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Antigua, quizás en el sentido de «bastante anciana, de edad avanzada».



 

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Bordón, «cayado» en el que se apoya para fingir más su ancianidad.



 

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Güerto, era así, en lugar de «huerto», como se solía usar en buena parte del Siglo de Oro, cfr. Covarrubias, Tesoro, op. cit., col. 666 b. El mantenimiento de la g- inicial en lugar de h- podía tomarse en ocasiones como signo de vulgarismo, rasgo que Juan de Valdés rechazaba en diversos términos por mal sonante; cfr. Juan de Valdés, Diálogo de la lengua, ed. J. M. Lope Blanch, Madrid, Castalia, 1969, p. 97: «Aún juegan más con la pobre h, poniendo algunas veces, como ya he dicho, la g en su lugar, y así dicen güerta, güesa, güevo por huerta, huesa, huevo, etc., en los cuales todos yo siempre dejo estar la h, porque me ofende toda pronunciación adonde se junta la g con la u, por el feo sonido que tiene» (grafía actualizada).



 

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Se nos pasó por rueda, expresión poco clara en la actualidad, que puede significar, de acuerdo con el contexto que «se pasó sin sentir, o sin aprovecha», sin conseguir retener el tiempo o aprovecharlo adecuadamente, como tampoco se consigue detener la rueda de la fortuna.



 

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Vide, forma antigua de «vi».



 

