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Fausto

Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta ópera

Estanislao del Campo



Portada



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[Preliminares]

Del Campo:

Las buenas obras son siempre hijas de los bellos sentimientos, porque las mejores y más grandes ideas nacen en el corazón, llevando consigo la emoción de que nacieron.

Su pobreza de poeta, empeñada en aliviar dolorosos infortunios, ha apelado a esa infatigable alquimista de la imaginación, que elabora los sueños de oro y fabrica los palacios en el aire, y ella, evocándole al Demonio, ha tenido el poder de ponerlo al servicio de la santa acción con algo digno de la elevación del propósito.

No es otra la idea generatriz del poema monumental de los alemanes.

Fausto trae el mal por la acción poderosa del genio, a concurrir a la obra de la humanidad, y el mal no consigue triunfar de la altura de su alma, porque no alcanza a encontrarla satisfecha sino en las grandes y nobles aspiraciones.

Su campestre guitarra bien podía sin ruborizarse pedir un óbolo al arpa homérica de Gœthe, y preciso es convenir en que la puerta del poderoso no se ha cerrado esta vez, como de costumbre, al llamado del mendigo.

El genio del norte ha permitido al payador argentino pasear a la rubia Margarita por la pampa inconmensurable, en donde no había estampado jamás su divina sandalia la musa de la epopeya, y ella, soñando con sus amores y encaminándose a su desastre, se ha detenido un instante en las orillas del Gran Río,


«a ver las olas quebrarse
como al fin viene a estrellarse
el hombre con su destino.»

En esta importación de la leyenda de la edad media, en esta nacionalización del poema metafísico, dadas las respectivas distancias, su trova americana ha conservado los rasgos característicos de las fisonomías, los suaves matices del sentimiento, las caprichosas sombras de la fantasía, como los acordes de Mozart y las melodías de Bellini guardan su armonía o su cadencia al resonar en una vihuela.

  —6→  

El mérito de su trabajo consiste para mí en haber comprendido y trasmitido en su relato los eternos tipos del Fausto: un artista vulgar no copiaría jamás los cuadros de Rubens o las telas de Murillo.

Desnuda su bella composición del lenguaje gaucho, veo diseñarse en sus estrofas a la niña que vivía entre las flores como ella, demandando a las margaritas los secretos del corazón, y se me representa la virgen de cera vestida de celeste, aérea visión de la Inmaculada, como la concibió su creador, imagen seductora de esa mujer querida del poeta, perdida en el mundo antes de ser hallada, que hay siempre la esperanza de encontrar algún día, bello ideal que un ángel proscripto traería de su Edén a la tierra.

El Satanás de sus versos huele a azufre, hace santiguarse, y su inacabable sarcasmo


«suelta una risa tan fiera
que toda la noche entera
en mis orejas sonó.»

Algo de siniestro sobrecoge a la naturaleza al aparecer con su infernal guitarra:


«Haciendo un extraño ruido
en las hojas tropezaban
los pájaros que volaban
a guarecerse en su nido.»

El dolor suena en sus rimas con sus acentos verdaderos, con esos acentos que sólo saben oír los inspirados artistas, y que el copista nunca trasmite:



«Ya de sus ojos hundidos
las lágrimas se secaban,
y entre temblando rezaban
sus labios descoloridos

..................................
..................................

Cuando el cuerpo de su hermano
bañado en sangre miró.

..................................

Apenas medio alcanzaron
a darse una despedida,
porque en el cielo, sin vida
sus dos ojos se clavaron.»

  —7→  

Las delicadas reminiscencias del amor, traen sus plateados celajes a la noche sombría del remordimiento:


«Ella creía que como antes,
al ir a regar su huerta,
se encontraría en la puerta
una caja con diamantes.

Darnos a saborear así, en humilde décima, la obra jefe que ha desesperado a los traductores de todos los pueblos, es algo que debe engreír sus ambiciones de literato.

Debe Vd. estar satisfecho de sí mismo, pues que ha llegado Vd. a dar carta de ciudadanía a una creación prodigiosa, en que el cielo y la tierra, las fuerzas vivas de la naturaleza y las sobrenaturales del espíritu, toman una figura humana para hacerse palpables a la sensibilidad del vulgo.

Pero, permítame Vd., que temiendo ver esterilizarse en una mala vía las dotes preciosas de su imaginación, por el éxito de su Fausto, le someta una opinión que me ha inducido a escribirle estos renglones, robando un instante a un fárrago de papel sellado.

Amo la poesía popular, cuanto detesto la poesía académica, ficticia, de frase perfumada con aguas de Lubin.

La poesía popular es Homero, es Osian, la del ciego que va cantando por las faldas del Himeto los recuerdos aún vivos de la hermosa Elena y del temible Aquiles, la del bardo que, entre las brumas de la Caledonia, da cuerpo a las tradiciones en las figuras del heroico Fingal y la pálida Malvina.

La poesía popular no es la frase chillona y agria del rancho. La india de los toldos es tan hija de la naturaleza como la Eva de la Biblia, recién formada de la costilla del hombre, o como la Venus mitológica, saliendo núbil de las espumas del mar, pero no serviría jamás de modelo a los pintores y a los estatuarios.

El gaucho se va. Es una raza de centauros que desaparece. Hay en ellos grandes cualidades, grandes pasiones, originalidades características, costumbres pintorescas, materiales abundantes para la poesía. De ellos se puede decir también -«no dejan tras sí grandes ciudades ni monumentos que desafíen al tiempo, pero han vivido,» han padecido, se han inmolado, dejan un tierno recuerdo, y los que recojan piadosamente sus últimos suspiros tienen derecho a la simpatía y al renombre.

Arroje Vd., pues, lejos de sí la guitarra del gaucho, que si a veces nos toca el corazón, en la puerta del rancho, a la luz de las estrellas, es porque en ciertos estados del alma basta una nota melodiosamente acentuada para conmovernos profundamente y acosarnos por mucho tiempo con su vago   —8→   recuerdo. Tome la lira popular, la lira de los edas, de los trovadores, de los bardos, y cuéntenos como ese gaucho caballeresco y aventurero abrevaba su caballo en los torrentes de la Cordillera, y arrollaba en los desfiladeros los tercios de Bailén y de Talavera, como salvaba la democracia con Artigas, se encaramaba en la tiranía con Rosas, y ha ido rodando en una ola de sangre hacia el mar de la nada.

Una sociabilidad original y una revolución fundamental, encierran todas las pasiones, todos los dolores, todos los infortunios, todos los dramas del corazón humano. La mina es vasta. Falta el minero capaz de explotarla.

Descubra Vd. la veta, puesto que tiene Vd. el don de sentir al gaucho dentro de sí mismo. Piense, sienta como él, y háblenos como Vd.

Su leyenda del Fausto vale, por el tipo virginal de Margarita, por la figura diabólica de Mefistófeles, que Vd. nos ha reproducido, por el perfume de pasión inocente, de extravío inculpable, de remordimiento sincero, y de religiosidad ingenua, que serán siempre fuentes inagotables de poesía.

La forma no ha matado al fondo. Por el contrario, el fondo ha dado vida a la forma.

Puesto que Vd. puede concebir y dibujar a Margarita, comprender y exhibir a Mefistófeles, es Vd. artista, tome la paleta inmensa de la pampa, y en la rica tela de su imaginación ensaye un cuadro de verdadera literatura americana.

Tentanda vía.

Juan Carlos Gómez.

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Querido Juan Carlos.

Gracias mil por su bonita, indulgente y animadora carta.

Quiero agregarla, con la de otros amigos, al pequeño libro que imprimo, y se la remito impresa para que la depure de los errores de caja.

A propósito de gauchos y de guitarras, voy a decirle una broma.

Su carta, me hace acordar al gaucho que ocultando el facón bajo el poncho, se acerca paso a paso al pobre cantor, diciendo: -¡Qué lindo canta este mozo! y al llegar a él, le corta las cuerdas de su pobre guitarra.

