Fábulas en verso castellano para el uso
del Real Seminario Vascongado
Félix María
Samaniego
Tomo I
Prólogo
Muchos son los sabios de diferentes siglos y naciones que
han aspirado al renombre de Fabulistas; pero muy pocos los
que han hecho esta carrera felizmente. Este conocimiento
debiera haberme retraído del arduo empeño e
meterme a contar fábulas en verso castellano. Así
hubiera sido: pero permítame el público protestar
con sinceridad en mi abono, que, en esta empresa no ha tenido
parte mi elección. Es puramente obra de mi pronta
obediencia debida a una persona en quien respeto unidas las
calidades de tío, maestro, y jefe.
En efecto: el
Director de la Real Sociedad Vascongada mirando la educación
como a basa en que estriba la felicidad pública emplea
la mayor parte de su celo patriótico en el cuidado
de proporcionar a los jóvenes alumnos del Real Seminario
Vascongado cuanto conduce a su instrucción y siendo
por decirlo así el primer pasto con que se debe nutrir
el espíritu de los niños las máximas
morales disfrazadas en el agradable artificio de la fábula;
me destinó a poner una colección de ellas en
verso castellano, con el objeto de que recibiesen esta enseñanza
ya que no mamándola con la leche, según deseó
Platón a lo menos antes de llegar a estado de poder
entender el latín.
Desde luego dí principio
a mi obrilla. Apenas pillaban los jóvenes seminaristas
alguno de mis primeros ensayos, cuando los leían y
estudiaban a porfía con indecible placer y facilidad;
mostrando en esto el deleite que les causa un cuentecillo
adornado con la dulzura y armonía poética,
y libre para ellos de las espinas de la traducción,
que tan desagradablemente les punzan en los principios de
su enseñanza.
Aunque esta primera prueba me asegura
en parte de la utilidad de mi empresa, que es la verdadera
recomendación de un escrito, no se contenta con ella
mi amor proprio. Siguiendo éste su ambiciosa condición
desea que respectivamente logren mis Fábulas igual
acogida que en los niños en los mayores, y aun si
es posible entre los doctos: pero a la verdad esto no es
tan fácil. Las espinas que dejan de encontrar en ellas
los niños, las hallarán los que no lo son en
los repetidos defectos de la obra. Quizá no parecerán
estos tan de marca, dando aquí una breve noticia del
método que he observado en la ejecución de
mi asunto y de las razones que he tenido para seguirle.
Después de haber repasado los preceptos de la fábula,
formé mi pequeña Librería de Fabulistas:
examiné, comparé y elegí para mis modelos,
entre todos ellos, después de Esopo, a Fedro y a La
Fontaine: no tardé en hallar mi desengaño.
El primero más para admirado que para seguido, tuve
que abandonarlo a los primeros pasos. Si la unión
de la elegancia y laconismo sólo está concedida
a este poeta en este género, ¿cómo podrá
aspirará a ella quien escribe en lengua castellana
y palpa los grados que a esta le faltan para igualar a la
latina en concisión y energía? Este conocimiento
en que me aseguró más y más la práctica,
me obligó a separarme de Fedro.
Empecé a aprovecharme
del segundo (como se deja ver en las fábulas de La
cigarra y la hormiga; El cuervo y el zorro, y alguna otra);
pero reconocí que no podía sin ridiculizarme
trasladar a mis versos aquellas delicadas nuevas gracias,
y sales, que tan fácil y naturalmente derrama este
ingenioso fabulista en su narración.
No obstante
en el estudio que hice de este autor, hallé no solamente
que la mayor parte de sus argumentos son tomados Locmano,
Esopo, y otros de los antiguos, sino que no tuvo reparo en
entregarse a seguir su propio carácter tan francamente,
que me atrevo a asegurar que apenas tuvo presente otro precepto
en la narración, que la regla general que él
mismo asienta en el prólogo de sus Fábulas
en boca de Quintiliano: por mucho gracejo que se dé
a la narración, nunca será demasiado.
