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  —71→  


ArribaAbajoFábula II


El filósofo y la pulga


   Meditando a sus solas cierto día
un pensador filósofo decía:
«El jardín adornado de mil flores,
y diferentes árboles mayores,
con su fruta sabrosa enriquecidos,  5
tal vez entretejidos
con la frondosa vid que se derrama
por una y otra rama,
mostrando a todos lados
las peras y racimos desgajados,  10
es cosa destinada solamente
para que la disfruten libremente
la oruga, el caracol, la mariposa:
No se persuaden ellos otra cosa.
—72→
   »Los pájaros sin cuento,  15
burlándose del viento,
por los aires sin dueño van girando.
El milano cazando
saca la consecuencia:
Para mí los crió la Providencia.  20
El cangrejo, en la playa envanecido
mira los anchos mares, persuadido
a que las olas tienen por empleo
sólo satisfacerle su deseo,
pues cree que van y vienen tantas veces  25
por dejarle en la orilla ciertos peces.
No hay, prosigue el filósofo profundo,
animal sin orgullo en este mundo.
El hombre solamente
puede en esto alabarse justamente.  30
   »Cuando yo me contemplo colocado
en la cima de un risco agigantado,
—73→
imagino que sirve a mi persona
todo el cóncavo cielo de corona.
Veo a mis pies los mares espaciosos,  35
y los bosques umbrosos
poblados de animales diferentes,
las escamosas gentes,
los brutos y las fieras,
y las aves ligeras,  40
y cuanto tiene aliento
en la tierra, en el agua y en el viento,
y digo finalmente: Todo es mío.
¡Oh, grandeza del hombre y poderío!»
   Una pulga que oyó con gran cachaza  45
al filósofo maza,
dijo: «Cuando me miro en tus narices,
como tú sobre el risco que nos dices,
y contemplo a mis pies aquel instante
nada menos que al hombre dominante,  50
—74→
que manda en cuanto encierra
el agua, viento y tierra,
y que el tal poderoso caballero
de alimento me sirve cuando quiero,
concluyó finalmente: Todo es mío.  55
¡Oh grandeza de pulga y poderío!»
Así dijo, y saltando se le ausenta.

   De este modo se afrenta
aun al más poderoso,
cuando se muestra vano y orgulloso.  60

  —75→  


ArribaAbajoFábula III


El cazador y los conejos


   Poco antes que esparciese
sus cabellos en hebras
el rubicundo Apolo
por la faz de la tierra,
de cazador armado,  5
al soto Fabio llega.
Por el nudoso tronco
de cierta encina vieja
sube para ocultarse
en las ramas espesas.  10
Los incautos conejos
alegres se le acercan.
Uno del verde prado
igualaba la hierba;
—76→
otro, cual jardinero,  15
las florecillas riega;
el tomillo y romero
éste y aquel cercenan;
entretanto al más gordo
Fabio su tiro asesta;  20
dispara, y al estruendo
se meten en sus cuevas
tan repentinamente,
que a muchos pareciera,
que, salvo el muerto, a todos  25
se los tragó la tierra.
Después de tal espanto,
¿habrá alguno que crea
que de allí a poco rato
la tímida caterva,  30
olvidando el peligro,
al riesgo se presenta?
—77→

   Cosa extraña parece,
mas no se admiren de ella.
¿Acaso los humanos  35
hacen de otra manera?

  —78→  


ArribaAbajoFábula IV


El filósofo y el faisán

   Llevado de la dulce melodía
del canticio variado y delicioso
que en un bosque frondoso
las aves forman saludando al día,
entró cierta mañana  5
un sabio en los dominios de Diana.
Sus pasos esparcieron el espanto
en la agradable estancia;
interrúmpese el canto;
las aves vuelan a mayor distancia;  10
todos los animales, asustados,
huyen delante de él precipitados,
y el filósofo queda
con un triste silencio en la arboleda.
—79→
Marcha con cauto paso ocultamente;  15
descubre sobre un árbol eminente
a un faisán, rodeado de su cría,
que con amor materno la decía:
«Hijos míos, pues ya que en mis lecciones
largamente os hablé de los milanos,  20
de los buitres y halcones,
hoy hemos de tratar de los humanos.
La oveja en leche y lana
da abrigo y alimento
para la raza humana,  25
y en agradecimiento
a tan gran bienhechora,
la mata el hombre mismo y la devora.
A la abeja, que labra sus panales
artificiosamente,  30
la roba, come, vende sus caudales,
y la mata en ejércitos su gente.
—80→
¿Qué recompensa, en suma,
consigue al fin el ganso miserable
por el precioso bien incomparable,  35
de ayudar a las ciencias con su pluma?
Le da muerte temprana el hombre ingrato,
y hace de su cadáver un gran plato.
Y pues que los humanos son peores
que milanos y azores  40
y que toda perversa criatura,
huiréis con horror de su figura.»
Así charló, y el hombre se presenta.
«Ése es», grita la madre, y al instante
la familia volante  45
se desprende del árbol y se ausenta.
¡Oh, como habló el faisán! Mas, ¡qué dijera
el filósofo exclama, si supiera
que en sus propios hermanos
la ingratitud ejercen los humanos!  50

