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Fin, aunque el término sea homófono con el correspondiente al verso segundo de esta estrofa, el significado es distinto; aquí significa «objetivo, finalidad», etc.



 

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selvatiquez, con el sentido de «rusticidad, incultura, propio de la selva», o, como le interesa recalcar a Vertumno, «tiempo desaprovechado».



 

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Ivierno, habitual y arcaizante simplificación de invierno, quizas por cultismo, puesto que el término español deriva de hibernum. La asimilación de las edades del hombre con las estaciones del año, como aparece en los versos siguientes, es un procedimiento alegórico frecuente en el Siglo de Oro. Así lo emplea, por ejemplo, Baltasar Gracián en El Criticón; también algunos comentaristas gongorinos apuntaron que las Soledades eran en su proyecto originario una alegoría de la vida del hombre, cfr. Antonio Cruz Casado, «Góngora a la luz de sus comentaristas. (La estructura narrativa de las Soledades)», Dicenda, Revista de la Universidad Complutense de Madrid, 5, 1986, pp. 49-70.



 

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Ventura, divinidad habitual en los textos literarios, también aparece con el nombre de Fortuna, Hado, etc. Sobre el mito, cfr. Juan Pérez de Moya, Philosofía secreta, ed., Carlos Clavería, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 428-431, y sobre su empleo en la cultura española, cfr. Otis H. Green, «Fortuna y Hado», España y la tradición occidental, Madrid, Gredos, 1969, II, pp. 313-376. Es posible que Barahona se esté refiriendo a un emblema, aunque no lo identificamos en este momento; entre los emblemas de Alciato, hay varios dedicados a la Fortuna, como el CXXI, que representa a una mujer desnuda, con alas en los pies, que está sostenida en una rueda y que tiene un largo copete de cabello en la cabeza, cfr. Alciato, Emblemas, Madrid, Editora Nacional, 1975, pp. 68-69. Entre los libros de la biblioteca de Barahona estaba al menos uno de emblemas: «224. Un libro de emblemas de Covarrubias», que Francisco Rodríguez Marín, Luis Barahona de Soto, op. cit., p. 533 y nota, identifica con el libro de Juan Orozco y Covarrubias, Emblemas Morales, Segovia, Juan de la Cuesta, 1589. Hemos consultado alguna otra colección de emblemas (en este caso posterior) y no encontramos ninguno que se adapte fielmente a lo que expresa Barahona en el texto, aunque hay varios referidos a la diosa Fortuna, como el 65 de la Centuria I, en el que está la diosa representada sobre una rueda, cuyo texto termina diciendo: «para que deshacérsle no pueda, / atora un clavo en su volubil rueda», Sebastián de Covarrubias y Orozco, Emblemas Morales, Madrid, Luis Sánchez, 1610, (facsímil, pról., Carmen Bravo-Villasante, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1978), loc. cit., (grafía actualizada); también se refieren a la misma divinidad el emblema 34 de la Centuria II y el 67 de la Centuria III, entre otros. Un estudio sobre estos temas es el de Aquilino Sánchez Pérez, La literatura emblemática española siglos XVI y XVII, Madrid, SGEL, 1977.



 

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Elena, conocido personaje de la mitología griega, habitualmente mencionado como Helena de Troya. Era hija de Tíndaro y famosa en toda Grecia por su hermosura; en una ocasión Pirítoo y Teseo marcharon juntos a Esparta, para apoderarse de ella. Casó con Menelao, pero fue seducida por el hermoso Paris, que la llevó consigo a Troya, la ciudad natal del joven. Esto provocó la expedición de los griegos contra Troya y la famosa guerra consecutiva. La mención de Helena y de Hipodamía se encuentra en el texto ovidiano; en cambio no aparece en el fragmento Atalanta, en su lugar se incluye Penélope.



 

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Hipodamía es otro personaje célebre por su hermosura, como Helena, y también tenía diversos pretendientes. Era hija de Enomao, rey de la Elida; un oráculo advirtió al padre que el que se casase con Hipodamía sería desgraciado, por lo que el padre retaba a los pretendientes a una carrera de carros. Pelops consiguió casarse con Hipodamía recurriendo a una treta. Las consecuencias del matrimonio fueron desgraciadas, como se pone de manifiesto en el odio feroz que se profesaron los hijos de ambos, Atreo y Tiestes.



 

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Atalanta es otro personaje famoso por su hermosura. Era una princesa cazadora, reacia al matrimonio, veloz en la carrera. Entre los pretendientes a su mano se propuso seleccionar a aquel que la venciese en la carrera, matando a todo el que no lo consiguiese. El afortunado fue Hipomenes, protegido de Venus, que conforme corría iba lanzando al suelo hasta tres manzanas de oro procedentes del jardín de las Hespérides; Atalanta las iba recogiendo, por lo que perdió velocidad y finalmente la carrera, teniendo que conceder su mano al enamorado. Sobre este singular mito, cfr., entre otras referencias mitográficas, Santiago Sebastián, Alquimia y emblemática. La fuga de Atalanta, de Michael Maier, Madrid, Tuero, 1989.



 

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La madre de Eneas, la diosa Venus. Es el caso de una diosa enamorada de un mortal, Anquises, de cuyo matrimonio nace el héroe Eneas, que da nombre al gran poema épico de Virgilio, La Eneida.



 

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Que fuiste dura, aproximadamente en este lugar del poema podría haber Barahona incluido, tal como hace Ovidio, la historia de Ifis y Anajárete, que ya se había divulgado mucho en la lírica española por haberla empleado Garcilaso de la Vega, como admonición o consejo, en la conocida «Canción V» (Ode ad florem Gnidi) del poeta toledano. He aquí las liras correspondientes a la versión garcilasiana del episodio:



Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,  1025
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido  1030
cuando, abajo mirando,

el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,

y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena  1035
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.

Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.  1040
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos s'enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;  1045
los huesos se tomaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;

las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;  1050
por las venas cuitadas
la sangre y su figura
iba desconociendo y su natura,

hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,  1055
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.


Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. Elías L. Rivers, Madrid, Castalia, 1972, pp. 96-98.



 

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Un alma... con dos cuerpos, el alma de Acteón, que tiene consecutivamente dos cuerpos: el cazador (hombre) y el ciervo (fiera), puesto que a pesar de la metamorfosis el personaje sigue manteniendo sus facultades racionales.



 
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