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Estudio introductorio a «Diario de un emigrante»

Amparo Medina-Bocos





En la primavera de 1955 Miguel Delibes visitó Chile respondiendo a una invitación del Círculo de Periodistas de la capital chilena. Los dos meses de estancia en el país andino resultaron realmente fecundos en la trayectoria literaria del escritor: un libro de viajes -Un novelista descubre América (Chile en el ojo ajeno)- y la novela que el lector tiene entre sus manos surgieron directamente de esta breve pero intensa experiencia personal. El propio Delibes explicó a César Alonso de los Ríos cómo había nacido Diario de un emigrante:

Diario de un cazador salía el mismo día que yo cogía el avión para Chile. Me llevaron el primer ejemplar al aeropuerto. De manera que mi lectura del Diario de un cazador durante la travesía me dejó tan reciente la conciencia de Lorenzo que, cuando me enfrenté con Sudamérica, lo vi todo a través de los ojos del cazador. Era ya una especie de obsesión llegar a Río de Janeiro y pensar qué diría Lorenzo de esta ciudad, de este «traumatismo», qué diría Lorenzo de este campo, qué diría Lorenzo de estas perdices. De manera que lo del emigrante vino rodado.1



Diario de un emigrante, su sexta novela, se publicó en 1958, el mismo año en que Delibes fue nombrado director de El Norte de Castilla, periódico de Valladolid al que siempre ha estado ligado el nombre del escritor. Tenía entonces Delibes 38 años, cinco hijos y un bien ganado prestigio como periodista y autor de novelas y cuentos. En su haber, los premios Nadal (1947) por La sombra del ciprés es alargada, Nacional de Literatura por Diario de un cazador (1955) y Fastenrath de la Real Academia por el volumen de cuentos Siestas con viento Sur (1957). La nueva novela era en realidad una continuación del diario anterior. Lorenzo, el bedel cazador, uno de los personajes más queridos de su autor, volvía a dejar constancia de su experiencia, esta vez en tierras americanas.




ArribaAbajoMiguel Delibes, «un cazador que escribe»

Vida y literatura aparecen fuertemente imbricadas en la obra de este escritor que no ha dudado en confesar que toda novela tiene algo de autobiográfico y que traslada a sus personajes los problemas y las angustias que a él le atosigan. Conocer, siquiera sea a grandes rasgos, los datos fundamentales de su biografía se hace, pues, imprescindible para entender su obra, su insistencia en ciertos temas, las características de sus personajes, los escenarios preferidos de sus relatos2.

Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920. Tercero de ocho hermanos, era la suya una familia de burgueses liberales y católicos. En Molledo-Portolín, un pueblecito santanderino de donde procedía su padre, transcurrieron muchos veranos de su infancia y fue allí donde el Delibes niño, en contacto directo con la naturaleza, aprendió a conocerla y amarla3. Cuando tenía quince años y el bachiller recién terminado, estalló la guerra civil. Ya en plena contienda se alista como voluntario en la Marina y, junto a un grupo de amigos, sirve a bordo del crucero Canarias4. Una vez concluida la guerra, Delibes vuelve a su ciudad natal y muy pronto empieza a colaborar en las páginas de El Norte de Castilla, en un primer momento como caricaturista y desde 1944, tras realizar en Madrid un curso intensivo de periodismo, como redactor. Dos años más tarde, ganada ya la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid, contrae matrimonio con Ángeles de Castro, «el equilibrio; mi equilibrio», escribe Delibes en la dedicatoria del Diario de un emigrante.

El 6 de enero de 1948, en la redacción del periódico, recibió la noticia que iba a cambiar su vida: su novela La sombra del ciprés es alargada era la ganadora del cuarto premio Nadal. Finalistas quedaban Ana María Matute y Manuel Pombo Angulo. Delibes ha dicho en alguna ocasión que los premios son las oposiciones del novelista y que las cosas no hubieran seguido el mismo rumbo de no haber quedado bien clasificado en esta su primera aparición pública como escritor. A Miguel Delibes también le gusta decir que el Curso de Derecho Mercantil, de don Joaquín Garrigues, por la claridad y justeza de su expresión, le descubrió la literatura. Sea como fuere, tres elementos concurrieron en la vida del autor para decidir su vocación literaria: el Garrigues, el Premio Nadal y Ángeles, que desde el comienzo hizo posible que Delibes dedicara varias horas del día a la creación y durante años fue primera lectora y primera crítica de cuanto él escribía. Sólo un año después del Nadal, y por miedo a convertirse en autor de una sola novela, Delibes publicó Aún es de día. Pero es a partir de El camino cuando puede decirse que su suerte como novelista estaba echada. Desde ese momento, con un breve paréntesis a partir de 1974, año en que murió su mujer, Delibes ha escrito sin apenas darse tregua, a ritmo de un libro por año e incluso más en ocasiones.

Novelas, cuentos, crónicas de viajes, libros sobre caza, ensayos, artículos periodísticos... se han ido sucediendo a lo largo de una vida dedicada a la literatura y en la que la experiencia de lo vivido, la realidad más inmediata, los problemas del entorno, las propias obsesiones personales han ido suministrando temas, personajes y ambientes que configuran un sólido universo narrativo. Delibes ha explicado cómo, por ejemplo, la obsesión por la muerte está en el origen de La sombra del ciprés... y una historia similar, de amistad entre niños truncada por la muerte, aparece de nuevo en El camino. Incluso ha hablado de su inclinación, demasiado frecuente, a novelar la infancia y la muerte como posible resultado de su miedo infantil a la muerte del padre5.

Experiencias más inmediatas actuaron como acicate para la escritura de otras obras. En los años sesenta, siendo director de El Norte de Castilla, el periódico intentó llevar a cabo una campaña de denuncia de la situación de miseria y abandono en que se encontraba el campo castellano Los continuos enfrentamientos con el entonces Ministerio de Información y Turismo acabaron con la dimisión de Delibes pero el autor, desafiando los obstáculos de la censura, dijo cuanto tenía que decir en dos relatos de esos años:

En cierto modo Las ratas y Viejas historias de Castilla la Vieja son la consecuencia inmediata de mí amordazamiento como periodista. Es decir, que cuando a mí no me dejan hablar en los periódicos, hablo en las novelas.

[...] Yo intenté hacer compatible la estética con la denuncia de los problemas. Fue una visión literaria de todo lo que quise decir y no pude. Las ratas, sin ninguna duda, es un libro mucho más duro que los artículos que publicamos en El Norte de Castilla.6



Si Las ratas (1962) es un libro de denuncia, otro tanto cabe decir de Los santos inocentes (1981), novela en que Delibes vuelve a levantar su voz contra la injusticia presentando otra vez un mundo de analfabetismo, condiciones inhumanas de vida, explotación económica, humillación e impotencia. Manifestación de antiguas obsesiones o confrontación de universos en conflicto -recuérdense, por ejemplo, Cinco horas con Mario o El disputado voto del señor Cayo-, denuncia de situaciones injustas o recreación de experiencias de infancia y adolescencia, la obra narrativa de Delibes tiene como telón de fondo, salvo raras excepciones, la Castilla rural y urbana de la segunda mitad de nuestro siglo. El escritor, un hombre de fidelidades, ha vivido siempre apegado a su ciudad natal y a su tierra castellana, que conoce palmo a palmo. Con la excepción de La sombra del ciprés..., que transcurre entre las murallas de Ávila, Valladolid está detrás de todas sus novelas urbanas y el propio escritor ha dado la clave de los escenarios en que se desarrollan sus novelas rurales:

En mis novelas, en mi afán por abarcar la totalidad de la región donde he nacido y vivo, no podía desdeñar ninguna de sus expresiones paisajísticas, y si en El camino rindo un emocionado homenaje a la Montaña, al Valle de Iguña, donde están mis raíces familiares, en Las ratas, La hoja roja, Diario de un cazador, La mortaja y Viejas historias de Castilla la Vieja, retrato la desnudez, los campos yermos de Valladolid, Palencia y Zamora, al norte del río Duero; y, finalmente, en Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Parábola del náufrago, Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo y Mis amigas las truchas, existen prolijas descripciones de la bronca comarca intermedia, el norte de León, Palencia, Burgos y Soria, tal vez la parte de Castilla menos exaltada literariamente, aunque no la menos bella...7



Delibes, el novelista que ha «desnoventayochizado» Castilla, en acertada expresión de Francisco Umbral, asegura que ha llegado a ver su tierra como es después de recorrer Europa y todo el continente americano. Porque el arraigo a su tierra no le ha impedido viajar por el mundo con ojos bien despiertos para conocer otras gentes y otros paisajes. Y también en este caso sus impresiones de buen viajero han quedado recogidas en medía docena de libros inolvidables, reportajes en los que «el periodista ha prevalecido sobre el escritor y por tanto sería desmedido y necio buscar en ellos literatura», escribía el propio autor8.

En 1966, al salir a la luz lo que era por entonces su obra completa, Delibes pudo agrupar en un mismo volumen cinco títulos en los que la caza se erige como tema y el cazador como protagonista. Se trataba de los dos diarios de Lorenzo, La caza de la perdiz roja, Viejas historias de Castilla la Vieja y El libro de la caza menor. La relación entre vida y literatura era puesta de relieve por el autor de manera explícita:

Esto, en el supuesto de que el escritor nos da en sus libros una parte de sí mismo, ya supone que para mí la caza no es una actividad accesoria sino sustantiva, esto es, que sin la caza difícilmente podría desenvolverme. Santiago R. Santerbas ha visto esto claro cuando afirma que «antes que un escritor que caza soy un cazador que escribe»; es decir, mis libros salen de mis contactos con el campo y no a la inversa, de donde se deduce que yo salgo al monte a cazar perdices y, de rechazo, cazo también algún libro. El presente libro es, pues, mi morral literario hasta la fecha.9



La caza ha sido siempre la afición indiscutible del escritor. Un padre cazador, los veranos en Molledo, el amor a la naturaleza y una primera escopeta a los once años explican de sobra esta pasión de la que han salido algunos de sus libros más conocidos y un personaje singular como es Lorenzo, depositario del saber cinegético de su creador.

Junto a la fidelidad a sus ideas, a su paisaje, a sus gentes, dos rasgos pueden ayudar a completar la personalidad de nuestro autor: el pesimismo y la religiosidad. Basada en el sentido social de la justicia, la religiosidad de Delibes tuvo quizá su expresión más adecuada en la figura de Juan XXIII y en las doctrinas del Concilio Vaticano II. Por lo que hace a su pesimismo, bien reveladora es la cita de Horkheimer con que se abre Parábola del náufrago: «Mi sentimiento principal es el miedo» se lee al comienzo de esta singular novela de 1969. Y aún más explícito se mostró Delibes cuando, quince años más tarde, confesaba: «He repetido que mis novelas no son nunca optimistas -participan del pesimismo del buen neurótico que soy-, a excepción, si se quiere, de Diario de un cazador. [...] Se ve que cuando escribí esta novela me pilló en un momento de optimismo, infrecuentes en mí, y por eso salió el protagonista con atributos tan diferentes al resto de la galería de mis personajes»10.

Buen conocedor de los problemas de su entorno y de su tiempo, Delibes ha expresado en numerosas ocasiones cuáles son sus preocupaciones más profundas. Y aunque ha repetido con frecuencia que él no es un intelectual, su actitud y sus escritos son buenos testimonios de una postura crítica mantenida a lo largo del tiempo. La precaria situación del campo castellano fue el tema de una campaña hecha desde la sección «Ancha es Castilla» y una serie de editoriales que en 1963 acabaron con su renuncia a la dirección de El Norte de Castilla. El 25 de mayo de 1975, fecha de su ingreso en la Real Academia, su discurso de recepción tuvo como tema otra de las grandes preocupaciones del escritor. El temor a las consecuencias que el progreso puede acarrear para el hombre y para la naturaleza constituye el eje central de un verdadero alegato en que Delibes, ecologista avant la lettre, decía sí al progreso pero no a cualquier precio11. Síntesis de las más hondas inquietudes delibeanas es su novela Parábola del náufrago en la que se denuncian las amenazas que se ciernen sobre la libertad y dignidad humanas.




