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Faustina Sáez de Melgar (1834-1894): una escritora y traductora fronteriza entre sombras y luces

Solange Hibbs-Lissorgues

Como apéndice a la obra de Faustina Sáez de Melgar titulada La higuera de Villaverde Pilar Sinués de Marco redactó una encomiástica biografía de la autora, en la que puede leerse:

«Faustina Sáez de Melgar sale muy poco de su casa: nunca la veréis en los paseos, teatros, ni bailes; y ¿sabéis por qué? Porque halla mayor placer que en ninguna de estas diversiones al lado de la cuna de su pequeña María, nunca la abandona y la tranquilidad de su hogar, y el amor de su esposo, la compensan esta santa abnegación. Faustina Sáez de Melgar es, además de una mujer de talento y de una dulce poetisa, una esposa ejemplar, una amorosa madre y una joven muy bella».

(Sinués de Marco 1860: 87)



Este retrato recuerda cuáles son las expectativas estéticas y éticas de lo que se ha llamado la generación de escritoras de 1843 entre las que se encuentran Ángela Grassi, Pilar Sinués de Marco, Rogelia León y Micaela de Silva, entre otras. La obra de este grupo de mujeres, pertenecientes en su mayoría a la clase media y cuyas afinidades literarias y sociales se explican por el contexto político de la España de Isabel II, refleja los valores de la domesticidad femenina, de la ortodoxia neocatólica y nacionalista. El prólogo de esta novelita también apunta las tensiones que pesan sobre el conjunto de la obra creativa de autoras que quisieron ocupar un lugar visible en el ámbito de la literatura. Si la creación literaria es para la mujer sensible y de cierto talento una vía de realización personal, el reconocimiento de esta actividad es particularmente escaso en España. Solo mediante grandes esfuerzos de la voluntad podrán las mujeres emprender el arduo recorrido de la creación y de la literatura:

«Quédale, pues, la literatura: pero como no se la educa para ella, como no se le dan libros, como no se le ha enseñado otra cosa que coser, y a tejer las medias para la familia, solo un gran esfuerzo de su voluntad, solo una vocación de esas tan fuertes que no se puede dudar son enviadas por Dios, es lo que la guía y la sostiene en el penoso camino».

(Sinués de Marco 1860: 79)



No podemos dejar de señalar uno de los criterios artísticos dominantes de la época isabelina que trasluce en la sucinta biografía hecha por Sinués de Marco: el fenómeno literario, el talento artístico requieren la ineludible moralidad de su autora. En ello radica la insalvable diferencia con la secularizada nación francesa, donde «la escritora a imitación de sus colegas masculinos no tiene hogar, ni lo quiere» (Sinués de Marco 1860: 79). La referencia a la paradigmática George Sand, que solo escribe «novelas de pasión», es una clara censura de la orientación feminista y una advertencia con respecto al peligro de «masculinización» de escritoras que no se ciñen a los valores doméstico-familiares.

La misma constatación desengañada es la que Faustina Sáez de Melgar comparte con sus lectores en la revista para niños La Aurora de la Vida (1860) al comentar los escollos a los que tiene que enfrentarse una «joven dotada de sensibilidad» y llevada por el fuego de la inspiración: las aspiraciones creadoras y artísticas solo cosechan el ridículo y el sarcasmo en vez de los elogios y de la emulación (Sáez de Melgar 1860b: 41). Indudablemente estas palabras reflejan las vivencias de esta novelista, periodista y traductora que fue una de las voces femeninas en reclamar el justo reconocimiento de las capacidades creadoras de la mujer.

Nacida en 1834 en Villamanrique del Tajo, era hija de Rafael Sáez y de Tomasa Soria, ricos hacendados que «vieron con secreto terror la afición de su hija hacia los libros [...] tratando de extinguirla» (Sinués de Marco 1860: 82). Desde sus primeros intentos en el mundo de la literatura, tuvo que enfrentarse con la oposición del círculo familiar y manifestó, como otras escritoras españolas su «inquebrantable firmeza a la tenaz y sistemática oposición de sus familias, que preferían verlas con la aguja o la plancha, mejor que permitir esclareciesen sus entendimientos con la hermosa antorcha de su ilustración» (Sáez de Melgar 1860b: 41).