Con
las dificultades que toqué al seguir en la formación
de mi obrita a estos dos fabulistas, y con el ejemplo que
hallé, en el último, me resolví a escribir
tomando en cerro los argumentos de Esopo, entresacando tal
cual de algún moderno, y entregándome con libertad
a mi genio, no solo en el estilo, y gusto de la narración,
sino aun en el variar rara vez algún tanto ya del
argumento, ya de la aplicación de la moralidad, quitando,
añadiendo, o mudando alguna cosa, que sin tocar al
cuerpo principal del apólogo contribuya a darle cierto
aire de novedad y gracia.
En verdad que según mi
conciencia más de cuatro veces se peca en este método
contra los preceptos de la fábula; pero esta práctica
licenciosa es tan corriente entre los fabulistas, que cualquiera
que se ponga a cotejar una misma fábula en diferentes
versiones, la hallará tan transformada en cada una
de ellas respecto del original, que degenerando por grados
de una en otra versión, vendrá a parecerle
diferente en cada una de ellas. Pues si con todas estas licencias,
o pecados contra las leyes de la fábula ha habido
fabulistas, que han hecho su carrera hasta llegar al templo
de la inmortalidad; ¿a qué meterme yo en escrúpulos,
que ellos no tuvieron?
Si en algo he empleado casi nimiamente
mi atención, ha sido en hacer versos fáciles
hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión
de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo no solo
humilde, sino aun bajo, malo es; ¿mas no sería muchísimo
peor, que haciéndolo incomprensible a los niños,
ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?
A
pesar de mi desvelo en esta parte desconfío conseguir
mi fin. Un autor moderno en su tratado de educación
dice que en toda la colección de La Fontaine, no conoce
sino cinco o seis fábulas en que brilla con eminencia
la sencillez pueril, y aun haciendo análisis de alguna
de ellas, encuentra pasajes desproporcionados a la inteligencia
de los niños.
Esta crítica ha sido para mí
una lección. Confesaré sinceramente, que no
he acertado a aprovecharme de ella, si en mi colección
no se halla más de la mitad de fábulas que
en la claridad y sencillez del estilo no pueda apostárselas
a la prosa más trivial. Éste me ha parecido
el solo medio de acercarme al lenguaje en que debemos enseñar
a los muchachos: pero ¿quién tendrá bastante
filosofía para acertar a ponerse en el lugar de estos
y medir así los grados a que llega la comprensión
de un niño?
En cuanto al metro no guardo uniformidad:
no es esencial a la fábula, como no lo es al Epigrama
y a la Lira, que admiten infinita variedad de metros. En
los Apólogos hay tanta inconexión de uno a
otro como en las Liras y Epigramas. Con la variedad de metros
he procurado huir de aquel monotonismo que adormece los sentidos
y se opone a la varia armonía que tanto deleita el
ánimo y aviva la atención. Los jóvenes
que tomen de memoria estos versos, adquirirán con
la repetición de ellos alguna facilidad en hacerlos
arreglados a las diversas medidas, a que por este medio acostumbren
su oído
Verdad es que se hallará en mis versos
gran copia de endecasílabos pareados con la alternativa
de pies quebrados o de siete sílabas; pero me he acomodado
a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la ventaja
que no tienen los de estancias más largas, en las
cuales por acomodar una sola voz que falte para la clara
explicación de la sentencia, o queda confuso y como
estrujado el pensamiento, o demasiadamente holgado y lleno
de ripio.
En conclusión: Puede perdonárseme
bastante por haber sido el primero en la nación que
ha abierto el paso a esta carrera en que he caminado sin
guía por no haber tenido a bien entrar en ella nuestros
célebres poetas castellanos.
Dichoso yo si logro
que con la ocasión de corregir mis defectos, dediquen
ciertos genios poéticos sus tareas a cultivar éste,
y otros importantes ramos de instrucción y provecho.
Mientras así no lo hagan, habremos de contentarnos
con leer sus excelentes églogas y sacar de sus dulcísimos
versos casi tanta melodía como de la mejor música,
del divino Heyden, aunque tal vez no mayor enseñanza,
ni utilidad.
—1→
Libro primero
Fábula I
El asno y el cochino
A los caballeros alumnos del
Real Seminario Patriótico Vascongado
Oh jóvenes amables,
que en vuestros tiernos años
al Templo de Minerva
dirigís vuestros pasos,
seguid, seguid la senda,
5
en que marcháis, guiados
a la luz de las Ciencias
por profesores sabios.