  —81→  


ArribaAbajoFábula V


El zapatero médico


   Un inhábil y hambriento zapatero
en la corte por médico corría:
Con un contraveneno que fingía
ganó fama y dinero.
   Estaba el Rey postrado en una cama,  5
de una grave dolencia;
para hacer experiencia
del talento del médico, le llama.
   El antídoto pide, y en un vaso
finge el Rey que le mezcla con veneno:  10
Se lo manda beber; el tal Galeno
teme morir, confiesa todo el caso,
   y dice que sin ciencia
logró hacerse doctor de grande precio
—82→
por la credulidad del vulgo necio.  15
Convoca el Rey al pueblo: «¡Qué demencia
   es la vuestra, exclamó, que habéis fiado
la salud francamente
de un hombre a quien la gente
ni aun quería fiarle su calzado!»  20

   Esto para los crédulos se cuenta,
en quienes tiene el charlatán su renta.

  —83→  


ArribaAbajoFábula VI


El murciégalo y la comadreja

   Cayó, sin saber cómo,
un murciégalo a tierra;
al instante le atrapa
la lista comadreja.
Clamaba el desdichado,  5
viendo su muerte cerca.
Ella le dice: «Muere;
que por naturaleza
soy mortal enemiga
de todo cuanto vuela.»  10
El avechucho grita,
y mil veces protesta
que él es ratón, cual todos
los de su descendencia.
—84→
Con esto ¡qué fortuna!  15
el preso se liberta.
Pasado cierto tiempo,
no sé de que manera,
segunda vez le pilla:
Él nuevamente ruega;  20
mas ella le responde
que Júpiter la ordena
tenga paz con las aves,
con los ratones guerra.
«¿Soy yo ratón acaso?,  25
yo creo que estás ciega,
¿quieres ver como vuelo?-
En efecto, le deja,
y a merced de su ingenio
libre el pájaro vuela.  30
—85→
   Aquí aprendió de Esopo
la gente marinera,
murciégalos que fingen
pasaporte y bandera.
No importa que haya pocos  35
ingleses comadrejas;
tal vez puede de un riesgo
sacarnos una treta.

  —86→  


ArribaAbajoFábula VII


La mariposa y el caracol


   Aunque te haya elevado la fortuna
desde el polvo a los cuernos de la luna,
si hablas, Fabio, al humilde con desprecio
tanto como eres grande serás necio.
¡Qué!, ¿te irritas?, ¿te ofende mi lenguaje?  5
«No se habla de ese modo a un personaje.»
Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,
y escucha a un caracol. Vaya de chiste.

   En un bello jardín, cierta mañana,
se puso muy ufana  10
sobre la blanca rosa
una recién nacida mariposa.
El sol resplandeciente
—87→
desde su claro oriente
los rayos esparcía;  15
Ella, a su luz, las alas extendía,
sólo porque envidiasen sus colores
manchadas aves y pintadas flores.
Esta vana, preciada de belleza,
al volver la cabeza,  20
vio muy cerca de sí, sobre una rama,
a un pardo caracol. La bella dama,
irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero,
a mi lado te acercas? Jardinero,
¿de qué sirve que tengas con cuidado  25
el jardín cultivado,
y guarde tu desvelo
la rica fruta del rigor del hielo,
y los tiernos botones de las plantas,
si ensucia y come todo cuanto plantas  30
este vil caracol de baja esfera?
—88→
O mátale al instante, o vaya fuera.-
»Quien ahora te oyese,
si no te conociese,
respondió el caracol, en mi conciencia,  35
que pudiera temblar en tu presencia.
Mas dime, miserable criatura,
que acabas de salir de la basura,
¿puedes negar que aún no hace cuatro días,
que gustosa solías  40
como humilde reptil andar conmigo,
y yo te hacía honor en ser tu amigo?
¿No es también evidente
que eres por línea recta descendiente
de los Orugas, pobres hilanderos,  45
que mirándose en cueros,
de sus tripas hilaban y tejían
un fardo, en que el invierno se metían,
como tú te has metido,
—89→
y aún no hace cuatro días que has salido?  50
Pues si éste fue tu origen y tu casa,
¿por qué tu ventolera se propasa
a despreciar a un caracol honrado?»

   El que tiene de vidrio su tejado,
esto logra de bueno  55
con tirar las pedradas al ajeno.

