No basta que sea buena la materia de un escrito, es menester
que también lo sea el modo de tratarla
Cerca de una encajera
vivía
un fabricante de galones.
«Vecina, ¡quién creyera
-le dijo- que valiesen más doblones
de tu encaje
tres varas,
5
que diez de un galón de oro de dos
caras!»
«De que a tu mercancía
-esto es lo que ella respondió al vecino-
tanto
exceda la mía,
aunque en oro trabajas, y yo en lino,
10
no debes admirarte,
pues más que la materia
vale el arte».
Quien desprecie
el estilo
y diga que a las cosas sólo atiende,
advierta que si el hilo
15
más que el noble metal
caro se vende,
también da la elegancia
su principal
valor a la sustancia.
El cazador y el hurón
A los que se aprovechan de las noticias de otros y tienen
la ingratitud de no citarlos
Cargado
de conejos
y muerto de calor,
una tarde de lejos
a su casa volvía un cazador.
Encontró
en el camino,
5
muy cerca del lugar,
a un amigo y vecino,
y su fortuna le empezó a contar:
«Me
afané todo el día
-le dijo-, pero ¿qué?,
10
si mejor cacería
no la he logrado ni la lograré.
Desde por la mañana
es cierto que sufrí
una buena solana,
15
mas ¡mira
qué gazapos traigo aquí!
Te
digo y te repito,
fuera de vanidad,
que en todo este
distrito
no hay cazador de más habilidad».
20
Con el oído atento
escuchaba
un hurón
este razonamiento
desde el corcho en
que tiene su mansión;
y
el puntiagudo hocico
25
sacando por la red,
dijo a su
amo: «Suplico
dos palabritas, con perdón de usted.
Vaya, ¿cuál de nosotros
fue el que más trabajó?
30
Esos gazapos
y otros
¿quién se los ha cazado sino yo?
Patrón, ¿tan poco valgo
que
me tratan así?
Me parece que en algo
35
bien se
pudiera hacer mención de mí».
Cualquiera
pensaría
que este aviso moral
seguramente haría
al cazador gran fuerza; pues no hay tal.
40
Se
quedó tan sereno
como ingrato escritor
que del
auxilio ajeno
se aprovecha, y no cita al bienhechor.
El gallo, el cerdo y el cordero
Suelen ciertos autores sentar como principios infalibles
del arte aquello mismo que ellos practican
Había
en un corral un gallinero;
en este gallinero un gallo
había;
y detrás del corral, en un chiquero,
un marrano gordísimo yacía.
Ítem
más, se criaba allí un cordero,
5
todos ellos
en buena compañía;
y ¿quién ignora
que estos animales
juntos suelen vivir en los corrales?
Pues (con perdón de ustedes)
el cochino
dijo un día al cordero: «¡Qué
agradable,
10
qué feliz, qué pacífico
destino
es el poder dormir! ¡Qué saludable!
Yo
te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola,
15
roncar bien y dejar
rodar la bola».
El gallo, por
su parte, al tal cordero
dijo en otra ocasión: «Mira,
inocente,
para estar sano, para andar ligero,
es menester
dormir muy parcamente.
20
El madrugar, en julio u en febrero,
con estrellas, es método prudente,
porque el sueño
entorpece los sentidos,
deja los cuerpos flojos y abatidos».
Confuso, ambos dictámenes
coteja
25
el simple corderillo, y no adivina
que lo que
cada uno le aconseja
no es más que aquello mismo
a que se inclina.
Acá entre los autores, ya es muy
vieja
la trampa de sentar como doctrina
30
y gran regla,
a la cual nos sujetamos,
lo que en nuestros escritos practicamos.
El pedernal y el eslabón
La Naturaleza y el Arte han de ayudarse recíprocamente
Al eslabón de crüel
trató el pedernal un día,
porque a menudo
le hería
para sacar chispas de él.
Riñendo
éste con aquél,
5
al separarse los dos,
«Quedaos -dijo- con Dios.
¿Valéis vos algo sin
mí?»
Y el otro responde: «Sí,
lo que sin
mí valéis vos».
10
Este
ejemplo material
todo escritor considere,
que el largo
estudio no uniere
al talento natural.
Ni da lumbre el
pedernal
15
sin auxilio de eslabón,
ni hay buena
disposición
que luzca faltando el arte.