Vd. ha dado en la mía un cintarazo más recio, que aquel con que el Capitán Valentín azotó la de Mefistófeles.

Pero vamos al fondo de la cosa.

Dice Vd. que el gaucho se va, (Les Rois s'en vont!) pero no creo que eso sea una razón para que con él dejemos ir también hasta la memoria de su forma de expresión y de lenguaje.

Los museos guardan objetos que recordarán, por siempre, la rusticidad de nuestros gauchos. En el nuestro, Vd. ve cornetas de cuerno y cuero, armas de madera, vestidos de jerga y yesqueros de iguana.

Esos atavíos, armas y utensilios se van también, y muy deprisa, al soplo de la civilización que llena hoy nuestra campana con los pulidos artefactos de las fábricas europeas.

Burmeinster, el director de nuestro Museo. ¿arrojará, por tal razón, a la calle esos objetos?

No: allí quedarán, y mayor será su valor y su importancia cuanto más largo sea el tiempo que duerman en aquellos empolvados estantes.

Deje, pues, que también los giros especiales y la peculiar fraseología del lenguaje de nuestros pobres gauchos, picaresco unas veces, sentido otras, y pintoresco siempre, queden en alguna parte, para que cuando en otros tiempos se hable de ese tipo original, pueda decirse: -«Aquí está la manera como expresaba sus sentimientos.»

Sin embargo: si Vd. cree que esta humilde réplica no es otra cosa que la mala defensa de una guitarra, estoy dispuesto a hacer la más reverente genuflexión, diciendo: -Magister dixit.

Su affmo.

Estanislao del Campo.

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Sr. D. Estanislao del Campo.

Recuerdo que una noche alegre en que yo apreciaba infinidad de ocurrencias criollas que decía Vd. al vuelo, a propósito de las escenas del Fausto, lo tenté a escribir en estilo gaucho, sus impresiones de ese espectáculo; seguro de que un cuadro compendiado bajo el punto de mira de tan original criterio, ofrecería un interés particular.

Para un carácter como el de su índole literaria, era este tema completamente seductor, y yo veía que la oportunidad y el motivo podrían pocas veces tentar con mejor éxito la Musa de Hidalgo, para levantar sobre el torbellino de nuestra sociedad desprovista de perfil transmisible y determinado, -la extraordinaria, especialísima, profunda y poética índole americana primitiva, refugiada hoy naturalmente en el corazón del paisano.

Veía también en este tema, como Vd. mismo, una ocasión feliz para reflejar nuestro tipo primitivo con caracteres tanto más saltantes, cuanto que iban a resultar de la apreciación hecha por él mismo de una sociedad diversa.

Cierto es que era esta una empresa difícil. Fuera de Hidalgo, no tenemos en esta rama de nuestra literatura, sino manifestaciones más o menos felices de los giros de lenguaje y comparaciones del gaucho, -accesorios que nunca reflejan la índole de las razas, porque no emanan del modo de sentir de ellas, que es también el único modo de animar la interpretación en el difícil rol de poeta característico.

El tecnicismo es una simpleza, y el pensamiento que no retrata más que la construcción del idioma, no tiene un día de vida. Para pintar e interpretar al gaucho es preciso trasladarse no a su lenguaje sino a su corazón, y arreglarlo todo, no al paisaje, sino a su preocupación, a su filosofía, a su sentimiento.

Así se comprende que dos solos versos puedan reflejar el carácter del paisano, con sus preocupaciones y su religión enteras, cuando Hidalgo pone en boca del gaucho que va a afrontar un peligro, este compendio de su alma:-


«puse el corazón en Dios
y en la viuda, y embestí.»

Usted verá todos los días pretendidas descripciones de la índole y costumbres del gaucho, donde todo se reduce a hacinar significados campesinos que no tienen más particularidad que estar subrayados hasta el fastidio.

  —11→  

Es que no todos tienen bastante luz interna para penetrar el corazón ajeno en la vorágine de sus instintos, y creen que, dibujando la vestimenta, puede reflejarse el tipo moral deduciéndolo por la vulgaridad de lo común.

Esos que así son retratados, no son gauchos de este mundo ni del otro; son simples camiluchos que no constituyen género de raza.

El Dr. Cané, que era un talento literario muy notable, dice en una de sus novelas que el tipo del gaucho es digno del estro de Byron, y yo pienso humildemente, que en el corazón de Quiroga había tela para el mismo Shakespeare.

El que se acerque entonces más a aquellos corazones extraordinarios, por la mayor fuerza de su genio, estará más próximo a la interpretación de su mundo y al foco de nuestra poesía popular y tradicional, inagotable en encantos.

Vd. ha venido al terreno más difícil, pero al más grandioso: la majestad está siempre en esa especie de topografía humana que nunca se halla a la superficie. Es por eso que su leyenda está colorida con las dos tintas más sublimes de la poesía, -la filosofía y el sentimiento,- que son los arquéos de la expresión: el que sube sobre esta trípode, está en el camino de la belleza, de donde se domina todo accesorio: el que entra al espíritu domina el material: así Hidalgo no ha copiado al gaucho; ha mirado por los ojos del gaucho; no se ha amanerado a su sentimiento, ha sentido por su corazón.

Todas estas dificultades redundan en provecho de Vd., una vez que se ha levantado a la atmósfera de la interpretación verdadera: Anastasio el Pollo es aquí de la raza de Santos Vega.

Ha tocado Vd. el tema espléndidamente, haciendo gala de recursos desconocidos que todavía no había manifestado en poesía, -y me permito decirle que esto es culpa suya, porque antes, en todo lo que ha escrito, sólo ha querido ver las cosas como un paisano, y hoy las ha sentido como él.

Su Fausto, Anastasio, es lo más notable que he visto a propósito del poema de Gœthe, y no encuentro nombre de poeta americano que no se hallara favorecido al pie de muchas de sus estrofas.

La introducción es un hermoso trozo de descripción local, un bello cuadro de costumbres, de mano maestra. Hay en todo ese prólogo una infinidad de imágenes comparativas, de peculiaridades de frase y de toques generales que ocuparían mucho espacio para transcribirse.

El cuadro donde comienza la narración, tiene un raro interés descriptivo que hace apresurar la lectura en busca de los incidentes graciosísimos que se suceden sin descanso: cada estrofa, cada verso, y a veces cada palabra, rebosa de pensamiento y de interpretación.

La tercera parte tiene una novedad especialísima, comprendida en los recursos que hasta hoy no había desplegado Vd., -tiene un caudal de encantadora y sentimental poesía, revestida bajo una sencillez tan admirable que no la hace extraña en boca de un paisano.

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Aparte, pues, del mérito genérico de su Fausto, reconozco con particular sorpresa (no sabía que Vd. era un poeta tan serio) la hermosura del trozo descriptivo del mar, rival de aquel con que trae la aurora sobre el jardín de Margarita, de aquel otro con que pinta la noche de la serenata, de aquél de la comparación de la flor, y de aquella magnífica digresión del capítulo V que acaba con esta sentida y hermosísima estrofa:


«Soltar al aire su queja
será su solo consuelo,
y empapar con llanto el pelo
del hijo que usté le deja.»

Ésta es la poesía: aquí empieza el canino de Hidalgo y el estro de Santos Vega. Después de ellos, nada se ha hecho en nuestra poesía popular que pueda igualar el encanto de esas reflexiones.

No me es ya extraño entonces que haga Vd. copia tan abundante de las semejanzas y giros que chispean por todas las estrofas de su Fausto: el que entra a la seriedad, ha pasado por la malicia.

Siento que la especialidad de su trabajo, que es uno de sus méritos particulares, no esté al alcance de todos sus lectores: para valorarla completamente, es preciso conocer el primer poema del Parnaso alemán y la más sublime partitura del genio francés.

Su Fausto, Anastasio, es pues una obra de poesía envidiable. Me felicito sinceramente de haber prestado motivo a ella y le agradezco de corazón el buen momento que me ha dado con su lectura.

Aplaudo verla en público, celebrada justamente en todas las clases de la sociedad.