  —90→  


ArribaAbajoFábula VIII


Los dos titiriteros

   Todo el pueblo, admirado,
estaba en una plaza amontonado,
y en medio se empinaba un titerero,
enseñando una bolsa sin dinero.
«Pase de mano en mano, les decía;  5
señores, no hay engaño, está vacía.»
Se la vuelven; la sopla, y al momento
derrama pesos duros, ¡qué portento!
Levántase un murmullo de repente,
cuando ven por encima de la gente  10
otro titiritero a competencia.
Queda en expectación la concurrencia
con silencio profundo.
Cesó el primero, y empezó el segundo.
—91→
Presenta de licor unas botellas;  15
algunos se arrojaron hacia ellas,
y al punto las hallaron transformadas
en sangrientas espadas.
Muestra un par de bolsillos de doblones;
dos personas, sin duda dos ladrones,  20
les echaron la garra muy ufanos,
y se ven dos cordeles en sus manos.
A un relator cargado de procesos
una letra le enseña de mil pesos.
«Sople usted»; sopla el hombre apresurado,  25
y le cierra los labios un candado.
A un abate arrimado a su cortejo
le presenta un espejo,
y al mirar su retrato peregrino,
se vio con las orejas de pollino.  30
A un santero le manda
que se acerque; le pilla la demanda,
—92→
y allá con sus hechizos
la convirtió en merienda de chorizos.
A un joven desenvuelto y rozagante:  35
le regala un diamante:
Éste le dio a su dama, y en el punto
pálido se quedó como un difunto,
ítem más sin narices y sin dientes.
Allí fue la rechifla de las gentes,  40
la burla y la chacota.
El primer titerero se alborota;
dice por el segundo con denuedo:
«Ese hombre tiene un diablo en cada dedo,
pues no encierran virtud tan peregrina  45
los polvos de la madre Celestina.
Que declare su nombre.»
El concurso lo pide, y el buen hombre
entonces, más modesto que un novicio,
dijo: «No soy el diablo, sino el vicio.»  50

  —93→  


ArribaAbajoFábula IX


El raposo y el perro

   De un modo muy afable y amistoso
el mastín de un pastor con un raposo
se solía juntar algunos ratos,
como tal vez los perros y los gatos
con amistad se tratan. Cierto día  5
el zorro a su compadre le decía:
«Estoy muy irritado;
los hombres por el mundo han divulgado
que mi raza inocente (¡qué injusticia!)
les anda circumcirca en la malicia.  10
¡Ah, maldita canalla!
Si yo pudiera...» En esto el zorro calla,
y erizado se agacha. «Soy perdido,
dice, los cazadores he oído.
—94→
¿Qué me sucede? -Nada.  15
No temas, le responde el camarada;
son las gentes que pasan al mercado.
Mira, mira, cuitado,
marchar haldas en cinta a mis vecinas,
coronadas con cestas de gallinas.»  20
No estoy, dijo el raposo, para fiestas:
Vete con tus gallinas y tus cestas,
y satiriza a otro. Porque sabes
que robaron anoche algunas aves,
¿he de ser yo el ladrón? -En mi conciencia,  25
que hablé, dijo el mastín, con inocencia.
¿Yo pensar que has robado gallinero,
cuando siempre te vi como un cordero?-
¡Cordero!, exclama el zorro; no hay aguante.
Que cordero me vuelva en el instante,  30
si he hurtado el que falta en tu majada.-
¡Hola!, concluye el perro, camarada,
—95→
el ladrón es usted, según se explica.»
El estuche molar al punto aplica
al mísero raposo,  35
para que así escarmiente el cosquilloso,
que de las fabulillas se resiente.
Si no estás inocente,
dime, ¿por qué no bajas las orejas?
Y si acaso lo estás, ¿de qué te quejas?  40



  —96→  

ArribaAbajoLibro cuarto




ArribaAbajoFábula primera


El gato y las aves


   Charlatanes se ven por todos lados,
en plazas y en estrados,
que ofrecen sus servicios, ¡cosa rara!
A todo el mundo por su linda cara.
Éste, químico y médico excelente,  5
cura a todo doliente;
Pero gratis: no se hable de dinero.
El otro, petimetre caballero,
canta, toca, dibuja, borda, danza,
y ofrece la enseñanza  10
gratis, por afición, a cierta gente.
Veremos en la fábula siguiente
—97→
si puede haber en esto algún engaño.
La prudente cautela no hace daño.

   Dejando los desvanes y rincones  15
desiertos de ratones.
El señor Mirrimiz, gato de maña,
se salió de la villa a la campaña.
En paraje sombrío,
a la orilla de un río,  20
de sauces coronado,
en unas matas se quedó agachado.
El gatazo callaba como un muerto,
escuchando el concierto
de dos mil avecillas,  25
que en las ramas cantaban maravillas;
pero callaba en vano,
mientras no se acercaban a su mano
los músicos volantes; pues quería
—98→
Mirrimiz arreglar la sinfonía.  30
   Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,
sacando la cabeza: Bravo, bravo.
La turba calla: Cada cual procura
alejarse o meterse en la espesura;
mas él les persuadió con buenos modos,  35
y al fin logró que le escuchasen todos.
   «No soy gato montés o campesino;
soy honrado vecino
de la cercana villa:
Fui gato de un maestro de capilla;  40
la música aprendí, y aun, si me empeño,
veréis como os la enseño,
pero gratis y en menos de una hora.
¡Qué cosa tan sonora
será el oír un coro de cantores,  45
verbigracia calandrias ruiseñores!»
Con estas y otras cosas diferentes,
—99→
algunas de las aves inocentes
con manso vuelo a Mirrimiz llegaron:
Todas en torno de él se colocaron.  50
Entonces con más gracia
y más diestro que el músico de Tracia,
echando su compás hacia el más gordo,
consigue gratis merendarse un tordo.