Si obra
cada cual aparte,
ambos inútiles son.
20
El juez y el bandolero
La costumbre inveterada no debe autorizar lo que la razón
condena
Prendieron, por
fortuna, a un bandolero,
a tiempo, cabalmente,
que
de vida y dinero
estaba despojando a un inocente.
Hízole
cargo el juez de su delito,
5
y él respondió:
«Señor, desde chiquito
fui gato algo feliz en raterías;
luego hebillas, relojes, capas, cajas,
espadines robé,
y otras alhajas;
después, ya entrado en días,
10
escalé casas; y hoy, entre asesinos,
soy salteador
famoso de caminos.
Conque vueseñoría no se
espante
de que yo robe y mate a un caminante,
porque
este y otros daños
15
los he estado yo haciendo
cuarenta años».
¿Al bandolero
culpan?
Pues, por ventura, ¿dan mejor salida
los que,
cuando disculpan
en las letras su error o su mal gusto,
20
alegan la costumbre envejecida
contra el dictamen
racional y justo?
La criada y la escoba
Hay correctores de obras ajenas que añaden más
errores de los que corrigen
Cierta
criada la casa barría
con una escoba muy puerca
y muy vieja.
«Reniego yo de la escoba -decía-;
con su basura y pedazos que deja
por donde pasa,
5
aun
más ensucia que limpia la casa».
Los
remendones que escritos ajenos
corregir piensan, acaso
de errores
suelen dejarlos diez veces más llenos...
Mas no haya miedo que de estos señores
10
diga
yo nada.
¡Que se lo diga por mí la criada!
El naturalista y las lagartijas
A ciertos libros se les hace demasiado favor en criticarlos
Vio en una huerta
dos
lagartijas
cierto curioso
naturalista.
Cógelas
ambas,
5
y a toda prisa
quiere hacer de ellas
anatomía.
Ya me ha pillado
la más rolliza;
10
miembro
por miembro
ya me la trincha.
El microscopio
luego
la aplica.
Patas y cola,
15
pellejo y tripas,
ojos
y cuello,
lomo y barriga:
todo lo aparta
y lo examina.
20
Toma la pluma,
de nuevo mira,
escribe un poco,
recapacita.
Sus mamotretos
25
después registra;
vuelve a la propia
carnicería.
Varios curiosos
de su pandilla
30
entran a verle.
Dales noticia
de
lo que observa:
unos se admiran,
otros preguntan,
35
otros cavilan.
Finalizada
la anatomía,
cansóse
el sabio
de lagartija.
40
Soltó la otra,
que
estaba viva.
Ella se vuelve
a sus rendijas,
en donde,
hablando
45
con sus vecinas,
todo el suceso
las participa.
«No hay que dudarlo,
no -las decía-;
50
con
estos ojos
lo vi yo misma.
Se ha estado el hombre
todito
un día
mirando el cuerpo
55
de nuestra amiga.
¿Y hay quien nos trate
de sabandijas?
¿Cómo
se sufre
tal injusticia,
60
cuando tenemos
cosas tan
dignas
de contemplarse
y andar escritas?
No hay que
abatirse,
65
noble cuadrilla.
¡Valemos mucho,
por más
que digan!»
¿Y querrán
luego
que no se engrían
70
ciertos autores
de
obras inicuas?
Los honra mucho
quien los critica.
No
seriamente,
75
muy por encima
deben notarse
sus fruslerías;
que hacer gran caso
de lagartijas,
80
es dar motivo
de que repitan:
«¡Valemos mucho,
por más que
digan!»
La discordia de los relojes
Los que piensan que con citar una autoridad, buena o
mala, quedan disculpados de cualquier yerro, no advierten
que la verdad no puede ser más de una, aunque las
opiniones sean muchas
Convidados
estaban a un banquete
diferentes amigos, y uno de ellos,
que, faltando a la hora señalada,
llegó
después de todos, pretendía
disculpar su
tardanza. «¿Qué disculpa
5
nos podrás alegar?»
-le replicaron-.
Él sacó su reloj, mostróle
y dijo:
«¿No ven ustedes cómo vengo a tiempo?
Las dos en punto son». «¡Qué disparate!
-le respondieron-,
tu reloj atrasa
10
más de tres cuartos de hora».