ArribaAbajoDiario de un emigrante. Génesis de una novela

Dentro de la narrativa delibeana, Diario de un emigrante presenta algunas peculiaridades que deben ser notadas. En primer lugar, se trata de la única ocasión en que Delibes abandona Castilla para situar la acción de una novela suya. Lorenzo, el bedel cazador, decide probar fortuna en América, concretamente en Chile, y es allí donde transcurre una buena parte de lo escrito en el diario. Se trata, con todo, de un abandono relativo que el propio novelista matizaba en estos términos:

Únicamente he salido de Castilla para hacer una novela, Diario de un emigrante. Aunque, en realidad, también tiene una motivación castellana: el protagonista es un castellano que va a América del Sur y experimenta el choque de su sensibilidad y sus costumbres con la sensibilidad y las costumbres que allí observa. De manera que Castilla, como fondo, está en todas mis novelas.12


Particularidad de esta novela es asimismo, el hecho de que, en buena medida, se trata de la continuación de una novela anterior, Diario de un cazador, hasta el punto de que ambas novelas podrían ser consideradas como una sola13. Ciertamente, la propia estructura de diario con que Delibes dio a conocer a uno de sus personajes más queridos, se prestaba a la prolongación. El que el diario sea una estructura abierta, la ausencia de trama propiamente dicha, sin un comienzo y un final marcados, la cotidianeidad de lo relatado, hacían posible la continuación del diario del cazador en cualquier momento de su vida. Pero aún hay más. En las páginas finales del Diario de un cazador, Delibes dejaba la puerta abierta para que su personaje marchase a América y continuase allí su peripecia vital puesta por escrito día a día. El bedel cazador, deseoso de labrarse un porvenir y de mejorar su precaria situación económica, fantaseaba entonces con la idea de emigrar a América, a Argentina concretamente. Un 21 de diciembre, en vísperas del sorteo de Navidad, Lorenzo anotaba en su diario:

Cada día es menos rentable esto de cazar a rabo en campo abierto. Se muele uno por nada. Dice Tochano que en la Argentina hay una liebre en cada yerbajo [...]. Si mañana tengo suerte, soy capaz de sacarme un pasaje y hacerme una nueva vida allí. El cuñado de Zacarías dice que aquél es el país de las oportunidades para el que quiere trabajar.


En una moderna versión del cuento de la lechera, Lorenzo, aun antes de haberse ido, ya piensa en la vuelta y en la cara que pondría la Anita, su novia entonces, cuando le viese regresar con un bote de ocho metros. Su fantasía no se detiene y alude a la posibilidad de fabricar conservas de liebre para la exportación, con un par de empleados, y ampliar después el negocio con las pieles, tomando «negros para las faenas más duras», y volver a Europa, cuando todo estuviese encarrilado, a buscar un gerente... Los planes del cazador, deliciosos en su ingenuidad, son los proyectos que la fantasía dicta a quien se plantea la emigración como forma de alcanzar el éxito. El Lorenzo emigrante que tres años más tarde volvería a tomar la pluma aparece aquí ya claramente perfilado por Delibes como posibilidad.

Nada tiene de extraño, con estos antecedentes, que el novelista justificara la aparición del segundo diario de su cazador diciendo en el prólogo que había constatado que aún le quedaba personaje dentro, porque «el escritor nunca decide en qué medida va a ser fecundado. El que venga un fruto, o vengan dos, o vengan tres, excede a sus previsiones». Y la fecundación, en este caso, vino de la mano del viaje a Chile realizado por Delibes en 1955. A los diez años de este viaje, el novelista explicaba con todo detalle la gestación del Diario de un emigrante y la extensión de las citas compensa por su extraordinario interés:

Cuando yo volé a Chile en marzo de 1955, Vázquez Zamora me llevó al aeropuerto el primer ejemplar de Diario de un cazador, lo que quiere decir que la primera lectura de mi libro coincidió con mi viaje a Sudamérica. Dado el contagio antedicho [se refería a lo contagioso de las expresiones populares] y los profundos relejes que la concepción y gestación del diario de Lorenzo habían dejado en mi cerebro, no tiene nada de particular que yo me enfrentase a la realidad americana desde una mentalidad pareja a la de Lorenzo y, en consecuencia, mis ojos romos y vírgenes, reaccionasen ante las nuevas formas de vida que aquel continente me brindaba lo mismo que hubieran reaccionado los del sencillo protagonista de mi libro. [...] Yo miraba las cosas con ojos de Lorenzo y mis cacerías en Melipilla, ante la tórtola andina o la perdiz cordillerana, me invitaban a sentar un juicio, pero, antes que mi propio juicio, yo sentaba el de Lorenzo que, en definitiva, era yo, pero un «yo» rebajado. Así se fraguó, impensadamente, el Diario de un emigrante.


En un proceso similar al del Augusto Pérez unamuniano, el personaje Lorenzo se resistía a morir y su petición de seguir viviendo acabó por imponerse a quien le había creado. A la vez que se defendía de posibles acusaciones de oportunismo, se refería Delibes a la tiranía del personaje en estos términos:

Bien mirado, ésta es uña nueva forma de rebelión del personaje, aunque mejor sería decir de imposición. Aspiro a aclarar con esto que la redacción de la segunda parte de Diario de un cazador, esto es, de Diario de un emigrante, no vino impulsada por una actitud de cálculo, o sea movida por el relativo éxito de mi primer libro, sino que responde a un implorante requerimiento de mi protagonista que yo no podía desatender. Estrangular su anhelo de libertad y de nuevas aventuras -Lorenzo, como se ve, continuaba vivo en mi interior- hubiera sido por mi parte un asesinato. Y como yo soy de esos escritores que no aciertan a convocar los temas sino que sencillamente acuden a su convocatoria y la acatan, gesté y parí el Diario de un emigrante.14


De entre la amplísima galería de personajes delibeanos, el del cazador es, sin duda, uno de los más queridos por su autor. Porque si en todos ellos hay algo de su creador -«todos estos tipos son versiones mías; son mis alter ego», le decía Delibes a César Alonso de los Ríos- en Lorenzo se refleja una faceta sustancial del escritor. Y no le faltaba razón a Manuel Alvar cuando hizo notar que «si Delibes no se apasionara con la caza, o no fuera profesor, Lorenzo no hubiera sido bedel y sí jugador de mus o aficionado al fútbol, pero el novelista necesitó de su criatura para que se evadieran sus afanes cotidianos y sus afanes de aventura»15.

Es claro que Delibes, creador de tantos personajes inolvidables, se encariñó de manera especial con el cazador y vivió de tal modo sus requerimientos de continuar existiendo en una segunda novela que, ya en el prólogo de ésta, se curaba en salud para el futuro admitiendo que los dos diarios pudieran ser algún día tres e incluso más. Con lenguaje muy próximo al de Lorenzo decía allí: «uno admite -aunque no proyecte, que uno, en estos menesteres, y por mucho que nos envanezca, no es sino un mandado- que estos "diarios" puedan ser trillizos». Años más tarde, al escribir en 1965 el prólogo a sus obras de caza, volvería a insistir en la misma idea: «nada de lo dicho significa que con esta segunda parte yo haya dicho adiós definitivamente a Lorenzo, el Cazador, dado que el muchacho no está todavía muerto ni enterrado. Y hasta es posible que yo ofrezca a este personaje la oportunidad de envejecer conmigo». La idea seguía rondándole aún en 1970, cuando tuvieron lugar las tantas veces citadas conversaciones entre el novelista y César Alonso de los Ríos. La pregunta que cerraba la larga entrevista se refería a si tenía en proyecto escribir algún libro sobre la pesca, otra de las aficiones de Delibes para llenar el tiempo de la veda de caza. En la respuesta volvía a reaparecer el personaje del cazador:

Yo pensaba continuar con Lorenzo y a lo mejor lo hago algún día. A mí me gustaría mucho que Lorenzo, el Cazador, fuese envejeciendo conmigo. Es un tipo con el que me he encariñado. Pero en esto, aunque la gente crea otra cosa, no mando yo. Yo sólo obedezco, ¿Que a quién? A los temas. Tú no puedes imaginar lo tercos que se ponen hasta que les das vía libre.16


Pero volvamos a la génesis del Diario de un emigrante. En el capítulo XII de su libro de reportajes sobre Sudamérica escribía Delibes: «Si de algo me arrepiento es de haberme despedido de mi amigo Lorenzo, protagonista de mi último libro, Diario de un cazador, sin haberle traído a darse una vueltecita por estas tierras»17. Pero Lorenzo sí que había viajado con él. O quizá fuera más exacto decir que Delibes viajó con Lorenzo, transmutado en él, viendo el país, su paisaje y sus gentes a través de su personaje recién creado18. El arrepentimiento del que hablaba Delibes duró poco: las notas de viaje se escribieron en el mismo año 1955 y aparecieron en 1956. Sólo dos años más tarde estaba en las librerías el diario de Lorenzo ya emigrado a Chile.

La lectura en paralelo de Un novelista descubre América y Diario de un emigrante depara no pocas sorpresas. Sorprende, en primer lugar, comprobar hasta qué punto las experiencias del viajero Delibes se convierten en materia novelesca en el nuevo diario de Lorenzo. Hasta cincuenta referencias similares aparecen en ambas obras: observaciones sobre costumbres paisajes, tipos, gastronomía, anécdotas realmente vividas o conocidas por Delibes en su estancia en el país andino se incorporan a la experiencia chilena del cazador castellano19. Desde el momento en que Lorenzo y su mujer llegan a Río, las anotaciones de viaje de Delibes y lo que Lorenzo escribe en su diario resultan asombrosamente coincidentes. Pero incluso antes hay una primera observación común que puede servir para mostrar el tono diferente que presentan ambos discursos.

El novelista, que viajó en avión hasta América, con escala en La Sal, a quinientos kilómetros de Dakar, hace viajar a Lorenzo en el Miguel Ángel un barco que hace el trayecto Barcelona-Río de Janeiro con escala en Dakar, lo que permite un primer apunte común en la novela y en la crónica del viaje: el contacto con la población africana.

La Sal representa para el viajero -escribe Delibes en su reportaje- el primer contacto con lo exótico: bandadas de negritos de calzón corto y flexibles negritas con faldas chillonas y turbante a la cabeza salen al encuentro del avión.


(Por esos mundos, pág. 21)                


De madrugada llegamos a Dakar -anota Lorenzo el 18 de marzo-. Los negros salían en barcas a esperarnos más allá de la barra y era un espectáculo. Luego, en las calles uno no ve un blanco ni con recomendación. ¡Madre, qué fachas! Los gilís estos son negros como la pez y más largos que una peseta de tripas. Luego se colocan unos manteos que para qué.


(Diario de un emigrante, pág. 42)                


La lectura simultánea de los dos textos delibeanos permite no sólo constatar coincidencias sino algo aún más fascinante: comprobar cómo una misma realidad se encuentra verbalizada de dos formas tan distintas. La objetividad del Delibes periodista contrasta con la expresividad del discurso de Lorenzo, lo que en Por esos mundos es pura referencia se convierte en discurso emotivo, en expresión de sentimientos (asombro, sorpresa, emoción...) cuando es el cazador quien lo enuncia.

Llegados a Río, los puntos de contacto entre los dos textos se multiplican: el espectáculo de la ciudad y sus alrededores (el Corcovado, el Pan de Azúcar, Copacabana...), la vista de Santos desde el Morro de Santa Terezihna, el viaje Buenos Aires-Mendoza en incómodos trenes que estuvieron antes en manos de una compañía inglesa; las grandes manadas de vacas que pueden verse desde el tren que avanza siempre entre dos alambradas; las liebres enormes que se arrancan junto a la vía; la referencia a Mendoza, la ciudad del vino... Bajo el epígrafe «Allá en Europa» del capítulo IV, dedicado a Argentina, Delibes hace un par de observaciones acerca de los emigrantes, minorías bien numerosas en el caso de españoles e italianos que, en conjunto y sólo en Buenos Aires, quizá rebasaran entonces el medio millón.