  —100→  


ArribaAbajoFábula II


La danza pastoril


   A la sombra que ofrece
un gran peñón tajado,
por cuyo pie corría
un arroyuelo manso,
se formaba en estío  5
un delicioso prado.
Los árboles silvestres
aquí y allí plantados,
el suelo siempre verde
de mil flores sembrado,  10
más agradable hacían
el lugar solitario.
Contento en él pasaba
la siesta, recostado
—101→
debajo de una encina,  15
con el albogue, Bato.
Al son de sus tonadas,
los pastores cercanos,
sin olvidar algunos
la guarda del ganado,  20
descendían ligeros
desde la sierra al llano.
   Las honestas zagalas,
según iban llegando,
bailaban lindamente,  25
asidas de las manos,
en torno de la encina
donde tocaba Bato.
De las espesas ramas
se veía colgando  30
una guirnalda bella
de rosas y amaranto.
—102→
La fiesta presidía
un mayoral anciano;
y ya que el regocijo  35
bastó para descanso,
antes que se volviesen
alegres al rebaño,
el viejo presidente
con su corvo cayado  40
alcanzó la guirnalda
que pendía del árbol,
y coronó con ella
los cabellos dorados
de la gentil zagala  45
que con sencillo agrado
supo ganar a todas
en modestia y recato.
—103→

   Si la virtud premiaran
así los cortesanos,  50
yo sé que no huiría
desde la corte al campo.

  —104→  


ArribaAbajoFábula III


Los dos perros


   Procure ser en todo lo posible,
el que ha de reprehender, irreprehensible.

   Sultán, perro goloso y atrevido,
en su casa robó, por un descuido,
una pierna excelente de carnero.  5
Pinto, gran tragador, su compañero
le encuentra con la presa encarnizado,
ojo al través, colmillo acicalado,
fruncidas las narices y gruñendo.
   «¿Qué cosa estás haciendo,  10
desgraciado Sultán? Pinto le dice;
¿No sabes, infelice,
que un perro infiel, ingrato,
—105→
no merece ser perro, sino gato?
¡Al amo, que nos fía  15
la custodia de casa noche y día,
nos halaga, nos cuida y alimenta,
le das tan buena cuenta,
que le robas, goloso,
la pierna del carnero más jugoso!  20
Como amigo te ruego
no la maltrates más: Déjala luego.-
Hablas, dijo Sultán, perfectamente.
Una duda me queda solamente
para seguir al punto tu consejo:  25
Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?»

  —106→  


ArribaAbajoFábula IV


La moda

   Después de haber corrido
cierto danzante mono
por cantones y plazas,
de ciudad en ciudad, el mundo todo,
logró, dice la historia,  5
aunque no cuenta el cómo,
volverse libremente
a los campos del África orgulloso.
Los monos al viajero
reciben con más gozo  10
que a Pedro el Czar los Rusos,
que los griegos a Ulises generoso.
De leyes, de costumbres
ni él habló ni algún otro
—107→
le preguntó palabra;  15
pero de trajes y de modas todos.
En cierta jerigonza,
con extranjero tono
les hizo un gran detalle
de lo más remarcable a los curiosos.  20
«Empecemos, decían,
aunque sea por poco.»
Hiciéronse zapatos
con cáscaras de nueces, por lo pronto;
toda la raza mona  25
andaba con sus choclos,
y el no traerlos era
faltar a la decencia y al decoro.
Un leopardo hambriento
trepa para los monos:  30
Ellos huir intentan
a salvarse en los árboles del soto.
—108→
Las chinelas lo estorban,
y de muy fácil modo
aquí y allí mataba,  35
haciendo a su placer dos mil destrozos.
En Tetuán, desde entonces
manda el senado docto
que cualquier uso o moda,
de países cercanos o remotos,  40
antes que llegue el caso
de adoptarse en el propio,
haya de examinarse,
en junta de políticos, a fondo.
   Con tan justo decreto  45
y el suceso horroroso,
¿dejaron tales modas?
Primero dejarían de ser monos.

  —109→  


ArribaAbajoFábula V


El lobo y el mastín


   Trampas, redes y perros
los celosos pastores disponían
en lo oculto del bosque y de los cerros,
porque matar querían
a un lobo por el bárbaro delito  5
de no dejar a vida ni un cabrito.
Hallose cara a cara
un mastín con el lobo de repente,
y cada cual se para,
tal como en Zama estaban frente a frente,  10
antes de la batalla, muy serenos
Aníbal y Scipión, ni mas ni menos.
En esta suspensión, treguas propone
el lobo a su enemigo.
—110→
El mastín no se opone,  15
antes le dice: «Amigo,
es cosa bien extraña, por mi vida,
meterse un señor lobo a cabricida.
Ese cuerpo brioso,
y de pujanza fuerte,  20
que mate al jabalí, que venza al oso.
Mas ¿qué dirán al verte
que lo valiente y fiero
empleas en la sangre de un cordero?»
El lobo le responde: «Camarada,  25
tienes mucha razón: En adelante
propongo no comer sino ensalada.»
Se despiden y toman el portante.
   Informados del hecho
los pastores se apuran y patean;  30
agarran al mastín y le apalean.
Digo que fue bien hecho;
—111→
pues en vez de ensalada, en aquel año
se fue comiendo el lobo su rebaño.