Por más a lo serio que tome el hombre las situaciones sociales, en ninguna de ellas se desfavorece con sus pruebas de arte y de talento, porque ellas siempre lo enaltecen, llevándolo a las verdaderas jerarquías, que son las que ocupa por su organización cerebral en la estiba de la gente, como dice Vd.

Si tuviera que fortalecer esto con ejemplos, le citaría nombres célebres en la humanidad que han jugado con los pueblos más grandes de la tierra, sin desdeñar el cultivo de las letras, y empezando por David y Salomón.

Un buen libro o una hermosa poesía, hacen honor, de Dios para abajo, a todos los hombres del mundo, en cualquier terreno que pisen, desde el trono hasta el cadalso. -Vd. ha merecido ese honor.

Ricardo Gutiérrez.

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Señor D. Estanislao del Campo.

Setiembre 10.

Amigo:

He leído en su manuscrito, que devuelvo, el sabroso diálogo de Anastasio y D. Laguna, sobre el Fausto: -óptimo. Vd. quizá no ha meditado el serio peligro a que se expone dando a luz su obra, habiendo entre nosotros tantos alemanes, de esos que nadando en el infinito se embaucan en la contemplación de las nubes, tras de las cuales a menudo sólo se oculta el vacío, o bien a veces como sucede con el Fausto, sirven de velo a la divinidad que se columbra en su seno. Ha profanado Vd. el santuario del sublime poema, del cual nadie puede hablar con propiedad sino en tudesco, porque en romance no hay quien explique sus delirantes bellezas. Treinta años gastó Gœthe en meditarle y componerle -Gœthe, el Júpiter Olímpico de la literatura germánica. Y parece indudable, según la opinión de la rubia y soñadora Alemania, que sólo le compuso para ella; pues si Vd. dice a algún alemán: «he leído el Fausto» -su fisonomía toma al momento una expresión entre desdeñosa y sarcástica, que traducida al español quiere decir: -«le ha leído Vd., pero no le ha entendido.»

Quizá tienen razón; gentes de letras conozco yo que lo confiesan sotto voce. ¿Qué mucho si la misma madama de Staël, ferviente admiradora del gran oráculo de Weimar, le llamó la pesadilla del espíritu, agregando, según recuerdo, que si la imaginación pudiese concebir un caos intelectual, el Fausto debería haber sido compuesto durante ese periodo de ebullición y de tinieblas? Mas por lo visto Anastasio no ha sufrido el mareo que causa en el ánimo esa composición vertiginosa. En un santiamén se ha dado cuenta del enmarañadísimo drama, tal como nos le presenta en la ópera la mano impía del compositor. En su lenguaje rústico lo narra, lo comenta, lo critica, mezclando con naturalidad inimitable lo peregrino a lo grotesco. Preciso es, amigo, que su numen sea el mismo Mefistófeles para haberle inspirado a Vd. la más estrafalaria de cuantas ideas puedan venir a la mente, y sobre todo, para haberle sacado airoso del berenjenal en que se había metido. Su parodia está llena de gracia, de novedad y de frescura. Los dos paisanos que Vd. nos hace conocer, atraviesan por entre la nebulosa metafísica del altísimo poeta, como   —14→   suelen hacerlo gallardamente a través de las brumas de la pampa nuestros gauchos, interrumpiendo los cantos con que entretienen el camino, para fijarse aquí y allí en las perspectivas fantásticas que produce el miraje. Singular es que sostengan su larga plática con tanta amenidad y donaire. ¡Cuánto ingenio no es necesario para que no decaiga el interés! A este milagro concurren una versificación fácil y espontánea, un pincel galanamente colorido, un epigrama chispeante del cual se escapan algunos versos de una melancolía expresiva: engarzados en una composición tan lozana y burlesca, parecen lágrimas en el rostro de un niño que ríe y llora al mismo tiempo.

Plácemes, trovador paisajista, por habernos puesto en íntima relación con esos dos aparceros. Parias de nuestra sociedad, llena de galas postizas y descolorida por la adopción de costumbres exóticas, se van a conversar al río, que con la pampa de donde vienen, son las únicas cosas grandes que nos van quedando. Parientes de Santos Vega, aquél de la larga fama, se perderán como él en el desierto, perseguidos y errantes, después de haber exhalado sus trovas al pasar por la ciudad, que envuelta en una atmósfera pesada y deletérea, aspira con deleite el perfume de las flores campesinas arrancadas por la mano de sus románticos pastores.

Buenos Aires, olvidada de sí misma, envanecida con su lujo europeo, escuchando con avidez los cantares que la recuerdan su juventud y su inocencia perdida, se me figura a Linda de Chamounix, estremecida y ruborizada en medio de la pompa que la cerca y que deslumbrara su virtud, al escuchar las armonías agrestes de sus nativas montañas.

Vd. que no haría un gran papel tocando la zampoña de Pierrotto, puntea admirablemente la guitarra, que vale tanto como cualquier otro instrumento desde que entre sonrisas haga sentir y recordar.

Carlos Guido y Spano.





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Al poeta Ricardo Gutiérrez

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- I -


Abajo   En un overo rosao,
flete nuevo y parejito,
caía al bajo, al trotecito.
Y lindamente sentao,
un paisano del Bragao,  5
de apelativo Laguna:
mozo jinetaso ¡ahijuna!
Como creo que no hay otro.
Capaz de llevar un potro
a sofrenarlo en la luna.  10

   ¡Ah criollo! si parecía
pegao en el animal,
que aunque era medio bagual.
A la rienda obedecía,
de suerte, que se creería  15
ser no sólo arrocinao,
—18→

   Sino tamién del recao
de alguna moza pueblera
¡Ah Cristo! ¡quién lo tuviera!...
¡Lindo el overo rosao!  20

   Como que era escarciador,
vivaracho y coscojero,
le iba sonando al overo
la plata que era un primor:
pues eran plata el fiador,  25
pretal, espuelas, virolas,
y en las cabezadas solas
traía el hombre un Potosí:
¡Qué!... Si traía, para mí,
hasta de plata las bolas!  30

   En fin: -como iba a contar,
laguna al río llegó,
contra una tosca se apió
y empezó a desensillar.
En esto, dentró a orejiar  35
y a resollar el overo,
y jue que vido un sombrero
que del viento se volaba
de entre una ropa, que estaba
más allá, contra un apero.  40

   Dio güelta y dijo el paisano
Vaya Zafiro! ¿qué es eso?
Y le acarició el pescueso
con la palma de la mano.
—19→
Un relincho soberano  45
pegó el overo que vía,
a un paisano que salia
de la agua, en un colorao,
que al mesmo overo rosao
nada le desmerecía.  50

   Cuando el flete relinchó,
media güelta dio Laguna,
y ya pegó el grito: -¡Ahijuna!
¿No es el Pollo?
-Pollo, no,
ese tiempo se pasó,  55
(Contestó el otro paisano),
ya soy jaca vieja, hermano,
con las púas como anzuelo,
y a quien ya le niega el suelo
basta el más remoto grano.  60

   Se apió el Pollo y se pegaron
tal abrazo con Laguna,
que sus dos almas en una
acaso se misturaron.
Cuando se desenredaron,  65
después de haber lagrimiao,
el overito rosao
una oreja se rascaba,
visto que la refregaba
en la clin del colorao.  70
—20→

    -Velay, tienda el cojinillo
Don Laguna, sientesé,
y un ratito aguardemé
mientras maneo el potrillo
vaya armando un cigarrillo,  75
si es que el vicio no ha olvidao;
ahí tiene contra el recao
cuchillo, papel y un naco:
yo siempre pico el tabaco
por no pitarlo aventao.  80

   -Vaya amigo, le haré gasto...
-¿No quiere maniar su overo?
-Dejeló a mi parejero
que es como mata de pasto.
Ya una vez, cuando el abasto,  85
mi cuñao se desmayó;
a los tres días volvió
del insulto, y crea amigo,
peligra lo que le digo
el flete ni se movió.  90