«Para estos inmigrantes -se lee en Por esos mundos-, el sentimiento común es la nostalgia; una nostalgia viva, caliente, que a veces ofrece formas desbordadas; una nostalgia hecha de emociones diversas...» (pág. 49).Y poco más adelante: «Es inútil tratar de llevar la conversación a un terreno determinado, siempre el diálogo con el inmigrante irá a parar a que "allá, en Europa, la carne será peor, pero tiene otro gusto" [...]. La Historia, la Cultura es otro tópico. Es divertido observar cómo el europeo que abandonó la cultura por la plata, se olvida de la plata cuando le sobra y añora la cultura, representada por la torre de la iglesia de su pueblo» (pág. 50).

Todas estas observaciones tienen su exacto correlato en el Diario de un emigrante. Dejando aparte el tema de la nostalgia, que se repite como un leit-motiv en el discurso del protagonista de la novela; el 30 de marzo, al dejar constancia de su encuentro con don Eusebio, un español afincado en Buenos Aires, escribe Lorenzo:

El vaina de él salió luego con que era de La Mota y que le contara de la tierra, pero, de que yo cogí la palabra, el cipote me la quitaba de la boca y empezaba con que si esto era otra cosa y que oportunidades hay, pero lo que es cultura no la conocen ni por el forro. Tentado estuve de decirle que si echaba de menos la cultura de La Mota, pero cerré el pico por no ser desagradecido. Luego salió con que los mismos bifes tenían aquí otro gusto y ya le dije, lealmente, que hacía muchos años que no me metía en el cuerpo un filete como el que acababa de manducarme. ¡Teta pura, vamos!


(pág. 60)                


Cuando Lorenzo llega a Santiago, el tío Egidio, su anfitrión, le enseña la ciudad y le muestra la variedad de los transportes con que cuenta. El 3 de abril anota Lorenzo en su diario:

¡Ya tiene tráfico esta ciudad, ya! Dice el tío Egidio que como no hay «metro» todo sale por fuera, y no le falta razón. Lo cierto es que aquí hay carros de todos los tamaños y colores. El tío cogió la pichicharra de que debía aprender a distinguirlos desde el primer día y allá anduvimos parados en el bordillo como lelos, tres cuartos de hora. Él preguntaba: «¿Ése?» y yo tenía que decirle: «micro», o «liebre», o «colectivo», o lo que fuese...


(pág. 67)                


Pocos días más tarde, el 12 de abril, Lorenzo registra sus propias percepciones sobre la extensión de Santiago:

Hay que andar todo el día de Dios trotando calles para ver el tamaño de esta capital. ¡La madre que la echó! Puestos a mirar, fuera del centro, no hay más que casas de un solo piso y si uno se hace la reflexión de que vecinos tiene tantos como Madrid, la cosa se explica.


(pág. 78)                


Dos años antes, en su crónica periodística había recogido Delibes las observaciones que siguen:

Las edificaciones centrales, de ocho a quince pisos, son fortalezas de hierro [...]. En los barrios populares, donde no es posible, por demasiado gravoso, edificar con tantas garantías, la defensa contra el terremoto se procura construyendo viviendas de uno o dos pisos. Santiago cuenta con calles de varios kilómetros, flanqueadas por casitas insignificantes [...] Esto trae como consecuencia que Santiago ocupe una extensión tres o cuatro veces mayor que la de Madrid, aun siendo su población semejante.


(pág. 67)                


Y, poco después, aludiendo al dinamismo y la animación de la capital andina:

No olvidemos que Santiago carece de «metro» -¿también mandan los terremotos aquí?- y la abundancia de transportes de superficie -trolebuses, colectivos, tranvías, expresos, micros, liebres- pintados de colores chillones y discurriendo a grandes velocidades, con poco riesgo, imprimen a sus calles un ritmo vertiginoso.


(pág. 68)                


Los ejemplos podrían multiplicarse, pero un par de ellos resultan especialmente significativos. Guando en Por esos mundos comentaba Delibes el especial concepto de solidaridad y fraternidad del pueblo chileno, se refería entre otras prácticas al caso del servicio de bomberos:

La organización de bomberos de Chile es otro botón de muestra. En Santiago, y en todas las capitales de provincia, los bomberos no sólo son voluntarios, sino que sostienen la institución con sus aportaciones. El cuerpo de bomberos tiene una alta consideración en el país. Ricos y pobres se hermanan en él; son auténticos héroes populares. Para el criollo viejo su pasado de «pompier» constituye un motivo de orgullo. En su despacho, lo primero que exhibirá es su diploma de bombero jubilado. [...] En Santiago existen trece secciones distintas, tres de las cuales -Bomba España, Bomba Italia y Bomba Francia- están en manos de inmigrantes y las sostienen los centros respectivos.


(págs. 86-87)                


Nada tiene de extraño pues que, en una de sus primeras conversaciones con Lorenzo, el tío Egidio se refiera a su pasado de bombero e incluya una invitación a que también Lorenzo se inscriba en la institución. El 18 de abril, a los quince días de llegar a Chile, escribe Lorenzo:

Esta tarde me preguntó mi tío si quería apuntarme de bombero en la España y ya le dije que si dejar lo de la barraca. Me salió con que lo de bombero era un honor acá y que toda la gente hace de bombero por lo menos un par de años en la vida, por afición. [...] Le respondí que no interesaba y parece como que le cabreó la contestación. A la hora de cenar me sacó un diploma y me lo mostró y me dijo que se lo dieron el año pasado y que es el nombramiento de bombero honorario después de treinta años de servicios.


(pág. 84)                


Al reportero Delibes le llamó también la atención la existencia en Chile de una peculiar secta protestante y sus curiosas prácticas religiosas. En el capítulo de sorpresas para el recién llegado incluye la siguiente observación:

Otra cosa que sorprende al forastero son los cánticos, rezos y prédicas callejeros de los «canutos», secta protestante importada al país por un tal Canut de Bon, y cuya proliferación es asombrosa. Yo vi por primera vez a los «canutos» en el pueblo de Talagante, y componían un grupo abigarrado de hombres y mujeres con «guaguas» al brazo, rezando letanías, a la puerta del sol. Posteriormente, un individuo desarrapado se destacó del grupo e hizo un sermón tenebroso e incoherente, propio de catacumba. Por último, el grupo comenzó a desfilar entonando cánticos desgarrados, a los que dos mozos, en retaguardia, ponían música con sendas guitarras de acentos doloridos. Después he visto a los «canutos» varias veces por las calles de Santiago y Valparaíso...


(pág. 91)                


Como era de esperar, también a Lorenzo le sorprende la visión de este pintoresco grupo a los pocos días de llegar a Santiago. Con la expresividad y el tono coloquial que le caracteriza, narrando y comentando al mismo tiempo, el 22 de abril anota el hecho y hace sus propias valoraciones:

Al volver a casa me encontré en la esquina una cuadrilla de guitarras y a un gicho largándoles un sermón. Dice el Efrén que son los canutos y que tienen su religión y sus prácticas como cada quisque. De que acabó el sermón, los gilís se pusieron en fila y se fueron por las calles cantando a lo bobo. ¡No te giba! Lo que yo digo, bien es que tengan su religión, que eso nadie se lo discute, pero que canten en su casa por lo bajines y no incordien.


(pág. 88)                


Otros hechos que merecieron una mención en los reportajes del escritor vallisoletano fueron incorporados a la experiencia chilena de Lorenzo. La existencia de páginas enteras en los periódicos ofreciendo colocaciones -«La amenaza de despido no cuenta aquí», decía Delibes en Por esos mundos, pág. 82- es anotada por Lorenzo el 30 de abril, mientras había con un compañero del riesgo de ser despedido («el panoli se las sabe todas, tiró de diario y me enseñó cuatro páginas de ofertas de trabajo»); la falta de puntualidad en la realización de las obras («en Chile no hay plazo previsto que no tenga dilación; no hay exactitud en las entregas, ni puntualidad en el remate de las obras. Éstas se acaban cuando se acaban» había escrito Delibes en su reportaje, pág. 95) acarreará a Lorenzo algún que otro quebradero de cabeza («El carpintero, que pasado mañana. Esto es el cuento de nunca acabar. El huevón prometió que diez días, pero ya me conformaría yo con que fuera un mes», dice el 27 de julio).

La referencia a los «cogoteros», criminales especialmente peligrosos por su manera de actuar, mereció unas líneas en Por esos mundos: «Recién llegado a Santiago tuve noticias de un horrible asesinato de un hombre a quien dos individuos rociaron de parafina y le prendieron fuego; todo por diez o quince pesetas» (págs. 100-101). Un hecho idéntico queda reflejado en el Diario de un emigrante: «Anoche acogotaron a un tipo en la misma esquina de la barraca [...]. Por lo visto, los cogoteros le rebozaron de parafina y le pegaron fuego», escribe Lorenzo el 20 de abril antes de dar su opinión sobre el asunto y sacar conclusiones sobre sus horas de andar por la calle. La afición de los chilenos a los juegos de azar, a las apuestas, a jugar a la canasta... todo ello está reflejado en las dos obras delibeanas. «La Hípica y la ruleta han dejado de ser aquí cotos de un grave y solemne aburrimiento aristocrático», había observado Delibes en el capítulo VIII de su reportaje. Por eso Lorenzo irá al hipódromo y pensará en qué dirían sus amigos si le vieran «yendo en coche a ver saltar los caballos, como los señoritingos allá».

El aprovechamiento masivo de lo observado por el Delibes periodista para la construcción de su novela es claro. Y evidente es, asimismo, la maestría con que lo escrito por el reportero cambia de registro al ser puesto en boca del personaje novelesco. No es en absoluto casual que Francisco Umbral se refiriera a la prodigiosa sensibilidad de Delibes para captar las lenguas del pueblo justamente en las páginas que dedica a comentar el Diario de un emigrante20.




ArribaAbajoEstructura y técnica narrativa

Como el lector sabe ya desde el titulo, las andanzas de Lorenzo en tierras americanas presentan la estructura de un diario. Día a día el emigrante va dejando constancia de sus afanes cotidianos, tal como había hecho en su Diario de un cazador. Dado que se trata de una continuación o segunda parte de esta novela, la estructura venía ya dada por el primero de los diarios de Lorenzo. Pero ¿por qué un diario? Antes de responder a esta pregunta, a la que el propio autor dio respuesta en su momento, quizá no esté de más recordar las bases teóricas en que se asienta la práctica narrativa delibeana, el papel que Delibes asigna a cada uno de los elementos que se conjugan en la creación de mundos de ficción; conocer, en fin, cómo juzga su trabajo el novelista y cuáles son los problemas que se le plantean ante el reto de poner en pie una historia.

Miguel Delibes ha sido muy claro al explicar qué es para él la novela. En sus conversaciones con César Alonso de los Ríos, y al hilo de ciertas valoraciones acerca del nouveau roman francés -al que criticaba el «no contar nada»- decía sin ambages:

Yo entiendo que novelar o tabular es narrar una anécdota, contar una historia. Para ello se manejan una serie de elementos: personajes, tiempo, construcción, enfoque, estilo. A mi ver, con esos elementos se pueden hacer todas las experiencias que nos de la gana..., todas menos destruirlos, porque entonces destruiríamos la novela. El margen de experimentación es inmenso, pero tiene un límite: que se cuente algo21.

De entre todos estos elementos, el propio novelista se ha encargado de precisar cuál es para él el más importante:

Yo doy a mis personajes un lugar preponderante entre todos los elementos que se conjugan en una novela. Unos personajes que vivan de verdad relegan, hasta diluir su importancia, la arquitectura novelesca, hacen del estilo un vehículo expositivo cuya existencia apenas se percibe y pueden hacer verosímil el más absurdo de los argumentos.22


Años después de haber reflexionado en estos términos, Miguel Delibes volvía a insistir en una idea muy parecida cuando afirmaba que el principal deber del novelista era «crear tipos vivos». «Poner en pie unos personajes de carne y hueso -añadía- e infundirles aliento a lo largo de doscientas páginas es, creo yo, la operación más importante de cuantas el novelista realiza [...]. Visto desde este ángulo, el personaje se convierte en eje de la novela y su carácter prioritario se manifiesta desde el momento en que el resto de los elementos que integran la ficción deben plegarse a sus exigencias.»23.