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La mudó en fruto, parece una invención de la farsa que Vertumno está tejiendo disfrazado de vieja, o del propio Barahona. Al respecto, señala Rodríguez Marín, Luis Barahona de Soto, op. cit., p. 625, n.º 3: «No recuerdo qué mujer de la mitología fuera convertida en membrillo. ¿Quizás Cidippa, la de Delos, a quien Aconcio dio un membrillo con una inscripción en que juraba tenerla por esposa? Vease Angelo de Gubernatis, Mitología de las plantas». Por otra parte, en las Metamorfosis de Ovidio no se encuentra ningún caso de metamorfosis en fruta, sí hay varias transformaciones en plantas, en árboles y en flores, y muy pocos en hierbas; cfr., al respecto, Georges Lafaye, Les Métamorphoses d'Ovide et leurs modèles grecs, op. cit., p. 245, que señala que las metamorfosis se hacen en mamíferos, pájaros, reptiles, peces, insectos, plantas, piedras o metales. La transformación aludida pudo fundamentarla el poeta en el nombre latino de la planta (Cydonia vulgaris), cuyo primer componente parece un nombre de mujer. En cuanto a la idea que expresa Barahona en el texto acerca de las virtudes curativas e higiénicas del membrillo, bien pudiera deberse a su propia experiencia directa como buen médico que era, puesto que no encontramos referencias fehacientes a la cuestión en textos clásicos. En la medicina tradicional no aparece ningún uso especial del fruto citado, y cuando se hace mención del mismo no concuerda con lo que se indica en el texto; de él se saca sólo un «aceite de simiente de membrillo. El membrillero (Cydonia vulgaris, Panáceas) es un arbolillo procedente del Asia menor, perfectamente aclimatado a nuestro país; las semillas son mucilaginosas [este término significa aproximadamente "viscosas o pegajosas, parecido a la goma vegetal"] pero se extrae de ellas un aceite que obra como purgante a iguales dosis que el de ricino», Alftedo Opisso y Viñas, Los remedios vegetales. Tratado popular de las plantas empleadas en Medicina, Barcelona, José Gallach, s. a., (pero posterior a 1904), pp. 131-132. En el mundo clásico, para el dolor de cabeza, que parece aludido en el poema, no se menciona ningún tipo de remedio relacionado con el membrillo, cfr. Luis Gil, Therapehia. La medicina popular en el mundo clásico, Madrid, Guadarrama, 1969, sino otros tan peregrinos como atarse el pene de un zorro a la cabeza, Ibid., p. 192, o hacerse una corona con la planta llamada philanthropus, ibid., p. 202. Por lo que se refiere a sus restantes cualidades, son bien conocidas y documentadas en textos recientes; cfr. Julián Díaz Robledo, Atlas de las frutas y hortalizas, Valencia, Ministerio de Agricultura, 1981: «Aunque es fruto muy aromático y desprende un perfume excitante y atractivo, son muy escasos los aficionados a comer el fruto al natural, pues su sabor es extremadamente ácido y su carne algodonosa, dura e indigesta, antipática al paladar, precisando ser cocido cuando menos, para poder aceptarlo en las mínimas condiciones comestibles», ibid., p. 129. «Es costumbre en diversos lugares, guardar el membrillo entre ropa blanca en sus cómodas, para aprovechar el olor penetrante y profundo que desprender» ibid. «Tal vez su nombre botánico deriva de Cydón, ciudad de Creta, donde el fruto gozó, desde tiempos mitológicos, de extraordinarias estima. [...] Según viejas creencias, de las que aún quedan vestigios en la Edad Media, el membrillo era capaz por si mismo de alejar las malas influencias y era motivo de ancestrales supersticiones. Para los griegos el fruto representaba el símbolo del amor y de la fecundidad; a tal fin, los recién casados, antes de atravesar el umbral de la habitación nupcial, comían un membrillo; este rito fue introducido también en Roma, según expresan ciertos historiadores, y los árabes recomendaban su consumo para combatir las enfermedades intestinales gracias a la riqueza de mucílago de sus semillas. [...] pertenece a la familia de las ROSÁCEAS, género Cydonia, y es originario de Irán y Asia Menor, donde sus mejores ejemplares se encuentran en estado silvestre», ibid., p. 130. En algún texto de medicina clásica, que nuestro poeta tenía precisamente en su biblioteca (varios ejemplares, entre ellos: «27. Otro libro dioscórides?», Francisco Rodríguez Marín, Luis Barahona de Soto, op. cit., p. 523; «362. Un libro matiolo sobre dioscoridis», ibid., p. 547; «378. Otro laguna sobre el dioscoridis», ibid., p. 548, etc.), hay referencias a diversas cualidades curativas del membrillo, aunque no coinciden con lo que al respecto señala Barahona: «Los membrillos fueron la primera vez traídos a Italia de una villa de Creta llamada Cydon, de donde vinieron después a llamarse Mala Cydoniae, aunque algunos los llaman también Cetenea. Hállanse de membrillos tres diferencias [...]. Son muy útiles los membrillos, ansí en salud como en uso de medicina. Porque se hace dellos aceite, vino, jarabe, almíbar, jalea, mermelada, y muchas otras cosas cordiales y confortativas del estómago. Los membrillos de su natura son fríos y estípticos [astringentes]. Comidos antes de las otras viandas, restriñen el vientre, empero si se comen después, relájanle, comprimiendo» [Se aplican además como emplasto, sirven para la disentería, provocan la orina, etc.], Andrés Laguna, Pedacio Dióscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos, Salamanca, Matías Gast, 1566, p. 104 (grafla actualizada; ed. facsímil, Madrid, Instituto de España, 1968). No hay que descartar, por último, que algunos de los remedios que apunta Barahona estén relacionados con la farmacopea árabe o morisca, aunque no lo hemos podido contrastar este extremo en el interesante estudio de Luis García Ballester, Los moriscos y la medicina. Un capítulo de la medicina y la ciencia marginadas en la España del siglo XVI, Barcelona, Labor, 1984.



 

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Aquel laurel, nueva referencia a la historia mitológica de Dafne, ya citada, convertida en laurel cuando huía del dios Apolo.



 

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El fruto..., como se sabe el laurel no da ningún fruto; por lo tanto, el sentido de la frase que encabeza esta palabra viene a decir que, como ella (la ninfa Dafne) no dio ningún fruto de amor, tampoco se le permite al árbol que dé

fruto alguno.



 

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Meneo, «el movimiento del cuerpo con donaire o sin el», Covarrubias, Tesoro, op. cit., col. 799 b. La sintaxis de la frase no parece muy coherente, pero debe significar que cuando la ve, se consuela un tanto de la muerte de la hija, porque le recuerda a ella en su rostro y en su donaire.



 

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Zahareñas se parece mucho en su significado a esquivas, «hurañas». «Zahareño. El pájaro esquivo y dificultoso de amansar», Covarrubias, Tesoro, op. cit., col. 390 a. «Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareña y tiraba algo a hombruna», Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Luis Andrés Murillo, op. cit., I, p. 242.



 
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