   -¡Bien aiga gaucho embustero!
¿Sabe que no me esperaba
que soltase una guayaba
de ese tamaño, aparcero?
Ya colijo que su overo  95
está tan bien enseñao,
que si en vez de desmayao
el otro hubiera estao muerto,
el fin del mundo, por cierto,
me lo encuentra allí parao.  100
—21→

   -Vean cómo le buscó.
La güelta... ¡bien aiga el Pollo
siempre larga todo el rollo
de su lazo...
-¡Y cómo no!
¿O se ha figurao que yo  105
asina no más las trago?
¡Hágase cargo!...
-Ya me hago...
-Prieste el juego...
-Tomeló.
-Y aura, le pregunto yo
¿qué anda haciendo en este pago?  110

   -Hace como una semana
que he bajao a la ciudá,
pues tengo necesidá
de ver si cobro una lana;
pero me andan con mañana,  115
y no hay plata, y venga luego.
Hoy no más cuasi le pego
en las aspas con la argolla
a un gringo, que aunque es de embrolla,
ya le he maliciao el juego.  120

   -Con el cuento de la guerra
andan matreros los cobres,
-Vamos a morir de pobres
los paisanos de esta tierra.
Yo cuasi he ganao la sierra  125
de puro desesperao...
—22→
-Yo me encuentro tan cortao.
Que a veces, se me hace cierto,
que hasta ando jediendo a muerto...
-Pues yo me hallo hasta empeñao.  130

   -¡Vaya un lamentarse! ¡ahijuna!...
y eso es de vicio aparcero
a usté lo ha hecho su ternero
la vaca de la fortuna.
Y no llore, Don Laguna,  135
no me lo castigue Dios:
sino comparemolós
mis tientos con su chapiao,
y así en limpio habrá quedao.
El más pobre de los dos.  140

   -¡Vean si es escarbador
este Pollo! ¡Virgen mía!
Si es pura chafalonía...
-¡Eso sí, siempre pintor!
-Se la gané a un jugador  145
que vino a echarla de güeno.
Primero le gané el freno
con riendas y cabezadas,
y en otras cuantas jugadas
perdió el hombre hasta lo ajeno.  150

   ¿Y sabe lo que decía
cuando se vía en la mala?
El que me ha pelan la chala
debe tener brujería.
—23→
A la cuenta se creería  155
que el Diablo y yo...
-¡Callesé
amigo! ¿no sabe usté
que la otra noche lo he visto
al demonio?
-¡Jesucristo!...
-Hace bien, santigüesé.  160

   -¡Pues no me he de santiguar!
Con esas cosas no juego;
pero no importa, le ruego
que me dentre a relatar,
él cómo llegó a topar  165
con el malo, ¡Virgen Santa!
Solo el pensarlo me espanta...
-Güeno, le voy a contar
pero antes voy a buscar
con qué mojar la garganta.  170

   El Pollo se levantó
y se jue en su colorao,
y en el overo rosao
Laguna a la agua dentró.
Todo el baño que le dio,  175
jue dentrada por salida,
y a la tosca consabida
Don Laguna se volvió,
ande a Don Pollo lo halló
con un frasco de bebida.  180
—24→

   -Larguesé al suelo cuñao
y vaya haciéndose cargo,
que puede ser más que largo
el cuento que le he ofertao:
desmanee el colorao,  185
desate su maniador,
y en ancas, haga el favor
de acollararlos...
-Al grito
¿Es manso el coloradito?
-¡Ese es un trebo de olor!  190

   -Ya están acollaraditos...
-Dele un beso a esa giñebra:
yo le hice sonar de una hebra
lo menos diez golgoritos.
-Pero esos son muy poquitos  195
para un criollo como usté,
capaz de prenderselé
a una pipa de lejía...
-Hubo un tiempo en que solía...
-Vaya amigo, larguesé.  200

  —25→  


- II -


ArribaAbajo   -Como a eso de la oración,
aura cuatro o cinco noches,
vide una fila de coches
contra el tiatro de Colón.

   La gente en el corredor,  5
como hacienda amontonada,
pujaba desesperada
por llegar al mostrador.

   Allí a juerza de sudar,
y a punta de hombro y de codo,  10
hice, amigaso, de modo
que al fin me pude arrimar.

   Cuando compré mi dentrada
y di güelta,... ¡Cristo mío!
Estaba pior el gentío  15
que una mar alborotada.
—26→

   Era a causa de una vieja
que le había dao el mal...
-Y si es chico ese corral
¿A que encierran tanta oveja?  20

   -Ahí verá: -por fin, cuñao,
a juerza de arrempujón,
salí como mancarrón
que lo sueltan trasijao.

   Mis botas nuevas quedaron  25
lo propio que picadillo,
y el fleco del calsoncillo
hilo a hilo me sacaron.

   Y para colmo, cuñao,
de toda esta desventura,  30
el puñal, de la cintura,
me lo habían refalao.

   -Algún gringo como luz
para la uña, ha de haber sido.
-¡Y no haberlo yo sentido!  35
En fin, ya le hice la cruz.

   Medio cansao y tristón
por la pérdida, dentré
y una escalera trepé
con cieno y un escalón.  40
—27→

   Llegué a un alto, finalmente,
anda va la paisanada,
que era la última camada
en la estiba de la gente.

   Ni bien me había sentao,  45
rompió de golpe la banda,
que detrás de una baranda
la habían acomodao.

   Y ya tamién se corrió
un lienzo grande, de modo,  50
que a dentrar con flete y todo
me aventa, creameló.

   Atrás de aquel cortinao,
un Dotor apareció,
que asigún oí decir yo,  55
era un tal Fausto, mentao.

   -¿Dotor dice? Coronel
de la otra banda, amigaso;
lo conozco a ese criollaso
porque he servido con él.  60

   -Yo tamién lo conocí
pero el pobre ya murió:
¡Bastantes veces montó
un saino que yo le di!
—28→

   Dejeló al que está en el cielo,  65
que es otro Fausto el que digo,
pues bien puede haber, amigo,
dos burros del mesmo pelo.

   -No he visto gaucho más quiebra
para retrucar ¡ahijuna!...  70
-Dejemé hacer, Don Laguna,
dos gárgaras de giñebra.

   Pues como le iba diciendo,
el Dotor apareció,
y, en público, se quejó  75
de que andaba padeciendo.

   Dijo que nada podía
con la cencia que estudió
que él a una rubia quería,
pero que a él la rubia no.  80

   Que al ñudo la pastoriaba
dende el nacer de la aurora,
pues de noche y a toda hora
siempre tras de ella lloraba.

   Que de mañana a ordeñar  85
salía muy currutaca,
que él le maniaba la vaca,
pero pare de contar.
—29→

   Que cansado de sufrir,
y cansado de llorar,  90
al fin se iba a envenenar
porque eso no era vivir.

   El hombre allí renegó,
tiró contra el suelo el gorro,
y por fin, en su socorro,  95
al mesmo Diablo llamó.

   ¡Nunca lo hubiera llamao!
¡Viera sustaso por Cristo!
¡Ahí mesmo, jediendo a misto,
se apareció el condenao!  100

   Hace bien: persinesé
que lo mesmito hice yo,
-¿Y como no disparó?
-Yo mesmo no sé porqué.

   ¡Viera al Diablo! Uñas de gato,  105
flacón, un sable largote,
gorro con pluma, capote,
y una barba de chivato.

   Medias hasta la berija,
con cada ojo como un charco,  110
y cada ceja era un arco
para correr la sortija.
—30→

   «Aquí estoy a su mandao
cuente con un servidor.»
Le dijo el Diablo al Dotor,  115
que estaba medio asonsao.

   «Mi Dotor no se me asuste
que yo lo vengo a servir
pida lo que ha de pedir
y ordenemé lo que guste.»  120

   El Dotor medio asustao
le contestó qué se juese...
-Hizo bien: ¿no le parece?
-Dejuramente, cuñao.

   Pero el Diablo comenzó  125
a alegar gastos de viaje,
y a medio darle coraje
hasta que lo engatuzó.