Encontramos una explícita referencia a esta precoz vocación literaria en la revista La Violeta con motivo de la publicación, en 1865, de una novela por entregas, dedicada por su autora a María Odiaga de Lluch: María, anunciada como original, salió de la pluma de la joven novelista cuando tenía trece años y es un perfecto compendio de los ingredientes de la novela folletinesca presentes en otras obras más tardías como Los miserables de España o Secretos de la corte (1862-1863) o Ángela o El ramillete de jazmines (1865-1866), de la que se ofrecen pliegos sueltos a los suscriptores de la revista: oposición maniqueísta entre la pureza innata y la perversidad de algunos personajes, parentescos ocultos y revelaciones, dimensión simbólica de ciertos códigos narrativos (Sánchez-Llama 2000: 302).

Con la primera publicación oficial en 1851, en El Correo de la Moda (1851-1893), de una obra en verso titulada La paloma torcaz, Sáez de Melgar oficializa su ingreso en los círculos literarios propios del canon isabelino. Esta revista, que proponía artículos sobre religión, moral, viajes, moda, higiene e historia, brindó desde el principio un espacio privilegiado de expresión a las escritoras de la época. La trayectoria de esta prensa es simultánea a la modernización surgida del capitalismo peninsular (Sánchez-Llama 2000:119). Desde aquellos años, Sáez de Melgar se beneficia de la emergencia de una cultura impresa que favorece la profesionalización de la mujer escritora. Su presencia en la prensa con seudónimos como La maga de la rivera o Artemisa es constante y se encuentran contribuciones suyas en El Trono y la Nobleza, El Minero, El Agente Industrial Minero, La Antorcha, El Occidente, La Discusión, La Época, La Estrella o La Restauración. Es de notar que la participación de escritoras en la prensa española y sus responsabilidades editoriales, como en el caso de Angela Grassi, Pilar Sinués de Marco y Faustina Sáez, propician una red de contactos y de apoyos mutuos. La convergencia de intereses y de afinidades, así como las redes de amistades y de correspondencia, favorecen su participación en áreas semipúblicas e incluso públicas.

Como muchas coetáneas, Sáez de Melgar intenta adquirir cierta independencia y autonomía gracias a la escritura aunque, de hecho, tiene que ajustarse a un sutil juego de equilibrios entre moldes constrictores de la feminidad y la expresión de cierta subjetividad. Las tensiones generadas por este estatuto ambiguo explican el carácter híbrido de obras que se limitan muchas veces a géneros tolerados y considerados como inocuos: crónicas de moda, tratados pedagógicos o de urbanidad, guías epistolares. El afán de autojustificación que aflora en prólogos y artículos se refleja en la valoración recurrente de la propia autora, que antepone los roles de madre y esposa al de escritora. Nada más explícito en este sentido que sus declaraciones en 1871, a la hora de justificar el nacimiento de su revista La Mujer. «Mujer, esposa y madre, antes que escritora, la fundadora de esta revista ha consagrado siempre sus tareas a enaltecer su sexo, ha luchado con todas sus fuerzas en tan espinoso terreno» (Sáez de Melgar 1871: 1).

En la colección de ensayos que escribe sobre la educación titulada Deberes de la mujer (1866) justifica el ideal de domesticidad femenina encamado en tres virtudes «el trabajo, la economía y el orden», pero asociándolo con la reivindicación de cierta visibilidad dentro del mundo de la creación.

La realidad de su vida y las actividades que se relacionan con su trabajo como periodista y literata en las que afirma su proyecto pedagógico y se manifiesta cierta conciencia feminista, nos proporcionan una imagen mucha más compleja y matizada de una mujer que participó a su manera, y con sus posibilidades, especialmente a partir de la década de 1868, en el embrionario feminismo que se consolida en las últimas décadas del siglo.