   ¿Con una reprehensión, con un consejo  35
se pretende quitar un vicio añejo?

  —112→  


ArribaAbajoFábula VI


La hermosa y el espejo

   Anarda la bella
tenía un amigo
con quien consultaba
todos sus caprichos:
Colores de moda,  5
más o menos vivos,
plumas, sombreretes,
lunares y rizos
jamás en su adorno
fueron admitidos,  10
si él no la decía:
Gracioso, bonito.
Cuando su hermosura,
llena de atractivo,
—113→
en sus verdes años  15
tenía más brillo,
traidoras la roban
(ni acierto a decirlo)
las negras viruelas
sus gracias y hechizos.  20
Llegose al espejo:
Éste era su amigo;
y como se jacta
de fiel y sencillo,
lisa y llanamente  25
la verdad la dijo.
Anarda, furiosa,
casi sin sentido,
le vuelve la espalda,
dando mil quejidos.  30
Desde aquel instante
cuentan que no quiso
—114→
volver a consultas
con el señor mío.
   «Escúchame, Anarda:  35
Si buscas amigos
que te representen
tus gracias y hechizos,
mas que no te adviertan
defectos y aún vicios,  40
de aquellos que nadie
conoce en sí mismo,
dime, ¿de qué modo
podrás corregirlos?»

  —115→  


ArribaAbajoFábula VII


El viejo y el chalán


   «Fabio está, no lo niego, muy notado
de una cierta pasión, que le domina;
mas ¿qué importa, señor? Si se examina,
se verá que es un mozo muy honrado,
   generoso, cortés, hábil, activo,  5
y que de todo entiende
cuanto pide el empleo que pretende.-
Y qué, ¿no se le dan?... ¿Por qué motivo?...»

   Trataba un viejo de comprar un perro
para que le guardase los doblones;  10
le decía el chalán estas razones:
«Con un collar de hierro
   que tenga el animal, échenle gente:
—116→
Es hermoso y pujante,
leal, bravo, arrogante;  15
y aunque tiene la falta solamente
   de ser algo goloso...-
¿Goloso?, dice el rico; no le quiero.-
No es para marmitón ni despensero,
continúa el chalán muy presuroso;  20
   Sino para valiente centinela.-
Menos, concluye el viejo;
dejará que me quiten el pellejo
por lamer entretanto la cazuela.»

  —117→  


ArribaAbajoFábula VIII


La gata con cascabeles


   Salió cierta mañana
Zapaquilda al tejado
con un collar de grana,
de pelo y cascabeles adornado.
Al ver tal maravilla,  5
del alto corredor y la guardilla
van saltando los gatos de uno en uno.
Congrégase al instante
tal concurso gatuno
en torno de la dama rozagante,  10
que entre flexibles colas arboladas
apenas divisarla se podía.
Ella con mil monadas
el cascabel parlero sacudía;
—118→
pero cesando al fin el sonsonete,  15
dijo que por juguete
quitó el collar al perro su señora,
y se lo puso a ella.
Cierto que Zapaquilda estaba bella.
A todos enamora,  20
tanto que en la gatesca compañía,
cuál dice su atrevido pensamiento,
cual se encrespa celoso;
riñen éste y aquél con ardimiento,
pues con ansia quería  25
cada gato soltero ser su esposo.
Entre los arañazos y maullidos
levántase Garraf, gato prudente,
y a los enfurecidos
les grita: «Novel gente,  30
¡gata con cascabeles por esposa!
¿Quién pretende tal cosa?
—119→
¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta,
y que la dama hambrienta
necesita sin duda que el marido,  35
ausente y aburrido,
busque la provisión en los desvanes,
mientras ella, cercada de galanes,
porque el mundo la vea,
de tejado en tejado se pasea?»  40
Marchose Zapaquilda convencida,
y lo mismo quedó la concurrencia.

   ¡Cuántos chascos se llevan en la vida
los que no miran más que la apariencia!

  —120→  


ArribaAbajoFábula IX


El ruiseñor y el mochuelo


   Una noche de mayo,
dentro de un bosque espeso,
donde, según reinaba
la triste oscuridad con el silencio,
parece que tenía  5
su habitación Morfeo;
cuando todo viviente
disfrutaba del dulce y blando sueño,
pendiente de una rama
un ruiseñor parlero  10
empezó con sus ayes
a publicar sus dolorosos celos.
Después de mil querellas,
que llegaron al cielo,
—121→
a cantar empezaba  15
la antigua historia del infiel Tereo
cuando, sin saber cómo,
un cazador mochuelo
al músico arrebata
entre las corvas uñas prisionero.  20
Jamás Pan con la flauta
igualó sus gorjeos,
ni resonó tan grata
la dulce lira del divino Orfeo;
no obstante, cuando daba  25
sus últimos lamentos,
los vecinos del bosque
aplaudían su muerte; yo lo creo.
Si con sus serenatas
el mismo Farinelo  30
viniese a despertarme
mientras que yo dormía en blando lecho,
—122→
en lugar de los bravos,
diría: «Caballero,
¡que no viniese ahora  35
para tal ruiseñor algún mochuelo!»

