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41

Basta este ejemplo por muchos. En el libro 2 la Oración, después de esta octava, en que habla de la aclamación de los ángeles en el nacimiento del Hijo de Dios, y de la adoración de los Reyes,


Bien sé que a Dios la gloria en las alturas
Los convecinos valles resonaron,
Y al hombre paces con verdad seguras
En los cóncavos montes retumbaron,
Y que tres reyes con entrañas puras
Del Niño tierno el grave pie besaron,
Postrando en tierra sus coronas de oro,
Y dándole en ofrenda su tesoro.
Añade en seguida:
Pero, Señor, sus tiernos pucheritos,
Sus niñas quejas, sus pueriles llantos,
Granos de aljófar con razón benditos,
Y blandas perlas de sus ojos santos,
¿No son merecimientos infinitos? etc.

 

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Ya en otra parte de estos Estudios hemos citado los versos que escribía a su amigo Gaspar de Barrionuevo.


Desengañad a Italia, Barrionuevo
Mientras que llega el fiador que obligo
De la Jerusalén, de aquel poema
Que escribo, imito, y con rigor castigo.

Estaba tan infatuado con su poema, que sólo temía le condenasen los que no le leyesen. Por eso le puso por lema aquel pasaje de san Jerónimo: Legant prius et postea despiciant, ne videatur, non ex judicio, sed ex odii presumptione ignorata damnare.

 

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Mas la Iliada
De la tragedia fue famoso ejemplo,
A cuya imitación llamé epopeya
A mi Jerusalén, y añadí trágica.


(Arte nuevo de hacer comedias)                


 

44

Son de ver, por lo frívolas y enredadas, las razones que alega Lope en su prólogo para persuadir a sus lectores y a sí mismo que Alfonso VIII acompañó al rey Ricardo en la expedición de Palestina, reduciéndose todas en suma a que Alfonso estuvo allí porque pudo estar, y a que no hay contradicción ninguna en que estuviese. Excusado era por cierto enredarse en los laberintos de la crítica histórica para venir a parar en semejante resultado; pero este prólogo, uno de los más infelices escritos de nuestro poeta, muestra por su indigesta y vulgar erudición, y por sus raciocinios extraños y triviales, cuánta confusión de ideas había en la cabeza de Lope, y cuán superior era lo que escribía como poeta a lo que escribía como crítico y humanista.

 

45

El terror que el valor personal y las proezas de Ricardo infundieron a la redonda en Palestina fue igual al que Alejandro en otro tiempo había inspirado en la Persia y en la India. Las madres ponían miedo en sus niños con sólo mentarles su nombre, y cuando a algún jinete se le asombraba el caballo, solía decirle con ira: «¿Piensas que el rey Ricardo está allí?» Lope ha conservado este rasgo, pero en honor de su valiente Garcerán.


Dicen, si algún caballo se alborota
En el campo que ahora el turco tiene,
O desatada va la tienda rota,
«¿Piensas que contra ti Garcerán viene?»

(Lib. 13)

 

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Para que se vea la inconsecuencia de Lope en la pintura de los caracteres, principalmente en el de Saladino, véanse estos tres pasajes, que están inmediatos uno a otro en su poema.


Cuando la sangre hasta los pies alcanza
Del nuevo «Diocleciano y Eccelino,»
Parte el rico despojo con su gente
«Liberal, apacible y generoso.»
Que un «bárbaro sin ley» a todo Oriente
En cumplir su palabra ejemplo ha sido
Mas parece «que serlo contradice»
Quien cumple vencedor lo que antes dice.


(Lib. 1.)                


El personaje que es apacible, generoso, liberal, y cumple, aunque bárbaro sin ley, cuando ha vencido, la palabra que dio antes de vencer, no puede merecer los nombres de Diocleciano y Eccelino en el sentido que Lope les da.

 

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Ya desde el principio, después de la grata y fácil entonación de estos primeros versos:



Yo canto el celo, y las hazañas canto
De aquel varón, soldado y peregrino,
Que a ser del Asia universal espanto
Desde la selva Calidonia vino;
e hallan estos otros:
Haciendo a un tiempo de Minerva infusas
Llorar lar armas y cantar las musas.
Hermosas Drias del ilustre río,
Que baña en oro la nevada espuma,
De vos y de su margen me desvío,
Que a más dorado Tajo doy la pluma
Pasad sin miedo el sol, Dédalo mío

Perdona la humilde de mi Talía
Que hay piedra que del brazo me derribe,
Pues cuando el del ingenio alzar deseo,
Me trasforma en Adonis Praxileo.

Podía preguntarse a Lope qué entendía él por «llorar las armas infusas de Minerva»; a qué propósito en un poema de tanta gravedad permitirse el equívoco ridículo del «tajo» que se da a las plumas de escribir, con el río «Tajo»; cómo el nombre de «Dédalo» es sinónimo de ingenio; qué sentido tiene la expresión de «que hay piedra que le derribe del brazo»; ni a qué cuento viene la oscurísima e impertinente alusión al mal poema que sobre Adonis escribió en griego la antigua Praxila y quedó por prototipo de necedades: esto en las cuatro octavas primeras. Y cuando prosiguiendo la lectura se hallan con más o menos frecuencia semejantes despropósitos, dudamos con razón de que Lope castigase su poema con el rigor que decía, o a lo menos, de que tuviera verdadera idea de cómo debía hacerse este castigo.

 

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Esta superioridad la tiene hasta cuando describe en prosa, sin embargo de que la suya sea por otros aspectos tan reprensible. ¿Hay por ventura muchos trozos, no digo en español, sino aún en otras lenguas, que en originalidad, en grandeza y robustez puedan compararse con este pasaje de su introducción a la Grandeza Mejicana?

«En los más remotos confines de estas Indias Occidentales, a la parte de su poniente, casi en aquellos mismos linderos que, siendo límite y raya al trato y comercio humano, parece que la naturaleza cansada de dilatarse en tierras tan fragosas y destempladas, no quiso hacer más mundo, sino que, alzándose con aquel pedazo de suelo, lo dejó ocioso y vacío de gente, dispuesto a solas las inclemencias del cielo y a la jurisdicción de unas yermas y espantosas soledades, en cuyas desiertas costas y abrasados arenales a sus solas resurta y quiebre con melancólicas intercadencias la resaca y tumbos de mar, que, sin oírse otro aliento y voz humana, por aquellas sordas playas y carcomidas rocas suena; o cuando mucho, se ve coronar el peinado risco de un monte con la temerosa imagen y espantosa figura de algún indio salvaje, que en suelta y negra cabellera, con presto arco y ligeras flechas, a quien él en velocidad excede, sale a caza de alguna fiera, menos intratable y feroz que el ánimo que la sigue; al fin, en estos acabos del mundo, remates de lo descubierto, y últimas extremidades deste gran cuerpo de la tierra, lo que la naturaleza no pudo, que fue hacerlos dispuestos y apetecibles al trato y comodidades de la vida humana, la hambre del oro y golosina del interés tuvo mafia y presunción de hacer, plantando en aquellos valdios y ociosos campos una famosa población de españoles, cuyas reliquias, aunque sin la florida grandeza de sus principios, duran todavía,» etc.