paraguay, centro de atención e interés
de amigos, soldados y aduaneros, a pesar de que, según la
pragmática real, entre las escasas pertenencias que
podían llevar consigo los expulsos figura precisamente el
tabaco6.
Desde luego resulta llamativo el celo de los «guardas del tabaco»
de Puerto de Santa
María revisando -aunque más bien parece ser que el
diario insinúa «requisando»
- a media noche lo poco que
esos desgraciados habían podido llevar consigo.
El hospital u
hospicio era una casa «bastante grande y
hermosa»
que las siete provincias de Indias tenían
en el Puerto de Santa María para vivir y para que pudieran
detenerse en ella los sujetos hasta que se disponía la
navegación para las Indias. Después del arresto y
expulsión la recién llegada expedición del
Paraguay fue la primera en hospedarse en dicha casa, pues los que
llegaron antes, de la Habana y Caracas, se repartieron por
diferentes casas de religión. Pero el gobernador, previendo
la masiva llegada de jesuitas que se le avecinaban procedentes de
América, había representado a la Corte, que mirando
por el menor gasto del rey y mayor comodidad de los jesuitas le
parecía conveniente se recibiesen en su hospicio. Tres veces
tuvo que insistir en la representación hasta que lo
alcanzó [162].
En el hospicio
había un piquete de granaderos, al mando de un oficial,
«con órdenes estrechas de no
dejarnos tratar con nadie»
. A este fin no sólo
había centinelas en la puerta para que nadie entrase, sino
también al pie de la escalera y debajo de las ventanas para
que ni aun por aquí nadie tuviese comunicación. La
guardia se mandaba a son de caja y hacían centinela con
bayoneta calada, menos en el pie de la escalera, donde estaban con
sable en mano.
Aquí les
prohibieron tener actos de comunidad y si alguna vez se juntaban
para dar el viático o para alguna novena estaba presente el
oficial de guardia. Más tarde les autorizaron juntarse
sólo para las letanías, de forma que cuando
moría alguno no les consentían que cantasen el oficio
de difuntos ni que viniesen clérigos de fuera, sino
sólo que de cuerpo presente se le dijese una misa y,
mientras se decía, se rezase el oficio. A estos actos
asistía el escribano, quien, luego que moría alguno,
«hacía inventario de lo que
dejaba, y esto con tanta puntualidad que algunas veces luego que
recibía el Viático el enfermo se llegaba a él
y le preguntaba qué dejaba»
[163]. Este protocolo
administrativo debió de repetirse con bastante frecuencia,
si tenemos en cuenta que en cinco meses sólo de la provincia
de México murieron catorce en Puerto de Santa
María.
Este rigor
inicial, dirigido principalmente para que nadie tratase con los
jesuitas, poco a poco fue remitiendo, porque los oficiales
hacían la vista gorda y dejaban entrar a cuantos
querían o también porque el gobernador
concedía con facilidad licencia al que la pedía. De
esta forma pudieron conocer e incluso recibir algunos papeles de
los muchos que sobre la expulsión corrían por
entonces. También encontraron en Puerto de Santa
María, principalmente los de Paraguay, gran afecto, pues,
«como llegamos tan estropeados y
derrotados, cuando nos esperaban tan ricos, nos merecimos la
compasión de todos, y mucho más por la grande fama de
nuestro Rey, Nicolás I y de nuestro poder en las
Indias»
.
En el Puerto de
Santa María estuvieron cinco meses y tres días y fue
bastante lo que, según Peramás, tuvieron que
soportar, «ya por parte de los nuestros,
ya principalmente por la de los que nos cuidaban»
. De
unos y otros se ocupa el diarista.