—2→
Aunque el camino sea,
ya
difícil, ya largo,
10
lo allana y facilita
el
tiempo y el trabajo.
Rompiendo el duro suelo,
con la
esteva agobiado,
el labrador sus bueyes
15
guía
con paso tardo;
mas al fin llega a verse
en medio del
verano,
de doradas espigas,
como Céres, rodeado.
20
A mayores tareas,
a más graves cuidados
es mayor, y más dulce
el premio y el descanso.
Tras penosas fatigas,
25
la labradora mano
—3→
¡Con
qué gusto recoge
los racimos de Baco!
Ea, jóvenes,
ea,
seguid, seguid marchando
30
al Templo de Minerva
a recibir el lauro.
Mas yo sé, caballeros,
que un joven entre tantos
responderá a mis voces:
35
No puedo, que me canso.
Descansa enhorabuena:
¿Digo yo lo contrario?
Tan lejos estoy de eso,
que
en estos versos trato
40
de daros un asunto
que instruya
deleitando.
Los perros y los lobos,
los ratones y gatos,
—4→
las zorras y las monas,
45
los ciervos y caballos
os han de hablar en verso;
pero con juicio tanto,
que sus máximas sean
los consejos más sanos.
50
Deleitados en ello,
y con este descanso,
a las
serias tareas
volved más alentados.
Ea, jóvenes,
ea,
55
seguid, seguid marchando
al Templo de Minerva
a recibir el lauro.
¡Pero qué! ¿os detiene
el ocio y el regalo?
60
Pues escuchad a Esopo,
mis
jóvenes amados:
—5→
Envidiando la
suerte del cochino,
un asno maldecía su destino.
«Yo, decía, trabajo y como paja;
65
él
come harina, y berza, y no trabaja:
A mí me dan
de palos cada día;
a él le rascan y halagan
a porfía.»
Así se lamentaba de su suerte;
pero luego que advierte
70
que a la pocilga alguna gente
avanza
en guisa de matanza,
armada de cuchillo y de
caldera,
y que con maña fiera
dan al gordo cochino
fin sangriento,
75
dijo entre sí el jumento:
Si en esto para el ocio y los regalos,
al trabajo me atengo y a los palos.
—6→
Fábula II
La cigarra y la hormiga
Cantando
la cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer
provisiones
allá para el invierno;
los fríos
la obligaron
5
a guardar el silencio
y a acogerse al
abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveida
del preciso sustento:
10
sin mosca, sin gusano,
sin
trigo, sin centeno.
Habitaba la hormiga
allí
tabique en medio,
—7→
y con mil expresiones
15
de atención
y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en
vuestros graneros
sobran las provisiones
para vuestro
alimento,
20
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste cigarra,
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
25
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias
por el nombre que tengo.»
30
La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
—8→
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo
prestar lo que gano
35
con un trabajo inmenso!
Dime,
pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?-
Yo, dijo la cigarra,
a todo pasajero
40
cantaba alegremente
sin cesar ni un momento.-
¡Hola!, ¿con que, cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que
yo como,
45
baila, pese a tu cuerpo.
—9→
Fábula III
El muchacho y la Fortuna
A la
orilla de un pozo
sobre la fresca hierba,
un incauto
mancebo
dormía a pierna suelta.
Gritole la Fortuna:
5
«Insensato, despierta;
¿no ves que ahogarte puedes,
a poco que te muevas?
Por ti y otros canallas
a
veces me motejan
10
los unos de inconstante,
y los otros
de adversa.
Reveses de Fortuna
llamáis a las
miserias.
—10→
¿Por qué,
si son reveses
15
de la conducta necia?
Fábula IV
La codorniz
Presa en estrecho
lazo
la codorniz sencilla,
daba quejas al aire,
ya tarde arrepentida,
«¡Ay de mí miserable
5
infeliz avecilla,
que antes cantaba libre,
y ya lloro
cautiva!
Perdí mi nido amado,
perdí en
él mis delicias;
10
al fin perdilo todo,
pues
que perdí la vida.
—11→
¿Por qué desgracia tanta?
¿Por qué tanta desdicha?
