Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

21


Y yo, siendo testigo
De tu fortuna, que tendré por mía,
Diré: «Yo fui su amigo,
Y por tal me tenía,
Y en dulcísimos versos lo decía... »
Y con igual ternura
Que el padre cuenta de su hijo amado
Las gracias y hermosura,
Y se siente elevado
Cuando te escuchan todos con agrado,
Responderé contando
Tu nombre, patria, genio y poesía,
Y asombraránse, etc.

Tal era el tono afectuoso y lisonjero con que Cadalso hablaba de Meléndez: cuál fuese su entusiasmo por Moratín lo dicen todos sus escritos, pero especialmente las dos canciones dende hace lo más que puede hacer un poeta, que es sacrificar su amor propio en las aras de la gloria ajena. Cuando se compara este proceder tan simpático y tan noble con el ceño orgulloso que algunos escritores ya formados usan con los que les vienen siguiendo, o con el desabrimiento áspero y rencoroso que afectan con sus iguales, da tentación de reducir su valor al bajo nivel de sus miserables recelos. Es preciso que para estos hombres el mundo de la opinión sea bien estrecho, cuando les parece que no caben en él más que ellos solos. Y a fe que se engañan mucho: por más que hagan, por más que digan,


est locus uni-
cuique suus.

 

22

Principio de la tragedia en Oliva.

Éstos, Orestes, son los campos de Grecia, do te han traído tus altos deseos; aquella que allí ves lejos es Argos, la antigua ciudad. Y mira a esta otra parte, verás el bosque de Io, hija de Inaco, la que cobró su figura en las riberas del Nilo. Y a tu parte izquierda se parece el templo de Juno, de altos edificios, cerca de do están los valles do sacrifican lobos los sacerdotes de Apolo.

En Huerta.


Éstos, Orestes, son los griegos campos,
Donde te han conducido tus deseos;
De Argos, ciudad antigua y populosa,
Aquellos muros que se ven de lejos.
Aquél que miras es el triste bosque
Donde, su forma natural perdiendo,
Lo bramó furiosa hasta que el Nilo
La vio cobrar su ser y honor primero.
A tu izquierda se ven los edificios
En donde Juno tiene hermoso templo.
Y cerca de él los valles donde el rito
Lobos voraces sacrifica a Febo.

 

23


De juicio, si, más no de ingenio escaso,
Aquí Huerta el audaz descanso goza,
Deja un puesto vacante en el Parnaso,
Y una jaula vacía en Zaragoza.


(IRIARTE.)                


 

24

Diole el título de Xaira, para no dejar de poner alguna extravagancia en esta especie de tributo que rendía al gusto moderno. La traducción está como todas sus cosas, muy desigual, y el sentido original en no pocas partes estropeado. Pero ¡cómo se luce a veces el versificador numeroso! ¡Con qué valentía resuenan en el teatro algunas de sus cláusulas, cuando se saben decir! Aún no se ha olvidado el efecto que hacía el célebre Maiquez cuando se entraba por los bastidores declamando aquel bello final del acto3.º:


El sexo que amenaza
Con su blandura avasallar al mundo,
Mande en Europa y obedezca en Asia.

 

25

Causa ciertamente maravilla que un hombre que por su afición y práctica en la música debía tener un oído tan delicado, diese principio a su poema con un verso a quien falta la cadencia y acentuación de tal; y que jamás

quisiese corregirle, sin embargo de ser tan fácil. De cualquiera modo que se coloquen haciendo sentido las palabras que le componen, resulta siempre un verso bien construido, menos en la combinación en que él las puso: él escribió:


Las maravillas de aquel arte canto;

lo que no es propiamente verso, pudiendo serlo de estos otros tres modos:


Canto las maravillas de aquel arte,
Canto del arte aquel las maravillas,

Del arte aquel las maravillas canto.Contábase entonces que Huerta, recientemente reconciliado con Iriarte, y convidado a una lectura del poema, al oír el primer verso y extrañando su disonancia, se le hizo repetir dos veces, pregunta si había allí alguna errata, y viendo que el autor no convenía en la necesidad de reformarle, se levantó de su asiento y dejó la concurrencia sin que ni el ruego ni el respeto, ni consideración alguna le pudiesen reducir a que continuase escuchando.

 

26

Impetratum est a consuetudine, ut peccare suavitatis causa liceret. (CIC.,Orator., 47.)

 

27

Entre la confusión de papeles que dejó al morir se encontraron muchos que no eran más que centones de versos de diferentes poetas antiguos, unas veces descompuestos, otras literales; pero siempre combinados de manera que formasen un todo regular. De esta clase son algunas de sus odas y la mayor parte de sus villanescas, de sus églogas y de sus idilios. Las principales fuentes donde bebía para este trabajo eran Valbuena y Quevedo. Ignórase el uso que pensaba hacer en adelante de estos estudios, y sus editores los publicaron conforme vinieron a sus manos. Lo más particular es que en ellas la raro y extraño de la ejecución no perjudica a la sencillez del pensamiento principal, ni a la regularidad del todo, ni a la gracia en las letrillas, ni al fuego y expresión melancólica de las odas y de los idilios.

 

28

Todo poeta que tiene que formarse una dicción porque la que encuentra hecha no le basta para la expresión de lo que siente o de lo que pinta, por más esmero que ponga, se resiente siempre de la predilección que da a ciertas expresiones o palabras, que, por repetidas o por poco conformes al estilo y gusto común, constituyen lo que se llama afectación o manera. Herrera tiene la suya, Meléndez la tiene también, y a Cienfuegos ha sucedido respectivamente lo mismo. Todos ellos, cuál más, cuál menos, presentan un vicio en esta parte, que sus buenos imitadores procuran evitar y que los talentos mediocres exageran. Acaso las innovaciones hechas por Cienfuegos no son tan extrañas por sí mismas como por el lugar en que las introduce; y lo que más le ha perjudicado es el uso que ha hecho de ellas en sus tragedias, género que por su naturaleza se presta menos que el lírico a semejantes tentativas.

 

29

A esta observación general no se opone el período de favor que lograron las artes y las letras en el reinado de Carlos III: este período fue muy corto, y quince años de intermedio, por felices que fuesen, no podrían contrapesar el influjo siniestro de todo un siglo.

 

30

No es decir con esto que los ingenios fuesen despreciados y desatendidos: al contrario, una gran parte de los que más se han distinguido han sido elevados a destinos importantes y honoríficos por sólo el mérito de sus estudios y de sus talentos. Pero cuando Meléndez era agraciado con una plaza en la audiencia de Aragón, Forner con otra en la de Sevilla, Cienfuegos con una en la secretaría de Estado, y otros a este tenor, ellos en buen hora podían ganar mucho en fortuna y en consideración civil, pero el arte perdía otro tanto, no pudiendo ya contar con sus trabajos para enriquecer su caudal.