Tener algo que contar, saber observar, ser capaz de inventar, pero, sobre todo, poseer lo que Delibes denomina «facultad de desdoblamiento», tales son las cualidades que requiere la creación de mundos novelescos:

A mi juicio, el novelista auténtico se nutre de la observación y la invención tanto como de sí mismo. El novelista auténtico tiene dentro de sí, no un personaje, sino cientos de personajes. De aquí que lo primero que el novelista debe observar es su propio interior. En este sentido, toda novela, todo protagonista de novela, lleva en sí mucho de la vida del autor. Vivir es un constante determinarse entre diversas alternativas. Mas, ante las cuartillas vírgenes, el novelista debe tener la imaginación suficiente para recular y rehacer su vida conforme otro itinerario que anteriormente desdeñó. Imaginativamente puede, pues, recrearse. Por aquí concluiremos que por encima de la potencia inventiva y del don de observación, debe contar el novelista con la facultad de desdoblamiento: no soy así pero pude ser así. Dar testimonio, en una palabra, no sólo de lo que le ha ocurrido, sino de lo que podría haberle ocurrido en cada caso y cada circunstancia.24


Una vez en posesión del tema, elegido el personaje y el escenario, en el momento en que el escritor tiene algo que contar, se hace imprescindible abordar el problema técnico o, lo que es lo mismo, encontrar la fórmula adecuada para dar forma a esa historia imaginada. «Para mí la labor más penosa del novelista -ha dicho a este respecto Delibes- está antes de la creación, antes de hacer literatura propiamente dicha, o sea, al plantear el tema del libro y buscar la fórmula para resolverlo.» Porque, como dice en otro lugar:

Cada novela requiere una técnica y un estilo. No puede narrarse de la misma manera el problema de un pueblo en la agonía (Las ratas), que el problema de un hombre acosado por la mediocridad y la estulticia (Cinco horas con Mario). El primer quehacer del novelista, una vez elegido el tema es, pues, acertar con la fórmula, y el segundo, coger el tono [...]. Resueltos estos problemas, la temperatura de creación -que algunos llamaron musa, e inspiración otros- no puede negársenos. En ese momento han de entrar en juego los recursos selectivos del novelista para eliminar lo accesorio. Quiero decir que una vez en posesión de la fórmula (técnica) y cogido el tono (estilo), lo difícil no es hacer una novela larga, una novela río, sino decir lo que queremos decir con el menor número de palabras posible.25


Fiel a estos principios teóricos, que en realidad no son sino la expresión de su propia experiencia como novelista, Delibes ha tratado en todo momento de adecuar técnica y contenido, buscando siempre la adecuación a partir de este último elemento. Preguntado sobre el empleo de técnicas vanguardistas en Parábola del náufrago, su respuesta no dejaba lugar a dudas:

Yo, como siempre, he utilizado la técnica y la fórmula que me parecían adecuadas para desarrollar el tema que me pedía paso. En este caso se trata de una historia totalmente inverosímil, de un experimento onírico, y procedía ajustar la forma al sueño. A mi juicio, esto es lo correcto. Buscar una técnica nueva sin tema, en el vacío, me parece una candidez.26


El autor ha confesado que más de una vez, en el proceso de creación de una obra, hubo de corregir la técnica al darse cuenta de que contenido y forma presentaban desajustes. Tal fue el caso de Cinco horas con Mario, novela que empezó «narrando desde fuera, en tercera persona, con Mario y Menchu vivos». Tras haber escrito doscientas cuartillas y comprobar que ese camino llevaba inevitablemente a la exageración, a la inverosimilitud de los personajes, se vio obligado a abandonar la redacción de la novela y a reflexionar sobre la fórmula idónea para resolver el libro: «Así que, después de darle muchas vueltas, elegí la técnica del monólogo emparedado y rompí las cuartillas escritas.»27.

Algo similar sucedió con el Diario de un cazador, novela en la que se hace necesario detenerse dado que el segundo diario de Lorenzo adopta idéntica estructura formal28. Delibes ha sido especialmente explícito confesando los problemas que tuvo que afrontar hasta que encontró la solución más acorde para el tema que le pedía paso. Nadie mejor que el propio autor para explicar este proceso:

En esta novela [Diario de un cazador], por encima del hecho de la caza, pretendí volver al personaje español, al celtíbero de raza [...]. Así recreé un personaje, Lorenzo, que en su idiosincrasia responde a las características mediterráneas, ajenas todavía a todo contagio [...] Yo veo en él, cuando caza y cuando ama, cuando trabaja y cuando sueña, un ejemplar típicamente hispano. Mas para que lo fuera del todo se hacía necesario otorgarle la facultad de exteriorizarse, esto es, de hablar por sí mismo, directamente. Ésta es la razón para que yo adoptase en esta obra la fórmula -o la técnica- del diario [...]. Así el Diario de un cazador que empezó siendo una novela narrada por el novelista en tercera persona, concluyó por ser una novela confidencial narrada por el propio protagonista en primera. De este modo el personaje se explayaba del todo; no dejaba nada de sí mismo en la oscuridad.29


No fue éste, sin embargo, el único problema al que hubo de enfrentarse el novelista. Más difícil aún se presentaba justificar el que un español vulgar como Lorenzo tomase la pluma para escribir en un diario sus afanes de cada día. En un rasgo de simpatía con su personaje, cazador como él, Delibes encontró la solución. Dado que «el pretendido español vulgar no lo era tanto, puesto que era cazador, y sabida es la vanidad de esta fauna que les lleva a estampar, con mucha frecuencia, sus proezas venatorias en un carnet confidencial», el novelista no hizo sino ampliar los apuntes de su personaje cazador:

Mi decisión de conceder a Lorenzo voz y voto no representaba un subterfugio artificioso, o, si se quiere, lo era, levemente, por extensión, al dar entrada en ese carnet a sus avatares profesionales y sentimentales.


Manuel Alvar ha señalado con gran acierto cómo Lorenzo, la criatura de dudosa realidad que obligó a su creador a justificar su existencia en la forma en que acaba de verse, llegó a convertirse, durante el viaje del novelista a Sudamérica, en una materia a la que el hombre Miguel Delibes daba su propio cuerpo. Así, «nació el segundo de los diarios, que ya no necesitaba justificación, pues la existencia de Lorenzo era indiscutible, tan indiscutible como la de Miguel»30.

La decisión de dar directamente la palabra a su protagonista es uno de los grandes aciertos de los diarios. La novelización del punto de vista de un personaje, aspecto clave de la originalidad novelística delibeana, alcanza una de sus cotas más altas en estas novelas en que narrador y protagonista coinciden. El diario en primera persona permite entrar en contacto directo con el personaje, conocer lo que cuenta pero, sobre todo, el modo de contarlo. Y es que, como Delibes mismo percibió, antes que por sus acciones, Lorenzo queda definido por sus palabras. Sólo la ficción de un personaje que deje constancia de sus días en un diario personal permitía la espontaneidad que muestra Lorenzo a la hora de narrar y comentar los hechos, casi siempre triviales, que suceden en su vida.

El Diario de un emigrante comienza un 24 de enero y abarca un año de la vida de su protagonista. Algunos acontecimientos importantes se han producido desde que concluyó su primer diario y antes de iniciar éste, pero de todo ello tiene cumplida información el lector ya desde la primera página de la novela. Quienes sabían de sus andanzas de cazador, de su enamoramiento de Anita, de la enfermedad de su madre, de los apuros económicos que le obligaban a pluriemplearse... se encuentran ahora con un Lorenzo ya casado y cuya madre ha muerto. También con un Lorenzo que va a ser padre y está a punto de intentar que se haga realidad el sueño de todo emigrante: hacerse rico en América y poder volver como un triunfador.

El cazador, mucho más reflexivo ahora que en su primer diario, decide volver a tomar la pluma por varias razones que él mismo explica:

Yo sé que ahora la vida mía va a pegar un quiebro y una cosa así no ocurre todos los días y si no me lo repito por escrito y hasta dos docenas de veces parece como que todo eso de largarme a América y despedirme de todas las cosas no fuese más que una coña.


(pág. 12)                


La escritura como necesidad. Lorenzo necesita poner orden en sus ideas, dejar constancia de lo que hace y lo que siente, mirarse por dentro, contarse a sí mismo por escrito eso que nunca se confía a los demás:

Y yo digo que esto de escribir para uno es tal y como mirarse al espejo, con la diferencia de que uno no se ve aquí el semblante, sino los entresijos.


(pág. 12)                


Uno nunca se confía del todo a los demás y si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice.


(pág. 11)                


También para Lorenzo la escritura es salvación del olvido y construcción de la propia identidad, acta notarial de lo que sucede y expresión de su mundo más íntimo. Deseos y esperanzas, miedos y preocupaciones; frustraciones y desengaños, sentimientos y reflexiones, ilusiones y pequeños éxitos... todo va quedando minuciosamente anotado en este diario que refleja la cotidianeidad, el día a día de su experiencia americana, desde los preparativos del viaje hasta la asunción del fracaso final que le lleva a plantearse la vuelta a casa.

A diferencia de lo que ocurría en Diario de un cazador, donde los días se sucedían sin que aconteciera nada especial, en el Diario de un emigrante sí existe una cierta acción que gira en torno a un hecho relevante en la vida del protagonista: su proyecto de labrarse un futuro mejor en América. El segundo diario comienza cuando la decisión de emigrar ya está tomada y concluye el día en que Lorenzo vuela a Buenos Aires en su viaje de regreso a España. Por si esto fuera poco, existen en la novela una serie de elementos que contribuyen a crear un juego de simetrías entre el principio y el final de la obra. Así, por ejemplo, Lorenzo, deseoso de que llegue el momento de partir hacia Chile, dirá -con palabras de Anita- que es «un culillo de mal asiento» (pág. 25). Cuando los preparativos para regresar a España están en marcha, vuelve a repetirse la misma expresión, esta vez asumida y comentada por Lorenzo:

Luego empezó la Anita que puestos a ver yo soy un culillo de mal asiento y la dije que en eso de acuerdo y que bastante desgracia es la mía, andar siempre buscando acomodo y no hallarle.


(pág. 216)                


La sensación de provisionalidad que le invade cuando ya ha decidido emigrar -«uno anda aquí ahora provisional y no puede poner la misma ilusión en la vida» (pág. 14)- vuelve a sentirla un año más tarde en Santiago, precisamente el día que toma la decisión de volver cuanto antes a España. La misma idea, salpicada ahora con algún que otro chilenismo, es anotada por Lorenzo con estas palabras:

Uno, por más que diga misa, sabe que anda aquí provisorio y que hará una estadía más o menos larga, pero terminará por dar media vuelta y si te he visto no me acuerdo.


(pág. 214)                


El exprés de Galicia que Lorenzo oye en sus noches de insomnio vallisoletanas reaparece de nuevo en el diario sólo seis días antes de emprender el regreso desde Chile. «Tardé en dormirme -escribe Lorenzo-. Al cabo, como en sueños, me pareció sentir el exprés de Galicia. ¡Qué no será el ansia de verme en casa!» (pág. 220).

La función que tales paralelismos tienen en la novela ha sido analizada por Alfonso Rey, que los considera una eficaz forma de resolver las tendencias dispares que conviven en el Diario de un emigrante. Dado que lo esencial en Lorenzo es el hecho de no cambiar ante presiones externas que afirman su personalidad más que la diluyen, la existencia de una acción claramente desarrollada convenía muy poco a la novela, puesto que podía introducir un sentido de evolución que no se corresponde con la sustancial inalterabilidad del protagonista. La contradicción de propósitos que se da inicialmente en la novela -la existencia de una trama coherente y la no evolución sustancial del personaje- requería ser conjurada de alguna forma:

Delibes -argumenta Alfonso Rey- ha realizado un feliz compromiso entre estas tendencias dispares, conservando bien perfilados los elementos de la trama pero evitando su predominio en la novela. Esto se logra principalmente por un juego de paralelismos y simetrías que enlazan el final con el principio, como si la aventura de Lorenzo en América no fuese más que un breve paréntesis que no afecta en nada a lo esencial de su ser31.

Como ya había hecho en su anterior diario, Lorenzo anota las pequeñas anécdotas de cada día. Pero su vida está hecha de repeticiones y los temas se repiten con pocas variantes en ambos diarios: el trabajo; las relaciones con compañeros, familiares y amigos, también y muy especialmente con Anita, antes novia y ahora mujer; su estado de ánimo; la situación de la economía familiar; las salidas al campo para cazar; breves anotaciones sobre si llueve, o nieva, o hace frío o calor...