   -¿No era un Dotor muy projundo?
¿Cómo se dejó engañar?  130
-Mandinga es capaz de dar
diez güeltas a medio mundo.

   El Diablo volvió a decir:-
«Mi Dotor no se me asuste,
ordenemé en lo que guste,  135
pida lo que ha de pedir.»
—31→

   «Si quiere plata tendrá
mi bolsa siempre está llena,
y más rico que Anchorena
con decir quiero, será.  140

   No es por la plata que lloro,
Don Fausto le contestó
otra cosa quiero yo
mil veces mejor que el oro.

   «Yo todo le puedo dar,  145
retrucó el Ray del Infierno,
diga: -¿Quiere ser Gobierno?
Pues no tiene más que hablar.»

   -No quiero plata ni mando,
dijo Don Fausto, yo quiero  150
el corazón todo entero
de quien me tiene penando.

   No bien esto el Diablo oyó,
soltó una risa tan fiera,
que toda la noche entera  155
en mis orejas sonó.

   Dio en el suelo una patada,
una paré se partió,
y el Dotor, fulo, miró
a su prenda idolatrada.  160
—32→

   -¡Canejo!... ¿Será verdá?
¿Sabe que se me hace cuento?
-No crea que yo le miento:
lo ha visto media ciudá.

   ¡Ah Don Laguna! ¡si viera  165
que rubia!... Creameló:
creí que estaba viendo yo
alguna virgen de cera.

   Vestido azul, medio alzao,
se apareció la muchacha:  170
pelo de oro, como hilacha
de choclo recién cortao.

   Blanca como una cuajada,
y celeste la pollera,
Don Laguna, si aquello era  175
mirar a la Inmaculada.

   Era cada ojo un lucero,
sus dientes, perlas del mar,
y un clavel al reventar
era su boca, aparcero.  180

   Ya enderezó como loco
el Dotor cuanto la vio,
pero el Diablo lo atajó
diciendolé: -«Poco a poco:
—33→

   Si quiere, hagamos un pato:  185
usté su alma me ha de dar,
y en todo lo he de ayudar
le parece bien el trato?»

   Como el Dotor consintió.
El Diablo sacó un papel  190
y lo hizo firmar en él
cuanto la gana le dio.

   -¡Dotor, y hacer ese trato!
-¿Qué quiere hacerle, cuñao,
si se topó ese abogao  195
con la horma de su zapato?

   Ha de saber que el Dotor
era dentrao en edá,
asina es que estaba ya
bichoco para el amor.  200

   Por eso al dir a entregar
la contrata consabida,
dijo: -«Habrá alguna bebida
que me pueda remozar?»

   Yo no se que brujería,  205
misto, mágica o polvito
le echó el Diablo y... ¡Dios bendito!
¡Quién demonios lo creería!
—34→

   ¿Nunca ha visto usté a un gusano
volverse una mariposa?  210
Pues allí la mesma cosa
le pasó al Dotor, paisano.

   Canas, gorro y casacón
de pronto se vaporaron,
y en el Dotor ver dejaron  215
a un donoso mocetón.

   -¿Que dice?...¡barbaridá!...
¡Cristo padre!... ¿Será cierto?
-Mire: -Que me caiga muerto
si no es la pura verdá.  220

   El Diablo entonces mandó
a la rubia que se juese,
y que le paré se uniese,
y la cortina cayó.

   A juerza de tanto hablar  225
se me ha secao el gargüero:
pase el frasco compañero...
-¡Pues no se lo he de pasar!

  —35→  


- III -


ArribaAbajo -Vea los pingos...
-¡Ah hijitos!
Son dos fletes soberanos.
-¡Como si jueran hermanos
bebiendo la agua juntitos!

   -¿Sabe que es linda la mar?  5
-¡La viera de mañanita
cuando agatas la puntita
del sol comienza a asomar!

   Usté ve venir a esa hora
roncando la marejada,  10
y ve en la espuma encrespada
las colores de la aurora.

   A veces, con viento en la anca
y con la vela al solsito,
se ve cruzar un barquito  15
como una paloma blanca.
—36→

   Otras, usté ve, patente,
venir boyando un islote,
y es que trai a un camalote
cabrestiando la corriente.  20

   Y con un campo quebrao
bien se puede comparar,
cuando el lomo empieza a hinchar
el río medio alterao.

   Las olas chicas, cansadas,  25
a la playa agatas vienen,
y allí en lamber se entretienen
las arenitas labradas.

   Es lindo ver en los ratos
en que la mar ha bajao,  30
cair volando al desplayao
gaviotas, garzas y patos.

   Y en las toscas, es divino,
mirar las olas quebrarse,
como al fin viene a estrellarse  35
el hombre con su destino.

   Y no sé que da el mirar
cuando barrosa y bramando,
sierras de agua viene alzando
embravecida la mar.  40
—37→

   Parece que el Dios del cielo
se amostrase retobao,
al mirar tanto pecao
como se ve en este suelo.

   Y es cosa de bendecir  45
cuando el Señor la serena,
sobre ancha cama de arena
obligándola a dormir.

   Y es muy lindo ver nadando
a flor de agua algún pescao:  50
van, como plata, cuñao,
las escamas relumbrando.

   -¡Ah Pollo! Ya comenzó
a meniar taba: ¿y el caso?
-Dice muy bien, amigaso:  55
seguiré contandoló.

   El lienzo otra vez alzaron
y apareció un bodegón,
ande se armó una runión
en que algunos se mamaron.  60

   Un Don Valentín, velay,
se hallaba allí en la ocasión,
capitán, muy guapetón,
que iba a dir al Paraguay.
—38→

   Era hermano, el ya nombrao,  65
de la rubia y conversaba
con otro mozo que andaba
viendo de hacerlo cuñao.

   Don Silverio, o cosa así,
se llamaba este individo,  70
que me pareció medio ido
o sonso cuanto lo vi.

   Don Valentín le pedía
que a la rubia la sirviera
en su ausiencia...
-¡Pues sonsera!
 75
¡El otro que más quería!

   -El Capitán, con su vaso,
alos presentes brindó,
yen esto se apareció
de nuevo el Diablo, amigaso.  80

   Dijo que si lo almitían
tamién echaría un trago,
que era por no ser del pago
que allí no lo conocían.

   Dentrando en conversación,  85
dijo el Diablo que era brujo
pidió un ajenco y lo trujo
el mozo del bodegón.
—39→

   «No tomo bebida sola,»
Dijo el Diablo: se subió  90
a un banco, y vi que le echó
agua de una cuarterola.

   Como un tiro de jusil
entre la copa sonó
y a echar llamas comenzó  95
como si juera un candil.

   Todo el mundo reculó;
pero el Diablo sin turbarse
les dijo: -« no hay que asustarse,».
Y la copa se empinó.  100

   -¡Que buche! ¡Dios soberano!
-Por no parecer morao
el Capitán jue, cuñao,
y le dio al Diablo la mano.

   Satanás le registró  105
los dedos con grande afán,
y le dijo: -«Capitán,
pronto muere, crealó.»

   El capitán, retobao,
peló la lata y Luzbel  110
no quiso ser menos que él
y peló un amojosao.
—40→

   Antes de cruzar su acero,
el Diablo el suelo rayó:
¡Viera el juego que salió!...  115
-¡Qué sable para yesquero!

   -¿Qué dice? ¡Había de oler
el jedor que iba largando
mientras estaba chispiando
el sable de Lucifer!  120

   No bien a tocarse van
las hojas, creameló,
la mitá al suelo cayó
del sable del Capitán.

   «¡Éste es el Diablo en figura  125
de hombre! el Capitán gritó,»
y al grito le presentó
la cruz de la empuñadura.

   ¡Viera al Diablo retorcerse
como culebra, aparcero!  130
-¡Oiganlé!...
-¡Mordió el acero
y comenzó a estremecerse.