Es imprescindible insertar la prolífica carrera de Sáez de Melgar en el entramado histórico de su época para valorar los distintos registros estéticos de su obra y apreciar su evolución desde un rancio neocatolicismo a cierto liberalismo conservador (Sánchez-Llama 2000: 300). El desarrollo de su carrera literaria se ve estimulado por varios acontecimientos: su matrimonio con Valentín Melgar Ceriola en 1855 y su residencia en la capital, donde tiene acceso directo a los cenáculos políticos y literarios más influyentes de la época isabelina y donde disfruta de «libertad de pluma ilimitada» (Sáez de Melgar 1866b: 40). Esta etapa de su vida se caracteriza, como bien la retrata Juan Eugenio Hartzenbusch, por el éxito editorial y una pletórica producción novelística:

«Desde Madrid enviaba Faustina el original de sus Miserables a Barcelona en el mismo día en que lo había escrito y al mismo tiempo componía y publicaba en Madrid otra novela titulada Matilde o El ángel de Valderreal [...]; lo mismo ha hecho después [...] con Ángela o El ramillete de jazmines y Aniana, escritas simultáneamente en Madrid donde se publicaba la primera, saliendo la segunda en Cádiz en el acreditado periódico La Moda Elegante. [...] No a todos es dado producir en poco tiempo cuatro novelas de dos en dos».

(Hartzenbusch en Sáez de Melgar 1866b: 42)



La carrera ascendente de la escritora se afianza con la fundación de la revista La Violeta (1862-1866), empresa que comparte con Valentín Melgar al no poder asumir la función de editor responsable (Sánchez-Llama 2000: 166). Desde el primer número, dicha publicación, destinada a mujeres de la clase media, ostenta su voluntad de llegar a distintos grupos de lectores: «Pretendemos que en esta revista, todas las edades, todos los sexos encuentren un grato solaz a la par que una sólida instrucción» (La Violeta, 07/12/1862: 1).

Pese a que refleje el conservadurismo de la época isabelina y que propugne los valores morales y religiosos del neocatolicismo dominante, se puede notar un complejo registro textual en las secciones que reflejan las inquietudes de su directora ante las incertidumbres y los cambios tanto políticos como económicos de la sociedad española. Hay un particular énfasis en la educación y la instrucción de la mujer de clase media, precisamente por los cambios inducidos por la modernización capitalista (Sánchez-Llama 2000: 142). La Violeta, como otras revistas femeninas de la década de 1860, elabora proyectos pedagógicos que puedan garantizar la incorporación de las mujeres en el mercado laboral en caso de desamparo económico.

No puede infravalorarse, por lo tanto, el compromiso de escritoras como Sáez de Melgar en la educación femenina, compromiso respaldado por sus campañas pedagógicas y las propuestas educativas que defiende en otras publicaciones como La Mujer (1871). Se han mencionado la complejidad y el eclecticismo de la trayectoria de la autora que, más allá de sus intereses personales, refleja una paulatina evolución ideológica hacia cierto liberalismo moderado. Este cambio es notable en las empresas socioculturales que lleva a cabo, tanto durante el gobierno del interregno (1868-1870), como desde instituciones tales como el Ateneo de Señoras durante el reinado de Amadeo I (1870-1873). Independientemente de sus cargos en el Comité de Señoras de la Sociedad Abolicionista Española y de su compromiso en la Asociación de Amigos de las Letras y de la Lectura, es de destacar el papel que desempeñó como presidenta del Ateneo de Señoras en 1869. En la memoria leída en junta general celebrada el 27 de junio de 1869, con una prudencia reveladora de su temor frente a posibles críticas, insiste en el carácter filantrópico de la asociación, «ajena completamente a la política y a los partidos» (Sáez de Melgar 1869: 23). Este texto refleja las limitaciones de un discurso que reivindica posiciones liberales en cuanto a la educación intelectual de las mujeres pero que reproduce la tópica asignación de sus funciones afectivas y emocionales. Denuncia el «deplorable atraso en que se halla la educación de la mujer», «las supersticiones y el fanatismo»: «Inmensas, insuperables son las dificultades que hoy se presentan para el desenvolvimiento intelectual femenino» (Sáez de Melgar 1869: 16). Sin lugar a dudas, estas tensiones entre la afirmación de una mayor autonomía intelectual y las restricciones culturales e ideológicas revelan una mayor conciencia de los cambios que acompañan el establecimiento del régimen liberal en España y de los intereses de clase.