Dos eran los principales encargados del cuidado: don Lorenzo de la Vega, secretario del gobernador y capitán de las milicias urbanas de dicha ciudad, y su cuñado, don José Cantelmi. La descripción que de ellos se hace en el Diario no tiene pérdida:
[182] |
Sobre el origen de esta riqueza añade el P. Peramás:
[183] |
En un intento de echar un capote al personaje tan mal parado, añade el diarista:
[184] |
A
continuación pasa a referir, no lo que «se decía»
en el Puerto, sino lo
que los jesuitas a su custodia habían visto y
experimentado:
[184] |
Lo anterior puede servir o no para justificar el enriquecimiento, lo que viene a continuación va referido al trato ordinario:
[185] |
Unas y otras cosas
trascendieron a la ciudad y llegaron las quejas hasta el
gobernador. Finalmente la Corte tuvo noticia del asunto y quitaron
la comisión a Vega y Cantelmi, colocando en su lugar
«a unos que llamaban
Asentistas»
, que se obligaron a tratar mejor a los
jesuitas recluidos en el hospicio. Pero la mejoría fue
corta, pues se descubrió que todo había sido una
maniobra de Vega y Cantelmi, quienes secretamente seguían
manejando todo, pero para acallar al público habían
tramado todo este enredo de asentistas, que además estaban
todos emparentados con ellos. Aunque esta situación
duró solamente un mes, pues finalmente le llegó de
Madrid orden de dar cuentas y pidieron a los jesuitas informes de
cómo se había portado con ellos, qué ropa les
había dado, etc.
Haciéndose sordo a la orden, le llegó una segunda
obligándole a dar cuentas, aunque fuere necesario ponerle
preso.
Pero estas
molestias o sinsabores, que apenas ocupan unos capítulos del
Diario, eran compensadas y suavizadas con la actitud de la
Srta. Borja, «principalmente para con los enfermos, a quienes
asistía con suma caridad»
. Suavizaba
también estas molestias la llegada de jesuitas de otras
provincias de las Indias o América, que arribaban cada
día. Su número alcanzó, según el
recuento del P. Peramás, los
1.087, con este orden: de México, 393; del Perú, 175;
del Paraguay, 219; de Quito, 126; de Chile, 35; de Santa Fe,
137.
Estas cifras corresponden a los que el diarista llegó a conocer y con los que convivió en Puerto, pero los llegados antes y después fueron casi mil más, según la relación oficial, fechada el 30 de junio de 1769 en Puerto de Santa María, de todos los jesuitas americanos llegados a Cádiz hasta esa fecha7, en la que minuciosamente se consignan los nombres de los barcos llegados, su procedencia y el listado completo de los jesuitas embarcados y desembarcados. Los embarcados en América fueron 2.116, a saber: provincia de Nueva España, 553; provincia de Quito, 202; provincia de Santa Fe, 204; provincia de Perú, 406; provincia de Chile, 302; provincia de Paraguay, 449. Sin embargo, los desembarcados en Cádiz fueron 2.078, al haber fallecido en la navegación 38. Precisamente una de las primeras diligencias en Puerto de Santa María consistía en rehacer el registro de los llegados tomándoles los nombres del santo, patria, ejercicios, oficios y grados en religión [189].
Especial alegría manifiesta el diarista con el arribo de la saetía El Pájaro y la fragata Loreto, que llegaron al hospicio el día 10 de enero. En la primera iban 16 jesuitas y en la segunda 78, procedentes de Santa Fe y Quito. El día 8 habían tenido una tempestad sobre la costa en la que estuvieron a punto de perecer. Al día siguiente tomaron e hicieron con los recién llegados la misma diligencia acerca de la ropa, nombre, etc. [189].
La saetía
Catalana, que transportaba 12 jesuitas de Corrientes,
también padeció un fuerte temporal el día 14,
en el que se perdió un navío inglés. Por eso
cuando el 17 llegaron al hospicio los jesuitas de Corrientes hubo
grande alegría «porque
temíamos hubiesen perecido en los temporales»
[190]8.
El 19 llegó
a puerto la Flecha con jesuitas de México y el 20
eran recibidos en el hospicio. El día 27 se dio el
viático a un sujeto del Paraguay y el 30 de enero más
de 80 jesuitas cayeron enfermos de catarro, «originado de dormir en el suelo sin tener una
estera que poner debajo»
[190].
El mes de febrero
fueron varios los jesuitas que fallecieron. La noticia que
más veces repite el diarista es la referida al
viático y extremaunción9.
Entretanto, seguían llegando nuevos navíos: el 17 el
San Esteban, que había salido de Buenos Aires con
el resto de la flotilla y que traía 49 jesuitas de Buenos
Aires y Santa Fe. En el viaje murieron los PP. Nicolás Contuci, Jerónimo
Núñez y Sebastián Garau después de
haber visto tierra. «Llegaron todos
consumidos por la falta de víveres, por lo que se les
dispensó en 15 días para que comieran carne en la
cuaresma»
. Ese mismo día entró la urca
San Juan con 80 jesuitas de México y Santa
Fe10.
