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Capítulo II

Canonización de San Vicente Ferrer. -Fiestas seculares consagradas a se memoria.

     EL fallecimiento del Santo causó una penosa sensación en el mundo católico; pero los pueblos, que conservaban aun el eco de sus palabras y recuerdo de su caridad, le aclamaron Santo, sirviendo su opinion de estímulo, si cabe decirlo así, para que la santa sede le colocara muy pronto en el catálogo de los escogidos del Señor. Ocupaba la silla de Roma el papa Calixto III. Llamábase antes D. Alonso de Borja, y era natural de la Torre de Canals, aldea vecina a la ciudad de Játiva, donde nació en 1378. Estudió en Lérida el derecho canónico y civil, y dedicado al sacerdocio fue canónigo de la misma iglesia, viniendo luego a Valencia para desempeñar el cargo de rector en la iglesia parroquial de San Pedro Mártir ySan Nicolás Obispo. En 1429 fue elevado a la silla episcopal de esta diócesis, por concesión del papa Martino V. Eugenio IV le creó cardenal del título de los.Santos cuatro coronados; y a la edad de. 77 años, y corriendo el año 1455, fue aclamado Pontífice, en competencia con el cardenal Besarion, que un tiempo perteneció a la iglesia griega, por nacimiento y comunión.

     Calixto, pues, que era valenciano,(8) que había conocido a Vicente durante su niñez, y le oyera con asombro mientras se hallaba estudiando en Lérida, fue el que canonizó a su ilustre paisano; si bien la muerte le impidió publicar la bula, que está autorizada por su sucesor Pio II en 1.º de Octubre de 1458.

     Treinta y siete años después de la muerte del Santo, esto es, en 1456, uno después de su canonización, celebró Valencia tan fausto acontecimiento en 1.º de Febrero por medio de una procesión general, que fue desde la catedral al convento de Santo Domingo, llevando en triunfo la capa del mismo Santo, por no tener otra reliquia.

     No poseemos otros pormenores de esta primera fiesta, que el consejo de la ciudad declaró secular, disponiendo que se celebrase suntuosamente de cien, en cien años en el día 29 de Junio, que fue el de la canonicación de su insigne Patrono.

Cumpliáse, por fin el primer centenar, que fue en 1555, época de la mayor grandeza de Valencia que, a una numerosísima población cristiana, añadía la de 19,301 familias o casas moriscas, que ocupaban una buena parte. de este territorio; época en que honraban su patria, o con su presencia o sus recientes recuerdos, Bernardo Fenollar, émulo de Ausias March, Narcis Vinyoles, Luis Crespí de Valdaura, Serafin de Centelles, el gran Luis Vives, Gerónimo de Ledesma, Juan Fernández de Heredia, Juan Oliver, Gilabert de Centelles,el historiador Pedro Antonio Deuter, Juan Bautista Agnesio, Juan de Celaya, Andrés Martí Pineda, Gaspar Antist, Alonso Giron de Rebolledo, Gaspar Gil Polo, Tárrega el trágico, el soldado poeta Rey de Artieda, y otros muchos, cuyas escritos formaron la hermosa corona literaria de aquel siglo.

     También fue aquel primer centenar precedido, como el cuarto, de graves acontecimientos. La célebre guerra civil, llamada de la Germanía, la estancia en este capital del rey prisionero de Pavia Francisco I de Francia, diferentes años de pestes desoladoras, la sublevación de los moriscos en la sierra de Espadan a las ordenes del bravo Zelim Almanzor, el Tuerto de Benaguacil, apellidado el Tagarino por los valencianos, y la resistencia de los musulmanes a abrazar violentamente la religión cristiana, según lo mandado por el rey D. Felipe I de Valencia, II de Castilla, y los sangrientos combates en la sierra de Espadan, de Bernia, de Guadalest y de Confrides; he aquí los grandes sucesos que anunciaron el primer siglo de la canonización de San Vicente Ferrer. Era a la razón arzobispo de Valencia Santo Tomás de Villanueva, natural de Fuen-llana, que murió el mismo año 1555; siendo virey D. Bernardino de Cárdenas, duque de Maqueda, marqués de Elche.

     Esta gran solemnidad, cuya memoria no se publicó, se redujo a una lucida procesión general, que se verificó el día 2 de Julio, por unas lluvias que acaecieron en el día 29 anterior. Consta sólo que formaron parte de la procesión los gremios y oficios, llevando sus estandartes, y acaso también el gremio de los negros esclavos, que en aquella época eran numerosos.

     Tal vez no fueron estas fiestas tan espléndidas como era de esperar del gusto y entusiasmo valenciano; porque, esencialmente militar en aquella época, y sin tantas corporaciones religiosas como tuvieron los repreotantes del siglo siguiente, tomaba parte en las grandes guerras, que provocó la rivalidad entre Francisco I de Francia y Carlos I de España. El siglo XVI, como época de regeneración y desarrollo del espíritu humano, había presenciado las cuatro grandes guerras entre Francia y España, que comenzaron en 1521 y concluyeron en 1544; y la vasta revolución provocada en 1511 por Lutero, habia asistido a las grandes obras de los Médicis de Italia; al espectáculo de la tiranía de Enrique VIII de Inglaterra; a la toma de Rodas por los turcos; al primer viage del atrevido Magallanes, a la conquista de Méjico y del Perú, y finalmente, a la abdicación de Carlos I, que en 1555, o sea en el mismo año de las fiestas seculares de Valencia, abandonaba su poder gigante en manos de su hijo Felipe, que debía continuar los sucesos hasta la conquista de Portugal.

