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ArribaAbajo Ávila, 1610


Luis Martín Estudillo


(Tomás Luis de Victoria contempla los espacios que separan las líneas del pentagrama)


poner nuevos límites a lo exacto
tras ensuciarlo con esa luz vieja
de velas que aclaran mi partitura



Cansados y empapados por la lluvia,
el camino nos condujo finalmente
a una choza al pie de la colina roja.
Cruzamos el umbral sin puerta
y, aliviados por nuestra soledad,
el sueño pronto pudo con nosotros.
Lo vi al despertar: a tan sólo
unos metros, sentado a su torno,
moldeaba la arcilla
como quien ama despacio
a una sirena, convencido de que es
la única mujer verdadera.
Sin saber si saludar primero
o antes disculpar nuestra
intrusa presencia, me levanté.
A mi alrededor, cuatro paredes
de mortero y el aire que traía
los perfumes de la tierra.
«La puerta nunca está cerrada»,
dijo sin mirarme. «Podéis
quedaros o marchar».
Y permanecimos allí felices,
gozando en nuestras manos
de la espesa humedad del barro.