La trayectoria intelectual de Faustina Sáez de Melgar se refleja en su obra literaria, en la que plasma la inevitable transformación de la esfera pública nacional y el incipiente protagonismo femenino que conlleva este proceso (Sánchez-Llama 2000: 323). Sin profundizar en la prolífica producción de esta autora, resulta oportuno destacar algunas de las características de una obra en la que aparecen determinadas constantes: el didactismo asociado a la transmisión de valores moralizantes, nacionalistas y neocátolicos, especialmente en las novelas de su llamado período isabelino en la década de 1860. La dimensión estética está íntimamente unida a la utilidad pedagógica como lo demuestra la declaración de principios en La Violeta: «He aquí cual será la índole, la tendencia de nuestras novelas: no un libro de puro recreo [...] sino un libro que conservaremos cuidadosamente en nuestra biblioteca» (La Violeta, 07/12/1862: 2). Novelas paradigmáticas en este sentido son La marquesa de Pinares (1861), Ángela o El ramillete de jazmines o Los miserables de España o Secretos de la corte. Algunas de ellas, publicadas por entregas en La Violeta, obedecen a claros condicionantes folletinescos.

Sin embargo, si muchos de los registros genéricos de su producción novelesca reflejan la canonicidad isabelina, algunas obras suyas ofrecen variantes textuales más laicas y burguesas que le permiten trascender su afirmado neocatolicismo inicial (Sánchez-Llama 2000: 304). Por ejemplo, las obras escritas en la década de 1870 como Rosa la cigarrera (1872) o Sendas opuestas (1878), en las que los condicionantes sociales se presentan bajo otras perspectivas: valores más explícitamente liberales, protagonismo de otras clases sociales como la burguesía y el pueblo. Hay nuevas expectativas estéticas a pesar de que las temáticas sean muy similares a las de la producción anterior.

Todo ello nos recuerda que Faustina Sáez de Melgar siempre se ha situado en una posición fronteriza en la que se entrecruzan empeños cosmopolitas y defensa de una literatura genuinamente española. La interpretación general de la obra de esta escritora nos muestra su interés por la literatura extranjera. La influencia de novelistas como Bernardin de Saint-Pierre, autor de la novela sentimental Paul et Virginie (1788), verdadero best-seller traducido al español repetidas veces entre los años 1798 y 1851, es palpable (Sánchez-Llama 2000: 299-300). También cabe mencionar su conocimiento de autores como Víctor Hugo o Mathilde Froment, novelista católica y ortodoxa cuyas novelitas sobre la vida obrera y las trabajadoras de las grandes urbes conocieron múltiples reediciones en Francia y fueron traducidas, o imitadas, por escritoras como Pilar Sinués de Marco. La residencia de Sáez de Melgar en París, como cronista internacional, constituyó otra vía privilegiada de acercamiento a la cultura literaria francesa. Indudablemente se pueden rastrear huellas de la novela folletinesca francesa en su obra y esta contaminación genérica también se produce por la vía de la traducción, actividad a la que se dedica con bastante frecuencia.

En la década de 1860, la traducción se asemeja, para muchas escritoras de la época isabelina, a una transferencia literariamente tranquilizadora, sobre todo cuando funciona como una apropiación del texto que se publica con el nombre de la traductora o simplemente cuando no se menciona el origen del texto traducido. En el caso de Faustina Sáez, la traducción responde a varias motivaciones. La responsabilidad editorial de una revista como La Violeta supone una oferta literaria variada que incluye, además de novelas genuinamente españolas, traducciones -del francés y del inglés- de folletines y narraciones de autores considerados ortodoxos, más numerosas en los primeros años de vida de la publicación. De hecho, la actividad de traducción de Sáez de Melgar es bastante desigual y poco abundante si se tiene en cuenta que algunas de las mismas traducciones se publicaron en revistas diferentes como El Correo de la Moda o El Resumen. En cualquier caso, conviene distinguir lo que podría denominarse traducción en primer grado, es decir la traducción explícita y asumida de un texto, y la traducción en segundo grado, que supone la utilización implícita de textos u obras en otro idioma y cuya presencia en la obra española se manifiesta a través de la intertextualidad cultural o las referencias más o menos implícitas. La voluntaria vaguedad de las menciones como «arreglo libre del francés», «versión castellana» y la deliberada omisión de los autores de la obra original en algunos casos, reflejan la valoración negativa de la actividad traductora nunca enfocada desde un punto de vista profesional.