La nostalgia de España, el recuerdo de sus amigos, los esfuerzos por adaptarse a la nueva realidad ocupan muchas páginas del Diario de un emigrante. Lorenzo, lejos de su tierra, saca sus propias conclusiones sobre la vida y es como si su actitud fuese más reflexiva que en el diario anterior: ahora más que nunca su diario es su confidente y allí vuelca con sinceridad cuanto le preocupa, todo aquello que sólo se atreve a decirse a sí mismo. Y si ya en la primera página explica las razones que le empujan a poner por escrito cuanto pasa por su cabeza, en otros momentos hace mención explícita del acto de escribir. «Esto se mueve a base de bien y no hay cristiano que haga una letra derecha», dirá mientras viaja en tren a Barcelona para embarcar en el Miguel Ángel. «Ni la pluma puedo sostener», escribe el 17 de octubre, después de más de quince días de enfermedad. Se trata de breves referencias que, como opina Alfonso Rey, «confirman la impresión de que elabora más conscientemente su diario, como si estuviese más convencido de su importancia»32.

Aunque la propia estructura de la obra hace que ésta se presente como un todo unitario, en donde los días se suceden uno tras otro, los acontecimientos que marcan la existencia del emigrante permiten diferenciar cuatro etapas bien marcadas en el diario.

  1. Los preparativos del viaje (24 de enero-3 de marzo). Los asuntos burocráticos y administrativos, el dejar asegurado el futuro, las despedidas... llenan la vida de Lorenzo. Es la etapa de la ilusión, de los proyectos y los sueños. El cazador vive en tensión, deseoso ya de verse instalado en Chile, iniciando una nueva vida.
  2. El viaje Valladolid-Santiago de Chile (14 de marzo-2 de abril). Días de felicidad y de experiencias nunca vividas para Anita y Lorenzo que por un momento atisban lo que es el lujo. Las nuevas amistades, las distracciones y fiestas a bordo, las visitas a Dakar, Río, Buenos Aires... contrastan con la realidad de estos emigrantes que disponen del dinero justo para llegar a su destino.
  3. La estancia en Chile (3 de abril-27 de enero). Es la crónica de un fracaso intuido por Lorenzo casi desde el momento en que llega. Dentro de estos casi diez meses, cabe distinguir tres momentos diferentes, que a veces se superponen:
    1. Contacto y descubrimiento de un mundo desconocido: contraste entre lo imaginado y la realidad. Lorenzo cambia de trabajo y acaba por hacerse pequeño empresario.
    2. Constatación progresiva del desengaño. La nostalgia de lo que dejaron, el recuerdo de los amigos, la inadaptación cada vez más evidente marcan la aparición del deseo de volver.
    3. La decisión de regresar. Es el momento de hacer balance económico y personal de lo vivido en esos meses de estancia chilena.
  4. La ilusión de la vuelta. A partir sobre todo del 12 de enero Lorenzo vive pensando en el reencuentro con los suyos y, de nuevo, no ve el momento de partir hacia su país.

Cada una de estas etapas podría resumirse en una sensación o una frase que Lorenzo repite con frecuencia. La inquietud y el desasosiego por la partida marcan la primera de ellas: «Tengo una cosa dentro que no me lamo. Uno no ve el momento de arrancar», escribe el 18 de febrero. «Esto es vivir y lo demás son coplas», anota el 16 de marzo, ya a bordo del Miguel Ángel. Y mientras dura el viaje todo le parece «de cine» y siente que viajan «como señores». Pero la realidad se impone y Lorenzo confiesa ya a punto de llegar a Buenos Aires: «es bobada engañarnos. Uno dobla un par de sábanas en dos semanas y ha de andar lampando un mes para equilibrarse».

La intuición de Lorenzo le lleva a anotar, recién llegado a Chile: «No sé por qué me parece que aquí no voy a hacer carrera» (pág. 66) o bien: «será difícil que yo me aclimate. Me da a mí el corazón que aquí no hay nada que hacer», como escribe ya el 4 de abril. «Verdaderamente esto no es vida», dice por primera vez el 25 de abril, y vuelve a decirlo el 30 de julio, el 30 de agosto, el 11 de septiembre, el 18 de noviembre, el 8 de diciembre... Paralelamente, y ya desde el 13 de julio, Lorenzo comienza a repetir la frase con la que acaba su diario: «como en casa en ninguna parte» (3 de agosto, 6 de septiembre, 23 de diciembre..,), frase que resume a la perfección sus deseos de volver y que hará realidad tras casi un año de emigración.

El diario refleja, pues, la evolución que progresivamente se va operando en las expectativas de Lorenzo. Las fantasías que tanto él como Anita habían ido alimentando en el tiempo anterior a la partida van derrumbándose una tras otra al ponerse en contacto con la realidad chilena. El dinero no se consigue tan fácilmente como habían imaginado, los que allí han triunfado son los menos, quienes llegaron antes que ellos con idénticas esperanzas les confiesan su fracaso. Poco a poco, las circunstancias irán convenciéndoles de la imposibilidad de hacer realidad los sueños. Llegan a entrever el lujo durante el viaje, quedan deslumbrados por los escaparates bonaerenses, Lorenzo incluso se sentirá tratado «como un señor» en su visita a don Heliodoro, pero la realidad acaba por imponerse con toda su fuerza. Y deben vivir al día, contar cada peso que ganan, hacer cuentas continuamente, economizar «hasta en cartuchos». Lorenzo se da cuenta enseguida, casi nada más llegar a Santiago, de que aquello no es lo que esperaba. Y aunque intenta no rendirse, seguir luchando por triunfar, pronto asume que no existe la más mínima posibilidad de amasar una fortuna. Lo asume en su intimidad y lo refleja en su diario, pero se resiste a confesarlo. Cuando el 14 de mayo se dispone a escribir a su amigo Melecio sólo le cuenta una parte de la verdad y aun ésta dulcificada: «Ya le tengo dicho a la Anita que para los de allá vivimos como duques y que nada de si yo estoy de recadero, y de si el tío nos tiene a pupilos», anota ese día.

Lorenzo, que sólo se sincera con su diario, proyecta sus más íntimos pensamientos en su mujer a la que en varias ocasiones le quiere hacer confesar que ella se ha llevado un chasco, como si el reconocerlo ella hiciera más fácil o más llevadero su propio reconocimiento del desengaño. El Diario de un emigrante, que tiene como motivo central «la lucha del personaje por labrarse un porvenir en América»33, puede ser leído en este sentido como la crónica de una desilusión, la íntima confesión de un fracaso.




ArribaAbajoUn hombre, un paisaje, una pasión

Al referirse a la caza como tema que aparece con frecuencia en su literatura, explicaba Delibes: «En ella se dan, suficientemente perfilados, esos tres ingredientes que yo considero inexcusables para la novela: un hombre, un paisaje y una pasión». Una hermosa fórmula, diría después Francisco Umbral, al tiempo que la traducía a estos otros términos: el personaje, el conflicto y la tierra34. Los tres elementos de tan escueta pero certera definición se conjugan siempre en las novelas delibeanas y desde luego en el Diario de un emigrante.

Tal como había quedado perfilado en el Diario de un cazador, Lorenzo es un bedel de escasa formación cultural; apasionado por la caza, que pasa apuros para llegar a fin de mes. Enamorado de Anita, hablador y buen cultivador de la amistad, sueña con labrarse un porvenir mejor que le permita vivir con un cierto desahogo. Delibes, que le dejó hablar directamente en sus diarios para que el lector sacase sus propias consecuencias, caracterizó, sin embargo, al personaje en dos ocasiones diferentes. Al prologar la novela en 1965 escribía:

Lorenzo, entiendo, es un ejemplar español incontaminado; un producto del sol y del viento, bravucón y refrenado, largo de lengua y más corto en hechos, vehemente y soñador, perezoso y criticón, pero al propio tiempo, limpio para amar, generoso en las entregas, noble en los principios y leal en la amistad. Yo veo en él [...] un ejemplar típicamente hispano.


Veinte años después, volvía Delibes a referirse a Lorenzo en estos términos:

Lorenzo es quizá mi único personaje desinhibido y no acosado. Es un tipo divertido, risueño, tiene aire, luz, hasta un cierto encanto poético. Resulta un poco achulado también, hasta un voceras y un gandul, pero repito que me parece divertido y creo que muy español en su manera de comportarse.35


Dos rasgos definen la personalidad de Lorenzo: su pasión por la caza y el elevado concepto que tiene de sí mismo. «Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto -había escrito en el Diario de un cazador- es algo que no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece que uno estuviera estrenando el mundo. Tal cual si uno fuera Dios.» Procurarse esa sensación de plenitud en contacto con la naturaleza es la pasión que mueve al Lorenzo cazador, que vive la semana pensando en los domingos de caza. En su segundo diario, poco antes de partir para Chile, confiesa que además la caza le ayuda a sobrellevar la vida, dado que la entiende como su particular terapia de supervivencia:

Yo no sé si seré un gilí, pero a mí la vida me duele y, a ratos, pienso que si yo voy a cazar es para olvidarme del dolor de la vida, pues cazando parece como si uno espabilase ese dolor y se lo metiese, con los perdigones, a las liebres y las perdices por el culo.


(pág. 28)                


Lorenzo, el Cazador, es un personaje sencillo, amante del baile y de la zarzuela, al que le gusta ir bien vestido y poder charlar con los amigos alrededor de una botella. La ingenuidad y la espontaneidad son características de este personaje cuya psicología -sus sentimientos, sus palabras, su visión del mundo- conoce el lector desde dentro del propio protagonista.

Con todo, si hay un rasgo que define especialmente al cazador y emigrante es su alta autoestima. Las referencias a su orgullo, a su dignidad, a su honradez, son frecuentes a lo largo del Diario de un emigrante. Siempre que considera que algo o alguien ha herido o puede herir su amor propio, Lorenzo se reafirma en su idea de valer más que otros y poseer un código de valores firmemente asentados. Expresiones del tipo «uno no será un potentado, qué coño, pero tiene su dignidad» (pág. 93), «yo me cisco en la plata estando enjuego el orgullo» (pág. 117), «primero de todo pone uno su amor propio» (pág. 149), «uno no será un señorito de cuna, pero tiene su orgullo» (pág. 172)... se multiplican en la novela. La apelación a su dignidad moral y al sentido del honor conyugal inspiran el comportamiento del personaje ante los sucesivos requerimientos de la tía de Anita: «¡Vamos, que también gibaría qué por una vaca vieja fuese yo a echar a rodar la familia y la dignidad!», dirá ante una de sus insinuaciones (pág. 112). Es esta misma idea la que, cuando se entera de que Anita es piropeada por los clientes del negocio, le lleva a decidir que su mujer no aparezca más por allí: «Ya le dije que primero de todo la honra, y que ante eso, el mamparo y el salón, el salón y el mamparo, podían irse a tomar por el saco» (pág. 175).

Uno de los hechos que hieren a Lorenzo en lo más profundo de su orgullo es que su mujer gane más dinero que él. Cuando ella comienza a trabajar por su cuenta, Lorenzo lo admite porque lo considera un simple pasatiempo. Su comentario ante la propuesta de que Anita recupere su trabajo de peinadora es bien elocuente: «La sonreí y callé la boca, por no parecerle orgulloso, pero poco hombre sería yo si tuviese que poner a currelar a mi señora» (pág. 129). Alarmado por las primeras ganancias de ella, trata de tranquilizarse en estos términos: «Con unas cosas y otras malo será que la chavalilla no se saque para sus gastos. Y después de todo, lo suyo no es más que un entretenimiento, porque, bien mirado, a esto no puede llamársele currelar» (págs. 182-183). Pero las cosas cambian en el momento en que los ingresos comienzan a ser elevados y ella propone abrir un establecimiento: «Con todo el temple la solté que bien estaba lo suyo como pasatiempo, pero que dice muy poco en mi favor el tener a mi señora currelando, y que poner un establecimiento era tal y como dar dos cuartos al pregonero y que yo tengo mi orgullo y que por ahí no pasaba» (pág. 198).