    Los otros se aprovecharon
y se apretaron el gorro
sin duda a pedir socorro  135
o a dar parte dispararon.
—41→

   En esto Don Fausto entró
y conforme al Diablo vido,
le dijo: -«¿Qué ha sucedido?»
Pero él se desentendió.  140

   El Dotor volvió a clamar
por su rubia, y Lucifer,
valido de su poder,
se la volvió a presentar.

   Pues que golpiando en el suelo  145
en un beile apareció,
y don Fausto le pidió
que lo acompañase a un cielo.

   No hubo forma que bailara:
la rubia se encaprichó;  150
de balde el Dotor clamó
por que no lo desairara.

   Cansao ya de redetirse
le contó al Demonio el caso;
pero él le dijo: -«amigaso  155
no tiene porqué afligirse:

   Si en el beile no ha alcanzao
el poderla arrocinar,
deje: le leemos de buscar
la güelta por otro lao.  160
—42→

   Y mañana, a más tardar,
gozará de sus amores,
que a otras, mil veces mejores,
las he visto cabrestiar.»

   ¡Balsa general! gritó  165
el bastonero mamao;
pero en esto el cortinao
por segunda vez cayó.

   Armemos un cigarrillo
si le parece...
-¡Pues no!
 170
-Tome el naco, piqueló,
usté tiene mi cuchillo.

  —43→  


- IV -


ArribaAbajo   Ya se me quiere cansar
el flete de mi relato...
-Priendalé güasca otro rato:
recién comienza a sudar.

   -No se apure: aguardesé:  5
¿Como anda el frasco?
-Tuavía
hay con que hacer medio día:
ahí lo tiene, priendalé.

   -¿Sabe que este giñebrón
no es para beberlo solo?  10
Si alvierto traigo un chicholo
o un cacho de salchichón.

   -Vaya, no le ande aflojando
dele trago y domeló,
que a reíz de las carnes yo  15
me lo estoy acomodando.
—44→

   -¿Que tuavía no ha almorzao?
-Ando en ayunas Don Pollo;
porque ¿a qué contar un bollo
y un cimarrón aguachao?  20

   Tenía hecha la intención
de ir a la fonda de un gringo
después de bañar el pingo...
-Pues vámonos del tirón.

   -Aunque ando medio delgao  25
Don Pollo, no le permito
que me merme ni un chiquito
del cuento que ha comenzao.

   -Pues, entonces, allá va:
otra vez el lienzo alzaron  30
y hasta mis ojos dudaron,
lo que vi... ¡barbaridá!

   ¡Qué quinta! ¡Virgen bendita!
¡Viera amigaso el jardín!
Allí se vía el jazmín,  35
el clavel, la margarita.

   El toronjil, la retama,
y hasta estuatas, compañero,
al lao de esa, era un chiquero
la quinta de Don Lezama.  40
—45→

   Entre tanta maravilla
que allí había, y medio a un lao,
habían edificao
una preciosa casilla.

   Allí la rubia vivía  45
entre las flores como ella,
allí brillaba esa estrella
que el pobre Dolor seguía.

   Y digo pobre Dotor,
porque pienso, Don Laguna,  50
que no hay desgracia ninguna
como un desdichao amor.

   -Puede ser; pero, amigaso,
yo en las cuartas no me enriedo
y en un lance, en que no puedo,  55
hago de mi alma un cedaso.

   Por hembras yo no me pierdo:
la que me empaca su amor,
pasa por el cernidor
y... si te vi, no me acuerdo.  60

   Lo demás, es calentarse
el mate al divino ñudo...
-¡Feliz quien tenga ese escudo
con que poder reguardarse!
—46→

   Pero usté habla, Don Laguna,  65
como un hombre que ha vivido
sin haber nunca querido
con alma y vida a ninguna.

   Cuando un verdadero amor
se estrella en una alma ingrata,  70
más vale el fierro que mata
que el fuego devorador.

   Siempre ese amor lo persigue
a donde quiera que va:
es una fatalidá  75
que a todas partes lo sigue.

   Si usté en su rancho se queda,
o si sale para un viaje,
es de balde: no hay paraje
ande olvidarla usté pueda.  80

   Cuando duerme todo el mundo,
usté, sobre su recao,
se da güeltas, desvelao,
pensando en su amor projundo.

   Y si el viento hace sonar  85
su pobre techo de paja,
cree usté que es ella que baja
sus lágrimas a secar.
—47→

   Y si en alguna lomada
tiene que dormir, al raso,  90
pensando en ella, amigaso,
lo hallará la madrugada.

   Allí acostao sobre abrojos,
o entre cardos, Don Laguna,
verá su cara en la luna,  95
y en las estrellas, sus ojos.

   ¿Que habrá que no le recuerde
al bien de su alma querido,
si hasta cree ver su vestido
en la nube que se pierde?  100

   Asina sufre en la ausiensia
quien sin ser querido quiere:
aura verá como muere
de su prenda en la presencia.

   Si enfrente de esa deidá  105
en alguna parte se halla,
es otra nueva batalla
que el pobre corazón da.

   Si con la luz de sus ojos
le alumbra la triste frente,  110
usté, Don Laguna, siente
el corazón entre abrojos.
—48→

   Su sangre comienza a alzarse
a la cabeza en tropel,
y cree que quiere esa cruel  115
en su amargura gozarse

   Y si la ingrata le niega
esa ligera mirada,
queda su alma abandonada
entre el dolor que la aniega.  120

   Y usté firme en su pasión...
Y van los tiempos pasando,
un hondo surco dejando
en su infeliz corazón.

   -Güeno amigo: así será,  125
pero me ha sentao el cuento...
-¡Que quiere! Es un sentimiento...
tiene razón: allá va:-

   Pues, señor, con gran misterio,
traindo en la mano una cinta,  130
se apareció entre la quinta
el sonso de Don Silverio.

   Sin duda alguna saltó
las dos zanjas de la güerta,
pues esa noche su puerta  135
la mesma rubia cerró.
—49→

   Rastriándolo se vinieron
el Demonio y el Dotor,
y tras del árbol mayor
a aguaitarlo se escondieron.  140

   Con las flores de la güerta
y la cinta, un ramo armó
Don Silverio, y lo dejó
sobre el umbral de la puerta.

   -¡Que no cairle una centella!  145
-¿A quién? ¿Al sonso?
-¡Pues digo!...
¡Venir a osequiarla, amigo,
con las mesmas flores de ella!

   -Ni bien acomodó el guacho,
ya rumbió...
-¡Miren que hazaña!
 150
¡Eso es ser más que lagaña
y hasta da rabia, caracho!

   -El Diablo entonces salió
con el Dotor, y le dijo:
«Esta vez priende de fijo  155
la vacuna, crealó.»

   Y el capote haciendo a un lao,
desenvainó allí un baulito,
y jue y lo puso juntito
al ramo del abombao.  160
—50→

   -No me hable de ese mulita:
¡Qué apunte para una banca!
¿A que era mágica blanca
lo que trajo en la cajita?

   -Era algo más eficás  165
para las hembras, cuñao,
¡verá si las ha calao
de lo lindo Satanás!

   Tras del árbol se escondieron
ni bien cargaron la mina,  170
y más que nunca, divina,
venir a la rubia vieron.

   La pobre, sin alvertir,
en un banco se sentó,
y un par de medias sacó  175
y las comenzó a surcir.

   Cinco minutos, por junto,
en las medias trabajó,
por lo que carculo yo
que tendrían sólo un punto.  180

   Dentró a espulgar a un rosal,
por la hormiga consumido,
y entonces jue cuando vido
caja y ramo en el umbral.
—51→

   Al ramo no le hizo caso,  185
enderezó a la cajita,
y sacó... ¡Virgen bendita!...
¡Viera que cosa, amigaso!

   ¡Qué anillo! ¡Qué prendedor!
¡Qué rosetas soberanas!  190
¡Qué collar! ¡Qué caravanas!
-¡Vea al Diablo tentador!

   -¿No le dije Don Laguna?
La rubia allí se colgó
las prendas, y apareció  195
más platiada que la luna.