El proceso de transferencia cultural y literaria se produce a distintos niveles y un ejemplo esclarecedor, en el caso de Faustina Sáez de Melgar, son los relatos directamente inspirados en obras extranjeras consideradas como modelo. La novela Fulvia o Los primeros cristianos, publicada en 1889 en La Violeta, ilustra de manera paradigmática estas reelaboraciones narrativas cuya filiación directa son obras extranjeras «canónicas», como por ejemplo Fabiola del cardenal Wiseman, novela publicada en Londres en 1854 y que tuvo un auténtico éxito editorial: Fabiola o La Iglesia de las catacumbas representaba el antídoto por excelencia contra lo que constituían las «perversiones novelescas» de la historia y de la literatura recreativa (Hibbs 2005: 74). Otro relato folletinesco publicado en la misma revista con el título Los huérfanos en jubo de 1877, ilustra el proceso de apropiación e imitación de cierta literatura francesa en este caso. Una apropiación que podría llamarse plagio pero que se justifica tanto para la traductora como para el público por la finalidad moral y edificante de la «adaptación».

Como para otras mujeres de su época, cuyas tensiones entre el deber y el querer impregnan el conjunto de su producción novelística, Sáez de Melgar buscó en la traducción de obras extranjeras morales y ortodoxas, la legitimación de su propia escritura. Esta legitimación puede explicar, en parte, la elección de las obras traducidas, así como la paradójica situación de una autora que recurre a obras extranjeras pero casi siempre desde una postura de suspicacia con respecto a las traducciones. De hecho, manifiesta con frecuencia su rechazo al proceso de secularización liberal promovido por la difusión de ciertas obras traducidas del francés que «relajan la moral, las costumbres y la sociedad de la siempre católica y religiosa España»:

«¿Quién ha causado este mal? ¿Quién ha hecho arraigar esta idea en el espíritu público? Seguramente no han sido nuestros antiguos y concienzudos clásicos, tampoco los ilustres contemporáneos que honran la nación con sus escritos; débese por desgracia a los traductores, que careciendo de ingenio para crear obras originales, las traducen, importando a nuestra patria horribles monstruosidades».

(Sáez de Melgar 1862: 5)



Si las dimensiones voluminosas de ciertas novelas escritas por esta autora sugieren vínculos con la novela folletinesca francesa de los años 1830-1848, en el caso de Los miserables de España o Secretos de la corte no deja de recalcar que se trata de una obra original, fruto de su compromiso en producir literatura nacional y justifica el título de su novela alegando que no ha leído la de Víctor Hugo. Es de notar que la novela se caracteriza como «novela de costumbres», con registro castizo y ortodoxo.

La visceral desconfianza con respecto a la literatura «importada», así como su reivindicación nacionalista de una literatura genuinamente española, explican la prudente dosificación de las traducciones publicadas en La Violeta. Se trata, en general, de relatos breves y leyendas o folletines franceses o ingleses, como en el caso de la novelita de Henry Nevire La roca de las dos hermanas. Precisamente esta novela publicada por entregas en los inicios de la revista (diciembre de 1862) marca la pauta seguida por Sáez de Melgar. La historia ejemplar de dos hermanas en la época de los primeros cristianos perseguidos por Roma, tiene evidentes afinidades con la literatura moralizante y apologética cuya referencia sigue siendo el cardenal Wiseman. Este relato es un remake de Fabiola y encaja perfectamente en la línea neocatólica de la revista. Valeria es parte de la milicia sagrada de los primeros cristianos y Domenica es sacerdotisa druida. Ambas mueren en un combate contra los soldados romanos: «Así murieron estas dos vírgenes, mártires del patriotismo y de la fe. [...] La una personificaba nuestra antigua Galia nacional; la otra era el símbolo de nuestra Francia cristiana» (La Violeta, 14/12/1862: 4).