¡Por un grano de trigo!
15
¡Oh, cara golosina!
El
apetito ciego,
¡a cuantos precipita,
que por lograr
un nada
un todo sacrifican!
20
Fábula V
El águila y el escarabajo
Que
me matan; favor: así clamaba
una liebre infeliz,
que se miraba
en las garras de una águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
acudió
un compasivo escarabajo;
5
y viendo a la cuitada en tal
trabajo,
—12→
por libertarla de tan cruda muerte,
lleno
de horror exclama de esta suerte:
«¡Oh Reina de las aves
escogida!,
¿por qué quitas la vida
10
a este
pobre animal manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer
alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que
resistencia hallar no quieras,
cebar tus uñas y
tu corbo pico
15
en el frío cadáver de un
borrico?»
Cuando el Escarabajo así decía,
la águila con desprecio se reía,
y sin
usar de más atenta frase,
mata, trincha, devora,
pilla, y vase.
20
El pequeño animal así burlado
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del águila altanera;
—13→
halla solos
los huevos, y arrastrando,
25
uno por uno fuelos despeñando;
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo
tortilla en el instante.
30
La Reina de las aves sin consuelo,
remontando su vuelo,
a Júpiter excelso humilde
llega,
expone su dolor, pídele, ruega
remedie
tanto mal. El dios propicio,
35
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese
el águila sus
huevos, y se fuese;
que a la vuelta colmada de consuelos
encontraría hermosos sus polluelos.
40
Supo el
escarabajo el caso todo:
Astuto e ingenioso hace de modo
que una bola fabrica diestramente
—14→
de la materia en
que continuamente
trabajando se halla,
45
cuyo nombre
se sabe, aunque se calla,
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con
ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido.
50
Júpiter, que se vio con tal basura
al punto
sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico
suceso noticiosa,
55
arrepentida el águila y llorosa
aprendió esta lección a mucho precio:
A nadie se le trate con desprecio,
como al escarabajo,
porque al más miserable,
vil y bajo,
60
—15→
para tomar venganza, si se irrita,
¿le
faltará siquiera una bolita?
Fábula VI
El león vencido por el hombre
Cierto
artífice pintó
una lucha, en que, valiente
un hombre tan solamente
a un horrible león venció,
otro león, que el cuadro vio,
5
sin preguntar
por su autor,
en tono despreciador
dijo: Bien se deja
ver,
que es pintar como querer,
y no fue león
el pintor.
10
—16→
Fábula VII
La zorra y el busto
Dijo la zorra
al busto,
después de olerlo:
«Tu cabeza
es hermosa,
pero sin seso.»
Como
éste hay muchos,
5
que aunque parecen hombres,
sólo son Bustos.
Fábula VIII
El ratón de la corte y el del campo
Un
ratón cortesano
convidó con un modo
muy urbano
—17→
a un ratón campesino.
Diole gordo
tocino,
queso fresco de Holanda,
5
y una despensa llena
de vianda
era su alojamiento,
pues no pudiera haber
un aposento
tan magníficamente preparado,
aunque
fuese en Ratópolis buscado
10
con el mayor esmero,
para alojar a Roepan Primero.
Sus sentidos allí
se recreaban;
las paredes y techos adornaban,
entre
mil ratonescas golosinas,
15
salchichones, perniles y cecinas.
Saltaban de placer, ¡oh qué embeleso!,
de pernil
en pernil, de queso en queso.
En esta situación
tan lisonjera
llega la despensera.
20
—18→
Oyen el ruido,
corren, se agazapan,
pierden el tino, mas al fin se escapan
atropelladamente
por cierto pasadizo abierto a diente.
«¡Esto tenemos!, dijo el campesino;
25
reniego yo del
queso, del tocino,
y de quien busca gustos
entre los
sobresaltos y los sustos.»
Volviose
a su campaña en el instante
y estimó mucho
más de allí adelante,
30
sin zozobra, temor
ni pesadumbres,
su casita de tierra y sus legumbres.