Para entonces eran ya 400 los jesuitas recogidos en el hospicio,
por lo que tuvieron que habilitar para refectorio -además
del de la casa- tres tránsitos del patio. Otro tanto
ocurrió con los aposentos, pues debieron improvisarse
cuartos con esteras en los mismos tránsitos. Pero el
día 20 la estrechez llegó a tal extremo que tuvieron
que acomodar a los jesuitas en diferentes casas de religión.
Los novicios fueron trasladados a San Francisco, donde nuevamente
fueron puestos a prueba [192].
El propio
gobernador en persona fue a tomarles declaración y explorar
su voluntad y perseverancia. Fue entonces cuando les
comunicó un nuevo decreto del Consejo Extraordinario, del 8
de ese mes de febrero de 1768, en que se hacía manifiesta
«la voluntad de nuestro Soberano
ordenando que los novicios que quisiesen seguir en la
Compañía de Jesús, se costeasen a expensas
propias el viaje hasta el lugar de su destino, y esto en traje
secular, sin permitirles llevar sotana»
. Y
añadió todavía otra condición muy dura:
que había de ser por tierra. La carta de los novicios
remitida al P. Maestro pidiéndole
consejo de cómo habían de hacer el viaje, en la que
además narraban todas las pruebas a que estaban sometidos,
causó un gran efecto en la Comunidad [194], Sin embargo,
«quiso Dios que antes de 24 horas calmase
esta tormenta, pues se redujo a pura tentativa, como nos dijo el
Sr. Gobernador»
[195].
El 24 de febrero entró la fragata Fortuna con 51 jesuitas de Santa Fe. Separaron los novicios recién llegados y se los llevaron también a San Francisco. El 1 de marzo, debido a los problemas de espacio, todos los sujetos de la provincia del Paraguay -menos los enfermos y sus asistentes- y los extranjeros11 que habían de ir a la Victoria fueron trasladados a la casa de Eguía, que era grande y estaba junto al río a un tiro de fusil del hospicio [195].
Las noticias en marzo y abril se reducen a consignar los que van muriendo en Puerto de Santa María y los que lo habían hecho en el viaje, así como las peripecias y peligros de la navegación de los diferentes barcos que iban llegando. El 6 de marzo consigna la incorporación de tres jesuitas que habían salido del Río de la Plata el mismo día que el grueso de los del Paraguay -es decir, el 12 de octubre-, con lo que prácticamente habían estado cinco meses sin haber pisado tierra, ya que, por las circunstancias climáticas del viaje, se desviaron de la ruta y en lugar de fondear en Cádiz lo hicieron nada menos que en Ferrol. Los otros cuatro jesuitas de la expedición, que eran precisamente los novicios que todavía perseveraban de la Misión, al llegar a Montevideo se encontraron con la expulsión y la obligación de regresar de nuevo a España. Dichos novicios fueron remitidos desde Ferrol a Santiago, vestidos de seculares, para allí ser probados y ver si querían seguir al destierro con los demás [196].
Más
adelante recoge el Diario el desenlace de esta aventura.
Uno de los cuatro alegó que era ya religioso y en realidad
así era. Hecha y firmada declaración jurada de decir
la verdad, ante el oidor y el escribano en la celda del
guardián12,
se le dio orden de salir inmediatamente del reino, so pena de ser
castigado, advirtiéndosele que sería tratado como
novicio y que el rey no le daría nada. Lo único que
le entregaron fue un pasaporte con la cláusula de ser
«jesuita novicio y estar contumaz en
seguir la misma Sociedad»
. Salió de España
y, finalmente -ya en Italia-, pudo incorporarse de nuevo a su
provincia del Paraguay [213]. Los otros tres finalmente se
rindieron:
[214] |
El 30 de marzo entraron la Peregrina y la fragata Zenón de La Habana. El 31, que era Jueves Santo, desembarcaron los de México, que eran 76, si bien 16 procedían del Colegio de Popayán, pertenecientes, pues, a Quito. En este viaje falleció en el mar un coadjutor anciano de México.