     Mas suntuosa fue la fiesta secular en 1655, siendo arzobispo D. Fr. Pedro de Urbina y virey D. Luis de Moncada, príncipe de Paternó, duque de Montalto, y en el mismo año en que el famoso Oliverio Cromwell, protector de Inglaterra, imponia a la Europa con su bastón de general, desde el cadalso en que el año 1649 habia rodado la cabeza de Carlos I.

     Hubo tres días de iluminación general; numerosos carros triunfales decoraban la procesión, siendo notable el que conducía figurado el Miguelete, cuyas campanas volteaban por medio de un aparato que las hacia sonar durante la marcha. En aquellas fiestas llamó mucho la itención el pórtico de Santo Domingo, en que se veían numerosos nichos con diferentes bultos que representaban las principales escenas de la vida del Santo. Entre otros de sus objetos curiosos fue el espectáculo de un pobre demente, a quien vistieron con un trage de rey árabe de Granada, sentado bajo dosel, y delante en púlpito un muchacho de 16 años, casi idiota, y que tenia la monomía de predicar. Los disparates del mozo y la gravedad estúpida del loco debieron escitar, sin duda, la hilaridad de las gentes, pues el P. Vidal elogia mucho este espectáculo.que no se vería hoy con paciencia.

     Celebró de pontifical el Sr. arzobispo Urbina, y predicó en idioma valenciano el paborde D. Buenaventura Guerau, predicador de la ciudad. La relación de estas fiestas se debe al entendido escritor D. Marcos Antonio Ortí.

     Mas tranquilo se hallaba el reino de Valencia en 1755, bajo el cetro del bondadoso y apacible monarca D. Fernando VI, de buena memoria. Después de las sangrientas guerras de sucesión que nos preparó la ambición de Luis XIV de Francia, y la ineptitud del último príncipe aústriaco Carlos 11, y después dé la destruicción de Játiva y abolición de los venerables fueros del reino que devoró el despotismo de Felipe V, Valencia respiró, por fin, a la sombra benéfica de Fernando VI, que hizo olvidar la tiranía de su antecesor.

     Olvidada de la política, del ruido y de las armas, y próspera en su comercio e industria la ciudad del Cid celebró el tercer siglo de la canonización del Santo con una pompa, que sólo es comparable con la riqueza de aquel tiempo. La describió el R. P. Tomás Soriano, de la Compañía de Jesús, y su relación se publicó en 1762 en la imprenta de la viuda de José de Orga, junto al colegio del Patriarca. El estilo de,esta obra es una imágen fiel de la calma de aquella generación, entregada a las dulzuras de la paz doméstica. Hubo adornos en toda la carrera de la procesión, y levantaron altares, además de los cleros y comunidades de ambos sexos el colegio de boticarios, el de corredores, los practicantes de cirugía, los gremios y oficios y los particulares D. José Ribera, D. Vicente Pueyo, D. Luis Fos, D. Pascual Ruiz de Corella, antes Vergadá, D. MauroOller y Bono, el conde de Castrillo, el conde de Almenara, y sobre todos D. Joaquin Valeriola y Próxita, cuya casa fue la más notable por el lujo de sus adornos y la profusión de 7,698 luces.

     El ayuntamiento regaló a este caballero un azafate de plata, en que se hallan grabadas sus armas y la imagen de San Vicente, en premio de la magnificencia con que correspondió a la invitación general. Heredero de este alto personage de nuestra antigua nobleza, es nuestro apreciable amigo el Sr. conde de Almodóvar. Ofició de pontifical el Sr. arzobispo D. Andrés Mayoral, cuya munificencia ha quedado perpetuada en el magnífico edificio de la casa-enseñanza, obra que levantó a sus espensas; en el colegio Andresiano de las Escuelas-Pias, cuya construcción protegieron el conde de Carlet y el célebre D. Joaquín Fos. Asistieron de capas D. Francisco Mayoral, arcediano mayor y canónigo de esta iglesia, y D. Alonso de Milán, marqués de San José, chantre y canónigo, de la misma. De diácono y subdiácono los canónigos D. Pedro Dolz y Don Francisco Casamayor; y de capas con cetros los canónigos D. Salvador Sanz, marqués de Mascarell, y D. Pedro Mayoral. Pronunció el panegírico del Santo el canónigo magistral D. José Climent. Hubo una concurrida y costosa naumaquia, y un gran torneo que dio el cuerpo de la real maestranza, bajo la dirección del cuadrillero mayor el conde de Villa-Gonzalo. Se dieron numerosas limosnas; la procesión fue una de las más brillantes que se han hecho en Valencia, tanto por el número de luces, como por la variedad de los carros triunfales y la multitud de religiosos de diferentes ordenes, que de dentro y fuera de la capital acudieron a la festividad. Metió mucho ruido en aquellag fiestas un famoso sacristan de las monjas de Santa Ana (hoy casa-galera), natural de Vinaroz, y cuya estatura no alcanzaba más de cuatro palmos y medio de alto, y casi la misma dimensión en lo ancho, por la obesidad que le distinguia a los 50 años. De este personage hace el historiador de aquellas fiestas una larga conmernoración, sin duda para perpetuar las gracias y la donosura del célebre Domingo Pablo, enano de Santa Ana, cuyo recuerdo se conserva todavía, y que nosotros, llenando los deseos de su biógrafo, lo trasmitimos al siglo V, en gracia, al menos, de lo que nos ocurrirá tal vez pedirle a nuestra vez.

     Tales son en globo los obsequios seculares que se han tributado en los siglos anteriores a la memoria del más grande de los hijos de Valencia, sin que necesitemos recordar ahora su festividad anual con sus célebres autos sacramentales o milacres. Tan profunda y arraigada está la veneración a nuestro Santo, tan inmensa es la fe que se tiene en su invocación.

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