La leyenda alemana anónima titulada El árbol de natividad, publicada el mismo año, se justifica por ser un claro ejemplo de «la tradición despreciada por poetas y romancistas que inventaron regocijos propios y a quienes desesperaba el antiguo prosaísmo calificado de tal por ellos, y admitidos en nuestra moderna sociedad» (La Violeta, 21/12/1862: 2). El relato, que es una denuncia de la especulación y de la usura mediante la representación explícitamente antisemita del judío y usurero Natan Goritz, entronca con algunos de los temas privilegiados de nuestra autora: la crisis y la incertidumbre de un país sujeto a los vaivenes económicos del capitalismo, la especulación y la ruina de familias de la clase media. En El árbol de la natividad el desamparo de un infeliz labrador que tiene ocho hijos se ve agravado por las amenazas del usurero. La familia, dechado de todas las virtudes cristianas, se salva de la ruina y de la miseria gracias a la generosidad de Federico II de Prusia y el desenlace feliz de la novelita refuerza el contraste entre la codicia del judío y la honradez de una humilde familia. También exhibe este relato cierta exaltación nostálgica de una aristocracia ejemplar cuya autoridad garantiza la estabilidad social.

La misma vena folletinesca es la que aparece en otro relato, Un martes de carnaval (15/02/1863), que ocupa casi un número entero de la revista. Sáez de Melgar señala que se trata de una traducción sin mencionar el origen de la obra, lo que supone, una vez más, que se trata probablemente de una adaptación del francés. La narración pone en escena la historia de una joven noble cuyo honor se ve comprometido en un baile de Carnaval y de un duelo entre su hermano y su futuro esposo. El epílogo recalca los valores tradicionales de conformismo social ilustrados, en este caso, por la nobleza.

La actividad de traducción de Sáez de Melgar en La Violeta es bastante escasa a partir de 1864, año en el que se anuncia otro arreglo libre del francés titulado Un episodio de la guerra de los Estados Unidos (17/01/1864). Este muy breve relato centrado en la guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud coincide explícitamente con las preocupaciones nuestra literata, muy implicada a través de la revista en la causa del abolicionismo español y autora del drama antiesclavista La cadena rota (1879). El interés histórico de este relato de cinco páginas que pone en escena la guerra de Secesión, la elección de Lincoln, primer presidente abolicionista y la cuestión de la esclavitud de los negros, está neutralizado por el registro sentimental y folletinesco. El centro de gravedad del relato de la historia amorosa de una joven pareja cuyos padres pertenecen a los dos campos antagónicos durante el conflicto. El desenlace feliz y la boda de la pareja gracias a la heroicidad del oficial norteño Jorge Vernon, se remata con las reflexiones morales del final: «su dicha es inalterable porque es sabido someterse a las leyes del destino, siempre resignados, y rindiendo respetuoso culto a los sagrados deberes que nos impone el amor filial» (La Violeta, 17 de enero de 1864-6). Pese a su carácter históricamente insípido, este folletín traducido remite a algunas referencias literarias indiscutibles en el siglo XIX ya que Sáez de Melgar hace una mención explícita a la conocida obra La cabaña del tío Tom (1853) de la escritora estadounidense Harriet Beecher Stowe. Esta novela sentimental, impregnada de valores cristianos y publicada en uno de los periódicos abolicionistas más conocidos de la época, fue un best-seller traducido a varios idiomas y una referencia para escritores e intelectuales comprometidos en la causa abolicionista en España. Se puede notar cierta recurrencia del tema de la esclavitud en la producción de Sáez de Melgar, que publica precisamente un relato titulado María la cuarterona o La esclavitud en las Antillas en La Iberia del año 1868.

En 1866 se inserta la última traducción en La Violeta con una leyenda francesa titulada Las gavillas de la reina Blanca. Esta novelita por entregas figura como traducción en el segundo número del 30 de junio y no aparece como tal en el índice. Este dato, bastante frecuente en la prensa de la época, parece confirmar que se trata más de una adaptación que de una traducción. El género de la novela histórica, muy de moda en aquel momento, explica la elección de un relato casi hagiográfico. La historia de Blanca de Castilla, madre de Luis IX y reina de Francia, es el marco privilegiado para enaltecer las virtudes de una monarquía auténticamente cristiana: «Ella defendió siempre los intereses del pobre contra el rico, del débil contra el fuerte, haciendo bendecir su nombre y poder» (Sáez de Melgar 1866c, 187). El personaje de Blanca de Castilla fue una referencia en la novelística católica y tradicionalista, como puede verse, por ejemplo, en la obra de Francisco Navarro Villoslada Doña Blanca (1847).