Lorenzo saca a relucir su orgullo en otros dos momentos bien significativos. Casi recién llegado a Chile, cuando ya le ha dado el corazón que allí «no hay nada que hacer», anota una conversación con Anita: «Ya la dije que de dar la vuelta ni hablar, que yo tengo mi orgullo y que antes me entierran acá con pellejo y todo que regresar como un fracasado» (pág. 81). La decisión de regresarla toma Lorenzo cuando se entera de que su suegro, poco discreto, ha contado a los amigos cuál es su situación en Chile: «si el viejo ha largado la pepa nada pintamos aquí ya», escribe el 12 de enero. Así las cosas, poco antes de Navidad, Lorenzo toma la decisión de cerrar el negocio de limpiar zapatos el mismo día en que un antiguo empleado pretende que le limpie quien hasta poco antes había sido su patrón: «yo no me echo a los pies de ese tolón así me paguen mi peso en oro. Pobre seré, pero tengo mi orgullo» (pág. 203),

El hecho de que para Lorenzo el orgullo constituya el soporte de su personalidad y la explicación de su carácter es, sin duda, el gran hallazgo de esta novela. Considerado como un moderno trasunto del mozo de muchos amos36, sus peripecias interesan en cuanto que son sucesos incorporados a su persona, y su interés depende del modo en que ésta los valora. Alfonso Rey ha dado la clave de la originalidad del personaje y su diario:

Lorenzo no cuenta su vida porque algún Arcipreste se lo pida o porque pueda servir, por contraste, de lección al lector, sino porque la juzga interesante en sí misma. [...] Lorenzo no se molesta en justificar el hecho de que escriba la crónica de su vida. En Diario de un cazador ni siquiera alude a ello y en Diario de un emigrante hace de pasada tres esporádicas referencias. Y como además está seguro de que lo que importa es la persona en su irradiación interior no necesita contar la historia desde el principio al final, sino que puede empezar por donde desee, puesto que todos los momentos de su vida son igualmente valiosos. En otras palabras, Lorenzo en su odisea americana está más o menos al nivel de un pícaro del siglo XVII, pero su filosofía es genialmente antipicaresca.37


Al resto de los personajes que aparecen en la novela los conoce el lector a través de la visión que de ellos da el protagonista del diario. Es su punto de vista el que se impone. Su mujer, sus familiares, amigos y compañeros de trabajo y de caza... adquieren relevancia en la medida en que afectan a la vida de Lorenzo. Es él quien informa de hechos y quien los valora, quien juzga comportamientos y saca consecuencias, quien da unidad, en suma, a cuanto llena las páginas de su diario personal. Especialmente interesantes resultan los personajes femeninos de la novela: Anita, la mujer del tío Egidio y la señora Verdeja, las tres mujeres que mayor incidencia tienen en la vida del emigrante y cuyos caracteres, tan distintos, se muestran nítidamente perfilados por Lorenzo.

Diario de un emigrante cuenta la experiencia de tantos españoles que en los años cincuenta trataron de mejorar su suerte en América38. El desarraigo, la nostalgia, los problemas de adaptación quedan reflejados en el discurso de Lorenzo, un hombre sensible, capaz de emocionarse ante un paisaje -véase, por ejemplo, la descripción que hace de la puesta de sol en Farellones (pág. 102)- o al oír en la radio cantar El emigrante. Apenas un mes después de llegar a Chile, Lorenzo hará balance de la situación al tiempo que analiza los motivos que le impulsaron a abandonar su tierra y sus amigos: fue el ansia de ganar dinero lo que le llevó a emigrar pero la experiencia le ha demostrado que en la vida lo verdaderamente importante son los afectos, y los suyos seguían estando en la tierra que abandonó.

La crítica ha visto en Lorenzo uno de los personajes que mejor ilustran la idea delibeana de la fidelidad del hombre a sí mismo y a su destino. Las reflexiones del cazador en vísperas de su Navidad en Chile ilustran bien esta idea. Tras varios meses de estancia en aquel país, Lorenzo sigue pensando en términos de lo que dejó: «Verdaderamente, todo anda acá patas arriba. Te pones a ver y ni la primavera es primavera, ni la hora, la hora fetén, ni las perdices, perdices. Llevo unos días que pienso demasiado en la vida», anota el 23 de diciembre. Y llega a la conclusión de que haber emigrado «es lo mismo que enmendarle la plana al de Arriba y decirle: "Tú me colocaste acá, bueno, pues yo me voy allá porque me sale". No son formas»39.

Desarraigado de su tierra, alejado de su gente, en un país que le es ajeno, Lorenzo sueña con volver. El hombre, el paisaje, la pasión, los tres elementos que según Delibes configuran una novela, aparecen en este momento íntimamente relacionados. Y si el hombre sigue siendo el Lorenzo del diario anterior, colocado en otro paisaje físico y humano, sus problemas son ahora otros. Ganar dinero, conseguir un futuro mejor para él y para su familia, los motivos qué le llevan a emigrar, son puestos en cuestión cuando comprende que son los sentimientos lo único que realmente merece la pena. Lejos de lo que siente como suyo -su ciudad, sus amigos, su trabajo de bedel- piensa en las perdices de allá y en el placer de cazar con su cuadrilla de siempre. Y siente que «no encuentra horizontes» y que «sólo le sostiene el ansia de regresar» (pág. 173).

Lorenzo decide volver, pero no lo hace como un fracasado. En todo caso, el fracaso quedará en su interior como un regusto amargo. Ante los demás lo que importa es que es un hombre que ha viajado -«esto de viajar ilustra», dirá tras conocer Río de Janeiro- y tiene más experiencias que ellos. En el avión en que vuela hacia Buenos Aires, camino ya de casa, piensa en todo lo que ha vivido y se siente orgulloso:

Te pones a mirar y ni con cien años hay suficiente para desembuchar lo que he visto. Quieras que no, el viajar da viso, y el Tochano en lo sucesivo tendrá que achantar la mui cuando este menda se explique.


(pág. 226)                


Naturalmente que Lorenzo no contará nunca a sus amigos todo lo que ha pasado en Chile, pero sí podrá hablar ante ellos con la autoridad que da el haber visto otros mundos. En La hoja roja, novela publicada por Delibes un año después que el Diario de un emigrante, puede verse una fugaz aparición de Lorenzo que confirma sus previsiones. Un grupo de cazadores se dispone a desayunar en la churrería en que la Desi habla con su amiga Marce:

Los cazadores discutían a voces en el rincón y la perra canela se puso de manos sobre la mesa y uno de los cazadores la golpeó y la dijo conminatoriamente: «A echar, Dolly», y el animal, entonces, se enroscó dócilmente bajo la mesa próxima y dirigió a su amo una mirada suplicante. Y dijo su amo jactanciosamente: «Allá en América, la perdiz, nada. Como yo digo, es medio marica; para bajarla, basta con reportarse».





ArribaAbajoEl habla de Lorenzo

Al prologar los diarios de Lorenzo en 1965, hacía Delibes certeras observaciones acerca del papel que la lengua juega en ellos:

Antes que por sus acciones, Lorenzo, el Cazador, queda definido por sus palabras. Y en cualquier caso, aquéllas no serían como son si no vinieran subrayadas por un lenguaje apropiado.

[...] el hombre cazador, como el taurino, dispone de su propia jerga dentro de la jerga popular; esto es, el ser hombre del pueblo ya imprime a la expresión unos giros y unos timitos típicos, pero si al hecho de ser popular se agrega la cualidad de ser cazador, entonces el lenguaje adquiere un último matiz por demás sabroso. Esto me lleva a pensar que el verdadero protagonista de mis «Diarios» es la palabra.40


Delibes supo dar en la diana. Lorenzo no sería quien es si no hablara como habla. Y la atención del lector, como señaló Alfonso Rey, «se centra no en lo que aquél cuenta, trivial y anodino en muchas ocasiones, sino en cómo lo cuenta»41. Lorenzo, a medio camino entre el campo y la ciudad, es un hombre del pueblo y su habla tiene rasgos populares. Pero también, quizá debido a su trabajo en un centro de enseñanza, tiene una cierta cultura mal asimilada pero de la que se siente orgulloso: «Uno, al fin y al cabo, no es un zoquete -escribe al comenzar su segundo diario- y algo se pega de andar todo el día de Dios entre gente de libros»42. Con ese escaso bagaje cultural pero con una idea muy clara de quién es él, Lorenzo se enfrenta a la tarea de poner por escrito su experiencia americana de la única manera en que puede hacerlo, con las palabras que conoce y una sintaxis muy próxima a la de la lengua hablada.

El discurso de Lorenzo en sus diarios ilustra a la perfección las características del español coloquial. La selección léxica, la construcción de las frases, el predominio de lo emotivo sobre lo referencial, el recurso a la frase hecha, al modismo, al refrán... todo contribuye a caracterizar a un personaje del que el lector acaba por tener una imagen clara, porque sus palabras denotan una muy concreta manera de ver el mundo.

En el Diario de un emigrante el uso frecuente de exclamaciones e interjecciones («¡No te giba!» -y su equivalente «¡No te amuela!»-, «¡Toma del frasco!», «¡Qué coño!»...) contribuye eficazmente a evocar el nivel social y cultural del personaje. Lorenzo adoba su discurso con numerosas muletillas que le sirven unas veces para iniciar sus frases («Te pones a ver y...», «Anda y que también...», «Lo que yo le dije, que...», «También gibaría que...») y otras para concluirlas («como yo digo», «como me llamo Lorenzo», «que lo mismo que digo una cosa digo la otra», «y lo demás son cuentos» o «son coplas»). En ocasiones sus muletillas tienen como función subrayar la verdad de sus afirmaciones («Ésta es la fetén y el que diga lo contrario miente») o decirse a sí mismo que es capaz de no callarse lo que piensa («Pepita en la lengua no tengo»).

Los rasgos coloquiales y populares pueden observarse asimismo en la variedad de términos con que designa a los diferentes personajes que se cruzan en su vida. Cerca de veinte vocablos distintos emplea Lorenzo para referirse a personas: «el candajo», «el cipote», «el gilí», «el marrajo», «el panoli», «el torda», «el vaina» y un largo etcétera. En sólo unas líneas alude, por ejemplo, a Joe como «el tazado», «el pelado», «el mandria», «el huevón». (pág. 201)43 Designaciones populares y humorísticas como «azotea», «calabaza», «cimborrio» o «terraza» para referirse a la cabeza, o «la despensa» y «el mostrador» para aludir a su mujer en plena fase de lactancia, son también frecuentes en el discurso del emigrante: Especialmente variadas son las frases hechas que llenan el diario. En muchos casos se trata de fórmulas rimadas («de tomo y lomo», «de la Ceca a la Meca», «a ciencia y paciencia», «para dar y tomar»; «a otra cosa, mariposa»...) o que incluyen referencias a personajes existentes en la imaginación colectiva: «sabe más que Lepe, Lepijo y su hijo», «no trabaja ni Rita», «armarlas como Amancio», «más tonto que Carracuca», «lapurga de Benito»... Modismos de todo tipo («por si las moscas», «a todo trapo», «miel sobre hojuelas», «por menos de un pimiento», «a moco tendido»,..) así como frases hechas («quedarse a verlas venir», «tomar a uno por el pito de un sereno», «poner las peras a cuarto», «otro gallo nos cantara», «hacer el agosto»...) se encuentran en cada una de las páginas del diario. Lorenzo emplea todas las variantes posibles de una misma locución, y así pueden encontrarse fórmulas como «ella ni mus», «ella ni pío» o «ella chitón»; o bien «de higos a brevas» junto a «de Pascuas a Ramos». Para la pregunta acerca de la causa Lorenzo emplea, según los casos, «a santo de qué», «a qué ton» o «a cuento de qué»; la escasez se expresa con «andar a dos velas» o con «andar a pre»; y para referirse al miedo a lo que pueda ocurrir emplea indistintamente «no le llega la camisa al cuerpo» o «no le alcanza la sangre a los zancajos».