   Clori tiene mil gracias,
¿y qué logra con eso?
Hacerse fastidiosa
por no querer usarlas a su tiempo.  40

  —123→  


ArribaAbajoFábula X


El amo y el perro

   «Callen todos los perros de este mundo
donde está mi Palomo:
Es fiel, decía el amo, sin segundo,
y me guarda la casa... Pero ¿cómo?
   »Con la despensa abierta  5
le dejé cierto día:
En medio de la puerta,
de guardia se plantó con bizarría.
   »Un formidable gato,
en vez de perseguir a los ratones,  10
se venía, guiado del olfato,
a visitar chorizos y jamones.
   »Palomo le despide buenamente;
el gatazo se encrespa y acalora;
—124→
riñen sangrientamente,  15
y mi Guarda-jamones le devora.»
   Esto contaba el amo a sus amigos,
y después a su casa se los lleva
a que fuesen testigos
de tal fidelidad en otra prueba.  20
Tenía al buen Palomo prisionero
entre manidas pollas y perdices;
los sebosos riñones de un carnero
casi casi le untaban las narices.
   Dentro de este retiro a penitencia  25
el triste fue metido
después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
   abre con sus amigos el encierro:
sale rabo entre piernas, agachado;  30
al amo se acercaba el pobre perro,
lamiéndose el hocico ensangrentado.
—125→
   El dueño se alborota y enfurece
con tan fatales nuevas.
   Yo le preguntaría: ¿Y qué merece  35
quien la virtud expone a tales pruebas?

  —126→  


ArribaAbajoFábula XI


Los dos cazadores


   Que en una marcial función,
o cuando el caso lo pida,
arriesgue un hombre su vida,
digo que es mucha razón.
   Pero el que por diversión  5
exponer su vida quiera
a juguete de una fiera
o peligros no menores,
sepa de dos cazadores
una historia verdadera.  10

   Pedro Ponce el valeroso
y Juan Carranza el prudente
vieron venir frente a frente
—127→
al lobo más horroroso.
El prudente, temeroso,  15
a una encina se abalanza,
y cual otro Sancho Panza,
en las ramas se salvó.
Pedro Ponce allí murió.
Imitemos a Carranza.  20

  —128→  


ArribaAbajoFábula XII


El gato y el cazador

   Cierto gato, en poblado descontento,
por mejorar sin duda de destino
(que no sería gato de convento),
pasó de ciudadano a campesino.
Metiose santamente  5
dentro de una covacha, mas no lejos
de un gran soto poblado de conejos.
Considere el lector piadosamente
si el novel ermitaño
probaría la hierba en todo el año.  10
Lo mejor de la caza devoraba,
haciendo mil excesos;
mas al fin, por el rastro que dejaba
de plumas y de huesos,
—129→
un cazador lo advierte: Le persigue;  15
arma trampas y redes con tal maña,
que al instante consigue
atrapar la carnívora alimaña.
Llégase el cazador al prisionero;
quiere darle la muerte;  20
el animal le dice: «Caballero,
duélase de la suerte
de un triste pobrecito,
metido en la prisión, y sin delito.-
¿Sin delito, me dices,  25
cuando sé que tus uñas y tus dientes
devoran infinitos inocentes?-
Señor, eran conejos y perdices,
y yo no hacía más, a fe de gato,
que lo que ustedes hacen en el plato.-  30
Ea, pícaro, muere;
que tu mala razón no satisface.»
—130→
   Con que sea la cosa que se fuere,
¿La podrá usted hacer, si otro la hace?

  —131→  


ArribaAbajoFábula XIII


El pastor

   Salicio usaba tañer
la zampoña todo el año,
y por oírle el rebaño,
se olvidaba de pacer.
   Mejor sería romper  5
la zampoña al tal Salicio;
porque si causa perjuicio,
en lugar de utilidad,
la mayor habilidad,
en vez de virtud, es vicio.  10

  —132→  


ArribaAbajoFábula XIV


El tordo flautista

   Era un gusto el oír, era un encanto,
a un tordo gran flautista; pero tanto,
que en la gaita gallega,
o la pasión me ciega,
o a Misón le llevaba mil ventajas.  5
   Cuando todas las aves se hacen rajas
saludando a la aurora,
y la turba confusa charladora
la canta sin compás y con destreza
todo cuanto la viene a la cabeza,  10
el flautista empezó: Cesó el concierto
los pájaros con tanto pico abierto
oyeron en un tono soberano
las folías, la gaita y el villano.
—133→
   Al escuchar las aves tales cosas,  15
quedaron admiradas y envidiosas.
Los jilgueros, preciados de cantores,
los vanos ruiseñores,
unos y otros corridos,
callan, entre las hojas escondidos.  20
Ufano el tordo grita: «Camaradas,
ni saben ni sabrán estas tonadas
los pájaros ociosos,
sino los retirados estudiosos.
   »Sabed que con un hábil zapatero  25
estudié un año entero:
Él dale que le das a sus zapatos,
y alternando, silbábamos a ratos.
En fin, viéndome diestro,
vuela al campo, me dice mi maestro,  30
y harás ver a las aves de mi parte
lo que gana el ingenio con el arte.