Mucho más interesantes resultan las traducciones de obras como Los dramas de la Bolsa del prolífico novelista francés Fierre Zaccone y Perlas y flores de Carmen Sylva, seudónimo literario de la reina Isabel de Rumania. La versión castellana de la novela de Zaccone salió en 1884 en la Biblioteca del Cosmos Editorial, poco tiempo después de la publicación de la obra original (1882). El éxito de la editorial se debe en gran parte a la labor de importación, adaptación y traducción de obras extranjeras conocidas. La colección de dos obras mensuales provenientes de Francia, Portugal, Inglaterra, Italia y Portugal es el producto de un intenso proceso de importación de novelas que supuestamente compensan la escasa producción novelística nacional. La colección ofrece a sus lectores todas las garantías de ortodoxia de esta literatura extranjera ya que «las obras que se publiquen, reunirán las mejores condiciones de moralidad, instrucción e interés dramático, y estarán al alcance de todas las inteligencias».

La elección de esta novela responde a determinadas preocupaciones de Faustina Sáez de Melgar, entre las que destacan los incipientes efectos de la modernización capitalista y las incertidumbres ante los cambios que afectan a la sociedad española en la década de 1870. La novela Los dramas de la Bolsa pone en escena una sociedad francesa sujeta a los vaivenes económicos, a la especulación de una clase burguesa oportunista y cínica. También reúne todos los ingredientes melodramáticos del género folletinesco. Zaccone, conocido en su época como «el emperador del folletín», con más de setenta obras en su haber, es un exitoso autor de novelas populares que ilustran las tensiones y turbulencias políticas de la III República francesa. En este caso se narran las desventuras de dos jóvenes nobles devorados por la hidra de la Bolsa y de la especulación financiera que predominaron en Francia a finales del Segundo Imperio e inicios de la III República. La ruma provoca el suicidio de uno de los protagonistas y el descalabro familiar. El marco histórico sitúa los acontecimientos en 1874 en el norte de Francia y en París, con numerosas referencias al paisaje urbano haussmamano; la figura más interesante es la del banquero y especulador Burtin, que «se había hecho diez veces millonario» (Zaccone 1884: 39). La novela es un compendio de todos los estereotipos de la llamada novela popular: trayectorias de personajes con conductas marcadas por la corrupción o la virtud como en el caso del banquero Duvrigneau, «rico gracias a la escrupulosa rectitud de sus empresas» (Zaccone 1884: 233), peripecias e intrigas. La traducción de esta obra es un ejemplo esclarecedor de la importación a España de géneros de moda como los Mystères y de la actividad mimética de la producción editorial (Botrel 2014: 66).

El especial interés de Faustina Sáez de Melgar por las mujeres excepcionales cuyo «talento innato puede llevarlas a las altas esferas de la inteligencia y de la creación» (Sáez de Melgar 1869: 28) es uno de los motivos de la traducción de la obra de Carmen Sylva, seudónimo de Isabel, princesa de Wied y reina de Rumania (1843-1916). Esta conocida literata políglota y traductora es autora de cuentos, tragedias, aforismos y leyendas inspiradas en el folklore de su país. Parte de su producción, escrita en francés o traducida a esta lengua, le resultaba asequible a Sáez de Melgar, para quien la escritora rumana pertenece al elenco «de mujeres célebres [...] que se distinguieron en épocas nada lisonjeras para la educación de la mujer» (Sáez de Melgar 1869: 27).