Curiosamente, los refranes, tan frecuentes en el habla coloquial, son usados por Lorenzo con gran moderación y apenas llegan a veinte los que pueden rastrearse en el diario. Sí son, por el contrario, habituales en el habla del emigrante los términos de comparación tópicos: «más lista que un conejo», «trabajar como un negro», «más vago que la chaqueta de un caminero», «más largo que un día sin pan» (o «que una peseta de tripas»), «más suave que un guante»... Para indicar la alegría de la Anita, Lorenzo dirá que anda «como unas castañuelas», o «como un cascabel», o «como unas Pascuas». Y son abundantísimas las ocasiones en que el término impreciso de la ponderación es una expresión del tipo «que otro poco», «que no veas» o «que para qué»44.

La expresividad es el rasgo más marcado en el discurso del emigrante. Los valores emotivos de la lengua predominan claramente sobre los puramente referenciales, como puede comprobarse en este pasaje escrito el 25 de marzo, después de visitar Río de Janeiro:

Esto de Río es un espectáculo. Uno se impla los ojos y aún no queda conforme. La Anita dice que es como una película en tecnicolor y ésa es la fetén, ¡Madre, qué plantas! ¡Y qué pájaros y qué rascacielos! Y luego anda el mar ese tan azul que talmente parece hecho de encargo; y las montañas, y el sube y baja, y el tráfico. Vamos, como para perder la cabeza.


(pags. 51-52)                


Idéntico valor expresivo tienen por lo general los diminutivos empleados por Lorenzo («Ya ando más animadillo», «voy mejorandillo»...) o los que, a medio camino entre la ironía y la resignación, salpican su discurso cuando piensa en el día de caza que tendrán sus amigos en España: «uno acá como un tonto lilaila. Un paseíto por la Alameda, a ventearse, y a casita que se pega el arroz. Bien mirado, esto no es vida». (págs. 199-200)

Como ya se ha señalado, el diario refleja los acontecimientos cotidianos de la vida del emigrante. No todo en él, sin embargo, es relación de hechos. Junto a la narración de lo que le sucede, Lorenzo incluye comentarios acerca de tales sucesos. La narración y el comentario de lo narrado se alternan a lo largo de la novela. Veamos un ejemplo. El 17 de abril escribe Lorenzo:

De regreso nos encontramos a la mapucha en la cama de la tía. Creí que se iba a armar, pero resulta que la tía lo hace a intención para encontrar la cama caliente. [...] Mal anda el mundo, me parece a mí, si los pobres hemos nacido para calentar las camas de los ricos.


(págs. 83-84)                


Es claro que en un primer momento Lorenzo se limita a dejar constancia de un hecho. Pero a renglón seguido expresa su valoración personal de lo ocurrido. En el primer caso Lorenzo narra, en el segundo comenta lo narrado. La narración -en pretérito perfecto simple- hace referencia al mundo exterior; el comentario -en presente- expresa la interioridad del personaje, su escala de valores, las bases sobre las que se asienta su mundo. Narración y comentario, con las marcas lingüísticas características de cada caso, se alternan continuamente en el diario. Pero Lorenzo también lleva a su diario las palabras de otros personajes, con lo que es constante la reproducción de palabras ajenas en las páginas de la novela.

De los dos modos básicos de transcripción de diálogos -el estilo directo y el indirecto- Delibes ha optado prácticamente siempre por el indirecto, esto es, por integrar los discursos de los otros en el discurso del protagonista. Reproducir en estilo directo las palabras de los demás hubiera tenido importantes consecuencias en la estructura y el estilo de la obra, consecuencias que Alfonso Rey señaló con precisión:

Si las conversaciones que Lorenzo sostiene con sus amigos o con su amada estuvieran reproducidas en estilo directo, la atención se desplazaría hacia los personajes secundarios con merma del personaje principal. [...] Los comentarios [de Lorenzo] resultarían posiblemente muy torpes, desde el punto de vista estilístico, en el caso de que existiesen varios personajes hablando al mismo tiempo, y darían una imagen muy presuntuosa del narrador. En segundo lugar la narración perdería parte de su tono íntimo, y no resultaría tan atrayente. Finalmente, muchas expresiones emotivas y muchos juicios referidos a los personajes secundarios, posibles y justificables en la medida en que el narrador no los describe, no tendrían razón de ser, lo que disminuiría el acervo coloquial y emocional del lenguaje de Lorenzo.45


Todos estos problemas debieron de ser intuidos por Delibes cuando decidió hacer una «novela confidencial» narrada por el protagonista en primera persona y no por el novelista en tercera. Así pues, narración de hechos, comentarios valorativos de lo narrado y diálogos integrados en el discurso alternan con las reflexiones de Lorenzo sobre los más variados temas: el matrimonio, la caza, el dinero, el honor conyugal, el significado de la Navidad... Por lo general, las reflexiones se enuncian -como suele suceder en el registro más coloquial- recurriendo al uso de la segunda persona impersonal («te pones a ver y...», «si quieres salir de pobre...») o bien empleando otros pronombres en lugar de «yo»: «uno cree...», «uno piensa...». La variedad de estructuras gramaticales -primera, segunda y tercera persona empleadas casi de forma simultánea- puede verse en este pasaje en que Lorenzo reflexiona sobre la ambición y los sentimientos:

Te pones a ver y no vale la pena dejar las cosas que a uno le petan ni por un saco de plata. A mí me perdió el ansia y no hay más. Uno quiere de todo, más cuartos, y más perdices, y más liebres, y luego resulta que no es la plata, ni las perdices, ni las liebres lo que interesan, sino esto, o sea, el corazón y el afecto verdad.


(pág. 98)                


Por lo que se refiere a la reproducción de diálogos en estilo indirecto, debe destacarse el uso de expresiones coloquiales para introducir las palabras de los otros: «salir con que...», «saltar», «empezar con que». Con todo, lo más frecuente es la supresión de verbos dicendi, característica de la lengua hablada: «El cipote, de que me sintió hablar, que si español, y yo, tan templado, que y de los finos, y él que si recién venía llegando, y yo que sí, y él que si traía afán de trabajar, y yo que a ver...». (pág. l20)

Las elipsis, tan comunes en la lengua coloquial, son también habituales en el habla de Lorenzo: «El Efrén (estaba) como unas castañuelas», «la tía (no dijo) ni mus», «La Verdeja, (sigue) ciega por el chavea», «con el tío, por las buenas, (se consigue) lo que se quiera», «del relojero, (no sé) ni una palabra», «para él España (es) lo más grande», «la chavala (ha ganado) treinta y tres billetes este mes»... Y frecuentes son también las expresiones populares que dan a su discurso un sabor especial: «menos currelar y más pesquis», «ya le digo que menos cascar y más currelar, pero como si dijera misa», «si es así, a achantar la mui y darle al parche», «cualquier día me va a calentar los cascos de más y voy a ponerle las peras a cuarto»...

Cuanto hasta aquí se ha dicho caracteriza el discurso de Lorenzo en todos sus diarios. Desde el punto de vista lingüístico, sin embargo, el Diario de un emigrante tiene un interés especial que se deriva del contacto del protagonista con el habla chilena. Las consecuencias de este hecho son evidentes: en primer lugar, las reflexiones metalingüísticas, ausentes en el diario del cazador, son aquí relativamente frecuentes. En segundo lugar, el comportamiento lingüístico del personaje se ve directamente influido por ese contacto con una manera distinta de hablar. El rechazo inicial que a Lorenzo le producen los chilenismos va dando paso a una insensible y progresiva asimilación de éstos. Los desajustes léxicos suscitan ciertas reflexiones en el emigrante, frecuentes sobre todo en los momentos iniciales de su estancia sudamericana.

Las primeras diferencias lingüísticas -una entonación desconocida y el «voseo»- las percibe Lorenzo nada más llegar a Buenos Aires: «el cipote hablaba como cantando y me salió con que si erais vos», escribe en su diario. También en Argentina se producen los primeros conflictos: Lorenzo no conoce la equivalencia entre «facturar» y «despachar» ni entiende qué significa «manejar» (págs. 63 y 65). Ya llegado a Chile, refleja en el diario los primeros chilenismos que oye a sus tíos: «allasito», «cuadras», «cabros», «niña de mano», «mapucha»... (págs. 65-66), surgen las primeras confusiones (Lorenzo emplea «machucha» por «mapucha») y se emociona al oír en la radio hablar con acento español. Lorenzo se ofende cuando oye decir «un coño» por «un español» y anota la equivalencia entre «un gallo harto encachado» y «un muchacho guapo». Poco a poco va conociendo otras equivalencias («polla» por «lotería», «biógrafo» por «cine»...) y en su simplicidad acaba por reconocer que «con esto de las palabras no hay razones» (pág. 83) o que «en estos asuntos uno nunca sabe a qué carta quedarse» (pág. 87). Después de tres meses, el emigrante sigue sin comprender el significado de ciertas expresiones:

A voces me llamó [el tío de Anita] huevón de mierda, crestón y qué se yo qué disparates. Ya le dije que diera gracias que sólo llevo unas semanas en el país y no comprendía bien lo que quería decirme.


Lorenzo llega a sentirse herido en su amor propio ante determinadas observaciones sobre el uso que hace de las palabras. Sólo unas líneas después del texto citado, deja constancia de una conversación con «la mucama del segundo» -adviértase que Lorenzo incorpora el término, ya asimilado, a su propio discurso- acerca de que él se siente provisional en el país:

...la gilí de ella me salió con que si con provisional quería decir provisorio. De mal café la respondí que sería ella la que con provisorio quería decir provisional. ¡Vamos, que también gibaría que ahora me fueran a enseñar a hablar estos cipotes! Pepita en la lengua no tengo y el mejor día voy a recordarle a alguno que si Colón se dio un garbeo por aquí hace unos años, fue para enseñar a su abuelo a decir pan y vino en lugar de chau-chau. ¡No te amuela!


(Pág. 138)                


A pesar de tales protestas y de un cierto sentimiento de superioridad, la permeabilidad lingüística del emigrante resulta extraordinaria. Y aunque la añoranza de su país alcanza también a la lengua («Va para tres meses que no oigo hablar español como Dios manda», escribe el 3 de septiembre), poco a poco los chilenismos que tanto le molestan al principio van incorporándose a su propio discurso. «Mañana saldremos a feriarle cualquier pichanguita a la guagua», escribirá con toda naturalidad el 5 de enero.

Es precisamente esta progresiva adaptación lingüística del protagonista al entorno lo que hace del Diario de un emigrante un documento excepcional. Y también en este aspecto, la experiencia del Delibes viajero se transmitió a su personaje, como el propio novelista confesaba en 1965:

En particular fue para mí una experiencia inolvidable el contacto con el habla chilena, los sabrosísimos modismos, la riqueza del léxico popular del país. Así el que un hombre tronzado fuese «un hombre que estaba para las cagas» o que un golpe de fortuna pudiera traducirse como «encontrar a la Virgen en un trapito», eran hallazgos que me encantaban y que, mentalmente, incorporaba al lenguaje de mi bedel cazador.46


Es éste un caso bien claro de fusión del narrador con su criatura. Manuel Alvar consideró sorprendente la capacidad de captar vocabulario de que hizo gala Delibes en su viaje a Chile. Pero lo más significativo es el hecho de que fue Delibes quien aprendió para que Lorenzo pudiera escribir. La novela surgió impensadamente porque el creador, dominado aún por su criatura, se enfrentó a la realidad chilena con los ojos del cazador.

Algunos años después, comentando con César Alonso de los Ríos la opinión que le merecían los diarios de Lorenzo, Delibes confesaba que el del emigrante le parecía superior y explicaba sus razones:

Le añadía esta anécdota [la del desarraigo] que es la de muchos españoles que creen que en América atan los perros con longaniza; pero, en fin, esto era algo secundario. Para mí lo importante de Diario de un emigrante es la insensible aprehensión por parte de Lorenzo de esos chilenismos que menosprecia en un principio. Se ríe de la forma de hablar de aquellos hombres y acaba cogido en su propia trampa.47


Cuando el nuevo diario de Lorenzo se publicó, no hubo unanimidad en la crítica al valorar la lengua que Delibes hace usar a su personaje. Y si para Leo Hickey la maestría de Delibes consistió justamente en «hacer hablar a un hombre de la calle de escasa cultura, exactamente como hablaría un hombre de la calle de escasa cultura», L. Rodríguez Alcalde señalaba como un grave inconveniente de la novela su estilo «que quiere ser absolutamente realista y resulta convencional» por la acumulación de «argot populachero». Intentando conciliar posturas contrapuestas M. Fernández Almagro, en La Vanguardia, subrayó la riqueza de «vocablos, frases hechas, locuciones adverbiales, "timos" o desplantes callejeros, vulgarismos para andar por casa en ratos de mal humor, interjecciones...», para preguntarse a continuación hasta qué punto podría complacer al lector ese alarde de «verismo», de «hiperrealismo».