El 7 de abril arribaba la urca Bizarra con 79 jesuitas de México. Habían hecho la travesía en 105 días, en una desgraciada navegación, pues además de la falta de víveres padecieron cinco tormentas terribles. Cayeron dos rayos dentro del barco, de los cuales uno mató hasta 20 reses y el otro 10 cerdos y derribó el palo mayor. El 16 del mismo mes entró el navío Aquiles, que había salido de La Habana el 5 de marzo con 70 jesuitas, quienes corrieron un gran peligro de perecer en el canal de La Habana por las corrientes y el viento reinantes. Un día después lo hacía la fragata Bizarra13, con 60 de México; y otra embarcación con 44 de Cartagena de Indias, de la provincia de Quito, de los que había muerto en el mar uno. El 20 entraba la fragata Félix con 64 de la misma provincia. Habían salido de La Habana el 16 de marzo. La navegación de La Habana a Cádiz fue feliz, mas no así la de Cartagena a La Habana, en la que murieron bastantes. El Diario del mes de abril concluye así:
[199] |
Mayo se inicia con
la llegada, el día 1, del famoso navío El
Peruano, por haberse hecho en el Perú, que traía
199 jesuitas del Perú y Chile. El día 2 llegaron 31
de Santa Fe y ese mismo día se llevaron los novicios a Jerez
«para ver si querían dejar la
sotana»
. Unos días después supieron que
cinco novicios de México, dos de Santa Fe y uno de Lima la
habían dejado [203].
El 6 de junio
dieron aviso a todas las casas donde había jesuitas de
«la orden de la Corte para que todos los
Americanos se separaran de los Europeos»
, orden que
causó gran desazón y repugnancia, porque
conocían los americanos que «esto
era querer aumentar el número de los disidentes o
malcontentos»
. De hecho, hubo una triple
separación entre los jesuitas de Puerto: los americanos, los
europeos (es decir, españoles de la metrópoli) y los
extranjeros [201].
Un día después empezaron los rumores de que iban a ser de nuevo embarcados y, efectivamente, el 9 de junio dieron orden a los americanos para que se preparasen para el día siguiente. Esa misma tarde ya se embarcó el equipaje y varios coadjutores para que cuidasen de él y el 10 lo hicieron los americanos. Los europeos embarcaron el 11, entre las 6 y las 7 de la mañana, en cinco barcos, de los cuales cada uno llevaba 30 sujetos con su equipaje, menos uno, en el que iban 32, no debiendo llevar más de 24.
Finalmente el 12
embarcaron en la Capitana los extranjeros y los de Santa
Fe en una ragusa. Pero debido al estado de la mar no pudieron salir
de la bahía hasta el día 15. Entretanto, mientras
unos se disponían a salir rumbo a Córcega, otros
continuaban llegando. El 11 entraba el Buen Suceso con
jesuitas, convoyado por el «terrible
Catalán»
, y el 13 lo hacía el
navío La Soledad, escoltado por dos guardacostas
portugueses [203],
Tan larga estancia en Puerto de Santa María fue debida en parte a los problemas diplomáticos surgidos ante el rechazo del papa a recibir a los jesuitas expulsos en sus estados y a la búsqueda de un lugar donde desembarcarlos, que finalmente sería Córcega, si bien dada la falta de sitio en la isla, que además se hallaba en guerra, y la negativa de Francia a admitir más jesuitas, los que iban llegando de América y Filipinas quedaron de momento depositados en Puerto de Santa María, hasta que se fueron resolviendo estos problemas14.
Por otro lado, la
estancia en Puerto fue especialmente dura como consecuencia de las
secuelas de los viajes anteriores y los muchos enfermos y ancianos
que no pudieron remontarlos. Los muertos en Puerto fueron en cierto
sentido los protagonistas por su elevado número.
Además, las presiones psicológicas para que
abandonaran la Compañía se ejercieron no sólo
con los novicios sino también con los padres y hermanos. El
resultado fue que la cantidad de «disidentes o malcontentos»
-como los
define el P. Peramás en su
Diario- fuera aumentando día a día. La
tirantez entre unos y otros llegó a extremos muy
difíciles de convivencia, tanto que incluso llegó de
la Corte la orden de separar a unos de otros [211].