La versión castellana va acompañada de una extensa introducción en la que Sáez de Melgar -que modifica el nombre de la autora en Silva- explicita los motivos de su admiración por la misma. Personaje célebre en Europa en los siglos XIX y XX, la literata rumana es una figura emblemática de la Belle Époque. Apoyándose en su bibliografía publicada en Heidelberg en 1885, Sáez de Melgar exalta las virtudes de una literatura arraigada en las tradiciones nacionales y de clara inspiración romántica. Consciente de su responsabilidad como traductora, ya que se trata de dar a conocer en España obras muy difundidas en Europa, Sáez de Melgar recalca las dificultades inherentes a su tarea: «Sólo deseamos traducirlas fielmente a nuestro idioma, sintiendo que nuestro trabajo de traducción no corresponda a su mérito literario; pero procuraremos conservar todos sus pensamientos y trasladar íntegras sus bellezas» (Silva 1889: 8).

Con estas advertencias, la traductora pretende ponerse a salvo de las críticas posibles en un entorno intelectual cosmopolita adicto a las obras de Carmen Silva, cuyas abundantes obras literarias «se han traducido muchas a diferentes idiomas, siendo acogidas con universales simpatías» (Silva 1889: 21). Sin lugar a dudas, la autora pertenece a esta «minoría de mujeres excepcionales en las que el talento es innato y no adquirido» ya que «la mujer artista no se forma, la mujer artista nace» (Sáez de Melgar 1869: 27). Conviene matizar este punto de vista conservador, expresado en distintos momentos y obras con las reflexiones pedagógicas y femeninas de Sáez de Melgar en las últimas páginas de su introducción de 1889. Unas páginas en las que encomia las iniciativas de la reina de Rumania para mejorar la situación de las niñas y de las mujeres de su país mediante la instrucción y la educación y en las que reconoce la vocación cosmopolita de una literatura que compagina valores nacionales y preocupaciones universales.

Traducciones

  • «El árbol de Natividad. Historia alemana. Traducción» en La Violeta, 21 de diciembre de 1862, 5-6 y 5 de enero de 1863, 5 < original desconocido.
  • Los dramas de la Bolsa por Pierre Zacccone, versión castellana de Faustina Sáez de Melgar, Madrid, El Cosmos Editorial-Imprenta de Pérez Dubrull, 1884 < Les drames de la Bourse (1882) de Pierre Zaccone.
  • «Un episodio de la guerra de los Estados Unidos. Traducción libre del francés» en La Violeta, 17 de enero de 1864, 3-6 < original desconocido.
  • Flores y perlas. Colección escogida de novelas, cuentos y leyendas de Carmen Silva. Versión castellana de D.ª Faustina Sáez de Melgar, Madrid, El Cosmos Editorial, 1889; contenido: Una hoja al viento, Una plegaria, Una carta, Manuel, La piedra quemada, Los dos gemelos, La hormiga, Deshielo, Sirena < Les contes du Pélech (1884), trad. de Félix y Louis Salles y Nouvelles (1886), trad. de Félix Salles, a partir de Handzeichnungen (1884) y Aus Carmen Sylvas Königreich (1883) de Carmen Sylva.
  • «Las gavillas de la reina Blanca» en La Violeta, 24 de junio de 1866, 182 y 30 de junio de 1866, 187-188 < original desconocido.
  • «Un martes de Carnaval. Traducción» en La Violeta, 15 de febrero de 1863, 1-5 < original desconocido.
  • «La roca de las dos hermanas» en La Violeta, y de diciembre de 1862, 5-6 y 14 de diciembre 1862, 2-4 < texto no identificado de Henri Nevire.
  • La sociedad y sus costumbres. Obra de educación escrita en francés por Mma. de Waddeville y arreglada al castellano por Faustina Sáez de Melgar, París, A. Hennuyer, 1883 < Le monde et ses usages (1876) de Mme. de Waddeville.
  • Los vecinos por María Federica Bremer. Versión castellana por Faustina Sáez de Melgar, París, Librería de Garnier Hermanos, 1883 < Les voisins (1845), trad. de R. du Puget de Grannarna (1837) Fredrika Bremer.

Bibliografía

  • BOTREL, Jean-François. 2014. «Traduire et transférer en Espagne à la fin du XIXe siècle», Bulletin d'Histoire Contemporaine de l'Espagne 49, 63-72 (n.° monográfico Transferts culturels: la traduction (XVIIIe-XXe siècles)), coord. por Paul Aubert).
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