«Pero, amigos
-exclamaba el tardío convidado-,
¿qué más puedo yo hacer que dar el texto?
Aquí está mi reloj...» Note el curioso
que era este señor mío como algunos
15
que
un absurdo cometen y se escusan
con la primera autoridad
que encuentran.
Pues, como iba diciendo
de mi cuento,
todos los circunstantes empezaron
a sacar
sus relojes en apoyo
20
de la verdad. Entonces, advirtieron
que uno tenía el cuarto, otro la media,
otro las
dos y veinte y seis minutos,
éste catorce más,
aquél diez menos.
No hubo dos que conformes estuvieran.
25
En fin, todo era dudas y cuestiones.
Pero a la Astronomía cabalmente
era el amo de
casa aficionado;
y consultando luego su infalible,
arreglado
a una exacta meridiana,
30
halló que eran las tres
y dos minutos,
con lo cual puso fin a la contienda,
y
concluyó diciendo: «Caballeros:
si contra la verdad
piensan que vale
citar autoridades y opiniones,
35
para
todo las hay; mas, por fortuna,
ellas pueden ser muchas,
y ella es una».
El topo y otros animales
Nadie confiesa su ignorancia, por más patente
que ella sea
Ciertos animalitos,
todos de cuatro pies,
a la gallina ciega
jugaban una
vez.
Un perrillo, una zorra
5
y un ratón, que son tres;
una ardilla, una liebre
y un mono, que son seis.
Éste
a todos vendaba
los ojos, como que es
10
el que mejor
se sabe
de las manos valer.
Oyó
un topo la bulla
y dijo: «Pues, ¡pardiez!,
que voy allá,
y en rueda
15
me he de meter también».
Pidió que le admitiesen,
y el
mono, muy cortés,
se lo otorgó (sin duda
para hacer burla de él).
20
El
topo a cada paso
daba veinte traspiés,
porque
tiene los ojos
cubiertos de una piel.
Y
a la primera vuelta,
25
como era de creer,
facilísimamente
pillan a su merced.
De ser
gallina ciega
le tocaba la vez;
30
y ¿quién mejor
podía
hacer este papel?
Pero
él, con disimulo,
por el bien parecer,
dijo al
mono: «¿Qué hacemos?
35
Vaya, ¿me venda usted?»
Si el que es ciego y lo sabe
aparenta que ve,
quien sabe que es idiota,
¿confesará
que lo es?
40
El volatín y su maestro
En ninguna facultad puede adelantar el que no se sujeta
a principios
Mientras de
un volatín bastante diestro
un principiante
mozalbillo toma
lecciones de bailar en la maroma,
le
dice: «Vea usted, señor maestro,
cuánto
me estorba y cansa este gran palo
5
que llamamos chorizo
o contrapeso;
cargar con un garrote largo y grueso
es
lo que en nuestro oficio hallo yo malo.
¿A
qué fin quiere usted que me sujete,
si no me faltan
fuerzas ni soltura?
10
Por ejemplo, este paso, esta postura,
¿no la haré yo mejor sin el zoquete?
Tenga
usted cuenta... No es difícil... Nada...»
Así
decía; y suelta el contrapeso.
El equilibrio pierde...
¡Adiós! ¿Qué es eso?
15
¿Qué ha de
ser? Una buena costalada.
«¡Lo
que es auxilio juzgas embarazo,
incauto joven! -el maestro
dijo-.
¿Huyes del arte y método? Pues, hijo,
no
ha de ser éste el último porrazo».
20
El sapo y el mochuelo
Hay pocos que den sus obras a luz con aquella desconfianza
y temor que debe tener todo escritor sensato
Escondido en el tronco de un árbol
estaba un mochuelo,
y pasando no lejos un sapo,
le
vio medio cuerpo.
«¡Ah de arriba, señor solitario!
5
-dijo el tal escuerzo-.
Saque usted la cabeza y veamos
si es bonito o feo».
«No presumo de mozo gallardo
-respondió
el de adentro-,
10
y aun por eso a salir a lo claro
apenas
me atrevo!;
pero usted, que de día su garbo
nos
viene luciendo,
¿no estuviera mejor agachado
15
en otro
agujero?»
¡Oh, qué pocos
autores tomamos
este buen consejo!