Fábula IX
El herrero y el perro
Un herrero
tenía
un perro que no hacía
—19→
sino
comer, dormir y estarse echado;
de la casa jamás
tuvo cuidado;
levantábase sólo a mesa puesta;
5
entonces con gran fiesta
al dueño se acercaba,
con perrunas caricias lo halagaba,
mostrando de cariño
mil excesos
por pillar las piltrafas y los huesos.
10
«He llegado a notar, le dijo el amo,
que aunque nunca
te llamo
a la mesa, te llegas prontamente;
en la fragua
jamás te vi presente,
y yo me maravillo
15
de
que no despertándote el martillo,
te desveles al
ruido de mis dientes.
Anda, anda, poltrón; no es
bien que cuentes
que el amo, hecho un gañán
y sin reposo,
te mantiene a lo Conde muy ocioso.»
20
—20→
El perro le responde:
«¿Qué más tiene que
yo cualquiera Conde?
Para no trabajar debo al destino
haber nacido perro, y no pollino.-
Pues, señor
Conde, fuera de mi casa;
25
verás en las demás
lo que te pasa.»
En efecto salió a probar fortuna,
y las casas anduvo de una en una.
Allí le hacen
servir de centinela
y que pase la noche toda en vela,
30
acá de lazarillo, y de danzante,
allá
dentro de un torno, a cada instante,
asa la carne que
comer no espera.
Al cabo conoció de esta manera
que el destino, y no es cuento,
35
a todos nos cargó
como al jumento.
—21→
Fábula X
La zorra y la cigüeña
Una
zorra se empeña
en dar una comida a la Cigüeña;
la convidó con tales expresiones,
que anunciaban
sin duda provisiones
de lo más excelente y exquisito.
5
Acepta alegre, va con apetito;
pero encontró
en la mesa solamente
gigote claro sobre chata fuente.
En vano a la comida picoteaba,
pues era para el guiso
que miraba
10
inútil tenedor su largo pico.
La
Zorra con la lengua y el hocico
limpió tan bien
su fuente, que pudiera
servir de fregatriz, si a Holanda
fuera.
—22→
Mas de allí a poco tiempo, convidada
15
de la cigüeña, halla preparada
una redoma
de gigote llena;
allí fue su aflicción,
allí su pena;
el hocico goloso al punto asoma
al cuello de la hidrópica redoma,
20
mas en vano,
pues era tan estrecho,
cual si por la Cigüeña
fuese hecho.
Envidiosa de ver que a conveniencia
chupaba
la del pico a su presencia,
vuelve, tienta, discurre,
25
huele, se desatina, en fin se aburre;
marchó
rabo entre piernas, tan corrida,
que ni aun tuvo siquiera
la salida
de decir: están verdes, como antaño.
También hay para pícaros
engaño.
30
—23→
Fábula XI
Las moscas
A un panal de rica
miel
dos mil Moscas acudieron,
que por golosas
murieron
presas de patas en él.
Otras dentro
de un pastel
5
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los
humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio
que los domina.
10
—24→
Fábula XII
El leopardo y las monas
No a
pares, a docenas encontraba
las Monas en Tetuán,
cuando cazaba,
un Leopardo; apenas lo veían,
a los árboles todas se subían,
quedando
del contrario tan seguras,
5
que pudiera decir: No están
maduras.
El cazador, astuto, se hace el muerto
tan
vivamente, que parece cierto.
Hasta las viejas Monas
alegres en el caso y juguetonas,
10
empiezan a saltar;
la más osada
baja, arrímase al muerto de
callada,
—25→
mira, huele y aún tienta,
y grita
muy contenta:
«Llegad, que muerto está de todo
punto,
15
tanto, que empieza a oler el tal difunto.»
Bajan todas con bulla y algazara:
Ya le tocan la cara,
ya le saltan encima,
aquélla se le arrima,
20
y haciendo mimos, a su lado queda;
otra se finge muerta
y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas
de
correr, de saltar y hacer monadas
levántase ligero,
25
y más que nunca fiero,
pilla, mata, devora,
de manera
que parecía la sangrienta fiera,
cubriendo
con los muertos la campaña,
al Cid matando moros
en España.
30
—26→
Es el peor
enemigo el que aparenta
no poder causar daño; porque
intenta,
inspirando confianza,
asegurar su golpe de
venganza.
