Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

1

Algunos eruditos dudan de que estas dos obras pertenezcan el tiempo y autor a que se atribuyen, y el adelantamiento que presentan la versificación y el lenguaje forma una presunción muy fuerte a favor de esta opinión.

 

2


Otra y aún otra vegada yo lloro
Porque Castilla perdió tal tesoro
No conocido delante la gente.
Perdió los tus libros sin ser conocidos,
Y como en exequias, te fueron ya luego
Unos metidos a ávido fuego
Y otros sin orden no bien repartidos:
Cierto en Atenas los libros fingidos
Que de Protágoras se reprobaron,
Con ceremonia mayor se quemaron
Cuando la Senado le fueron leídos.

 

3

Él mismo da a entender en su obra la circunspección y reserva a que se veía obligado. Véase la Orden de Mercurio, copia 92, y la epístola 20 del Centón epistolario del bachiller Ciudad Real.

 

4

Macías era gentilhombre del maestre don Enrique de Villena. Entre las damas que servían a este señor, había una de quien se prendó el poeta, y de cuyo amor no pudieron arrancarle ni el verla casada con otro, ni las reprensiones del Maestre, ni, en fin, la prisión en que éste le mandó custodiar. El esposo, lleno de celos, se concertó con el alcaide de la torre en que estaba su rival, y hallé modo de arrojarle por una ventana la lanza que llevaba y atravesarle con ella. Cantaba entonces Macías una de las canciones que había hecho a su dama, y así espiró con el nombre de ella y del amor en los labios. Las dos calidades de trovador y de amante, unidas en él, le hicieron un objeto solemne y casi religioso entre los poetas del tiempo. Los más de ellos le celebraron, y su nombre, a que se unió el dictado de enamorado, quedó como proverbial para designar la fineza de los amantes. No disgustará a los lectores ver aquí las copias que Mena le destinó en el Laberinto.


Tanto anduvimos el cerco mirando
A que nos hallamos con nuestro Macías
Y vimos que estaba llorando los días
En que de su vida tomó fin amando:
Llegué más acerca, turbado yo, cuando
Vi ser un tal hombre de nuestra nación,
Y vi que decía tal triste canción,
En elegíaco verso cantando:
«Amores me dieron corona de amores
Para que mi nombre por más bocas ande,
Entonces no era mi mal menos grande
Cuando me daban placer sus dolores
Vencen el seso sus dulces errores,
Mas no duran siempre según luego aplacen,
Y pues me hicieron del mal que vos hacen,
Sabed al amor desamar, amadores.
«Huid un peligro tan apasionado,
Sabed ser alegres, dejad de ser tristes,
Sabed deservir a quien tanto servistes,
A otro que a amores dad vuestro cuidado;
Los cuales si fuesen por un igual grado
Sus pocos placeres según su dolor,
No se quejara ningún amador
Ni desesperara ningún desamado.
«Bien como cuando algún malhechor
Al tiempo que hacen de otro justicia,
Temor de la pena le pone cobdicia
De allí en adelante vivir ya mejor;
Mas desque pasado por aquel temor,
Vuelve a sus vicios como de primero,
Así me volvieron a do desespero
Amores que quieren que muera amador.

 

5

Esta canción de Santillana, no desprovista enteramente ni del afecto ni de gracia, puede ser ejemplo de cómo estos escritores lo aprovechaban de la erudición.


Antes e rodante cielo
Tornará manso e quieto,
E será piadosa Aleto,
E pavoroso Metelo;
Que yo jamás olvidase
Tu virtud,
Vida mía y mi salud,
Nin te dejase.
El César afortunado
Cesará de combatir,
E hicieran desdecir
Al Priámides armado
Antes que yo te dejara,
Idola mía,
Ni la tu filosomía
Olvidara.
Sicón se tornara mudo
E Tarcides virtuoso,
Sardanápalo animoso,
Torpe Salomón e rudo;
En aquel tiempo que yo,
Gentil criatura,
Olvidase tu figura,
Cuyo so.
Etiopía tornará
Húmeda, fría o nevosa,
Ardiente Scitia e fogosa,
E Sella reposará;
Antes que el ánimo mío
Se partiese
Del tu mando e señorío,
Nin pudiese.
Las fieras tigres harán
Antes paz con todo armento,
Habrán las arenas cuento,
Los mares se agotarán;
Que me haga la fortuna
Si non tuyo,
Nin me pueda llamar saya
Otra alguna.
Ca tú eres caramida,
E yo so fierro, señora,
E me tiras toda hora
Con voluntad non fingida.
Pero non es maravilla,
Ca tú eres
Espejo de las mujeres
De Castilla.

 

6

Luis de León, aunque natural de Granada, se formó y vivió en Salamanca, y por consiguiente, no contradice a esta observación general.

 

7


Pero cuando a escribir sátiras llegues,
A ningún irritado cartapacio
Sino al del cauto Juvenal te entregues,
Porque nadie a los gustos de palacio
Tomó el pulso jamás con tanto acierto,
Con permisión de nuestro insigne Horacio.

 

8


¿Pues qué diré del ganadero Anquises?
Mas pregúntalo a Venus Citerea,
Quién es el hortelano de sus lises
O el pincel en el Ida de su idea:
¿Agrícola de mares no era Ulises,
Pues como de Calipso gozó dea?

¡Qué ridícula jerigonza! ¿Podrá nadie creer que estos versos son del mismo autor y de la composición misma donde se hallan estos otros?


Ven pues; serrana, ven y no te escondas,
Serás, con ser esposa de este río,
Tetis feliz de las mejores ondas
Que bajan a dar lustre al mar sombrío,
Mira que es justo que al amor respondas
Con dulce agradecer, no con desvío.

 

9


Anacreonte español, no hay quien os tope
Que no diga con mucha cortesía
Que ya que vuestros pies son de elegía
Que vuestras suavidades son de arrope...
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir del griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.


(GÓNGORA.)                



Aunque dijo que todos se escondiesen,
Cuando los rayos de su ingenio viesen.


(LOPE.)                


 

10

La égloga de Tirsi, de Figueroa, y la traducción del Aminía por Jáuregui, son las únicas excepciones de esta decisión general, y los únicos ejemplares que pueden citarse, entre nuestros antiguos poetas, de versos sueltos bien construidos.