Siempre damos a luz,
aunque malo,
cuanto componemos,
20
y tal vez fuera bien
sepultarlo.
Pero ¡ay, compañeros!,
más
queremos ser públicos sapos
que ocultos mochuelos.
El burro del aceitero
A los que juntan muchos libros y ninguno leen
En cierta ocasión un cuero
lleno de aceite llevaba
un borrico, que ayudaba
en
su oficio a un aceitero.
A paso
un poco ligero,
5
de noche en su cuadra entraba,
y de
una puerta en la aldaba
se dio el golpazo más fiero.
«¡Ay! -clamó-, ¿no es
cosa dura
que tanto aceite acarree
10
y tenga la cuadra
obscura?»
Me temo que se mosquee
de este cuento quien procura
juntar libros que no lee.
¿Se mosquea? Bien está;
15
pero este tal, ¿por ventura
mis fábulas leerá?
La contienda de los mosquitos
Es igualmente injusta la preocupación exclusiva
a favor de la literatura antigua o a favor de la moderna
Diabólica refriega,
dentro de una bodega,
se trabó entre infinitos
bebedores mosquitos.
(Pero extraño una cosa:
5
que el buen Villaviciosa
no hiciese en su Mosquea
mención
de esta pelea).
Era el caso que muchos,
expertos y machuchos,
10
con tesón defendían
que ya no se cogían
aquellos vinos puros,
generosos,
maduros,
gustosos y fragantes
15
que se cogían
antes.
En sentir de otros varios,
a
esta opinión contrarios,
los vinos excelentes
eran los más recientes,
20
y del opuesto bando
se burlaban, culpando
tales ponderaciones
como declamaciones
de apasionados jueces
25
amigos de vejeces.
Al
agudo zumbido
de uno y otro partido
se hundía
la bodega,
cuando héteme que llega
30
un anciano
mosquito,
catador muy perito,
y dice, echando un taco:
«¡Por vida del dios Baco!...
-entre ellos ya se sabe
35
que es juramento grave-,
donde yo estoy, ninguno
dará más oportuno
ni más fundado
voto;
cese ya el alboroto.
40
A fe de buen navarro,
que en tonel, bota o jarro,
barril, tinaja o cuba,
el
jugo de la uva
difícilmente evita
45
mi cumplida
visita;
y en esto de catarle,
distinguirle y juzgarle,
puedo poner escuela
de Jerez a Tudela,
50
de Málaga
a Peralta,
de Canarias a Malta,
de Oporto a Valdepeñas.
Sabed, por estas señas,
que
es un gran desatino
55
pensar que todo vino
que desde
su cosecha
cuenta larga la fecha,
fue siempre aventajado.
Con el tiempo ha ganado
60
en bondad, no lo niego;
pero si él, desde luego,
mal vino hubiera sido,
ya se hubiera torcido;
y al fin, también había,
65
lo mismo que en el día,
en los siglos pasados
vinos avinagrados.
Al contrario, yo pruebo
a veces
vino nuevo,
70
que apostarlas pudiera
al mejor de otra
era;
y si muchos agostos
pasan por ciertos mostos
de
los que hoy se reprueban,
75
puede ser que los beban
por vinos exquisitos
los futuros mosquitos.
Basta ya
de pendencia;
y por final sentencia,
80
el mal vino condeno;
le chupo cuando es bueno,
y jamás averiguo
si
es moderno u antiguo».
Mil doctos
importunos
85
(por lo antiguo los unos,
otros por lo
moderno)
sigan litigio eterno;
mi texto favorito
será
siempre el mosquito.
90
La rana y la gallina
Al que trabaja algo, puede disimulársele que lo
pregone; el que nada hace, debe callar
Desde
su charco, una parlera rana
oyó cacarear a una
gallina.
«¡Vaya! -le dijo-; no creyera, hermana,
que
fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla,
¿qué hay de nuevo?»
5
«Nada, sino anunciar que pongo
un huevo».
«¿Un huevo sólo? ¡Y alborotas
tanto!»
«Un huevo sólo, sí, señora
mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
10
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que
de nada sirves, calla el pico».
El escarabajo
Lo delicado y ameno de las buenas letras no agrada a
los que se entregan al estudio de una erudición pesada
y de mal gusto
Tengo para
una fábula un asunto
que pudiera muy bien....,
pero algún día
suele no estar la musa muy
en punto.