Fábula XIII
El ciervo en la fuente
Un ciervo
se miraba
en una hermosa cristalina fuente;
placentero
admiraba
los enramados cuernos de su frente,
pero al
ver sus delgadas, largas piernas,
5
al alto cielo daba
quejas tiernas.
«¡Oh Dioses! ¿A qué
intento,
a esta fábrica hermosa de cabeza
construís
su cimiento
sin guardar proporción en la belleza?
10
—27→
¡Oh qué pesar! ¡Oh qué dolor profundo!
¡No haber gloria cumplida en este mundo!»
Hablando
de esta suerte
el ciervo, vio venir a un lebrel fiero.
Por evitar su muerte
15
parte al espeso bosque muy ligero;
pero el cuerno retarda su salida,
con una y otra rama
entretejida.
Mas libre del apuro
a duras penas, dijo con espanto:
20
«Si me veo seguro,
pese a mis cuernos, fue por correr tanto;
lleve el
diablo lo hermoso de mis cuernos,
haga mis feos pies el
cielo eternos.»
Así
frecuentemente
25
el hombre se deslumbra con lo hermoso;
—28→
elige lo aparente,
abrazando tal vez lo más
dañoso;
pero escarmiente ahora en tal cabeza:
El útil bien es la mejor belleza.
30
Fábula XIV
El león y la zorra
Un
león en otro tiempo poderoso,
ya viejo y achacoso,
en vano perseguía, hambriento y fiero,
al mamón
becerrillo y al cordero,
que trepando por la áspera
montaña,
5
huían libremente de su saña.
Afligido de la hambre a par de muerte
discurrió
su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se
hallaba
enfermo en su palacio, y deseaba
10
—29→
ser de los
animales visitado.
Acudieron algunos de contado;
mas
como el grave mal que lo postraba
era un hambre voraz,
tan sólo usaba
la receta exquisita
15
de engullirse
al Monsieur de la visita.
Acércase la zorra de
callada,
y a la puerta asomada
atisba muy despacio
la entrada de aquel cóncavo palacio.
20
El León
la divisó y en el momento
la dice: «Ven acá;
pues que me siento
en el último instante de mi
vida,
visítame como otros, mi querida.-
¡Cómo
otros! ¡Ah señor!, he conocido
25
que entraron,
sí, pero que no han salido.
Mirad, mirad la huella,
bien claro lo dice ella;
—30→
y no es bien el entrar do
no se sale.»
La prudente cautela
mucho vale.
30
Fábula XV
La cierva y el cervato
A una
cierva decía
su tierno cervatillo: «Madre mía,
¡es posible que un perro solamente
al bosque te haga
huir cobardemente,
siendo él mucho menor, menos
pujante!
5
¿Por qué no has de ser tú más
arrogante?-
Todo es cierto, hijo mío;
y cuando
así lo pienso, desafío
a mis solas a veinte
perros juntos.
Figúrome luchando, y que difuntos
10
dejo a los unos; que otros, falleciendo,
pisándose
las tripas, van huyendo
—31→
en vano de la muerte,
y a
todos venzo de gallarda suerte;
mas si embebida en este
pensamiento,
15
a un perro ladrar siento,
escapo más
ligera que un venablo,
y mi victoria se la lleva el diablo.»
A quien no sea de animo esforzado
no armarlo de soldado,
20
pues por más que, al
mirarse la armadura,
piense, en tiempo de paz, que su
bravura
herirá, matará cuanto acometa;
en oyendo en campaña la trompeta,
hará
lo que la corza de la historia,
25
mas que el Diablo se
lleve la victoria.
—32→
Fábula XVI
El labrador y la cigüeña
Un
labrador miraba
con duelo su sembrado,
porque gansos
y grullas
de su trigo solían hacer pasto.
Armó
sin más tardanza
5
diestramente sus lazos,
y
cayeron en ellos
la cigüeña, las grullas,
y los gansos.
«Señor rústico, dijo
la
cigüeña temblando,
10
quíteme las prisiones,
pues no merezco pena de culpados:
La Diosa Ceres sabe,
que lejos de hacer daño,
—33→
limpio de sabandijas,
15
de culebras y víboras los campos.-
Nada me
satisface,
respondió el hombre airado:
Te hallé
con delincuentes,
con ellos morirás entre mis manos».