   En la caja Lucifer
había puesto un espejo...
-¿Sabe que el Diablo, canejo,
la conoce a la mujer?  200

   -Cuando la rubia gastaba
tanto mirarse, la luna,
se apareció Don Laguna,
la vieja que la cuidaba.

   ¡Viera la cara, cuñao,  205
de la vieja, al ver brillar
como reliquias de altar
las prendas del condenao!
—52→

   «¿Diaonde este lujo sacás?»
La vieja, fula, decía,  210
cuando gritó: -«¡Avemaría!»
en la puerta, Satanás.

   -«¡Sin pecao! ¡Dentre señor!»
-«¿No hay perros?» «-¡Ya los ataron!»
Y ya tamién se colaron  215
el Demonio y el Dotor.

   El Diablo allí comenzó
a enamorar a la vieja,
y el Dotorcito a la oreja
de la rubia se pegó.  220

   -¡Vea al Diablo haciendo gancho!
-El caso jue que logró
reducirla, y la llevó
a que le amostrase un chancho.

   -¿Por supuesto, el Dotorcito  225
se quedó allí mano a mano?
-Dejuro, y ya verá hermano
la liendre que era el mocito.

   Corcobió la rubiecita
pero al fin se sosegó,  230
cuando el Dotor le contó
que él era el de la cajita.
—53→

   Asigún lo que presumo,
la rubia aflojaba laso,
porque el Dotor, amigaso,  235
se le quería ir al humo.

   La rubia lo malició
y por entre las macetas,
le hizo unas cuantas gambetas
y la casilla ganó.  240

   El Diablo tras de un rosal,
sin la vieja apareció...
-¡A la cuenta la largó
jediendo entre algún maizal!

   -La rubia, en vez de acostarse,  245
se lo pasó en la ventana,
y allí aguardó la mariana
sin pensar en desnudarse.

   Ya la luna se escondía,
y el lucero se apagaba,  250
y ya tamién comenzaba
a venir clariando el día.

   ¿No ha visto usté de un yesquero
loca una chispa salir,
como dos varas seguir  255
y de ahí perderse, aparcero?
—54→

   Pues de ese modo, cuñao,
caminaban las estrellas
a morir, sin quedar de ellas
ni un triste rastro borrao.  260

   De los campos el aliento
como sahumerio venía,
y alegre ya se ponía
el ganao en movimiento.

   En los verdes arbolitos  265
gotas de cristal brillaban,
y al suelo se descolgaban
cantando los pajaritos.

   Y era, amigaso, un contento
ver los junquillos doblarse,  270
y los claveles cimbrarse
al soplo del manso viento.

   Y al tiempo de reventar
el botón de alguna rosa,
venir una mariposa,  275
y comenzarlo a chupar.

   Y si se pudiera al cielo
con un pingo comparar,
tamién podría afirmar
que estaba mudando pelo.  280
—55→

   -¡No sea bárbaro, canejo!
¡Que comparancia tan fiera!
-No hay tal: pues de saino que era
se iba poniendo azulejo.

   ¿Cuando ha dao un madrugón  285
no ha visto usté, embelesao,
ponerse blanco-azulao
el más negro ñubarrón?

   -Dice bien, pero su caso
se ha hecho medio empacador...  290
-Aura viene lo mejor
pare la oreja, amigaso.

   El Diablo dentró a retar
al Dotor, y entre el responso
le dijo: -«¿Sabe que es sonso?  295
¿Pa qué la dejó escapar?»

   «Ahí la tiene en la ventana:
«por suerte no tiene reja,
«y antes que venga la vieja
«aproveche la mañana.»  300

    Don Fausto ya atropelló
diciendo: -«¡basta de ardiles!»
La cazó de los cuadriles
y ella... ¡tamién lo abrazó!
—56→

-¡Oiganlé a la dura!
-En esto...
 305
Bajaron el cortinao
alcance el frasco, cuñao,
-Agatas le queda un resto.

  —57→  


- V -


ArribaAbajo   -Al rato el lienzo subió
y deshecha y lagrimiando,
contra una máquina hilando
la rubia se apareció.

   La pobre dentró a quejarse  5
tan amargamente allí,
que yo a mis ojos sentí
dos lágrimas asomarse.

-¡Qué vergüenza!
-Puede ser:
pero, amigaso, confiese  10
que a usté tamién lo enternece
el llanto de una mujer.

   Cuando a usté un hombre lo ofiende,
ya sin mirar para atrás,
pela el flamenco y ¡sas! ¡tras!  15
dos puñaladas le priende.
—58→

   Y cuando la autoridá
la partida le ha soltao,
usté en su overo rosao
bebiendo los vientos va.  20

   Naides de usté se despega
porque se haiga desgraciao,
y es muy bien agasajao
en cualquier rancho a que llega.

   Si es hombre trabajador,  25
ande quiera gana el pan:
para eso con usté van
bolas, lazo y maniador.

   Pasa el tiempo, vuelve al pago,
y cuanto más larga ha sido  30
su ausiencia, esté es recebido
con más gusto y más halago.

   Engaña usté a una infeliz,
y para mayor vergüenza,
va y le cerdea la trenza  35
antes de hacerse perdiz.

   La ata, si le da la gana,
en la cola de su overo,
y le amuestra al mundo entero
la trenza de ña Julana.  40
—59→

   Si ella tuviese un hermano,
y en su rancho miserable
hubiera colgao un sable,
juera otra cosa, paisano.

   Pero sola y despreciada  45
en el mundo ¿qué ha de hacer?
¿A quién la cara volver?
¿Ande llevar la pisada?

   Soltar al aire su queja
será su solo consuelo,  50
y empapar con llanto el pelo
del hijo que usté le deja.

   Pues ese dolor projundo
a la rubia la secaba,
y por eso se quejaba  55
delante de todo el mundo.

   Aura, confiese, cuñao,
que el corazon más calludo,
y el gaucho más entrañudo,
allí habría lagrimiao.  60

   -¿Sabe que me ha sacudido
de lo lindo el corazón?
Vea sinó el lagrimón
que al oírlo se me ha salido...
—60→

--¡Oiganlé!...
-Me ha redotao:
 65
no guarde rencor amigo...
-Si es en broma que le digo...
-Siga su cuento, cuñao.

   -La rubia se arrebozó
con un pañuelo cenisa,  70
diciendo que se iba a misa
y puerta ajuera salió.

   Y crea usté lo que guste
porque es cosa de dudar...
¡Quién había de esperar  75
tan grande desbarajuste!

   Todo el mundo estaba ajeno
de lo que allí iba a pasar,
cuando el Diablo hizo sonar
como un pito de sereno.  80

   Una iglesia apareció
en menos que canta un gallo...
-¡Vea si dentra a caballo!
-Me larga, creameló.

   Creo que estaban alzando  85
en una misa cantada,
cuando aquella desgraciada
llegó a la puerta llorando.
—61→

   Allí la pobre cayó
de rodillas sobre el suelo,  90
alzó los ojos al cielo,
y cuatro credos rezó.

   Nunca he sentido más pena
que al mirar a esa mujer:
amigo: aquello era ver  95
a la mesma Magdalena.

   De aquella rubia rosada,
ni rastro había quedao
era un clavel marchitao,
una rosa deshojada.  100

   Su frente, que antes brilló
tranquila, como la luna,
era un cristal, Don Laguna,
qué la desgracia enturbió.

   Ya de sus ojos hundidos  105
las lágrimas se secaban,
y entre-temblando rezaban
sus labios descoloridos.

   Pero el Diablo la uña afila,
cuando está desocupao,  110
y allí estaba el condenao
a una vara de la pila.
—62→

   La rubia quiso dentrar
pero el Diablo la atajó,
y tales cosas le habló  115
que la obligó a disparar.

   Cuasi le da el acidente
cuando a su casa llegaba
la suerte que le quedaba
en la vedera de enfrente.  120

   Al rato el Diablo dentró
con Don Fausto, muy del brazo,
y una guitarra, amigazo,
ahí mesmo desenvainó.