Esto es lo que hoy
me pasa con la mía;
y regalo el asunto a quien tuviere
5
más despierta que yo la fantasía,
porque esto de hacer fábulas requiere
que se oculte en los versos el trabajo,
lo cual no sale
siempre que uno quiere.
Será,
pues, un pequeño escarabajo
10
el héroe de
la fábula dichosa,
porque conviene un héroe
vil y bajo.
De este insecto refieren
una cosa:
que, comiendo cualquiera porquería,
nunca pica las hojas de la rosa.
15
Aquí
el autor, con toda su energía,
irá explicando
como Dios le ayude
aquella extraordinaria antipatía.
La mollera es preciso que le
sude
para insertar después una advertencia
20
con que entendamos a lo que esto alude;
y,
según le dictare su prudencia,
echará circunloquios
y primores,
con tal que diga en la final sentencia
que, así como la reina de las
flores
25
al sucio escarabajo desagrada,
así también
a góticos doctores
toda invención amena y
delicada.
El ricote erudito
Descubrimiento útil para los que fundan su ciencia
únicamente en saber muchos títulos de libros
Hubo un rico en Madrid (y
aun dicen que era
más necio que rico)
cuya
casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.
«¡Lástima que en vivienda tan
preciosa
5
-le dijo un amigo-
falte una librería,
bello adorno,
útil y preciso!»
«Cierto
-responde el otro-. ¡Que esa idea
no me haya ocurrido!...
10
A tiempo estamos: el salón del norte
a este
fin destino.
¡Que venga el ebanista
y haga estantes
capaces, pulidos,
a toda costa! Luego
trataremos
15
de comprar los libros.
Ya
tenemos estantes. Pues ahora
-el buen hombre dijo-
¡echarme
yo a buscar doce mil tomos!
¡No es mal ejercicio!
20
Perderé la chaveta, saldrán
caros,
y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos
todos
de cartón fingidos?
Ya
se ve: ¿por qué no? Para estos casos
25
tengo un
pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite
pasta y pergamino.
¡Manos a
la labor!» Libros curiosos,
modernos y antiguos,
30
mandó
pintar y, a más de los impresos,
varios manuscritos.
El bendito señor repasó
tanto
sus tomos postizos
que, aprendiendo los rótulos
de muchos,
35
se creyó erudito.
Pues
¿qué más quieren los que sólo estudian
títulos de libros,
si con fingirlos de cartón
pintado
les sirven lo mismo?
40
La víbora y la sanguijuela
No confundamos la buena crítica con la mala
«Aunque las dos picamos -dijo
un día
la víbora a la simple sanguijuela-,
de tu boca reparo que se fía
el hombre, y de la
mía se recela».
La chupona
responde: «Ya, querida;
5
mas no picamos de la misma suerte:
yo, si pico a un enfermo, le doy vida;
tú, picando
al más sano, le das muerte».
Vaya
ahora de paso una advertencia:
muchos censuran, sí,
lector benigno;
10
pero a fe que hay bastante diferencia
de un censor útil a un censor maligno.
[Nota: Las últimas
nueve fábulas no fueron publicadas en vida del autor.
Los textos han sido consultados en la edición de Leopoldo
Augusto Cueto, Poetas líricos del siglo XVIII, BAE
LXIII, pp. 21-23.]
El ricacho metido a arquitecto
Los que mezclan voces anticuadas con las de buen uso,
para acreditarse de escribir bien el idioma, le escriben
mal y se hacen ridículos
Cierto
ricacho, labrando una casa
de arquitectura moderna
y mezquina,
desenterró de una antigua ruina
ya
un capitel, ya un fragmento de basa,
aquí un adorno
y allá una cornisa,
5
media pilastra y alguna repisa.
Oyó decir que eran restos preciosos
de la grandeza
y del gusto romano,
y que arquitectos de juicio muy sano
con imitarlos se hacían famosos.
10
Para adornar
su infeliz edificio,
en él a trechos los fue repartiendo.
¡Lindo pegote! ¡Gracioso remiendo!
Todos se ríen
del tal frontispicio,
menos un quídam que tiene
unos dejos
15
como de docto, y es tal su manía,
que desentierra vocablos añejos
para amasarlos
con otros del día.