20
La inocente cigüeña
tuvo el fin desgraciado
que pueden prometerse
los
buenos que se juntan con los malos.
Fábula XVII
La serpiente y la lima
En casa
de un cerrajero
entró la serpiente un día,
y la insensata mordía
en una lima de acero.
—34→
Díjole la lima: «El mal
5
necia será para ti;
¿cómo has de hacer mella
en mí
que hago polvos el metal?»
Quien
pretende sin razón
al más fuerte derribar,
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no consigue sino dar
coces contra el aguijón.
Fábula XVIII
El calvo y la mosca
Picaba impertinente
en la espaciosa calva de un anciano
una mosca insolente.
Quiso matarla, levantó la mano,
tiró
un cachete, pero fuese salva,
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hiriendo el golpe la redonda
calva.
—35→
Con risa desmedida
la mosca
prorrumpió: «Calvo maldito
si quitarme la vida
intentaste por un leve delito,
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¿a qué pena
condenas a tu brazo
bárbaro ejecutor de tal porrazo?-
»Al que obra con malicia,
le respondió
el varón prudentemente,
rigurosa justicia
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debe dar el castigo conveniente,
y es bien ejercitarse
la clemencia
en el que peca por inadvertencia.
»Sabe,
mosca villana,
que coteja el agravio recibido
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la
condición humana
según la mano de donde
ha venido»;
que el grado de la ofensa
tanto asciende
cuanto sea más vil aquel que ofende.
—36→
Fábula XIX
Los dos amigos y el oso
A dos
amigos se aparece un oso:
El uno muy medroso,
en
las ramas de un árbol se asegura;
el otro abandonado
a la ventura,
se finge muerto repentinamente.
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El Oso
se le acerca lentamente:
mas como este animal, según
se cuenta,
de cadáveres nunca se alimenta,
sin
ofenderlo lo registra y toca,
huelele las narices y la
boca;
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no le siente el aliento,
ni el menor movimiento,
y así se fue diciendo sin recelo:
«Este tan
muerto está como mi abuelo.»
—37→
Entonces el cobarde
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de su grande amistad haciendo alarde,
del árbol
se desprende muy ligero,
corre, llega y abraza al compañero,
pondera la fortuna
de haberlo hallado sin lesión
alguna.
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Y al fin le dice: «Sepas que he notado
que
el oso te decía algún recado.
¿Qué
pudo ser? -direte lo que ha sido;
estas dos palabritas
al oído:
Aparta tu amistad de
la persona
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que si te ve en el riesgo, te abandona.»
Fábula XX
La águila, la gata y la jabalina
Una
águila anidó sobre una encina.
Al pie
criaba cierta jabalina,
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y era un hueco del tronco corpulento
de una gata y sus crías aposento.
Esta gran
marrullera
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sube al nido del águila altanera,
y con fingidas lágrimas la dice:
«¡Ay mísera
de mí!, ¡ay infelice!
Este sí que es trabajo:
La vecina que habita el cuarto bajo,
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como tú
misma ves, el día pasa
hozando los cimientos de
la casa.
La arruinará; y en viendo la traidora
por tierra a nuestros hijos los devora.»
Después
que dejó el águila asustada,
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a la cueva
se baja de callada,
y dice a la cerdosa: «Buena amiga,
has de saber que el águila enemiga,
cuando saques
tus crías hacia el monte,
las ha de devorar; así
disponte.»
20
—39→
La gata aparentando que temía
se
retiró a su cuarto, y no salía
sino de noche
que con maña astuta
abastecía su pequeña
gruta.
La jabalina, con tan triste nueva,
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no salió
de su cueva.
La águila, en el ramaje temerosa
haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias
la hambre mata,
y de ellas hizo víveres la gata.
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Jóvenes, ojo alerta,
gran cuidado;
que un chismoso en amigo disfrazado,
con capa de amistad cubre sus trazas,
y así causan
el mal sus añagazas.
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Libro segundo
Fábula primera
El león con su ejército
A D. Javier
María de Munibe e Idiáquez, Conde de Peñaflorida,
director perpetuo de la Real Sociedad Vascongada de los amigos
del país