En la lista de
«sujetos que en esta tempestad se fueron
a fondo en el Puerto de Santa María»
, recogida por
el P. Peramás en su
Diario, «los sujetos disidentes
o malcontentos»
son 79 de la provincia de Perú, a
saber, 41 padres, 27 estudiantes y 11 coadjutores; 9 de la
provincia de Paraguay: 5 padres, 3 estudiantes y 1 coadjutor; 5 de
la provincia de México: 1 padre y 4 coadjutores; 2
estudiantes de la provincia de Quito; 1 de la de Chile, y 7 de la
provincia de Santa Fe: 3 padres y 4 que no especifica si son
estudiantes o coadjutores.
Lo curioso es el
gran número de «disidentes»
de la provincia de
Perú, frente a los escasos de las demás, pues, de
104, 79 eran peruanos. Teniendo en cuenta que en Perú se
habían embarcado 406 jesuitas, supone más del 19 por
ciento. Sin embargo, del cómputo total de los 1.087 que
reseñó el diarista durante su estancia en
Puerto15,
la cifra de 104, con ser muchos, apenas supera el 0,10 por
ciento.
De todas formas,
estas cifras son sólo válidas del 7 de enero al 15 de
junio de 1768, periodo en el que el autor del Diario
estuvo en Puerto de Santa María; por lo tanto, no son
exactas, ya que de la provincia de México -de la que
disponemos de un catálogo muy completo de los sujetos de la
Compañía que formaban parte de la misma el día
del arresto, el 25 de junio de 1767, y que llega hasta la
restauración de la Compañía en
181516,
hecho por otro «diarista»
expulso y luego, a su vez, «disidente»
- en Puerto de Santa
María se secularizaron en total 18, frente a los 5 que
recoge Peramás, y que son los que lo hicieron mientras
él estuvo allí. De estos 18, 8 eran padres, 1
estudiante y 9 coadjutores.
Uno de los
artífices de la «disidencia»
-siempre según el
Diario de Peramás- fue el marqués de la
Cañada Terry, el sustituto de Lorenzo de la Vega, primer y
principal encargado del cuidado de los jesuitas en Puerto de Santa
María, quien dada su conducta con ellos acabó siendo
definitivamente relevado de su cargo desde la propia Corte. El
marqués de la Cañada Terry, que le sucedió,
parece ser que tenía un objetivo bastante claro17.
«Todos los días venía con
capa de ver cómo nos trataban, mas en realidad él
venía a su negocio»
, que no era otro que el de
«Procurador del diablo»
, ya que
andaba reclutando sujetos «con la mayor
diligencia y solicitud»
para que abandonaran la
Compañía. Aunque en realidad no les decía que
era para dejar la sotana, sino «para
pasar a Italia y alcanzar de nuestro P.
General licencia para en lo interior ser jesuitas, y en lo exterior
seculares, y de esta suerte volver a sus Patrias a emplearse en la
salvación de las almas»
. Este especioso
título de que se valieron, añade el diarista,
fuera de ser un caso imposible, aun cuando ellos tuviesen tan santos intentos, sabíamos nosotros que no era más que para deslumbrarnos a todos; pues no ignorábamos lo esperanzados que estaban de ascender a puestos honoríficos luego que alcanzasen las dimisorias. Verdad que a ellos les leyeron una carta del Rey en que S. M. les decía que los tomaba bajo de su Real protección como a fieles vasallos. |
[208] |
Esta política -y sus consecuencias de división interna entre los expulsos- llegó a hacerse pública en Puerto hasta el extremo de que
un pobre ciego, de éstos que ganan la vida haciendo saltar el perro por el aro, un día que los nuestros le llamaron para que les hiciese sus habilidades, le dijo: 'vaya, salta, para que el Señor se apiade de los mal contentos'; dicho que a nosotros nos cayó muy en gracia y que celebramos mucho. Por esto y por otras noticias que a nosotros llegaban temíamos que los apedreasen, cuando llegase el caso de separarlos. |
[210] |
La
situación se hizo tan tensa que fue necesario, en
expresión no demasiado caritativa por parte del diarista,
«separar los cabritos de los
corderos»
. De esta forma los disidentes, tanto del
hospicio como de la casa de Eguía, fueron trasladados a los
conventos de San Francisco y San Agustín y a la hora del
embarque lo hicieron en una sola nave con destino a Italia, en
lugar de ir a Córcega como los demás [211].