El médico, el enfermo y la enfermedad
Lo que en medicina parece ciencia y acierto, suele ser
efecto de pura casualidad
Batalla
el enfermo
con la enfermedad,
él por no morirse
y ella por matar.
Su vigor apuran
5
a cuál puede más,
sin haber certeza
de
quién vencerá.
Un corto
de vista
en extremo tal
10
que apenas los bultos
puede
divisar,
con un palo quiere
ponerlos
en paz:
garrotazo viene,
15
garrotazo va.
Si
tal vez sacude
a la enfermedad,
se acredita el ciego
de lince sagaz;
20
mas si, por desgracia,
al enfermo da,
el ciego no es menos
que un topo brutal.
¿Quién sabe cuál fuera
25
más temeridad:
dejarlos matarse
o ir a meter
paz?
Antes que te dejes
sangrar
o purgar,
30
ésta es fabulilla
muy medicinal.
El canario y el grajo
El que para desacreditar a otro recurre a medios injustos,
suele desacreditarse a sí propio
Hubo un canario
que, habiéndose esmerado en adelantar en su canto,
logró divertir con él a varios aficionados,
y empezó a tener aplauso. Un ruiseñor extranjero,
generalmente acreditado, hizo particulares elogios de él,
animándole con su aprobación.
Lo que el canario
ganó, así con este favorable voto como con
lo que procuró estudiar para hacerse digno de él,
excitó la envidia de algunos pájaros. Entre
éstos, había unos que también cantaban,
bien o mal, y justamente por ello le perseguían. Otros
nada cantaban, y por lo mismo le cobraron odio. Al fin, un
grajo, que no podía lucir por sí, quiso hacerse
famoso con empezar a chillar públicamente entre las
aves contra el canario. No acertó a decir en qué
cosa era defectuoso su canto; pero le pareció que,
para desacreditarle, bastaba ridiculizarle el color de la
pluma, la tierra en que había nacido, etc., acusándole
sin pruebas de cosas que nada tenían que ver con lo
bueno o malo de su canto. Hubo algunos pájaros de
mala intención, que aprobaron y siguieron lo que dijo
el grajo.
Empeñóse éste en demostrar
a todos que el que habían tenido hasta entonces por
un canario diestro en el canto, no era sino un borrico, y
que lo que en él había pasado por verdadera
música, era en la realidad un continuado rebuzno.
«¡Cosa rara! -decían algunos-: el canario rebuzna;
el canario es un borrico». Extendióse entre los animales
la fama de tan nueva maravilla, y vinieron a ver cómo
un canario se había vuelto burro.
El canario, aburrido,
no quería ya cantar; hasta que el águila, reina
de las aves, le mandó que cantase, para ver si, en
efecto, rebuznaba o no; porque, si acaso era verdad que rebuznaba,
quería excluirle del número de sus vasallos
los pájaros. Abrió el pico el canario, y cantó
a gusto de la mayor parte de los circunstantes. Entonces
el águila, indignada de la calumnia que había
levantado el grajo, suplicó a su señor, el
dios Júpiter, que le castigase. Condescendió
el dios, y dijo al águila que mandase cantar al grajo.
Pero cuando éste quiso echar la voz, empezó
por soberana permisión a rebuznar horrorosamente.
Riéronse todos los animales y dijeron: «Con razón
se ha vuelto asno el que quiso hacer asno al canario».
El guacamayo y el topo
Por lo general, pocas veces aprueban los autores las obras
de los otros por buenas que sean; pero lo hacen los inteligentes
que no escriben
Mirándose al soslayo
las
alas y la cola un guacamayo
presumido, exclamó:
«¡Por vida mía,
que aun el topo, con todo que es
un ciego,
negar que soy hermoso no podría!»
5
Oyólo el topo y dijo: «No lo niego;
pero otros guacamayos
por ventura
no te concederán esa hermosura».
El favorable juicio
se ha de esperar
más bien de un hombre lego,
10
que de un hombre
capaz, si es del oficio.
El canario y otros animales
Hay muchas obras excelentes que se miran con la mayor
indiferencia
De su jaula
un día
se escapó un canario
que fama
tenía
por su canto vario.
«¡Con
qué regocijo
5
me andaré viajando
y haré
alarde -dijo-
de mi acento blando!»