  —134→  


ArribaAbajoFábula XIV


El raposo y el lobo


   Un triste raposo
por medio del llano
marchaba sin piernas,
cual otro soldado,
que perdió las suyas  5
allá en Campo Santo.
Un lobo le dijo:
«Hola, buen hermano,
diga ¿en qué refriega
quedó tan lisiado?-  10
¡Ay de mí!, responde;
un maldito rastro
me llevó a una trampa,
donde por milagro,
—135→
dejando una pierna,  15
salí con trabajo.
Después de algún tiempo
iba yo cazando,
y en la trampa misma
dejé pierna y rabo.»  20
El lobo le dice:
«Creíble es el caso.
Yo estoy tuerto, cojo
y desorejado
por ciertos mastines,  25
guardas de un rebaño.
Soy de estas montañas
el lobo decano;
y como conozco
las mañas de entrambos,  30
temo que acabemos,
no digo enmendados,
—136→
sino tú en la trampa,
y yo en el rebaño.»

   ¡Que el ciego apetito  35
pueda arrastrar tanto!
A los brutos pase,
¡pero a los humanos!...

  —137→  


ArribaAbajoFábula XVI


El ciudadano pastor


   Cierto joven leía
en versos excelentes
las dulces pastorales
con el mayor deleite.
Tenía la cabeza  5
llena de prados, fuentes,
pastores y zagalas,
zampoñas y rabeles.
Al fin, cierta mañana
prorrumpe de esta suerte:  10
«¡Yo he de estar prisionero,
cercado de paredes,
esclavo de los hombres,
y sujeto a las leyes,
—138→
pudiendo entre pastores  15
grata y sencillamente
disfrutar desde ahora
la libertad campestre!
De la ciudad al bosque
me marcho para siempre.  20
Allí Naturaleza
me brinda con sus bienes,
los árboles y ríos
con frutas y con peces,
los ganados y abejas  25
con la miel y la leche;
hasta las duras rocas
habitación me ofrecen
en grutas coronadas
de pámpanos silvestres.  30
Desde tan bella estancia,
¿cuántas y cuántas veces,
—139→
al son de dulces flautas,
y sonoros rabeles,
oiré los pastores  35
que discretos contienden,
publicando en sus versos
amores inocentes?
Como que ya diviso
entre el ramaje verde  40
a la pastora Nise,
que al lado de una fuente,
sentada al pie de un olmo,
una guirnalda teje.
¿Si será para Mopso?...»  45
   Tanto el joven enciende
su loca fantasía,
que ya en fin se resuelve,
y en zagal disfrazado,
en los bosques se mete.  50
—140→
A un rabadán encuentra,
y le pregunta alegre:
«Dime, ¿es de Melibeo
ese ganado? -Miente,
que es mío; y sobre todo,  55
sea de quien se fuere.»
No respondió el buen hombre
muy poéticamente.
El joven, temeroso
de que tal vez le diese  60
con el fiero garrote
que por cayado tiene,
sin chistar más palabra
huyó bonitamente.
Marchaba pensativo,  65
cuando quiso la suerte
que cogiendo bellotas
a la pastora viese.
—141→
«¡Oh Nise fementida!,
exclama; ¡cuántas veces,  70
siendo niña, querías
que yo te recogiese
la fruta con rocío
de mis manzanos verdes!»
Diciendo así, se acerca,  75
la moza se revuelve,
y dándole un bufido,
en las breñas se mete.
Sorprendido el mancebo,
dice: «¿Qué me sucede?  80
¿Son estos los pastores
discretos, inocentes,
que pintan los poetas
tan delicadamente?
A nuevos desengaños  85
ya no quiero exponerme.»
—142→
Rendido, caviloso,
a la ciudad se vuelve.

   Yo siento a par del alma
que no se detuviese  90
a disfrutar un poco
de la vida campestre.
Por mi fe, que las migas,
el pastoril albergue,
el rigor del verano,  95
los hielos y las nieves
le hubieran persuadido
mucho más vivamente.
   Que es un solemne loco
todo aquel que creyere  100
hallar en la experiencia
cuanto el hombre nos pinta por deleite.

  —143→  


ArribaAbajoFábula XVII


El ladrón


   Por catar una colmena
cierto goloso ladrón,
del venenoso aguijón
tuvo que sufrir la pena.
   «La miel, dice, está muy buena:  5
es un bocado exquisito;
por el aguijón maldito
no volveré al colmenar.»