   -¿Qué me dice amigo Pollo?  125
-Como lo oye, compañero
el Diablo es tan guitarrero
como el paisano más criollo.

   El sol ya se iba poniendo,
la claridá se ahuyentaba,  130
y la noche se acercaba
su negro poncho tendiendo.

   Ya las estrellas brillantes
una por una salían,
y los montes parecían  135
batallones de gigantes.
—63→

   Ya las ovejas balaban
en el corral prisioneras,
y ya las aves caseras
sobre el alero ganaban.  140

   El toque de la oración
triste los aires rompía,
y entre sombras se movía
el crespo sauce llorón.

   Va sobre la agua estancada  145
de silenciosa laguna,
al asomarse, la luna,
se miraba retratada.

   Y haciendo un extraño ruido
en las hojas trompezaban  150
los pájaros que volaban
a guarecerse en su nido.

   Ya del sereno brillando
la hoja de la higuera estaba,
y la lechuza pasaba  155
de trecho en trecho chillando.

   La pobre rubia, sin duda,
en llanto se deshacía,
y rezando a Dios pedía
que le emprestase su ayuda.  160
—64→

   Yo presumo que el Dotor,
hostigao por Satanás,
quería otras hojas más
de la desdichada flor.

   A la ventana se arrima  165
y le dice al condenao:-
«Dele no más sin cuidao
aunque reviente la prima.»

   El Diablo agatas tocó
las clavijas, y al momento  170
como una arpa el istrumento
de tan bien templao sonó.

   -Tal vez lo traiba templao
por echarla de baquiano...
-Todo puede ser hermano,  175
pero ¡óyese al condenao!

   Al principio se florió
con un lindo bordoneo,
y en ancas de aquel floreo
una décima cantó.  180

   No bien llegaba al final
de su canto, el condenao,
cuando el Capitán, armao,
se apareció en el umbral.
—65→

   -Pues yo en campana lo hacía...  185
-Daba la casualidá
que llegaba a la ciudá
en comisión, ese día.

   -Por supuesto hubo fandango...
-La lata ahí no más peló,  190
y al infierno le aventó
de un cintarazo el changango.

-¡Lindo el mozo!
-¡Pobrecito!...
-¿Lo mataron?
-Ya verá
peló un corbo el Dotorcito,  195
y el Diablo... ¡barbaridá!

   Desenvainó una espadita
como un viento, lo embasó,
y allí no más ya cayó
el pobre...
-¡Ánima bendita!
 200

   -A la trifulca y al ruido
en montón la gente vino...
-¿Y el Dotor y el asesino?
-Se habían escabullido.

   La rubia tamién bajó  205
y viera aflición, paisano,
cuando el cuerpo de su hermano
bañao en sangre miró.
—66→

   Agatas medio alcanzaron
a darse una despedida,  210
porque en el cielo, sin vida,
sus dos ojos se clavaron.

   Bajaron el cortinao,
de lo que yo me alegré...
-Tome el frasco, priendalé.  215
-Sirvasé no más cuñao.

  —67→  


- VI -


Arriba   -¡Pobre rubia! Vea usté
cuanto ha venido a sufrir
se le podía decir
¡Quién te vido y quien te ve!

   -Ansí es el mundo, amigaso:  5
nada dura, Don Laguna,
hoy nos ríe la fortuna,
mañana nos da un guascaso.

   Las hembras, en mi opinión,
train un destino más fiero,  10
y si quiere, compañero,
le haré una comparación.
   Nace una flor en el suelo,

una delicia es cada hoja,
y hasta el rocio la moja  15
como un bautismo del cielo.
—68→

   Allí está ufana la flor
linda, fresca y olorosa
a ella vá la mariposa,
a ella vuela el picaflor.  20

   Hasta el viento pasajero
se prenda al verla tan bella,
y no pasa por sobre ella
sin darle un beso primero.

   ¡Lástima causa esa flor  25
al verla tan consentida!
Cree que es tan larga su vida
como fragante su olor.

   Nunca vio el rayo que raja
a la renegrida nube,  30
ni ve al gusano que sube,
ni al fuego del sol que baja.

   Ningún temor en el seno
de la pobrecita cabe,
pues que se amaca, no sabe,  35
entre el fuego y el veneno.

   Sus tiernas hojas despliega
sin la menor desconfianza,
y el gusano ya la alcanza...
y el sol de las doce llega...  40
—69→

   Se va el sol abrasador,
pasa a otra planta el gusano,
y la tarde... encuentra, hermano,
el cadáver de la flor.

   Piense en la rubia cuñao,  45
cuando entre flores vivía,
y diga si presumía
destino tan desgraciao.

   Usté que es alcanzador
afijesé en su memoria,  50
y diga: ¿es igual la historia
de la rubia y de la flor?

   -Se me hace tan parecida
que ya más no puede ser.
-Y hay más: le falta que ver  55
a la rubia en la crujida.

   -¿Qué me cuenta? ¡Desdichada
-Por última vez se alzó
el lienzo, y apareció
en la cárcel encerrada.  60

   -¿Sabe que yo no colijo
el porqué de la prisión?
-Tanto penar, la razón
se le jue, y lo mató al hijo.
—70→

   Ya la habían sentenciao  65
a muerte, a la pobrecita,
y en una negra camita
dormía un sueño alterao.

   Ya redoblaba el tambor,
y el cuadro ajuera formaban,  70
cuando al calabozo entraban
el Demonio y el Dotor.

   -¡Veanló al Diablo si larga
sus presas así no más!
¿A que anduvo Satanás  75
hasta oír sonar la descarga?

   -Esta vez se le chingó
el cuete, y ya lo verá...
-Priendalé al cuento que ya
no lo vuelvo a atajar yo.  80

   -Al dentrar hicieron ruido,
creo que con los cerrojos;
abrió la rubia los ojos
y allí contra ella los vido.

   La infeliz ya trastornada,  85
a causa de tanta herida,
se encontraba en la crujida
sin darse cuenta de nada.
—71→

   Al ver venir al Dotor,
ya comenzó a disvariar,  90
y hasta le quiso cantar
unas décimas de amor.

   La pobrecita soñaba
con sus antiguos amores,
y creía mirar sus flores  95
en los fierros que miraba.

   Ella creía que como antes,
al dir a regar su güerta,
se encontraría en la puerta
una caja con diamantes.  100

   Sin ver que en su situación
la caja que la esperaba,
era la que redoblaba
antes de la ejecución.

   Redepente se afijó  105
en la cara de Luzbel:
sin duda al malo vio en él,
porque allí muerta cayó.

   Don Fausto al ver tal desgracia,
de rodillas cayó al suelo,  110
y dentró a pedir al cielo
la recibiese en su gracia.
—72→

   Allí el hombre arrepentido
de tanto mal que había hecho,
se daba golpes de pecho  115
y lagrimiaba aflijido.

   En dos pedazos se abrió
la paré de la crujida,
y no es cosa de esta vida
lo que allí se apareció.  120

   Y no crea que es historia:
yo vi entre una nubecita,
la alma de la rubiecita
que se subía a la gloria.

   San Miguel, en la ocasión,  125
vino entre nubes bajando
con su escudo, y revoliando
un sable tirabuzón.

   Pero el Diablo, que miró
el sable aquel y el escudo,  130
lo mesmito que un peludo
bajo la tierra ganó.

    Cayó el lienzo finalmente
y ahí tiene el cuento contao...
-Prieste el pañuelo cuñao:  135
me está sudando la frente.
—73→

    Lo que almiro es su firmeza
al ver esas brujerías.
-He andao cuatro o cinco días
atacao de la cabeza.  140

    -Ya es güeno dir ensillando...
-Tome ese último traguito
y eche el frasco a ese pocito
para que quede boyando.

    Cuando los dos acabaron  145
de ensillar sus parejeros,
como güenos compañeros,
juntos al trote agarraron.
En una fonda se apiaron
y pidieron de cenar:  150
cuando ya iban a acabar,
Don Laguna sacó un rollo
diciendo: -«El gasto del Pollo
de aquí se lo han de cobrar.»





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