Especialmente perspicaz se mostró, por ejemplo, Dámaso Santos48 quien, además de sugerir la relación del Diario de un emigrante con «la tradición española de la picaresca, aunque Lorenzo sea todo lo contrario de un pícaro», dudaba de que haciendo hablar a Lorenzo de una manera más comedida se hubiera llegado al mismo resultado.

Valorar correctamente la tarea llevada a cabo por Delibes en esta novela supone no perder de vista la intención de los diarios. Y ésta no fue otra que hacer que un español del pueblo exteriorizara directamente su experiencia, dejándole hablar con sus propias palabras. Sólo cabe decir que quienes se escandalizaron de la manera de hablar del cazador y emigrante -que los hubo- probablemente no supieron entender que es precisamente este lenguaje el que se revela como el cauce más apropiado -quizá el único posible- para expresar los entresijos del protagonista, para mostrar desde dentro su forma de ser y de sentir. Tenía razón Delibes: la lengua es, en efecto, la gran protagonista de los Diarios.






ArribaAbajoGlosario de chilenismos49

  • Al tiro: «enseguida» (PEM, 85).
  • Armarla de pata y quincha: «tirar la casa por la ventana» (PEM, 146).
  • Cabros: «muchachitos» (PEM, 86).
  • Calentársele a uno los cachos: «perder el dominio de uno mismo» (AR, 140).
  • Conversar una botella: charlar un rato mientras se bebe (PEM, 96-97).
  • Chacrita: «indica un tipo de granja pequeña» (AR, 140).
  • Choclo: «maíz» que el chileno come de mil maneras: «choclo tostado, pastel de choclo, salsa de choclo, ensaladilla de choclo» (PEM, 104).
  • Curadito: «borracho» (AR, 139).
  • Dejémoslo no más: «mágico talismán chileno para rehuir el trabajo, la discusión, la conversación, etcétera» (PEM, 146).
  • Dije: «atractivo» (AR, 140).
  • Echar un cacho: «jugar a los dados» (AR, 139).
  • Encontrar a la Virgen en un trapito: tener un golpe de fortuna (PEM, 156).
  • Estar paralas cagas: estar tronzado (Prólogo Obra Completa, tomo II, pág. 14).
  • Fomes: «aburridas» (AR, 140).
  • Guaguas: «niños de pecho» (PEM, 69).
  • Guata: «barriga» (PEM, 147).
  • Hacerse leso: «hacerse el tonto» (AR, 140).
  • Harto encachado: «buen mozo» (PEM, 146).
  • Irse a la chuña: tiene un sentido similar a «largar a la chucha» (AR, 138).
  • Largar a la chucha: se aproxima a la forma espafiola «mandar al carajo» (AR, 138).
  • Macanear: «hacer tonterías» (AR, 140).
  • Mapucha: femenino de «mapuche», indígena de la reducción de Temuco. Las «mapuchas, exiliadas a veces de la reducción, se emplean en el servicio doméstico y son fieles y cariñosas» (PEM, 127-130).
  • Ni a tarros: «de ninguna manera» (AR, 140).
  • Niña de mano: «sirvienta» (PEM, 147).
  • Pejerrey: «pescado blanco verdaderamente suculento» (PEM, 113).
  • Pichanguita: «cosa insignificante» (PEM, 147).
  • Pieza: «habitación» (AR, 140).
  • Ponerle la cresta al marido: «engañarlo con otro hombre» (AR, 139).
  • Pololear: «flirtear» (PEM, 147).
  • Puelche: «viento helado que, en la noche, bate la cordillera» [los Andes] (PEM, 52).
  • Pucha la madre: «tiene significado admirativo y la pregunta ¿por qué chuchas...? podría parangonarse a «por qué coño...?» (AR, 139).
  • Puna: «mal de montaña» (PEM, 51).
  • Quitar el poto a la jeringa: «hacer a un lado el problema» (AR, 139).
  • Rajuñárselas: «ganar la vida con dificultad» (AR, 139).
  • Roto: «en la apariencia un auténtico mendigo» (PEM, 75). Las referencias al «roto», el elemento más definidor de la limitada tipología chilena según Delibes, son constantes a lo largo de Por esos mundos. Véanse especialmente las páginas 93-100.
  • Ruca: choza característica de los indios de Temuco, «construcciones primarias de tablas viejas con techado de paja de totora» (PEM, 125-126).
  • Sismo: «seísmo, simple temblor». «El chileno [...] a los sismos los desprecia» (PEM, 63).
  • Tincar: «dar en la nariz». «Al chileno "le tinca" que mañana va a llover, o que pasado le tocará la lotería» (PEM, 147).
  • Tomar once: «merienda que se hace sobre las cinco y media». «Tomar once consiste en tomar el clásico té inglés, con su tostadita, su mermelada y su mantequilla» (PEM, 107).



ArribaBibliografía

ALONSO DE LOS RÍOS, César: Conversaciones con Miguel Delibes, Madrid, Magisterio Español, 1971. Reedición ampliada con nuevas conversaciones en Destino, Barcelona, 1993. Fruto de una larga entrevista mantenida en 1970, este libro sigue siendo hoy el material más valioso para conocer al novelista castellano en todas sus facetas. Delibes habla extensamente de su obra, de sus preocupaciones y de sus aficiones. Alonso de los Ríos plantea preguntas inteligentes y realiza acertadas valoraciones sobre el autor y su obra.

La segunda parte -conversaciones de 1992-, mucho más breve, aborda cuestiones sociopolíticas e incluye sucintas apreciaciones sobre las últimas novelas del autor. (La nueva edición de Destino incluye material gráfico, con abundantes fotografías del escritor.)

ALVAR, Manuel: El mundo novelesco de Miguel Delibes, Madrid, Gredos, 1987.

Estudio de conjunto de la obra del novelista castellano, organizado en torno a una serie de temas para tratar cada uno de los cuales se selecciona una novela clave. El primero de estos temas -«Los hombres y el paisaje»- contiene sugerentes comentarios acerca de los dos diarios de Lorenzo. Bajo el epígrafe «El instrumento lingüístico» se analiza la actitud ante los chilenismos del Lorenzo emigrante. Tal como explica su autor, este trabajo fue concebido en principio como prólogo para una antología de Miguel Delibes que no llegó a publicarse.

CORRAL CASTAÑEDO, Antonio: Retrato de Miguel Delibes, Barcelona, Círculo de Lectores, 1986. Libro publicado como homenaje a Miguel Delibes, dentro de la serie «Galería de grandes contemporáneos». Contiene una entrañable semblanza -«Miguel Delibes, castellano de Valladolid»- en la que, al hilo del discurso, se incluyen citas de algunas obras del escritor vallisoletano así como datos que ayudan a contextualizar la vida del novelista en su ciudad. La segunda parte es una larga entrevista con el homenajeado. Se incluyen, asimismo, variados testimonios -editor, críticos y estudiosos de Delibes- que aportan su personal punto de vista sobre el autor. El libro se cierra con un cuadro cronológico que presenta la biografía de Miguel Delibes en paralelo con los acontecimientos culturales más relevantes de cada momento. Libro de inestimable valor por la extensión y la calidad del material gráfico que incluye.

GARCÍA DOMÍNGUEZ, Ramón: Miguel Delibes: un hombre, un paisaje, una pasión, Barcelona, Destino, 1985.

Útil semblanza de Miguel Delibes en la que se pretende acercar a los lectores la personalidad del novelista. García Domínguez, vallisoletano y periodista, se apoya en fragmentos de conversaciones mantenidas con el novelista. Las páginas 85-100 incluyen numerosas referencias bibliográficas sobre la obra delibeana.

El núcleo de este libro se publicó en 1982 como cuadernillo número 1 de la serie «Vallisoletanos», editada por la Caja de Ahorros Popular de Valladolid.

HERNANDO CUADRADO, A.: «El español de América a través de Valle Inclán, Cela y Delibes». En Anales de literatura hispanoamericana, Madrid, Universidad Complutense, 1986, págs. 11-21.

Poco más de tres páginas dedica el autor de este artículo a repasar la actitud de Lorenzo ante los chilenismos y sus diferentes reacciones según el tipo de palabras de que se trate: desde la incorporación sin problemas de términos cuyo significado le resulta claro hasta el rechazo frontal cuando considera que existe un uso erróneo en relación con su propia manera de hablar.

PAUK, Edgar: Miguel Delibes: desarrolló de un escritor (1947-1974), Madrid, Gredos, 1975.

Analiza Pauk las obras publicadas por Delibes hasta 1974 y examina cómo aparecen tratados en ellas los siguientes temas: Dios y la muerte, la naturaleza, el calor humano y la justicia social. Los últimos capítulos abordan cuestiones de técnica narrativa así como la presencia del humor y la ironía en la novelística de Delibes. El trabajo se cierra con una amplia bibliografía.

PORTAL, Marta: «Diario de un emigrante, una lectura sobre falsilla». En Estudios sobre Miguel Delibes, Madrid, Universidad Complutense, 1983, páginas 203-213.

Realiza la autora una lectura paralela de las dos obras que fueron el resultado de la experiencia chilena de Miguel Delibes -Un novelista descubre América y Diario de un emigrante- con el objetivo de descubrir elementos comunes en ambas. Una breve selección de textos referidos a paisajes, costumbres, habla criolla... permite constatar claras coincidencias entre los dos textos. La selección resulta ilustrativa aunque son muchos más los puntos de coincidencia que pueden rastrearse en una lectura detenida de ambos títulos.

REGAZZONI, Susanna: «L'America nel Diario de un emigrante di Miguel Delibes», en Studi di Letteratura Ispano-americana, 10, Universita degli Studi di Venezia, Milán, 1980, págs. 129-133. Breve artículo en el que de forma rápida se pasa revista a algunos aspectos de la novela. Para la autora, la contraposición campo/ciudad, presente en la obra delibeana, se da también en Diario de un emigrante, novela en la que América funciona como una especie de macrociudad frente a la provincia castellana. Tras dar por supuesta la concepción determinista de Lorenzo-Delibes, Regazzoni sostiene que la aventura americana del emigrante está desde el principio condenada al fracaso.

REY, Alfonso: La originalidad novelística de Miguel Delibes, Universidad de Santiago, 1975. Análisis de conjunto, realizado obra a obra, de las novelas que Delibes había publicado hasta 1973. Las páginas dedicadas por Alfonso Rey a analizar el Diario de un emigrante constituyen el análisis más completo y pormenorizado que se ha hecho de esta novela. Con la agudeza que caracteriza a todo el trabajo, Alfonso Rey analiza la personalidad del protagonista y la paulatina incorporación de chilenismos en su discurso. Dada la continuidad existente entre los dos diarios de Lorenzo, las páginas que Rey dedica al estudio de Diario de un cazador -especialmente el análisis de la lengua coloquial de Lorenzo- resultan, asimismo, aplicables al segundo de sus diarios.

UMBRAL, Francisco: Miguel Delibes, Madrid, Epesa, 1970.

En Un año de mi vida, escribía Delibes refiriéndose a este trabajo: «Umbral, tras un breve y espléndido prólogo, hace un estudio de mi evolución espiritual y literaria y se enfrenta con mi obra con sus habituales brillantez y originalidad. Sin embargo, es con el proceso de mi evolución ideológica con lo que no estoy conformé. Umbral me atribuye una ideología a los quince años (cuando se inicia la guerra civil), cosa que desgraciadamente dista mucho de ser cierta».

Hecha esta precisión, debe decirse que el libro de Umbral se lee con facilidad y contiene juicios interesantísimos sobre distintas obras del novelista castellano. Es justamente hablando del Diario de un emigrante cuando Umbral explica lo que él denomina «ventriloquismo literario» o, lo que es lo mismo, la fabulosa capacidad que tiene Delibes de «poner voces» a sus personajes, su asombrosa porosidad para las lenguas del pueblo.



 
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