   ¡Lo que tiene el encontrar
la pena tras el delito!  10

  —144→  


ArribaAbajoFábula XVIII


El joven filósofo y sus compañeros


   Un joven educado
con el mayor cuidado
por un viejo filósofo profundo,
salió por fin a visitar el mundo.
Concurrió cierto día,  5
entre civil y alegre compañía,
a una mesa abundante y primorosa.
«¡Espectáculo horrendo! ¡Fiera cosa!
¡La mesa de cadáveres cubierta
a la vista del hombre!... ¡Y éste acierta  10
a comer los despojos de la muerte!»
El joven declamaba de esta suerte.
   Al son de filosóficas razones,
—145→
devorando perdices y pichones,
le responden algunos concurrentes:  15
Si usted ha de vivir entre las gentes,
deberá hacerse a todo.»
Con un gracioso modo,
alabando el bocado de exquisito,
le presentan un gordo pajarito.  20
«Cuanto usted ha exclamado será cierto;
mas, en fin, le decían, ya está muerto.
Pruébelo por su vida... Considere
que otro le comerá, si no le quiere.»
   La ocasión, las palabras, el ejemplo,  25
y según yo contemplo,
yo no sé qué olorcillo
que exhalaba el caliente pajarillo,
al joven persuadieron de manera,
que al fin se le comió. «¡Quién lo dijera!  30
¡Haber yo devorado un inocente!»
—146→
Así exclamaba, pero fríamente.
Lo cierto es, que llevado de aquel cebo,
con más facilidad cayó de nuevo.
La ocasión se repite  35
de uno en otro convite,
y de una codorniz a una becada,
llegó el joven al fin de la jornada,
olvidando sus máximas primeras,
a ser devorador como las fieras.  40

   De esta suerte los vicios se insinúan,
crecen, se perpetúan
dentro del corazón de los humanos,
hasta ser sus señores y tiranos.
Pues ¿qué remedio?... Incautos jovencitos,  45
cuenta con los primeros pajaritos.

  —147→  


ArribaFábula XIX


El elefante, el toro, el asno y los demás animales


   Los mansos y los fieros animales,
a que se remediasen ciertos males
desde los bosques llegan,
y en la rasa campaña se congregan.
Desde la más pelada y alta roca  5
un asno trompetero los convoca.
El concurso ya junto,
instruido también en el asunto
(Pues a todos por Júpiter previno
con cédula ante diem el pollino),  10
Imponiendo silencio el elefante,
así dijo: «Señores, es constante
en todo el vasto mundo,
—148→
que yo soy en lo fuerte sin segundo:
los árboles arranco con la mano1,  15
venzo al león, y es llano
que un golpe de mi cuerpo en la muralla
abre sin duda brecha. A la batalla
llevo todo un castillo guarnecido;
en la paz y en la guerra soy tenido  20
por un bruto invencible,
no solo por mi fuerza irresistible,
por mi gordo coleto y grave masa,
que hace temblar la tierra donde pasa.
   »Mas, señores, con todo lo que cuento,  25
solo de vegetales me alimento,
y como a nadie daño, soy querido,
mucho más respetado que temido.
Aprended, pues, de mí, crueles fieras,
—149→
las que hacéis profesión de carniceras,  30
y no hagáis por comer atroces muertes,
puesto que no seréis, ni menos fuertes,
ni menos respetadas,
sino muy estimadas
de grandes y pequeños animales,  35
viviendo, como yo, de vegetales.-
Gran pensamiento, dicen, gran discurso;
y nadie se le opone del concurso.
   Habló después un toro de Jarama:
Escarba el polvo, cabecea, brama.  40
«Vengan, dice, los lobos y los osos,
si son tan poderosos,
y en el circo verán con que donaire
les haré que volteen en el aire.
¡Que!, ¿son menos gallardos y valientes  45
mis cuernos que sus garras y sus dientes?
Pues ¿por qué los villanos carniceros
—150→
han de comer mis vacas y terneros?
Y si no se contentan
con las hojas y hierbas, que alimentan  50
en los bosques y prados
a los más generosos y esforzados,
que muerdan de mis cuernos al instante,
o si no, de la trompa al elefante.»
La asamblea aprobó cuanto decía  55
el toro con razón y valentía,
    Seguíase a los dos en el asiento,
por falta de buen orden, el jumento,
y con rubor expuso sus razones.
«Los milanos, prorrumpe, y los halcones  60
(no ofendo a los presentes, ni quisiera),
sin esperar tampoco a que me muera,
hallan para sus uñas y su pico
estuche entre los lomos del borrico.
Ellos querrán ahora como bobos,  65
—151→
comer la hierba a los señores lobos.
Nada menos: aprendan los malditos
de las chochaperdices o chorlitos,
que, sin hacer a los jumentos guerra,
envainan sus picotes en la tierra;  70
y viva todo el mundo santamente,
sin picar ni morder en lo viviente.-
   Necedad, disparate, impertinencia,
gritaba aquí y allí la concurrencia.-
Haya silencio, claman, haya modo.»  75
Alborótase todo:
Crece la confusión, la grita crece;
Por más que el elefante se enfurece,
se deshizo en desorden la asamblea.
Adiós, gran pensamiento: adiós, idea.  80

   Señores animales, yo pregunto:
¿Habló el asno tan mal en el asunto?
—152→
¿Discurrieron tal vez con más acierto
el elefante y toro? No por cierto.
Pues ¿por qué solamente al buen pollino  85
le gritan disparate, desatino?
Porque nadie en razones se paraba,
sino en la calidad de quien hablaba.

    Pues, amigo elefante, no te asombres.
Por la misma razón entre los hombres  90
se desprecia una idea ventajosa.
¡Qué preocupación tan peligrosa!






 
 
FIN