Vuela
con soltura
por bosques y prados,
10
y el caudal apura
de dulces trinados.
Mas ¡ay!, aunque
invente
el más suave paso,
no encuentra viviente
15
que de él haga caso.
Una
mariposa
le dice burlando:
«Yo de rosa en rosa
dando
vueltas ando.
20
Serás ciertamente
un músico tracio;
pero busca oyente
que esté
más despacio».
«Voy -dijo la hormiga-
25
a buscar mi grano;
mas usted prosiga,
cantor soberano».
La raposa añade:
«Celebro que
el canto
30
a todos agrade;
pero yo entretanto
(esto
es lo primero)
me voy acercando
hacia un gallinero
35
que me está esperando».
«Yo
-dijo un palomo-
ando enamorado,
y así el vuelo
tomo
hasta aquel tejado.
40
A mi palomita
es ya necesario
hacer mi visita;
perdone el canario».
Gorjeando estuvo
45
el músico
grato,
mas apenas hubo
quien le oyese un rato.
¡A cuántos autores
sucede otro
tanto!
50
El mono y el elefante
Muchos autores celebran solamente sus propias obras y
las de sus amigos o condiscípulos
A
un congreso de varios animales
con toda seriedad el
mono expuso
que, a imitación del uso
establecido
entre hombres racionales,
era vergüenza no tener historia
5
que, al referir su origen y sus hechos,
instruirles
pudiese y darles gloria.
Quedando satisfechos
de la propuesta
idea,
el mono se encargó de la tarea,
10
y el
rey león, en pleno consistorio,
mandó se
le asistiese puntualmente
con una asignación correspondiente,
además de los gastos de escritorio.
Pide
al ganso una pluma
15
el nuevo autor; emprende su faena,
y desde luego en escribir se estrena
una histórica
suma,
que sólo contenía los anales
suyos
y de los monos compañeros;
20
mas, pasando después
años enteros,
nada habló de los otros animales,
que esperaron en vano
volver a ver más letra de
su mano.
El elefante, como sabio, un
día
25
por tan grave omisión cargos le hacía,
y respondióle el mono: «No te espantes,
pues aun
en esto a muchos hombres copio.
Obras prometo al público
importantes,
y al fin no escribo más que de mí
propio».
30
El río Tajo, una fuente y un arroyo
Los escritores sensatos, aunque se digan desatinos de
sus obras, continúan trabajando
«En
tu presencia, venerable río
-al Tajo de este
modo habló una fuente-,
de un poeta me quejo amargamente,
porque ha dicho (y no hay tal) que yo me río».
Un arroyo añadió: «Sí, padre mío;
5
es una furia lo que ese hombre miente.
Yo voy a mi
camino, no censuro,
y con todo se empeña en que
murmuro».
Dicen que el Tajo luego
así
les respondió con gran sosiego:
10
«¿No tengo yo
también oro en mi arena?
Pues ¡qué! ¿De los
poetas os espantan
los falsos testimonios? No os dé
pena:
¡mayores entre sí se los levantan!
Reíd
y murmurad enhorabuena».
15
El caracol y los galápagos
Aunque se reúnan varios sujetos para escribir
una obra, si carecen de ciencia, tan despreciable saldrá
como si la hubiese escrito un ignorante solo
Aunque no es bueno el todo
si
no lo son las partes,
y vale poco el cuerpo
en que cada
individuo poco vale,
muchos que obras
no estiman
5
de los particulares,
si éstos las
hacen juntos,
con respeto los miran al instante.
Un
caracol terrestre,
al caer de la tarde,
10
salió
a tomar el fresco,
y a un galápago vio que iba de
viaje.
«No se apresure, hermano»,
le
dijo por burlarse
del paso que llevaba,
15
añadiendo
otras pullas bien picantes.
Diez galápagos
juntos
topó más adelante,
que de un pequeño
charco
pasaban a buscar otro más grande.
20
Y
el caracol entonces
a cuadrilla tan grave
dejó
libre el camino,
diciendo únicamente: «Ustedes pasen».
Al galápago solo
25
tuvo por
despreciable,
pero a los diez unidos
tuvo como a personas
de carácter.
La verruga, el lobanillo y la corcova
De las obras de un mal poeta, la más reducida
es la menos perjudicial